Jugando con fuego (Libro 4, Capítulos 37 y 38)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 37

Era difícil de entender cómo habíamos llegado a aquella situación. Carlos parecía el más entero y María la que más luchaba por disimular un estado de excitación que era obvio.

—Vamos —insistió entonces aquel hombre que yo sentí más grande, como que ocupaba todo el salón.

María miró hacia atrás de nuevo, pero no miró mi miembro, sino a mí, y no supe si con su mirada enigmática me decía que me apresurara a colmarla, o si me pedía que se lo hiciera bien para que así ella pudiera mostrar mejor y con más potencia su sexualidad.

—Esperad... —dijo Carlos, prestándose a mover poco la mesa de centro, con la intención de que María apoyara allí sus manos.

A mí se me salía el corazón del pecho, pero mi polla quería disfrutar ya de aquel coño de María que adivinaba ardiente, gracias a Carlos, no gracias a mí.

Ella se inclinó hacia adelante, posando sus manos, y le miraba, de frente. La visión de sus pechos colgantes tenía que ser majestuosa para Carlos, igual que para mí se hizo majestuoso su culo erguido, sus piernas un poco flexionadas enfundadas en aquellas medias… su liguero… y sus bragas, tensas, anudando sus tobillos.

—Venga, Álvaro… Fóllate a la abogada esta treintañera que ha venido a nuestra fiesta —decía Carlos, quizás fingiendo ser Guille, sin sobreactuar, disimulando su disfrute, como si el juego fuera así y así tuviera que representarse.

Me acerqué entonces a ella, con mi miembro durísimo, y le subí un poco más la falda que se arrugaba en la parte baja de su espalda… y después me aparté un poco, y me incliné para comprobar la situación en la que se encontraba su sexo… y vi sus labios desprendidos, brotando con contundencia, y con un brillo que no dejaba lugar a dudas. Su coño florecía radiante y ansioso por aquellas caricias que ella había recibido de Carlos, aunque éste no hubiera tocado piel, y yo pensé que María nunca había mostrado un coño así de espléndido y ansioso por mí.

Ansié agacharme y enterrar mi cara, mi nariz, en su sexo, y oler de aquel aroma denso producido por aquel hombre que nos contemplaba hierático, con su torso bien pulido, su camisa blanca abierta, su reloj plateado ostentoso, su mirada azul y aquella polla de goma ajustada con engreimiento. Pero no me agaché, sino que obedecí; se me pedía ser Álvaro y lo intentaría ser. Y María me pedía que se lo hiciera bien, para disimular nuestras vergüenzas, y así debería ser.

Antes de penetrarla pasé dos de mis dedos por su coño y sentí un tacto sobrecogedor. Y es que se deshacía. Sus labios se notaban tan tiernos... que llegué a marearme de la impresión... y entonces mis dos dedos entraron solos en su interior, como si nada, empapándome de su humedad íntima, y ella ni jadeó, ni se inmutó. Retiré mis dedos y apunté después con mi miembro durísimo. No hacía falta separar aquellos labios salidos y extensos porque ya estaban apartados, representando el ansia de ella misma.

Coloqué entonces la punta en la entrada y empujé. Me introduje dentro de ella, y ella me acogía, de un golpe, de una metida, hasta el fondo, y su calor me embriagó; estar dentro de María nunca me había producido tanto placer y tanto aumento de temperatura, y quise escuchar su respiración, pero no oí absolutamente nada.

Alcé la vista y Carlos se sujetaba aquella goma por la base y su otro brazo lo mantenía en jarra. Le miré, pero él miraba hacia ella, la cual le aguantaba la mirada.

—Piensa en el Álvaro ése. Cierra los ojos —dirigía Carlos aquello que en su origen había estado llamado para que lo dirigiéramos nosotros.

María, con las piernas flexionadas y apoyada sobre la mesa de centro, recibía aquellas metidas mínimas, pues yo no quería salirme, y movía su melena a un lado y a otro, queriendo extrapolar una soberbia cuando ya era difícil no reconocer que de nuevo perdíamos la partida con aquel hombre.

Me enterraba en ella y notaba levemente las paredes de su coño abrazarme, mientras la sujetaba por la cadera y acariciaba sus nalgas frías y extensas con suavidad.

—¿No gimes? —preguntó Carlos. Simulando ser curioso. Queriendo ser hiriente.

Y María cometió el error de jadear, en aquel preciso momento, no exageradamente, pero sí de forma algo forzada, humillándome a mí, y humillándose ella.

La follada se aceleraba un poco, quizás gracias al engaño del jadeo, y al menos el culo de María recibía los impactos de mi pelvis en un “plas, plas” que resonaba por el salón en un tono bajo, pero audible. Y María respiraba a cada embestida, soltando el aire, sacudiendo a veces su melena, y mirándole.

