Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 11 y 12)

Continúa la historia.

CAPITULO 11

En aquel momento llegué a entender un poco más qué le pasaba a María. Y es que, se la veía más afectada por una orden de Edu que por aquella especie de pseudo orgía con Álvaro, Guille y Sofía. Me preguntaba cómo era posible, pero así era. Aquellos susurros de Edu en la terraza mientras ella tenía a Víctor detrás parecían sobrepasarla más que lo sucedido en casa de Álvaro.

A veces, cuando María había estado con Álvaro o con Edu, yo había llegado a sentir a través de ellos. A sentir lo que era el tacto, el olor, las sensaciones con María, pero como si ella fuera casi una desconocida para mí. Como si fuera mitad yo, excitado e inmóvil por lo que veía, y mitad ellos, sintiendo, sintiéndola. Aquella situación me recordaba a la actual, pues podía llegar a sentir la dominación sobre María, durante fracciones de segundo… Me sentía Edu por instantes, como si fuera un sueño en el que eres otra persona; podía llegar a sentir lo que es tener a una mujer como María bajo tu dominio. Y se me erizaba la piel.

Cuando le había preguntado el porqué de la obediencia a vestirse como él le ordenaba, me había respondido que no era excitación lo que sentía, sino que le gustaba que él estuviese pendiente de ella. Aquella explicación no me acababa de convencer, tenía que haber algo más, un sentimiento más fuerte.

Cuando el audio terminaba, cuando Begoña se callaba, yo ponía inmediatamente aquel bendito sonido otra vez. María no protestaba por aquel bucle y seguía masturbando aquella polla mínima. Si maldecía aquel reparto en el que Begoña salía tremendamente favorecida obviamente no lo exteriorizaba.

Mi novia me masturbaba, contenida, pues su prisa era palpable. Y es que se movía en una delgada línea: por un lado quería excitarme para que yo no me negase a cumplir su objetivo de obedecerle, pero por otro sabía que no podía acelerar sus movimientos, ya que me dejaría fuera de combate, y eso sería fatídico.

Cerré los ojos y me pregunté cuanto habría de excitación real en aquella paja que me hacía María y cuanto de necesidad de no decepcionar a Edu. Quizás fuera un ingenuo, pero me daba la sensación de que sí había deseo también hacia mí y aquello me retrotraía a aquellas semanas en las que claramente sentía que aquello no había sido así. Me preguntaba por qué a veces sentía que María me deseaba y a veces sentía que no.

Yo en aquel momento no lo sabía, pero pronto mi novia me explicaría el por qué.

Se hizo un silencio, pues Begoña dejó de gemir y María dejó de masturbarme. Dejó mi miembro caer, duro y lagrimeante, sobre mi vientre, y su rostro fue hacia el mío.

Tumbados, en la penumbra, con su boca cerca de mi oreja, pensaba que me lo pediría en cualquier momento. “Fóllame, hazme gemir, para enviarle mis gemidos a Edu, para que me perdone por no haber calentado a su repugnante amigo”. Esa era la frase que lógicamente nunca saldría de su boca, pues todas sus peticiones eran a través de gestos, no de palabras.

Ella esperaba un “vale, súbete encima” y yo disfrutaba de sus prisas.

Me besó en la mejilla. En el cuello. Apartó el móvil que aun yacía sobre mi torso y lo dejó a mi lado. Y fue descendiendo. Reptando. Besando mi pecho, mis pezones, mi abdomen, mi ombligo. Dejando trazos del maravilloso tacto de sus pechos en contacto con el mío… dejando también un reguero de besos mínimos y sonoros, y finalmente unas caricias de su melena por todo mi torso, produciendo en mí unas cosquillas placenteras y relajantes.

Besaba por la zona de mi vello púbico, a un lado y a otro de mi miembro, jugando a retrasar una felación que, pensando mal, prometía ser una dádiva de conveniencia, cuando dijo:

—Pon la nota de voz otra vez si quieres.

Me empezaba a llamar tanto la atención que pensara que yo necesitaba de especial convencimiento que llegaba a plantearme otra hipótesis y era que quizás los tiros fueran más enfocados a un sentimiento de culpa por su parte, por embarcarme en su propósito.

—¿Sí? ¿Lo pongo otra vez? —le pregunté.

—Si quieres, sí.

—Lo pongo si a ti también te pone.

No obtuve respuesta y noté como recogía mis huevos con una mano, ya completamente agachada entre mis piernas, aun en bragas y con la chaqueta del pijama abierta.

Miré hacia abajo y solo vi penumbra y su melena. Sentí entonces como con un par de dedos despegaba mi miembro de mi abdomen y lo hacían erigirse hacia el techo. Alargué mi mano y alcancé su teléfono… le di al play… Begoña comenzaría a gemir en cualquier momento… y de golpe sentí un calor inmenso, desde la punta de mi miembro sentí que todo mi cuerpo subía diez grados de temperatura. María engullía mi polla, se la metía entera y golpeaba con su lengua de forma aleatoria y arrítmica, y yo dejé caer mi cabeza hacia atrás y la mano que sostenía el móvil cayó muerta. Cerré los ojos y escuchaba como Edu se follaba a Begoña mientras María me acariciaba los huevos con una mano mientras me la comía con la boca con pequeños movimientos arriba y abajo.

