Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 21 y 22)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 21

María me pidió un minuto para pensar, para hacer memoria. El trayecto a casa, en coche, no sería demasiado largo, y yo no sabía si querer llegar cuanto antes o tardar lo máximo posible, pues una vez en casa yo tendría que ser Álvaro y quería seguir siendo Pablo un poco más.

Detenidos en un semáforo la miré, como buscando que reiniciara su confesión, y lo que vi fue aquel cinturón de seguridad colocado entre sus pechos, haciendo que estos se marcasen más hacia adelante y se acentuase su escote por arrugarse un poco la camisa con el cinturón. Me recordó a aquella vez que Edu la había acercado a casa en coche y él mismo me había contado como se le marcaban las tetas por encajar entre ellas el cinturón de seguridad. Parecía otra vida, que había pasado una eternidad, pero no había pasado aún un año. Me di cuenta de que cada vez aquel juego tenía más pasado y yo esperaba que siguiera teniendo futuro.

Aquella imagen me abstrajo hasta el punto que arranqué cuando el semáforo ya llevaba un tiempo en verde. Mi polla seguía en su máxima dureza y ladeada hacia una de mis piernas; era tentador recolocarme, como decía que hacía su ex… pero no lo hice, por algún motivo me gustaba que no fuera totalmente necesario y que ella lo supiera.

—Vale, te lo voy a contar como creo que pasó, porque ya sabes que a veces la memoria va un poco por libre —dijo sorprendiéndome, pues veníamos de una descripción bastante rápida; pero precisamente me daba más seguridad que lo que contase a partir de aquel momento fuera más exacto.

Yo asentí con la cabeza y ella prosiguió:

—A ver… pues… estábamos… o… retomo con que… me estaba comiendo… ahí. Yo tumbada boca arriba y él... pues entre mis piernas. Y… recuerdo que se oía bastante en aquel momento a Guille y a Sofía, vamos se oía a Sofía y ruido… más que de muelles de cama como de madera o hierro contra la pared. Pero a lo bestia. Como un “pum, pum, pum” ¿sabes? Y ella gritando… Y, nada, Álvaro ahí comiéndomelo…

—¿Te ponía que… os estuvieran follando los dos?

—Bueno en aquel momento no estaba follando con Álvaro.

—Ya, bueno, quiero decir… que al final… como que habíais caído las dos u os habían ligado a las dos— dije, sintiéndome algo extraño por aquella expresión de “haber ligado” pues creo que no la había pronunciado nunca.

—Pues no. Ella me daba igual —respondió, y yo no la creí del todo. Me daba la sensación de que que se hubieran acabado follando, los dos amigos, a los dos bellezones de la fiesta, le daba un extraño morbo a María, como un morbo culpable o vergonzante.

María comenzó entonces a describir, entre muchas pausas y varios eufemismos, cómo Álvaro le había comido el coño de manera tremenda. Cómo la había lamido de arriba abajo, como lo mismo le separaba los labios con la lengua como le daba golpes en el clítoris mientras miraba hacia arriba. Me contaba entre semáforo y semáforo como ella se recostaba sobre sus codos, contenía sus pechos con sus manos y llevaba sus ojos a ver cómo Álvaro la partía en dos con su lengua. Cuando su placer era incontenible dejaba caer su cabeza hacia atrás y abría la boca, y gemía, muerta de gusto, siempre con los alaridos de Sofía y los golpes de aquella cama de fondo.

Mi calentón iba en aumento, si es que aquello era posible. Y llevé entonces una de mis manos a sus muslos. Acaricié sus medias… seguí hacia arriba hasta palpar el encaje… toqué aquella fina tira y acabé por llevar las yemas de mis dedos al interior de sus muslos, muslos que noté algo fríos, pero a la vez pegajosos, ligeramente sudados. Era maravilloso acariciarla así, hacer todo aquel recorrido, mientras me contaba como Álvaro le deshacía el coño de tal manera que ella llegaba a temer y a avergonzarse de que pudiera estar manchando la cama.

Yo sabía que mi mano allí no procedía, que aquello a ella no le aportaba, no en aquel momento, que podría ser hasta contraproducente, pero ella me lo permitió, seguramente como un favor, un favor que yo debería compensar al llegar a casa.

