Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 32 y 33)
Continúa la historia.
CAPÍTULO 32
María abandonaba la perfección y sensualidad del espejo en busca de un cargador para el teléfono móvil que hallaría en su maleta. Mientras, yo me preguntaba por qué había sido tan insistente con respecto al espacio que ella me demandaba para leer lo escrito por Edu, como si no supiera que no era la primera vez, como si no nos hubieran pasado cosas mucho más impactantes. Pero lo cierto era que aquello, sin alarmarme, me sorprendía; era sorpresa, no reproche, y llegaba a entender que ella interpretara reproche y no curiosidad. De ser reproche lo sería disfrazado de temor, temor a ser apartado.
Se quitó la camisa y la colocó sobre la americana que a la vez estaba sobre el respaldo de aquella silla y no solo lo hizo con cuidado sino hasta con ternura, y desfiló con su neceser en la mano hacia el cuarto de baño. Pude ver entonces su fino y delicado sujetador y pude entender aquella transparencia de sus pezones en el tren, pues aquella prenda era un muro insuficiente que había librado una lucha desigual contra la voluptuosidad de las areolas y pezones de una mujer en plenitud. Me preguntaba cuándo y sobre todo por qué había comprado aquel sujetador que yo no le conocía y me preguntaba si osaría llevarlo aquella misma noche, pero si lo había llevado, así, a plena luz del día, parecía obvio que sí. Otra pregunta que me hacía era si obedecía a un capricho ajeno o a uno propio. La orden sería morbo, la decisión propia serían ganas de sentirse sexual, para sí y para los demás.
Obnubilado por aquella prenda tardó en llegarme al cerebro su última frase antes de desaparecer hacia el aseo, aquel “Pide lo que quieras” referido al servicio de habitaciones. Miré la hoja y lo cierto era que apenas había donde elegir. Mi mirada fue entonces, curiosa, hacia su maleta abierta y a su móvil enchufado. Dos tentaciones. Opté por la maleta, quizás su ropa me revelaría sus planes, pero no vi nada particularmente sugerente: ni vestido corto, ni medias, ni nada especial. Me iba a atrever con su móvil pero la ausencia de ruido de agua correr me impidió siquiera intentarlo.
Salió del cuarto de baño y le dije que no me apetecía nada de lo que había visto en la carta. Quizás fuera más una guerra de poder que eso. Y planteó entonces bajar al restaurante del propio hotel y me dijo también que no contaba con haber encontrado su power bank en el neceser. Cobraba entonces más importancia el salir con el móvil con batería suficiente que aquellos difícilmente creíbles problemas para encontrar un restaurante.
Ambos nos cambiamos de ropa para bajar a cenar, yo por un sudor frío que había transpirado como consecuencia de tantas emociones y ella quizás para darse un descanso de aquella María que no solo asfixiaba a los demás sino a ella misma. Sin embargo casi todo en ella en aquel contexto tenía un fuerte impacto, no tanto por su camisa vaquera sino por unos pantalones de cuero negros que le quedaban de infarto, que le hacían un culo tan potente que me hacía dudar si habría ganado algún quilo.
Sentados a la mesa en el restaurante del hotel le hice saber de la contundencia de sus pantalones y recordé que una vez habíamos coincidido con Paula y ella vestía una camisa vaquera y le había dicho que así vestida parecía masculina, una camionera o algo similar le había dicho. No estaban las cosas como para recordarle aquella anécdota y noté que aquella camisa en María era todo feminidad, todo lo que vistiera parecía delicado y femenino en ella.
Le insistí sobre sus pantalones de cuero y me cortó:
—Voy a salir con la ropa que llevaba antes. No insistas.
—No lo decía por eso. Solo era un piropo.
—Bueno, pues gracias, pero voy a ponerme la ropa de antes.
A veces me daba la sensación de que María no quería ser tan borde y brusca como efectivamente acababa siendo, porque en seguida reculaba, a su manera, cambiando el tono e iniciando una conversación con gesto más amable.
