Jugando con fuego (Libro 4, Capítulos 45 y 46)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 45

Edu se sacudía un poco el pelo, húmedo, aún sin siquiera mirarme, y yo guardaba el móvil de María en mi chaqueta.

Con mi corazón en un puño miré hacia atrás, en diagonal a la derecha, y me parecía verla a ella hablando con Carlos.

Bajé las dos ventanillas de la parte derecha del coche, tenso, esperando la primera frase de Edu, y, una vez éstas bajaron, pude ver como efectivamente María y Carlos mantenían una conversación que parecía más bien una discusión.

—Dame el teléfono de María y nos vamos —dijo Edu, que brillaba un poco por estar mojado, y con diminutas gotas de agua sobre su pelo.

Su mera presencia allí, tan cerca, me asfixiaba.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

—¿Cómo que qué está pasando? —dijo serio, hablando rápido, girándose hacia mí —Que María quiere su móvil y nos vamos a casa de Carlos.

—¿Quiénes?

Edu me miró entonces y negó con la cabeza.

—Todos menos tú. Venga, dame el teléfono.

—No, que me lo pida ella —protestaba yo, sacando fuerza y entereza de donde no la había.

Edu se giró entonces hacia atrás, hacia Carlos y María y dijo:

—Ahora está ocupada. No sé qué le pasa. Yo creo que le pone cachonda discutir.

Se giró otra vez hacia mí e insistió:

—A ver, dame el maldito teléfono. Ella no quiere que vengas.

Aquella frase me mataba, pues por primera vez no solo lo creía posible sino que me encajaba… Y estaba dispuesto a no luchar más y a darle el móvil, cuando Carlos y María entraron en nuestro campo de visión más claramente; colocándose a la altura de la ventanilla de Edu, apartados a unos tres metros, cerca del coche de Carlos, pero de tal forma que ya no me tenía que girar para verles, sino solo mirar a mi derecha.

—Pablo, ya está. Lleváis 6 meses agarrándoos a donde no hay. Déjala en paz —dijo Edu, que cogía ahora su propio teléfono.

Yo miré hacia María, que, de espaldas a nosotros, hablaba frente a un Carlos que ponía sus dos manos en la cintura de ella. Estaban realmente pegados, y no parecía llover, pero la humedad los impregnaba.

—¿Estás nervioso? —preguntó Edu, sin levantar la vista de su teléfono.

—Qué…

—Que si estás nervioso… Te veo mejor que otras veces. ¿Tantos se la han follado ya que te has acostumbrado? Por cierto lo de los pantalones es acojonante… Estáis como putas cabras… —decía él, para sí, tranquilo, respondiendo a varias conversaciones en su móvil con frases cortas y pasando a la siguiente.

—No… No sé… —apenas respondí mientras miraba como María dejaba que las manos de Carlos siguieran allí y ella se recolocaba la melena, metiendo sus dedos, desde el nacimiento de su pelo hacia atrás, como sacudiéndolo de humedad, y echándolo a un lado.

—En serio, lo de los pantalones es para flipar —dijo entonces mirando hacia mí —imaginación no te falta.

Yo le miraba, siempre sin saber por dónde podría salir.

—Joder… Estoy reventado, llevo bebiendo desde las cuatro, ¿cómo se echa ésto para atrás? —resoplaba, algo aturdido, buscando una palanca a izquierda y derecha.

Consiguió inclinarse ligeramente, casi nada, y el asiento se atascó, pero le pareció suficiente, y se recostó un poco y puso uno de sus antebrazos sobre los ojos.

Yo aproveché su letargo para fijarme en su complexión delgada, pero fuerte, que no marcaba su camisa granate a rayas pero sí se presumía un esculpido torso bajo ella, así como sus antebrazos fuertes, a la vista por llevar su camisa remangada, y después mi mirada fue hacia su pantalón... a una polla que se marcaba, sin voluntad, solo por mera potencia, y recordé su polla desnuda, entrando y saliendo de María en la noche de la boda, y me pregunté si aquella polla la habría follado también, una segunda vez, dos meses atrás.

Y alcé mi mirada, a mi derecha. Carlos y María estaban muy juntos. Él apoyaba su culo contra su propio coche. Y sucedió en seguida. Sin tiempo a sufrir el momento. Ni a disfrutarlo: Carlos acercó más su cara a ella y ella no se resistió más… Sus labios se unían… Se besaban… Y casi pude sentir en el cuerpo de María el preciso momento en el que sus bocas se abrieron y sus lenguas se tocaron.