Alucinaba con el calor que me hacía sentir solo por lamer, chupar y engullir aquellos pocos centímetros de mi cuerpo. Era una mamada especialmente húmeda, como si estuviera contagiándose por la salvaje sesión de sexo de Edu y Begoña. Cuando ésta gritó, por enésima vez aquella noche aquel “¡Edu mmm… cabrón..! ¡qué bien me follas…!” noté movimiento y, abriendo ligeramente los ojos, vi como María llevaba su mano libre a algún punto entre sus piernas. Y, cuando los cuerpos de Edu y Begoña proferían un ruido atronador, mi novia ya había conseguido colar aquella mano por debajo de sus bragas. Me la chupaba mientras se masturbaba y todo edulcorado con el polvazo y el inminente orgasmo de su compañera de despacho.

Me preguntaba qué sentiría María, si al escuchar aquellos gemidos su mente iría a la noche de la boda, si se imaginaba que era Begoña, si sentía envidia de ella, o si estaba tan centrada en ponerme a punto para hacerla gemir que no dejaba volar libre su imaginación.

El audio terminó y María ya no pudo más. No pudo disimular más sus prisas. Pensé entonces que su ansia seguro no era tanto porque yo la penetrase sino por conseguir cuanto antes el perdón de Edu. Se incorporó y se subió a horcajadas sobre mí. Apoyó mi miembro contras sus bragas, que eran del mismo color que su pijama, acarició mi abdomen, mi pecho, me miró, movió su cadera un poco hacia adelante, después hacia atrás, empujando mi miembro, aplastándolo un poco… como si sus bragas, si su coño, fuera un rodillo… y me dijo:

—¿Lo hacemos entonces?

En ese momento su móvil se iluminó. Nos iluminó. Lo cogí, lo levanté un poco y ambos pudimos ver que no era Edu reprochándole su incumplimiento, sino Álvaro escribiendo cuatro signos de interrogación.

No dije nada, pues no quería atosigarla, y ella tampoco, seguramente porque no quería que nos saliéramos de dónde estábamos, con Edu y Begoña.

Se hizo un silencio ciertamente incómodo. Yo no quería abusar de su situación: agobiada por Álvaro y Guille e inquieta porque el tiempo pasaba y no recompensaba a Edu. Pero no pude evitar aprovechar aquella posición de debilidad suya para recabar más información:

—Joder… vaya momento para escribirte.

Ella no dijo nada.

—Solo dime qué es Álvaro —dije.

—¿Cómo que qué es? —dijo, en tono afable, con una de sus manos en mi miembro, aplastándolo un poco contra su entrepierna, contra sus bragas.

—Sí, que fue para ti… o qué sigue siendo.

—¿Qué fue para mí? Pues qué iba a ser… Pues... fue… —titubeó, desviando un poco la mirada. Yo veía su torso, erguido, orgulloso, pero apenas podía ver con claridad sus pechos, por la chaqueta medio abierta y por su melena hacia adelante— Fue… nada… fue… pues… una polla.

—¿Una polla?

—Pues sí —dijo ya mirándome.

—¿Y… Guille?

—Guille… un error.

—¿Un error? ¿Por qué?

—Lo de Guille fue… no sé… no sé ni cómo pasó. Pero fue un error.

—¿Y Sofía?

—Sofía y ya está, ¿no?

—¿Qué? —pregunté.

—Que esta de Sofía es la última pregunta.

—Sí.

—Pues Sofía una loca que espero no volver a ver en mi vida.

—¿Por qué?

—No respondo a más —sonrió.

Se hizo un pequeño silencio que yo quise romper compensándola por sus respuestas:

—Quieres… ¿Entonces nos grabamos…? El sonido.

No es que esperase una exteriorización explícita de alegría por parte de María, pero al menos esperaba alguna reacción. No expresó ningún gesto, hasta pasados unos segundos, tras los cuales se sacó la chaqueta del pijama y la posó a un lado. Ahora solo su melena me impedía ver sus pechos, pero de nuevo su pelo dejaba las rendijas suficientes para ver parte de sus areolas y pezones.

Esperaba que se quitase las bragas y me montase. Pero lo que hizo fue llevar sus manos a su ropa interior… tirando de ella hacia arriba… haciéndolas estirar un poco, haciendo que la seda azul marina marcase claramente sus labios… gruesos… salientes… A horcajadas sobre mí, casi de rodillas y matándome con aquella visión, me pidió que pusiese otra vez el audio de Begoña y Edu.

Mi mano fue obediente y temblorosa. Busqué el chat y le di al “play”. Lo que pasó después me dejó sin respiración. Yo no sabía qué hacer, ni dónde poner las manos, lo que hacía María era demasiado delicado, demasiado erótico como para enturbiarlo. Durante el primer minuto se mantuvo marcando su coño con sus bragas, siempre con delicadeza… y después con más fuerza, pero igual templanza, hasta casi incrustárselas por completo entre los labios, todo en un juego calmado. Lo hacía sin gemir, sin emitir ningún sonido. El único sonido provenía de Begoña. Los labios de su coño llegaron a sobresalir, cada uno a un lado de la seda azul marina. Estuve tentado de palpar con la yema de mis dedos aquella textura delicada, pero me contuve… y después, cuando Begoña ya gritaba el nombre de su amante, aquellas bragas fueron apartadas y María comenzó a acariciarse… y el audio terminó y no fue necesario que me lo pidiera, sabía lo que quería. María con los ojos cerrados, con sus rodillas a ambos lados de mi cuerpo, echando su cabeza hacia atrás y abriendo un poco la boca, aunque en silenció, frotó su coño y su clítoris al son del polvazo que Edu le echaba a aquella cría y con el “¡Edu mmm… cabrón..! ¡qué bien me follas…!” su boca se cerró, mordiéndose el labio inferior, contenida, como lo era conmigo, pues solo la había visto soltarse hasta el extremo con dos amantes de verdad como Álvaro y Edu.