Hablábamos de los barrios por donde salir mientras yo asimilaba que el restaurante estaba casi vacío por lo que no podía disfrutar de miradas lascivas hacia ella, ni miradas de envidia y de incredulidad hacia mí. Tan pronto vivía dos o tres contextos seguidos en los que no veía el deseo de los hombres sobre ella me frustraba. En este caso llevaba la racha inaceptable del taxista, del chico del ascensor y de aquel restaurante semi vacío. Me frustraba y quería ir a algún pub o a algún bar en seguida.
María, enemiga declarada de los aires acondicionados, decía alegrarse por haberse puesto pantalón largo pues ciertamente hacía más frío en el hotel que fuera, mientras yo dudaba hacia qué zona de Madrid ir. Ninguno de los dos habíamos vivido allí, pero ambos conocíamos la ciudad a la perfección por múltiples viajes tanto de placer como de trabajo.
Pronto reparé en que un amigo de la universidad no solo vivía allí sino que, según veía en redes sociales, salía noche sí y noche también, y comencé a preocuparme porque nos encontrásemos sin haberle avisado.
—Bueno, no creo que se dé esa casualidad, ¿no? —dijo ella.
—Ya, pero es que me mata, María. Hemos hablado mil veces de que tan pronto viniera le avisaría.
—Pues, no sé, escríbele, quizás no salga, y te quedas más tranquilo.
Al final le hice caso y le escribí, y me quedé pendiente de su respuesta.
Si la primera parte de la cena fue tranquila, un oasis entre tanta locura, poco a poco la cosa fue mutando, fue mutando y tensándose cuando su móvil, sobre la mesa y enchufado a su batería portátil, fue iluminándose cada vez con más frecuencia. Yo, viendo su móvil al revés, solo alcanzaba a ver el tamaño de los párrafos recibidos y la celeridad de sus respuestas. Todo en aumento. Sus manos erráticas y sus mejillas acaloradas disimulaban como podían.
Yo me hacía el loco, pues disfrutaba con aquello. Disfrutaba de su tensión, de cómo podía sentir a través de ella. Era una sensación extraña, de morbo y de dolor, esa de verla en cierta forma claudicar ante Edu cuando conmigo se comportaba con aquella chulería.
En un momento dado se levantó para ir al cuarto de baño, dejando el móvil sobre la mesa, como si fuera una trampa que pusiera a prueba mi curiosidad. La vi alejarse, en tacones y aquellos pantalones y maldije que su camisa tapara su culo enfundado en aquel cuero negro. La imaginé manoseada, sobada, por Edu, con aquellos pantalones, y me excité. La imaginé bajándose las bragas para orinar y sorprendiéndose por la humedad de sus bragas y me excité aún más.
Me mantuve firme, sin mirar su móvil, sintiendo quizás absurdamente que aquello me daba cierta distancia y poder. Pero es que me imaginaba curioseando en su móvil, nervioso y apresurado, y me sentía terriblemente pequeño. Demasiado.
Ella volvió y ya en los postres un párrafo debió de ser especialmente atrevido pues lo releyó su mente y su cuerpo. Ver a María poniéndose cachonda por leer mensajes guarros de Edu era de nuevo dolor y morbo a la vez. Tras leerlos se quedaba unos segundos ausente e intentaba disimular continuando la conversación con falsa normalidad.
Degustaba mi flan con el gusto, pero la vista se iba a una María ya más en el mundo de Edu que en el de aquella cena. Cruzaba las piernas y se tocaba el pelo. Leía pero apenas escribía. Cuando lo hacía parecía no dudar. Y en mi mente retumbaba un “Ese cabrón te está mojando las bragas párrafo a párrafo”.
En un momento dado ella debió de sentir que a mis ojos podría estar quedando como la culpable de algo, aunque no sé muy bien del qué, y decidió tenderme una segunda trampa, pero yo esta vez quise caer en ella. Me preguntó directamente sobre qué querría que pasase esa noche y yo fui igualmente franco. Le conté con minuciosidad lo que después de más de un año era absolutamente obvio: otro hombre, otra noche, y verla con él. Ella no respondió, pero me miró distante, como queriendo dejar claro que si no pasaba nada sería porque ella no quería, y que de haber un culpable en todo aquello en todo caso sería yo.
