Jugando con fuego (Libro 3, Capítulos 1 y 2)

Inicio del tercer libro.

CAPÍTULO 1

Sabía que podría luchar para despertarme, pero prefería aquel limbo, aquel espacio inexacto entre soñar y divagar, pues aquel sueño semi consciente me estaba mostrando verdades con más claridad que si estuviera totalmente despierto.

El lugar era nítido, conocido para mí en el sueño, la casa de un amigo. Me sentía a gusto. Me rodeaba gente conocida, gente con la que podía ser yo. Sin embargo, había en mi interior una desazón, algo había cambiado. Era algo descorazonador, doloroso. E irremediable. No había habido una impacto único, sino un proceso. Estaba claro, todos allí lo sabíamos, aunque no hablábamos de ello; no por mi dolor, sino porque hacía tiempo que la ruptura se había producido.

Solo me aliviaba esa pequeña consciencia de saber que estás soñando, pero no quería irme, quería seguir en aquella casa, en aquel salón, ayudando a servir la cena, por lo que aquellos sentimientos pudieran descubrirme.

Sentía el pecho oprimido, como si no pudiera coger todo el aire que quisiera. La ausencia de aire era la ausencia de María en mi vida.

Compartía conversaciones intrascendentes mientras me preguntaba sino había hecho absolutamente todo lo posible para que María me acabara dejando. Un año, casi entero, maquinando, conspirando, manipulando, empujando, para un objetivo.

Lo curioso era que no llegaba a sentir culpa. Y no la sentía precisamente porque su actitud final me contrarrestaba. Como si su disfrute en sus encuentros sexuales me exonerara. Como si el hecho de yo revelarle cosas que ella en el fondo quería, la hicieran a ella tan culpable como a mí, pues no le había hecho crecer en ella un sentimiento, sino que solo lo había liberado.

Pero el dolor era terrible. Y aun no habiendo culpa, había conciencia de la sinrazón.

Germán sentado a mi lado. Mi confidente, mi confidente real. Pues mi otro confidente había sido Edu. Qué absurda locura, o no. Me miraba mi amigo con ojos comprensivos pero a la vez sin entenderme, sintiendo empatía por mi dolor, pero no por mi comportamiento. A su vez había un “te lo dije” permanente. Y yo sabía que no había atendido a sus consejos, si bien no recordaba cuales habían sido, más allá de buscar a un tercero formal, profesional, entre comillas, como si aquello fuera a arreglar algo. Como si el problema fuera el quién y no el qué.

Notaba como se me dormía cada vez más el brazo, y eso hacía alejarme más de aquel sueño consciente y adentrarme más en la realidad. Aquel adormilamiento me hacía tomar consciencia física, de mí y de mi entorno. Un sofá, un sofá conocido, un olor a nada, pues a nada huele tu propia casa. Ya casi completamente despierto recordé qué hacía allí. Recordé como le había escrito a Edu con el beneplácito de María, como ella no le había contestado a Guille ante la propuesta de subir a nuestra casa a follársela. “¿Por qué no?” le había preguntado fingiendo distancia, “porque solo me faltaba que ese idiota sepa donde vivo”, había sido su sádica respuesta. Y aquel sadismo había ido en aumento, llegando a inquina, cuando una vez zanjada la visita de Guille y dejando en el aire la cita con Edu y Víctor, había comenzado a hacerme preguntas. Un cuestionario pernicioso, con superioridad. Juzgador. A la pregunta “¿Por qué siempre te acabas yendo cuando empiezan a follarme como tú no sabes?” no pude responder. Y a la segunda o tercera vez que me recriminó con palabras gruesas decidí abandonar la cama e irme a este incómodo sofá. No sin antes recibir las últimas estocadas, con frases que jamás le había escuchado: “En el fondo eres un cobarde, quieres que me follen pero después te cagas y te vas. Eres un mierda”.

“Eres un mierda”. Jamás me había hablado así, ni le había hablado así a nadie en mi presencia. Y lo peor no era el contenido sino la rabia que se desprendía de su voz, de su tono, de su gesto.

