Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 19 y 20)

Continúa la historia.

CAPÍTULO 19

—¿En serio te dijo eso? —pregunté, impactado, deteniendo aquella caricia.

Por la forma de mirarme de María supe que me daba a entender que así había sido.

—Perdona, sigue. No te corto más —dije, reiniciando aquel movimiento de mis dedos sobre su camisa y diciéndome a mí mismo que debía intentar no interrumpirla.

—Y… No sé… Es que era tan… raro —dijo y yo a punto estuve de preguntarle sobre el porqué de aquella rareza, pero estaba decidido a contenerme— es que es… otro tacto, otro olor… otro todo… hasta otra temperatura, es difícil de explicar… Para colmo es que… me parece un idiota y en ningún momento me lo dejó de parecer… y estás ahí… vamos, que te está follando un… eso… pero… sigues… Es que no sé explicarlo. Además te habías ido, con lo cual todo tenía aún menos sentido, si es que eso es posible.

Yo la miraba atento, su pezón se erizaba… Conseguía no socorrerla. Hasta que ella prosiguió:

—Y… qué más… así estuvimos un rato… él encima de mí. Me… me follaba bien, la verdad… No es que me lo hubiera imaginado haciéndolo… solo me faltaba, pero sí que… que vamos, no digo sorprenderme porque nunca lo había imaginado, pero, no sé, que bien, que se veía que sabía lo que hacía… lo que sí… como que… quería llegar… como muy al fondo, meterla entera, siempre, y recrearse al... penetrarme bien… Ya sabes que está enamorado de su polla…

—Normal —dije entonces, sin poder contenerme.

—Sí… bueno, de hecho, algo me decía… —María hablaba entre susurros, morbosísima, haciendo memoria, pero nunca desviaba la mirada de mis ojos al buscar las palabras adecuadas— Me decía, no sé, no me acuerdo, pero todo muy en plan… “te gusta lo que te estoy metiendo...” “qué ganas tenías” “seguro que te encantaban mis fotos aunque no me lo decías”… todo en plan… ya sabes… pollacéntrico —dijo tan encantadora como ruborizada.

—¿Y tú que le decías? —pregunté intentando fingir tranquilidad, pero tenía la polla a punto de explotar desde hacía rato, y bebía de aquella ginebra como si fuera agua, pues la boca se me secaba con cada palabra suya.

—Pues… no sé… supongo que le seguía un poco el juego.

Yo me imaginé a Álvaro tumbado sobre ella, en la postura del misionero, follándola… y besándose, entregados, y susurrándole que si le gustaba la polla que le estaba metiendo, y María respondiéndole que sí, que en el fondo le encantaba su polla y como se la metía… y sentía que mi corazón se me salía del pecho.

—Y… —continuó— también me habló de ti, bueno, preguntó por ti… No sé si en aquel momento o después. Supongo que en aquel momento, sí. Me dijo que… que donde estabas… que si te habías ido.

—¿Sí? ¿En ese momento?

—Sí, no sé. Es que no me acuerdo. Quizás fue después que me dijo o no sé cómo él se tumbó y yo me subí sobre él. En el momento en el que cambiábamos, creo. Me dijo algo como “dónde está tu amigo” o “tu amiguito”, algo así dijo alguna vez.

—¿Y qué le decías?

—Pues… supongo que nada. O que no lo sabía.

A punto estuve de preguntarle si en aquel momento a ella le importaba donde estuviera yo, pero me contuve.

—La primera vez que volví tú estabas sobre él… dándole la espalda, él tumbado boca arriba. ¿Pasasteis de misionero a eso?

—Sí… vamos, creo que sí… bueno ahí… no. Ya en misionero él… como que me acariciaba el culo… y ya… intentaba meter un dedo donde no debía… Pero… yo le decía que parara o le apartaba un poco… Y, después, eso, yo encima… Ahí… joder… ahí sí que la sentí mucho… aquello fue… y fue cuando apareciste tú.

—Aquello fue, ¿qué?

—Pues… uff… ¿por qué no vamos a casa? —dijo una María, no solo acalorada, sino cachonda… y con no solo el pezón de la teta que acariciaba sublevado… sino con los dos pezones erizados marcando la camisa negra.

—¿Te pone recordarlo? —pregunté.

—¿Quieres que me ponga? —respondió, con parte de la melena tapando su cara, con aquella mirada encendida… y con aquellos pezones permanentemente duros, delatándola.

—Quiero que sigas un poco más, contándome aquí.

