Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 53 y 54)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 53

Extasiado. Sin haberme recuperado de mi orgasmo. Mareado, por el desahogo… y por la tremenda corrida… Vacío… Me encontraba afrontando la enésima disyuntiva. Pues, cuando parecía que aquel acto viraba hacia algo más pactado, hacia el disfrute de los tres, Roberto acababa ordenando algo que podría hacer que todo se rompiera.

Me imaginé masturbándole y sentí unos escalofríos y un rechazo terribles.

María se incorporó un poco y eso hizo que algo de semen discurriera por una de sus tetas hacia la camisa, y ella llevó allí una de sus manos para no mancharse la ropa. Yo la miraba, siempre pareciendo serena, a pesar de todo… La miraba también para no mirarle a él.

Pero Roberto insistió, aún con más vehemencia, y yo le miré. Se rascó la barba, como con aquel tic que ya había visto en el bar. Su polla semi erecta me apuntaba. La miré. Y sentí de nuevo un tremendo rechazo, pero a la vez me sentí atraído por aquella pérdida de dignidad, porque no concebía nada más morboso, como cornudo, que preparar al macho para su propia novia. También, por ella, por María, para que todo saliera bien y consiguiera su premio. Pero, por otro lado, y con mucha fuerza, mi heterosexualidad luchaba y me insistía en no tocarle la polla.

Dubitativo vi como María se incorporaba más, dándonos la espalda, hasta casi sentarse.

—Ven aquí, maricón, que nos vea ella.

Roberto bajaba de la cama y yo descendía también, por otro lado. Antes de que me pudiera dar cuenta estábamos de pie, en el suelo, frente a María. Él, aún con la camisa azul abierta y la polla, monstruosa, oscura y en horizontal. Yo con las medias y liguero de María y mi polla retraída, mínima.

—Ponte de rodillas, que me la vas a comer —dijo serio y algo me subió por el cuerpo. Aquello era demasiado.

Me insistió de nuevo. Casi gritando. Tuve miedo. Me puso una mano en el hombro. Me bajó con fuerza. Me arrodillé.

Todo iba muy rápido. Demasiado. Yo no quería ni mirar a María. No quería que me viera así. No sabía si ella estaba desviando la mirada o no. Miraba al frente y veía aquella polla, apuntándome y él hacía por moverla, un poco, sin usar las manos.

Estaba atemorizado. Mi corazón palpitaba a doscientas pulsaciones. No me lo podía creer. No me podía creer lo que sucedía, pero a la vez no era capaz de controlarlo. Sentí, de una forma extraña y desconocida, que estaba dispuesto a hacerlo. Por ella. Por María. Para que todo saliera bien. Estaba convencido que era el último de sus macabros juegos y, tras el, satisfaría a María como ella merecía.

Roberto me ordenó que cerrara los ojos. Y lo hice. Casi como si aquello fuera un alivio. Pero en aquella oscuridad me vi desde fuera. Allí. Arrodillado. Así vestido. Y me imaginaba con su polla en la boca y me aterraba a la vez que suponía una pérdida de dignidad tal que me llegaba a excitar, y yo no me comprendía.

El silencio se hizo eterno. Estaba sentenciado. Solo esperaba que no se recrease. Que no abusase. Y que María me perdonase. Que entendiera que lo hacía por ella.

Noté movimiento. En la cama. Y temí que fuera María… yéndose… Esperaba que no. Deseaba que no… Ella debía entender que mi pérdida de dignidad era, sobre todo, por ella. No era un auto engaño, de hecho mi heterosexualidad me estaba matando, mandándome señales de repugnancia y rechazo que me ahogaban…

Llegué a esperar el tacto de su polla en mis labios. Me aterré. La oscuridad se hacía perpetua e insufrible. Y seguí escuchando movimiento que provenía de la cama.

—Ya te dije que era maricón. Se muere por comérmela —escuché, y sentí un alivio inmenso… pues el sonido provenía de cierta distancia. Abrí los ojos. Aquella polla oscura había desaparecido. Roberto yacía tumbado al lado de María, la cual, boca arriba, pero recostada sobre sus codos, tenía su rostro cerca de él.

Quería ponerme en pie cuanto antes, para olvidar, para borrar lo que había estado a punto de suceder, pero aún no me había recuperado. Aún ni podía moverme. Les miré. De nuevo no existía. Y vi como aquel hombre, enorme, con aquella camisa extensa como una sábana… llevaba una de sus manos a los pechos desnudos de María.

Ella, a su merced, desesperada… cansada… se dejaba manosear… y yo, desde mi posición, vi como su coño me apuntaba. Un coño que no entendía nada. Que llevaba horas abierto. Que no estaba acostumbrado a semejante desplante. Que nadie lo había tenido en aquel estado tanto tiempo sin cubrirlo con ansiedad.

Conseguí ponerme en pie y vi como aquel agresivo provocador jugaba con un pezón de María, pezón que estaba embadurnado con aquel líquido blanco, con mi semen.

—Pues aun ha echado sus chorritos el maricón… ¿no? ¿Suele echar tanto? —preguntó.