Liberé mi brazo y abrí los ojos. La penumbra era casi total. No dejaba de ser curioso que tan solo veinticuatro horas atrás también hubiera mal dormido en otro sofá; en aquella locura, que tenía tan presente, con imágenes tan nítidas en mi mente, pero que a la vez sentía muy lejanas. Como un compartimento estanco en mi vida.

Mi vida, la noche de la boda con Edu y mi vida otra vez. Mi vida, la noche en aquel antro, y mi vida otra vez. Lo paradójico era que en aquellos compartimentos era cuando más vivo me había sentido.

Miré el reloj, no hacía ni una hora que me había marchado huyendo de mi propio dormitorio. Me había parecido más. Me había venido al salón, dejando a María allí, pero trayendo conmigo todas las incógnitas. Solo parecía tener una cosa clara: no me arrepentía. Aun sabiendo que había el peligro latente de que María me dejara, no me arrepentía. Aun sabiendo que María había quedado con Paula la tarde anterior, seguramente para pedirle consejo o para hablarle de dejarme, no me arrepentía. A pesar de sentirme un enfermo por disfrutar de aquella manera de haber entregado a mi novia a aquellos dos niños pijos, no me arrepentía.

Aquellos dos chicos, aquel antro, aquella noche. Aunque pensara en otra cosa simultáneamente me venían imágenes de todo lo sucedido… De María besándose con aquel chico al que decía odiar... de María chupándosela a Álvaro… De mi novia montándole… De cuando ella había dejado de incluirme, de mirarme… De los cuatro en la cama… De Álvaro ensartándosela… en el culo… Sus gemidos de dolor y mi dolor silencioso. No contento con eso me preguntaba qué más, qué más habría pasado en aquel dormitorio todas aquellas horas en las que yo había estado ausente. ¿Cómo habían llegado a juntarse los cuatro, los dos amigos y las dos rivales, en el mismo catre? ¿Por qué se había ido Sofía? ¿Qué pasó cuando se quedaron entonces los tres? La frase de Guille, aquel “Álvaro le está dando por el culo a tu novia, por si quieres verlo”.

Y lo de Edu, siempre presente, siempre trasversal. Qué se traía con él. Y Víctor… ese cuarentón magnético, carismático, atrayente, pero a la vez en cierto modo repulsivo, que parecía saberlo todo y querer rondar cual buitre por lo que pudiera pasar. La ropa de María; vestirse con falda por orden de Edu para gustarle al juez afortunado, de pija para Víctor, o con tal o cual bikini para él. ¿Y aquella época más provocativa en el despacho? ¿Compitiendo con Patricia? ¿Para gustarse, para seguir siendo la primera del despacho o para obedecerle? Siempre había dudado entre la primera y la segunda hipótesis, y ahora sobrevolaba la tercera.

Mi mente era un huracán que repasaba todo lo vivido y todos los frentes abiertos, con la sensación subyacente de que ni mi mente ni mi cuerpo podían con todo.

Giré sobre mí mismo hasta quedar boca arriba, más cómodo, más en armonía con mi cama improvisada, y entonces escuché unos pasos, unos pasos descalzos, acercándose. La sentí llegar. Sentí llegar a ella. A mi novia. A mi prometida. A María. A la que más quería y jamás querría a otra. A ELLA. A la dueña de todas las respuestas.

CAPÍTULO 2

Un sexto sentido, una intuición, o quizás fuera por tantos años juntos, pero desde que había escuchado los pasos más lejanos había sabido que la visita era un enterramiento de hacha de guerra y no una búsqueda de mayor conflicto Mi certeza no tardó en confirmarse:

—Mono… —escuché en un susurro— Qué haces aquí...

Me mantuve en silencio. Sabía que ella sabía que yo no dormía, y sabía que aquello era lo más parecido a un “perdóname, me he pasado” que me diría. La disculpas con María eran así, disfrazadas, implícitas, más de tono que de sustancia.

Mi silencio era un hacerme el digno impostado y ella prosiguió:

—Venga… O duermo yo aquí o te vienes. No tienes por qué dormir aquí.

