Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 27, 28 y 29)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 27

No solo había frialdad, sino distancia. Una distancia que era física en aquel taxi, pues no nos podíamos haber sentado más alejados a pesar de estar ambos en los asientos de atrás, y también emocional. Yo reparaba en que en aquellos momentos en los que yo a María no le llegaba se levantaba entre ambos una barrera enorme. Y a aquella barrera había que añadir también otro elemento, que ya era palpable, en ella y en mí, pero que por aquel entonces aún no habíamos conseguido descifrar.

Si en circunstancias normales le dejaba espacio no bombardeándola con preguntas sobre sus conversaciones con Edu, en el contexto de aquella tarde aún le daba más, llegando a disfrutar aún más de aquel espacio. Viajábamos juntos, pero separados, como si no fuéramos una pareja, sino dos individuos, que sin tener intereses exactamente comunes sí aspiraciones interconectadas.

Y digo que disfrutaba más de aquel espacio, de aquella distancia, precisamente aquella tarde, porque aquella vestimenta, ordenada más que supuestamente por Edu, la situaba en el blanco de todas las miradas. Si se desprendía un aire de chica de compañía en el rellano de nuestra casa mucho más lo hacía en la diáfana estación de tren. Y yo necesitaba de aquellos metros que nos daban el no ser una pareja sino dos individuos para verla con suficiente perspectiva. Para ver aquellas piernas en la distancia. Para ver aquellos taconazos moverse con estilo y aquel cuerpo moverse con chulería, aunque tensión, arrastrando la maleta en dirección al arco de seguridad.

Si yo disfrutaba de observarla casi como un voyeur anónimo más, ella desde luego no reclamaba mi presencia. Parecía como un pacto no escrito en el que yo disfrutaba de ella y de la situación, en la distancia, y ella jugaba a fingir que no se sentía observada.

La tensión no descendió al subir a nuestro correspondiente vagón y la distancia no se redujo cuando no fui yo, sino su compañero de viaje, quién le ayudó a subir la maleta al compartimento a la altura de sus cabezas. Un señor bien vestido, en ropa de trabajo a pesar de ser sábado, de unos cincuenta años, la ayudaba y la invitaba sentarse junto a la ventanilla, simulando una caballerosidad casual, no por ser ella.

Pero las miradas estaban ahí, las de aquel hombre y las de todos los demás. Aquella situación, de observación contenida y cuchicheos, me recordaba a lo vivido en aquel bar en aquella escapada a aquella casa rural. Era el mismo deseo, la gente con la mirada igual de sucia, solo cambiaba la clase social. Y es que aquel vagón era en sí un mal disimulado revuelo. Cualquiera que entrase y mirase aquellos ojos se preguntaría “qué pasa aquí”, como cuando entras en una partida de póker que ya tiene un pasado; cuando el nuevo viajero viese a María lo descubriría. Las mujeres disimulaban mejor, porque es más fácil disimular la inquina que el deseo.

Aunque lo más relevante no eran las miradas, sino las ausencias de las mismas. Era la cobardía, la impresión, las miradas pero a puntos muertos, llevando allí su tensión y sus fantasías. Quién sabe sino despertaba también súbitas erecciones.

Yo, sentado al otro lado del pasillo y una fila más delante que ella, me alegraba de no haber conseguido asientos juntos y me preguntaba qué pensarían de ella todos aquellos de las miradas perdidas y las pulsaciones disparadas. Y me ponía en la piel de aquel señor, dudando entre empezar a trabajar en su portátil, que ya había abierto, o si intentarlo, si buscar un más que probable ridículo.

La miré. Tecleaba en su móvil, escribiéndole a alguien que no era yo. Con la americana abierta y la camisa correcta y castamente abotonada, sin escote alguno. Con las piernas cruzadas y una cara de desidia que ocultaba un calor interno insoportable, pues aún guardaba aquel orgasmo, pensando en Edu, inacabado. Los mirones verían una mujer gélida, inalcanzable, inconquistable; quizás, los más osados y malpensados una puta cara, pero lo que no podrían ni imaginar era su sofoco, un sofoco por estar allí, por orden Edu, vestida por Edu.

Que a ella le excitase más una orden de Edu que el mejor polvo que pudiera haber echado conmigo era desgarrador y tremendamente morboso a la vez. A aquellas alturas ya no tenía ninguna duda.

Si efectivamente aquella ropa era una orden y si la ropa de aquella noche en Estados Unidos también lo hubiera sido, me preguntaba sí habrían habido otras órdenes, o peticiones, o caprichos, y si serían de otra índole. Llegué a pensar en su vuelta al gimnasio, aunque en absoluto le cambiaba el cuerpo a María y parecía claro que iba más que nada a despejarse, y en seguida lo descarté. E intentaba pensar en otras hipótesis, pero no acababa consiguiendo llegar a ninguna conclusión.

El tren arrancó y aquel hombre que estaba sentado junto a María no tardó demasiado en probar suerte. No le frenó ni el miedo al fracaso ni su anillo de casado, e intentó entablar algún tipo de conversación, pero ella cortaba sus intentos con sequedad y sin medias sonrisas, rogándole con aquellas respuestas cortas que ni lo intentara. Como en una especie de “pareces un buen hombre, no te humilles”.

A los pocos minutos, a una pregunta que no pude entender, pero siempre en tono afable, de aquel señor, ella, ya hastiada, contestó con un vejatorio “venga, ya está”, dicho en un susurro casi protector. Una frase que contenía un “ya sé que quieres follarme, como todos los cerdos de este tren, pero olvídame, no me molestes”. Y es que a María empezaba a serle más fácil disimular que no se sentía observada, que disimular que no sabía que se la querían follar.