El audio volvió a terminar y una María temblorosa, acalorada, pero sin rastro de vergüenza, se deshizo de sus bragas y volvió a montarme. Echó toda su melena hacia atrás y pude ver su torso, sus tetas hinchadas y sudadas, brillantes, por la humedad caliente. El impacto de su torso así expuesto era brutal, con aquellas tetas enormes cayendo ligeramente y repuntando al final, hacia arriba y hacia los lados…

Se incorporó un poco. Mi polla no había dejado de estar dura en ningún momento. Me la agarró con una mano, me miró… apuntó durante unos segundos… hasta hacer que mi glande separase los labios de su coño y comenzó a enterrarse, a sentarse sobre mí, obligándome a cerrar los ojos y a dejar caer mi cabeza hacia atrás. Solo emitió un leve gruñido, de necesidad más que de placer… y se la metió entera, sin problema, de una sola vez.

Aun con los ojos cerrados sentí como me montaba moviendo su cadera, dibujando un pequeño círculo, posando sus manos en mi abdomen.

—¿Cómo hacemos? —dijo seria, sin detenerse.

Abrí los ojos. Me montaba con calma, con los ojos llorosos, con toda su melena cayendo por detrás, hasta la parte baja de su espalda. Llevé mis manos a sus nalgas y respondí.

—No sé… ¿Tú qué dices?

—Follamos así un poco… y después grabas tú.

—¿Grabo yo?

—Sí. Sí, pero… graba como… con la aplicación de nota de voz. No directamente desde el chat.

—Ya...

—Si eso graba varios y ya veremos cual mandamos —dijo, siempre sin detener su cintura, en aquel movimiento de cadera que a veces era más circular y a veces hacía un recorrido claramente adelante y atrás.

La estrategia parecía clara, aunque había un gran problema que estaba a las puertas de aparecer. Sin embargo, yo en aquel momento disfrutaba del tacto de las nalgas de María, de su mirada, que era sorpresivamente desafiante, mirándome fijamente, como pidiéndome placer. Disfrutaba del movimiento hipnótico de sus pechos bambolearse, de sus pezones afilados, de sus areolas extensas, de aquellos movimientos de cadera que me mataban, del contacto de su vello púbico con el mío, de su piel, de su carne… de su belleza… Cuando me montaba así, tras haber visto cómo había montado a Álvaro, cómo la había visto con Edu, no podía evitar pensar que había nacido para follar, para follar así, con aquel temple y con aquella elegancia que era imposible que tuviera nadie más.

—¿Te puedo preguntar una cosa? —pronunció ella en una frase que era más tradicionalmente mía que suya.

—Sí —respondí, con una respiración agitada que no veía en ella.

—¿Te pone Begoña?

—Sí —dije sin dudar.

—¿Te parece guapa o te pone? —insistió.

—Las dos cosas.

María se quedó callada. De nuevo sin emitir ninguna emoción gracias a la cual pudiera entender el motivo de su pregunta, y yo me aferraba a sus nalgas mientras me montaba, cuando uno de mis dedos fue sin querer casi a su ano. Ella no dio ningún respingo, ni buscó tampoco de nuevo aquel contacto. Quizás curiosidad, quizás buscando un cambio en su respiración, llevé, esta vez a propósito, la punta de aquel dedo a la entrada de su culo. Lo rocé, pero de nuevo no obtuve reacción.

—María.

—¿Qué?

—Te lo tengo que preguntar —dije y ella se mantuvo en silencio, ya con mi dedo alejado de su ano y de nuevo con mis manos en sus nalgas— Álvaro…

—¿Qué?

—Es que no sé cómo decirlo de forma suave, la verdad…

Ella no dijo nada y de mi boca salió de forma desagradablemente abrupta:

—¿Álvaro te dio por el culo, verdad?

Si el silencio anterior fue irrelevante, este fue insoportable. Quizás ella hacía conjeturas o cábalas de lo que pudiera haber visto yo o no.

—No —acabó por responder. Seria.

—¿Seguro?

—Lo intentó, pero no.

—¿Porque no quisiste?

—No.

María seguía con aquellos movimientos de cadera firmes, regios, adelante y atrás, mientras me negaba que Álvaro le hubiera dado por el culo, cuando yo había visto con mis propios ojos como se la había metido hasta la mitad. Ella pareció leerme el pensamiento, pues dijo:

—Habíamos dicho que otro día te contaría lo que pasó. Pero… a lo que pasó… no se le puede llamar así… Es cierto que algo pasó, que lo intentó… pero…

—¿Pero qué?

—Pues… ya se la has visto, ¿no? Te puedes imaginar.

—¿Que no cupo?

María se cayó. No respondió. Como dándome a entender que yo acertaba.

—¿Lo haremos tú y yo? —pregunté.

—Creí que no te gustaba.

—Nunca dije eso.

—Nunca lo has… planteado —dijo solapando la palabra “pedido” que parecía iba a salir de su boca.

María se salió de mí y se puso de cuclillas hacia mí.

—Vamos a hacerlo así mejor —dijo, dando por zanjado todo lo que tuviera que ver con Álvaro.

Se volvió a introducir mi miembro, pero esta vez ella tenía las plantas de sus pies sobre la cama y su cadera iba hacia mí y se alejaba, arriba y abajo, y apoyaba sus manos en mi pecho. Cada vez que su pelvis me atacaba, un pequeño ruido rompía el silencio, era el ruido de nuestros cuerpos chocar que quería regalarle a Edu, pero faltaba lo más importante, faltaban unos gemidos implicados y reales que pudieran competir con Begoña.