Me incorporé y la busqué con la mirada, pero la oscuridad era tal que no lo conseguí. Me levanté del sofá y pude comprobar que llevaba puesto la chaqueta blanca de seda de su pijama y no así el pantalón, lo cierto era que hacía bastante calor, que la calefacción era exagerada para un febrero extrañamente cálido. Interpretó que mi plan era que juntos abandonásemos el salón.

—¿Has dormido? —preguntó ya caminando, fluyendo delante de mí hacia nuestro dormitorio, en una pregunta que no habría hecho en otro contexto.

—He dormido y he soñado.

—¿Ah sí? ¿Con qué? —hablábamos en tono bajísimo, como si fuera posible despertar a alguien.

—Mmm… No me acuerdo —dije mientras me quitaba el pijama por completo y nos metíamos en la cama.

El dormitorio estaba iluminado por un resplandor proveniente de las luces de la ciudad que sí me permitía mirarla a los ojos. Nos tumbamos de lado, uno frente al otro.

—Qué —dijo mirándome, entrañable, dulce, casi mimosa.

—Qué de qué.

—Que qué miras.

—A ti.

María sonrió, más con los ojos que con la boca. Se acercó más a mí. Me besó. Sus labios con los míos. Un beso corto, pero algo húmedo, totalmente casto sino hubiera estirado mi labio inferior un poco al despedirse.

—No sé enfadarme contigo —dijo en un murmullo.

Cuando me pude dar cuenta, alguno de los dos, o ambos, había tomado la decisión de repetir el beso. Y otro, y otro. Y comenzó a sobrevolar la idea de hacerlo, de hacer el amor, de tener sexo, sexo normal, con mi novia, con mi prometida. Sexo normal en nosotros era precisamente lo más anómalo.

Mientras ya acariciaba sus pechos sobre la seda de su pijama y nuestras piernas se entrecruzaban pensaba que aquella no era la María en shock tras lo sucedido con Edu, y aquello me asustaba a la vez que me tranquilizaba. Me asustaba por pensar qué clase de mujer, tras lo vivido hacía tan pocas horas, no se encuentra más afectada, qué clase de mujer quiere follar otra vez tras semejante desmesura. Nunca lo habría esperado de ella. Pero, por otro lado, me tranquilizaba, pues la idea de una ruptura o de cualquier derivado, se alejaba si ella respondía así, con aquella naturalidad.

Fue ella la que me ayudó a desabotonar los botones de su chaqueta del pijama, fue ella la que se deshizo de sus bragas, y fue ella la que buscó mi polla, con eso, con naturalidad, mientras yo me implicaba en encenderla con mis besos, con mi lengua que invadía su boca, y con pequeños mordiscos en su cuello que pretendían hacerla quejarse mínimamente, en pequeños suspiros, siempre casi en silencio, como si fuéramos universitarios o adolescentes y compartiéramos habitación con alguien a quién no quisiéramos despertar.

No recordaba la última vez que lo habíamos hecho así, sin arnés, sin mensajes de móvil de Álvaro, sin pensar en Edu… Era, curiosamente, raro. Y el hecho de que los dos supiéramos que aquello era tan inusitado lo hacía todo aún más bizarro. Sobrevolaba a cada beso, a cada caricia, a cada pequeño mordisco, una idea en ambas cabezas, un “qué locura llevamos haciendo durante meses”.

Mi mano acariciaba la entrada de su coño mientras ella me pajeaba, con nuestras bocas pegadas, abiertas, y con nuestros ojos cerrados. Su paja se aceleró y sus piernas apretaron las mías cuando quise ir más allá en su entrepierna, cuando un “uff… despacio”, salió suspirado de su boca, una queja sorprendente, que me hizo recordar por lo que había pasado su coño horas antes.

Cuando su paja se aceleró y temí acabar antes de haber empezado, decidí moverme, hasta colocarme sobre ella. María abrió las piernas y quiso acogerme sin más miramientos. Llevé mis manos a ambos lados de su cuerpo y quise que mi polla buscara aquella cavidad suya por sí sola, que entrara casi sin querer por el simple roce, por estar tan cerca; quería mirarla a la cara mientras se la metía, quería follar con mi novia, mirándola a los ojos, después de tantos y tantos meses buscando todo lo contrario, buscando fingir que no era yo y buscando que ella imaginase que no era yo.