Cada vez que cambiaba de marcha mi mano la abandonaba, pero volvía a ella, y ella me lo volvía a permitir. Comenzaba a estar cada vez más tentado de llevar mi mano a sitios más profundos, o a acariciar sus tetas… o a sacar uno de aquellos pechos de su camisa… pero por el momento me contenía, pues temía su rechazo, pues a más excitación de ella más frustración de que yo no le llegaba… Además no quería romper la magia de aquella narración, narración que me envolvía y me hacía imaginar hasta no ver nada de la carretera, sino sus caras, sus cuerpos, sus gritos, sus posturas… su entrega. Me volvía loco escuchándola y no quería que acabara nunca, a la vez que quería saber más y más, quería que avanzara a la vez que no quería que lo hiciera, y había dos incógnitas que se elevaban a un nivel superior, que eran qué había pasado para que Sofía y Guille fueran a la habitación de Álvaro y qué había pasado exactamente con los intentos de Álvaro de penetrarla por detrás.

—Bueno, hay una cosa que no te dije —proseguía ella— y es que… bueno, me habías preguntado cómo se había corrido cuando yo estaba tumbada sobre él en…

—Sí… en esa postura tan extraña.

—Sí… pues… a ver… —dijo, en tono diferente, como buscando las palabras.

Aminoré el ritmo de la conducción. Había un semáforo en verde a unos doscientos metros y fui deliberadamente despacio para que se cerrara y tener uno o dos minutos solo para ella, solo para lo que quisiera contarme.

—Dime… —casi supliqué mientras mi plan con el semáforo salía a la perfección.

—Pues… eso, le estaba haciendo la paja… y empecé a notar como debajo de mi empezaba a moverse… a temblar… vamos, que sabía que se iba a correr, y… no es que gimiera, bueno sí, era así como masculino pero sí eran gemidos. Temblaba como con espasmos mucho más fuertes que los tuyos, hasta llegaba a moverme a mí… Y recuerdo que noté su semen caliente en mi mano al principio pero después, no sé qué pasó que… joder… aluciné… y es que… de golpe noté algo en el labio… y en la barbilla… como que el segundo o tercer… disparo, o no sé cómo llamarlo… me llegó a la boca… y se me quedó allí… yo como que paré, por la sorpresa supongo y él como que me dijo algo en plan “No pares, coño...” y le seguí pajeando… y lo demás sí que no pasó de mi vientre, mi ombligo o por ahí… pero, joder… —María buscaba en mí una respuesta, pero yo ni me podía mover, ni replicar, reinicié la marcha y ella continuó:

—Y… claro, se apartó y me quedé tumbada en la cama y ahí fue cuando… ahí como que me limpió con una camiseta por donde me había manchado, por… vamos por fuera del… de mi coño y por mi vientre… y aun no se había dado cuenta de… de… el otro sitio donde me había salpicado. Y… me empezó a comer el coño como te había dicho… y claro, entonces me vio… me vio que tenía semen en los labios, en la barbilla y… bueno, él se sorprendió, pero no se sonrió ni nada, pero dijo algo en plan… “joder… qué bueno…” y después me siguió mirando y dijo “no te limpies”. Y así… con su semen en mis labios y resbalándome por… por el mentón… pues eso… que me estuvo comiendo el coño y yo así.

Yo me imaginaba a Álvaro lamiendo su coño de arriba abajo y alzando la mirada para ver a una María, con la camisa abierta, con las medias que yo estaba acariciando, con el liguero que yo estaba acariciando en aquel coche… con sus codos apoyados y mirando como Álvaro la comía entera… mientras tenía sus labios embadurnados del semen de él… por la corrida que se acababa de pegar… y como aquel semen resbalaba de sus labios hacia su barbilla hasta gotear en su pecho… y me veía en la necesidad de parar el coche, aunque aún conseguía no hacerlo.

—Pues eso, que no sé cómo soltó eso… porque… el resto de los disparos fueron normales…

No me pude contener, aquello era demasiado, y mi mano decidió abandonar sus muslos para ir más arriba… acaricié su teta izquierda sobre su camisa y me lo permitió, pero hizo un pequeño gesto de contrariedad. Quise colar mi mano por su escote, para acariciar aquella teta, pero mi mano fue apartada con delicadeza. Y ella mismo la llevó a su muslo, sobre sus medias.

Acalorada, cachonda, por su narración, por sus recuerdos, no me permitía llegar más lejos hasta que no me convirtiera en Álvaro, y no es que fuera un juego, era que ella lo sentía así.