CAPÍTULO 28

Necesitaba un respiro. No podía mantener aquel ritmo de tensión. Las últimas veinticuatro horas habían estado cargadas de una permanente y asfixiante atmósfera sexual. Yo podría intentar escapar de aquella tensión desviando mis ojos de María, pues ella en aquel momento, en aquel vagón, era sexo en sí misma. Pero ella no. Ella no podía escapar de aquella atmósfera porque ella eran los propios gases que la componían. Tampoco sabía si ella quería escapar de aquel agobio o si anhelaba cada mirada sucia y cada mensaje que Edu o Álvaro pudieran enviarle.

Para buscar mi tranquilidad tenía que dejar de observarla, a ella y a los que la miraban o mal disimulaban no mirarla. Tenía que dejar de imaginar qué pensarían de ella, si la considerarían una puta o una mera calienta pollas, dejar de darle vueltas a si ella era consciente de la imagen que proyectaba. Dejar de darle vueltas a para qué viajábamos, a qué pasaría. Dejar de darle vueltas a con quién se escribiría desde su móvil casi sin parar.

Cada minuto sin pensar en todo aquello era un pequeño triunfo, pero no era fácil. A la tercera o cuarta vez que estuve tentado de volver a observarla decidí levantarme de mi asiento, pasar por el aseo y acabar en el vagón de la cafetería. Cualquier excusa era buena para buscar coger aire en aquella vorágine asfixiante.

Allí de pie ojeaba los periódicos sobre una mesa y la gente hablaba distendida, ajena a todo. Y yo me preguntaba una vez más cómo podía haber vivido treinta y tantos años así, en aquel nihilismo, en la más absoluta nada; pues todo lo que no fuera aquel juego que me traía con María me parecía vacío, vago e irrelevante. Me parecía que solo me daba vida aquella locura.

María me tenía que haber visto abandonar el vagón, o al menos se habría dado cuenta de que ya no estaba. Sin embargo no me buscaba, seguía sin buscarme. Seguíamos siendo uno y uno y no dos.

El tren hizo escala en una estación intermedia y cuando me sentí con fuerzas me dispuse a afrontar otra vez nuestra nueva realidad. Caminaba por los vagones en busca del mío hasta que una vez allí descubrí que el compañero de viaje de María la había abandonado y ahora viajaba sola.

No me miró pero sentí que me presentía. Y no me senté a su lado sino en mi sitio. Y otra vez ella tan pendiente de su teléfono móvil.

No me pude contener hasta que yo mismo le escribí, a pesar de estar a un par de metros de distancia. Le pregunté con quién se escribía tanto y recibí un escueto: “Con Inés”. Le respondí con tres puntos suspensivos, dándole a entender que aquello era difícil de creer, pero no me respondió.

Me levanté y oteé aquel vagón en el que unos dormían y otros estaban a sus cosas; pero seguro muchos pendientes de echar una última mirada a aquella chica cuando el tren llegase a su destino y ella tuviera que ponerse en pie y desfilar por delante de ellos.

A pesar de aquella distancia que nos traíamos pensé que acabaría por preguntarme si no pensaba sentarme junto a ella lo que quedaba de viaje. Otra vez, y como casi siempre, claudicaba yo y a los pocos minutos ocupaba el asiento que había ocupado antes aquel señor. Ni siquiera una vez sentado junto a ella me habló y tuve que ser yo:

—Con Inés, entonces.

—¿Qué pasa? ¿No me crees? Está de cumpleaños, la he felicitado, y ahora no para de rayarme.

Efectivamente aquella pantalla me desvelaba que estaba en lo cierto, pero no me daba la impresión de que llevara todo aquel tiempo escribiéndose solo con ella.

—¿Y solo con Inés? —quise incidir.

Ella no respondió. Ni siquiera resopló, común en ella cuando quería exteriorizar hastío, ni mostró desagrado.

Sentado junto a ella sentí algo diferente, un olor diferente, un perfume diferente. Antes siquiera de que pudiera sospechar algo extraño le preguntaba por dicha colonia.

—Me la he echado otras veces —respondió y sobrevolaba en el aire ya no solo la nueva fragancia sino la sombra de la duda de que aquel olor obedeciera a otra petición. Aunque de nuevo no podía estar cien por cien seguro. Ella me leyó la mente:

—Tranquilo… si no me crees cuando volvamos a casa ves el bote por la mitad.

—No, no. No iba por ahí.

—Ya…

—No, lo digo en serio. Si bien… con eso de que… os mandáis emails como me dijiste anoche… claro, estoy algo falto de información.

Se giró levemente hacia a mí. Parecía que por fin sí merecía cierta atención.

Se atusó el pelo hasta liberar la parte izquierda de su cuello y volcar toda su melena por el otro lado, me miró con gesto altivo y me dijo, empezando otra vez con aquella palabra:

—Tranquilo, que no te falta ninguna información.

—¿Tú crees? Algo habrá en esos correos que sea relevante.

María bajó la bandeja del asiento que tenía delante y posó allí su teléfono móvil.

—Pues no. Nada relevante —respondió seca, pero siempre tensa.

Se hizo un silencio que yo aproveché para observarla. Para observar cómo le sentaba de impecable aquella americana y como la camisa blanca caía suelta por delante, disimulando como podía aquellos pechos más que generosos. Estaba guapísima. Muchas veces no entendía cómo podía ser tan guapa, pero morbosa a la vez. Al segundo de mirarla sentías que te enamorabas y un segundo más tarde uno solo podía pensar en follarla. Era las dos cosas a la vez, cada momento, en un bucle constante.