Tuve la sensación de que mi corazón se detenía por completo. Otra vez aquella sensación de morbo incontenible. Podía ver cómo movían sus cabezas levemente como consecuencia de aquel morreo que se alargaba. La melena mojada de María caía por toda su espalda y su camisa tapaba un culo y un sexo que todos sabíamos que era libre y que buscaba complacencia.

Carlos al fin lo conseguía. Romper las normas de María. Si bien se lo debía todo a Edu, que parecía haber llegado para acabar con la última barrera. Y yo miraba como aquel hombre sujetaba, casi con ternura, por la cara, a un María, que, entregada, besaba hacia arriba, manteniendo sus manos en la cintura de él.

Cerré los ojos un instante, para disfrutar para mí aquel morbo máximo de saber que tu novia se entregaba a otro, y un olor a tierra mojada me asaltó. Los abrí otra vez y vi que Edu miraba a su derecha, y que veía lo mismo que yo: que Carlos y María se apartaban un poco y que el propio Carlos se llevaba sus manos a su pantalón. Y María parecía esperar, paciente, húmeda, a la intemperie, que Carlos mostrase aquello que ella, una vez su juego había fracasado, podría disfrutar.

Edu no me miraba. Ni se regodeaba. Y algo dentro de mí le preguntó, incluso más entregado que desesperado:

—No te la follaste solo una vez, ¿verdad?

Edu esbozó una mueca instantánea. Y yo esperaba su respuesta como un acusado a la expectativa del veredicto, pero pronto le vi sin intención de responderme, mientras Carlos y María volvían a besarse… pero ahora las manos de Carlos no se veían claramente, pues la propia María me las tapaba, pero sí alcanzaba a vislumbrar que una mano se perdía por arriba y otra por abajo. Que una mano presumiblemente acariciaba sus tetas sobre su camisa mojada y que la otra seguramente buscaba un coño, que, sin pantalones ni bragas, quizás ya estaría palpando y disfrutando sin filtro alguno.

Pero lo peor no era no poder localizar exactamente las manos de él, sino ver que el codo, el brazo derecho de María, comenzaba a agitarse, rítmicamente… y podía ver su camisa remangada… por lo que aquel movimiento plasmaba una paja pura, nítida, sin su truco de no tocar piel. María agarraba aquella polla de Carlos con fuerza y la masturbaba, al tiempo que a veces se besaba y a veces movía su cuello, por lo que su melena bailaba. Y a veces miraba a su derecha, y le besaba, y miraba a su izquierda, asegurándose de que nadie, aparte de Edu y de mí, estuviera asistiendo a aquella tórrida paja bajo aquella llovizna.

Edu se incorporó un poco, y no decía nada. No se regodeaba en que su amigo la hiciera sucumbir, ni me humillaba a mí, ni presumía por haber acabado con nuestra farsa.

Y entonces, en el silencio más absoluto, y sin aviso ni preparación previa, se escuchó un sonido, nítido, certero… Un quejido, un jadeo… y pude ver como María flexionaba ligeramente las piernas…

—Joder… —susurró Edu, que era testigo, como yo, de como Carlos encontraba en María un lugar donde se deshacía.

E inmediatamente después se pudo oír un “Ahh…” jadeado por ella, y pude ver como María detenía la paja, dejando su brazo quieto, y echaba completamente su cabeza hacia atrás, dejando que la llovizna empapase su cara y dejando que Carlos llegase todo lo profundo que quisiera.

—Joder… qué dedazo le está haciendo, ¿no? Me estoy poniendo malo… —dijo Edu, serio — Pues sí que pone mirar… Que me gustase con mi novia ya no creo, pero…

—No me has respondido a si follásteis más de una vez… —dije, casi en una súplica, mientras seguía viendo como María mantenía su cabeza hacia atrás, con su melena que le llegaba hasta la parte baja de la espalda, y como se sujetaba a él, que no se detenía en masturbarla y que ahora enterraba su boca en su cuello.

—¿Qué quieres saber? ¿Para qué? Más bien. Ella más fiel no te pudo haber sido —dijo Edu, en el momento en el que María soltaba su mano, dejando de agarrar el miembro de Carlos, y después apartaba la mano que la invadía en su entrepierna.

Carlos parecía no entender nada. María le decía algo, se recomponía un poco la ropa, se apartaba el pelo de la cara, y se daba la vuelta, y caminaba, damnificada, cruzando la cortina densa y oscura de humedad, hacia nosotros.

Sus mejillas sonrojadas. Su caminar afectado, sus tacones incómodos sobre la tierra enfangada, su camisa mojada pegada a su cuerpo y con dos botones desabrochados de más. Su pelo mojado… y su mirada encendida.

—Edu. Sal del coche —dijo, queriendo sonar digna y entera, pero sofocada y con un hilillo de voz, una vez llegó a aquella ventanilla bajada.