—Sí —mintió María.

—¿Sí…? Bueno… Abre la boquita… —le dijo él.

Ella obedeció entonces y él llevó su dedo, impregnado de mi leche, a sus labios… y se lo pasó por el labio inferior… de un lado a otro… como si pretendiera pintarle los labios con mi semen.

—Me siento guarrísimo hoy… —susurró— No creas que ando por ahí tocando esperma ajeno —dijo, con un peso en sus palabras siempre asfixiante.

Yo, allí plantado, contemplaba como él iba buscando gotas de semen, por sus pechos o su camisa; los recogía, y se los iba llevando a la boca de María. Al principio se los pasaba por el labio, y después comenzó a darle sus dedos impregnados a chupar. María, con los ojos bien abiertos y las tetas hinchadísimas, mirándole, se dejaba mancillar la boca. Expectante y deseosa… deseosa de que acabara con sus juegos e hiciera lo que tenía que hacer.

Ella no se contuvo más y bajó una de sus manos hacia su polla, y él esbozo una media sonrisa. María comenzaba a pajearle mientras seguía dejándose ultrajar la boca… y él dijo:

—¿Qué haces…?

—Vamos… —susurró ella, desesperada.

—Vamos… qué…

—Que… me folles… —le rogó, masturbándole lentamente, con la mirada llorosa, mientras él le cerraba un poco la camisa y ocultaba uno de sus pezones para después frotarlo a través de la seda, haciendo que marcara la camisa y el pezón se pusiera aún más duro.

—Dímelo… otra vez… —dijo él— dime qué quieres.

—Que me folles…

—¿Ah sí?

—Sí...

—Pues… Dime… Dime “fóllame, hijo de puta”.

—Fóllame, hijo de puta.

Roberto se incorporó, se arrodilló, sobre la cama, a su lado. Se quitó la camisa y María pudo ver su torso sin oposición y yo su espalda musculada.

Ya estaba. Se la iba a follar. Y mi excitación se mezclaba con alivio.

Se movió hasta quedar frente a ella. María separó sus piernas para darle acceso. Él se pajeó levemente pero su polla ya lucía tremendamente dura. Quizás por la pequeña masturbación que había recibido. Quizás por lo que sabía estaba a punto de suceder.

Yo me moví, para verles bien. Ya sentía todo el deseo posible, como si no acabara de eyacular. Ya volvía a ser el Pablo, tembloroso, con el sudor en las manos, con los espasmos involuntarios, con mi corazón palpitando y mi tragar saliva aleatorio.

Roberto se acostó sobre ella. Cubriéndola entera. Con su polla cerca de su coño. Llevó sus labios a los suyos. Se dieron un beso. Sus pechos se pegaron. La melena de María caía densa hacia la cama. Ella seguía sin tumbarse del todo. Recostada. Y él comenzó a frotarse… haciendo que su polla resbalara, por fuera, por el coño hambriento de María. Ella cerraba los ojos y disfrutaba del roce… Movía un poco la cadera… buscando que aquel pollón entrase solo… pero él se las apañaba para que eso no se produjera. La besaba con fuerza en la boca. Sus lenguas se juntaban con ansia. Los pezones de María marcaban los pectorales de él y ella seguía con su cadera, en círculos y abajo arriba… buscando que aquella polla entrase.

—Verás… niña rica… Es que no tengo condones… —le susurró en el oído.

—Me da… igual… —gimió ella, con los ojos cerrados.

—¿Te la meto a pelo, entonces?

—Sí...

—¿Sí? ¿Seguro?

—Sí... por dios... fóllame... —jadeó desesperada... besándose con él.

Roberto se retiró hacia atrás. Se puso de rodillas frente a ella, la cogió por las piernas y la atrajo hacia sí. Posteriormente la hizo flexionar las piernas, de tal forma que casi tocaban los muslos de María contra su propio torso y, como consecuencia de ese movimiento, su coño quedó aún más expuesto. Llevó entonces sus manos a los tobillos de ella y los empujó hacia adelante, de forma que las plantas de sus zapatos apuntaban al techo.

Posó su pollón sobre el coño abierto de ella... La cara de María le rogaba que la penetrara ya...

Dejaba sin aire verla… recostada sobre sus codos, con sus piernas encogidas, con sus rodillas casi en sus tetas... con aquellas piernas abiertas y con sus pies en lo alto... suplicando con su mirada que la follara…

Y él, dejando reposar aquella polla sobre su sexo abierto, polla cuya negritud chocaba con lo rosáceo de su coño, le dijo:

—Parecías más difícil en el bar, eh… Y resulta que ibas sin bragas… con tus zapatitos de putón… con tu camisita de pija… tu sujetador gigante de cerda… Y salías a buscar macho… —dijo él, despectivo, mientras mantenía sus manos arriba, en los tobillos de ella y la repasaba con la mirada mientras la describía en lo que eran una colección de insultos.

María dejó caer su cabeza hacia atrás. Allí quieta. Sujeta. Y movió su cadera hacia adelante… buscando de nuevo el roce… No podía más… Se fundía allí abierta de piernas… sudada… empapada… sobre aquella cama…

—¿Salías a buscar macho sí o no? —preguntó.