Tras unos segundos en los que nuestras caderas se movían acompasadamente, pero mi polla no acertaba a invadirla, María, sin dejar de mirarme, esbozó un “métela” implorante, que curiosamente no me hizo sentir más hombre, como sería lo esperado después de todo, sino que me hizo sentir aún más amor por ella.

Llevé una de mis manos a mi miembro, para dirigirlo, y pronto sentí su coño menos receptivo de lo esperado. Y una pequeña queja volvió a salir de su boca.

—¿Paro?

—No, no, sigue —respondió María, decidida.

Desde luego no era el coño dilatado, abierto, que había llegado a mí aquella misma mañana. Era un coño cerrado, algo lastimado, que parecía buscar que mi mente fuera a recordar todo lo sucedido con Álvaro y Guille, pero yo me negaba a irme de aquella habitación con María, de su mirada, y de aquella conexión.

Mientras escuchaba un suspiro teñido de lamento mi polla se fue adentrando y acoplando a ella, la cual, con un movimiento certero de cintura acabó por encajarse completamente y suspirar, quizás no tanto de gusto como de alivio. Yo estaba dividido en dos, el Pablo que se moría de enamoramiento al hacer el amor con ella y el Pablo al que se le cruzaban frases recriminatorias constantemente. Al fin y al cabo, la idea de que habían tenido que follarla durante horas, no uno, sino dos chicos, para que su coño hubiera quedado lo suficientemente afectado como para sentir mi mínimo miembro en su interior, estaba allí.

—¿Qué te pasa? —preguntó seguramente por notarme ausente. Era verdad, sus quejidos me habían teletransportado al motivo de los mismos.

—Nada…

Durante unos instantes mi polla entraba y salía de su cuerpo, en pequeños movimientos, para no salirme. Siempre sin dejar de mirarnos. Con las palmas de mis manos sobre la cama y nuestros ojos clavados. Ella abría la boca en pequeños sollozos y llevaba sus manos a mi culo, también acompasaba un poco mis movimientos pélvicos con su cadera, despacio, como despacio se iba dilatando y humedeciendo aquel coño lastimado. Cuando María me sorprendió:

—¿Quieres... saber… ?

—¿Saber qué?

—Lo que pasó… las veces que… te fuiste.

Aminoré un poco el ritmo. No esperaba aquello. Pensé. Pensé mientras la miraba. Sus ojos. Sus labios tiernos. Su torso al descubierto por tener la chaqueta del pijama abierta. Sus pechos imponentes, que se movían como flanes a poco que nuestros cuerpos se acompasaban adelante y atrás.

—No… hoy no… —respondí.

María no respondió y volví a penetrarla un poco más rápido, en un polvo maravilloso y algo triste a la vez. Y era triste porque no sabía cuánto había de verdad, cuanto había de deseo real por su parte, y porque sabía que aquello le podría llegar aquella noche, que nos podría llegar aquella noche, pero que no iba a ser como antes nunca más.

Inconscientemente pregunté:

—¿Qué hacemos?

—¿Con qué? —preguntó ella, sin dejar de acompasar mi cadera con sus manos en mi culo y con sus propia cintura, sin dejar de respirar por la boca, en una pregunta que parecía hacerla para ganar tiempo.

—Con nosotros, con nuestro sexo… con… lo que pasó ayer… con Edu… con…

—Ya…—me interrumpió— pues… esto… follar así… follar así… despacio, mirándonos, todas las noches— respondió y aquel “mirándonos” no me sorprendió, pues nunca nos habíamos mirado así, durante todo el acto, mientras lo hacíamos, y era obvio que ella también estaba reparando.

—No nos llega, María —respondí seco, convencido, siendo yo el maduro, por una vez.

Mi novia no respondió y una de mis manos fue a acariciar uno de sus pechos, a sentir su areola y su pezón… siempre sin dejar de penetrarla lentamente, siempre sin dejar de sentirla…

—¿Se lo has contado a Paula?