Yo ponía todo lo que podía de mi parte, moviendo mi pelvis también hacia arriba, pero ahora con el latente riesgo de correrme, pues su nuevo movimiento me mataba. Cuando movía su cadera con mi miembro dentro podía aguantar más, pero cuando me montaba, cuando me follaba así… cuando yo, al mirar hacia abajo, veía como mi polla aparecía y desaparecía, absorbida por su cuerpo, por su coño… sentía que podría correrme sin querer en cada momento. Como consecuencia de su cambio de postura y de sus movimientos ahora le caía parte de la melena de nuevo hacia adelante, parte de su cara estaba cubierta por su melena castaña, pero aun así me miraba, con los ojos bien abiertos, y con la boca parcialmente abierta, me follaba cada vez con más ansia, con un incipiente amago de respiración agitada… cuando exhaló un “graba”.

Alargué mi mano hasta coger su teléfono. Busqué la aplicación de las notas de voz y, con el temblor de mis dedos conseguí a duras penas empezar a grabar. María buscaba el choque de nuestros cuerpos, y lo conseguía. Sabíamos que ese sonido podría sonar nítido, pero faltaban sus gemidos. Ella lo intentaba y sabía que no podría fingirlos.

Durante los siguientes minutos María buscó recorridos más largos, buscando un mayor placer y un mayor choque de nuestros cuerpos, pero lo que conseguía era salirse de mi como consecuencia de la mínima longitud de mi miembro. Cuando sucedía eso, resignada, de nuevo se la introducía, rápidamente, y volvía a montarme, en cuclillas, con sus pechos rebotando hasta casi chocar una teta con la otra, con la boca entre abierta y con su mirada clavada en mí. Y de nuevo volvía a salirse. Y se la volvía a meter, llegando a un momento en el que comenzó a desesperarse. Y otra vez nuestros cuerpos chocando, su respiración algo agitada… hasta que apareció un pequeño “hmmmm” de gusto, sí, pero insuficiente, saliendo de su boca. Y se salió otra vez, e intentó volver a metérsela y entonces le dije:

—Espera, que te doy yo —en clara alusión a ponerme tras ella, buscando la postura, por otra parte, que creo que ambos suponíamos que era la de Edu y Begoña.

—¿Seguro? ¿No te correrás? —preguntó, matándome, pero con fundadas sospechas de que en aquella postura yo podría durar bastante poco.

Terminó por ponerse a cuatro patas delante de mí. Cogí el móvil, borré el inútil audio anterior y pulsé otra vez el botón de grabación. Llevé una de mis manos a su cadera mientras ella colocaba su melena toda a un lado de su cabeza. Apunté mi miembro erecto a un coño que, como tantas otras veces, me sobrepasaba, lo cual era un aliado para que yo durara más y un enemigo para que ella pudiera gemir y gritar.

—Venga, métela ya… —dijo en un tono ciertamente rozando lo despótico.

No dije nada. Simplemente obedecí. La penetré y apenas sentí nada en la inmensidad de aquel coño majestuoso y creado para retos que mi cuerpo no podía plantearle. No emitió ni un solo sonido. Me retiré un poco y volví a metérsela hasta que mi pelvis contactó con sus nalgas. Se la clavaba entera y ella ni respiraba agitadamente. Sin embargo no desistí, buscaba ese sonido de nuestros cuerpos chocar, me aferraba a sus caderas y no llevaba mis manos a sus pechos que colgaban enormes pues solo con acariciar sus tetas me correría…

Estuve un rato follándola así, duro, rápido, buscando sus gemidos, y conseguía ya algo de alteración en su respiración cuando ella, en un tono completamente neutro y sereno, dijo:

—¿Estás grabando?

Su frase fue pronunciada con tal templanza… sin rastro de agitación, de alteración… que me desmoralizó completamente.

—Sí, mmm… no hables —respondí jadeando.

—Después lo cortas —respondió impasible.

Posé entonces uno de mis pies sobre la sábana y así, con una planta sobre la cama y la rodilla de la otra pierna también posada me decidí a acelerar, comencé a follarla con dureza. Nuestros cuerpos chocaban y aquel ruido era realmente sonoro, pero María apenas jadeaba… Yo la asía por la cintura y ella movía su cabeza… su melena iba aquí y allá, sus tetas rebotaban… se dejaba follar… pero no gemía… Llegué a salirme sin querer alguna vez, y, con paciencia, contenida, María esperaba a que se la volviera a meter, sin emitir ningún sonido una vez la invadía de nuevo. Llegué incluso a pensar si todo aquello no sería un plan retorcido y macabro de Edu, conocedor de mi miembro y suponedor de cómo podrían ser nuestros actos sexuales.

María bajaba la cabeza, enterrándola entre sus brazos, entre sus codos apoyados en la cama. A veces, cuando le daba mucha caña, se llevaba las manos a contenerse los pechos para que no se le movieran tanto… Una embestida especialmente dura, pero sin conseguir su objetivo, que no era otro que un pequeño gemido, acabó por colmar su paciencia. Me lo reprochó y yo deceleré. Si había pensado que aquel reproche me dolería no fue nada comparado con lo que vino después. En un principio no la entendí claramente, o quizás no había querido entenderla.