María reincorporó su cara y dijo, en un hilillo de voz:

—Sí…

—¿Que sí qué?

—Que salía a buscar macho… —dijo ella, humillándose… Ridícula.

Roberto llevó una de sus manos a su miembro y la otra la mantuvo en uno de sus tobillos. Los dos tacones de María se mantenían allí, en lo alto. Llevó su polla a la entrada. Yo me acerqué… y me llevé la mano a mi miembro, que ya estaba duro. Iba a ver cómo la penetraba por fin.

Él llevó la punta a aquel umbral y ella suspiró… llevó sus manos a sus pechos. Los abarcó como pudo. Cerró los ojos y gimoteó un “por favor” tremendamente desesperado. Y Roberto la calmó, un poco, deslizando, la punta, aquel glande hinchado y violeta, separando aquellos labios de su coño que parecían atraerlo, absorberlo. Todo el movimiento iba acompañado de un suspiro de María, largo, larguísimo, entregado, de alivio, de agradecimiento… Roberto le metía todo el glande y ella se aferraba a sus tetas y abría la boca… y su imagen chocaba con todo lo que había sido durante la noche, calentando a Marcos o a Roberto, tan recta, tan bien vestida, tan digna… Y ahora estaba allí, con la boca abierta, con las piernas separadas y con los tacones apuntando al techo, rogando ser follada, hasta el fondo, por aquel hombre que nos había hecho perder la dignidad paso a paso.

—Qué coño tienes… joder… Es enorme…

María no pudo más y dejó caer toda su espalda hacia atrás. Y él se inclinó más hacia adelante, de tal forma que ella apoyó sus piernas en sus hombros y un “Joder… así me vas a matar”, salió de la boca de María, anunciándole que si dejaba caer todo su peso, toda su polla sobre ella, la notaría demasiado.

Y entonces él me miró. Después de minutos en los que yo no había existido, él giró su cara. Tenía la punta de la polla incrustada dentro del cuerpo de mi novia y me miraba con una mueca de sorna, para que fuera testigo de su gesto, de su triunfo, mientras la follaba a su gusto.

Yo, con mi polla ridícula, con aquellas medias y aquel liguero, me pajeaba, de forma enfermiza, mientras María le rogaba que se la metiera con cuidado y él me miraba.

Y él se dejó caer… lentamente y un “¡Ohhhh….!” tremendo, fue gemido por María, y yo veía como él la invadía, hasta el fondo… se la metía hasta los huevos y ella llevaba sus manos a su culo para que se quedara allí. Y, de casualidad o no, la cara de María se giró hacia mí, y estando su mejilla contra la sábana, abrió los ojos. Me miraba, pero casi no me veía. Solo podía sentir aquel pollón dentro. Y el que me miraba con más decisión era él, que entonces se retiró un poco… y comenzó un vaivén, pausado, metiéndole la mitad de la polla y sacándola de su cuerpo, y ella acompañaba cada metida con un “¡Ohhhhh…. Dioos... !” que a él le hacía sonreír y a mí me helaba la sangre.

—Vaya coño tiene la niña rica… No me extraña que no le llegue con tu polla —dijo, mirándome, mientras seguía con aquel movimiento, mecánico, lento, pero que a María la volvía loca, hasta el punto de que giró su cara hacia el otro lado y llevaba sus manos al culo de él o a sus tetas, de forma caótica y mostrando un temblor en sus manos que impactaba… como si se fuera a desmayar del más puro placer en cualquier momento.

La follada era nítida, pura, sentida. Hasta que acabó por retirarse un poco, quedando su torso recto y la cogió por las piernas, como abrazándolas y movía su culo adelante y atrás. Ella posó sus brazos sobre la cama y se agarraba a las sábanas mientras sus tetas iban y venían, temblando, moviéndose, vibrando, con el vaivén de aquella follada.

Así la estuvo follando unos minutos en los que los “¡¡Ahhhh….!! ¡¡Diooss!!” de María se hicieron constantes, en los que su mirada llorosa hacía entender que todo sacrificio y toda humillación había merecido la pena… Hasta que él se detuvo, se retiró y le dio la vuelta, casi como si fuera una muñeca.

—Ponte así, que te voy a follar como a una perra, que yo creo que es lo que más te va —dijo, déspota, sabiendo que ya nada podría herirla, mientras la siguiera follando.

Al salirse de su cuerpo pude ver su polla durísima… y con una masa espesa, transparente y blanquecina… empapada por todo lo que María había estado soltando sobre aquel pollón. Al ser aquel miembro tan oscuro, aquello que María había desprendido parecía aún más blanquecino y la imagen me dejaba sin respiración, e hizo que la enésima gota semi transparente brotara de la punta de mi miembro.

María se colocaba a cuatro patas sobre la cama, con sus tacones aún puestos, con su sujetador bajado, con sus pechos desbordándolo, y con su camisa abierta, a excepción del botón más cercano a su cuello. Y esperaba con ansia a que se la volviera a meter.