Cuando un sonido desagradable nos sobresaltó, y Carlos en seguida pidió disculpas y dio el par de pasos necesarios para acercarse a la mesa sobre la que María se apoyaba, y se hacía con su teléfono.

Le vi, allí de pie, con su móvil en su mano, y con aquella polla de goma a escasos centímetros de la cara de María, y pensé que rechazaría la llamada, pero descolgó y se llevó el teléfono a su oreja.

Su chulería me tensaba y me enervaba y remataba a María, la cual bajaba la cabeza, para no sentir la presencia de él, ni de aquella polla, inerte y enorme, tan cercana a su cara… a su boca… y yo seguía con mi mete saca mecánico… cuando él dijo:

—Sí… ey… qué tal… No. No. Dime. Dime.

Yo separaba un poco las nalgas de María, para ver y maravillarme de cómo mi polla entraba y salía, de cómo se deslizaba, perforaba, su espléndido coño, mientras ella se mantenía en silencio y Carlos hablaba por teléfono:

—Sí. Es lo que te dije. Pero si ya está la declaración de ruina técnica. Ya está el acto administrativo…

Él no parecía afectado, hablaba de sus negocios con quién sabe quién, mientras tenía a María, a centímetros, vestida con aquella ropa, siendo follada… por mí… y para él. Y yo sentía que el coño de María se fundía, se deshacía tanto que yo empezaba a no sentir nada…

Carlos seguía hablando por teléfono y comenzó a quitarse la camisa y la acabó colocando sobre el respaldo de una silla, donde casualmente María siempre colgaba su americana cuando venía de trabajar. Y ella alzó la mirada un instante, hacia la nada, hacia la pared, y noté como echaba el culo hacia atrás, para que se la metiera más hasta el fondo, y ella misma con su cuerpo comenzaba a marcar un ritmo superior… y yo me acompasaba a ella… resonando de nuevo un “plas, plas” más sonoro que antes, pero ella seguía sin jadear, quizás siendo consciente que era aún más humillante si fingía.

Cuando pensé que Carlos finiquitaría su conversación, se desplazó hasta colocarse frente a María, y mientras decía: “A ver Edu, joder, que ya han desalojado, que no hay nada que esperar” se quitaba aquella polla de goma con su mano libre y su pollón real, ancho, enrojecido, con su glande despejado y brillante, se colocaba a centímetros de la cara, de la boca entre abierta de María.

Lo peor no fue su chulería, lo peor no era que el plan, el de ellos dos, les saliera a la perfección, lo peor no era como mis pulsaciones se dispararon, lo peor fue el latigazo, el espasmo, el temblor en las piernas de María, que flojearon, cuando se escuchó la palabra “Edu”.

Aquel bochornoso tembleque de sus delgadas piernas me humilló a mí y la humilló a ella. Si bien Carlos seguramente no se había dado cuenta. Un Carlos que mantenía su pollón a centímetros de la cara de mi novia mientras hablaba con su primer amante, con su preferido, con el que mejor la había follado. Y yo, follándola, empujándola con mi cadera hacia él, no podía negar, a pesar de todo, que quería que María sucumbiera… y que abriera la boca… y que se introdujera aquel pollón de aquel hombre… aunque aquello supusiera nuestra derrota total.

Carlos por fin mostró un poco de impaciencia y avanzó hasta casi hacer que su miembro rozara con los labios de María, y ella apartó entonces la cara. La agachó y la giró y gimoteó hacia atrás un “dame…” desesperado y morbosísimo, para mí, ingenua, pensando que yo aún la podría hacer ganar.

Aquel hombre acabó por colgar el teléfono y lo posó de nuevo en la mesa, y dijo:

—Perdón por la interrupción… y gracias por no hacer ruido. Podría haber sido bastante incómodo.

María alzó la mirada de nuevo y yo aceleré un poco más, buscando el roce de las paredes de su coño, dispuesto a correrme si era necesario.

Carlos, entonces, con una mano sujetaba el arnés y la otra se la llevaba a su polla y se colocaba de nuevo frente a María, y comenzó a masturbarse frente a ella, frente a su cara.

—Seguro que Álvaro te follaba más fuerte, ¿a qué sí? —dijo y me miró, como haciéndome un gesto para que acelerase— ¿Si o no? —insistió.

—Sí… —susurró María, con la cabeza alta, sin amilanarse por tener su pollón a veinte centímetros de su cara.

Yo aceleré entonces y el sonido de nuestros cuerpos chocar se hizo más audible. Sentía placer, pero a la vez sentía poquísimo roce. Y me daba la sensación de que ella no sentía nada. Carlos insistía en que yo fuera Álvaro y alargué una de mis manos hasta alcanzar la melena de María que caía desordenada por su espalda.

—¿Te tiraba del pelo? —preguntó Carlos, al ver lo que yo hacía.

