Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 17 y 18)

Continúa la historia.

CAPITULO 17

Comiendo en el buffet de mi trabajo me preguntaba si aquella repentina aceptación de María a explicarme, esperaba con pelos y señales, lo sucedido en casa de Álvaro, había sido tan casual. Sabía que tenía que meter su confesión acerca de sus niveles de excitación en todas mis elucubraciones. Y, haciéndolo, parecía plausible que ella hubiera aceptado por fin contármelo porque necesitase algo más que nuestros polvos tiernos. El hecho de que nuestros encuentros sexuales hubieran descendido en frecuencia era otro elemento más en aquel check list que me ayudaba a leerla.

Quizás envalentonado por aquella sospecha reservé en el mismo restaurante en el que habíamos ido a cenar aquella noche de autos. Pedí, incluso, la misma mesa. Una vez tuve eso atado mi preocupación versaba sobre la precisión con la que María me confesaría lo sucedido, y es que había pasado más de un mes, ella aquella noche había bebido bastante, seguramente más que el día de la boda, y, además, me parecía que aún era más reacia a contarme esto que lo sucedido con Edu. Si ya haber “caído” con Álvaro la avergonzaba, la interactuación posterior con Guille y Sofía lo elevaba todo a un bochorno desagradable y seguro incómodo de recordar.

La conocía, sabía que ponerle palabras a lo vivido no iba a ser del todo de su agrado.

Mi excitación y deseo iban en aumento. Mi abstinencia sexual, la suposición de la excitación de María y la proximidad a su confesión eran tres ingredientes de un cocktail que me tenían en permanente estado de semi erección, tanto que aquel viernes por la tarde fantaseaba casi continuamente en mi oficina.

Acabé por escribirle a María un “¿Cómo estás?” que encerraba una fogosidad contenida. Su respuesta fue más plana de lo esperado. Y sus siguientes respuestas también. No parecía que estuviéramos en la misma onda y la cosa no mejoró cuando le dije que había reservado en el mismo restaurante y en la misma mesa que la noche en la que habíamos ido a casa de Álvaro. Ella no parecía ver la importancia o incluso la magia de aquella confesión. Para variar, en vez de retroceder, doblé la apuesta, y le escribí pidiéndole que se vistiera igual que aquella noche, como ella de motu propio había hecho cuando me había confesado lo vivido con Edu. Un “uff, ya veremos” me confirmó que parecíamos no vivir aquello de la misma forma.

A aquel cocktail de tres ingredientes quizás habría que sumarle uno más, ya que durante los últimos días no solo no habíamos tenido sexo sino que había renunciado a aquellas masturbaciones haciendo uso del audio de Begoña o de mis recuerdos de María en casa de Álvaro. Por un lado quería vivir su testificación de la manera más intensa posible y por otro mi pobre eyaculación, sobre todo en comparación con la de Edu, me motivaba a guardarme para poder mostrar una especie de orgullo masculino.

Aquella tarde llegué a casa después del trabajo y María aún no había llegado. Quizás fuera un poco absurdo, pero, al abrir mi armario para cambiarme vi la ropa que me había puesto aquella noche y opté por ponérmela. Parecía empeñado en darle un embrujo y una gran magnitud a aquella noche.

Quise salir con tiempo, además tenía una llamada telefónica que hacer que había ido post poniendo y que sería bastante larga, la cual también me ayudaría a cortar un poco aquella auto sugestión. Le escribí a María para explicarle aquellos planes y aparqué cerca del restaurante; cuando iba a hacer la llamada, ella me escribió diciéndome que se le estaba haciendo tarde para pasar por casa, que iría directa desde el despacho. Me decepcioné y me sentí bastante idiota por cómo me había vestido.

Tras bastante rato al teléfono, entré en el restaurante y me senté a la misma mesa, en la misma silla.

Cinco, diez, quince minutos esperándola. Me empezaba a poner nervioso. Me empezaba a dar la sensación de que la gente me miraba. Cuando apareció.