Embocábamos la puerta del garaje y a duras penas atinaba a abrir con el mando a distancia cuando ella continuó, continuó su narración con lo que vino después. Me contó cómo había estado a punto de correrse varias veces mientras Álvaro le comía el coño y cómo temía manchar la cama. Me contó cómo él acabó por retirarse y se quedó de pie frente a ella. Cómo su polla, enorme, larga, apuntaba al techo… y cómo se había pajeado un poco, mirándola, mirando su obra, su coño abierto, destrozado, y su cara… la cara de María con aquel chorro de semen aun en su barbilla. Me contó también cómo después él se fue hacia el armario, a por otro condón, mientras Sofía y Guille seguían con aquel polvo brutal. Me contó cómo, mientras Álvaro se ponía el preservativo, había dicho “joder, qué ritmo llevan estos… seguro que la tiene a cuatro patas” y que poco después le dijo a María: “ponte igual” y cómo María obedeció, se puso a cuatro patas, en aquel catre, en aquel tugurio de dormitorio, con el semen de Álvaro aun en sus labios… y se dispuso a esperar a que la penetrara.

Entramos en el garaje. Mis calzoncillos eran un charco. La cara de María un poema. Sus tetas hinchadas querían salir de la camisa. Sus mejillas eran volcanes y su narración era cada vez más no solo para mi sino para ella.

Se quitó el cinturón de seguridad, se recompuso la camisa y la falda, y a mí me costaba digerir que con aquel calentón no quisiera besarme y que la tocara, sino todo lo contrario, que yo ya solo era admitido en épocas de sosiego y tranquilidad.

Aparqué el coche, como en una nube, como en un sueño. Apenas iluminados por el resplandor de varios neones de salidas de emergencia. Yo quería seguir sabiendo más y más. Me quité el cinturón de seguridad y en un ejercicio de sensibilidad María me preguntó:

—¿Cómo estás?

—Pues… imagínate… —respondí, girándome un poco hacia ella.

María miró a izquierda y derecha.

—Mmm… si… quieres… te hago una paja aquí… y subimos. Si… bueno... después te pones el arnés ese sin problema ¿no? Aunque te corras ahora.

Ojalá aquella propuesta obedeciera a que no se podía ya contener sin tocarme. Pero no, lo sabía, lo sabíamos, era un favor. Un favor porque buscaba una posterior contraprestación.

—Sí… aunque me corra ahora, me puedo poner el arnés en seguida sin problema.

—¿Sí? ¿Seguro? —preguntó, queriendo cerciorarse, demostrando lo obvio, que a ella lo que le interesaba, lo que la complacía, era lo que vendría después.

Como quién hace un regalo de forma no altruista, sino buscando recibir otro regalo de igual o superior nivel, María llevó sus manos a mi cinturón, al botón de mi pantalón… y me bajo la cremallera.

Un “joder, cómo estás” salió en un susurro de su boca, en la penumbra de aquel coche, al ver la masa espesa que coronaba toda la parte frontal de mis calzoncillos.

Mi polla, dura, pero mínima, fue liberada.

—Estás empapadísimo… —insistió, mientras me la cogía con tres dedos y se impregnaba de todo aquel preseminal, no con repulsa, pero tampoco queriendo mancharse demasiado.

Soltó entonces mi miembro y con cuidado se remangó su camisa hasta el codo. Yo la miraba con deseo y ella, volcada un poco hacia mí, llevaba de nuevo su mano a mi polla, para cogérmela otra vez con tres dedos. Echó la piel de mi miembro completamente hacia atrás, hasta liberar por completo el glande y era inevitable que nuestras mentes no comparasen lo que ella tocaba con lo que llevaba toda la noche describiendo. Era humillante, era doloroso, pero a la vez era tremendamente morbosa aquella comparación.

—¿Sigo? ¿Sigo contando, te corres y subimos? —preguntó y yo respondí afirmativamente mientras una de mis manos fue a desabrochar no uno sino dos botones de su camisa, hasta crear un escote casi hasta su ombligo, que acababa de matarme.

María volvió a mirar a su alrededor antes de retomar su narración. Yo recogía hacia arriba mi camiseta y mi jersey, con una mano, para no mancharme, mientras con la otra le abría un poco más la camisa, pero aun sin llegar a hacerlo lo suficiente como para ver sus areolas y sus pezones, como si me quisiera guardar ese momento para el clímax de su paja y su confesión.

Aquellos tres dedos de María comenzaron a subir y bajar cuando comenzó a contarme, entre susurros, pero de forma natural, sin sobre actuación, lo que había pasado después. Me contó cómo Álvaro se había colocado tras ella… cómo ella seguía con el regusto de aquel semen en sus labios, cómo no se había limpiado, y cómo mientras sentía aquel sabor, notaba como él… comenzaba a invadirla, a metérsela desde atrás… hasta el fondo… de una sola vez… cómo después del orgasmo que había tenido ya ella y después de la impecable comida de coño, aquella polla tremenda se deslizaba por su interior con fluidez, matándola del gusto.