—Mira esto, maricón —me llamó y me hizo ir a ver aquel coño abierto.

Obedecí y él separó aquellos labios con sus dedos. María, a cuatro patas, esperaba y escuchaba cómo él me mostraba su sexo que tenía sus labios abiertos, como una flor enorme, casi saliéndosele del cuerpo y parecían extremada e inusualmente blandos. Tiró de uno de aquellos labios de su coño y le dio un azote en el culo que resonó por toda la habitación.

—¿Es normal cómo lo tiene? —preguntó, sabiendo que no obtendría respuesta. Mientras María bajaba la cabeza, desesperada, y dominada hasta lo esperpéntico.

Se colocó entonces tras ella. Apuntó. Y la penetró. Con crudeza. Como si no valiera nada. Como si no se estuviera follando a María. A aquella chica estilosa, elegante, guapísima... La empalaba como si fuera una furcia más de las que se ligaba cada noche. Le incrustaba aquella polla oscura como si fuera una guarra de usar y tirar.

Y yo, impactado, mareado, angustiado, dolido… pero excitado como nunca, me movía, para verles mejor… para ver y disfrutar del morbo que me daba ver cómo la empalaba en aquella postura.

Veía el culo enorme de Roberto contraerse al penetrarla. Como se contraía a cada metida, acompañando además, cada penetración, con un sonido gutural, desagradable y humillante. Veía su cara de chulo… y de triunfo, pero contenido, como si tampoco le diera tanto valor a follarla. Veía los ojos cerrados de María y su boca abierta. Escuchaba sus jadeos, sus gemidos… sus “¡¡Ohhh Dioos!!” sus “¡Asíii!” y sus “¡¡Fóllame…!! ¡¡Fóllame así!” Y como él le tiraba del pelo, haciendo que su cara se levantase hacia adelante y asfixiándola un poco, como consecuencia de aquel botón que seguía abrochado. Aquel polvo iba mutando en un polvo violento y el sonido de la pelvis de Roberto chocando contra las nalgas de María se hizo rítmico en un “¡¡plas!! ¡¡plas!” que rivalizaba en decibelios con los “¡¡Asiii!! ¡¡ Fóllame asiií!!” de María.

Aquel botón acabó por soltarse, o por romperse, y pude ver más claramente las tetas de María, enormes, colgantes, moviéndose adelante y atrás e incluso chocando entre ellas cuando aquel animal más aceleraba, pero ella no se quejaba, no le pedía que la follara más despacio. Ella, entregada, desesperada, ida, seguía gimiendo, casi gritando y él comenzó a azotarla en el culo y a llamarla perra mientras ella esbozaba unos “¡Oh, si!” “¡Oh si!” cortos, y tan brutales como indignos en ella. María, desbordada, cerraba los ojos y gritaba unos “¡¡Dame, cabrón!! “¡¡Dame, cabrón!! atronadores y unos “¡¡Qué bien me follas!!” “¡¡Qué bien me follas, cabrón!!” que exteriorizaban un agradecimiento que me hacía casi correrme. Él llegó a acelerar tanto que su polla entraba y salía de su coño en un ritmo frenético y yo pensaba que estarían despertando a todo el pasillo con aquel sonido de aquella follada brutal, cuando él, en pleno frenesí le dijo: “¡Me voy a correr en tu puta cara…!” y se lo repitió “¡Me voy a correr en tu puta cara!” y, María, tras escuchar eso… comenzó a gritar… a retorcerse… con unos “¡¡¡Ahhhh!!! ¡¡¡Ahhhh!!! ¡¡¡Me corro!! ¡¡¡Me corroooo!!!” como si visualizarse recibiendo su corrida en su cara la hiciera estallar… Un “¡Córrete, puta cerda!” dicho con todo el desprecio, se solapaba con los gritos de María y él le volvía a repetir que se iba a correr en su cara y sus “¡¡Aahhh!! ¡¡Diooos!! ¡¡Jodeer!! ¡¡Me corroo!! ¡¡Me corroo!!” me hacían estremecer y tuve que detener mi paja para no correrme.

María acababa su orgasmo y él, poseído, sorprendiéndome, sorprendiéndola, sacó la polla de su cuerpo, la agarró del pelo, tiró de ella como si no pesara nada, como si no valiera nada, la arrastró con violencia hacia atrás, por la cama hasta bajarse ambos de allí, y la puso de rodillas frente a él, a toda velocidad, pues él se corría y, tan pronto la tuvo frente a él, arrodillada, se sacudió la polla dos segundos y de aquel oscuro y monstruoso miembro brotó un chorro enorme y blanco, espesísimo, que le cruzó la cara, de abajo arriba. María, aún sintiendo su orgasmo, recibía un segundo chorro, aún más denso, que le cruzaba la cara, dejando un reguero paralelo y le llegaba hasta el pelo. Todo aquello con la banda sonora de unos “¡¡Ohhhh!!” “Mmmm”, repulsivos, mezquinos, de Roberto que seguía pajeándose frente a la cara de María, la cual cerraba los ojos, y no se apartaba, intentando aguantar, de la forma más digna posible, aquel bombardeo de chorros en su cara. Ella mantenía sus brazos muertos, con sus tetones enormes, su sujetador arrugado bajo esas tetas hinchadas, con su camisa abierta y con la boca cerrada, permitiendo que aquel cabrón la bañara entera, y permitiendo hasta ocho o nueve latigazos de leche que la siguieron regando, mancillando su cara con aquel semen cálido… y los últimos chorros ya no brotaban con tanta fuerza sino que goteaban manchando sus tetas, su camisa y sus muslos.