—Pues sintiéndolo mucho, eso no va a pasar —dijo resuelta e imponente. Tan regia conmigo, tan fundida ante los mensajes de Edu.
Precisamente otro mensaje interrumpió aquella tensión, otro mensaje que claramente la calentó. Y otro y otro y el final de la cena a mí se me hizo tenso y a ella insoportable. De nuevo yo disfrutaba, mucho más que ella, pues ella tenía que disimular.
Su calentura no descendería mientras caminábamos por el pasillo hasta nuestra habitación. Los silencios eran cada vez más largos, su sofoco más indisimulable y la tentación por tocarla aumentaba. Una tentación con tintes masoquistas, ansiando casi más su desplante que su tacto.
Tan pronto entramos en nuestra habitación emboqué el cuarto de baño. Mi intención esencial era darle su espacio, aquel espacio demandado. Demandado y merecido.
Comencé a lavarme los dientes con calma, con detenimiento consciente. No sabía qué me podría encontrar cuando saliera de allí y me encontrara con ella. Tampoco sabía qué me quería encontrar.
Con el móvil posado sobre el lavabo revisaba las redes sociales con una mano mientras agitaba mi cepillo de dientes con la otra. Terminé de lavarme los dientes, me enjuagué la boca y escupí, cuando recibí varios mensajes de María, eran varios pantallazos de una conversación. No entendía nada, ni me daba tiempo a entenderlo, pues en ese preciso momento la puerta se abrió y María dejó caer el arnés con aquella enorme polla de goma sobre el húmedo lavabo.
—Ponte esto, anda. No puedo más—
Dijo en un tono neutro, que no mostraba tanta necesidad como el propio significado de la frase plasmaba. Queriendo fingir control hasta el final, aunque fuera obvio que no podía más con todo aquello, aunque fuera obvio que aquella calentura era ya absolutamente insoportable. La forma era lo de menos, el fondo era tremendo, aquel “no puedo más” cayó con un peso terrible.
—Sigue en pie lo de salir sobre las doce, pero ponte esto, lee lo que te he enviado y sal, hazme el favor— dijo antes de volver hacia el dormitorio.
Aun impactado por su petición me preguntaba por qué quería que me pusiera aquello, pues en aquellos momentos de máxima excitación yo le producía rechazo incluso con aquello puesto. De hecho los había introducido en mi maleta con indudable poca fe. Solo leyendo lo que me había enviado podría empezar a comprender sus intenciones.
CAPÍTULO 33
Con aquella polla de fondo, sobre el lavabo, leía con súbito nerviosismo aquellos pantallazos que no eran sino una reciente conversación de Edu con ella. De una rápida visual se desprendía que era otro tono, que no era el Edu sobre actuado de antes del verano, sino más sereno, más conciliador, más maduro. También contrastaba con los textos casi infantiles de Álvaro. También vi en seguida que se me mencionaba, lo cual no hacía sino aumentar mi inquietud.
No había que ser muy avispado para saber que María no estaba demasiado interesada en contarme lo que Edu le escribía, pero lo que sucedía era que en este caso me necesitaba para una especie de representación. Me preguntaba en qué nivel de calentura tenía que encontrarse para plantearme aquello.
Me desnudaba en el cuarto de baño y descubrí mi polla totalmente erecta, ansiando penetrar a María, pero le tocaba otra vez el castigo de aquel cilindro inerte. Mi polla estaba que explotaba solo por haber leído aquellas capturas de pantalla que acababan con una pregunta sugerente o retadora. Me sorprendían aquellos párrafos de él porque demostraban tensión pero también cierta complicidad, toda la complicidad que no existía entre ellos en contextos, digamos, normales.
Completamente desnudo y ya con el arnés bien ajustado, me miré en el espejo del cuarto de baño y releí la primera captura, en donde le decía que, mientras se duchaba, antes salir, había pensado ella, pero no en ella con él, y ya ahí se me mencionaba: “Se me deben de estar pegando locuras de Pablo porque no me imaginaba contigo sino viéndote. Me imaginaba con Begoña en la cama, follándola y tú de rodillas, chupándosela a Víctor. Sí, sé que estoy insistente con él, pero imaginé eso, qué le vamos a hacer".