—Sí… —gimoteaba María, excitada, pero lejos de ser colmada, y yo recogía parte de su melena con aquella mano y tiraba hacia mí, al tiempo que la penetraba hasta el fondo y entonces un “¡Hummm!” regio, contundente, fue gemido por ella al tiempo que levantaba la cara como consecuencia del tirón.

Me follaba a María con fuerza, con golpes secos, buscando aquellos “¡Hummm!” rítmicos, animales, y algo burdos de ella, y Carlos pedía más:

—Te tiraba del pelo… y te daba en el culo… ¿A qué sí? Claro, joder, en esos polvos de borrachera, y más con una treintañera con esta pinta de putón, se hace todo eso y más.

Quise obedecer su orden indirecta, así que liberé la mano que la sujetaba por la cadera, y le di un azote en el culo, una palmada con la mano abierta, que resonó con fuerza. Azote que Maria asumió impasible. Y una vez dado el golpe agarré con energía, casi con saña, aquella nalga, alcanzando a ser un poco Álvaro por primera vez.

Cerré entonces los ojos y me dejé ir… azotaba su culo, le levantaba la cara por el tirón de pelo y buscaba con mis golpes de cadera aquellos “¡Hummmm!”, “¡¡Hummmm!!”, que al menos me hacían sentir que notaba algo de mi mediocre polla en su interior. Y Carlos seguía masturbándose frente a su cara, quizás queriendo explotar en ella o quizás dudando si volver a intentar metérsela en la boca. Y hablaba serio, implicado, y martilleante:

—Eso es… cuando te encuentras con zorrón así… hay que azotarle el culo hasta despertar a los vecinos y hay que tirarle del pelo hasta que el zorrón proteste. ¿Tú protestabas?

María no respondía y yo seguía escuchando sus “¡Hummm!” “¡Hummm!”, cada vez más largos, y abrí los ojos y la vi con la cabeza alzada, aguantando mis tirones y mis azotes y queriendo seguramente que Carlos se viniera en su cara.

—¿No me respondes? Seguro que no protestabas…. —decía Carlos, gozoso pero contenido —No… claro que no… cómo ibas a protestar… con la polla que tienes en casa como para protestar para una vez que te follan bien…

—Cállate ya… —se quejó María, en un gimoteo de hastío, alzando más la cara, y después jadeó unos “¡Ahhh…!” “¡Ahh…!” y se giró, hacia mí, y entrecerró los ojos y dijo rápidamente, casi montando las palabras: “¡Aaahhh...!” “¡Au…!” “¡Ohh...!” premiándome así por los tirones de pelo, por los azotes y por mis penetraciones profundas.

A Carlos no le importó perder aquella batalla, pues sabía que iba ganando la guerra, y no replicó la queja de María, sino que se movió hasta colocarse a su lado, como había hecho en su casa. Y, cuando ella volvió a llevar su mirada hacia adelante, él levantó un poco su camisa negra, para ver mejor como rebotaban sus tetas libres por mis embestidas. María se mantenía firme, mirando al frente, y jadeaba sus “¡¡Ahhh!!” “¡¡Ahhhh!!” que ya adornaba con unos “¡¡Damee!!” y cerraba los ojos, pensando en Álvaro, o en el propio Carlos, mientras éste contemplaba hipnotizado el vaivén contundente, rítmico y algo ridículo de sus enormes pechos.

—Joder… qué tetas. Tócate una… acaríciatela… —dijo Carlos, intentando mantener la compostura, pero impactado por la majestuosidad de ver a María así de expuesta.

Y ella, con los ojos cerrados y sus “¡Hummm!” “¡Ahhhh!” se traicionó y obedeció, llevando una de sus manos por dentro de su camisa hasta sujetar uno de sus pechos, conteniéndolo, acariciándolo, y evitando en cierta forma que siguieran sus tetas rebotando imponentes, y a la vez algo ridículas, una con la otra.

—Pero no te mates… —dijo Carlos al ver que ahora le costaba mantener el equilibrio por apoyarse solo con una mano —Te gusta tocártelas mientras te follan ¿verdad?

—¡Ahh…! ¡Ahh…! ¡Hummm! —respondía María, en jadeos entrecortados, no excitada porque yo la follara, sino porque él la viera y la admirara.

Aferrada a su teta, con los ojos cerrados, aguantando, soberbia… mostraba por fin su sexualidad infartante y que pocas veces podía mostrar, y yo abandonaba los azotes pero la mantenía sujeta por el pelo.

—Ya me di cuenta el otro día de que te gusta tocártelas.

—¡Ahhh…! ¡Hummm…! ¡Dame…! —gimoteaba… y Carlos insistía:

—Tienes complejo porque son grandes... eso lo noté en tu despacho, pero son bonitas de cojones... y te pones cerda cuando te las acaricias mientras te la meten. ¿A qué sí…?

—Mmmm….

—¿Qué…?