—Vale… quieres entonces que te diga el gusto que me daba follarme… aquella polla… porque en esa postura lo que hacía era follármela yo… y no te imaginas qué gusto… Y le aguantaba todas las tonterías que decía y cuando me daba en el culo… azotes en el culo, que no sé si eso lo viste… reconozco que me daba todo igual, mientras su pollón siguiera duro… ¿Es eso lo que quieres que te diga?

—Sí...

—Y quieres que te diga entonces que por mucho que subiera mi cuerpo aquella polla no se acababa nunca… por mucho que subiera yo al… eso, al estar subida a él… aquel pollón no se salía de mí… y… que me llegó a azotar tan fuerte en el culo… y a insultarme… a llamarme guarra… que llegué a enfadarme… mucho… pero que no le dije que parara… ni me salí… sino que…

—Qué…

—Nada… te lo digo en casa… venga.

—Me lo dices en casa y hacemos qué —pregunté, tendiéndole una trampa.

—Venga, ya lo sabes.

—No, dímelo tú —dije insistiendo en el señuelo, sabiendo que desde hacía días no estaba en aquel punto de hacerlo conmigo sin más, en un polvo tranquilo.

—Pues… vamos a casa… y te pones eso… Ya lo sabes. No sé por qué me lo quieres oír decir.

—Ponerme la polla de plástico. Dices. Y fingimos que soy Álvaro… que te vuelve a follar.

—¿Acaso no quieres eso tú también?

—Sí… pero acaba la frase, acaba lo que estabas diciendo.

—Pues… él se estaba pasando… pero no le dije nada… no le paré… sino que… joder… me… me corrí… me corrí de una manera… tremenda… sin tocarme… solo por… solo por tenerla dentro, solo por subir y bajar de ese pollón que madre mía… qué polla tiene el muy… eso...

Tragué saliva. Retiré un poco mi mano. Su escote, su cara ardiendo, su pelo tapando algo su cara. Sus pezones marcando la seda negra.

—¿Contento? ¿Vamos a casa ya?

Nos quedamos un momento en silencio. El restaurante se vaciaba, así como nuestras copas. Habíamos olvidado el resto del mundo por completo.

Sabía que no debía hacerlo, pero no pude evitar volver a forzar un poco las cosas:

—María.

—¿Qué?

—Que tenemos que repetirlo.

—Uff… Pablo, por favor… no lo estropees.

—¿Por qué?

—Me gusta contártelo. No puedo negar que es morboso contártelo. Y es morboso llegar a casa ahora y jugar. Pero es eso y ya. Vamos a pagar, por favor.

Llamamos al camarero, pagamos y salíamos de aquel lugar, volviendo al mundo real, pero a la vez aún estábamos los dos en la cama de Álvaro. Los dos estábamos aún en el orgasmo de María, siendo follada por aquel crío diez años más joven que ella. Podía sentir que mi novia seguía allí.

Salimos a la calle y yo reparé en que María no se había ausentado para ir al cuarto de baño a volver a ponerse el sujetador, sino que salía de allí con sus pechos libres bajo la camisa. Sin alardes pero sin cubrirse. Quizás gustándose, otra vez.

Tenía el alcohol que dilataba sus pupilas, tenía a aquella María que llevaba días en los que yo le era insuficiente, tenía a aquella María que seguía con aquella confesión a medias, con su mente aún en ella… aún en el orgasmo con Álvaro… y tenía al pub en el que habíamos conocido a ese crío a no mucha distancia de donde había aparcado.

Le propuse una copa allí. Solo una. Y la ocurrencia fue rechazada. Insistí. Le pregunté por el por qué. Al fin y al cabo era viernes por la noche.

—Solo me faltaba encontrármelo… además vestida igual que el día en el que… eso.

—¿Tanto te intimida encontrártelo?

—No digas chorradas. Sabes que no es eso.

Parados frente a un portal, a medio camino entre el aparcamiento y el pub. María imponente, con sus pechos libres bajo la camisa, con sus mejillas que no descendían de temperatura. Se acercó más a mí. Sus labios fueron a los míos. Quería convencerme así de irnos rápidamente a casa. Mi lengua, dentro de su boca, no se movió precisamente en un alarde de técnica, y, además, yo sabía que aquello a ella no le llegaba, que yo no le excitaba una vez ella estaba en aquellos niveles de excitación, solo buscaba en mí que suplantara a Álvaro con aquel arnés que teníamos. Aquel beso no la encendía.

Se retiró.

—Venga. En casa te sigo contando.

—Cuéntamelo en el pub… con una copa.

—No te puedo contar lo que queda… en un pub…

—¿Tan fuerte fue?