María, con los ojos cerrados, humillada, sin atisbo ya de dignidad, era levantada entonces por él. La ponía de pie… le daba la vuelta… yo no entendía nada. Ella no podía abrir los ojos, allí de pie, y la pude ver mejor, pude ver mejor la cantidad de semen que bañaba su cara y él, diciéndole que aún la tenía dura, la agarró por la cadera, se agarró la polla, flexionó sus piernas, la dirigió, buscó su coño abierto y se la metió otra vez. Y se la empezaba a follar, allí de pie, frente a mí, con la cara empapada... era follada por aquel animal que se acababa de correr... La follaba con fuerza, con rabia… y ella echaba una de sus manos hacia atrás para que no la follara tan fuerte… y no podía abrir los ojos de lo bañada que estaba… y de sus pechos goteaba semen y de su barbilla goteaba semen y era la imagen más brutal y morbosa que había visto jamás.

Pero ella no protestaba, con los tacones anclados al suelo, con las piernas casi juntas, acabó siendo sujetada por el cuello, por él, y ella echaba la cabeza hacia atrás… y se veía que llegaba a disfrutar de aquella vejación máxima y sus tetas rebotaban una con la otra y llegó a abrir la boca, totalmente manchada, para gemir… mientras él le susurró: “un poco más… un poco más que sigue dura...” mientras agotaba los últimos instantes en los que su miembro mantenía la consistencia.

Poco a poco las embestidas fueron decayendo en intensidad… y él acabo por salirse. Alterado. Respirando agitadamente. Y su polla salió de allí, encharcada, y cayendo hacia abajo, demostrando que ya al final se la estaba metiendo blanda.

María, allí plantada, con los tacones, la camisa abierta y la cara bañada, alcanzó a abrir un poco los ojos y se limpiaba un poco la boca con uno de los puños de la camisa.

Yo no podía entender cómo aquel animal se había corrido de aquella manera tan brutal y ella comenzó a caminar hacia el cuarto de baño, pero entonces él la detuvo, agarrándola por la muñeca.

—¿A dónde coño vas?

—A limpiarme.

—No, no. No te limpias —le respondió.

María se giró. Él le vio bien la cara, y dijo:

—Está bien. Ya está. Ve a limpiarte.

CAPÍTULO 54

María se soltó de aquella mano que la sujetaba simultáneamente a que él dijera aquello. Como si estuviera dispuesta a lavarse dijera lo que él dijera.

Roberto mostraba algo de humanidad finalmente y ambos veíamos como María se marchaba hacia el cuarto de baño. Empapada, humillada, enfadada, pero a la vez con una cierta paz por haber alcanzado aquel clímax inmenso que solo con amantes como él podía alcanzar.

Aquel animal se recuperaba del esfuerzo físico y yo, sin moverme, me sentía incómodo al encontrarme con él a solas. Allí me tenía, vestido de aquella manera humillante, sin hacerme caso, sin mirarme, como un figurante del que echar mano cuando a él le viniera en gana.

Se escuchó el grifo del lavabo y a María escupir y yo no sabía si ir hacia ella o qué hacer y fue finalmente Roberto quién tomó esa decisión.

Fue hacia el aseo, tranquilo, enorme, con su espalda gigante, sus piernas musculadas, su culo proporcionado y su pollón grueso y oscuro colgando. Pollón que había cumplido con creces lo demandado por María.

Me quedé solo y pude oír cómo hablaban en voz baja, en un tono que parecía afable. Me sorprendió ese cambio, parecía que, después de su orgasmo, Roberto no quería más conflicto. Tampoco pensé que se estuviera disculpando, pero el tono era muy diferente.

No pude dejar pasar más de un minuto hasta que decidí asomarme a aquella puerta. En un estado de distensión, quizás contagiado por él, arrastré mis pies hasta la entrada, y desde allí miré al cuarto de baño. María estaba frente al espejo del lavabo, se secaba la cara con una pequeña toalla y Roberto estaba detrás de ella, casi pegando su pecho contra su espalda.

—¿Tienes una fuente ahí o qué? —le preguntaba ella, y de golpe no parecían un psicópata peligroso y una mujer superada y doblegada, sino que se hablaban de igual a igual.

—Me tenías cargadito… Venía acumulando desde el bar.

María colgó la toalla y se miró en el espejo. Con la camisa abierta, las tetas enormes cayendo sobre el sujetador bajado y un brillo especial en sus ojos. Estaba más guapa. Estaba calmada, templada, destensada.