—Que… ¡sí…! —reconoció María, por fin, tocándosela, apretándosela... y yo tiré más de su pelo y aceleré aún más, y el sonido de nuestros cuerpos chocar ya nos envolvía con crudeza.

—Llámale Álvaro… Dile, “Álvaro, fóllame”

—¡Mmm…! ¡Sí…! ¡Álvaro, fo-lla-mé…! —gimoteaba María, marcando las sílabas y yo sentía que me corría.

—Pídeselo…

—¡¡Mmmm…!! ¡¡Dios…!! ¡¡Así…!! ¡¡Álvaro, fóllame…!! —sollozaba María, entregada, disfrutando por fin de sí misma, agarrada a su teta, con las piernas flexionadas que le temblaban…

—Dile que has venido a su fiesta a calentarle…

—¡¡Mmm…!! ¡¡Jo...der…!! ¡¡Sí…!!

—¡Díselo…!

—¡¡Mmm…!! ¡¡ Hummm…!! ¡¡Ahhh!! ¡¡Sí…!! ¡¡Álvaro…!! ¡¡ME HE VESTIDO ASÍ PARA QUE ME FOLLES!!

—¿Sí?

—¡¡Mmmm…!! ¡¡ AHHHH!! ¡¡Sí!! ¡¡Mmm!! ¡¡DIOS!! ME HE VESTIDO COMO UNA GUARRA PARA QUE ME FOLLES!! —chillaba María y yo ya no podía más… y me detuve… y María entendió mi parada:

—¡¡Mmmm…!! ¡¡Ahh!! ¡No! ¡No te corras! —casi gritó, y yo sentía que un torrente me invadía, cerré los ojos con fuerza y no pude más… me dejé ir… y comenzaba a sentir un placer inmenso que partía de los dedos de mis pies y de mis manos, y desembocaba en la punta de mi polla que explotaba, se derramaba, y cada latigazo de semen que yo enterraba en la profundidad húmeda de su sexo era una oleada de placer que me hacía temblar y casi caerme… Me corría jadeando, desinhibido, mientras María protestaba y aquel hombre nos miraba… No paraba de inundarla… y ella repetía un “¡No te corras!” que ya era absurdo, pues tenía que estar notando los chorros en su interior… y mi orgasmo finalizaba y entonces me quedé aún más quieto, todo lo dentro de ella que podía, sintiendo que las últimas gotas aún brotaban… hasta vaciarme por completo.

Se hizo un silencio intimidante y yo me salí de ella, demasiado aturdido cómo para pensar en qué situación nos dejaba aquello.

María se incorporó entonces y yo me senté en el sofá. Ella, de pie, con las bragas anudando sus tobillos, la falda en su cintura, las medias, el liguero, los tacones y la camisa abierta, se despegaba la melena apelmazada de la espalda… y Carlos y yo pudimos ver como una gota blanca y densa caía desde su coño por el interior de uno de sus muslos y acababa agolpándose en el encaje de sus medias. Y ella despegaba con calma y delicadeza su camisa de la espalda y de sus pechos sudados, acalorada, sabiendo que nos deleitaba con aquella corrida fluyendo hacia abajo, pero fingiendo que aquello no era impactante.

Miré entonces a Carlos, pues me extrañaba que llevara un minuto o dos en silencio, y le vi, con la polla durísima… pero que empezaba a ocultarla, colocándose de nuevo el arnés.

—Joder… me voy a limpiar —dijo María al tiempo que se agachaba, cogía sus bragas, las sacaba por sus tacones y las posaba en la mesa.

—No. Siéntate —ordenó Carlos, sin dudar.

Ella le miró extrañada y le dijo:

—¿De qué vas?

—Siéntate. Siéntate un momento —le pidió entonces, en otro tono. Tenso pero no autoritario. Y pude ver cómo él ya se había colocado el arnés, otra vez sin hacer uso de las cintas.

María accedió, peleona pero expectante, y acabó por sentarse a mi lado, y yo me subí el pantalón como si una extraña vergüenza me asaltara de repente.

Carlos se acercó hasta colocarse frente a ella. Otra vez con aquel arnés frente a su cara.

—¿Qué haces? —protestaba ella, fingiendo que no se había quedado a medias, que no deseaba explotar cuanto antes y como fuera.

—Abre la boca.

—No…

—Ábrela. Tócate y córrete. Y podremos decir que ha sido una buena noche.

—¿Tú crees?

—Parece claro.

María, sentada en la punta del sofá. Con su coño desnudo y goteando de sus propios flujos y de mi semen allí… dudaba si claudicar, si bien no tocaría carne y a la vez conseguiría su orgasmo.

—Puedes pensar en mí, si quieres, no hace falta que hagas como que se la chupas a Álvaro.

—Puedo pensar en Guille también.

—¿Lo prefieres que a mí?