María optó por volver a acercarse y besarme. Mientras nuestras lenguas jugaban recogió mis manos con las suyas, para llevarlas a sus pechos, sobre su camisa. Noté entonces la suavidad de la seda de su ropa y la ternura de sus pechos firmes. Cuando percibí sus pezones en las palmas de mis manos mi lengua no pudo evitar moverse con mayor destreza dentro de su boca. Nos besábamos como adolescentes en una escapada furtiva… pues había algo de ilícito en aquella situación, pero yo sabía que aquello no la encendía, que solo era un truco para que yo fuera Álvaro cuanto antes.

Se retiró otra vez y le dije:

—Cuéntame en el pub lo que pasó desde donde te quedaste hasta que os juntasteis, no sé cómo, con Guille y Sofía. Allí me cuentas esa hora… o esas dos horas… es que ni sé el tiempo que pasó… Y… si vemos a Álvaro nos vamos.

—Una copa allí y nos vamos. Veinte minutos —aceptó ella, morbosa, poderosa y, para mi sorpresa, siempre sin mencionar que iba como iba, sin sujetador, cosa que en otra chica de pecho más discreto podría ser casi irrelevante, pero sin duda no lo era en ella.

El camino fue tenso y silencioso. La idea de que Álvaro pudiera estar allí sin duda planeaba sobre los dos. Mi mente volvía a ser una mezcla de pasado y futuro, pues aun resonaba su confesión a la vez que imaginaba como podría ser la continuación de la misma.

No había demasiada gente por la calle, pues era una zona a la que la gente solía ir algo más tarde y sobre todo, mucho más los sábados que los viernes. Quizás María había sido sabedora de eso desde el primer momento y ello había ayudado a que hubiera aceptado.

Efectivamente el local no es que estuviera medio vacío, pero no estaba como la noche del cumpleaños de su prima. Fuimos hacia la barra directamente, a cumplir con lo pactado. La oscuridad y la camisa negra de María solo desvelarían su falta de sujetador a aquellos que se acercaran bastante, si bien ella se movía con soltura, sin ruborizarse ni disimular.

Una vez estuvieron nuestras copas sobre la barra María me dijo al oído, pues la música estaba algo alta:

—¿Por dónde íbamos?

—Pues… estabas subida a él, dándole la espalda… él te… llamaba de todo… y… no solo no le paraste sino que… te corriste…

—Mmm… ya… ¿Te parece mal o qué?

—No, no. Para nada.

—Lo digo porque parece que lo dices con retintín.

—No, no. En serio que no.

Me dio entonces la sensación de que estaba más borracha de lo que pudiera parecer en la cena. Como si la última copa se le estuviera subiendo en aquel momento.

—Vale, pues… Nada, eso. No sé muy bien lo que pasó después… Bueno, sí… que el cabrón se dio cuenta de que… yo acababa de tener un orgasmo… y… joder… ahí sí que se pasó con sus frasecitas. Ahí sí que se le desbordó el ego… Me hizo caer sobre él… con mi espalda en su pecho… pero sin salirse de mí… Y me… no sé qué me dijo… algo en plan… “vaya corrida de guarra te has pegado...” No sé… algo también en plan que estaba muy abierta… No sé… unas imbecilidades de las suyas...

Yo bebía de mi copa e intentaba de nuevo fingir que aquello no me afectaba, o al menos no tanto.

—Y… me siguió follando así… no sé cómo hacía… pero no se salía de mí.

—O sea tú sobre él…

—Sí… a ver, fue algo raro, y como que no fue pensado, ¿sabes? Como que me hizo recostar sobre él, con mi espalda en su pecho, como aplastándole, pero al ser él tan alto… y nada, él se movía y no se salía… me seguía follando… hasta que… sí que se salió… su polla se salió de mí… aunque seguíamos en la misma postura, y… me pidió que le quitara el condón.

CAPÍTULO 20

María había soltado aquello como si tal cosa. Algo había cambiado desde la cena. Yo podía percibir un pequeño poso de sadismo en su narración. Hablaba con más chulería que antes, iba desapareciendo su búsqueda de palabras menos potentes y no se cortaba en ser directa, de palabra y de gesto.

Dejé que me contara un poco más, sin interrumpir, el placer de su orgasmo, el tamaño de su polla… su narración continuaba así, más distante, como si no solo buscara excitarme sino también provocarme, provocarme hasta hacerme daño.

Me había quedado con aquello de que Álvaro le había pedido que le quitara el condón; me había hecho a la idea, según me había dicho semanas atrás, que solo con Guille lo había hecho sin protección…

María sorbía de su copa con celeridad, quizás queriendo cumplir el pacto cuanto antes. Miré a mi alrededor: entraban grupos de universitarios de vez en cuando, y, cada vez que eso pasaba, algo me subía por el cuerpo pensando que pudiera aparecer Álvaro. Si a María eso la tensaba lo disimulaba perfectamente, pues en ningún momento la había visto comprobar nuestro entorno.