Camisa negra de seda, falda negra de cuero, taconazos, medias negras… Más que presumible liguero, comprado para mí pero usado y mancillado por Guille y Álvaro. Más que previsible sujetador negro semi transparente que se abría por delante, comprado para mí y quitado por ella, en mi presencia, para enseñarle las tetas a Álvaro y para que así se corriera cuanto antes. Melena densa, espesa, labios algo pintados, ojos grandes, mirada segura a la vez que cohibida por sentirse potente. El ruido de sus tacones acercándose, las miradas giradas, su media sonrisa de “te he cumplido el capricho, pero no me lo recuerdes, pues me da reparo”. La silueta de sus pechos bajo la seda negra. La gracia de su culo bajo el cuero negro. Creí morir.

Deduje entonces que había venido en taxi desde nuestra casa. Se acercó hasta llegar a mi. Aunque no llegamos a saludarnos con un beso. No surgió. Era raro. No era una cena normal.

Se sentó, ruborizada. Se debió de dar cuenta de que mi ropa era la misma, pues acabó por hacer un comentario jocoso sobre si tenía pensado pedir la misma cena que cinco semanas atrás.

Todo lo que me pudiera molestar, como que no siempre me lo contase todo, o que siempre estábamos a sus tiempos y no a los míos, quedaba siempre totalmente sepultado cuando, mirándome, pero sin mirarme del todo, decía alguna gracia que me dejaba prendado. Si a aquello sumaba cumplirme algún capricho como el de aquella vestimenta y sorpresas como el engaño de que vendría directa del trabajo ya me tenía completamente, y sin resquemor pasado alguno.

Tras pedir al camarero, algo diferente, hablábamos de nimiedades, ella me contaba que Irene se había cambiado de despacho semanas atrás y ahora estaba en otra ciudad y yo, una vez agotados mis temas de trabajo, quise sacar el tema del viaje de bodas, tema que, al contrario de los anteriores, era susceptible de tener más recorrido. Su respuesta me descolocó:

—¿Estás seguro de que quieres hablar de eso ahora? —preguntó, amable y seria por partes iguales.

En ese momento nos trajeron una botella de vino. Nos quedamos en silencio. Ella mantenía aquel gesto dulce, pero a la vez con una pose chulesca. Casi bebimos media copa sin que nadie hablase. Me daba la sensación de que bebía más por voluntad meditada que por sed.

—¿Puedes preguntar, eh? —acabó por decir.

—No, no sé. Cuéntame tú.

—¿Empiezo?

—Claro —respondí sintiendo que de golpe todo se precipitaba, pero que era mejor así.

—Pues… bueno, por ir cerrando temas, o abriéndolos. Te diré que… no me han escrito nada o prácticamente nada. Una chorrada de Guille diciéndome que Álvaro está con Sofía, que ya me dirás tú si me interesa lo más mínimo… y poco más.

Yo lo sabía, vaya que si lo sabía, pues le revisaba el teléfono cada mañana. Asentí con la cabeza como mostrándole agradecimiento por su primera confesión.

—Y… no es el momento para hablar de él, sé que quieres que me centre en lo de… bueno… en lo de la noche de casa de Álvaro, pero quién sí me ha escrito más es Edu.

—¿Ah sí? —pregunté, haciéndome el sorprendido, pues había visto en su móvil todo aquello de que tenía que follarse a Álvaro para que se le quitara la cara de mal follada, o aquello de ponerse las medias para ir a trabajar, orden que había obedecido. Eso sí, ya hacía semanas de aquello.

—Sí, Edu sí me ha estado escribiendo.

—Pero… ¿En qué plan? ¿Lo de la ropa?

Ya acabábamos la primera copa y ya se la veía más acalorada. Esperaba que se fuera soltando más. Prosiguió:

—Bueno, tiene dos temas… Es que… hace un tiempo que… no sé si por Begoña o vete a saber por qué, no me manda mensajes, sino que me manda correos desde su email personal a mi email personal.

