Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 5 y 6)

Continúa la historia.

CAPITULO 5

Parecía la tarde de los encuentros fortuitos. Lo cual, a golpe de domingo y en una ciudad mediana, tampoco acababa de ser sorprendente. Y es que ya camino de casa cruzamos una plaza llena de niños y, entre diferentes columpios y toboganes, atisbé a una amiga de la infancia con su marido y su hijo.

Estuve un rato charlando, sobre todo con ella, mientras de reojo miraba como María interactuaba con su hijo, que debería de tener unos tres o cuatro años. Además, quizás porque estaba un poco excitado, debido sobre todo a la confesión a medias de María, me parecía que había en aquella plaza cuatro o cinco madres de muy buen ver. No tanto mi amiga, que todo lo que tenía de simpatía lo tenía de poco agraciada. De hecho, siendo malo, el niño, por guapete, no se le parecía a ella; una monada pequeñita, rubia y rizosa.

Cada tres frases mi amiga exclamaba un “¡Marco, déjala tranquila! Por lo que parecía no darse cuenta de que María estaba disfrutando locamente de la compañía del niño.

—Míralo, es como un mini señor... —acabó diciéndome, encandilada, mi novia, una vez Marco salió disparado hacia quién sabe dónde y su padre tuvo que salir detrás. Era cierto que parecía una mini persona, entre otras cosas por como lo habían vestido.

No era la primera vez que veía a María con esa desenvoltura y en ese disfrute con un niño pequeño. Ya lo había visto en nuestro viaje a Estados Unidos con el hijo de una pareja de turistas españoles. En aquellos momentos no podía evitar tener algo de miedo, miedo por no conseguir ser una pareja normal. Miedo de echarlo todo a perder. Miedo a no tener ese futuro con María.

Por otro lado, allí, en aquella plaza, pensaba que… me seguía pareciendo sumamente sorprendente la actitud de María… tan entera dos días más tarde de aquella especie de orgía… y en vísperas de nuestro encuentro con Edu y Víctor… Aquel domingo era como un tren, un tren tranquilo, un vagón silencio, entre dos estaciones, una que había sido una locura y otra en la que no tenía ni idea de si pasaría algo o absolutamente nada.

Nos despedimos y María me dijo, graciosa, medio en broma medio en serio, de invitarlos a la boda. Más que por mi amiga por el encantador rizoso que le había tocado la fibra.

Llegamos a casa y opté por ponerme ya el pantalón del pijama y una camiseta, pues no había ya intención alguna de volver a salir. Seguía con la confesión de María a medias en la cabeza, pero no le dije nada. Quizás por la noche. De todas formas se me hacía raro pensar en Álvaro y Guille cuando estábamos a veinticuatro horas de Edu y Víctor, como si no pudiera disfrutar plenamente de su hipotética confesión sabiendo la estación que teníamos tan cerca.

Cogí mi portátil y me senté a la mesa del salón-comedor, dejando a María en nuestro dormitorio. Al parecer quería hacer ya una especie de cambio de armario “apartar ya los jerséis más gordos” y, seguramente, quitar las etiquetas y probarse la camisa con tres o cuatro cosas como hacía siempre que se compraba algo.

En la soledad del salón, y después de mirar las tres o cuatro páginas de cabecera que tiene todo el mundo, sin demasiada convicción ni demasiada ansia, tanteé a mi buscador a ver qué podría ofrecerme con respecto a buscar a un hombre para nuestro juego. Lo cierto era que lo veía muy lejano, estábamos a finales de febrero y la boda sería el primer sábado de junio… Además, por algún motivo, seguía sin acabar de ver aquella vía, y seguía sin acabar de ver a María aceptando. Sin embargo, una especie de inercia me llevaba a escribir diferentes frases en busca de algo que pudiera ser un principio.

Escribí “Se busca chico para trío” y encontré cien mil páginas. Pero no era eso. ¿Chico para mirar? El que miraría sería yo. ¿Entonces? Lo cierto era que me resistía a escribir la palabra “cornudo”. Palabra que en su día me excitaba que María pronunciase refiriéndose a mí, pero que ahora me parecía que no acababa de encajar en lo que yo sentía o buscaba, y es que yo aún no me entendía, pero no era solo el morbo de verla con otro lo que me mataba, había algo más y no sabía qué.

Aún sin teclearlo explícitamente acababan apareciendo en las diferentes páginas palabras como “cornudo” o “corneador” con las que yo no me sentía a gusto. Y quizás fuera por no ser muy ducho en el tema, pero comenzaban a saltarme pantallas pornográficas por todas partes y me pasaba más tiempo cerrándolas que buscando y encontrando alguna página que pudiera servirme.

María entró de repente en el salón, sobresaltándome un poco. Me alegré de que, en su itinerario, que consistía en ir hasta la entrada donde estaba la gabardina colgada que había ido a buscar, no podía ver mi pantalla. En ropa interior y la camisa nueva, que, efectivamente, debería estar probando con otras prendas, cogió su gabardina y, mientras lo hacía, me preguntó que estaba mirando en mi portátil.

—Pues porno, la verdad —dije como si tal cosa, y era cierto, pues se había quedado abierta una ventana con una morena disfrutando afanosamente de dos chicos.

María sonrió, como sin tenerlas todas consigo, pensando que seguramente la estaba vacilando.

Mientras comprobaba si tenía algo en los bolsillos de su gabardina, allí de pie, descalza, de rosa, en el medio del salón preguntó:

—Ya… ya… ¿Te parece muy rosa chicle?

—¿El qué?

—Pues la camisa.

—¿Es la nueva? —pregunté, no sé por qué, pues era obvio.

—Pues claro.

—No sé, puede ser.

—¿Demasiado rosa? ¿Sí? —cuando María se ponía con aquellas preguntas dejaba difícil escapatoria.