Roberto comenzó entonces a acariciar su culo, con dulzura, con las yemas de sus dedos. Llevó después sus manos por su espalda, bajo la camisa, hasta que llegó al broche trasero de su sujetador. Lo soltó, lo dejó caer al suelo, y los tres pudimos ver como sus tremendas tetas descendían un poco y se disparaban hacia adelante, por fin absolutamente libres. Aquellas tetas siempre tan anchas, tan imperiales, que mantenían su camisa apartada y abierta de par en par, con una superioridad absoluta.

Le apartó un poco el pelo y la besó en la nuca. Ella cerró los ojos y llevó su mano atrás, a la cabeza de él. De golpe todo era diferente. No había prisa. Roberto ya no era el desequilibrado peligroso que parecía que podría intentar agredirla a ella o a mí en cualquier momento. Ya no era el sádico que enganchaba una orden ultrajante tras otra. De repente era un amante, enorme, corpulento y tranquilo, un semental a disposición de una hembra que muy pocas veces se encontraba ante aquella oportunidad.

Y él me volvió a sorprender, diciéndole que aún tenía semen en los pechos, y lo que vino después me hizo empalmarme tremendamente, y es que, sin dejar de estar tras ella, alargó una de sus manos y se echó jabón en ella, también se echó agua y llevó aquella mano a uno de los pechos de María. Ella apartó aún más su camisa, para que no se mojase, lo cual no tenía demasiado sentido pues tenía también bastante restos de su semen…. y entrecerró los ojos y dejó que aquel hombre comenzara a masajear, a lavar, a crear espuma… en aquella teta… y después en la otra. Aquellas tetas se llenaban de jabón, de espuma, y sus pezones se erizaban. Usaba las yemas de sus dedos para masajearla… Por fin las perfectas tetas de María eran tratadas como merecían. Dejaba sin aire aquella imagen, aquel ritual, aquella belleza... de su camisa abierta y sus tetas enjabonadas, de su ojos entrecerrados, mirándole a través del espejo… y ella agradeciéndole aquel masaje… que contenía una carga erótica tremenda, y hacía que mi polla se pusiera durísima y también le hacía empalmarse a él, pues su pollón ya palpitaba, con espasmos, tocando una de las nalgas de María.

Se echó entonces más agua y comenzó a quitar el jabón… Iba dejando aquellas tetas colosales limpias, relucientes, y las areolas comenzaron a lucir no solo enormes sino impactantemente brillantes y pulcras. María apoyaba sus manos en el lavabo y llegó a mirarme un instante... y me vio, excitado, boquiabierto, aún vestido de aquella ridícula manera, aún en la etapa anterior, y no buscó mi humillación, sino que parecía agradecerme con la mirada… agradecerme que gracias a mi juego, a nuestro juego, ella pudiera llegar a disfrutar de momentos como aquel.

La polla de Roberto alcanzó una dureza total… Su polla se apoyaba con ímpetu sobre el culo de María y, cuando consideró que aquellas magníficas tetas no podían estar más relucientes, le dijo:

—Separa las piernas.

María movió sus tacones a izquierda y derecha y miró al frente. Le miraba a través del espejo. Expectante. Y él flexionó entonces su piernas, se agarró la polla, la restregó con paciencia, hacia arriba y abajo... sobre el sexo de María… y comenzó a penetrarla... sin dificultad alguna. Se la metió hasta el fondo y María llegó a ponerse de puntillas, algo empujada contra el lavabo… y abrió más los ojos... y esbozó un “Diooos…. ” a medida que iba sintiendo aquel pollón adentrarse de nuevo en su cuerpo.

Yo, empalmado, les veía de lado, en aquella follada suave y sentida. Parecía que María, después de aquella locura, por fin había domado a aquel animal. Ella echaba la cabeza hacia atrás, giraba un poco su torso, pero consiguiendo que la siguiera penetrando, y se besaban. Se apoyaba en el lavabo y la cadera de él iba adelante y atrás. Se miraban a través del espejo… Él le abría más la camisa para no perder nunca de vista aquellas tetas que él había limpiado. El impacto visual era tremendo y yo entendí por primera vez que se merecían, que aquellos cuerpazos merecían aquel encuentro, aquel disfrute mutuo.

La estuvo follando así, con una lentitud exasperante, durante varios minutos… mientras yo me tocaba levemente y los “¡Ahhh… Diooos!” de María eran un melodía sentida y agradecida que impactaba. Hasta que él acabó por salirse. La hizo girar y se besaron. Le iba sacando al camisa a medida que aquel beso iba avanzando, hasta que se la sacó por completo y la dejó caer al suelo, y le dijo “ven”, cogiéndola de la mano, para llevarla hacia la bañera.

Roberto avanzó y ella le dijo que esperara, pues tenía que quitarse los zapatos. Él entró entonces en la bañera y abrió el grifo, buscando la temperatura adecuada y pronto el agua caía desde arriba y María, completamente desnuda, se encontraba de nuevo con él.

Él me miró un instante y cerró la mampara de cristal. Lo que fueran a hacer allí lo vería a través de aquel vidrio.