Él la miró fijamente, pero ella no se amilanó:

—Venga. Sal del puto coche. Se acabó.

CAPÍTULO 46

—Tranquila, María. Salgo del coche y vamos en el mío. Pero no se acabó nada —dijo Edu, serio.

—Sal del coche... Por favor —respondió ella, agobiada, en tono bajo, y sin mirarme, y sin mirarle a él. Y pude ver que su escote era dramático; se veía parte de su sujetador color crema y sus pezones atravesaban dicho sujetador y la camisa mojada como dos cristales duros e imparables.

—Dímelo otra vez —forzó Edu —dime que te quieres ir.

—Ya te lo he dicho. Sal del coche ya. Por favor te lo pido...

—¿Para qué? ¿Qué vas a hacer?

—Pues irme a casa —decía María que no parecía saber que Carlos estaba detrás de ella, muy cerca.

—¿Irte a casa? ¿Con Pablo? —insistía él, jugando con ella.

—¡Para! —protestó entonces María, girándose un poco hacia atrás, protestándole a un Carlos que, tras ella, había intentado tocarla.

—¿Pero ya le has acabado la paja? —preguntó Edu.

—No… —se le escuchó decir a Carlos.

—¡Que pares! —protestó de nuevo María a un Carlos que parecía atacar sus nalgas con sus manos.

—Vamos… Que me la estabas poniendo dura… —dijo Edu, que no parecía dispuesto a salir del coche y a cederle su asiento —Precisamente le estaba diciendo a Pablo que esto de mirar tampoco está mal.

—Eres un cerdo… —resopló María, apartándose el pelo de la cara, pero, cansada de pelear, ya permitiendo que Carlos se pegara a ella y tocara su culo.

—¿Cerdo yo? ¿Te vas visto los pantalones?

Ella le miraba con desprecio, pero súbitamente cerró los ojos. Un instante. Y supe que Carlos, desde atrás, estaba acariciando, o tocando, de nuevo algo que a María la hacía ceder.

Su pecho en la espalda de María… y ella echó una de sus manos hacia atrás, a la nuca de él… y dejó que Carlos besara su cuello… Todo pasaba muy rápido, segundos atrás discutía con Edu… y ahora entrecerraba sus ojos y se dejaba acosar… y yo adivinaba que el motivo de su capitulación obedecía a algo que sucedía más abajo, y es que una mano de Carlos hurgaba, por atrás, por la zona de su sexo, gracias a aquel pantalón deshilachado.

Todos nos quedamos en silencio. No se escuchó nada más que un ligero viento y después vi de soslayo como Edu maniobraba en sus pantalones, pero mi mirada se clavaba más en María, allí, de pie, bajo la llovizna, y en un Carlos pegado a su espalda… y ella se dejaba morder el cuello y meter mano por el hueco de sus pantalones agujereados… mientras un Carlos templado, pero ansioso por llegar hasta el final, usaba su otra mano para ir desabrochando los botones restantes de la camisa de María, uno a uno, hasta llegar al último…

… y cuando terminó, apartó un poco la camisa, y apretó, casi estrujó, primero un pecho, y después otro, con fuerza, sobre el sujetador… mientras seguía mordiendo aquel cuello hasta que… simultáneamente a que Edu sacara su polla de sus pantalones… Carlos apretaba otra vez una copa del sujetador de María, y después pegaba un tirón, hacia abajo, y un “¡Ahhh...!” fue exclamado tenuemente por María, en un quejido, y después otro tirón… haciendo que las tetas de María salieran impactantes a la luz, y ella comenzó entonces a sentir la tenue lluvia sobre sus pechos desnudos.

María había protestado en un lamento por aquel tirón, pero agradecía en suaves gemidos lo que Carlos le hacía por abajo. Y Carlos apretaba y soltaba un pecho y después iba al otro. Extenuándola y excitándola. Extenuándome y asfixiándome. Y sentía que mi miembro derramaba gotas en mi calzoncillo y que mi excitación se disparaba. Y miraba de reojo como Edu se acariciaba aquel pollón excelso, sacando sus pesados huevos de su pantalón azul marino y de su ropa interior, mostrando un mástil largo y ancho, tremendo, que me dejaba tan sin habla y sin respirar, como la imagen de María, con su camisa mojada y abierta, con sus tetas volcadas sobre su sujetador, con sus areolas extensas, sintiendo el tacto de la lluvia y flexionando las piernas y jadeando ante aquel dedo o dedos de Carlos que deshacían su coño.