Edu le preguntaba si quería que siguiera escribiendo y ella le aclaraba que Víctor le daba asco, pero le autorizaba a seguir.
Sin duda aquella primera parte era la más suave, la más educada, la más tranquila. Casi nunca se llegaba a lo soez, salvo en alguna que otra frase concreta, pero el impacto seguía una progresión constante hasta un casi clímax que me había dejado tocado.
Tentado de seguir releyendo decidí por fin salir del cuarto de baño, con mi teléfono en la mano; eso sí, sin llegar a plantearme qué vería al llegar al dormitorio, aunque creo que mi subconsciente esperaba una María contenida. No sería eso lo que vería.
Lo primero que me llamó la atención fue que el dormitorio y por tanto María solo estaban iluminados por la luz que desprendía un televisor silenciado. Lo segundo que me sorprendió fue que María no se sobresaltó lo más mínimo al presentirme.
Y lo tercero fue ella. Ella, tumbada boca arriba sobre la cama, sin aquellos pantalones de cuero ni zapatos, tan solo vestida con su ropa interior y la camisa vaquera abierta, con una mano sujetando su teléfono móvil y con la otra... hurgando bajo sus bragas.
Ni se inmutó cuando me sintió aparecer y reparé en que su mano sobre su entrepierna se movía con ternura y sosiego; tranquila, pero precisa, dándose placer pero respetándose, disfrutando de su calentura y de su coño con una extraña adoración.
Desvergonzada, disfrutaba de lo que Edu le escribía con igual intensidad que disfrutaba de su propia sexualidad.
Di un par de pasos y apoyé mi espalda y mi trasero contra la pared, como Edu había descrito en alguna parte de sus textos. Ya había sido Edu, ya había sido Álvaro, y María demandaba ahora que fuera el cuarentón desagradable de Víctor.
María cerró las piernas, en un espasmo, aprisionando allí su mano. Cerró los ojos un momento y dejó caer su móvil sobre la cama. Yo llevé una de mis manos a aquello que sobresalía de mí, como para masturbarme o para fingir hacerlo; de golpe era Víctor, pajeándome, y mirando como María se fundía del gusto con una de sus manos deshaciendo su coño.
Tras unos segundos eternos en los que disfrutó de sí misma en un alarde de superioridad de puntos de placer de su sexo sobre cualquier polla del mundo, rotó sobre sí misma hasta bajar de la cama por el otro lado y caminó con paso firme, pero sobre todo parsimonioso, hacia mí. De golpe demostraba estar entera y de golpe todo parecía más oscuro; su propio gesto, su pelo, su camisa vaquera, su sujetador, sus bragas... O quizás la oscuridad proviniese más bien por haberse metido a Víctor en la ecuación, pues aquel repulsivo y demacrado cuarentón le daba a todo una atmósfera más decadente y lúgubre.
Al dirigirse frontalmente hacia mí con su camisa remangada y abierta pude descubrir aún con más precisión aquel sujetador que no le conocía, y se me reveló que no solo era fino sino que rozaba la transparencia, por lo que sus areolas y pezones se vislumbraban con notable fulgor. Aquel sujetador trascendía la provocación y, fuera una petición explícita de Edu o no, estaría sujeto a debate; y es que cubría sus pechos de una forma tan ineficaz que en cualquier mujer sería un sujetador de puta, pero en ella habría que dejar el calificativo en irreverente o incitador.
Me sorprendió no dirigiéndose hacia mí, o hacia Víctor, sino que se detuvo frente a la mesa y allí encontró el mando a distancia. Tardó un poco en acertar con el botón pretendido, que era el botón de apagado. De golpe nos vimos en la más absoluta oscuridad y escuché el ruido del mando a distancia posándose sobre la madera. Yo intentaba que mis pupilas se adaptasen al nuevo contexto mientras tenía que conformarme con adivinar y presentir.