Del miedo a la pérdida de dignidad, y, por último, al sexo sosegado y tranquilo. Aquella parecía ser la transición improvisada de lo que iba sucediendo.

Me sentí extrañamente feliz, todo salía bien finalmente. Podía disfrutar de verlos follar, podía ver a María disfrutar y a la vez mantenía aquel poso de propia humillación permanente, por ver como un macho se folla a tu novia en tu presencia.

Lo que vino después fue simplemente maravilloso, si bien yo cada vez podía ver menos pues a medida que aquel cristal se iba empañando sus cuerpos se iban desfigurando.

Yo no me quitaba aún aquellas medias y aquel liguero pues aún quería sentir aquella pérdida de dignidad y humillación… y comencé a ver y a sentir sus cuerpos desde mi posición.

Tras besarse durante un largo rato, con la permanente caída de agua sobre sus cabezas y sus caras, Roberto se agachó, le apartó las piernas… y se dispuso a comerle el coño a María. Ella dejaba caer su cabeza y toda su melena hacia atrás. Se agarraba una teta y la otra mano la llevaba a acariciar el pelo de él, y él debía de comer y lamer con especial destreza, pues María comenzó pronto a gemir entregada.

Sus jadeos, sus gemidos… Todo era como un sueño, maravilloso. Yo veía su cabeza entre sus piernas y la boca de María abrirse y resoplar con fuerza. Después él se puso en pie y fue ella la que se agachó y se esmeró en ponerle la polla dura con su boca. Él la sujetaba por la cabeza y cerraba los ojos. Nadie me miraba y eso lo extrañaba, pero no por ello no disfrutaba al ver la tremenda mamada que María le hacía. Húmeda, líquida, le mataba del gusto… y él se dejaba comer la polla, con calma, sin violencia, sin insultos… Hasta que María dio por finalizada su obra y se puso en pie otra vez. Estaba ya claro. Los dos estaban listos… María, por decisión propia, le dio la espalda y puso su torso contra la mampara, él se colocó detrás, todo estaba cada vez más empañado, la empujó un poco hacia adelante, de tal forma que sus tetas y sus areolas marcaron el cristal, haciéndose más grandes, más extensas… yo alucinaba con lo gigantes que parecían sus tetas al aplastarse contra el cristal…. Y un “¡Oooohhhhh….!” tremendo de María me anunciaba que ya la penetraba, que ya la follaba, que la empalaba con su pollón, de nuevo, contra aquella mampara.

Lo que vino después fue mi fascinación absoluta... de ver aquel polvo, ya no contenido como contra el lavabo, pero sin la locura alarmante de lo anterior. La follaba con fuerza y sus pechos marcaban constantemente el cristal, y ella apoyaba allí sus manos y él la sujetaba por la cintura… El sonido de sus cuerpos chocar… aquel “¡Plas! ¡Plas!” constante y sonoro, junto con el ruido del agua caer, creaba un ambiente onírico y maravilloso… Los “¡Ohhh…! ¡Diooos…!” de María se hacían constantes y él se mantenía casi en silencio, solo emitiendo unos leves bufidos extraños, disfrutando sin más aspavientos de aquel cuerpo increíble.

Los dejé allí, follando… y me fui un momento al dormitorio. Desde allí seguía oyendo aquel sonido de sus cuerpos chocando y los “¡¡Oooohhhh!!” “¡¡Aahhhhh!!” “¡¡Diooos!!” de María. Me excitaba sobre manera, casi aún más, desde allí, sin verles, pues podía disfrutar en soledad de aquella maravilla, de ser plenamente consciente de que a tu novia se la está follando un auténtico semental.

Fueron unos minutos extraordinarios, estimulantes como nunca había sentido, de plena consciencia, de plenitud. Y sí, la hizo correrse allí, en aquella ducha. Lo supe yo y seguro lo supieron, al menos, los de las habitaciones contiguas. María pregonó aquel orgasmo, desvergonzada, agradecida. Gritando unos “¡¡Ahhhh!! ¡¡Aahhhh!! “¡¡Dioooos!! ¡¡Me corrooo!!” “¡¡Me corroooo!! a la vez que el ruido de sus cuerpos chocar se hacía aún más impactante y brutal. Yo visualizaba a María, empotrada contra la mampara… con sus tetas empapadas, contra el cristal, enormes… y con su boca abierta… con su coño destrozado, pero agradecido…. Con aquellos gritos… aquellos “¡¡Oooohhh!! ¡¡Oooohhhh!! ¡¡Me corroooo!!” y yo no me tocaba porque de hacerlo eyacularía sobre el suelo de aquel dormitorio.

Después de aquel clímax el grifo se cerró. Yo intuí que vendrían al dormitorio. Me fui hasta mi posición inicial, al otro lado de la cama, y miré un instante por la ventana. Ya amanecía.

Deduje que se secaban, y acertaba, pues entraban en la habitación con los cuerpos secos aunque con los cabellos mojados. Y deduje que Roberto no se había corrido, y acertaba, pues su polla lucía erecta, enorme, y era una imagen extraña aquella de verle caminar con la polla casi apuntando al techo.