Mientras me pajeaba yo a veces cerraba los ojos, entregándome a aquel placer y a aquella confesión y a veces los entre abría para ver como, por consecuencia del movimiento de su brazo al pajearme, sus tetas bailaban casi completamente libres bajo su camisa de seda y asomaban por su escote. Y me siguió contando cómo al poco tiempo de penetrarla así, comenzó a introducir un dedo en su culo, dedo que acogió casi sin problemas… que no fue hasta el segundo dedo cuando le pidió que parara y que, tras esta súplica, él le preguntó que cuando le iba a dar por el culo, si quería en aquel momento o si lo prefería después. Me contaba también cómo ella le pedía que quitase aquel segundo dedo, pero no le ordenó que quitara el primero y como él le había dicho algo así como: “¿No te da por el culo tu amiguito? ¿Dónde lo tienes? ¿No quiere venir a ver esto?”. A lo que ella no había respondido.

—¿Y pensaste en mí en aquel momento? —pregunté, entrecortado, en un jadeo, y sorprendido porque recordara esos detalles que a mí me volvían loco.

—No… no creo… Después… me dijo algo en plan “igual está viendo cómo se follan a Sofía o… ¿solo le gusta ver cómo te dan a ti?”.

—¿Y qué le dijiste?

—No… no me acuerdo… Me acuerdo… algo de lo que me acuerdo claramente es del calor que me daba… ¿Sabes? Como si tuviera la polla calentísima… y cómo notaba su dedo dentro de mi culo… mucho más frío.

Yo estaba a punto de correrme. Ella aceleraba la paja mientras me contaba cómo él la embestía incansable… cómo a veces se inclinaba hacia adelante para decirle guarradas al oído, cómo al inclinarse así notaba más aquel dedo en su ano y como recordaba frases como “¡hace cuanto que no te follan así!” o “¡me vas a dar tu culo! ¿a qué sí?” en lo que rozaba una obsesión enfermiza… pero que ella no podía decirle que parara, no mientras la siguiera matando del gusto así.

Mi mano temblorosa fue a abrir un poco más su camisa, y es que no satisfecho con ver sus pechos bambolearse como consecuencia del vaivén de su brazo, quise ver más, y conseguí apartarla un poco más, llevando la tela negra a un lado hasta ver su areola extensísima y su pezón colosal… momento en el que ella aceleró más… y yo sentía que me corría mientras ella decía:

—En un momento en el que Sofía dio un grito tremendo el muy cerdo me tiró del pelo y comenzó a darme más caña, como si quisiera entrar en una competición o quisiera decirle al chulo de su amigo que él también había triunfado. Acabó por sacar su dedo de mi culo y levantó un poco mi cuerpo y creo que me quedé ya solo apoyada con las rodillas y me dio caña a lo bestia, me llamó puta… y me llamó guarra… y todo lo que quiso mientras me mataba… con su polla… Joder… me corrí… me corrí como en mi vida mientras me penetraba así y me insultaba… Como que él daba por hecho por aquellas guarradas que le pedíamos por mensaje que a mí eso me ponía… y me llamaba de todo… joder… y no veas el desprecio con el que me llamaba fulana… o perra… mientras me corría… y… ufff… grité… grité a lo bestia, no me pude contener… Joder…

Yo sentía que me corría irremediablemente, con los ojos cerrados imaginaba aquella tremenda follada y los gritos de María, empalada desde atrás por aquel crío… Alargué mi mano y apreté una de aquellas tetas de ella que bailaban… para correrme así… aferrado a ella y visionándola… imaginándomela…. corriéndose como una cerda… siendo taladrada por aquel niño pijo… con la boca aun manchada de su semen, entre gritos, con toda aquella ropa de fulana comprada para mí… Cuando noté de pronto como María apretaba con fuerza la punta de mi miembro, deteniendo el vaivén, deteniendo la paja… No entendía nada pero creía que me correría igual, aunque parase… Abrí los ojos, una gota blanca brotó de la punta… pero mi orgasmo se cortaba…

—No… ¿No sigues…? —jadeé… sorprendido, soltando su pecho.

—No… no me fío…

—Joder, María… —protesté, pero mi queja fue inútil y retiró su mano de mi miembro, dejándome al límite de mi máxima explosión, y llevó sus ojos a la puerta y después a la guantera, como buscando algo:

—No veo cleenex —dijo, dejándome así, empalmadísimo y empapado...