—No, no está bien.

—Es que la otra era medio rosa palo… yo creo esta es demasiado chillona.

—Bueno, así tienes las dos…

—Ya… no sé —dijo sin estar muy convencida. ¿En serio estás viendo porno?

—Eso es —respondí como si un sexto sentido me dijera que cuanta más naturalidad le diera menos mal sonaría.

—¿Y eso?

—Pues nada, estaba… mirando otras páginas y me saltó.

—Claro... estabas en la wikipedia, ¿no? —rio.

—Pues algo así —dije y cerré la ventana, no esa, sino una que arriba ponía, con letras enormes CORNEADOR.

Me olía que María podría acercarse en cualquier momento y prefería mil veces que María me viera viendo porno a lo de la página de cornudos. No quería parecer ansioso por esa búsqueda de un tercero por internet, además, porque no lo estaba.

Efectivamente María posó la gabardina en el sofá y se acercó algo curiosa. El tema del porno nunca había sido un tema tabú ni no tabú. Tampoco es que yo fuera demasiado aficionado precisamente. Desde luego nunca lo habíamos visto juntos. No por nada, realmente.

—Anda, pues sí —rio a mi lado— creí que estabas de coña.

Y, para mi sorpresa, María se quedó callada. Mirando la pantalla. Cinco, diez, quince segundos, en los que veíamos un video sin sonido en el que una chica, tumbada sobre una cama, de lado, era penetrada por un chico, cara a cara, y detrás de ella había otro chico que le besaba la espalda y le acariciaba el culo, dejando que su polla rozase sus nalgas, pero sin buscar penetrarla por su otra cavidad. Los tres tumbados de lado en lo que parecía una especie de sandwich, en aquel momento, bastante tranquilo.

Visto su silencio, que interpreté como curiosidad, me decidí a subir el volumen, a ponerle algo de volumen al menos. Comenzaron a escucharse los gemidos de aquella mujer, que, por cierto, parecía mayor que los dos chicos, cuando María rompió el silencio:

—¿Pero es real?

—¿Cómo real?

—Pues eso, que no parecen actores, ¿no?

—Mmm… no sé, igual no lo son.

Era cierto que la cosa se veía casera, sin embargo algo preparada si parecía.

De nuevo cinco, diez, quince segundos, en los que María, de pie, a mi lado, miraba la pantalla sin decir nada. Los tenues gemidos de la chica invadían nuestro salón y mi polla empezaba a despegarse de mis huevos milímetro a milímetro.

Llegué a sentirme realmente extraño. A sentirnos extraños. Tras pocas horas desde lo vivido en casa de Álvaro allí estábamos… como impactados por ver porno… lo cual era un absoluto juego de niños comparado con lo que habíamos sentido y vivido. Pero era la actitud de María, tan aséptica, tan neutra, lo que nos empujaba a ambos a sentir y vivir como si no hubiera pasado nada.

Tras casi un minuto así, el chico de atrás se cogió la polla con una mano y se veía que intentaba penetrar a aquella mujer analmente, siempre sin que el chico que estaba delante dejara de embestirla lentamente.

—Joder… —dijo María implicada en la escena.

De nuevo los dos atentos a la pantalla mientras el chico de delante se detenía, sin salirse de ella, para facilitarle la penetración a su compañero.

—¿Te gusta la chica? —interrumpió María sacándome un poco del embrujo y de la magnética imagen del chico de atrás intentando conseguir su objetivo— Es guapa, ¿no?— insistió.

—Está bien, sí —respondí mientras aquella morena de rizos, que tenía cosas de Sofía, pero que realmente no se parecía a ella, se echaba la mano atrás, para ayudar al ansioso amante, que seguía intentando penetrarla por el culo.

—Tiene buenas tetas, ¿no? —me sorprendía María, de nuevo, visiblemente afectada por el video y quizás hablando para romper esa tensión, para disimular la impresión que le producía lo que veía.

—Prefiero las tuyas —respondí, y era cierto, la chica, o la mujer, tenía un buen par, como María, o casi, pero con respecto a las areolas nada podía hacer; la extensión de las areolas de María ponían sus pechos en otro nivel. Las areolas y pezones de María producían un impacto visual de sus pechos, de su torso, que la ponían siempre en otra dimensión.

El chico parecía conseguir ensartarla, no sin dificultad, desde atrás, mientras yo pensaba que en ningún momento habría imaginado ver porno con María así, sin más, sin ninguna planificación, sin ningún plan para convencerla. Y mucho menos con la estación Guille-Álvaro tan cercana y ya aún más cercana la Edu-Víctor.

No sabía si por el cumplido hacia sus pechos o quizás por el morbo de ver a aquella mujer empalada por dos pollas a la vez, pero María, lentamente, con tacto, con erotismo, con delicadeza, comenzó a colocarse, a montarme, dándole la espalda a la pantalla. Se sentó sobre mí, con sus bragas cerquísima de una entrepierna mía que lagrimeaba y quería escapar del pijama. Pensé entonces que quizás había algo más que la había hecho encenderse así… ¿o ya venía algo encendida de antes? María me quitó la camiseta y comenzó a besarme el cuello y yo pensaba sí ya venía excitada de su dormitorio, si ya se había excitado por probarse la camisa con la que cumplía las órdenes de Edu… si se había excitado por imaginarse… por visualizarse con Edu y Víctor al día siguiente.

Mientras María me besaba sutilmente el cuello y el pecho, la chica del video comenzó a gemir más fuerte y planteé otra hipótesis en mi mente: ¿Y si aquella postura del video la hubiera vivido ella con Álvaro y Guille? ¿Era posible? Aunque no hubieran llegado a penetrarla a la vez, pues parecía obvio que Álvaro había intentado desvirgarla analmente en la postura que yo había visto, me planteaba que era posible que María hubiera estado también entre dos cuerpos, en postura similar a la del video. Lo más morboso era que ambas teorías, la de la excitación por vestirse para Edu y la de estar reviviendo la postura del video no eran excluyentes.