—En serio, Pablo, no hay nada que contar —dijo en un susurro que desprendía cierta tregua— ponte esto, ponte lo otro, Víctor esto, Víctor aquello. El juez tal, el juez cual. Y después en persona no me dice nada. A veces le hago caso, a veces no. No hay más.

—¿Qué fue lo más… fuerte que te ha pedido? —respondí también en tono bajo.

—Nada, Pablo. Ya está —quiso zanjar, de forma menos conciliadora.

—No. Dime. Algo habrá más fuerte que eso.

—Igual te parece poco fuerte que me diga que me ponga tal camisa porque le pone al psicópata de su amigo… ¿no? ¿Qué quieres que te diga? —preguntó en tono desafiante, siempre contraatacando al verse acorralada— que… a ver, si quieres me lo invento, y te digo que… un día me dijo que fuera sin bragas y ufff le obedecí y estuve mojada todo el día… sin bragas… pensando en él, ¿Te gusta así?—

Me quedé callado un momento. Sus palabras me golpeaban, y también lo hacía su, para mí, nuevo perfume, hasta el punto de a veces sentir que no era la María de siempre.

—Y… ¿lo de Álvaro?

—Lo de Álvaro qué.

—Que aún me faltan… pues… horas… de lo que pasó en su casa.

—¿Qué quieres? ¿Que te lo cuente ahora?

—No, no.

—Sí, si quieres te lo cuento ahora —me interrumpió, en tono chulesco, mirando su reloj— ¿por dónde íbamos?

—No, es igual.

—¿Entonces para qué me sacas el puto tema? Tenemos un rato, te lo cuento. No hay problema.

—Pues mira —rebatí ciertamente mosqueado— íbamos por… cuando me fui… Guille te estaba follando, te tenía a cuatro patas, y Álvaro te había metido la polla en la boca, boca que abriste… como si no te hubieras comido una en años… —tan pronto pronuncié aquella última frase supe que podría ser utilizada fácilmente en mi contra. Pero ella no entró por ahí. Resopló, como esbozando un “esto es increíble” con aquel resoplido, se giró un poco más hacia mí y… su pantalla se iluminó.

Miró en su móvil, y yo también miré. Era su amiga de nuevo. Tecleó y estuvo como un minuto dejándome a la espera. Siempre sus tiempos. Hasta que posó de nuevo su móvil y dijo:

—¿En serio te lo voy a contar aquí?

—En tono bajo, si puede ser —dije queriendo sonar distendido, quitándole peso a aquella situación, siendo yo entonces el que buscaba bajar nuestra actitud arisca. Aquello era una montaña rusa. Saltábamos del reproche al armisticio sin ton ni son, seguramente porque no solo no entendíamos a la otra parte sino que a aquellas alturas aún no nos entendíamos ni a nosotros mismos. Y es que que hubiera una barrera entre ambos, una distancia, que no procediera el afecto en aquellos contextos, no tenía por qué implicar tampoco una guerra continua.

—Vale… pues… te fuiste, ¿no? Que no sé a dónde coño te fuiste…

—Al sofá —interrumpí.

—Vale… te fuiste a tu querido sofá… y… joder espera— detuvo su confesión al ver que su teléfono de nuevo se iluminaba.

Yo observé en un principio como tecleaba, intentando finiquitar aquella conversación, y después mis ojos fueron al contorno de su pecho bajo su camisa de seda blanca. En seguida me pareció advertir que sus pezones se marcaban mínimamente, atravesando aquella camisa fina y desvelando que su sujetador debería ser de una textura también finísima.

De aquella aún no lo sabía, pero aquella confesión iba a ser durísima, quizás incluso más que su confesión previa; y durísimos se le irían poniendo los pezones a medida que fuera contándome, tanto como para acabar marcando la camisa de tal forma que cualquiera pudiera ver su calentura a metros de distancia.

CAPITULO 29

—Está bien… —dijo María una vez posó de nuevo su móvil.

Aquel “está bien” parecía sonar como un “tú lo has querido”, si bien a mí me daba la sensación de que ella quería sacar aquello de dentro. Y es que si de verdad no había nada especialmente fuerte en aquellos correos con Edu, el hecho de sacar todo lo sucedido en casa de Álvaro sería poner el contador a cero en cuanto a cosas a confesar. Conocía a María, su madurez, su sobriedad, sabía que una vez no había podido enterrar bajo la alfombra lo sucedido aquella noche, entre otras cosas por mi insistencia, no estaba a gusto con testimonios a medias.

—Pues eso. Lo que decías. Que... te fuiste al sofá mientras Guille me daba desde atrás y… eso… que Álvaro me… había metido su pollón en la boca… —dijo en un tono bajísimo pero inteligible. Seria.

No dejaba de sorprenderme su frialdad a la hora de pronunciar aquellas frases tremendas. Pero no solo las palabras, su porte, su inflexión, ya denotaba desde el principio que no pondría paños calientes. Sinceridad hasta llegar a la crudeza. Implicándose también psicológicamente, como lo había hecho ya cuando me había confesado lo anterior, y aquel poso… de no cortarse lo más mínimo… de no querer evitar hacerme daño.

Hablaba entre susurros, parcialmente girada hacia mí, pero sin mirarme realmente, quizás con la excusa de hacer memoria. No parecía posible que nadie pudiera escucharla, si bien el hecho de sentir aquel vagón medio lleno le daba a su narración un plus de tensión y osadía.