Mis ojos fueron a ella. Bebía a la vez que me miraba. Retadora. Me daba la sensación de que en aquella mirada había un reproche, pero no sabía sobre qué: ¿Por haberla metido en aquel juego? ¿Por ser un amante insuficiente? ¿Para exonerarse de culpa pues aquella confesión le hacía recordar actos que la abochornaban? Lo curioso era que aquella mirada agresiva era a su vez tremendamente morbosa. Sus pechos marcaban y delimitaban el escote, los pezones se notaban rígidos bajo la camisa negra. Su melena espesa sobre uno de sus hombros dejaba un lado de su cuello libre que era imposible no querer atacar.

Posó su copa e intenté contenerme, no besarla, para que me siguiera contando, pero no lo conseguí. Mi mano fue a ese cuello y mis labios a los suyos. Fue un beso dulce, y fresco por la temperatura de la ginebra que acababa de beber. Abrí la boca para invadirla con mi lengua y ella accedió, quizás de nuevo dejando que me encendiera para que yo quisiera ser Álvaro en casa cuanto antes, pero esta vez me dio igual su estrategia. Y mi otra mano fue a una de sus tetas, sobre la seda de su camisa, mano que fue apartada inmediatamente, acompañado de un “para”, que no fue susurrado y excitado por mi beso, sino tan seco y autoritario que me dejó impactado.

Me retiré y de nuevo la intenté leer, y en mi mente brotó un “cabrona, estás tan excitada que mis besos no te saben a nada, que yo no te llego a nada”. Me parecía que no era un pensamiento masoquista, sino la solución lógica tras todas las pistas que me había estado dando a golpe de confesiones fragmentadas.

No quería volver a sus sensaciones por ser follada por Álvaro, sino a los hechos, quise ir a cuando él le había pedido que le quitara el condón.

—Y… se lo quitaste.

—¿El qué?

—El condón, estabas sobre él, tu espalda sobre su pecho, su polla se salió, y te pidió que le quitaras el condón… y se lo quitaste. No sé por qué me había parecido entender que solo lo habías hecho a pelo con Guille.

María me miró de forma que más que agresiva llegó al despotismo.

—¿Sigo yo?

—Claro.

—No, si sigo yo o te lo vas a contar tú todo.

Me quedé en silencio. No quería entrar en su juego. Ella buscaba el conflicto para hacerme partícipe de su sentimiento de culpa. Simplemente me mantuve callado, esperando que el silencio la hiciera hablar.

Dimos otro trago y ella continuó:

—Me pidió eso, que le quitara el condón. Y eso hice. Él estaba recostado sobre sus codos y yo llevé mis manos hacia abajo, para quitárselo. No tenía ninguna intención de que me follara sin nada… pero quería tocársela, agarrársela… Cuando me pude dar cuenta le estaba pajeando y él me decía de todo.

—¿Qué es de todo?

—No me acuerdo… Pablo…

—Más o menos…

—Pues supongo… que si me gustaba su polla… si alguna vez había pajeado una igual… Sí, quizás dijo algo así porque recuerdo haberla comparado con la Edu, o haber pensado en la Edu. La de Edu es más gorda… pero la de Álvaro es cierto que… es muy larga…

María me confesaba aquella comparación de aquellas dos pollas que la habían follado… y a mí me faltaba el aire. Lo narraba como con distancia, casi con despotismo, y siempre con un trasfondo de dureza y humillación hacia mí y no me daba la sensación de buscar aquella vejación para hacerme el favor.

—Y… —prosiguió— nada… Yo me aguantaba con una mano sobre él, o sobre la cama… y le pajeaba con la otra…

—Qué… ¿qué llevabas puesto? —pregunté, afectado, recordando que cuando la había visto montándole llevaba las medias, el liguero y la camisa abierta.

—Pues… no lo sé… el liguero este… las medias… esta camisa… no sé… quizás aún sí… que… por cierto… me está dando un calor tremendo…

—¿Sí?

—Sí… me están sudando las tetas. Me da más calor la seda de la camisa que el sujetador.

Mi novia de nuevo decía aquello con rigor, sin verse afectada. Le miré el escote y los pechos, era cierto que parecía que la tela se le pegaba más al cuerpo por cada universitario que entraba por la puerta.

De nuevo aquel magnetismo me hizo buscar sus labios, labios que fueron recibidos, pero no así mi lengua. Cuanto más excitada estaba menos lejos me dejaba llegar.