Edu no dijo nada. Ni me miró. Ni se excedió en frase alguna. Solo comenzó a masturbarse, lentamente, viendo como su emisario destrozaba el coño de mi novia y se las apañaba para mostrárnosla, jadeante, mojada… con sus tacones anclados a aquel barro espeso y con su melena mojada pegada a la cara. La imagen de la lluvia mojando su camisa y de las gotas humedeciendo sus pechos hasta hacerlas brillar era tan impactante e hipnótico que yo ni era capaz de abrir mi pantalón para liberar mi miembro, solo sentía mi corazón saliendo de mi pecho, y cómo me temblaba todo, con una excitación suprema. La cara de María era de un placer indescriptible, y cuando una de sus manos fue a uno de sus pechos y se lo apretó, como hacía Carlos con su otra teta, creí que me moría allí mismo del más puro morbo.

María abrió los ojos y Carlos empujó un poco su espalda, hasta que las manos de María se apoyaron sobre la puerta, sobre la ventanilla bajada de Edu. Y un “Ya está bien…” salió de la boca de Carlos, que maniobraba para penetrarla mientras María miraba, afectada, al pollón de Edu. Ya no había mayor réplica, protesta o rebelión. Carlos la iba a follar, contra nuestro coche, con la polla de Edu al alcance de la mano de una María que echó una fugaz mirada hacia atrás, que no supe interpretar si pedía cuidado, pericia o que simplemente la calmase cuanto antes.

Aparté la vista hacia adelante. Miré al cristal dibujado por la llovizna. Yo no existía. Estaba pero no estaba. Y volví a mirar hacia ella, que esperaba, con los ojos entrecerrados, mirando para mí, a que Carlos acabara de maniobrar. Sí, mirando para mí, pero parecía que sucedía por mero azar, pues no parecía verme… solo quería sentir… y entonces se escuchó un sonido, líquido, que también llamó la atención de María, y ella miró hacia abajo, pues aquel sonido provenía del pollón de Edu, de la piel que retiraba, y descubría por fin su glande rosáceo, y grande, e hinchado hasta lo grotesco. La cara de María, al ver aquella polla otra vez, la hizo cerrar los ojos y resoplar, quién sabe si imaginando que quién estaba a punto de penetrarla era Edu o quizás ya se imaginaba siendo follada por los dos.

Y de golpe lo vi en sus ojos, que se abrieron un poco. Pude ver ahí que la polla de Carlos comenzaba a invadirla, y María adornó su invasión con un “Ahhh…” jadeado, dentro del coche, diciéndonos con su gemido y con su mirada que Carlos por fin la penetraba, y éste retiró un poco la melena de su cara con una mano, mientras la sujetaba por la cintura con la otra.

Y después un “Ufff….” prolongado, que nos explicaba que el miembro de Carlos se deslizaba con decisión por su interior. Y la mano de Carlos que le había apartado el pelo fue a una de sus tetas, que apretó con fuerza, y después la soltó, y fue a acariciar la otra, y yo pude sentir, a través de él, el tacto de la teta colgante y mojada de María y de su pezón duro y frío.

Edu se masturbaba lentamente y María entreabría los ojos, y yo ya no existía ni por mero azar; ella solo tenía ojos para Edu, para su masturbación lenta y para su tremenda polla, que era la única que la había calmado de verdad… y la miraba, con ojos llorosos, mientras jadeaba, contenida, pues las metidas de Carlos eran sentidas, lentas… y ella, ansiosa, desprendía que ya quería más.

Los jadeos salían de su boca y eran soplados dentro de aquel coche en el que faltaba el aire. Sus manos dejaron de apoyarse sobre la ventanilla bajada y lo hicieron sus antebrazos, impidiéndonos ver sus pechos enormes balanceados por las embestidas de Carlos, pero permitiéndonos recrearnos más en su boca entre abierta y en su gesto que mostraba un placer inmenso.

Y no hizo falta que Edu pidiese lo obvio, sino que fue ella misma la que, mecida por las penetraciones de Carlos y jadeando unos constantes “¡Ahhh!” “¡Mmmm!” “¡Ahhhh!” abrió un poco más los ojos y, pidiendo consentimiento con ellos, acabó por alargar su mano y rodear, o intentarlo, el pollón de Edu, con su mano. Sacudió entonces un poco su cuello, y su melena voló... y esbozó un “Madre mía...” una vez supo, y recordó, que no era capaz de cerrar su mano al sujetar esa polla, y Edu dejó de masturbarse, dejando que fuera ella la que lo hiciese.

Se miraban. María le pajeaba torpemente, invadida desde atrás, y balanceada, adelante y atrás, por las metidas de un Carlos sosegado. Y la mirada de ella iba a la cara morbosa de Edu y después a su polla inabarcable. Y le premiaba con unos “¡Ahhhhh!” gemidos cerca, que expresaban también gratitud hacia Carlos.