—¿Lo de ayer?

—Sí.

—No…

—¿Por qué?

—Porque no… porque es demasiado.

Era cierto. Había sido demasiado. Mi menté voló, por un segundo, a cuando yo entraba en la habitación de Álvaro y éste se follaba a Sofía mientras Guille hacía lo propio con María, a cuando le veía metérsela, clavársela… y… no sabía si se la estaba follando sin condón o no. No pude aguantarme:

—Y… ¿lo habéis hecho sin condón? —pregunté de golpe, tenso, viendo allí un problema donde antes no había visto nada.

El silencio de María me mató. Y un “joder, María” salió de mi mente, pero no de mi boca, pues no quería empezar una guerra de reproches. Era lo último que pedía aquel contexto.

—¿Pero no se corrieron dentro, no? —cada pregunta me sonaba extraña, imposible de emitir, uno nunca se plantea que pueda llegar a pronunciar ciertas frases.

—No, eso no —dijo ella con rapidez.

—Y si… y si… no sé… buscamos a alguien —pregunté sabiendo que estaba abusando de las preguntas y sorprendiéndome de soltarlo así, después de las vueltas que había dado aquella posibilidad.

—¿Alguien? Alguien para qué.

—No sé… alguien desconocido, quizás que se dedique a eso, que no sea conocido. Que… no sé… algo para… centrar esto, para canalizarlo, no sé.

María se quedó en silencio y no sabía si estaba sopesando la posibilidad o digiriendo la idea de que yo tenía razón, que negar que necesitábamos a un tercero no haría más que tapar una verdad, una necesidad que haría que explotase en otra noche en la que a ambos se nos fuera completamente de las manos.

Insistí, aun sabiendo que aquella idea no me convencía del todo, nunca lo había hecho, aunque no sabía aún por qué.

—Alguien que… eso, discreto, en otra ciudad, más pactado… buscado con calma…

—No sé… Pablo… Nos… nos casamos en unos meses.

—¿Y?

—Pues… no sé… lo de ayer fue una locura, lo de Edu fue una locura… creo que… podemos dejar esto como una locura de novios… Podemos casarnos y recordar esto como una locura de novios y ya está.

Era surrealista tener aquella conversación así, con mi polla entrando y saliendo en ella, con mis caricias en su torso, con sus manos en mis nalgas, con nuestras respiraciones agitadas… después de lo vivido pocas horas antes… Y era surrealista que María plantease en voz alta aquel auto engaño.

—Si quieres… —interrumpió mis pensamientos— Si quieres… ahmm —gimió levemente— este verano… después de casarnos… vemos eso, con eso, con un desconocido, con alguien… normal.

—¿Normal?

—Bueno, que se dedique a eso, si es que lo hay.

—Claro que lo hay —dije con la perenne sensación de que algo no me convencía de aquel plan, aunque ciertamente aliviado por su cesión.

—¿Y Edu? —pregunté.

—Ni Edu, ni Álvaro, ni Guille, nunca más —respondió más seria.

—No… me refiero a eso que os traéis, lo de vestirte como él te pide. ¿Te ha respondido?

—No, no me ha respondido. Y… pues sobre eso… Ufff… Mmm… —llegó a cerrar los ojos y a apretar con más fuerza mis nalgas— pues… no sé… Es como que… me… me gusta que… no sé explicarlo. No es que me guste, es que me… atrae… o me engancha… que esté pendiente de mí. Es… no sé si es la palabra… porque igual la palabra es demasiado fuerte, pero es como que es… excitante que… eso, que esté pendiente de mí.

—¿Te excita que te ordene cosas?

—No… es que… me excita que esté pendiente, no sé explicarlo. Aunque no me gusta que implique al tío ese.

—¿A Víctor?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque… amm… uff… así… Pablo…

—¿Por qué?

—Pues porque es asqueroso, porque sabe lo que pasó en la boda… porque me da grima… No lo puedo ver.

—Si Edu acepta quedar deberíamos quedar. Los cuatro —dije a sabiendas de que estaba forzando la máquina.