—Por supuesto —dijo María, abriendo su boca, y mirando hacia arriba.

Carlos, completamente desnudo, miraba hacia abajo y contemplaba como ella se metía aquello en la boca, como si se la chupase a él. María disfrutaba de saber que él ansiaba quitarse aquello, que se moría por sentir su lengua y su boca calientes comiendo y chupando de su miembro… y eso le dio confianza como para bajar sus manos a aquel sexo que humedecía el sofá.

Yo la miraba… cómo empezaba a chupar aquella goma… con los labios de su coño abiertos y empapando el sofá, con su camisa abierta y sus tetas grandes... libres… con sus pezones durísimos, con sus areolas extensas… mirando hacia arriba… hacia él… y se daba placer con sus manos… hasta jadear en aquella goma… llegando a cerrar los ojos… La imagen era impactante, tanto que volvía a sentir excitación a pesar de haberme corrido pocos instantes atrás.

—Joder… No me entero de nada… —protestó Carlos y yo entendí mejor que nadie su queja.

Y María seguía, lamiendo, chupando, succionando; a veces cerraba los ojos y gemía allí, a veces los abría y miraba hacia arriba, a veces se echaba hacia atrás, para coger aire y mostraba toda la saliva que vertía sobre aquella goma, a veces movía su cuello en círculos con maestría, gustándose… y siempre, siempre con su mano precisa, implacable, frotando su clítoris… cada vez más cerca de llevarla al éxtasis.

Carlos, con los brazos en jarra, con sus ojos azules achinados, con sus pectorales robustos y curtidos, miraba hacia abajo y parecía aceptar que ella consiguiera su premio, dejando que la victoria de la primera parte del envite hubiera sido para él y la segunda para ella… pero volvió a protestar:

—No me entero… Por lo menos dime que te imaginas que me la comes a mí…

Y ella le escuchó y cerró entonces los ojos y comenzó a mover su cabeza adelante y atrás, casi frenética, en movimientos largos, metiéndose aquel aparato hasta la mitad de cada vez, rápido, y gimoteando allí, jadeando, de forma ahogada unos “¡Mmmmm!” “¡Mmmm!” morbosos e hipnóticos que le desesperaban…

… y al tiempo ella ya casi alcanzaba su clímax, su explosión, como consecuencia del frote preciso y a la vez casi furibundo de aquella mano, de aquel brazo que se movía a gran velocidad.

—¡Mmmmm! ¡Mmmmm! —gimió más fuerte ella… que ya se corría… y entonces Carlos le apartó la mano, como había hecho en su casa, deteniendo su estallido. Y ella apartó la boca, y miró hacia arriba.

—Recuéstate —le pidió.

Ella, molesta por su interrupción, obedeció, pero no con la intención de perder su orgasmo, sino de retrasarlo y de disfrutar de él en una postura más cómoda.

Efectivamente se recostó y volvió a llevar su mano a su coño, le miró, y le dijo:

—¿Quieres ver cómo me corro?

—Puede ser… Pero ábrete la camisa.

María le miró fijamente y, aprovechando que su camisa tapaba sus pechos, le dijo:

—No… Decías que te llegaba con mi cara.

Carlos no tuvo réplica y María, con la camisa bastante cerrada, pero con sus pezones marcando la seda, y con la contundencia de la silueta de sus pechos creando dos enormes montañas bajo la camisa, llevó esta vez sus dos manos a su sexo, para terminar por fin.

Lo que vino después fue una María que cerraba los ojos, entreabría la boca, jadeaba, y frotaba su coño, casi ida… pensando que por fin ganaría, que Carlos no la había tocado y que había disfrutado de un sexo diferente, casi tan bueno como si la follara realmente. Y se sentía victoriosa, gustándose, frotándose, con público, mostrando aquel poder y aquella sexualidad que solo conmigo no podía mostrar. Y, por cerrar los ojos, no se daba cuenta de que Carlos se arrodillaba en el suelo, frente a ella.

—Aparta las manos —dijo serio y ella se detuvo, y abrió los ojos, y lo vio allí arrodillado, con aquella polla de goma cerca de su sexo.

—Qué… haces…

—Vamos. Apártalas —dijo Carlos y ella obedeció, mostrando su coño sonrojado, empapado y abierto, con algunos tropezones blancos y espesos que no se podía saber si eran míos, suyos, o mezclados.

—Qué… —dudó María… y él aprovechó la duda para colocar la punta de aquella goma en las puertas de su coño.

—Esto se puede hacer. No te estoy tocando realmente… —dijo… y comenzó a introducirse… con presteza… por su interior… Aquel hombre la penetraba. Con el arnés, pero la penetraba… y María entrecerraba los ojos… y jadeaba… sin entender nada.

—Joder… cómo entra… Qué pedazo de coño tienes… —decía Carlos, mirando hacia abajo, embobado por ver aquella polla de goma entrar hasta la mitad, impregnarse de ella y salir con toda la superficie mojada.