—Saca la lengua. Como a mí me gusta —susurró entonces Edu.

Y ella obedeció, agitada por aquel mecer rítmico de su torso, sacaba la lengua, y cerraba los ojos, y no soltaba aquella polla, y Edu se echó entonces un poco hacia adelante, y llevó su lengua a la de ella, y dibujó allí un circulo extraño, mientras ella jadeaba como podía, y aquel contacto de sus lenguas derivó en un beso, en un morreo infartante… que me mataba del morbo y que me demostraba una complicidad tan excitante como sospechosa.

Algo en mí me obligaba a desnudarme y a pajearme frenéticamente, pero otra me agarrotaba y me infundía dolor hasta tal punto que primero me hizo apartar mi vista, y, tras un “¡Ahhhh!” “¡Dios!” de María, me obligó incluso a salir del coche.

La mezcla de excitación y dolor era tan intensa que yo era dos personas en una. Allí de pie, al otro lado del coche, la oía jadear y oía también a Carlos suspirar. Miré a mi alrededor y no vi absolutamente nada ni a nadie, más que nuestros tres coches aparcados. Y entonces la parte que pedía más morbo y más crueldad asumible, me hizo bordear mi coche por detrás, hasta ver, de lado, a Carlos con los pantalones en sus tobillos y a María con sus tacones clavados en el barro… y la polla de él… entrando y saliendo de ella, mientras la sujetaba por la cintura. Y María se retiró un poco entonces, y volvió a apoyar sus manos… y me miró. Y Carlos también. A dos metros de mí, ambos me miraban, jadeantes; María expresando un gozo tal que casi angustiaba y Carlos un placer medido, y también una especie de orgullo o sentimiento de victoria.

—Fóllame… más fuerte… —le rogó María, mirándome… y Carlos entonces sacó toda su polla, empapada de un líquido espeso y blancuzco de su interior, y yo caminé y me dejé obsequiar por la visión de aquel potente miembro empapado de lo más profundo de ella, por la cavidad oscura y desamparada que era su coño, y por los labios de su sexo… colgantes y totalmente fuera de su cuerpo.

Carlos retiró un poco la parte baja de la camisa empapada de María y pude ver mejor sus pantalones de cuero agujereados. La imagen no podía ser más sobrecogedora y a la vez dantesca: María, con las tetas volcadas sobre su sujetador, con la camisa abierta, con los pantalones agujereados, y con sus tazones clavados en el fango, mirando hacia atrás y suplicando con un “¡Fóllame… Por dios…!” a un Carlos que marcaba los tiempos y que se acariciaba la polla lentamente.

—¿No decías que nada de tocar? —le susurró.

—Fóllame… Cabrón... —jadeó, desesperada, humillándose, en voz alta.

Carlos la mataba con la espera, y ella acabó por incorporarse, y entonces vi la puerta de Edu abrirse, y salió del coche, con su pollón asomando por sus pantalones, y María le echó la mano, le echó la mano a la polla, y se la agarró, y Edu, apartándola, le dijo:

—Venga, vámonos.

Y lo que sucedió después me mató.

Y es que María hizo caso omiso a su petición, y se arrodilló, y se pudo escuchar el sonido de sus rodillas clavándose en el fango, y buscó el pollón de Edu con su boca, y éste le apartó un poco la cara, pero María no se dio por vencida, y se la agarró con una mano, y volvió a echar su boca hacia ella, desesperada, desinhibida, hasta casi patética… y consiguió su extravagante propósito… abrió su boca… y la engulló… toda la punta… el glande que apenas conseguía abarcar… haciendo que Edu gimiera un “Joder…”; y él allí, de pie, asistía alucinado a cómo María se la chupaba y comenzaba a mamar de su polla, ensimismada, ida, moviendo su cabeza adelante y atrás, y gimiendo además con cada chupada unos “¡Mmmm…!” “¡Mmmmm…!” vergonzantes… ridículos… que me mataban del morbo y también me impactaban por ser testigo de aquella caída brutal, de ver la transición de la más absoluta rectitud y elegancia, a verla engullendo aquella polla, como una auténtica guarra, con sus pantalones agujereados por la zona del coño, con sus rodillas manchadas de barro, y con sus tetas enormes desbordando su sujetador aplastado, que iban y venían como consecuencia de la mamada tremenda que le hacía a aquel cabrón que la volvía loca.