—Bueno, sigo. Y… eso… le empecé a pajear así… me daba la sensación de que se correría pronto. Yo dirigía su polla… Sí… es verdad, seguramente aún llevaba la camisa porque me acuerdo de apuntar hacia… hacia mi coño, por fuera… o hacia mi pubis o mi ombligo, para no mancharme… Le estuve así pajeando un rato y él me respiraba y me hablaba al oído y… me decía “sigue...” así… suspirando… como… entrecortado… Ya se había corrido sobre mí, eso lo habías visto…

—Sí…

—O sea que se iba a… vamos, que iba a eyacular sobre mi otra vez… y… nada, eso… Te pone esto ¿no? —preguntó, interrumpiendo su narración, sorprendiéndome.

—Sí… claro —alcancé a decir, excitadísimo.

—Y… ¿te aprietan los pantalones… los calzoncillos…? Vamos.

—Un poco.

—¿Solo un poco?

—Sí, ¿por qué?

—Por nada, me estaba acordando que alguna vez, con Carlos, cuando nos poníamos a tono en un lugar público, decía que tenía que irse al baño a… recolocarse… pero bueno él…

—¿Él qué?

—Que él la tenía más grande, igual por eso a ti no te molesta tanto en los calzoncillos.

No había mencionado a su ex, a su novio anterior a mí, en un año o incluso más. De nuevo no sabía si pretendía hacerme un favor suponiendo que esa humillación me gustaría o si lo hacía por mero deleite, como un castigo, para joderme, por no poder satisfacerla en noches… o en semanas… de extrema excitación.

—Ya… bueno… algo me molesta, sí… Y… ¿se corrió así? ¿sobre ti? —pregunté, sin querer protestar ni discutir, y sorprendido de su frialdad, de la forma aséptica con la que había comparado mi polla con la de su ex y con la aparentemente poca afectación en sí misma por sus palabras.

—Espera, hablando de ir al baño, la que voy al baño soy yo. Dame un minuto —dijo, con su copa casi terminada, girándose, casi sin siquiera esperar a mi reacción. De nuevo ella decía cuándo, cómo y hasta donde y yo me sentía convulso y en sus manos.

Contemplé como se alejaba, abriéndose paso, digna y sutil, a la vez que brusca si alguien le interrumpía en su camino. Reparé en que el pub comenzaba a llenarse y que, sobre todo en la parte más alejada de la barra, en la zona de los baños, había bastante gente.

Intentaba digerir y transformar sus palabras en imágenes. Me la imaginaba pajeando a Álvaro en aquella extraña postura mientras Álvaro se vanagloriaba de su polla y me preguntaba si ella le confesaría que sí, que aquel pollón la volvía loca, o simplemente se mantenía en silencio, escuchándole y pajeándole… deleitándose por fin con un pollón que sí la satisfacía.

Mi mente volaba como si yo estuviera realmente viéndolo, en la habitación de Álvaro, y mi cuerpo bebía, acodado en la barra, como si fuera autómata, sin vida. Lo único que me hacía ser consciente de que estaba en aquel pub era mi polla que no paraba de palpitar, polla aprisionada, polla comparada con la de su ex minutos antes. Comenzaba a no tener duda, aquella comparación había sido para joderme, que no para humillarme, pues no era lo mismo; en la humillación había un componente de complicidad, en hacerme daño no.

Pasaron los minutos y María no volvía. No empecé a preocuparme hasta que vi a un grupo de chicos, por la zona de los baños, que me sonaban. Me recordaban a algo, pero no sabía a qué… Pronto me di cuenta de que el motivo de aquella familiaridad pudiera deberse a que fueran los amigos de Álvaro de la noche en la que le habíamos conocido. La posibilidad de que Álvaro estuviera en los baños… quizás con ella, había pasado del cero al cien en cuestión de décimas de segundo.

Cogí aire, di un último trago a mi copa y recibí el impacto de los hielos en mis labios, sin ofrecerme nada de alcohol. Miré la copa de María, que no era más que un poso aguado. Una parte de mi quería salir raudo hacia aquella zona, pero otra se planteaba suponer que Álvaro estaba allí, que estaba con María… y que no debía ir.

“Déjala… déjala que hablen… y que follen… Se lo merece, se merece que se la follen bien, de vez en cuando, al fin y al cabo”, aquella frase salió de mí, y ni supe si solo había rebotado en mi mente o si había sido murmurada.

Pero la parte que quería saber, y quién sabe si hasta detenerles… cobró fuerza. De nuevo aquel doble yo, el de quererlo todo y a la vez no querer nada, el de desear la máxima adrenalina a la vez que ansiar el refugio de María y yo, solos en nuestra casa, en nuestra cama.