Acabé por detenerme por completo. Me retiré un poco. Mi polla salió empapada y enrojecida de aquel coño desproporcionado, al menos para lo que yo tenía. Ella se mantuvo con la cabeza baja, entre sus brazos, entre sus codos. Mi silencio era un reclamo para que rompiera la duda. Para que repitiese lo que yo no había querido oír:

—Está… el arnés… en el cajón del armario. Si quieres…

Todo lo que vino después no fue como para que pudiera sentirme orgulloso. Cogí el móvil y deseché el absurdo audio que acababa de grabar, y pulsé “rec” otra vez. Estaba enrabietado. Hice caso omiso a su propuesta. La volví a sujetar por la cadera y volví a penetrarla. Si durante los minutos anteriores la había embestido con vehemencia lo que se produjo entonces fue aún más violento; la embestía a un ritmo frenético, mi pelvis golpeaba sus nalgas y mi polla entraba y salía de su cuerpo a una velocidad vertiginosa. El ruido de nuestros cuerpos chocando se hizo ensordecedor, pero de su boca no solo no salía ningún gemido, sino que acabó por salir un “¡¡NO TE CORRAS!!” que no fue sino un preludio, un vaticinio certero de lo que estaba a punto de ocurrir.

Yo ni sentía casi rozamiento en la inmensidad de su coño, que ni mucho menos estaba tan dilatado como después de usar el arnés, pero que aun así era demasiado para mi polla… Y a pesar de aquella amplitud yo sentía un placer inmenso… y no podía evitar correrme mientras ella gritaba un “¡¡PARA, JODER!!” que me hizo estremecer, al tiempo que mi semen me abandonaba entre chorros y mi orgasmo y mis obscenos jadeos se solapaban con un “¿¿TE ESTÁS CORRIENDO??” que aun fue más duro y sobrecogedor…

Un orgasmo largo, pero entrecortado e involuntario… tras el cual me detuve… Abochornado.

Hubiera preferido una recriminación, un reproche, incluso un insulto. Pero el castigo fue un silencio insoportable.

Mi miembro salió de allí de forma lastimosa y culpable, dejando un reguero espeso que bajaba por el interior de uno de sus muslos. Solo alcancé a decir un “voy a limpiarte” que sonó ciertamente vergonzante.

Cuando volví del cuarto de baño con el papel higiénico María ni se había movido. Fue ella la que se hizo con el papel con una mano y se incorporó para limpiarse, de rodillas sobre la cama. Yo, tras ella, veía como acababa de limpiarse con una mano y cogía su móvil con la otra. Cortó el audio. Lo borró. Y, no sé si consciente o no de que yo veía la pantalla perfectamente, le escribió a Edu: “Esta noche no puedo, lo siento”.

CAPITULO 12

Se mantuvo en esa posición unos segundos. Me daba la sensación de que no lo hacía por estar esperando una respuesta inmediata de Edu; sinceramente pensaba que lo que buscaba con ello era asegurarse de que yo leyera lo que allí ella acababa de escribir. Y yo me preguntaba por qué.

Desfiló hacia el cuarto de baño, sin hablar, con el papel higiénico en una mano y con su móvil en la otra. Yo me sentía dolido por haberla decepcionado. Como ella con Edu. Era como una cadena de poder. Edu la dominaba a ella, la cual usaba ese dominio para humillarme a mí. Edu ya no me dominaba directamente, sino a través de ella; ya no me dominaba directamente, porque se había aburrido de hacerlo o porque yo había escapado de aquellos contextos.

Escuché el grifo de la ducha y con mi permanente sentimiento de vergüenza me puse los calzoncillos y fui al cuarto de baño a lavarme los dientes. Allí me encontré con algo demasiado tentador: María se duchaba con la cortinilla corrida y sobre el lavabo yacía su móvil.

Aún sin haber decidido qué hacer eché la pasta sobre mi cepillo. Mis dedos temblaban de manera exagerada, a pesar de aún no haber cometido infracción alguna. Seguía escuchando el agua caer. Entre María y yo no había más de metro y medio de distancia, pero aquella cortinilla era un muro que me ofrecía la oportunidad de delinquir.

Comencé a cepillarme y miraba aquella pantalla apagada. El agua de la ducha no dejaba de caer, y sabía que aquella ducha sería corta, que no se lavaría el pelo; tenía que decidir ya.

El pequeño cuarto se cargaba de espesor, creando una nebulosa onírica y empañando un espejo en el que yo ya casi no me veía… Tenía que decidir ya. Y decidí. Mis torpes dedos marcaron el código de su móvil y, tras mirar de reojo hacia la cortina rosada, busqué su chat con Edu. Todo ello sin mover un ápice su móvil de donde estaba. Subía y bajaba por la conversación y, por tantos nervios y por la sensación de que iba a ser descubierto en cualquier momento, apenas podía ordenar una conversación basada en reproches, o más bien en un auténtico rapapolvos de Edu y evasivas pusilánimes de María. Llegué a leer: “Víctor va a tener que follarse a esa vieja, ni puto caso le has hecho” y algo me subió por el cuerpo, cierto enfado, pues me parecía que valía bastante más Sara que Víctor. Edu preguntaba después para qué había querido quedar y ella respondía, en cierto modo vendiéndome, con un “Fue Pablo el que quiso”.

No me daba tiempo a enfadarme o sorprenderme por cada frase, ya habría tiempo para eso, solo quería leer, guardar en mi memoria todo lo posible… y esperar que el grifo de la ducha se cerrara antes de que se abriese la cortina.

Tras esa frase de María, Edu respondió un “Le gusta mirar a ese. Está claro”. Y tras un silencio de ella, aquel cabrón no quiso soltar su presa y preguntó: ¿Te obligó a follar con alguien más?” Mi dedo tembloroso se movía por la pantalla mientras seguía cepillándome los dientes y el agua de la ducha seguía cayendo. “Él no me obliga a nada” respondió María y Edu escribió: “Entonces eres tú que eres un poco zorrón”.