Escuché sus pasos, hacia mí, y solté la polla de Víctor, quedando expuesto y con una extraña sensación de que yo no veía nada, pero de que ella veía algo, ya que parecía flotar sobre la habitación con desenvoltura.
No esperaba un beso, no esperaba nada, hasta que pude vislumbrar mínimamente, en la penumbra, su cuerpo. Su cuerpo... de rodillas... delante de la polla de Víctor; y entendí entonces aquella oscuridad, y es que una cosa era no avergonzarse de tocarse en mi presencia, imaginándose lo que se imaginase, y una muy diferente era no avergonzarse de representar que le chupaba la polla al desagradable y repulsivo Víctor.
Noté algo, algo en mi polla de goma, algo que no era ella... y la paulatina adaptación de mis ojos a aquella negrura acabó por confirmarme que María se ceñía a lo escrito por Edu. Y es que recordé otra de las veces en las que él se había referido a mí en aquella conversación que había mantenido con ella. Estuve tentado de leer la parte exacta pero sabía que la luminosidad la avergonzaría. Intenté hacer memoria y recordé cómo Edu describía que, mientras se follaba a Begoña, veía como María había colgado sus bragas de la polla de Víctor; decía que era una pena que al tener yo la polla pequeña eso casi ni lo pudiera representar conmigo, y después describía en un insulto cómo se la chupaba a su amigo. Aquella frase la recordaba con claridad: "la verdad es que imaginaba que se la comías como una buena zorra, espero que no te moleste...", le había escrito.
María cumplía entonces lo imaginado por Edu, y no solo colgaba allí sus bragas, sino que sacaba la lengua para lamer aquella polla de goma mientras mi polla real sufría desesperada, pues no podía haber mayor antítesis que sentir aquel tibio cilindro en comparación con la húmeda y caliente lengua de María.
Mi novia lamía aquella polla, que era la polla de Víctor, y yo sentía todo el morbo en mi mente pero no recibía placer físico, lo cual venía siendo una tortura a la que no podía acostumbrarme.
Miraba hacia abajo y, mis pupilas, ya adaptadas y ayudadas por una mínima rendija de luz que habilitaba la persiana, veían a María ya no solo lamer... sino chupar la polla de aquel viejo... y no solo pude ver eso, sino que cumplía la siguiente parte. Ahora sí, aun a riesgo de importunarla, desbloqueé mi móvil, el cual, discreto, no emitió demasiada luz, y yo, buscando, nervioso, mientras ella comía de aquella polla insípida, encontré la parte que buscaba:
"¿Se la comes como una buena zorra o como una sumisa?" Había preguntado Edu y ella había respondido que de ninguna de las dos formas. A lo que él había respondido "Te imagino chupándosela como una sumisa, con tus brazos a la espalda y no puedo negar que tiene su punto". "No tiene ningún punto", había respondido ella, pero allí estaba María, arrodillada ante mí, precisamente así, con sus manos llevadas a su espalda, devorando aquella polla de goma sin ayudarse con las manos.
Mi miembro palpitaba allí dentro y, gracias al exiguo resplandor que desprendía la pantalla de mi móvil, podía comprobar como María comía sumisa de aquella polla, embadurnando con abundante saliva aquel glande tan realista en sus formas como seguro insuficiente en tacto, gusto y olor.
No sabía si debía permanecer inmóvil, para no sacarla de su ensoñación, o si debía actuar como si aquellas capturas de pantalla representasen un guion.
Recordé una parte en la que Edu le decía que, mientras ponía "como a una perra" a Begoña, frase que recordaba literal por sonarme algo extraña y burda, veía como Víctor disfrutaba de su mamada acompasando su mano con su cabeza, pero que cuando le había intentado acariciar la cara ella se la había apartado. Aquel extraño párrafo podría ser utilizado por mí para saber qué quería ella de mí. Finalmente me aventuré, e hice eso: llevé mi mano a su cabeza y durante unos segundos acompasé el movimiento de su cabeza con mi mano, y en vista de que ella no protestaba, de que permitía a Víctor cosas que en aquellos contextos no permitía a Pablo, llegué a sobre actuar un poco, respirando más agitadamente, sintiéndome aquel viejo, imaginándome que era él y que María, arrodillada, babeándome la polla y con las manos a su espalda, me devoraba el miembro y me mataba del gusto con sus firmes y aleatorios movimientos de su lengua.