Su perfume, su mirada, que no había dejado de estar encendida desde su orgasmo interrumpido, su cruce de piernas, sus tacones, el contorno de su pecho bajo la camisa impecablemente planchada, la galanura de sus gestos y de cómo vestía aquella americana larga. Todo aquel compendio le daba a sus frases, de por sí impactantes, un erotismo infartante.

—Pues… nada —prosiguió— entonces creo que la chica esa se debió de ir…

—Bueno… tuvo que pasar bastante tiempo aún entre que yo me fui al sofá y ella se fue de la casa —interrumpí— de hecho me quedé dormido… y me llegó a despertar ella al irse.

—Mmm… no sé —dijo, haciendo memoria— A ver. Me acuerdo, eso, de… estar con los dos y ella pues… no la recuerdo más allí. Se iría. Vería que no pintaba nada. Se iría a vestir a la otra habitación, o a dormir. No sé. Lo que sí es seguro es que no recuerdo estar… vamos, que no recuerdo… —susurró en tono aún más bajo— no recuerdo a Guille follándome… y lanzándome contra la polla de Álvaro… y que ella estuviera allí.

Aquel “vería que no pintaba nada” que había pronunciado María era en cierto modo su victoria. María daba a entender que ella ganaba. Le había ganado a Sofía, de la que ni siquiera quería pronunciar su nombre. Si bien Sofía parecía haber ganado la partida en un principio, llevándose a Guille, del cual ambas se habían encaprichado en un principio aunque después este le repugnara a María, finalmente, una vez habían tenido a las dos entregadas, se habían centrado en mi novia y pasado de Sofía. Quizás porque estuviera aún más buena, quizás porque follarse a María, además entre dos, fuera una oportunidad más irrepetible. O quizás por ambas cosas.

—Pues eso, se habría ido un rato al otro dormitorio. Lo que sí me acuerdo es que en aquel momento empezaron ellos a hablar de mí, pero hablando entre ellos. Quiero decir que como que hablaban de mí, conmigo delante, refiriéndose a mí, pero como si yo no estuviera.

—¿Y eso? ¿Pero qué decían?

—No me acuerdo… De esa parte de la noche me acuerdo menos. Bueno —dijo en un tono un poco más alto, mostrándome que algo le había venido a la cabeza— sí, recuerdo en aquel momento que Guille estaba obsesionado con el liguero, como un puto crío, que yo no lo veo para tanto. Que qué guarra, que qué pinta… y tiraba de él… mientras… me follaba… y yo pensando que me lo rompía el muy imbécil… Y Álvaro no sé qué decía pero también hablaba de mí como si yo no estuviera. La verdad es que me jodía que hablaran así de mí… cada segundo dudaba en mandarlos a la mierda…

Yo me imaginaba a María, como la había dejado en aquel dormitorio. A cuatro patas sobre aquel sucio catre, en medias negras, liguero y nada más, embestida por Guille desde atrás, el cual le tiraría del liguero y la insultaría… y chupándosela a Álvaro, que, de pie, y al otro lado de la cama, le daba polla… se deleitaba con el calor que le daría la boca de María... y notaba mi miembro crecer y palpitar.

—Y… eso… recuerdo estar a punto de parar muchas veces… sobre todo por Guille. No podía soportar que me… follara… y para colmo como ridiculizándome… Y… después Álvaro se apartó… y me estuvo mirando un rato así… sin moverse… y como que le… jaleaba…

—¿Cómo que le jaleaba?

—Sí… en plan… dale más caña… que le gusta fuerte… no sé. Eso no lo dijo así literal. Pero por el estilo, como dándole a entender que él sabía a ciencia cierta como que a mi me gustaba que me dieran caña… No sé… era por momentos… desagradable… aunque es cierto que si yo hubiera querido parar los habría mandado a la mierda… y...

—¿Y le hacía caso? —no pude evitar interrumpir de nuevo.

—¿Que si le hacía caso a lo de darme más fuerte?

—Sí, vamos, que si… se venía más arriba Guille al decirle aquello Álvaro.

—Bueno… sí… recuerdo… que me pedía que le mirase… Sí. Me tiró del pelo y me pidió que le mirase… y me metía uno o dos dedos en la boca… Toma, ponla arriba, donde la maleta, anda —interrumpió su narración y comenzó a quitarse la chaqueta. Yo me imaginaba siendo follada desde atrás por Guille y éste diciéndole que volteara la cabeza para mirarle… y él metiéndole un dedo en la boca… y ella chupándole ese dedo… mientras la follaba… y mientras Álvaro miraba y le decía a Guille que le hiciera más guarradas… y mi polla derramaba preseminal sobre mi calzoncillo de manera casi constante.

En pie, en el pasillo de aquel vagón, posaba su chaqueta sobre su maleta mientras ella incidía en que lo hiciera con cuidado, maniática siempre con su ropa. Cuando volví mis ojos a ella, no me miraba, y, al contrario que casi siempre, no se había remangado la camisa al haberse quitado la chaqueta. Toda ella era por tanto una camisa de seda blanca y tacones negros; cualquiera que la viera hasta podría imaginar que no llevaba puesto nada más.

Me senté de nuevo a su lado y en silencio podía sentir como hacía memoria, y daba la sensación de que lo hacía para ella, más que para mí. Solo al pronunciarlo en voz alta llegaba a ser para los dos.