Me quedé estupefacto. Me eché hacia atrás. No lo pude disimular. Me temblaron las manos y las bajé a mis muslos, sobre la servilleta de tela. Siempre que pensaba que lo controlaba todo se me acababa revelando que no tenía ni la mitad de información de lo que pensaba.

—Tendría que habértelo contado antes, ya lo sé.

Resoplé. Di un trago. A duras penas conseguí pronunciar “¿Qué dos temas?” tras haber bebido de aquella copa.

—Pues uno es… Víctor… como ya sabes… Que si ponte esto. Que si hoy va a venir. Que si por qué no quedamos los tres…

—¿Los tres? —interrumpí.

—Sí, Edu, Víctor y yo. Obviamente le digo que si está loco y que a qué viene eso… y ya está. Y… bueno, lo que más te va a sorprender es el otro tema. —María hablaba en tono algo chulesco, como poniéndose una máscara para que le costara menos explicarse—Y es que un día estaba con él y me llamó Álvaro, y no le cogí, de esto hace ya semanas, y no sé cómo le echó el ojo al móvil e hiló que Álvaro tenía que ser alguien importante. Quizás por mi cara. No sé. Además que parece tener clarísimo lo de nuestro juego… lo de que a ti te pone que esté con otros… Y nada. Eso. Supongo que sería eso, mi cara, más que después de lo de la boda sabe lo de nuestro juego. Por lo que ha supuesto que yo he tenido algo con Álvaro… y vete a saber por qué, quiere que… bueno, que repita.

La dejaba hablar. Solo cuando era muy obvio que su silencio buscaba mi réplica, comentaba yo.

—Y… ¿esos correos? ¿Cuando? ¿Cada cuándo? ¿Qué te dice exactamente?

—No sé… igual una semana me manda tres, que otra semana no dice nada. Después en persona nunca dice nada, ni pone cara de nada, como te he dicho. Aquella época en que sí lo hacía… pues no sé, ahora no. Y… nada, eso. Lo de Víctor nada más. Lo de Álvaro… es que ni le he dicho que eso sea verdad.

—Pero ponme un ejemplo. ¿Los tienes ahí? ¿Cuándo los lees? —pregunté refiriéndome a aquellos correos.

—Pues sí, los leo en el móvil —respondió y yo esperaba que me diera su teléfono para que pudiera leerlos, pero continuó— Pues un ejemplo… pues yo que sé, en plan… “Queda con ese chico… seguro que te… folla bien… —dijo en tono bajo— y… seguro que haciéndolo con él me enviarías una buena nota de audio…”

—Joder… ¿Y… eso por qué?

—Pues no lo sé…

De nuevo un silencio. La aparición del camarero con el primer plato forzó un tiempo muerto que yo aprovechaba para elaborar una teoría, y esa teoría pronto tuvo título: Edu quería alejarla de mí.

Quería sustituirme. No sentía morbo por pensar que María lo hacía con otros, sino satisfacción por destruirme, apartándola de mí. Si Edu me sustituía yo me quedaba fuera del juego, y, a la larga, y aun a riesgo de sonar catastrofista, podría ser el primer paso para separarla de mí. Sopesaba aquello como una simple hipótesis aunque con bastante fundamento, pero sin ser consciente de lo acertado que estaba.

—Me acabo esta copa y vamos con el otro tema —dijo, categórica, seria, chula, sensual. Con ganas de sacarlo, revelando que quería expresar su confesión con entereza y dignidad.

CAPITULO 18

Mientras degustábamos el segundo plato y ansiaba que María terminase aquella copa me sentía como en una partida de ajedrez, una partida de ajedrez cuyo rival era Edu.

Lo curioso de aquella partida era que solo había una reina en el tablero, y esa pieza la pretendíamos mover los dos. Pero esa reina tenía voluntad propia y, si se dejaba mover, era porque ella quería. Me preguntaba hasta qué punto María podría entender lo que estaba sucediendo. Hasta qué punto mi novia se dejaba manipular por uno y otro, según el momento. Y me preguntaba si se podría llamar manipulación cuando el ente manipulado es plenamente consciente de las intenciones de cada uno.