—¡Ahhh…! —jadeaba ella… y él llevó las manos a la parte posterior de sus muslos, para levantarlas, y que ella notara más la penetración.

—No… no me toques —protestó María, con un resquicio de resistencia.

—No te estoy tocando. Estoy tocando medias, si te fijas.

Y María se dejó apartar y levantar sus piernas. Hundida en el sofá. Jadeando con cada metida.

—¿Te gusta…? —preguntaba él y ella cerraba más los ojos, con las manos muertas, sin tocar nada, víctima de su propio juego.

María le respondía con gemidos y él llevó entonces una de sus manos a su camisa y, con cuidado, sin tocar sus pechos, destapó, de un lado y del otro, con calma, primero una teta y después la otra, que fueron reveladas de nuevo, libres, preciosas… que marcaban, arriba y abajo, el ritmo de sus respiración agitada.

—Así mejor —dijo Carlos en un susurro, manteniendo aquella follada cadenciosa y precisa.

Yo me puse en pie y caminé un poco a pesar de que me fallaban las piernas… por el deseo… por el morbo… Y veía el culo de Carlos, yendo adelante y atrás, hundiéndose en ella, y la veía a ella con los ojos cerrados, susurrando unos “¡Ahhh!” “¡Mmmm!” “¡Uufff!” tremendamente impactantes y sentidos.

Y entonces supe que la estrategia de Carlos era clara, similar a la que había utilizado en su casa… calentarla hasta que prácticamente fuera ella la que pidiera olvidar el inerte miembro y suplicara por el caliente, por el real, por el suyo.

—Tócate si quieres —le gimió él, cercano, embaucándola, para que buscara su clímax y después quisiera explotar con su polla verdadera.

Y ella, ingenua o necesitada, llevó una de sus manos abajo, mientras la otra la llevó a uno de sus pechos… y jadeó tan pronto comenzó a acariciar su sexo.

—¡Ahhh…!

—Eso… es… Joder, cómo entra ¿Te la meto hasta el fondo?

—Sí… —jadeaba ella y él se deslizaba por su interior… se la clavaba sin resistencia… y le sonreía, amable, falsamente humanizado.

—¡Ufff…!

—¿Te gusta?

—¡Ah…! Sí…

—Te cabe entera… Tienes un coño increíble, María…

—¡Mmmm…! —respondía ella, con las piernas hacia arriba, aferrada a su teta, con los ojos cerrados, frotando su clítoris y dejando que aquel pollón de goma la perforara…

—¿Te corres?

—¡Mmm…! ¡Sí…!

—¿Acelero?

—Ufff… Un poco… —gimoteó María y él incrementó el ritmo y ella hizo lo propio con su mano.

En ese momento volví a sentarme, al lado de María, y Carlos me miró. Me miraba mientras la follaba. Amenazante. Como diciéndome que prestase atención ya que pronto la estaría follando sin arnés. Pronto la estaría follando de verdad.

María hizo amago de soltar su teta y llevar la mano al culo de él para que la penetrase hasta el fondo, pero recordó las normas y reculó, y comenzó a jadear con más fuerza, aquellos “¡Ahhh!” “¡Ahhhh!” desvergonzados, insolentes…

—Eso es…

—¡Ahhh…! ¡Ahhh…! ¡Sí…!

—¿Te corres ahora?

—¡Mmmm…! ¡Sí…! —se masturbaba ella implacable.

—Joder… ¿Te llega con esto?

—Mmm… ¿Qué…? —jadeó María.

—¿No quieres correrte bien…? ¿Con mi polla? —atacó Carlos.

—Mmmm… Qué… No… No sé…. —abría ella los ojos.

—¡Te voy follar bien, eh! —dijo entonces él, echándose hacia atrás, dejando una oquedad tremenda en aquel coño y comenzando a quitarse el arnés.

—¿Qué? No… Qué... haces… Cabrón… —protestaba María, en un hilillo de voz, con los ojos llorosos, aún tocando su clítoris, con las piernas abiertas…

—Si es lo que quieres.... Lo queremos todos —dijo Carlos, mostrando su pollón enorme, ancho, con las venas marcadas… Y tiró un poco de la piel hacia atrás…

—No… cabrón… —protestaba ella, sin demasiada convicción… mientras él se pajeaba, a milímetros de su coño, para prepararla, para ponerla completamente dura y que su entrada fuera triunfal.

Y María, sin dejar de tocarse, muy cerca de su clímax… protestaba y giró su cara hacia mí… mirándome, como en su casa, pidiendo permiso, o perdón.

Y Carlos se giró un poco y yo no entendía qué hacía, y cogió las bragas que yacían sobre la mesa y se las llevó a la cara de María, cara que, de lado, me miraba… Y se las metió en la boca.