Se recompuso un poco, se despegó como pudo la melena de la espalda y se la levantó un poco, como con la intención de hacerse una cola. Se miró la muñeca, seguramente en busca de una goma que tampoco encontró y dejó caer su pelo por la espalda otra vez. Yo no existía, mi paja a medias no existía. Se miró y comprobó su camisa casi abierta por completo y, mientras se cerraba los botones me preguntó si quería que siguiera contando o si prefería que subiéramos a casa.

—Sigue… al menos hasta que os juntasteis con Sofía y Guille.

—Vale… a ver, sigo entonces un poco más… Pues… después de eso… me dejó caer, como que justo tras correrme él me dejó caer hacia adelante y se salió de mí. Y… bueno, creo que ahí entonces fue cuando me limpié la boca a las sábanas, y cuando me recuperé... me levanté, para irme al baño, a limpiarme un poco, y él debió de pensar que iba a ver si aún estabas en la casa, porque me detuvo, en plan que a donde iba… Y… nos estuvimos besando allí de pie…

—Y qué más —pregunté, sin moverme, con mi miembro palpitando solo, sin dejar de mirarla. Sin dejar de contemplar cómo me contaba aquello con aquella distancia casi cínica, de superioridad, a pesar del polvazo que me contaba que le habían echado…

—Eso… nos besamos allí de pie… y después nos fuimos a besarnos a la cama otra vez… y… no sé cómo, ni por qué… eso no lo recuerdo bien… sé que él ya no tenía el condón puesto, no sé si se lo quitó él o yo… porque… él estaba tumbado boca arriba y yo… pues… se la estaba chupando… cuando escuchamos un ruido tremendo, un estruendo… y unas risas… y el cerdo este… como que dijo algo en plan: “joder, la que están liando estos...” y… no sé si en ese momento o no sé… me dijo también que siguiera chupando.

—Joder… —suspiré involuntariamente.

—Ya… Venga ¿Subimos? —preguntó, mientras se metía bien la camisa por dentro de la falda, haciendo que sus pechos se marcaran hacia adelante por el movimiento.

—¿Pero entonces ese ruido qué fue?

—Pues… Mira, acabo esto y sí que subimos. Pues… yo se la seguía chupando al… crío ese… y escuché como se acercaba alguien, cuando oí a mi espalda algo como que se habían cargado la cama, que de quién era… Claro… eso lo dijo Guille mientras se acercaba… y entonces me vio, me vio… chupándosela a Álvaro…

—¿Y? —pregunté, intrigado y con una excitación que apenas me dejaba respirar.

—Pues… se sorprendió. Supongo. Dijo algo en plan… “Joder, ¿y esto?” y… Álvaro le preguntó por cómo habían roto la cama… y se pusieron a hablar… como si nada… mientras yo se la seguía chupando. Guille le preguntaba de quién era la cama que habían roto y mientras Álvaro se lo contaba y lo hablaban… yo les escuchaba… y se la seguía chupando…

Me imaginaba a María comiéndole la polla mientras los dos amigos hablaban… y me mataba… del morbo y… me tocaba hasta incumbirme lo humillante que tenía que ser para ella recordarlo. Y entendí entonces aún mejor aquella narración tan distante y fría. Y entendí que sí, que aquella narración, aunque indudablemente la excitaba, era en esencia un favor, un claro favor, y que la contraprestación que demandaba era merecida.

—Venga, subimos —zanjó María, evidentemente afectada.

CAPÍTULO 22

Salíamos del coche e íbamos hacia el ascensor que nos llevaría directamente a nuestro piso y a mí me llegaba a sorprender que recordara ciertas frases y hasta ciertas posturas concretas, por lo que me hacía sospechar que aquellos recuerdos no habían estado encerrados en su mente durante cinco semanas, sino que podrían haber estado eventualmente accesibles.

Pero sobre todo lo que hacía con aquella narración era ponerla en valor, y es que para ella habría sido mucho más fácil contarme lo sucedido de forma mucho menos implicada, ocultando aquellos elementos humillantes, en una especie de “hicimos esto… y después lo otro”; sin embargo me lo estaba queriendo contar con precisión, y, lo que era mucho más importante: con carga emocional, como si yo, su novio, con el que compartía aquel peligroso y estresante juego, mereciera o debiera conocer aquella vivencia con la entraña completa.

Esperando el ascensor, María, entonces sí, pensando en alto más que confesando, comenzó a explicarse o a justificarse sobre el porqué de no haber detenido aquella mamada una vez Guille había entrado en el dormitorio. Se disculpaba, sin motivo para mí, aunque seguramente con motivo para ella misma, contando que en un primer momento no se detuvo, no le había salido de forma automática la decisión de apartarse y después ya era tarde y solo quería que Guille se fuera cuanto antes y sin decir nada.