María se acababa la copa y empezaba otra y no le quise decir nada. La conversación era inconexa y racheada sobre un tema familiar de ella. Me ausenté entonces un momento para ir al baño y una vez allí descubrí que mi miembro estaba coronado por un líquido transparente. Me pregunté por qué y en qué momento aquella excitación había surgido; quizás solo por ver a María vestida así me había excitado, o quizás no había atendido tanto al tema familiar de María y mi imaginación había volado, o quizás las dos cosas. Llegué a plantearme si de verdad quería que me confesase todo aquello durante la cena y no en un contexto privado.

Volví y, una vez sentado, con vistas a María y a todo el comedor, recordé aquella noche, aquella noche en la que ella me había mostrado aquel sujetador que se abría por delante y me había mostrado sus pechos desnudos, aprovechando que le daba la espalda a toda la sala y solo yo podía verla de frente. Sin duda era tentador plantear esa petición.

María me sacó de mis pensamientos con una pregunta directa. Me decía que antes de empezar a contarme quería saber por qué me iba, por qué quería verla con otros hombres, pero al final siempre me acababa marchando y quizás volviendo otra vez, y marchándome otra vez.

—Llega un momento en el que ya no sé si quieres verlo o no —acabó por decir.

Ella hablaba con entereza y madurez y yo no quise ser menos:

—Es que es una mezcla. Por un lado me pone que ni te imaginas... y por otro es indudable que es doloroso. Además, casualidad o no… digamos que no hemos topado con dos amantes… digamos… tranquilos… quiero decir que tanto Edu como Álvaro o incluso Guille… No sé, que fueron actos sexuales bastante fuertes…

—Ya… no los había más brutos... —dijo ella, solapando su voz con la mía, pues en seguida quise explicarme mejor:

—A ver, que no sé hasta qué punto es eso. Es una suma de muchas cosas, quiero decir. O sea, que no estoy diciendo que si te viera con un hombre y lo hicierais de forma más tranquila, con todo más pactado… lo pudiera aguantar.

—Ya…

—Y… además date cuenta que… mi posición es ciertamente humillante. Si estuviera más hablado o pactado… pues… el hombre que estuviera contigo... sabría todo. Las miradas de Álvaro, Guille o Edu en plan “este idiota qué hace aquí” sumado a que en el fondo es doloroso verte con otro… —dije, dándome cuenta prácticamente sin querer de por qué me excitaba mucho más lo que habíamos vivido que la idea de contactar con alguien por internet.

—O sea que es… que te duele verme con otro, a la vez que te gusta… pero… si además el acto… o el polvo se sale un poco de madre… sufres aún más y no aguantas.

Me quedé algo pensativo. Y es que realmente cuando no podía aguantar solía ser cuando veía que ella se entregaba completamente, olvidándome, dejando de mirarme, dejando de hacerme partícipe. Pero no se lo dije.

—Sí… más o menos es eso.

Pedimos los postres y María se levantó hacia el cuarto de baño. Con la camisa remangada, con aquellos taconazos… la silueta imponente de su busto… No me cansaba de mirar a los novios, maridos, camareros y demás hombres del restaurante disimular fatal sus movimientos de ojos y de cuello. En ocasiones alguno me acababa mirando a mí, sin creerse mi suerte, pero esta vez no fue el caso, nadie tuvo la curiosidad por saber quién era el afortunado, o si alguien la tuvo, yo no me di cuenta.

Volviendo de los servicios se encontró con nuestro camarero que llevaba nuestros postres en una bandeja. Le dijo algo al oído y el chico asintió con la cabeza. Caminaron juntos hacia mí y ella se sentaba mientras él posaba el flan y el tiramisú y se retiraba.

—¿Qué le has dicho? —pregunté intrigado.

—Qué cotilla eres. Estás a todo…

—Vamos, ¿qué le has dicho?

—Nada, le dije que teníamos que hablar un rato y que no viniera a la mesa si no le llamábamos.