María cerraba los ojos y se dejaba llevar un poco, y yo, crecido por sentir que le estaba dando placer, aunque no fuera un polvazo, aunque seguramente María no llegaría así a un orgasmo, pero al menos era yo, era mi polla, y no un miembro de plástico quién la penetrase, insistí:

—Deberíamos quedar… Y es que… quiero verte, quiero verte con él. Quiero ver esa excitación porque esté pendiente de ti de la que hablas. Aunque solo sea una vez. Quiero participar de eso.

En ese momento algo nos sobresaltó. Era su móvil, que vibraba en la mesilla.

Fue una vibración concisa, de un solo golpe, anunciando que era un mensaje, único, y no una llamada. ¿Edu? ¿Guille? ¿Álvaro? A pesar de la indudable curiosidad no hubo desvíos de miradas, que seguían puestas en nosotros. Incluso, sin saber muy bien cómo, y sin por supuesto ningún amago de ninguno de los dos de coger el móvil, nos vimos teniendo sexo frente a frente pero ambos tumbados de lado, con nuestras piernas entrecruzadas, dejando atrás lo de estar yo sobre ella.

Cara a cara, con mi miembro entrando y saliendo de ella lentamente, acariciándonos el pelo, las caras, con nuestras bocas siempre tan cerca... Yo aún no lo sabía, pero aquel polvo podría ser el principio de nuestra salvación.

Una vez le dimos la espalda a aquel pretendiente que yacía sobre la mesilla fue María la que quiso saber más. Para hacerlo se separó un poco de mí; su cara, como para enfocarme, como para verme el semblante por sus preguntas, como si yo pudiera decir más por lo que callase que por lo que hablase.

Tras varios titubeos alcanzó a preguntarme qué era lo que me hacía volverme loco, el motivo real y más originario para que yo ansiase verla con otros. Lo cierto era que no me era sencillo de explicar. ¿Por morboso? ¿Por humillante? Hasta que hizo una pregunta menos previsible:

—¿Pero qué ves en mí en esos momentos?

Llevé una de mis manos a su culo para acercarla más, para unirme completamente a ella mientras le respondía. Siendo un único cuerpo, y sin movernos, mientras le tapaba una teta un poco con la chaqueta de su pijama y comprobaba como su pezón lo atravesaba, le respondí:

—Veo… no sé, te veo… veo como varias Marías… La primera María que… cuando le hacías la paja a Álvaro… incluso cuando se la chupaste… Es que… ver como mandas… como te desean… pero a la vez cómo los controlas… porque después… cuando te dejas llevar más… cuando te follan duro, aunque te insulten… no sé, me dio completamente la impresión de que seguías mandando tú, que… no sé, que ellos creían que se aprovechaban de ti cuando tú te aprovechabas de ellos tanto o más.

Y es que era cierto, aun en las partes más crudas de aquellos actos sexuales, aun cuando estaba siendo vejada por las duras penetraciones de Guille o de Álvaro, había dado la sensación de que ella seguía mandando, por su mirada, por su lenguaje gestual… por su entereza.

María me escuchaba atenta. Parecía conforme con mi explicación.

—¿Y con Edu? —preguntó.

—Con Edu es diferente.

—¿Por qué?

Ante esa pregunta me vi en una encrucijada. Moví mi cintura hacia ella y destapé su teta de nuevo. Mi envite la hizo entrecerrar un poco sus ojos. Cómo decirlo. Con Edu lo diferente y que tanto me excitaba eran sus nervios, cómo él la impresionaba, cómo la intimidaba, lo cachonda que la ponía. Con Edu no mandaba nada; sus nervios, su mirada baja, era como una expectación sumisa, un “anhelo a la vez que temo lo que quieras hacerme”. Pareciera una cadena de mando. Con Edu arriba, debajo María, debajo de ella Álvaro y Guille y debajo yo… ¿O estaba yo arriba del todo? Y es que era curioso, pero en aquella mezcla de morbo y dolor por ver follar a María con otros el morbo me hacía sentir pletórico y el dolor me soterraba bajo todos ellos. No sabía si yo dirigía la orquesta o la orquesta me dirigía a mí, pero lo que era innegable era la que la canción la había escogido yo.