Ya en el ascensor ella se miró en el espejo y exclamó un “puf… tengo cara de cansada” y yo, en otro contexto, hubiera pensado que estaba de broma. Respondí con un: “María… estás buenísima...” que no fue rebatido pero tampoco me lo agradeció con mueca o sonrisa alguna.

Aquello era una pequeña tregua que yo habría aprovechado para coger aire… pero no era capaz. Ya no. Tenía un bombardeo de imágenes insoportable y la humedad de mi calzoncillo me recordaba de forma ininterrumpida todo lo que acababa de escuchar. María, delante de mí, se recolocaba la camisa y la falda, como si fuéramos a salir de casa en lugar de a entrar, como en una necesidad automatizada de lucir perfecta.

De nuevo, aun a riesgo de ser rechazado, posé mis manos en su cintura y apoyé mi entre pierna en su culo, haciéndola dar un paso hacia adelante, por la inestabilidad de sus tacones y el efecto del alcohol. Aquel ataque me fue permitido y mis manos subieron entonces por delante, hasta acariciar sutilmente sus pechos sobre su camisa. Llevé mis ojos al espejo, para que nuestras miradas se cruzasen… y fue ella quien habló:

—Ahora te pones eso… Eh...

No lo dijo en un ronroneo sensual, sino seca. Tajante. María era en aquella noche dos personas a la vez y según el momento una se sobreponía a la otra: era la chica abochornada por aquella confesión humillante y también la mujer cachonda que sabía lo que quería.

—Aún tienes mucho que contarme. Todo lo que pasó estando los cuatro… y mucho más… no me hagas recordarte a la hora a la que llegaste —dije y descubrí que yo también era dos personas, una que quería empatizar y darle tiempo y otra excitadísima, que quería saberlo todo y saberlo ya.

—¿Qué es eso de no me hagas recordarte? ¿Es un… reproche o qué? —dijo seria, apartándome las manos.

—No.

—Lo digo porque me habías dicho que en ningún momento te habías llegado a enfadar.

—Y es verdad.

—Pues eso —zanjó sobre actuando un poco el enfado, pues no era tal. Quizás era más una excusa para que dejara de tocarla.

El ascensor llevaba un tiempo en nuestra planta y fue ella la que salió primero hacia el rellano. Me di cuenta de que yo no quería llegar ya a nuestro dormitorio, pues allí sería exigido para ser Álvaro nada más entrar, y yo quería serlo, pero otra vez tenía la sensación de querer ser Pablo un poco más.

Desfiló por delante de mí durante todo el trayecto, cruzando por el salón y caminando con paso firme por el pasillo. Solo se oía el pisar de sus tacones, con fuerza, con mucha sonoridad, como solo se oyen en las silenciosas madrugadas. Me sentí de golpe afortunado y humillado a la vez. Afortunado por lo que me iba a follar, pues aunque fuera por enésima vez sabía que sería diferente, y humillado porque yo en nuestro dormitorio no iba a ser nadie, solo un cuerpo anclado a una polla enorme, que serviría para que María recordara como Álvaro se la había follado hasta dejarla exhausta y satisfecha.

Morbo y dolor otra vez por partes iguales. Y aquella sensación de estar enganchado y no poder salir, como adicto a la más cruda de las drogas.

Una vez en el dormitorio no nos besamos, caímos sobre nuestra cama, nos dijimos que nos queríamos y tomé la decisión de buscar aquella polla de plástico. No. Entramos, María se sentó sobre la cama, cruzó las piernas y me dijo:

—Debe de estar en el armario, en uno de los cajones.

Entre fulares y pañuelos, que alguna vez María me habría explicado la diferencia, encontré primero la primera polla de goma que habíamos comprado y después del arnés. Una vez vio que lo tenía y que me disponía a desnudarme para ponérmelo, se puso en pie y, dándome un poco la espalda, comenzó a quitarse los zapatos.

Se produjo entonces un hecho extraño, y es que me desnudé con más rapidez de lo que ella lo hacía, de tal forma que ya estaba totalmente desnudo mientras ella solo se había quitado los tacones y se estaba quitando la falda. Completamente empalmado y con el arnés en la mano me toqué un poco la polla, me pajeé, un poco, mirándola, y nervioso por ser descubierto. Era surrealista pero de verdad sentí nervios porque se diera la vuelta y me pillara pajeándome, observándola. Dos, tres, cuatro sacudidas mientras ella, en medias, liguero, bragas y camisa, toda de negro, colocaba la falda con cuidado sobre el sillón del dormitorio. Sentí un placer inmenso con aquella culpable masturbación. Y fue entonces la primera vez desde que se me había confesado lo de aquellos momentos en los que yo no la excitaba, en el que la deseé aún más, precisamente por no ser recíproco.