Yo no existía para ellos, pero casi me daba igual, ya había existido lo suficiente… y ella le hacía entonces tumbar boca arriba en la cama, mostrando que quería más.

Se colocó a horcajadas sobre él, sujetó aquella polla, y se sentó sobre ella… metiéndosela… hasta el fondo… Suspirando un “¡¡Ooohhhhh!!” “¡¡Qué gusto…. Dios...!!” que me dejó sin aire. Y se plasmaba que a ella no le importaba dar la imagen de necesitar aquel cuerpo y aquella polla… Quería saciarse, desahogarse… para no necesitar más de aquella impactante sexualidad durante un tiempo.

Definitivamente María ganaba, finalmente había domado a aquel semental. Finalmente podía disfrutar de aquel cuerpazo y de aquel pollón con tranquilidad, marcando ella los tiempos. Aquellas vejaciones anteriores y aquel cumplimiento de sus órdenes habían aportado morbo a aquella locura y habían servido para ir llevándolo, con cuidado, hasta llegar al punto querido por ella. María le montaba, gustándose, con sus manos en su cintura, con sus brazos en jarra, mirándole, retándole y agradeciéndole, moviéndose, adelante y atrás, con sus tetas enormes, con su melena aquí y allá… Demostrándole que él no se había dado cuenta de lo que se había follado…y de lo que se estaba follando... hasta ahora…

Ahora él podía admirar con calma la tremenda mujer, la tremenda hembra a la que estaba satisfaciendo. Y los gemidos y jadeos… los “¡¡Ooohhh!!” “¡¡Mmmm…!!” de ella me mataban... y él, ya lúcido y consciente, disfrutaba de aquel cuerpo, llevando sus manos al culo de ella para acompasar sus movimientos de cadera… y hasta parecía María ahora la más soez, la que más ansia tenía de que aquel acto volviera a tornar un poco más sucio, pues… tras gustarse aquel rato con sus brazos en jarra, acabó echando su torso hacia adelante, dejando que sus tetas colgaran cerca de la boca de él, y movía su torso un poco a izquierda y derecha, dándole a chupar de una teta y luego de la otra, mientras, entre sus “¡¡Ohhh!!” “¡¡Ahhh… Cabrón…!!” y sus “¡¡Mmmmmm!! ¡¡Qué polla tienes…!!” le decía también “¡¡Joder… cómemelas…!!”, “¡¡Chúpame bien las tetas… cabrón!!”.

Aquel animal engullía aquellos pechos, los babeaba, los mordisqueaba y ella se los daba a comer mientras jadeaba, poderosa. Cuando retiraba sus tetas él la miraba, rogándole que de nuevo se inclinara sobre él, para que él pudiera ahogarse allí. Y ella retrasaba aquel momento y él le clavaba la mirada, y apretaba los dientes y bufaba, buscando con sus penetraciones y alargando sus manos y apretándole los pechos, convencerla para que volviera a poner aquellas preciosas tetas al alcance de su boca. Y ella accedía, adornando aquella comida de tetas con aquellos “¡¡Cómemelas, cerdo…!!” que le encendían a él y me encendían a mí, y me demostraban, una vez más, que ella había nacido para tener aquel tipo de sexo, guarro, agresivo, casi violento.

Acabó por retirarse de nuevo hacia atrás. Para volver a montarle, con chulería, con sus brazos en jarra, mirándole, gustándose, hasta que finalmente se salió de él. Se acostaron sobre la cama y acabó él poniéndola de lado y penetrándola, en cuchara, levantándole un poco una pierna para follarla mejor.

María se dejaba follar así, en movimientos lentos y profundos. Yo me moví para verlos de frente. Su coño lucía tan abierto y salido que dejaba sencillamente sin aire… y, en aquel momento, mientras se la metía con parsimonia y ella cerraba los ojos y jadeaba, me dijo él:

—Venga maricón, tráenos un café o algo, ¿no?

Yo la miré, buscaba su aprobación, pues aquella frase me recordaba al primer Roberto y aquello me hacía dudar si dejarla sola, pero ella no me miraba. Esperé un poco a que abriera los ojos, pero no lo hacía.

Comencé a quitarme aquellas medias y aquel liguero. Dispuesto a dejarlos solos un rato, siempre y cuando María me autorizase. Me vestía esperando su aprobación. Me sentía atraído de una forma extraña por dejarles unos minutos a solas, quizás por aquel antiguo afán de no saberlo todo.

Ya vestido, la miré de nuevo. Ella seguía recibiendo, de lado, aquel pollón. Él la abrazaba desde atrás, casi envolviéndola por completo y yo esbocé un “Salgo… un momento, entonces...” y María abrió los ojos y jadeó, con la boca abierta, y los ojos entrecerrados, y el coño ultrajado, pero en un agradecimiento constante…

No dijo nada… Impasible a mi frase, solo centrada en aquella polla que la llenaba, disfrutando, cada segundo, de lo que le quedase a aquella follada.

Cogí mi teléfono móvil, las llaves de la habitación… y me fui…