Acabé por buscar los labios de María que ya se movía lentamente, con su cintura adelante y atrás, rozando sus bragas con el pequeño bulto de mi pijama. Sentí sus labios carnosos, densos, húmedos y mi lengua no tardó en buscar la suya. Algo me subía por el cuerpo al tocar su lengua. Como si fuera siempre la primera vez. Pero María cortó el beso disimuladamente y con los ojos cerrados susurró en mi oído:

—Sigue mirando…

María me ordenaba que no abandonase a aquella mujer a la suerte de aquellos dos chicos. Que siguiera mirando cómo se la follaban entre los dos. Y yo disfrutaba de la vista de aquel video y del tacto de María por todo mi cuerpo, sentada en mis muslos, montándome pero sin montarme, y de nuevo besando mi cuello, el lóbulo de mi oreja… mi pecho…

El bombardeo de gemidos de aquella exuberante mujer chocaba con la delicadeza de los besos y movimientos de cadera de María. Mis manos fueron a sus nalgas, para acompasar aquella cadencia de su cintura. Sentí su culo algo caliente y aparté un poco sus bragas negras, llevándolas hacia dentro, hacia la raja de su culo, para amasar con ambas manos, con toda la palma y todos los dedos, aquella carne sofocante, que me hacía a mi subir mi propia temperatura.

—¿Qué hacen? —susurró María en mi oído al escuchar como los decibelios habían aumentado.

—Pues… —balbuceé excitadísimo— pues… uno… uno la tiene a cuatro patas y le está dando por el culo, y… el otro está tumbado al lado... pajeándose.

—¿Sí…? —preguntó entrelazando sus dedos en mi pelo y mordiéndome levemente el cuello.

—Sí… ¿Te pone lo que le hacen…?

—Mmm… Me pone que a ti te ponga… —respondió.

—¿Sí? Pues… podrías… liberarme… —susurré también en su oído, usando una extraña palabra, pero fue la que me salió, en clara alusión a que acabara con el martirio de mi polla bajo el pantalón del pijama.

María no me torturó más y llevó sus manos a la goma de mi pijama, bajando el pantalón lentamente. Descubriendo por fin mi miembro, completamente tieso, si bien ridículo comparado con las pollas de los chicos del video, pollas que en cualquier caso no tenían nada de especial.

Sentada sobre mí se echó un poco hacia atrás y llevó ambas manos a mi miembro. Lo agarró con fuerza y después lo soltó. Tanteándolo de una forma sorprendente. Después llevó dos de sus dedos a la punta y echó la piel de mi glande hacia atrás, con suma delicadeza, haciéndome estremecer. Yo, nervioso, llevé mis manos a uno de sus botones, para desabrocharle un poco la camisa y contemplar el nacimiento de un escote que sabía me iba a matar y de un sujetador tan oscuro como contundente. María comenzó a esparcir el líquido pre seminal que chorreaba de la punta de mi miembro con su dedo pulgar, matándome, alterando mi respiración… produciendo una descarga incontrolable por todo mi cuerpo.

—¿Ves? —preguntó, seguro sin ser consciente del destrozo de aquel dedo pulgar, haciéndose un poco hacia un lado, para que pudiera seguir viendo el video.

—Sí —dije al tiempo que me incorporaba un poco para mover mi portatil ligeramente hacia un lado para verlo más en diagonal —¿Quieres que lo pase un poco para delante? —pregunté.

—No... No, me gusta oírla.

María recogía mis huevos con una mano y con la otra seguía esparciendo aquel pre seminal y masajeándome con su dedos todo el glande. En la pantalla aquel chico seguía destrozándole el culo a aquella morena y el otro seguía pajeándose, mirándoles, como si nada.

—Disfruta, que mañana se acaba… —dijo, mirándome, sin soltar mi polla. Polla que había desatendido durante semanas o incluso meses, y ahora mimaba como si se sintiera en deuda.

—¿Mañana se acaba el qué?

—Pues lo de esos dos. Bueno, lo de todos.

A mí me costaba entenderla. Y no solo lo que decía, sino también su nivel de excitación… Su comportamiento tan entero. Había follado durante horas el viernes por la noche, el sábado por la mañana… Había follado conmigo al llegar, el sábado a mediodía, al llegar de casa de Álvaro. Y habíamos hecho el amor la noche del sábado. Y ahora parecía evidente que follaríamos otra vez. Sin embargo parecía empeñada en que todo acabaría tras la quedada con Edu y Víctor. Parecía querer pasar del todo a la nada.

—Ya, ya me has dicho que mañana y se acabó.

—Eso es… Mañana… ves como… me miran y se acabó.

—¿Cómo te miran?

—Sí… Víctor me mirará con su cara de viejo salido psicópata…

—¿Y…? —intenté sonsacar.

—Y ya está… Y… Edu...

—¿Y Edu como te va a mirar? —interrumpí mientras mi mano, temblorosa, infartada, delatora, iba a desabrocharle otro botón de la camisa, haciendo que su escote llegase literalmente hasta su ombligo, descubriendo las copas enormes de su sujetador que contenían unos pechos que parecían respirar con vida propia.

—Pues Edu…—comenzó a decir al tiempo que cambiaba su movimiento de crear círculos con su pulgar sobre mi glande para agarrar mi polla con tres dedos y comenzar a masturbarme lentamente— me mirará con su cara de… chulo… y con su indiferencia…

—¿Sí?

—Sí… con su cara de chulo, haciendo como que… como que no se acuerda de que a mí también me folló… en plan que se folla a tantas que ni se acuerda…

—Seguro que de ti se acuerda —dije fingiendo entereza, pero infartado por su frase, por aquel “haciendo como que no se acuerda de que me a mí también me folló”.