Ella se giró entonces, y yo detuve mi paja sin saber realmente si me había pillado o simplemente le daba igual y solo era una locura en mi cabeza. Y de mi boca salió, sin más, una frase, sin pensar, nerviosa, como cuando pillan in fraganti a un niño e intentando disimular comete la torpeza de decir algo sin demasiado sentido:

—Y… bueno ¿qué pasó después?

—Acaba de ponértelo y túmbate. Vamos a hacer una cosa —dijo solvente.

—¿Qué cosa? —pregunté intranquilo y de manera automática, empezando a encajar mi miembro, de nuevo durísimo, pero minúsculo, dentro de aquel cilindro hueco.

Ella no respondió y aprovechó aquellos segundos para revisar su móvil y acabar posándolo sobre la mesilla, al lado de la lámpara que era lo único que nos iluminaba. Una vez tuve el arnés perfectamente ajustado me tumbé sobre la cama, como ella había pedido, y ella, entre la petición y la orden, me dijo que cerrara los ojos.

No tuve tiempo para replicar ni para pensar sobre qué tramaba. Obedecí, cerré los ojos y me quedé completamente quieto. Pasaron unos diez o veinte segundos, eternos, en los que yo mantenía mi cabeza sobre la almohada y los ojos cerrados, hasta que noté movimiento sobre mí. Noté como se me subía encima, con cuidado. Entre abrí un poco los ojos, buscando que no se diera cuenta de mi artimaña y confirmé que me había montado, con sus muslos a ambos lados de mi cuerpo, y había agarrado sutilmente aquel pollón con su mano. Cerré entonces los ojos e inmediatamente después sentí otra vez movimiento, sentí cercanía a mi cara… algo en mi nariz, en mis labios, era piel, perfume, aroma, pelo… su melena… su cuello… me eran ofrecidos para que los inhalara, como en una calma dócil antes de la tormenta.

—No hagas trampas, eh —dijo seria, y por la distancia supe que había reincorporado su torso.

—No, no.

—Pues… acabo de contar, ¿vale?

—Vale —respondí y no supe si su plan de que cerrara los ojos buscaba que yo pudiera imaginar mejor o si así pretendía sobrellevar mejor su vergüenza.

—Bien, pues… a ver —dijo, y yo no sabía dónde poner las manos, pero podía sentir un poco como el arnés se movía ligerísimamente, por lo que podía deducir que a veces agarraba aquella polla un poco y la movía y a veces la soltaba— pues eso… que llegó Guille… y yo pensé que se iría, pero… en el fondo creo que ambos disfrutaban de que yo siguiera haciendo… aquello… mientras ellos hablaban. Y entonces escuché unos pasos, alguien más se acercaba, y sí que entonces retiré la boca, pero no me moví mucho más… y escuché a Sofía a mi espalda decir… No sé… algo… no me acuerdo bien.

—¿Qué dijo? ¿Más o menos? —pregunté, cumpliendo mi trato y ciertamente imaginando mejor lo que narraba por tener los ojos cerrados.

—Pues… dijo algo… a ver… recuerdo que me llamó… ¿cómo era? Me llamó algo… creo que fue algo así como… “joder… cómo la chupa la estirada” o… “mira la estirada… cómo chupa...” Y… joder… me quedé así, quieta… y como que ella se tumbó en la cama. De eso no me acuerdo bien, pero en seguida se tumbó en la cama, al lado de Álvaro… y Álvaro dijo tenéis condones ahí… o fue Guille que le preguntó, no sé… Pero… vamos… cuando me pude dar cuenta yo me estaba besando con Álvaro y al lado Guille estaba sobre Sofía… se iban a poner a follar a nuestro lado.

—Joder… —suspiré, siempre al borde del colapso, con mi polla golpeando aquel cilindro en espasmos involuntarios y prácticamente continuos.

—Y… qué más —dijo María, seria y en tono bajo, y yo volví a sentir movimiento, como que se bajaba de la cama y volvía a subir. De nuevo no quise hacer trampas y la volví a notar otra vez subida a mí, como antes —Pues… después te juro que no me acuerdo muy bien, me acuerdo más de las cosas del principio… pero… bueno, y de una cosa bastante fuerte de después… pero de ese momento…

Yo seguía con mis dos principales incógnitas, a la que añadía una más: primero qué había sucedido para que finalmente hubiera permitido que Guille la follara y qué había pasado con los intentos de Álvaro de penetrarla por detrás. Pero también comencé a preguntarme si se habría producido algún tipo de interactuación con Sofía, si bien me parecía altamente improbable, por no decir imposible.