Tras unos instantes en los que ella no miraba hacia ningún punto concreto, pero que entrecerraba los ojos por momentos, quizás por venirle súbitas imágenes a su cabeza, dijo en un susurro:

—Bueno… ¿más?

—Sí.

Hizo entonces un pequeño gesto de contrariedad, como si todavía no llegara a comprender del todo, por mucho que llevásemos más de un año con aquello, que yo quisiera escuchar lo que me fuera a contar, como si aún le pareciera incomprensible aquel vicio mío.

—Pues… eso —prosiguió de nuevo girada un poco hacia mí pero sin mirarme, y atusándose la melena que llevaba a una parte de su cuello, dejando a la vista la parte de su cuello más cercana a mí— pues… a ver… la verdad es que… Guille en aquel momento me… me estaba dando bien, no voy a negar ahora que en aquel momento no me folló… bien… no como Álvaro, ni mucho menos… pero sí, bien… aunque no dejaba de darme un poco de asco cada vez que... le seguía el rollo y giraba la cara hacia atrás y… le veía como esa… panza… medio deforme… como de viejo… es que era como una barriga de viejo en un cuerpo joven… era raro a la vez que asqueroso… yo prefería no girarme… pero sin embargo de cuando en cuando me giraba… y nada… después… no sé qué pasó después la verdad… tengo como flashes…

—¿Flashes? —pregunté de forma automática, en un limbo, pues yo estaba de golpe en aquella habitación… y podía ver como Guille la follaba… repeinado, casi grotesco, con aquel tic extraño en su cuerpo y su cara de triunfo… Me dolía y me ponía por partes iguales.

—Sí, flashes, ¿qué pasa? ¿No sabes lo que es?

—Sí, sí.

—Pues eso… me vienen varias cosas a la cabeza que pasaron después… pero si te digo la verdad no estoy segura del orden. Recuerdo estar los tres en la cama. Yo en el medio. Recuerdo estar de lado besándome con Guille y tener a Álvaro detrás. Y… que yo quería besarme con Álvaro, pero que ellos siempre me acababan girando… Sobre todo porque Álvaro… pues eso… obsesionado con mi culo. Es que eso. Recuerdo besarme con Guille tumbados los tres de lado en la cama y detrás Álvaro metiéndome un dedo o quizás dos en el culo. Y ellos hablar otra vez de mí, pero sin referirse a mí.

—¿Cómo qué? ¿Qué decían?

—No sé… la verdad… no sé exactamente.

—Joder… más o menos…

—Pues… Álvaro… decía lo del culo… no sé, cosas en plan… “le voy a romper el culo”, “le voy a dar por el culo al final...”, cosas así… y… Guille me acariciaba las tetas… además de forma un poco brusca... mientras me besaba y decía… decía… en plan “qué tetas tiene, parecía que tenía, pero no tanto”, algo así, como que vestida no le había dado la impresión de que las tuviera así, o algo así… Pero sobre todo recuerdo querer girarme… porque Guille cada vez me repugnaba más… y alguna vez sí que giraba la cabeza y me besaba con Álvaro… pero en seguida me llevaban a besarme con Guille… que acabó bajando hasta… besarme o... comerme las tetas…porque… joder recuerdo sus dientes allí… que me dolía un poco... y… —dijo justo antes de notarse claramente que le había venido algo a la mente— y… sí… creo que Álvaro ahí me la metió… que Guille me comía las tetas todo cerdo mientras Álvaro me la acabó metiendo… claro… a pelo en aquel momento… sin ponerse nada.

Yo imaginaba lo que me contaba. A Álvaro follándola sin condón y a Guille besándola y después comiéndole las tetas... y mi polla ya marcaba una erección máxima. Miraba a María, acalorada, ya sonrojada, y… con ambos pezones marcando su camisa. Podía ver como se transparentaba aquel sujetador finísimo, podía sentir su sofoco, su escote brillante por la calentura y sus manos cada más nerviosas jugando con su pelo. Descruzó las piernas, para cruzarlas otra vez, no pudiendo disimular su tensión, y prosiguió:

—Y… no sé cómo nos acabamos girando… o moviendo… pero después recuerdo tener a Álvaro encima, follándome… y… o sea, Álvaro encima, pues en misionero, y… ver como el cabrón de Guille se ponía sobre mí, con las rodillas a ambos lados de mi cuerpo… y… con su polla cerca de mi boca… joder… Sí…

—¿Sí, qué?

—Eso… que… recuerdo eso. Álvaro follándome pero Guille sobre mí, con su polla cerca de mi boca… la posaba sobre mi cara… y… yo con los ojos abiertos y aquello en mi cara… hasta que no sé si él la movió… o fui yo… pero… eso… que al final me la metió en la boca… Recuerdo estar con los ojos abiertos, mirando hacia arriba y ver a Guille… yo chupándosela a ese idiota mientras Álvaro me follaba… Y otra vez a punto de mandarlos a la mierda a los dos… pero no poder… es que… buff… yo creo de hecho que me corrí así… con las manos… en el culo de Guille mientras me follaba la boca y Álvaro… el muy cabrón… que no se corría nunca… dándome sin parar…

—Joder, María…

—¿Querías que te contara, no? —preguntó una María que otra vez me humillaba a mí y se humillaba a ella, siendo incapaz o no queriendo contar aquello sino era con todo lo que recordase y con toda la carga emocional.