Tras aquellos momentos en los que casi pude ser Víctor, aquella mano mía fue a su mejilla, y a su mentón, y mi mano fue apartada.
"Qué lengua tienes, cabrona" susurré en un juego de rol casi tétrico, oscuro y asfixiante, mientras María se afanaba aún más, siempre con los ojos cerrados, cada vez con saliva más densa en sus labios y en aquella goma color carne.
Con vía libre para ser Víctor seguí obedeciendo aquellos textos y quise sacar sus pechos por encima de las copas de aquel sujetador de María. Mis manos fueron entonces apartadas casi antes siquiera de haberlo intentado, mostrándome ella que recordaba con precisión también aquella parte.
María, tras apartarme, llevaba aquella mano no atrás sino a su sexo desnudo, saliéndose ahora sí del relato de Edu, y yo volví a desbloquear mi móvil y a buscar lo siguiente:
"Por supuesto te imaginaba vestida con falda gris y camisa rosa, como te gusta ir para calentarle; asquerosamente pija, como dice él. Tú haciéndole la mamada de su vida y yo aburriéndome de follarme a Begoña. Ella estaba follando mal y lo sabía, era consciente de que yo estaba más interesado en ti que en ella. Lo que pasaba después era que le decía que fuera al armario a ponerse ropa tuya, ya sabes, un armario con ropa tuya allí sin venir a cuento, beneficios de ser el guionista, y volvía vestida de ti, por lo que me la follaba disfrazada de ti, ¿qué te parece?"
"Me parece una chorrada" respondía María, la misma María que, arrodillada y comiendo de aquella polla, demostraba estar cachonda hasta lo extravagante. La misma María que se frotaba el clítoris con incontenida excitación, la misma María cuyos labios que debían custodiar su sexo se abrían y sobresalían expuestos y descarados. La misma María que allí, arrodillada, se deshacía mientras imaginaba que se la comía a Víctor entretanto Edu la miraba. La misma María que se fundía mientras imaginaba a Edu follándose a una Begoña disfrazada de ella.
Yo quise jugar fuerte y llevar aquella imaginación al mundo real:
—Se está follando a Begoña... que va vestida como tú... yo creo que en el fondo te quiere volver a follar a ti —dije de nuevo mirando hacia abajo, a una María con los ojos cerrados, aplicada en hacer una mamada impecable a una polla que no existía, y tocándose con una maestría y un erotismo que parecía que podría explotar en cualquier momento. Su cabeza iba adelante y atrás y su melena se movía en un alarde desvergonzado, como desvergonzada goteaba ya saliva sobre su escote.
Quise leer entonces la última parte, aquella en la que Edu le decía que ella se acababa poniendo de pie, dándole la espalda a Víctor y se quedaba quieta mirando como Edu montaba a Begoña, "como a una perra", disfrazada de María. De golpe había dos Marías, dos camisas rosas o quizás una rosa y una blanca, dos faldas recogidas y dos melenas voluminosas. Víctor se colocaba tras ella...
Mientras leía, María abandonaba aquella mamada y se ponía de pie, y me daba la espalda, daba la espalda a Víctor, como en el guion de Edu. Yo, alucinado… quise llegar más lejos y le susurré:
—Mira... mira como se la folla pensando en ti... sabes que en el fondo quiere follarte a ti...
Ella no respondía e insistí:
—Begoña debería dejar de humillarse y apartarse...
Ella seguía sin responder y llevaba su mano de nuevo hacia su sexo desnudo, tocándose allí de pie y dando en seguida la sensación de poder correrse en poco tiempo, sin dificultad alguna.
Aparté su melena, en otra licencia, olí su nuca y volví a insistir en que mirase como el pollón de Edu entraba y salía del menudo cuerpo de Begoña. Y recordé la última parte, el último pantallazo en el que Edu decía que Víctor la intentaba follar así, los dos de pie, mirando hacia él y Begoña. Edu le acababa preguntando si se dejaría follar así por Víctor, pero no le pedía respuesta inmediata, solo que lo pensara...
