Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 41 y 42)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 41

No había digerido todavía aquella frase cuando Marcos se aburrió de esperar. Quién sabe si temiendo que yo pretendiera disuadirla. Le dijo algo al oído y la hizo girar, apartándola de mí con disimulo. Era torpe en movimientos pero parecía tener cierta maña o pericia en esos contextos. Había captado su atención y yo no podía oírles y hasta llegó a sonreírle a ella, ahí sí siendo él y fallando, pues su sonrisa quiso ser pícara pero fue obscena.

Pero María no le apartaba, no le decía que no y aquello me encendía y me mataba. Y él interpretaba aquella ausencia de noes como síes y se aventuró por fin a poner sus manos en su cintura, manos que no fueron apartadas, hablándole entonces aún más cerca.

Sus caras estaban completamente pegadas, tanto que casi podía sentir a través de ella el aliento denso de Marcos. La música y las luces parecían aumentar en intensidad. Le hablaba y no siempre ella le entendía y de nuevo le hacía repetir. Yo me giré hasta verla a ella de frente y a él de espaldas. Aquella camisa granate y piernas anchas, todo él era anchura y toda ella era esbeltez. La melena voluminosa y perfecta de ella en contraste con la cabeza rapada de él. Cualquiera que los viera no podría entender jamás que aquella pedazo de mujer hubiera llegado tan lejos con aquel hombre.

Las manos de él en su cintura me jodían a efectos de incredulidad, pero me tensaban a efectos de morbo. Mis sensaciones saltaban de uno al otro, de ella a él, de la bella a la bestia, y otra vez pude sentir, pero ahora a través de él, el tacto de la camisa de seda de ella en la cintura. De nuevo la mayor rudeza, lo áspero de sus manos frente a lo delicado de la camisa. La belleza y la elegancia no luchando contra la brusquedad externa sino contra la imperiosa necesidad física interna.

Pasó un minuto. Y dos. Y tres. Y siempre hablando muy cerca y María no le apartaba… Hasta que pasó algo que me sorprendió, que elevó mi nivel de excitación y de angustia a límites casi desconocidos… y es que María entrecerró los ojos… Sí, entrecerró los ojos como si yo hubiera estado solo atento a la fiesta de la azotea obviando posibles movimientos en el sótano. No me lo podía creer… y no podía estar completamente seguro… quizás solo había sido una caída de ojos de borrachera, de cansancio...

No me lo podía creer, pero a la vez sí. Cuánto más podría aguantar ella, me preguntaba. Álvaro no. Roberto no. El de verde no. Ella, en niveles desorbitados de excitación, con todas aquellas posibilidades perdidas; se enfrentaba a la disyuntiva de, por un lado, un hombre, decidido y con ganas de satisfacerla, y, por otro, una polla de goma por enésima vez. Quizás no fuera el hombre más atractivo del mundo, ni siquiera tenía ningún feeling con él, pero era alguien que no divulgaría el posible encuentro, por estar casado, con el morbo añadido de haber sido elegido por Edu, el cual, quien sabe, la hubiera sugestionado, diciéndole, en aquellos mensajes, que Marcos sabría satisfacerla o que tendría algo entre sus piernas con tamaño suficiente y que sabría usar.

María no volvió a entrecerrar los ojos, por lo que cobró fuerza la idea de que no estuviera pasando nada abajo, pero recibía los envites cerca de los labios. Cada viaje a su oído para hablarle era un latente intento de beso. Ella ya solo luchaba contra sí misma, contra su ego y su soberbia, pues sabía que yo quería, que Marcos quería, que Edu quería, y que hasta su propio cuerpo quería.

Entre cabezas y empujones podía ver aquellos ataques... cuando pasó algo, un paso más en la estrategia de ataque, que no fue un beso que pudiera ser rechazado... sino algo... extraño... y casi incluso más sexual y carnal que un beso... y es que, Marcos, mostrando una presteza y una sutileza desconocidas, aprovechó el enésimo viaje a su oído para apartarle ligeramente el cuello de la camisa con una mano… para llevar allí sus rudos labios, y entonces María me miró... mientras aquel oportunista enterraba un beso en su cuello...

...María me clavaba la mirada mientras aquel macarra olía… y besaba aquel cuello… y ella no le apartaba la cara… No le apartaba la cabeza y él llevó su otra mano, que había estado perdida por abajo, sin yo saber exactamente su presión y su posición, a la cara de María… y… su cara se movió… y la besó... en la mejilla. María mirándome. La música sonando. Las luces destellando. Y llevó su boca a los labios de María… y María, mirándome…. se apartó ligeramente...