—Pues eso… disfruta mañana… que se acaba todo… que además a esos dos idiotas los voy a bloquear.

—¿Te han vuelto a escribir?

—Sí, Guille.

—¿Álvaro no?

—No, pero bueno, ya viste que me escribió esta tarde.

—Ya. ¿Y Guille qué te ha escrito?

—Chorradas —dijo María con gesto de querer dejar de hablar de ellos, apretándome más fuerte con sus dedos.

Llevé de nuevo las manos al culo de María y cumplí su orden de mirar otra vez a la pantalla. Ahora la chica masturbaba a los dos chicos que estaban tumbados boca arriba, cada polla con una mano. Y yo de nuevo me preguntaba si María había hecho eso en el intervalo de tiempo en el que se había quedado a solas con aquellos dos afortunados niñatos.

—¿Quieres que huela mañana? —dijo María, sorprendiéndome de nuevo.

—¿Que huelas, cómo?

Se puso entonces de pie y no pudo evitar llevar sus ojos a la pantalla donde aquella mujer había abandonado aquella especie de masturbación doble y ahora se afanaba en chupársela a uno de los chicos, mientras el otro ya se movía para buscar la retaguardia de la mujer.

María se desabrochó el botón que faltaba de su camisa. Se la quitó. Sin dejar de mirar el video. Llevó sus manos al broche trasero de su sujetador… sujetador que cayó hacia adelante, agradecido por dejar de sostener aquello, como agradecidos respondieron sus pechos fluyendo hacia adelante y ligeramente hacia abajo. Sus tetas colosales ante mí, y ella girada, como si nada, mirando la pantalla. Mirando como un chico disfrutaba de una mamada implicada, tan implicada que las tetas de la morena se bamboleaban con el movimiento, mientras el chico de atrás, se masturbaba, de pie, como aun decidiendo si penetrarla o no, o decidiéndose sobre qué orificio cubrir.

Para mi sorpresa María se puso de nuevo la camisa. Se abrochó tres o cuatro botones y volvió a sentarse sobre mí. Aproximó su coño, tapado por sus bragas, hasta que pude sentir la seda negra en contacto con el tronco de mi polla dura, y susurró en mi oído:

—¿Quieres que me huela la camisa a sexo mañana?

Yo, tan alucinado como excitado, no supe qué responder. Mis manos fueron a sus tetas, sobre su camisa, y mi boca fue a buscar la suya, pero sus labios me fueron negados.

—Sigue mirando.

Obedecí y vi que el chico de atrás se había decidido a inclinarse hacia adelante y comerse aquella chica, comerle el coño o el culo, no lo sabía, mientras ella seguía obcecada en destrozar la polla de su otro amante, con su boca y con una de sus manos.

María se incorporó un poco… y… yo podía ver de reojo como con una mano apartaba sus bragas y con la otra me cogía la polla… No me dejaba besarla. No me dejaba mirarla. Solo me permitía sentir sus pechos colosales bajo su camisa… Ella decidía todo lo que pasaba allí, aunque no tuviera demasiado sentido. Comencé a sentir como dirigía mi polla a la entrada de su coño, podía sentir sus labios tiernos rozando mi glande, podía sentir como aquel coño se abría para mí sin necesidad alguna de ninguna estimulación. María se sentaba sobre mí, sobre mi polla. Aquel coño enorme, poderoso, ávido, caía sobre mi cuerpo y ocultaba una polla que alucinaba con la temperatura y con la dilatación de aquellas paredes. Emitió un leve suspiro que se solapaba con los gemidos ahogados de la mujer del video, ahogados por tener la boca ocupada, y quiso seguir con su juego:

—… Hazme sudar… Aguanta…

La miré. Me lo permitió. Apreté con más fuerza sus pechos sobre la camisa al tiempo que ella hizo el primer círculo con su cadera sobre mi cuerpo; un círculo perfecto con mi polla incrustada dentro de ella.

No acababa de entender sus planes, cuando se levantó un poco, cambiando su movimiento circular por subir y bajar sobre mi polla. Miré hacia abajo y vi como la mitad de mi miembro era cubierto y descubierto por sus nuevos movimientos. Vi los labios de su coño como desunidos de su cuerpo... abrazando mi tronco a cada metida… Me mataba del gusto… Me hacía cerrar los ojos... y escuché:

—Aguanta, eh… y haz… haz que... olamos a sexo… Haz… Haz que me suden las tetas…

Con los ojos cerrados escuchaba aquellas surrealistas peticiones mientras sentía un placer indescriptible al notar como su cuerpo se deslizaba con el mío, como si fuera una barca meciéndose, enterraba y desenterraba mi polla, lentamente, en movimientos cortos y sentidos… Yo, afanado a sus pechos, no sabía qué replicarle… y solo acerté a decir:

—¿Eso quieres?

—Sí…

—¿Y vas a oler a sexo mañana todo el día? —pregunté, con ganas de entrar en su juego, aunque temiendo no ser capaz, y siempre excitadísimo.

Era obvio que se ducharía y que la camisa difícilmente olería a sexo al día siguiente por mucho que folláramos. Los dos lo sabíamos. Pero parecía que decidíamos auto engañarnos en aquel juego morboso. Ya no tenía duda de que María se había excitado en su dormitorio al probarse la camisa. Ya no tenía duda de que alguna de las posturas que se veían en el vídeo las había vivido María pocas horas atrás.

Acerqué entonces mi cara a los pechos de María que me montaba con una cadencia y con un estilo impresionantes y ella misma dejó que besara, lamiera y mordiera sus pechos sobre su camisa; En un derroche de lujuria, que rozaba lo fetichista, babeé aquella camisa comprada para Víctor y Edu, de manera exagerada.