—Sí…

—Es que… recuerdo… es curioso pero recuerdo incluso más los olores… y el tacto… el olor de la polla de Guille cuando la tenía en mi cara… con una mezcla de látex de preservativo y semen de haberse corrido varias veces… un olor fortísimo… y después aquel sabor en mi boca… y eso… sentirla medio blanda en mi boca…. y el tacto de agarrar su culo… que… era bastante duro… eso, agarrar su culo para que no me la metiera en la boca demasiado fuerte… y recuerdo mirarle la cara de chulo y temer que se corriera… que se corriera en mi boca o en mi cara…

—¿Y…?

—No… No se corrió. Se le llegó a poner bastante dura… pero no se corrió… Y… eso, lo que decía antes… que creo que me corrí así… y… después… —dijo de nuevo pensativa, llegando a mirarme por fin directamente a los ojos— ¿Cómo estás? —me preguntó de repente.

—Pues… imagínate…

—¿La tienes dura?

—Sí…

—¿Y no te… no te molesta? ¿No te la colocas?

—¿Cómo hacía tu ex? —pregunté sorprendido y sintiéndome súbitamente atacado.

—Sí, bueno, como hará todo el mundo —dijo rozando el sadismo.

—Si quieres me la coloco, pero no me molesta.

—¿Hacia dónde la tienes?

—Pues hacia un lado —respondí sin entender a donde quería llegar. Me parecía que se sacaba de la manga y de repente, un juego macabro.

María, acalorada, marcando pezones, con parte de su melena tapándole la cara, visiblemente excitada, parecía de golpe disfrutar jugando a humillarme, como si quisiera pagar conmigo su sentimiento de culpa por ponerse cachonda al recordar como aquellos críos la habían follado.

Miró entonces su reloj. No faltaba mucho para llegar.

—Bueno ¿sigo? —preguntó y ante mi afirmación prosiguió, y supe que me iba a resultar casi imposible no tocarla, no besarla… durante su narración— y… no sé qué pasó después… pero otro recuerdo que tengo es estar subida sobre Guille… no sé si Álvaro se había ido al baño o al armario a por otro condón, pero recuerdo estar subida encima de Guille y… no querer mirarle pero a la vez querer mirarle, como que… como que me ponía cachonda que en el fondo me diese asco… una cosa rarísima… pero recuerdo aquella sensación… y a él diciendo “qué bueno… “ “qué bueno...” es que tengo esa voz en mi cabeza aun… ¡dios! Era asqueroso… pero… no paraba… y… después sentir a Álvaro detrás… y como que… pretendía metérmela… pues eso… por el ano… o sea, como los dos a la vez… y yo le aparté…—

Miré a mi alrededor rápidamente, no parecía haber nadie ni delante ni detrás ni al lado… estaba a nada de… no sacarme la polla, pero al menos tocarme un poco, sentir en mi mano la humedad de la punta… Nadie cerca… Nadie me vería… pero no me atrevía… todo esto mientras ella continuaba:

—Le aparté y… creo que fue Guille quien medio se empezó a reír… diciéndole que si estaba loco que cómo pretendía meterme eso por el culo así… Le decía… algo como… “¿a dónde vas con eso?” y… si… en plan… “La vas a matar, estás loco”. Como que se reía de cómo pretendía metérmela así… Pues eso… con el pollón que tiene… y… al final me salí… y como que a Álvaro le pareció mal lo que había dicho Guille… No me acuerdo… lo siguiente que recuerdo es que estábamos Álvaro y yo en la cama, yo a cuatro patas… él detrás de mi… y… vamos… a él intentando darme por el culo…

—¿Y te dejaste?

—No es que me dejara o no. No sé. La verdad es que por un lado ni me creía lo que estaba pasando y por otro no me parecía más locura que todo lo demás que llevábamos horas haciendo. Y… le dije que parara… y después… como que echó a Guille… le dijo que nos dejara solos y… no me acuerdo… creo que Guille protestó o que quería correrse una vez más, no sé… pero Álvaro y yo ya estábamos a eso… y se acabó yendo… y… recuerdo a Álvaro intentándolo… yo la verdad es que por un lado me jodía que al final lo acabara haciendo… pero si no hubiera querido le habría parado… y… joder… le decía que tuviera cuidado… Es que recuerdo agarrar las sábanas con fuerza y cerrar los ojos… y sacar como el culo hacia arriba… porque eso… yo estaba como… a cuatro patas… con los codos apoyados… y joder… no sé… me la acabó metiendo… no sé cuánto… igual hasta la mitad… Él me decía “ya está… ya está…” es que me decía algo en plan “la punta es lo peor, que es lo más ancho”, pero no. Yo sabía que no la había metido entera…

No me pude contener. Verla sudada. Con aquellos pezones enormes atravesando la seda de la camisa, anunciando que estaba cachondísima, que se ponía cachondísima recordando como aquel crío se la había metido por el culo… y no me pude contener… Alargué mi mano y la llevé directamente a una de aquellas voluptuosas tetas que se marcaban bajo la tela blanca. Acaricié aquella teta, como paso previo a querer también palpar el enorme pezón que la coronaba… pero tan pronto me sintió dijo:

—… No… no me toques… no seas cerdo. Aguántate mientras te cuento esto —protestó altiva, chula, apartándome la mano, mano que mientras reculaba yo escuchaba un: “No la cagues ahora, que estoy acabando”:

Creo que nunca me había hablado de manera tan déspota.

No pude ni responder, mientras ella, sin inmutarse, sin reconocer que se había pasado, movió su melena a la otra parte de su cuello y prosiguió, prosiguió sin mirarme a la cara, importándole bien poco que pudiera haberme molestado.