—¡Te voy a follar! ¡Ya está bien! —quiso zanjar.

Carlos se acercó entonces más a ella. Colocó la punta en la entrada, y María cerró los ojos. Con sus propias bragas en la boca. Entregada.

—Joder… cómo me pones… —jadeó Carlos, para sí...

El gesto de Carlos era de suma tensión, de nervios, por primera vez. Y todos sabíamos que aquello estaba hecho. Se iba a empezar a deslizar ya. La iba a penetrar. La iba a follar.

Pera la mano de María no se detenía y empezó a jadear, a gemir, con fuerza, y a cubrir su coño con una mano mientras frotaba su clítoris con la otra, rozando la punta de la polla de Carlos con el dorso de la mano… no permitiéndole el paso… No permitiendo que la penetrara…

Y un espasmo, un latigazo de su torso, me indicó súbitamente que María se corría… y dejaba caer sus bragas de la boca y comenzaba a gritar unos “¡¡Ahhhh!!” “¡¡Ahhhh!!” “¡¡Me corroo!!” y un Carlos, al que se le había cortado el paso, se ponía de pie… muy molesto y comenzaba a pajearse.

—¡¡Ahhh! ¡¡Diooos!! ¡¡Me corroo!! —gritó María, impactándome.

—Eres una cabrona... —protestaba Carlos, negando con la cabeza, e iniciando una paja frenética.

—¡¡Ahhh!! ¡¡Dioos!! ¡¡Mmmm!! —se retorcía María del gusto, moviendo su cadera, hundiéndose en el sofá, abandonándose, gustándose.

—Eres una hija de puta… joder… —se quejaba Carlos que veía como ella se deshacía… se corría… como sus pechos se agitaban y como ella chillaba.

—¡¡AHHHH ¡¡AHHH!! ¡¡ME CORROOO!! ¡¡DIOOS!! —gritó entonces María en el preciso instante en el que una gota blanca salió de la polla de Carlos…

—¡¡AAHHH….!! ¡¡MMMM…!! ¡¡ME CORROOO!! —chillaba ella mientras Carlos echaba su cabeza hacia atrás y un latigazo blanco y espeso cruzaba el torso de María, de abajo arriba, desde el liguero hasta sus pechos.

Y María sintió el calor de aquel latigazo y siguió chillando mientras él se corría sobre su torso, en salpicaduras constantes y rápidas, que regaban sus pechos, su vientre y hasta su cuello, y ella aprovechaba el morbo de aquel calor denso para disfrutar más de la corrida que le daban sus manos en su sexo... y su orgasmo se prolongaba más que el de él, que exhausto miraba hacia abajo y la veía completamente bañada de aquel líquido blanco… y ella se incorporó, hasta casi sentarse, y dejó su boca cerca de su polla… y en los últimos coletazos de su orgasmo, sacó la lengua y le dio un toque sutil pero contundente, que hizo rebotar su polla hacia arriba.

María, con su torso viscoso… con sus tetas manchadas de su semen, semen que corría con fuerza en torrentes hacia abajo… golpeaba aquella polla con su lengua y liberaba sus manos de su sexo. Y Carlos cerró los ojos… y ella llevó sus manos al culo de él, infringiendo sus propias normas, abrió la boca y engulló el pollón de Carlos que aún goteaba, premiándole a él y premiándose a ella, y chupó de aquella polla y Carlos jadeó un “Joder…” con los ojos cerrados, y la cabeza de María iba y venía, con fuerza, con lujuria, como si su orgasmo no la hubiera colmado sino encendido… Le chupaba la polla y yo me excitaba y me volvía a empalmar, y ella agarraba sus nalgas con fuerza y el vaivén de su cabeza y su pelo se hacía erótico, precioso, preciso, desesperado… hasta que se retiró para coger aire, y la polla semi flácida de Carlos caía gorda pero cansada, y ella miró hacia arriba, sin saber quién había ganado... y sin saber si los dos o ninguno habían quedado satisfechos.

—Joder... —resopló Carlos. Retrocediendo torpemente un par de pasos, y llevándose las manos a la cara.

María revisó entonces el estropicio de su torso bañado; todo aquel corridón que descendía de su cuello y sus tetas que brillaban… y susurró un “Madre mía… ” como si volviera a la realidad.

—Perdona. Te limpio —dijo Carlos.

—No. No. Voy yo —replicó ella, que se puso de pie con rapidez. Sudada. Bañada. Sonrojadísima y se quitó la camisa con cuidado de no mancharla, y la dejó caer sobre el sofá.

Antes de que me pudiera dar cuenta Carlos cogía aire y María desaparecía en tacones, medias y liguero, caminando con su coño abierto…

…Coño del que yo, ni quizás ella, sabíamos si había quedado satisfecho del todo.