María gemía más fuerte no cuanto más rápido me montaba sino cuanto más mordía y babeaba aquellas enormes tetas sobre la camisa. Conseguí hasta que se marcasen sus pezones nítidamente mientras la chica del video cambiaba jadeos por gritos, ya que el chico de atrás la embestía con fuerza y el de delante se masturbaba frente a su cara. Yo quería aguantar, pero me costaba. María me montaba rápido pero con cuidado de no salirse, pues conocía el tamaño reducido de mi miembro. Intentaba no correrme, pero fueran a donde fueran mis ojos encontraba algo que me haría explotar… solo podía ver aquel vídeo que representaba a María con Álvaro y Guille o ver el semblante tremendamente morboso de María montándome, con su melena espesa cayéndole por la espalda, con sus manos en mi pecho, gustándose, disfrutando quizás más de ella misma que de mí.

Y mi boca también me hacía explotar al no querer dejar de ir una y otra vez a besar aquella tela rosa, a sentir aquellas duras tetas sobre la camisa, camisa que representaba a Víctor y a Edu. Pues allí no estábamos dos, ni siquiera tres, como algunas veces habíamos estado al fantasear, sino que éramos hasta seis personas las que estábamos en aquel extraño polvo... en aquella cabalgada acelerada: dos en el vídeo, dos en su camisa y dos en la silla. Aquella cabalgada frenética en la que María comenzaba a sudar cada vez más, por lo que llegué a pensar que quizás tuviera razón y pudiera impregnar de olor a sudor y a sexo aquella camisa para el día siguiente.

María llevó una de sus manos a su clítoris, buscando así su orgasmo y yo resoplé. Dándole a entender que no podría evitar correrme si ella comenzaba a gemir. Ella me leyó y se detuvo. Me abrazó. Quieta. De golpe todo se paró. Nuestro mundo se paraba, pero el video avanzaba incesante. Notaba el corazón de María palpitar en mi pecho, alterada, viva, pletórica, mientras uno de los chicos se masturbaba apuntando a la cara de aquella mujer mientras el de atrás se salía de ella y pretendía eyacular sobre sus nalgas.

—¿Quieres correrte? ¿Aguantas? —suspiró María en mi oído mientras uno de los chicos se hacía con la cámara y enfocaba ahora a aquella morenaza mientras se masturbaba frente a su rostro.

Seguía abrazado a María mientras contemplaba como en seguida aquellos dos chicos ponían perdida de semen la cara y las nalgas de aquella mujer que cerraba la boca y los ojos, dispuesta y sumisa a parte iguales, sin rastro de exageración ni fingimiento, ganando enteros la posibilidad de que el vídeo no estuviera realmente preparado.

—¿Quieres parar un rato? —preguntó comprensiva. Lo cierto era que solo con que moviera un poco su cintura, explotaría.

El video acabó y conseguí coger un poco de aire. María se echó un poco hacia atrás, descubriendo la humedad de su camisa por la zona de sus tetas, mostrando aquella saliva mía que había mancillado su camisa y llegado hasta sus pechos.

—No, podemos seguir —dije sabiendo que no estaba a un movimiento de María de correrme… sino a dos o tres…

—¿Acabó el vídeo? —preguntó, sin girarse, por no oír nada.

—Sí —dije mirando hacia abajo, mirando cómo, al haberse echado un poco hacia atrás, hasta llevar sus codos a la mesa, se descubría la base de mi polla, base permanentemente abrazada por aquel coño que parecía querer atraerme.

María, con su pelo parcialmente sobre la cara, ciertamente algo sudada, llevó su vista a sus pechos calados por mis babas, y no dijo nada.

—¿Qué tal los chicos del video? —dije finalmente yo, por ganar tiempo.

—No me fijé, la verdad.

—¿Te fijaste en las tetas de ella y no en… las pollas de ellos? —pregunté sabiendo de la anormalidad de aquello, de la anormalidad de tener a María montada sobre mí, con mi polla dentro, con sus pezones marcando aquella camisa mojada por mi saliva.

—Pues no sé… serían normales…

—¿Cómo la de… Guille?

—Sí, puede ser.

—¿Y eso…? ¿Qué es? Del uno al diez.

—¿La polla de Guille del uno al diez? —preguntó María, seria, centrada, sin extrañarse por la pregunta.

—Sí.

—¿De tamaño o de forma?

—No sé, en general.

—Pues… no sé, igual un seis. Seis, seis y medio.

—¿Y la de… Álvaro? —pregunté llevando una de mis manos a uno de sus botones de nuevo.

—No me la quites.

—No, no —dije desabrochando un botón solo para disfrutar de aquel bendito escote otra vez, pero sabiendo que ella quería seguir follando con la camisa puesta.

—Pues Álvaro… un… ocho o nueve.

—¿Ocho o nueve?

—Ocho y medio…

—No está mal…

—Bueno, ya la viste —dijo no sin razón.

—¿Y la de Edu?

—Pues… claramente diez —dijo con dolorosa celeridad.

—Joder…

—Nueve y medio o diez.

—Caray… —suspiré.

—Tiene una polla… tremenda… Bueno, también la has visto...

Me quedé un instante callado, lo cierto era que no solo la había visto sino que incluso, aunque hubiera sido durante un segundo, la había tocado.

Me sentí algo recuperado y no pude contenerme más, así que tiré de su camisa un poco hacia mí, indicándole que podía montarme otra vez, que podía volver a follarme, lo cierto era que sin duda ella a mí, sudando e impregnando de olor a sexo aquella camisa otro rato más.

María pegó su pecho al mío y su primer movimiento arriba y abajo fue más sentido de lo esperado. Pero ya no le podía pedir otra vez un descanso.

—Muévete adelante y atrás, mejor —le pedí.