Lo que más me sorprendía no era la terminología de Edu, ni aquellas frases tan directas, sino que mi novia no le mandaba a la mierda, además le respondía de manera ciertamente mansa, con términos como “de verdad no entiendo que te pongas así” o “creo que te estás pasando”. Tras un “estoy un poco hasta la polla de vosotros dos” de Edu, María de nuevo no le reprochó con fuerza, sino que escribió un conciliador “Si te he confundido al querer quedar hoy lo siento”.

Hubo un lapso de tiempo el que nadie había escrito, tras el cual María le preguntó por Begoña, y fue entonces cuando Edu le envió la nota de audio y le pedía que ella enviara otra. Reparé en ese momento que si Edu respondía ella vería que yo lo había visto, que yo había estado con su móvil, por lo que salí rápidamente de aquella conversación.

La ducha seguía con aquel tono constante de sonido de agua caer… y la tentación fue demasiado fuerte: entré en los chats con Guille, que era un número sin guardar, y Álvaro que seguía siendo “Álvaro cumple de prima”, y solo vi un “¿por qué no respondes?” y un “¿dónde te metes?” que no pude retener de quién era qué frase y el grifo de la ducha se cerró.

Salí de aquellas conversaciones al instante y escupí la pasta de dientes en el lavabo.

Me fui al dormitorio antes de que ella saliera de la ducha. Me sentía mal. Mal conmigo mismo y en cierto modo dolido con ella. No me había mentido en nada… pero aquellas respuestas serviles me oprimían el pecho...

Ya los dos en la cama y con la luz apagada llegué a sentir a María, a sentir su tentación de plantearme un segundo intento. Miró su móvil un par de veces antes de disponerse a dormir. Buscaba sin duda una respuesta que la calmase. Al final no hubo ni tentativa para conmigo de buscar su ansiado audio ni respuesta de Edu. Pero esa no sería la última vez que mi novia iba a hacer aquella comprobación, ya que varias veces, durante la noche, noté como se giraba y revisaba su teléfono, ansiando, anhelando, que le hubiera escrito. María buscaba un “no pasa nada” que la dejara dormir tranquila.

Creo que mi subconsciente siempre había supuesto que una vez viera a María con otro hombre todo se asentaría, todo quedaría en su sitio y toda curiosidad y suspense desaparecería. “Vale, es esto, ya está, ya lo has visto, ya sabes lo que se siente”. Pero qué equivocado estaba. Cada vez que cerraba una puerta se abrían dos ventanas y cada vez que María me respondía a algo o yo le curioseaba el móvil más dudas me asaltaban; de lo que sentía yo, de lo que sentía María, de lo que estaba pasando.

En ese estado me fue imposible no bombardear a María con mensajes aquella mañana de martes desde el trabajo. Que si has visto hoy a Edu, que si te ha respondido al mensaje... Ella acabó por cortarme, proponiéndome que me acercara a su despacho aquel mediodía para comer juntos en un italiano. Me era difícil deducir, sin oír su voz, si estaba enfadada por tal cuestionario o si entendía perfectamente mi situación.

Tan pronto acepté la cita tuve la sensación de que tenía infinitas preguntas, pero que muchas no las podía formular, y que no había ninguna pregunta mágica cuya respuesta pudiera aliviarme de un golpe.

Hice memoria de lo que había curioseado en su móvil y me pregunté por qué, tras aquel rato largo sin haberse escrito, María le había preguntado sobre qué tal le iba con Begoña. Pensé en ella, en aquella princesita, como la llamaba Paula, en aquellos gemidos… en si María sentiría envidia… y esos pensamientos hicieron que mi entrepierna se despertara… y mientras mis compañeros se iban al café yo me fui a los servicios del fondo del pasillo con mi móvil y mis auriculares… Allí escuché aquellos tremendos gemidos y gritos de Begoña, sentado en el retrete, sin masturbarme pero disfrutando de sentir mi polla palpitar libre… Volví a poner aquella nota de voz y si comencé a pajearme. Tan pronto lo hice me sentí sucio. Un loco. Pero no podía evitar excitarme de forma incontrolable. No llegué a correrme, seguramente por vergüenza. Me detuve antes de eyacular, con un calentón terrible.

María quiso compartir un entrante y una pizza, acostumbrada a comer poco a mediodía entre semana. En traje azul marino de pantalón y chaqueta y camisa blanca, hablábamos de nimiedades, conscientes de que mi explosión era inminente. Acabamos el primer plato y no me contuve más:

—¿Entonces has visto a Edu esta mañana?

—Sí.

—¿Habéis hablado?

—Sí, pero no de nada… o sea, hemos hablado de trabajo.

—¿Solo de trabajo?

—Sí. Él, aunque no lo creas es discreto… en esto.

—Pues no tengo recuerdo de eso precisamente.

—Bueno, ahora es así. No me ha dicho nada ni me ha puesto cara de nada.

—¿Y te ha respondido al móvil?

—No.

Pronto me vi en un callejón sin salida. Pero fue ella la que prosiguió:

—El jueves tengo que ir al juzgado con él.

—Igual te pide que vayas en falda o algo entonces.

—No creo. La coña esa es con otro juez.

Se hizo un silencio, sus respuestas eran concisas, cortas, como queriéndome decir que no tenía nada que esconder, y que no merecía aquel tribunal, haciéndome sentir a mi algo culpable.