CAPÍTULO 38

Una vez nos quedamos solos Carlos no dijo absolutamente nada. Y yo no sabía qué decir mientras me cerraba los pantalones y me vestía; y miraba de reojo como él buscaba sus calzoncillos y sus vaqueros.

Escuché entonces el ruido de la ducha, el sonido del agua cayendo, y comprendí que María tenía que lavarse, sobre todo después de todo lo que aquel hombre había vertido sobre ella, pero maldije que me dejara a solas con él durante más tiempo. Yo le seguía mirando con disimulo, viendo como él se vestía con cierta parsimonia. A la vez parecía pensativo.

Fui a la cocina, pero no le ofrecí agua a un Carlos al que veía desde allí cómo se ponía la camisa, muy erguido, rígido, orgulloso, con su perenne soberbia, aunque quizás tan indeciso y sorprendido como María y como yo.

Bebía de mi vaso de agua y hacía tiempo, esperando a que María nos sacase de aquel silencio incómodo, si bien yo parecía ser el único violentado.

Me alegré cuando escuché los pies descalzos de mi novia acercarse por el pasillo. Y acabó apareciendo con un pijama blanco, de pantalón y chaqueta, de los que tenía de varios colores.

Carlos, entonces, casi sin mirarla, susurró:

—Me tendré que ir.

—Pues sí —dijo ella, que recogía sus bragas.

Y se fue. Sin más. Ni con buenas vibraciones ni con malas. Y yo no sabía si aquello era lo que quería María o si estaba en las antípodas de su plan.

Mi novia iba a mi encuentro en la cocina, no en busca de mí, sino de agua… Y yo la miraba, mientras bebía... Y veía sus pezones marcando su pijama y cómo sus mejillas ardían; indicándome que no estaba ni cerca de haberse repuesto.

—¿Qué… ha pasado? —pregunté.

María me miró. Dudó. Y dijo:

—Bien ¿no? Más o menos.

—¿Bien? No lo sé…

—Bueno… No me ha… eso.

—Si te refieres a que no te ha follado… pues no.

—¿Entonces? —preguntó altiva y llena de razón —si lo dices porque al final... se la he… eso... un poco... tranquilo, que porque… yo que sé, que porque le haga una felación durante veinte segundos no me voy a enganchar a él —dijo, y yo alucinaba, pues parecía no ser consciente de la importancia de lo que estaba dejando caer.

—¿Pero es esto lo que quieres? —pregunté.

—No sé por qué hablas en singular.

—Bueno. Ya me entiendes —dije, resoplando, aún muy afectado.

—No lo sé, Pablo…

—¿Entonces?

—A ver. Te lo voy a decir sin… medias tintas, ¿vale?

—Dime.

—Hemos hecho lo justo como para que crea que puede… eso... Eso que no ha podido hacer.

—¿Y eso es bueno o malo?

—Es lo preciso para que podamos seguir jugando con él un poco más.

—No creo que aguante una vez más sin cabrearse y mandarnos a la mierda. Se muere por follarte y está jodido porque otros lo han hecho.

—Ya. Por eso. Que se… eso, que eyacule en mis tetas… Eso le encanta... O en mi cara… Si le hace ilusión, pero mientras no me… eso, cosa que no va a hacer, le vamos a tener ahí hasta que quiera dejarlo él.

—¿Y cuando se canse?

—Pues otro encontraremos. Mira, ya sé que no es… quizás la solución perfecta… pero sin duda es mejor que que me folle nadie más —dijo, verbalizando por fin la palabra que parecía darle vergüenza pronunciar, lo cual no dejaba de ser extraño después de lo que acabábamos de vivir.

—Porque eso se acabó —prosiguió —ya te lo dije después de lo de Roberto y de lo de Edu... y la dichosa foto... Que, por cierto, no sé qué coño se trae éste con Edu, pero empieza a olerme fatal.

—Ya… —suspiré.

María parecía tenerlo bastante claro. Y parecía querer decirme que no quería que aquel hombre la follara, pero por orgullo, o porque era una locura que teniendo novio lo siguiera haciendo con otros hombres, y de ahí todo su juego que era la modificación del mío. Pero lo que me preocupaba era si ella no querría evitar que la follara porque sabía que, el día que ella cometiera un error, no podría negarse a caer repetidas veces con él.

Y es que yo temía con Carlos, como había temido con Edu, que si consiguiera hacerlo con ella varias veces me la podría arrebatar.

Pero fue curioso que, cuando me metía en la cama, recordé aquel “No sé cómo la soportas” que Carlos me había dicho, y me llegó a aliviar, pues podría significar que, aunque María sucumbiese una vez, la intención de Carlos podría ser la de abandonar tras conseguir su objetivo.

Y me intentaba quedar dormido, eso sí, martirizándome, ya que me daba cuenta de que quizás confiaba más en que él no se enganchase a María, si efectivamente ella cometía el error, que en que ella no se enganchase a él.