Me sorprendió aquella petición. No creía que fuera muy común, aunque el camarero no había puesto cara alguna de sorpresa.

—¿O sea que lo vas a contar del tirón? —pregunté.

—Mmm… eso espero —sonrió, como queriendo mostrar que se lo quería sacar de encima cuanto antes, pero yo cada vez tenía más la sensación de que se iba a acabar soltando.

—Qué te iba a decir… —continué— llevas el sujetador y el liguero de aquel día, supongo.

—Sí.

—Liguero que… iba a ser una sorpresa y acabé viendo… vamos que…

—Sí, era sorpresa, un regalo —me interrumpió. Y, tras un instante continuó: —¿Te... pone? —preguntó seria.

—Sí… Aunque la manera de… revelárseme fue peculiar. Quiero decir… la primera vez que lo vi fue porque te sentaste en el sofá con… Mario, creo que se llamaba, y se te subió la falda y lo vi.

—Ya, ya vi que hubo revuelo en ese momento…

—¿Te diste cuenta?

—Hombre… tendrías que haberos visto. Pero si me bajaba la falda aún iba a ser peor.

Para variar, María me sorprendía.

—¿Pero es bonito, no? —preguntó.

—¿El liguero?

—Claro.

—Sí… bueno. Bastante… porno, más que bonito.

—Pues casi me lo rompe el tonto ese…

—¿Quién?

—Guille.

Se hizo un silencio. La botella de vino terminada. María me pidió que llamara al camarero. Nos tomó nota de unas copas. Mientras las hacía posé mi brazo sobre la mesa y mi mano fue acariciada. Nos miramos. Yo disfrutaba el momento y me sentía feliz. No sabía si ella sentía lo mismo o hacía memoria. Metódica, estaba seguro que quería contarme con un cierto orden. Las copas aparecieron, el camarero se retiró y no nos movimos. Su mirada se hizo más vidriosa. Mi mano derecha y su mano izquierda seguían acariciándose, mi palma hacia arriba y las yemas de sus dedos recorriéndola. Entonces su mano derecha fue a un botón de su camisa negra. Alcé la mirada al comedor como acto reflejo, pero en aquella esquina y con ella dándole la espalda al mundo nadie podía vernos. Y otro botón y el canalillo se hizo imposible. Volví a ver aquel sujetador. Mi polla lagrimeó y su camisa se abrió un poco más.

—¿Me la abro? —preguntó, juguetona, pero serena.

—Sí.

—¿O te cuento un poco primero?

—No sé… un par de botones más y me cuentas.

—¿Alguien mira?

—No.

Acercó un poco más su silla a la mesa, que era de por sí bastante estrecha por lo que nos permitía hablarnos cerca, y su mano izquierda no abandonó la palma de mi mano para cooperar con su mano derecha, sino que se desabrochó otro botón con una sola mano. Y, sin dejar de mirarme, otro botón. Yo conocía aquel sujetador, sabía de la semi transparencia de sus copas, por lo que mi corazón comenzó a palpitar con fuerza y por todo mi cuerpo corría el deseo de que su camisa se abriera. Volvió a insistir en si había alguien mirando y, tras mi negativa, llevó aquella mano a un lado de la camisa y la desplazó hacia un lado, la seda negra dejó paso a un sujetador exigido por un pecho colosal, que marcaba toda la silueta de aquella copa y cuyo pezón se dejaba ver con gran nitidez debido a la semi transparencia oscura de la tela que cubría la teta. Se quedó así unos instantes. Tímida, pero a la vez degustando el impacto que producía. Siempre. Y yo extasiado. Por muchas veces que la hubiera visto. Mi mano que estaba en contacto con la suya comenzó a sudar por momentos...

Aquello era un regalo, pero a la vez una tortura, tortura que cortó de cuajo llevando su camisa otra vez a tapar su pecho. El escote era entonces casi completo, una ranura libre pero estrecha por el centro de su torso, pero sus tetas quedaban ocultas y aquello me mataba.