Tas oler su nuca aparté con delicadeza su mano, la mano que destrozaba su coño en busca de aquel ansiado orgasmo. Ella me lo permitió. De golpe éramos Víctor y María a punto de follar. De golpe era Víctor dirigiendo mi polla a la entrada de su coño, aún con sus bragas colgando de la base.
—Te voy a follar... aquí de pie... pero no dejes de mirarles... —susurré de nuevo en su nuca mientras María no respondía, pero podía sentir todo su cuerpo temblar.
—Sigue mirándoles... que ya verás qué bien entra... —susurré, en mi papel de aquel despreciable viejo, mientras dirigía aquella polla de goma al coño hambriento de María.
Ella echó entonces una de sus manos atrás, para ayudarme, flexionó un poco las rodillas y susurró, siempre mirando hacia adelante.
—¿Vas a follarme...?
—Sí... claro que voy a follarte...
—¿Sí?
—Sí... al fin me follo a la pija del despacho...
—¿Me vas a follar bien...?
—Sí... te voy a follar muy bien... aquí de pie... como a una guarra... mientras les miras...
Los dos estábamos que nos moríamos del morbo. No podíamos ni respirar. Aquella polla de goma separaba los labios de aquel sexo majestuoso... ya podía sentirla, a pesar de estar enclaustrado, ya podía sentir a Víctor follándola... cuando de su boca salió un desalentador y entrecortado: "Esto... es una... locura... Para...."
—¿Qué? —pregunté sorprendido, sin saber si hablaba Víctor o Pablo.
—Para, esto... es de locos... —dijo dando un paso hacia adelante, separándose.
No dije nada, la oí resoplar. Hasta que dijo:
—Joder, esto es una puta locura. Lo siento— se disculpó de forma extraña mientras, casi sin mirar, retiraba sus bragas colgantes de aquella goma húmeda con destreza, y se encaminaba hacia el cuarto de baño, donde allí sí encendió la luz.
Casi a oscuras, ligeramente iluminado por la luminosidad que emanaba del aseo, de pie, anclado a aquella polla de goma, sentía que no entendía nada, que entendía cada vez menos.
Me quitaba el arnés en silencio mientras escuchaba el agua de la ducha caer. Mi polla era un volcán a punto de explotar. Me acaricié un poco, y después un poco más. Cuando me pude dar cuenta me masturbaba en aquella semi oscuridad imaginando aquel guion de Edu; me imaginaba a Víctor follando a María y ella agradeciendo aquella polla pero mirando fijamente como Edu montaba a Begoña. Estaba decidido, me iba a correr, iba a eyacular allí, en el medio de aquella habitación de hotel. No podía más. María había tenido la súbita sensatez, por vergüenza o por amor propio, de no llegar hasta el final en la representación de aquel viejo follándola, pero yo estaba en otro papel, seguramente más sencillo, el cual me permitía disfrutar sin demasiados remordimientos de aquella imagen.
Mi paja se hizo frenética y pronto comencé a sentir un calor por todo mi cuerpo que desembocaría en la punta de mi miembro y allí me liberaría, cuando dejé de escuchar el sonido de la ducha. Me detuve. Si escuchase el sonido del agua del lavabo reanudaría el ritmo en busca de un orgasmo, pero lo que vino después fue una desagradable luminosidad; María encendía la luz del dormitorio y yo, empalmado y dándole la espalda pretendía disimular mi erección.
Ella trasteaba a mi espalda, sin hablarme, mientras yo me encaramaba hacia la mesilla de noche y miraba mi móvil extrañamente avergonzado. Vi que eran casi las doce y media. Y me llegaba a preguntar siquiera si saldríamos aquella noche.
Pero a los pocos segundos, una María de repente entera y resuelta hasta la impresión, me preguntaba sobre la ropa con la que iba a vestirme para salir aquella noche. Como si tal cosa. Como si no hubiera pasado nada. Otra vez negando todos sus casis, lo cual aventuraba que podría acabar desembocando nuevamente en la mayor de las caídas.