—Shhh… tranquila —le susurró Edu, en un recochineo desagradable, al tiempo que le recogía un poco el pelo y seguían aquellos “¡Mmmmm!” “¡Mmmmm!” ásperos y ahogados de María, con los ojos cerrados… y ella recogía sus huevos con una mano y le pajeaba con la otra, y soltaba después sus huevos y se acariciaba una teta… temblorosa, nerviosa, casi histérica, adorando aquella polla como un fetiche secreto y obsceno.

—Ponte las manos atrás —le dijo Edu, y ella obedeció, y comenzó una mamada aún más sumisa, con sus manos en su espalda, chupándosela solo con la boca, en una mamada que se hacía más húmeda, mezclándose la saliva con el pre seminal y con la lluvia, por lo que la cantidad de líquido que caía de la comisura de sus labios se multiplicó.

Yo, impactado, asistía petrificado a cómo María dejaba que aquella saliva y aquel pre seminal desbordase su boca y todo cayera sobre sus tetas y sobre su camisa que se le pegaba al cuerpo por la humedad de la lluvia. María gemía adorando aquel pollón con tal ansia que parecía que le lloraban los ojos del deseo, y su cabeza adelante y atrás y su torso adelante y atrás y aquellos “¡MMMM!” “¡MMMM!” desesperados, patéticos y atronadores que nos envolvían a los cuatro y yo seguía sin dar crédito a verla así de sumisa y ridícula… y Edu, con los brazos en jarra miraba hacia abajo y le abría la camisa para ver sus tetas con más claridad, y susurró un “Joder… tranquila...” que me dejó sin aire.

Miré rápidamente a mi alrededor y vi que el aparcamiento era una densa oscuridad vacía y que Carlos se masturbaba cerca de ellos. Y entonces me abrí los pantalones y no tardé un segundo en comenzar a sacudir mi miembro frenéticamente… Me dolía su humillante derrumbe, pero no podía aguantar ya tanta excitación.

Cuando un “Fóllame, tú. Por favor... Fóllame tú….” de María hacia Edu ,salió implorado, rogado, y a toda velocidad de su boca. Y ella se echaba para atrás y cogía aire, dejando que la lluvia y la saliva cayera por sus tetas brillantes y erizadas. Pero, con el movimiento, su camisa abierta se cerró un poco, cubriendo sus tetas como una segunda piel, y entonces ella misma se la apartó, obsequiándole otra vez con sus pechos desnudos; para convencerle, de una forma descarada y obscena, soez, de que la follara.

—Chúpasela a él, y mírame a mí —ordenó Edu, y María, al instante, giró su cara y miró a Carlos, que dio el paso necesario para que la polla de él quedara frente a su cara.

Y tuve que detener mi paja para no explotar en el momento en el que María alargó su mano, se echó el pelo a un lado, engreída, a pesar de su extravagante situación, allí, obediente, sumisa, arrodillada, calada y desesperada, y ya sin rastro de amor propio, bajó un poco más su sujetador y miró a Edu al tiempo que se metía la polla de Carlos en la boca… Polla que engullía y que marcaba su boca, su mejilla, su moflete, de manera exagerada e infartante… y ella mantenía los ojos bien abiertos, mirando a un Edu que, con los brazos en jarra, contemplaba su entrega y claudicación total.

Y lo que vino después fue una mamada impresionante sobre aquella polla de Carlos… Se recreaba en el tronco, en los huevos, en la punta… Se apartaba el pelo, se abría la camisa o se acariciaba un pecho… y todo para él, por él, por Edu, al que miraba casi constantemente, mostrándole lo que podría tener cuando él quisiera y cuantas veces quisiera. Con sus rodillas manchadas y con la punta de sus tacones clavados, y con su camisa empapada, movía su cabeza adelante y atrás y engullía con unos “¡MMMM!” “¡MMMMM!”, ridículos, casi grotescos, y sonoros… la polla de Carlos que brillaba, cada vez más líquida y más limpia… y después María recordaba lo que a Edu le excitaba y se llevaba sus manos atrás, cerraba los ojos y se la chupaba, sin usar las manos, en uno movimientos exagerados no solo de su cabeza, sino de todo su torso… y más saliva y más pre seminal y más llovizna y yo no podía más…

… y de golpe María retiró su boca… cogió aire y le dijo a Carlos:

—Córrete en mi cara si quieres… y tú… fóllame después… Por favor….