Mientras me debatía, me parecía que aquellos chicos me sonaban más y más imposible era la tardanza casual de María. No pude más, me aparté de la barra, y tenía que decidir si ir hacia los baños o salir de aquel lugar. Allí parado, rodeado de gente, me imaginaba a María, besándose con Álvaro a la entrada de los baños… o incluso dentro… y me imaginaba como a él sí le dejaba acariciar sus pechos, a él sí le dejaba besarla… jugar lengua con lengua… igual que a él sí le había dejado algo que yo nunca había tenido y era tener su culo… su culo invadido… por aquella polla imponente que yo había elegido para ella sin saberlo.

No sé por qué fracción de milímetro mi dolor ganó a mi excitación… ya que me dirigí hacia los baños, con la intención de parar lo que pudiera estar pasando.

Tuve que abrirme camino entre bastante gente. Cada vez que me colaba entre dos cuerpos mi mirada iba hacia el frente, a revisar mi nueva perspectiva. Cada corrillo era una tortura que atravesar y cada joven fornido un muro que rodear. Lo que me descolocaba, lo que siempre me había descolocado de mí en aquel último año, era que una vez en aquellas circunstancias, a pesar del dolor, a pesar de querer mi tranquilidad, una gran parte de mi quería que pasara, quería encontrarme de bruces con el mayor de los impactos.

Encontré un hueco y me ubiqué en un vacío. Pasaba del contacto asfixiante a la libertad de varios metros libres, y lo vi: tacones, medias, un liguero que estaba pero no se avistaba, una falda de cuero que marcaba silueta y una camisa negra de seda que dotaba de elegancia. Una melena larga cayendo libre y un bolso colgado de un hombro. Hablaba con un chico. Que no era Álvaro. Hablaban cerca y él ya posaba su mano en su cintura para hablarle al oído. No podía ver la cara de María, no podía ver su receptividad, pero sí veía el semblante de él, con el pelo muy corto, castaño, casi rapado, de complexión fuerte y vestimenta desenfadada, al estar ella en tacones casi era más alta que él.

Fueron unos segundos eternos, pues yo quería ver la expresión de María. Sentía que solo con ver su mirada sabría si al chico le quedaban segundos de vida o si podría soñar con algo. Aunque en el fondo era de locos que pudiera pasar, quizás eran mis ganas y no las suyas las que estaban sobre la mesa.

Alguien me empujó, me giré, y fui engullido por una masa de gente. Lo cierto es que me dejé llevar un poco, me dejé alejar, como si mi subconsciente maquinase que si María me viese vendría a mí y que dejarla sola un rato más con aquel rapado pudiera aumentar las posibilidades de que algo ocurriese.

Acabé en otra parte, alejado, pero alerta, pronto vi dos cabezas yendo a la barra. Iban juntos. Yo, infartado, contemplaba en la distancia, entre rostros, risas y copas, como aquel chico pedía a un camarero, dándole espacio a una María que se colocaba a su lado. De nuevo quería ver bien su cara, pero no era capaz.

Lo que pude ver era que María no hacia amago de sacar el bolso para pagar y aquello me dolía y me encendía a la vez; que se dejase invitar a una copa no era su estilo sino quería nada con él. Mi polla quería que pasase, que pasase algo, y mi corazón pedía un alto, un tiempo muerto, para volver a un ritmo asumible.

El chico me parecía guapo, aunque no me parecía del gusto de María. Aun en la distancia desprendía cierta torpeza, rudo en sus posturas y en sus gestos, y en su mirada había visto una intranquilidad que nada tenía que ver con el temple y autoestima de Álvaro, incluso Guille, y no digamos de Edu.

Los observaba y sentía otra vez aquella nervios, aquella sensación de que mi cuerpo respiraba y tragaba saliva de forma aleatoria e irregular; y aquel destemple extraño, como con frío en mi interior a pesar de notar mi piel caliente. Si al final sucedía algo, aquel destemple se multiplicaba por mil hasta hacerme tiritar.

Bebían de sus copas y me moví hasta por fin conseguir ver a María. Su gesto, neutro. No eran los ojos de cuando había estado con aquel hombre en Estados Unidos, ni aquella predisposición de cuando había conocido a Álvaro. Intentaba adivinar por todo el baile gestual si podría pasar algo, cuando entre varios cuerpos se abrió un hueco y pude ver a María casi completamente de frente, a unos cuatro o cinco metros, se le marcaban las tetas y los pezones de manera tan potente y brutal como nítida… aquel hombre tenía a medio metro aquellas tremendas tetas prácticamente desnudas… tetas de una mujer imponente… que había accedido a ser invitada a una copa… A aquel chico le tenían que estar temblando absolutamente todas las partes de su cuerpo… tenía que estar sometido a un estrés por conseguir aquella presa que nunca hubiera soñado tener tan factible… un estrés solo comparable al mío.