—… Y eso… que me la… me la había metido hasta la mitad… y empujaba… y le dije que parara… recuerdo gritar… y él decirme que me tocara… que me tocara el coño mientras iba avanzando, que eso me ayudaría. Pero no me ayudaba una mierda. Llegó un punto que ni para adelante ni para atrás. Que solo con moverse un milímetro sentía que me partía en dos… Y… al final acabó por salirse… y volvió a insistir… y le dije que no… pero después accedí… y otra vez nos pasó lo mismo… Le acabé diciendo que con aquel pollón era imposible… hasta que desistimos.

Me la imaginaba, ensartada por aquel pollón hasta la mitad, como la había visto. Chillando, de dolor, de impresión… pero cachonda como nunca… y tocándose… llevando su mano abajo, entre sus piernas… a aquel coño precioso… pero destrozado… Con las medias, el liguero, con aquella pinta de puta... y finalmente enculada por aquel crío... después de haberse reído de él infinitas veces por mensajes de móvil…. Después de haber pasado de él, después de haberle vilipendiado y de haberse burlado por pensar que podría ligar con ella… al final con su polla metida en su culo hasta la mitad.

Me quedé callado. Nos quedamos en silencio. Yo no sabía qué decir… Finalmente, sin saber muy bien por qué, quizás por guardar aún resquemor por su despotismo y por querer contraatacar a su terrible desplante, queriendo hacer daño, susurré:

—Bueno… ten por seguro que le habrá dicho a sus amigos que… te dio por el culo.

—… Vaya… No creo que pueda dormir pensando en que va diciendo eso por ahí —replicó, tan irónica como gélida.

Miró de nuevo el reloj. Tenía los ojos vidriosos por la calentura. Toda ella era un negar la evidencia constante de que se empapaba con su propia confesión, con sus propios recuerdos. Se podía sentir casi transpirar su excitación. Si no se había desabotonado un solo botón de la camisa era porque no quería reconocer su sofoco. Pero sus mejillas la delataban. Sus pezones reventando su sujetador y su camisa la acusaban. Y sus cruces de piernas. Y su voz tenue y entrecortada. María estaba que se fundía mientras recordaba. Su coño tenía que ser un auténtico charco… como encharcado se lo habían dejado aquellos críos. Me imaginaba su ano completamente abierto una vez Álvaro retiraba su pollón de aquella cavidad y no aguantaba más sin sacarme la polla allí mismo.

—Y… ¿qué más…? —prosiguió, afectada, pero siempre queriendo fingir distancia— después nos quedamos dormidos, yo creo… y… recuerdo que él me despertaba a veces… y… me besaba… ya era de día… Se despertaba, nos besábamos… y… me follaba… era como si estuviera soñando… A veces ni abría los ojos… me besaba la nuca… la espalda… me apartaba el pelo… me separaba las piernas… y me follaba… Era todo más tranquilo… recuerdo sus ronroneos follándome… y recuerdo correrme así… y quedarnos dormidos otra vez… Recuerdo que me abrazaba por detrás… y nos dormíamos así… pero pronto se despertaba otra vez y volvía a follarme… él encima… o me despejaba un poco y me subía a él…—

No sabía si María decía aquello de abrazarse con especial intención de hacerme daño, o simplemente quería ceñirse a lo que recordaba, pero lo cierto era que los imaginaba y sentía un dolor terrible. Tampoco tenía demasiadas dudas de que todas aquellas veces que se despertaba y la penetraba… lo hacía sin condón….

—Y… recuerdo una vez que me desperté y él dormía. Y quise irme. Pero sabía que era bastante probable que se despertase mientras me vistiera. Y que de hacerlo me iba a querer follar otra vez … y no me apetecía que me diera el coñazo para un último… polvo... y... no sé… recuerdo ponerme en pie y verle la polla… hacia un lado… enorme… y no sé si… no sé si para evitar que quisiera volver a follarme… seguramente por eso… que quise que eyaculara de una vez y se quedara dormido y poder irme tranquila… así que, eso… me tumbé a su lado… él boca arriba, sin moverse… le chupé los huevos… el tronco… la punta… se la estuve chupando con calma minutos y minutos… Él… me apartaba el pelo de la cara casi constantemente y a veces levantaba un poco la cadera como para… para metérmela él en la boca… no sé… era raro… porque era guarro pero era tranquilo a la vez… y no sé… igual estuve como veinte minutos chupándosela… pero no me importó…

...Yo alucinaba con que no se corriera… la tenía durísima que le explotaba, pero no se corría… y… me decía… pues… guarradas de las suyas… mientras me apartaba el pelo… en plan… “cómo la comes… cerda….” o… guarra, decía… no me acuerdo… hasta que… eso, igual a los quince o veinte minutos, me dijo que se iba a correr y me dijo que me lo tragara… pero yo no quería… no sé por qué me dio con que quería que… como que me salpicara a la boca… quería sentir salir su semen y que rebotase de mis labios… y… eso… él me decía… “trágatelo...” pero no, le pajeaba a centímetros de mi cara… hasta que uff… por fin… se pegó una corrida bestial, recuerdo cerrar los ojos y mover un poco la cara a izquierda y derecha y el cabrón salpicándome… como una fuente… me dejó los labios… las mejillas… me dejó la cara perdida…

—Joder, María… —dije en un suspiro, pero ella ni se inmutó, hacía tiempo que no estaba confesando nada, sino que estaba recordando para sí misma.