—Dime, ¿por qué? —insistió sacándome de mis pensamientos.

—Pues… porque… Se ve que con él no mandas —dije intentando no ser demasiado claro. Por algún motivo no quería desvelar que quizás fuera aquella especie de latente sumisión ante Edu lo que me excitaba de verla con él.

—¿No mando?

—No sé, mandas menos. No se te ve tan segura.

María no pareció aceptar tan bien aquello. Probablemente porque no encajaba con su perenne orgullo.

—¿Algo más? —pregunté queriendo que no tirara más de aquel hilo, siempre sin saber muy bien por qué.

—No…

Seguimos con aquel polvo tranquilo y sentido. Nuestras bocas se volvieron a encontrar. Me vi de nuevo sobre ella y a poco que aceleré un poco el ritmo de aquellas metidas comencé a sentir que me corría. María lo sabía igual que yo, pero no me pidió que acelerase ni que aminorase, dejó a mi decisión la duración de aquel acto… y yo sabía que ella no podría correrse así, aunque no por ello pensaba que ella no estuviera disfrutando. Conociéndome como me conocía me suspiró en el oído, mientras nuestras caras se pegaban más, que me corriera dentro, pues sabía que yo estaba a punto. Me retiré un poco, posando las palmas de mis manos sobre la cama, a ambos lados de su cuerpo, nos miramos, ella me acarició la cara, aceleré bastante durante unos segundos hasta que me detuve por completo, y comencé a eyacular abundantemente dentro de ella, dentro de su coño, dentro de su cuerpo, mirándola a los ojos, disfrutando de su rostro, de ella, de aquella locura, y de aquella serenidad por fin en la intimidad de nuestro dormitorio.

Me tumbé sobre ella y nos quedamos dormidos. Así. Sin ir a asearnos al baño. Sin mirar el móvil. Sin hablar. Seguía habiendo muchas incógnitas, pero lo más importante seguía a salvo.

A la mañana siguiente, domingo, no quise parecer ansioso, pero en cierto modo lo estaba. No quise preguntar, esperé a que ella me enseñase su teléfono cuando quisiese.

Sentados, desayunando, y entre diferentes carantoñas, mimos, zumos, cafés y tostadas, María acabó por deslizar su móvil por la mesa, hacia mí. Había doble novedad. La vibración de la noche había sido Guille insistiendo para venir a casa a follársela, y es que en un registro similar al de Álvaro había escrito un “Venga, dónde vives, que quiero volver a follarte”, que me sorprendió relativamente, pero no por ello no me sobresaltó, pues no encajaba aquella proposición escrita de borrachera con nuestra paz de domingo por la mañana.

Y la segunda novedad era Edu, accediendo de forma madura, seca, a que quedásemos los cuatro para tomar algo al día siguiente después del trabajo. Aquella especie de cita parecía una locura, yo ni sabía qué podría salir de allí, pero era indudable que estaba completamente enganchado a ver a María con Edu, aunque solo fuera tomando una cerveza. Para colmo estaría Víctor y si todo se cumplía también ella vestida para él, por petición de Edu. Era de locos. Pero mi novia no se había negado todavía, yo no había recibido un "no" explícito cuando le había dicho más o menos que me merecía participar en aquel juego.

Dudé en hacer la pregunta concreta para asegurarme de que de verdad lo íbamos a hacer, pero no la hice. Lo dejé estar. No me lo acababa de creer, que aceptase aquello, con Edu, otra vez, cuando apenas nos habíamos repuesto de lo sucedido con Guille y Álvaro, cuando yo aún ni sabía muchas cosas de las que habían sucedido con ellos… Después de semanas y semanas en las que no avanzaba nada en mis pretensiones había ocurrido aquella locura con aquellos niños pijos… y apenas tres días más tarde podría aparecer Edu en nuestro juego otra vez. Parecía hasta demasiado deseado como para ser verdad.

La decisión, como siempre, la tendría María, decisión que yo acabaría conociendo aquella misma tarde.