Obedeció, por lo que comenzó a mover su cadera adelante y atrás. Intenté el beso que se me había negado y esta vez, y casi sorpresivamente, fue aceptado. Disfruté entonces de nuestras bocas fundirse. De nuestras lenguas contactando… Y una de mis manos fue a su culo para acompasar su cintura y la otra iba a su cuello, su melena, su cara, sus pechos y todo lo que pudiera tocar, acariciar y sentir. Sus manos a mi cara, cuando me besaba con más ansia, a mi pelo, para tirarme un poco de él cuando conseguía sentir mi polla más dentro de ella… Sus movimientos de cadera adelante y atrás se hicieron frenéticos, su melena caía espesa por su espalda llenando de sudor su camisa, cumpliendo su plan, y sus pechos atacaban la camisa por delante, rematándolo.

Colé entonces mis manos por su torso, por debajo de la camisa, y sentí su vientre caliente, pringoso, por el sudor, era cierto que estábamos creando sudor, creando sexo, en un plan extraño, bizarro, fetichista… Una de mis manos se quedó en su vientre y la otra subió más y acarició una de sus tetas bajo su camisa… aquellas tetas tibias… suaves… coronadas por un pezón durísimo… aquellas tetas que efectivamente sentí pegajosas, sudadas… María se acopló entonces incluso más y comenzó a moverse aún más rápido; me follaba la polla adelante y atrás, sentada sobre mí, con una velocidad y un estilo que me tenían al borde del orgasmo, su cintura me golpeaba en golpes secos, hacia adelante, mientras me seguía deleitando con sus tetazas sudadas y la miraba, hacia arriba, como se gustaba, como me montaba, como me cabalgaba, enérgica, pletórica, con sus tetas bailando bajo su camisa empapada por mi saliva, baile que yo no quería neutralizar del todo con mis caricias, pues quería verlas menearse libres. Me montaba llena de poder, de lujuria y de elegancia, en aquel plan tan surrealista como extraño y tremendamente guarro… Con los ojos cerrados… con una mano en mi pecho y la otra en su cintura, con arrogancia, con autoridad, me mataba y me tenía a punto de correrme… y tras varios resoplidos míos supo que yo no tenía vuelta atrás y susurró, con los ojos cerrados:

—Córrete…. Córrete si quieres… —y aquella frase fue el definitivo detonante para que mi polla y todo mi cuerpo dijéramos basta.

—Lléname… ¡Mmm… joder…! Echa… echa todo… —dijo altiva, con un gemido mínimo, pero sentido, con sus ojos permanentemente cerrados, con lentitud en sus palabras, con frenesí en su cintura, implacable, con una altivez que me mataba y que me hacía eyacular, vaciarme, correrme dentro de su coño, compungido, llevando entonces mis dos manos a sus tetas caladas, por su sudor y por mi saliva, tetas que no era capaz de cubrir haciéndome sentir pequeño, diminuto también en comparación con el cuerpazo que me montaba… Me corría y me corría y podía sentir el gusto y la satisfacción de María por mi orgasmo, porque mi corrida se prolongaba… y yo hasta me sentía orgulloso cuanto más se alargaba mi placer y mi eyaculación dentro de ella, dentro de una María que seguía con su cadera y su cuerpo implacable, exprimiéndome… hasta dejarme completamente seco. Vacío.

Se detuvo. Otra vez. Llevó su torso hacia mi cuerpo. Otra vez. Volví a sentir su pecho palpitando. Otra vez. Sentí su camisa húmeda y sus tetas mojadas. Inhalé de su melena, de su nuca, y olí sexo. Olí sexo realmente guarro. Sentía sus pezones clavados en mí, atravesando su camisa hasta llegar a mi pecho, pezones que no descendían en dureza por mucho que duraba nuestro abrazo. Sentía mi polla palpitar y gotear dentro de ella. No teníamos prisa. Yo no entendía como tras meses pensando en que ya no me deseaba pudiéramos haber echado aquel polvazo, pero no me parecía el momento para intentar averiguar un por qué.

Aquel abrazo se detuvo porque empezamos a sentir como todo lo que había echado dentro de ella buscaba salida hacia mi pubis y hacia la silla. María acabó por ponerse en pie. De su coño caía un líquido blanco y espeso, su camisa seguía mojada en las zonas que había babeado y sus pezones seguían marcando y coronando aquellas zonas húmedas con una desvergüenza exagerada. Llevó una de sus manos a su entrepierna y se quedó quieta. Me subí el pantalón del pijama, me levanté y fui a por papel higiénico que traje inmediatamente para limpiarnos.

Tras asearnos María se quitó la camisa y la colgó sobre una silla.

—Estamos locos —dijo mientras la revisaba. Lo cierto era que no valía para poner.

Yo en pantalón de pijama y ella solo con las bragas puestas, la abracé por detrás:

—Te quiero mucho, María.

—¿Mucho? —preguntó melosa, recibiendo mi abrazo, y haciéndolo suyo.

—Sí.

—Normal, normal que me quieras mucho —sentí que sonreía mientras enterraba mi nariz en su nuca y olía de su melena espesa y sudada.

CAPITULO 6

Estábamos absolutamente en la cresta de ola. Expuestos. Por momentos descontrolados. Cuando yo había pensado que tras lo sucedido el viernes por la noche María se metería en una concha de la que no querría salir por algún tiempo.

Yo estaba en la cresta de la ola porque al día siguiente vería a Edu, después de tantos meses sin verle. Vería a Víctor, el cual un día me había escrito como para postularse como amante para María de una forma que me había revuelto las tripas. Para colmo María iría vestida como Edu le había pedido y para contentar a Víctor. Y, por si todo eso fuera poco, mi novia venía de una especie de orgía con dos críos y otra chica dos noches atrás. Pero, aun así, lo que más me hacía sentir que estaba viviendo unos momentos claves y trascendentes era la propia actitud de María; mientras cenábamos, aquel domingo por la noche, pensaba que en aquel fin de semana María había estado casi más horas follando que sin follar. Para colmo aquel espectáculo con la camisa, idea suya… Lo de ver porno... Una vorágine de acontecimientos sexuales que me tenían impresionado, y, quizás también, rozando la alerta.