Marcos, tras aquel beso tan casto como forzado en su mejilla, pues el paso por su cara no era un fin sino un medio, bajó de nuevo hasta volver a enterrarse en la parte baja del cuello de ella, apartando de nuevo la delicada camisa blanca con sus toscas manos... y ella mirándome, intentando mantener la mirada... casi cerrando los ojos... sin darle el beso... pero sin apartarle... en un "no", pero no en un "no" definitivo ni irrefutable.

Yo, tensísimo, no entendía aquella mirada, y me sorprendía que Marcos fuera el mismo hombre vicioso y lascivo de la boda, pues demostraba unos movimientos bastante certeros.

Y se produjo entonces un segundo ataque. Arrancando desde el cuello, parando en la mejilla, para rematar en los labios de una María acorralada por sí misma y por las circunstancias. Y aquellos labios de Marcos, de nuevo, no obtuvieron premio, pues ella ladeó la cabeza mínimamente, aunque con un poco más de notabilidad que la primera vez.

Marcos le dijo algo al oído y ella no respondió. Le entendió pero no dijo nada. Y entonces él, quizás desesperado, precipitándose, cometió el error de subir una de sus manos hacia los pechos de María, por un lateral. Solo buscaba una mera caricia sobre un pecho que estaba guardado bajo la camisa y el sujetador. Parecía más abordable y admisible que aquellos besos en su cuello, pero eso se lo negó: le apartó la mano con delicadeza... y Marcos, tras perder tres batallas seguidas, dos intentos de beso y aquel intento de contacto sobre su busto... se retiró un poco... sin gesticular, pero visiblemente frustrado.

Yo estaba sin aire. Y cada vez estaba más seguro de que quería que pasaran cosas y cada vez más infartado por si María podría seguir aguantando todo aquello. Y si yo estaba sin aire poco más debía de tener ella, pues al haberse apartado Marcos, pude ver su rostro algo mejor; tremendamente sonrojada, encendida, sofocada... hasta un punto en que cualquiera le diría que se entregase ya, que no valía la pena aquella resistencia, que aquella presión tenía que salir por algún lado, que el desahogo tenía que producirse por el bien de todos, sobre todo por el de ella.

Pero ella seguía intentando fingir que podía con todo, con todos y con ella misma. A un metro de él, sin hablarse, sin mirarse, acabó por coger su teléfono móvil del bolso.

Quizás alguien le había escrito, o no, pero miraba la pantalla. Y yo aproveché para sacar mi móvil y escribirle:

—¿Lo pasas bien?

Mi frase quería fingir distancia. No sabía por qué, pero no quería mostrarle mi estado, infartado.

—¿Y tú? —respondió en seguida y sin levantar la mirada.

—No sé. Pero a vosotros se os ve bien.

—Venga, vámonos.

—¿Quiénes?

—Pues tú y yo, obviamente —vi en mi pantalla y sentí una frustración similar a la que acababa de sentir Marcos, si bien con el "vámonos" ya había tenido bastante claro a qué se refería.

Ella levantó la mirada, como dándome a entender que no había vuelta atrás, que nos íbamos.

Marcos la miraba y ya no solo frustrado y decepcionado, sino que se le veía ya algo enfadado, como si sintiera que hubiera sido engañado o utilizado.

Me acerqué a ellos y ella en seguida me dijo que teníamos que pasar por el ropero a por su americana. Le dije que me diera el ticket, que se la cogía yo y que volvía en seguida.

—No, deja, Pablo, que no, vamos los dos.

—No, no, dame —insistí dos veces hasta que recibí lo que quería y me fui hacia el ropero, sin mirar atrás.

Caminé esos metros necesarios hasta llegar a la cola del ropero. Si me volviera los vería. Pero no me quería girar. Era curioso como un rato atrás ella se ausentaba para darme tiempo a mí y ahora era yo el que la dejaba sola para darle tiempo a ella. ¿Para hacer qué? No lo sabía, ni siquiera lo sabía ella seguramente. Pensé entonces que a quién le estaba dando más bien otra oportunidad era a Marcos; para que no fuera torpe intentando tocar sus pechos, para que no fuera obsceno equivocando las palabras que decir en el oído, y para que fuera más hábil si volvía a intentarlo en el cuello.