Quise coger aire y no cogí todo el que quise. La miré a los ojos, a la cara. Su rubor aún la hacía más deseable. Se cuidaba de que aquel escote no se abriera y se la veía algo incómoda, sin acabar de creerme que nadie estuviera mirando. Yo la quise sacar de allí y llevarla a lo vivido en casa de Álvaro:

—La última vez que vi ese sujetador... fue aquel momento en el que te lo quitaste delante de Álvaro... y … me lo diste… lo cual fue bastante humillante por cierto… y… te arrodillaste para chupársela... —dije en tono bajo, nervioso, encendido y buscando encenderla.

—¿Bastante humillante? —preguntó en un tono neutro.

—Sí.

—Igual por eso lo hice.

—¿En serio?

—… No voy a hacerte de psicóloga, pero está claro que que te humillen es parte importante de todo esto. Sino no habrías permitido que Edu o Álvaro te hubieran hablado así.

Mientras pensaba en cuánto de razón podría haber en aquella frase suya, mis ojos debieron de ir a sus pechos, a la silueta voluptuosa que allí se marcaba, y a aquella parte central de su sujetador que quedaba a la vista... pues María me acabó diciendo:

—¿Quieres que me lo quite?

—Pues... sí...

Ella llevó entonces su mano libre a aquel broche delantero. Dudó. Podría ver sus tetas liberarse, desnudas, en aquel restaurante, otra vez... Volteó su cabeza... Nadie miraba.

—Uff... no sé...

—Venga —insistí.

Sus dedos en aquel broche. Su mirada intranquila. Parte de su melena tapando algo de su cara.

—Uff... Me voy al servicio si quieres. Aquí... es demasiado...

Retiré la mano que acariciaba la suya, dándole así a entender que su propuesta me satisfacía completamente. Sus manos fueron a cerrarse su camisa, y de su semblante deduje que le estaba dando vueltas a algo. Y no me equivocaba.

—Mientras me lo quito allí podrías... pensar en... algunas preguntas más que tengo.

—Claro. Como cuales —dije mientras ella acababa de recomponerse.

—Pues... a ver... Te las digo... todas juntas... y a la vuelta me respondes.

—Vale. ¿Tantas son?

—No. A ver. Primero... ¿Alguna vez has hablado con Edu de mí? ¿Borracho en la boda por ejemplo?

—¿De qué? —pregunté asustado. De repente. No esperaba aquello para nada.

—Pues... hombre... sobre todo del juego que tenemos. Espera. Tú vete pensando. Que tengo más: ¿De verdad eso de contactar con alguien por internet te parece... una opción? Y... la última: ¿Alguna vez, ya fuera la noche de Edu o la de Álvaro, te llegaste a enfadar conmigo? Y ya. Esas son. Dijo, cogió su bolso y se levantó, en dirección al cuarto de baño. Dejándome allí, tenso y sorprendido.

La primera pregunta me preocupaba. Y estaba decidido a negarlo todo. Sobre las otras dos dudaba más si ser sincero o no.

Mi mente le daba más vueltas a posibles indicios de que María pudiera saber que yo había hablado con Edu a sus espaldas que a posibles respuestas a sus otras dos preguntas. Tan concentrado llegué a estar que apenas me pude dar cuenta de que María aparecía de nuevo y se sentaba frente a mí. Maldije no haberla visto salir del cuarto de baño y cruzar aquella sala... marcando tetas, con su sujetador en el bolso... Sentada frente a mí, sus pechos ya dibujaban una silueta libre bajo la seda negra que hacían mi miembro palpitar.

—¿Y bien? —preguntó.

—Pues... a ver...

—¿Se nota mucho? —preguntó refiriéndose a su pecho.

—No... no mucho —dije, como acto reflejo, pero como si mi mente ya trabajase en disuadirla de que se lo volviera a poner en caso de ir a tomar algo a otro sitio después.

—Pues, a ver. Dime.

—Sobre lo primero. Lo de hablar con Edu de ti. Nunca. Para nada. Ni tengo trato con él, ni lo haría.