En otro contexto me habría costado dormir, pero si el fin de semana de María había sido intenso en lo físico y lo emocional, también había sido para mí tremendamente intenso psicológicamente. Cerraba los ojos y volaban mi imaginación y mis recuerdos. Tenía además la necesidad imperiosa de que María cubriese aquellos vacíos de información de lo sucedido con Álvaro, Guille y Sofía el viernes por la noche y sábado por la mañana. Tenía, además, los nervios y la incertidumbre de qué ocurriría al día siguiente con Edu y Víctor, pero me quedé dormido sin remedio a los pocos minutos. Caí rendido por puro cansancio y estrés emocional.

A la mañana siguiente era un lunes por la mañana más, pero no lo era. María y yo íbamos cumpliendo con todas las tareas mecánicas y repetidas, casi cronometradas, de desayunar, ducharnos, lavarnos los dientes, secarnos el pelo… en un coreografía sincronizada y ruidosa a la vez que muda.

Me vestí en el dormitorio mientras María aún se secaba el pelo en el cuarto de baño. Cogí mis zapatos y me fui al salón. Escuchaba las noticias en la televisión y me calzaba mientras miraba de reojo la camisa de María que seguía colgada en la silla. No sé por qué en aquel momento tuve el pálpito de que se acabaría echando atrás, de que con la excusa de que la camisa no estaba en buen estado acabaría por saltar del barco justo antes de llegar al destino. Podría ir al cuarto de baño, despedirme y marcharme, pero hice tiempo con mi móvil en el sofá, preocupado por el desenlace.

Y es que, a pesar de ser María bastante lineal, temía un repentino cambio de humor, un volver a la tierra, un ramalazo de madurez. Un “ya está bien, se nos ha ido demasiado”.

Escuché como el secador detenía su zumbido y como unos retumbantes tacones se acercaban. Apagué la televisión como en un acto reflejo, como si estuviera haciendo algo malo y me puse en pie fingiendo absurdamente que no había mirado la camisa en todo el rato, como un niño sometido a tentaciones en un experimento sociológico. Ante mí apareció con su melena densa y brillante, con unos tacones negros y falda gris, sujetador negro y una americana en sus manos a juego con la falda, que posó sobre una silla, y, sin mirarme, cogió la camisa rosa con cuidado.

No entendía por qué me ponía tan nervioso. Nervioso y sorpresiva e incontrolablemente excitado.

La cogió y la miró de arriba abajo. Como comprobando sus daños. Segura. Serena. Comenzó a ponérsela. Se la abotonaba con una mano mientras cogía su bolso que colgaba de otra silla con la otra mano. Como si tal cosa.

—¿Vamos? —preguntó sin mirarme mientras metía la camisa por dentro de la mini falda.

—Sí.

Se puso la chaqueta y se giró por primera vez hacia mí. Se colgó el bolso al hombro y entonces abrió su chaqueta, ofreciéndome su busto, su pecho imponente bajo aquella camisa y sujetador, ofreciéndome su vientre plano y su semblante tranquilo.

—Está bien ¿no? Tu saliva no es corrosiva ni nada —dijo con gracia aunque sin sonreír.

—No, no, está bien.

Lo cierto era que la camisa había tenido un sueño tan reparador como el mío. Nadie podría imaginar el juego y el vilipendio a la que había sido sometida horas antes. Y una mezcla de alivio, morbo y de nuevo impresión por el empaque de María me afectó en todo el cuerpo.

Ya en el ascensor, María se colocaba la melena y se ajustaba mejor la americana y el morbo se impuso entre mis emociones. Desde atrás pegué mi entrepierna a su culo y llevé mis manos a su cintura.

—No empieces… —dijo, más de lunes que yo, como si fuera un lunes cualquiera…

—No empiezo nada…

—Bueno… hoy se acaba… —dijo María, mirándose, sin cruzar su mirada con la mía a través del espejo, en lo que parecía ser su nueva frase favorita, y preguntó:

— ¿Cuánto llevamos con esto?

No quise decirle la verdad. No quise decirle que sabía la fecha exacta, nueve de marzo del año anterior. Día en el que había venido Edu con otros chicos a saludarla y noche en la que había soñado que me humillaba al besarse con él en mi presencia y después hacían cosas más fuertes que besarse. El ascensor llegaba al cero mientras le decía que llevábamos casi un año con aquello.

—¿Ya? —dijo meridianamente sorprendida— Bueno, quedará como una locura de novios… Y hay que ponerse las pilas con la boda, que mi madre me está empezando a volver loca con que aún no tenemos nada —dijo mientras salíamos del ascensor.

Ella buscó una despedida estándar y yo busqué labios, lengua y todo lo que se me permitiese. Obtuve labios, tacto de culo sobre minifalda de traje, un poco de lengua y un “venga… ya...” suficientemente sonriente. Me di por satisfecho.

¿Cómo se pone uno a trabajar así un lunes? Imposible. Las horas no pasaban. Me marqué las once de la mañana como meta volante y eran menos cinco cuando no me pude contener más y le escribí al móvil:

—¿Qué tal?

Cinco minutos más tarde recibí un “Bien” y cinco segundos más tarde, o lo que tardé en escribirlo, ella recibió un “¿Habéis quedado? ¿Habéis hablado?”. “Espera que tengo lío” apareció en mi móvil y me cayó como un castigo, un castigo a un chiquillo impaciente y cansino.