Yo quería romper aquel silencio pero no podía hacerlo reprochándole sus ansias de complacerle. Sentía que no me convenía aquel camino. Además era latente un inminente corte en el que me dijera que el tema Edu era tema finiquitado. Decidí pegar un volantazo y preguntarle por Álvaro y Guille; le recordé de manera sutil, e intentando ser algo gracioso que me debía mucha información de lo sucedido el viernes pasado. Al ver que se mostraba receptiva le planteé ir a cenar el fin de semana y que me lo contara, unos avances cenando y lo más fuerte ya en la cama. Su respuesta consistió en informarme de que el fin de semana no podría tener sexo por cuestiones cíclicas... de su cuerpo… lo cual me hizo recordar inmediatamente que había follado sin condón y una importante tensión me subió por el cuerpo.

—Además ya sabes que el sábado tengo la cena de aniversario del Máster.

Lo había olvidado completamente, su Máster cumplía veinte años desde su primera edición y había una cena de gala o algo similar.

—Y no te escaqueas, eh —dijo seria, sabedora de que era lo último que me podía apetecer en el mundo.

Empezó a hablarme del plan de esa cena y me acabó diciendo que ella tampoco tenía muchas ganas de ir y que, además, por culpa de dicho evento, no podía ir a un curso de formación, pues coincidía el mismo fin de semana.

—¿Y Edu va a la formación esa? —pregunté, sin que tuviera demasiado sentido, pero aquello me despertaba unos recuerdos de lo más intensos.

—Pues no lo sé, qué quieres que te diga —respondió y mi cabeza voló a Alicia, a María contándome como le había escuchado como se la follaba… a las fotos que me había mandado desde aquel hotel y que yo le había reenviado a Edu…

Estábamos acabando de comer y María ya miraba su reloj casi compulsivamente, con más ganas de volver al trabajo que yo, o quizás siendo más responsable que yo, cuando solté una pregunta que me sorprendió tanto a mi como a María. Una pregunta que llevaba meses en algún rincón de mí. Una duda que quizás fuera la más insoportable:

—María… no sé por qué a veces tengo la sensación de que te pongo y a veces de que no.

Me miró fijamente. No mostró sorpresa. Más bien como si estuviera esperando a que le diera alguna pista más de lo que rondaba por mi cabeza.

—Ayer, por ejemplo, creo que a pesar de querer enviarle el audio a Edu, sí que había deseo por tu parte —dije, sintiendo algo extraño al pronunciar la palabra “deseo”, como si me hubiera salido demasiado ñoño.

Nos trajeron los cafés por lo que la respuesta de María se hizo esperar.

—¿Cómo lo ves? —pregunté al ver que ni yéndose el camarero ella llegaba a responder.

—Pues… lo veo… que es difícil saber a veces lo que pasa.

Aquel “lo que pasa” me sonó a eufemismo de “lo que me pasa”. Me quedé callado. Podía sentir como ella pensaba, quizás buscando una respuesta que me llenara más y que le llenara más a ella.

En aquel momento ni María sabía cuál era la clave de aquello. Y yo tuve que conformarme con aquella respuesta, sin saber que pronto ella se aclararía y me lo aclararía a mí.

La despedida estaba cerca y yo sentía que María me había dado aquel espacio para que lo aprovechase, que no iba a aceptar sucesivos cuestionarios así como así. Pero me resultaba complicado hacer más preguntas sobre Edu, y, sobre la noche de Álvaro, Guille y Sofía las respuestas habían quedado oficial y formalmente post puestas.

Ya que no podía sacar más información quise dedicar los últimos minutos a intentar sacarle alguna sonrisa. Había una tensión que yo quería romper. No lo conseguí. Y pensé que quizás debía de haber empezado por ahí.

Nos despedimos sin que efectivamente le pudiera sacar ni más información ni aquella ansiada sonrisa, y lo que saqué más en claro fue la confirmación del tremendo erotismo que desprendía María en el trabajo. Caminaba hacia el coche y en mi mente se cruzaban imágenes de mi novia en la comida que acabábamos de tener, imágenes de su lenguaje gestual, de su densa melena, de sus mirada expresiva, de cómo le quedaba aquella camisa blanca, de su culo bajo el pantalón de traje cuando había ido a los servicios del restaurante, de cómo se le marcaba el pecho cuando se quitaba la americana… Tenía que haber un tremendo cotilleo, incluso escándalo, entre los hombres de su despacho. Quizás Begoña fuera más guapa de cara, más perfecta en esencia, pero era demasiado niña; la sensualidad y sexualidad que desprendía María dejaba sin aliento, y ella parecía seguir sin saberlo, parecía solo saberlo cuando, excitadísima, follaba salvajemente con un semi desconocido, como había pasado con Álvaro y con Guille.

Aquella tarde en el trabajo volví a tener un tremendo calentón, pero no por los gemidos de Begoña en mis auriculares, sino por las imágenes de María, montando a Álvaro, dándole la espalda, gustándose… follándoselo, orgullosa, asumiendo sus impertinencias como un mal menor y asumible siempre y cuando aquella notable polla la siguiera satisfaciendo.

Creía que aquel día no iba a depararme nada más. Que bastante rápido estaba yendo todo. Que parecía increíble que estuviéramos a martes y la locura de quedar con Víctor y Edu hubiera sido veinticuatro horas atrás y que la locura vivida en casa de Álvaro hubiera sucedido solo cuatro días atrás. Pero no, estaba equivocado, aquel día no había terminado.

Estábamos en el salón comedor, ya habíamos cenado. Yo estaba recostado en el sofá con mi portátil. En la tele había algún programa que nos aportaba ruido de fondo. Y María estaba sentada a la mesa, también con su portátil, acabando algo de trabajo. Aquella noche no se había cambiado, había llegado, había cenado y se había puesto a trabajar, por lo que yo la observaba como la observarían sus compañeros de trabajo: elegante, sobria, concentrada. Con toda aquella feminidad suave combinada con la brusquedad de su sujetador marcando la delicada camisa. Llegué a mirarla, tan absorto, que no la vi venir, no vi que ella también me estaba mirando, y que aprovechaba esa conexión para hacer una pregunta que yo no esperaba:

—Pablo. ¿Te molestó que ayer de noche te dijera si querías ponerte… eso?