Allí, en aquella pequeña cola, notaba como el local se iba vaciando y le di una vuelta más a lo preparado y orquestado por Edu y llegué a comprenderlo todo aún mejor:

Edu ya había ganado, cayera María con Marcos o se mantuviera en pie. Sin duda si cayera su victoria sería aún mayor, pero ya había ganado porque ya elegía él. Yo ya no elegía nada. Ya trascendía el morbo de “ponte esta camisa o lleva tal ropa interior”. No. Era más. Era elegirle a los candidatos para que ella follara y yo mirara. No dudaba que Víctor ya había sido propuesto, y ahora Marcos. Parecía solo cuestión de tiempo, quizás minutos, que uno de los elegidos por Edu lo consiguiera.

Edu me derrotaba por completo, entrando en nuestro juego de dos y haciéndolo de tres, quedando yo, además, en la posición más débil y, sobre todo, prescindible.

A medida que iba interiorizando esa derrota, mi ansiedad por mirar atrás y ver lo que seguramente sería el último ataque de aquel cabrón ventajista iba en aumento.

Pero me contenía.

Hasta que llegó mi turno, me dieron su americana y me di la vuelta, encaminándome hacia ellos.

No quise vaticinar sobre si de verdad vería otro ataque, pero sentí, casi por primera vez desde que había empezado aquel juego, que quería que no pasara nada. Y no por no sentir un morbo tremendo, sino por sentir pánico a que Edu me hiciera desaparecer.

Alcé entonces la mirada. Había bastante menos gente… y los vi… y lo que vi... me dejó sin respiración...

CAPÍTULO 42

María, contra la barra, recibía el enésimo envite de aquel hombre que difícilmente habría nunca podido imaginar llegar a tener tanta suerte. Y es que era milagrosa la cantidad de cosas que habían sucedido, el combo de acontecimientos necesarios, para que a alguien como él se le pudiera permitir encontrarse donde se encontraba: Con su boca enterrada en el cuello de María, con aquella mano apartándole el cuello de la camisa para besarla… y la otra llevando una de las manos de María hacia su entrepierna.

Sí, eso fue lo que me impactó, lo que me dejó sin aire. Ver con claridad como él hacía porque ella palpase su polla sobre el pantalón.

María entrecerraba los ojos y se dejaba besar el cuello. Llevando una de sus manos a aquella calva extensa, diciéndole con aquella mano allí posada que sus besos, o quizás mordiscos, allí, eran bien recibidos, y la otra mano se resistía a palpar lo que Marcos quería que palpase.

Abrió un poco más los ojos y nuestras miradas conectaron. María era deseo puro. La podía sentir temblar a distancia y, si aquellos temblores eran detectados por aquel macarra, sin duda le darían alas para seguir insistiendo. No le daba sus labios, pero le daba aquel cuello y aquel ataque, aquellos cuerpos casi pegados. Y cuanto más le daba más le iba a costar no darle aún más.

No sentía morbo por ver la belleza de dos cuerpos que se merecían, como había sentido cuando la había visto con Edu o incluso con Álvaro, sino que mi morbo partía de una doble vertiente: por un lado por el nivel de excitación en el que se tenía que encontrar María para permitir aquello y por otro por sentir una humillación aún más extrema al ser Marcos; porque aquello sucediera con un hombre tan burdo y mediocre, por aquella sensación de “con cualquiera menos contigo”, “con cualquiera que tenga una polla decente”.

Cómo resistirse ya a palpar aquello que no palpaba nunca. Cómo resistirse a palpar una polla viva, quizás normal, pero para ella enorme, en comparación con lo que estaba acostumbrada. Cómo resistirse ya tras aquel bombardeo que haría claudicar a cualquiera. Y aquel movimiento de Marcos, queriendo llevarla a que descubriera aquello, me hacía pensar que seguramente Edu le había dicho la clave, el génesis de todo; era muy sencillo y claro lo que él podía ofrecer y yo no, y por ende lo que la haría claudicar.

Le dijo algo al oído y ella parecía decirle que no. Y yo me preguntaba por qué me torturaba tanto, por qué le torturaba tanto, por qué se torturaba tanto.

Le dijo algo más al oído al tiempo que volvía a intentar que ella llevara su mano a su polla, sobre su pantalón. Su boca fue a la de ella y ella se apartó. Lo tenía encima, como una grotesca y ancha hiena ante una leona regia y esbelta pero acorralada.

Rodeé un pequeño grupo, de los pocos que quedaban, para acercarme más, y allí plantado, solo, sujetando su americana, fui testigo de cómo él, otra vez, intentaba llevar la mano de ella a su miembro. Esta vez, mientras lo hacía, la miraba fijamente, y esta vez sí, la mano de María aterrizó en aquella zona. Y él quitó su mano, pero no quitó su mirada. Y María no la apartó. Se quedó quieta, aguantando. Aguantando su mirada y su mano allí. Tenía los ojos llorosos. No mostraba sorpresa, ni alivio, sino más y más tensión.