Volví al trabajo, a medio gas, con mi cabeza en otra parte, y en esa otra parte aún estaban Álvaro y Guille. Aún me venían permanentemente a la mente las imágenes de aquellos críos follándosela… Joder… ¿Y ella pretendía bloquearlos sin más? ¿Como si no hubiera sucedido nada? ¿Cómo un desahogo meramente físico? ¿Lo iba a olvidar así?

Mi imaginación voló entonces del pasado al futuro, y fue a Edu. No dejaba de sorprenderme su súbita aparición, de nuevo, en nuestras vidas. O quizás tan ocupado había estado con Álvaro que no había visto que Edu siempre había estado ahí. De hecho no podía negar que diferentes pistas habían llegado a mí. Dudaba ya si esa obediencia de María acerca de la ropa a llevar al trabajo había consistido en dos o tres casos aislados o si había sido una constante de semanas o meses. ¿Podría haber sido una constante desde el verano? ¿Enganchando lo de cumplir sus peticiones sobre los bikinis, en verano, después en septiembre, en la época de Patricia, y después en invierno yendo al juzgado juntos? ¿Podría ser que le hubiera cumplido esos caprichos durante todos esos meses, de manera trasversal, con el oasis de su tremenda follada en la boda? ¿Su premio? ¿Su recompensa? No, no podía ser… Lo de la boda había sido una ida de cabeza de todos, sin nada pactado. Pero, ¿y después? ¿Y aquella vez que Víctor me había dicho que María había tanteado a Edu para repetir? No, aquello no me lo creía. Era imposible.

Víctor... aquel informático oscuro e inescrutable… ¿Habría visto a María ya así vestida? ¿Sabría la causa de su vestimenta? Casi seguro que sí. O quizás fuera solo un juego de Edu. Me imaginaba a Víctor mirándola con lascivia por el pasillo o quizás yendo al despacho de María bajo alguna excusa, para allí desnudarla con la mirada… repasando sus tetas… sus piernas… Me preguntaba si se pajeaba pensando en ella, si se la imaginaba montándole cada vez que se veían… Si se acariciaría su sucia polla en los servicios del despacho pensando en ella...

Ese era yo. El que se preocupaba por las cosas que no sabía, pero en seguida lo solapaba y soterraba al imaginarse todo tipo de morbosidades y guarradas derivadas de, precisamente, aquella incertidumbre. Y en esas estaba… empalmándome… allí sentado. Cuando se confirmó que cuando algo puede salir mal sale mal, y es que acabó por salpicarme un marrón, en principio ajeno a mí, y que tenía trazas de que podría afectar a mi hora de salida.

Enfocado en apagar el fuego para que no trastocase mi cita, llegando a comer en mi escritorio para no perder tiempo, recibí un mensaje de María pasadas las tres de la tarde.

“Hemos quedado a las nueve en la cervecería de siempre, la de los jueves”.

Leí aquella frase varias veces. En cierto modo me resultaba decepcionante. Que fuera en aquel bar le quitaba… clandestinidad… le daba un aire de demasiada normalidad.

Respondí con un escueto “vale”, sin detenerme a ponerla en aviso de que quizás saliera tarde y volví al trabajo. Pero de nuevo me costaba. Al ponerle sitio a la cita mi mente volaba más fácilmente al paisaje. ¿Cómo nos sentaríamos? ¿Cómo la miraría Víctor? ¿Cómo miraría María a Edu? ¿Cómo me miraría Edu a mí? ¿De qué hablaríamos? ¿Para qué era realmente la quedada? ¿Acaso nadie iba a intentar nada? ¿Pero intentar qué? Era como juntar cuatro productos químicos y removerlos y esperar a ver qué pasaba. Lo cierto era que no tenía demasiado sentido.

Inevitablemente mi mente comenzó a trabajar en elementos más sugerentes. Si tan claro tenía María que con aquella quedada se acababa todo… ¿Iba a hacer algo? ¿Iba a calentar a Víctor para después contármelo? ¿Acaso ella había pensado en algo? Imaginármela calentando a aquel cuarentón… encendiéndole hasta quizás permitirle que le tocara la pierna, el muslo bajo la falda… que el viejo se atreviese a hacer eso, en mi cara, que ella se lo consintiese y que Edu en ese momento me mirara… Joder… me empalmaba solo con pensarlo…

Cogí el móvil y… tras escribir y borrar ciertas cosas acerca de Víctor y ella, decidí tranquilizarme y le envié:

—No huele la camisa a sexo, ¿no?

En seguida obtuve respuesta:

—Jaja. No.

—Se nos fue un poco la olla.

—Se nos fue. BASTANTE —escribió con letras enormes.

Le escribí entonces que quizás saldría tarde y me respondió, fastidiada, que intentara no demorarme demasiado. Supuse que no querría estar a solas con ellos.

Iba a posar mi móvil boca abajo para centrarme en acabar mi injusta tarea cuando vi que Edu me escribía. Casi se me cae el móvil de la mano.

Solo me había aparecido en la parte superior de la pantalla que me había escrito. No tenía ni idea del tono, del tamaño… del contenido… Aunque las sensaciones eran malas. De golpe todo su sadismo y su superioridad cayó sobre mí, tele transportándome a meses atrás. Sentí en un instante lo que sentía cuando me escribía con él, sentí no solo sadismo y superioridad, sentí… miedo. Mi dedo tembloroso acabó por entrar en el chat con él, todo mi yo se preparaba para recibir un impacto que justo o injusto siempre sentía merecido, siempre sentía que iba con todo el lote, que no se podía evitar si querías volver a tener contacto con Edu. Cogí aire, como si me fuera a faltar al acabar de leer… y leí:

“Hoy no me hables, lo que sea será con ella, con Víctor y conmigo. Creí que habías aprendido, veo que no, te dije que dejaras de hacer el imbécil. No respondas a esto.”