—¿El qué? —pregunté, queriendo ganar tiempo, cuando era obvio que se refería a cuando me había dicho de ponerme el arnés, ya que con mi polla no era capaz de sentirme como para gemir.

María me puso cara de que era obvio lo que me estaba preguntando.

—No —mentí— ¿Por?

—Me dio la sensación.

—¿Quieres usarlo esta noche? —pregunté, quizás más para tantearla, para saber de qué iba.

Se quedó callada un instante. Dudando.

—No sé si la oferta de Edu sigue… en pie —dijo descolocándome un poco.

Me levanté del sofá, con intención de ir a por una botella de agua a la cocina. Mientras lo hacía veía de reojo como María bajaba la tapa de su portátil y cogía su móvil.

En la cocina pensaba que me extrañaba que Edu no le dijera nada en persona, pero la creía. Me parecía surrealista que Edu le pidiera eso en un mensaje y ella le dijera que no podía hacerlo esa noche y que aquello quedase allí. Como si lo que se hablaran por móvil fuera un compartimento estanco independiente en sus vidas.

Volví con la botella y la posé sobre la mesa donde María hurgaba en su móvil. Me coloqué tras ella e irremediablemente me sentí Víctor por un instante, pues, de pie, a su espalda, estando ella sentada, me retrotraía a como había estado aquel demacrado cuarentón la tarde noche del lunes. Era cierto que las vistas eran pecaminosas, sucias si uno le echaba arrojo y desvergüenza. El nacimiento de los pechos de María y algo de su sujetador se veían con imponente limpieza. Seguro que aquella imagen era más que suficiente para que Víctor disfrutara de una importante paja si es que no había acabado la noche con Sara, o aun así.

María apoyó los codos en la mesa y, sin importarle mi presencia o precisamente por ello, entró en la conversación con Edu. De nuevo se disponía a escribirle, sabiendo que yo podría leerlo, pero esta vez no me daba la sensación de que pretendiese humillarme. Nerviosa, escribió, borró, y volvió a escribir, hasta que apareció en la pantalla:

—¿Sigue en pie lo de mandarte la nota de audio?

Edu estaba en línea y María fingía dignidad y templanza, pero su lenguaje corporal, errático y extraño, la delataba.

En el teléfono aparecía que Edu estaba escribiendo y nos quedamos completamente inmóviles. En silencio. Paralizados. De aquella seguramente no lo sabíamos, pero en cierta forma ya nos tenía dominados a los dos.

“Esta noche no me apetece, envíaselo a Víctor si quieres”. Respondió y apareció en la pantalla el contacto de su desagradable amigo, para que María pudiera guardarlo.

—Menudo gilipollas… —resopló María, ¿enfadada? ¿decepcionada?

Yo me mantuve en silencio. Los dos quietos.

—Es que es un gilipollas —insistió.

Ante tanto resoplido y tanta repugnancia yo esperaba una respuesta contundente o que directamente no le respondiera.

Airada, negando con la cabeza, tecleó.

“Estás loco… A él no”.

Se echó hacia atrás y yo me aparté. Se incorporó y me dijo que se iba a dormir. En apenas cinco segundos me quedé solo en aquel salón. Otra vez teniendo que obedecer a los tiempos de María, tiempos que a María le marcaba Edu.

Edu. Iba a hacer un año que le había conocido, que había empezado todo… que había puesto patas arriba mi vida.

Cogí mi móvil. Estaba enfadado. No podía entender aquel sádico juego que pretendía plantear metiendo también al asqueroso de Víctor. Con un valor que en persona no tenía me dispuse a escribirle. Entré en mi conversación con él y me encontré con aquella última frase suya:

“Hoy no me hables, lo que sea será con ella, con Víctor y conmigo. Creí que habías aprendido, veo que no, te dije que dejaras de hacer el imbécil. No respondas a esto.”

No me amilané ante aquella amenaza. Aunque sabía que todo iba demasiado rápido, que cinco minutos atrás estaba tranquilamente con mi portátil, observando a María en silencio, que quizás me estuviera precipitando… Pero estaba decidido. Lo iba a hacer. Escribí:

“Estás forzando demasiado. Ella pasa de Víctor”.

Lo escribí del tirón. Por una vez. Convencido. Lleno de razón. Aunque inevitablemente tenso.

Edu estaba en línea, pero no respondía. María se había llevado el móvil, pero no me daba la sensación de que estuviera escribiéndose con ella; además porque la escuchaba abriendo y cerrando puertas de nuestro armario.

Finalmente me respondió:

—¿No te he dicho que no me hablaras más?

—Me da igual —respondí, nervioso, sentado en aquel sofá, acalorado, pegado a la pantalla.

—¿Sí? ¿te da igual? Mira, te voy a reconocer que una duda sí tengo: ¿Has puesto a follar a María con alguien más?

—No te voy a contestar a eso —escribí ya infartado, podía sentir la presión casi como si le tuviera delante.

—A follar con alguien más que con el Álvaro ese, quiero decir.

Cuando leí eso en la pantalla sentí como si un rayo cruzara mi cuerpo de arriba abajo. Apagué la pantalla, como un resorte, como en un espasmo involuntario, como si por apagar la pantalla aquella frase no hubiera existido.

Pero sí, existía.

Me quedé sin respiración. No me lo podía creer.