—Pues… —continuó— después Álvaro se puso otro condón y se tumbó sobre mí… Era como que… nos follaban a las dos, pero nosotras, o yo al menos… hacía como si estuviéramos solo dos, quiero decir. Aunque claro… joder… es que fue…

—¿Pero te dio morbo? —no pude evitar interrumpir.

—¿Que estuvieran follando ellos al lado?

—Sí.

—Pues… no… es que me diera morbo en sí… sino que sí que todo parecía más locura y más… guarro, ¿sabes?

No respondí y seguía sufriendo, con mi polla en aquella cárcel y mis ojos en aquel pacto.

—A ver… era súper raro… que te están follando y a la vez estás escuchando a una chica gemir a tu lado y miras, sin querer… y ves… la polla de otro… entrando y saliendo… allí… de la chica… claro… es… como… desagradable… pero a la vez sí que pone… como algo que te da medio repulsa a la vez que te atrae...

...Y… bueno, lo que sí se vio en seguida fue que como que nos querían poner en las mismas posturas. Si empezamos así, en misionero, digamos… después ella... montó a Guille o cómo se diga y Álvaro me dijo que me subiera… y así las dos… Yo creo que al principio estábamos todos un poco cortados, quizás la que menos, Sofía. Pero ese juego sí que se lo traían… Y digo cortados porque Álvaro no me insultaba ni me llamaba nada… Solo follábamos… gemíamos… pero nadie hablaba… creo que estaban también ellos un poco superados.

Se hizo entonces otro silencio y noté movimiento, y algo en mi cara. Algo suave, muy liviano, no piel, un tejido, sobre mi frente y mi nariz.

—No hagas trampas, eh —repitió en frase idéntica a como había dicho minutos atrás.

—No… —susurré en un hilo de voz, casi ininteligible. Y cogí aire, por mero azar o necesidad y un hedor tremendo, a coño, entró por mi nariz. Supe que las bragas negras de María yacían sobre mi cara.

—Y… joder… yo no sé… los orgasmos que tuve… te lo juro. Uno tras otro. Sin tocarme. Solo con su polla… con sus besos… con sus…. caricias… ya fueran suaves o fuertes… con sus mordiscos… Allí nos corríamos sin parar yo… y Guille, que un par de veces volvió a la caja de condones mientras Sofía esperaba a que se… se le pusiera dura otra vez... Y Álvaro no… No sé el tiempo que estuvo… es que ni idea. Igual una hora o dos… Sin irse él… Y ahora que lo pienso, sí… cuando me corría sí que me decía cosas… en esos momentos sí, en voz baja… para que lo oyera solo yo… cosas rollo… ¡Te corres, eh! ¡Te corres, eh! Sí, eso lo tengo… bastante grabado…

—Joder, María… —protesté, desesperado por no poder tocarme, tocarla… era una tortura, inhumana.

Me moví un poco y aquello que tenía sobre la frente y nariz, sus bragas, bajaron por mi cara y cayeron a mi cuello. Estuvieron posadas allí un momento hasta que ella las apartó.

Volví a notar entonces movimiento y algo entró en contacto con mis labios, era tierno y duro a la vez, sí era piel esta vez… era una masa que me aplastaba un poco, saqué la lengua y palpé un indudable pezón… María me ponía una teta en la cara, regalándome aquel tacto como premio por aguantar tal suplicio que era a la vez un favor, pues me seguía pareciendo que aquel juego, de su confesión perfecta, de sus bragas en mi nariz, de su teta en mi cara, eran de nuevo un favor, pues a ella no le aportaba, solo le aportaría lo que esperaba que sucediera después.

Noté entonces como mi arnés se movía un poco. No pude evitar hacer trampas y abrir un poco los ojos: María, ya solo vestida con las medias y el liguero, pajeaba sutilmente aquella polla de plástico mientras volcada sobre mí me daba de chupar de aquella teta… pero aquello no era lo más extraño, sino que noté que la luz era diferente, había un resplandor que nunca había sentido en nuestro dormitorio. Llevé una de mis manos a aquella teta perfecta que lamía y succionaba… le mordí ligeramente hasta escuchar un pequeño quejido de María… y cogiendo aire para seguir chupando miré de reojo como sobre la lámpara yacía extendida su camisa negra, cubriendo la lámpara como en la casa de Álvaro… “Joder… qué cabrona…” esbozó mi mente, comprobando como buscaba hasta en eso que todo fuera lo más parecido posible.