El chico le hablaba cerca de nuevo, pero esta vez sin tocarla. Ella le miraba a los ojos y bebía de vez en cuando. Casi siempre asentía y alguna vez replicaba. Yo buscaba un gesto, algo, un intento de él o una sonrisa de ella, algo que me hiciera castigar a mi corazón y manchar más mis calzoncillos. Necesitaba desesperadamente un paso más.

Entonces pasó algo, algo extraño, y es que María posó la copa y se cerró un poco la camisa, pero sin abotonarse, como intentando además que sus pechos no marcasen su ropa de aquella manera tan infartante. El gesto fue todo lo disimulado que pudo ser, que era poco, y tras hacerlo oteó el horizonte por primera vez, pero no me vio.

Quizás aquel chico supo que aquella exploración denotaba aburrimiento, o aun peor, búsqueda de salvación, por lo que le habló de nuevo al oído casi inmediatamente. Ella bajó la cabeza para oírle mejor. Su boca en su oído, y ella ladeó la cabeza, negando, a la vez que se apartaba el pelo. Pero el chico no desistió y le siguió hablando y su mano fue a su cintura. María permitió aquella mano, permitía la copa, permitía aquellas frases en su oído… Yo sabía que estaba cachonda, por lo que me había confesado y porque yo no le llegaba, pero aun así algo no iba bien, algo fallaba.

La mano del chico bajó entonces un poco, casi llegando a la curvatura en lo que ya no era cintura sino culo. Mientras lo hacía le seguía hablando, pero fue un movimiento en falso y aquella mano fue apartada, sutilmente, pero rechazada al fin y al cabo. Aquel repudio fue acompañado por un paso atrás de ella. Todo aquello no tendría por qué interpretarse como una derrota definitiva, pero sí se enfrió más cuando él se refugió en su copa y María hurgó en su bolso para buscar su teléfono. La vi teclear e inmediatamente después mi bolsillo vibrar. La mezcla de alivio y decepción fue un cincuenta cincuenta absoluto.

El molesto brillo de la pantalla de mi móvil me mostró que estaba más ebrio de lo supuesto y el “donde estás” de María, acompañado de un “estoy en la barra” acababa de sentenciar a aquel afanoso pretendiente.

Decidí esperar un poco, no porque le diera ya a aquel chico alguna posibilidad, sino porque no me atraía la imagen de llegar como novio salvador. Sin embargo no tuve que esperar mucho, pues María le dio la espalda, sin agradecerle la copa ni despedirse y se llevaba el móvil a la oreja, seguramente para llamarme. Efectivamente mi pantalón comenzó a vibrar con fuerza mientras aquel rapado saltaba definitivamente del barco, soltando la barra.

Una vez tuve vía libre me aproximé y ella se giró, me vio, pero no hizo gesto alguno. Yo, ya cerca de ella, me encontré a una María más bebida, más acalorada, menos en su sitio, pero más potente y morbosa aun que en toda la noche.

—Toma, bébetela tú —me dijo acercándome su copa.

La cogí y miré su escote, sus tetazas marcaban de nuevo la seda negra de manera tan bestial que dejaba sin respiración. Aquel chico seguro habría guardado aquella imagen para pajearse con ella compulsivamente, esa noche y todas las que la memoria le permitiese. Sus pezones apuntaban, inequívocos y desvergonzados. Era para morirse. A pesar de su feminidad era en esencia provocador, provocador e incitador hasta el punto de poder producir que alguien con alguna copa de más le dijera algo.

—¿Qué? ¿Te… has… divertido? —preguntó.

—¿Por?

—Divertido mirando, digo.

—No sé por qué dices eso —repliqué y ella hizo un gesto como indicando que era obvio por qué lo decía.

—Bueno, es lo que te gusta ¿no? —quiso precisar.

No pude evitar sonreír irónicamente antes de decir:

—Me dirás ahora que lo has hecho por mí.

—Pues por mí no iba a ser… el tío era un pesado y un idiota…

—¿Ah sí?

—Sí… tenía menos labia que yo qué sé.

—A la copa te dejaste invitar.

—Bueno… es que no empezó mal…

—Ya… pero nada, ¿no? A ti solo te gustan Edu, Álvaro y Guille.

—Uff… no me recuerdes lo de Guille… qué asco me da.