Y su frase me mató… y debió impulsar a Carlos… que se llevó su mano a su polla y apenas la tuvo que sacudir más de tres o cuatro veces, y alargó su otra mano, y fijó la cabeza de María, la cual, de rodillas, miraba a Edu, y un sonido grave salió de la boca de Carlos y un disparo blanco brotó espeso, condensado, contundente y pastoso, y manchó la mejilla de María con tal fuerza que el chorro salió rebotado, y ella intentó mantener la mirada a un Edu que se mantenía chulesco, y otro chorro impactó en su rostro, y otro, y otro, y Carlos se deshacía en gemidos rudos, y ella cerraba los ojos y giraba finalmente su cara hacia él, y dejaba que se viniera todo lo que quisiera sobre su frente, su mejilla, su mentón, su cuello, sus tetas, y su camisa… La bañaba entera, humillándola, y su semen se fundía con la humedad de la lluvia que ya había sobre su cuerpo.

Aquella imagen era tan brutalmente sucia... y sexual... que ni siquiera Edu se pudo contener, y viéndola allí, arrodillada y calada por Carlos, y sin casi poder abrir los ojos por los chorretones espesos que habían mancillado su frente y caían hacia abajo, llevó sus manos a su cara y le ayudó a limpiar un poco aquella deshonra en forma de líquido blanco, sin reparo alguno.

La ayudaba a limpiarse. Protector. Y le susurró:

—Te voy a follar aquí. No puedo más. Ponte a cuatro patas aquí mismo.

Hacía tiempo que no había nada de resistencia. Era todo entrega y sumisión. Del todo a la nada. Y eso pensaba mientras veía como ella, aún sin poder abrir bien los ojos, y con semen de Carlos aún colgando de su mentón, apoyaba también las manos en la gravilla mojada, y me miró, por última vez… y yo ya no vi nada… ya no la reconocía… al tiempo que Edu se arrodillaba tras ella y Carlos se guardaba la polla y miraba a su alrededor comprobando que nadie nos pudiera ver.

—¿Cuanto hacía que no te follaba, eh? —jadeó Edu, arrogante y chulesco, arrodillado tras ella… ya con su polla cerca de aquella abertura deshilachada de su pantalón de cuero.

—¿Cuanto hacía que no te tocaba estas tetas… eh? —le susurró, alargando una de sus manos y colándola por entre su camisa, hasta acariciar sus pechos que colgaban empapados por la lluvia y pegajosos por la tremenda corrida de Carlos.

María miró hacia adelante, a cuatro patas, entre los dos coches, y alzó la cara, con los ojos cerrados, para disfrutar del momento que se avecinaba, momento con el que seguro había fantaseado multitud de veces.

—¿Quieres que te folle, eh? —le susurró, ya colocando la punta —Dímelo.

—Sí… Vamos… Quiero que me folles… —resopló María, que no aguantaba un segundo más sin ser complacida.

—Pídemelo.

—Fóllame… Fóllame ya… Y después en tu casa… o en un hotel… me vuelves a follar...

—¿Quieres que te folle en un hotel? ¿Cómo a una guarra?

—Sí… —jadeaba María… — Cómo a una puta… Allí me follas cómo a una puta...

—¿Sí?

—Sí… Cómo a una cerda… ¡Quiero que me folles como a una cerda…! —jadeaba humillada, entregada.

—Te sientes cerda, ¡eh! Míranos… Mírate… Al final te follo en este barrizal de mierda… Como a una cerda… ¡eh!

—Sí… ¡Dios…! ¡Métemela ya…! —le rogó.

Y Edu colocó su pollón entre los labios carnosos y maltrechos de María, apuntó, se la sujetó por la base, puso su otra mano sobre su cadera, e invadió el coño de ella con fiereza, con crudeza y un “¡Aahhhhh!” “¡Diooos!” salió exclamado de la boca de María… Se la metía hasta la mitad y la otra mitad se la incrustó de otro golpe... y María chilló un estremecedor “¡¡Oooohhh!!” “¡¡Ahhhhhh!!” y Carlos alucinaba y yo no podía creer que le cupiera aquello y no me podía creer verla allí, con la polla de Edu clavada hasta los huevos, con sus manos y sus rodillas en el barro… ella siempre tan delicada, soberbia y elegante… allí, follada…con su ropa cara, pero follada como una vulgar furcia… y vino un vaivén vehemente, pues Edu se la metía con inclemencia y rapidez, en penetraciones feroces… que la hacía gemir unos desgarradores “¡¡Aahhhhh!!” “¡¡Aahhhhhh”! y hacían que sus tetas fueran adelante y atrás y que el semen que colgaba de su barbilla se balancease, adelante y atrás, sin romperse…. Y Edu la sujetaba del pelo o apretaba sus nalgas, enfundadas en el cuero negro… y yo me llevé la mano a la polla al tiempo que María se acariciaba una teta, sin importarle mancharla de tierra húmeda y gemía excéntrica y desvergonzada:

—¡¡Dioos!! ¡¡Damee!! ¡¡Eduu!! ¡¡Dame así!!