—Está bien. La segunda. —respondió seria y me alivió que quisiera pasar a la siguiente, pues podría ser indicativo de que no había nada de lo que preocuparse. Aun así a punto estuve de preguntarle sobre el porqué de aquella pregunta, pero preferí dejarlo así. Cuanto menos tiempo estuviera aquel tema sobre la mesa mejor para mí y para mi tranquilidad.

—Vale. Sobre la segunda. Sobre si contactar con alguien... Sí que lo veo una posibilidad, pero... creo que nunca llegaría a la excitación de lo que hemos vivido con Edu y Álvaro... por ser... quizás más casual, menos preparado, o no preparado más bien —dije, siendo parcialmente sincero, pues ella tenía razón en que el componente de humillación que me habían proporcionado Edu y Álvaro nunca me lo daría un tercero pactado.

—¿Y la tercera? ¿La de enfadarte?

—Pues... No. A ver... a veces... al verte así, en acción, digamos, con ellos. Pues... me impacta. Normal. Pero enfadado para nada —respondí, en otra verdad a medias, pues sus excesos sí me dolían y sí me había llegado a enfadar con ella— ¿Te vale?

—... No sé si creerte, pero sí.

—¿No sabes si no creerme qué? —pregunté.

—Sobre todo lo de que nunca, ni en un momento, llegaste a enfadarte por las cosas que llegaron a pasar.

—No. Te lo juro.

Se formó una calma tensa. Y bebimos casi en silencio de aquellas copas cuyos hielos comenzaban a derretirse por tanta confesión. Mi brazo acabó por deslizarse otra vez por la mesa, pero esta vez llegando incluso a rozar su pecho sobre la camisa, con las yemas de los dedos.

—Para... —sonrió— pero mis dedos no cesaron.

María acarició ese brazo mío que se había alargado hacia ella y bebió de su copa con su mano libre. La posó sobre la mesa y, mientras mis dedos aún la acariciaban, buscando que su pezón se empezase a marcar, dijo:

—Lo voy a contar tal cual me salga, ¿vale?

—Vale.

Unos segundos eternos. Yo no sabía a qué esperaba para empezar a contarme todo lo que no sabía de aquella noche increíble. Mis dedos seguían acariciando aquella teta sobre su camisa negra, mi brazo completamente extendido sobre la mesa. Y no empezaba, no empezaba a hablar.

Nos mirábamos. Aquella simple caricia acabó por convertirse en un juego. Yo quería que su pezón marcase el relieve de la seda de la camisa y ella parecía no querer empezar a hablar hasta que no lo consiguiera.

Me miraba, seria y relajada, como si el vino y las copas la estuvieran sedando. Cuando, ambos desesperados porque su pezón se erizase, susurró:

—Apriétame...

Lo dijo en un tono bajísimo y tardé unos instantes en reaccionar. Un "¿Qué?" sorprendido, salió de mi boca... pero justo mientras lo pronunciaba entendí qué acaba de decir y a qué se refería... Y mis dedos dejaron entonces de acariciar aquella superficie sedosa para apretar un poco su teta sobre la camisa. Sentí su pecho tierno pero a la vez duro sobre la seda y ella me miró, aguantando el apretón, pero emitiendo un levísimo y casi imperceptible quejido. Después cogió un poco de aire y preguntó:

—¿Empiezo?

—Sí —dije, cambiando aquel apretón por acariciarla de nuevo, dándome cuenta de que en apenas un minuto habíamos pasado de la curiosidad y el ansia por saber a combinarlo ya con un morbo irrespirable.

—Pues... la primera vez que te fuiste, y me dejaste sola con él… me estaba follando bien. ¿Te acuerdas? Él estaba tumbado sobre mí y te fuiste.

—Sí... me acuerdo.

—Pues... ahí ya fue la primera vez que, mientras me follaba, me dijo al oído que...—hablaba entre susurros, mirándome fijamente, y yo la seguía acariciando— bueno... pues en aquel momento fue la primera vez que me dijo que... después de... follarme por delante... me la iba a meter bien por el culo.