—Habías dicho que te gustaba. Que además… hasta era como más hombre que Álvaro.

—No creo que haya dicho eso, pero no me recuerdes lo de ese…

—Entones… es que eres solo de Álvaro y Edu.

Ese “eres” me salió solo y me impactaron tanto mis propias palabras como su silencio.

Y ese silencio se alargó, hasta el punto que temí porque María quisiera marcharse. De nuevo no miraba más allá de mí, mostrándome o mostrándose que no estaba preocupada por una posible aparición de Álvaro. Yo sabía que tenía que romper ese silencio con lo primero que se me pasara por la cabeza:

—¿Entonces este chico… nada…?

—¿Tú qué crees?

—No sé… ¿qué te dijo para que negaras con la cabeza?

—Mmm… no sé, no me acuerdo.

—Y… ¿lo de la labia? ¿Por qué lo dices?

—Pues… eso… que no empezó mal, pero… después de cinco minutos mirándome las tetas sin parar… con cara de… pues de cerdo… me dijo… cómo fue que me dijo —murmuró, desviando la mirada, pensativa— mmm dijo… “si no te lo digo reviento”—pronunció como imitando la voz del chico— “eres súper bonita” ¿Te parece normal? Que ya es ridículo de por sí, pero no me lo digas para colmo mientras me… las miras… vamos, mientras me miras el escote.

Entendía tanto que la frase era ridícula como que el chico le mirase donde María decía que le había mirado. El canalillo era infartante, el nacimiento de sus pechos lujurioso y el relieve de sus tetas y pezones irresistible y hasta cruel para cualquiera.

No pude evitar pensar rápidamente cómo había desechado a este chico y al de la noche de su aniversario de Master. O no le habían atraído como Edu y Álvaro o era consciente de que la estadística no respaldaba que estuvieran a su nivel como amantes. De nuevo discurría que lo de Edu y Álvaro habían sido dos milagros, dos maravillosos milagros. También me planteaba si las posibilidades de que María pudiera llegar más lejos con alguien no estarían vinculadas también a estar en otra ciudad. Recordé de nuevo lo de Estados Unidos y lo de la casa rural con aquel niño. Hacía tiempo que no pasábamos un fin de semana fuera.

Mi recapacitación sirvió para que María sugiriese o prácticamente ordenase marcharnos. Las copas pactadas estaban terminadas, solo me quedaba un resquicio, una letra pequeña del contrato a la que agarrarme:

—Aun no me has contado lo que pasó antes de que fueran a vuestra habitación Guille y Sofía.

—Te lo cuento en casa.

—Bueno, habíamos dicho que una copa aquí contándome hasta ahí.

—Vale, muy bien… Estábamos en la paja, ¿no?—dijo con celeridad— Le acabé la paja, dejé que se corriera otra vez sobre mí, se corrió otra vez… bastante…

—¿Cuánto? —interrumpí, pero hizo caso omiso.

—Y después de correrse, se apartó… me quedé así sobre la cama, tumbada. Y él… no sé… cuando me quise dar cuenta… me estaba comiendo… eso… que se puso a comerme el coño. Y… estuve a punto de correrme así varias veces… pero justo cuando iba a correrme me dejaba a medias, no sé si para dejarme con las ganas o porque no sabía que estaba a punto… y… después… fue al armario… cogió más condones… y me folló… creo que en misionero y después me puso… a cuatro patas…

A mí me explotaba la polla al escuchar aquellas palabras. Me bombardeaba a toda prisa, con dureza y chulería, rápido, para acabar cuanto antes. La interrumpí de nuevo, protestando, exigiendo que se parase más, que me contara mejor, y me dijo que si quería una narración con más calma que saliéramos del pub.

Me dio entonces la mano para salir de allí. Y aquella mano de golpe cambiaba todo. Porque al impacto, el morbo y el dolor sumaba el afecto. Sentí que no solo salía dañado y humillado sino también enamorado. Era de locos llegar a sentir amor después de aquellas palabras tan crudas… con mi calzoncillo empapado… pero así lo sentía.

Ya en la calle no me quise parar a besarla, aunque me muriera de ganas, pues sabía que ella no quería eso; ella quería aquella polla de goma en su coño cuanto antes, quería imaginarse que Álvaro la follaba otra vez.

Subimos al coche y tan pronto arranqué comprobé como, al igual que en casa de Álvaro, al sentarse su falda se había subido y parte de las tiras de su liguero quedaban a la vista. Miré también más arriba, como el cinturón de seguridad plantaba una teta a cada lado en una imagen asfixiante.

No pude evitar pedirle que me contara un poco más mientras conducía hacia casa.