Yo, bombardeado por el alcohol, el calor, la música, la semi oscuridad y las luces, y más cerca, a quizás no más de tres metros, contemplaba mi obra, o más bien la de Edu; la obra de ver a María excitadísima, palpando una polla que en cualquier otro contexto nunca habría querido tocar y que, ahora, no era capaz de abandonar. Y Marcos se acercó más y le volvió a decir algo al oído y ella no respondió, y recibió un pico en los labios. Sus labios se pegaron una fracción de segundo y se separaron mientras ella mantenía allí su mano, ejerciendo una presión que yo no podía adivinar.

El corazón se me salía del pecho. Miré a mi alrededor y nadie parecía deparar en que el canalla más grotesco de aquel pub le daba pequeños besos a aquel pibón y esta no solo no se apartaba, sino que le magreaba entre las piernas. Y era inevitable. Un beso. Y dos. Y tres. Y ella mantenía los ojos abiertos… hasta que un pico se hizo más largo… y yo creí morir… Lo supe en cuanto ella cerró los ojos y ladeó la cabeza… Sí… ladeaba la cabeza y aquello era la antesala del triunfo inmerecido de Marcos y de mi dolor inenarrable. María cerraba los ojos… ladeaba la cabeza… y abría la boca y permitía que aquel macarra mancillase su boca con su lengua. Se besaban contra aquella barra, con lengua, con calma… y yo no podía respirar. Y no conseguí aire cuando vi que María no solo no abría los ojos y se apartaba sino que atraía aquel desagradable hombre hacia sí… llevando una de sus manos a la calva de Marcos y éste, crecido por su primera gran victoria, colaba sus manos bajo su camisa, palpando su cintura, su piel, en algún punto tibio y carnal entre sus shorts y su sujetador, y queriendo seguro llegar más arriba o más abajo.

Podía ver sus lenguas tocarse y fundirse. Y podía sentir el éxtasis por el triunfo de él y la necesidad meramente física de ella. En él había deseo y regocijo y en ella deseo y una culpa que debía esperar.

Y entonces ella abrió los ojos. Y de nuevo nuestras miradas conectaron. Se besaba con los ojos abiertos y su mirada respondía a aquella pregunta que le había hecho minutos antes y ella respondía ahora con sus ojos, diciéndome “no puedo más”.

Mis ojos fueron de su mirada a sus lenguas que seguían degustándose, compenetrándose, produciendo en ellos descargas de placer y en mí un dolor casi inasumible. Y después mis ojos bajaron hasta observar que la mano de María no solo palpaba sino que casi se aferraba a aquella polla que había sido la gota que había colmado el vaso de su auto control.

Qué sentir en esos momentos. Curiosamente sentí ganas de exteriorizar mi morbo y mi alegría a la vez que dolor y por primera vez una extraña vergüenza.

Marcos apartó un poco su cabeza. Se daban un respiro. Y el acaloramiento de María se hizo más evidente. Y su belleza y la fealdad de él se hicieron más manifiestos. Ella apartó sus manos, de su cabeza y de su entrepierna, y él le dijo algo al oído al tiempo que llevaba sus manos a la barra, cercándola. Y mi mirada fue reclamada por el torso de ella, captando mi atención, diciéndome que allí había algo que ahora, al haberse Marcos apartado un poco, sí podía ver, y eran sus pezones marcando la camisa de seda blanca, atravesando su sujetador de encaje grisáceo… La imagen era tremendamente impactante y algo me decía que los tres sabíamos que aquello estaba allí, y de aquella manera…

María, expuesta, cachonda, culpable, pero harta de luchar, se veía acorralada por él y desenmascarada por ella misma; por aquellos pezones, por su sudor, por su melena alborotada y por sus mejillas ardientes. Hasta daba la sensación de que Marcos se tomaba un respiro para degustar el momento.

Ella le miró entonces, extremadamente seria y él volvió a colar sus manos bajo su camisa, por delante, para tocar su vientre, su piel y otro ataque se venía… cuando noté algo en mi hombro.

Me giré, al tiempo que una voz recientemente conocida pronunciaba mi nombre. Sin tiempo a reaccionar era abordado por Rafa, el cual, muchísimo más borracho que antes y acompañado por dos chicas insulsas, se sorprendía y me recibía como si fuéramos verdaderos amigos.

Entré en pánico a la vez que deduje que él no era conocedor aún de lo que estaba sucediendo… y me giré con él, quedando ambos situados de espaldas a aquella barra en la que Marcos quizás ya estuviera besando otra vez a María… o incluso intentando dar algún paso más.