—¿Te gusta así?

—¡¡Diooos…!! ¡¡Síí!! ¡¡Fóllame así!!

—¿¡Sí!?

—¡Síí! ¡¡Dios...!! ¡¡Es que me corro ya…!! ¡¡Me matas!! ¿¡Qué me haces…!? ¡¡Me corro ya…!! ¡¡Dios!! ¡¡Es que me corro ya…!! —jadeaba María, alzando más la cara, dejando que la lluvia acabase de limpiar los restos de semen de su rostro, y sin importarle seguir manchando su tetas con su mano sucia de tierra mojada... y se deshacía del gusto... y se corría en gemidos chillados… en apenas dos minutos… solo por Edu, por ser la polla de Edu… la polla que la calmaba por fin… y Edu alargaba su mano, para tapar su boca y ella gemía allí su orgasmo, con los ojos abiertos, y de una manera impactante, en unos “¡¡Hmmmm!!” “¡¡Hmmmm”!! que se acompasaban con las embestidas de él… y la melena de Edu iba y venía, y ella apoyaba hasta sus codos en el barro y se seguía corriendo, y Edu liberó su boca y le susurró “¡Córrete! ¡Cerda…! ¡Sigue corriéndote!” y ella chillaba su orgasmo en unos ¡¡Me corro!! ¡¡Edu!! ¡¡Me corro!! desvergonzada, humillada, entregada… y seguía con sus ¡¡Ahhh!! ¡¡Dios!! ¡¡Me corro!! gritados, y apartando su camisa para apretar sus tetas, manchando la seda blanca también de barro… sin importarle nada más que correrse y que Edu la siguiera follando…

…y la imagen de la polla de Edu entrando y saliendo, llenándola, clavándosela hasta los huevos, calmando, cómo solo él podía calmar el tremendo coño de María, extasiándola, era tan impresionante que me ahogaba… y María bajaba la cabeza, humillada, y seguía acariciando sus tetas, con sus manos que le temblaban, y seguía cachonda a pesar de acabar de correrse, y Edu detuvo entonces sus embestidas, alargó su mano y le metió un dedo en la boca… y le susurró:

—Menuda cerda estás hecha...

Y María chupaba aquel dedo, con los ojos cerrados, implicada, y movía su cadera para llenarse de Edu, que no se movía.

—Joder… qué locura —susurró Carlos y yo no me podía ni mover.

Y Edu retiró su dedo y después echó su cuerpo hacia atrás, un poco, y más, y más… hasta que su polla, larguísima y ancha, acabó por salirse de dentro de ella.

La imagen de María, con su coño abierto y encharcado, sus pantalones agujereados, sus tacones, rodillas, y codos en el barro, era tan impactante que yo seguía sin poder coger aire. Su camisa de seda estaba tan mojada que se le pegaba a su espalda y uno de sus pechos como si no fuera blanca sino completamente transparente.

Edu acabó por ponerse de pie y María hizo lo propio, pero muy torpemente.

Se giró entonces María hacia él, y le susurró, en voz baja:

—Vamos a éste hotel ya.

—¿Quiénes? —preguntó Edu, también en voz baja.

—No sé… Tú y yo… Y Carlos… si quieres.

Aquello lo sentí tan profundamente… que… abatido, guardé mi pequeña polla en mis calzoncillos y metí mi mano en mi bolsillo de la chaqueta. Saqué el teléfono de María y se lo quise dar a Carlos.

—Espera… que yo no sé si quiero participar de todo esto —me dijo él.

—Me da igual. Dáselo entonces tú. Por favor —le dije, se lo di, y me dirigí hacia mi coche.

Me subí en él y no quise ni mirarles. El deseo más brutal me envolvía. No me podía creer lo que acababa de vivir, pero aún así no era capaz de mirar si efectivamente se iban los tres, o los dos, o si follaban en un coche, o en el hotel… o en casa de uno de ellos.

Se me saltaban las lágrimas sabiendo que aquello era el final, que María no me había ni mirado, que no me quería, que parecía cada vez más claro que me había sido infiel… Por primera vez sentí un resquemor… que no llegaba a ser odio, pero sentí que algo de amor por ella se iba… se iba con aquella noche… que no dudaba en aquel momento que sería la última.

Salí del aparcamiento y una lágrima brotó de uno de mis ojos, descendió por mi mejilla, y llegó a mis labios, y la noté saladísima, y me la sequé, enfadado, con María, conmigo mismo… con mi estúpido juego, con mis fantasías…

…Y me desprecié, ferozmente, como nunca lo había hecho, sabedor de mi culpa.