—Y… nada… me fui al baño a limpiarme… No, no. Es verdad… Después de empaparme… hizo... por… metérmela en la boca otra vez.. y estuve… no sé si porque él quiso, o yo, no sé, como uno o dos minutos con la cara manchada, sentía su semen caliente por la cara… y el olor a… eso… a semen… en mi cara… chupándole aquel pollón que estaba cada vez más blando… pero que aun así era grande… Hasta que sí… me fui al baño a limpiarme… y a la vuelta creo que ya dormía… y me vestí y me fui.

Aquel “me vestí y me fui” fue ya un hilillo de voz, una voz tomada por la excitación más superlativa. El escote le brillaba más que nunca. La camisa se le pegaba al cuerpo. Los pezones marcándose, fuera de sí. Pero a la vez intentando mantener la compostura, como pretendiendo una narración distante. Mi calzoncillo estaba empapado… y algo de dentro de mí salió:

—Joder… María…

—Qué…

—Joder… por qué… por qué no te tocas… ahora…

—¿Qué?

—Tócate… baja la mano… no te vería nadie… Me muero si te masturbas un poco ahora.

—¿Estás loco o qué coño te pasa?

—… No, no estoy loco… ¿eres consciente de lo que me acabas de contar? Y… bueno… sabes de sobra que si otra persona te pidiese lo que te estoy pidiendo lo harías.

Se hizo un silencio extraño durante el cual yo pensaba que tampoco me entendía a mí mismo, no sabía de dónde había sacado aquella petición, pero era cierto que me moría por verla masturbándose, en público, recordando lo que me había contado.

—Mejor que eso… —dijo— ¿por qué no vamos al aseo del vagón y me follas? —preguntó y yo me quedé boquiabierto… Dos, tres, cuatro segundos, hasta que entendí que no, que obviamente no tenía intención alguna de que mi polla mínima, polla que despreciaba en momentos de máxima excitación, entrase en su cuerpo. En aquel momento ella no quería ni eso ni siquiera un beso mío, ni siquiera aceptaría que yo la tocara.

—No seas mala… —protesté, como me salió, de forma pueril.

Quizás aquel tono la hizo recular. Quizás entendió que su narración había sido hasta demasiado cruda. O quizás ella misma quería comprobar como estaba su cuerpo.

—Pueden verme…

—No te ve nadie. Ahora mismo no hay nadie al lado, ni delante ni detrás —dije disimulando mi emoción porque pudiera producirse lo que ansiaba.

—Como venga alguien o pase alguien por el pasillo te mato.

Me quedé callado… Cuando tiró entonces un poco de los puños de su camisa hacia atrás, hasta la mitad de sus antebrazos, con estilo, y fingiendo de nuevo no estar nerviosa, y bajó sus manos al botón de sus shorts. No me lo podía creer… creía que se me salía el corazón del pecho.

Pude hasta escuchar la cremallera de su pantalón corto bajarse. Miré hacia el pasillo. Por mirar. Y cuando volví mi mirada hacia ella, una de sus manos hurgaba bajos su bragas… comprobaba su coño… presumiblemente encharcado… y cerraba los ojos tan pronto se sentía. Suspiró al momento. Resopló en silencio, con los ojos cerrados… y con el coño abierto… Nadie sabía como ella cómo comprobar su entrepierna y cómo calmar aquel calor. Bajó su otra mano y sus pechos parecían querer salir del sujetador y de la camisa, por la postura y por su excitación. María se hacía un dedo tremendo, allí sentada, con sus pezones marcadísimos… sin poder hacer ruido… recordando cómo la habían follado aquellos dos niños pijos… Quince… veinte segundos… entre abría la boca… con aquel orgasmo aún atravesado… parecía que se corría en nada… sus piernas se abrían y se cerraban mínimamente y a gran velocidad, como en espasmos involuntarios y casi enfermizos… cuando, por algún motivo, volvió en sí, cerró la boca, sacó sus manos… y dijo como si tal cosa:

—Ya está.

Su cambio fue tan brusco, su vuelta a la realidad fue tan súbito, que hasta se podría sospechar que aquel placer que había exteriorizado había sido fingido, pero era imposible.

Se subía la cremallera y se cerraba el botón. Se recomponía la camisa y observaba contrariada como sus pezones, sus sudores y su sonrojo, pudieran estar delatándola.

Yo casi pude oler su sexo, o de verdad lo olía, quizás de su coño, quizás de sus manos… o quizás era solo mi imaginación. Cuando me pude dar cuenta le pedí una cosa más, quizás aún más delirante, le pedí poder oler sus manos, sus dedos; oler o besar aquellos dedos que acababan de estar en contacto con su coño empapado.

—Me tomas el pelo, Pablo. No me lo estás pidiendo en serio.

—Pues sí... te lo pido en serio.

—Mira, lo mejor es que te vayas al aseo a hacerte una paja… a ver si así dejas de pedirme burradas.

Me iba a poner en pie. Pues de golpe decidí que no podía más. Que me iba al aseo. Sino a masturbarme al menos si a resoplar, a suspirar, a liberar mi miembro y a intentar colocar en mi mente todo aquel bombardeo que María acababa de narrar.

Cuando de repente su móvil se iluminó. Pude ver que era Álvaro quién le escribía. Seguramente querría quedar, aunque fuera para poco tiempo.

Me pregunté entonces si era evitable que, aunque solo se vieran durante unos minutos, se la volviera a follar. Me preguntaba si alguien a aquellas alturas no quería que otra vez Álvaro se follara a María. Me preguntaba si María podía negarse a sí misma una vez más que necesitaba que alguien como Álvaro la follara bien follada.

Otra vez.