Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 49 y 50)
Final del libro 2.
CAPÍTULO 49
Si el sentimiento de culpa no me había asaltado con mi primer orgasmo sí lo hizo con el segundo: Con las bragas de María en mi nariz, mi camiseta del pijama apartada y mi pantalón medio bajado, contemplaba el estropicio de mi semen impregnando mi vello púbico. Una paja casi compulsiva recordando las diferentes imágenes: María arrodillada chupándosela a Álvaro… María a cuatro patas recibiendo las embestidas de Guille mientras se la chupaba a Álvaro… María enculada por aquel crío… No había acabado de eyacular cuando ya me preguntaba a mí mismo qué clase de mente enferma podía masturbarse así, con las bragas de su novia sobre la cara, mientras recuerda eso.
A duras penas llegué al cuarto de baño sin mancharme. Tras asearme en el lavabo me duché, lo que suponía, tras la ducha de María, la limpieza del último resquicio en nuestras pieles de lo sucedido.
Una vez en la ducha, lloré.
No fue un llanto compungido, fue un llorar extrañamente tranquilo, y de impotencia, de rabia, de no poder controlarlo, de no poder controlarme. Me caían las lágrimas y se fundían con el agua de la ducha mientras me castigaba por haber llegado hasta allí, pero, sobre todo, por no querer, por no poder parar.
Es que no había solución. Yo ya no podría tener sexo normal nunca más. Por mucho que me plantease amparar, apoyar a María, sabía que, en el fondo, quería que volviera a suceder. Por mucho que me doliera, sobre todo, cómo se la habían follado entre los dos, cómo se había dejado penetrar analmente por Álvaro, me excitaba recordarlo… y mi mente ya casi maquinaba para conseguir volver a vivirlo.
Tras volver a colocar la ropa interior de María en su abrigo, fui al dormitorio a por ropa de deporte, estaba decidido a salir, no sabía si a correr, teniendo en cuenta mi estado, pero sí necesitaba al menos caminar al aire libre. Creía que María dormía, pero, nada más entrar en la habitación, me pidió que le trajera el móvil. Otra vez aquella voz neutra, fría, que me dejaba aun más frío a mí.
Dejé su móvil en su mesilla y no cruzamos palabra. Me vestí en el salón, salí a la calle y en seguida descarté correr y caminé a paso rápido. Pronto comencé a recordar lo vivido en casa de Álvaro e… irremediablemente... me empalmaba… me excitaba… mientras paseaba… y me avergonzaba de mí mismo. Intentaba pensar en un “y ahora qué”, pero daba por hecho que hasta que no hablase con María no podría concretar nada. Tras lo de Edu, me había dicho que no quería saber nada de él, ni del juego, pero, ahora, después de aquella locura con aquellos niñatos, después de cuatro meses auto engañándose con que yo sí le excitaba… estaba convencido de que María habría concluido por fin algo diferente, algo real, algo tajante.
¿Dejarme? Ya no descartaba nada.
Intentaba no pensar en nada sexual mientras caminaba. Me seguía fustigando por hacerlo. Cómo era posible sopesar que María me dejara, pero, a la vez, que mi mente recordase e imaginase todo lo sexual de lo vivido la noche anterior. Pero no podía evitarlo. Y, quizás por primera vez en mi vida, pude alegrarme de mi deficiente miembro, pues, con una polla normal, teniendo en cuenta lo fino de mi corto pantalón de deporte, se notaría mi casi perpetua erección durante la caminata. Mi mente no solo iba a recordar los momentos más duros, más sexualmente duros, si no a imaginar todo lo que podría haber pasado en todas aquellas horas en las que yo no había estado presente. Lo peor era que después de ver su cara desencajada de placer mientras montaba a Álvaro dándole la espalda… después de ver cómo le devoraba la polla a Álvaro mientras Guille la embestía desde atrás… podría haber sido capaz de todo. ¿Y Sofía? Nunca habíamos hablado de ningún tipo de interacción con ninguna mujer, tampoco me pegaba en María, pero… ¿acaso era la misma María?
Aparte de eso estaba lo de dejarse penetrar analmente por Álvaro… Lo del sexo anal con María no es que hubiera sido un tema tabú, pero nunca nos había ocupado mucho tiempo. Era algo que ella nunca lo había hecho con nadie y que, seguramente estaba reservado a que lo hiciera conmigo alguna vez. Mientras pensaba en eso recordaba cuando Edu me había recriminado no haber hecho apenas nada con María, ni sexo anal… ni aquello de que me masturbase con sus pechos… Quizás eran cosas que yo pensaba que María haría conmigo cuando tocase, y, de golpe veía como eran cosas que había hecho con ellos por primera vez.
No dejaba de mojar mi calzoncillo, en aquel paseo, mientras me preguntaba si finalmente la habría enculado hasta el final… si le habría arrancado así algún orgasmo… y, junto con la excitación, también sentía cierta indignación con María, pues volvía a pensar si de verdad había sido necesaria esa entrega… eso de follar tantísimas horas… eso de dejarse follar por los dos a la vez… eso de dejarse dar por el culo… Me preguntaba otra vez si de verdad tan necesitada estaba… Pues, lo de Edu, habiendo visto sus nervios… su intimidación, casi su admiración… podría entenderse mejor su entrega a él, pero lo hecho con aquellos niñatos era un follar por follar, un desahogo, un aprovechar fuera lo que no podría vivir en casa… De golpe me vi recordando aquello de Víctor, aquello de que María había tanteado a Edu para repetir, ¿y si hubiera sido cierto? ¿Y si tras el rechazo de Edu no le hubiera quedado otro remedio que explotar la vía de Álvaro como consolación? Como consolación entre gigantescas comillas.
Volví a casa y comí. Solo. No quise despertarla. Me tumbé en el sofá después y conseguí dormir. De hecho dormí con mayor profundidad que durante la mañana. Me despertó el ruido de la ducha; María se volvía a duchar, pasaban ya de las siete de la tarde. Un rato más tarde apareció ella en el salón, en zapatos, vaqueros y un jersey rosa grueso. Seguía sin decirme nada. Se puso el abrigo y entonces notó en sus manos lo que había en los bolsillos. No parecía acordarse. Y se fue entonces al dormitorio, a echar a lavar o a guardar según qué cosas.
Volvió a pasar entonces por el salón y simplemente me dijo que se iba a tomar algo con Paula. “¿A contarle lo bien que te han follado?” pensé.
De nuevo, en la soledad del salón, comencé a pensar, y la idea de que ella me dejara cobraba más fuerza. De hecho, más sensato que que quedara con Paula para contarle su disfrute sexual, era pedirle consejo sobre qué hacer con su relación. Comencé a preocuparme seriamente.
Me levanté del sofá, más con la intención de distraerme y no martirizarme con aquella cábala, pero acabé revisando qué había hecho con la ropa interior de su abrigo. Efectivamente había echado las bragas y la camisa a lavar y había guardado la falda, el liguero y las medias. Tentado, enfermizamente tentado, estuve de hacerme otra paja con aquellas bragas, antes de que fueran lavadas.
Volví al salón y María me había escrito. Iluso de mí pensé que me escribiría diciéndome si quería ir a cenar fuera con ella. Al fin y al cabo era sábado por la noche, pero lo que me decía era que cenaría con Paula, y que, si tenía hambre, que fuera cenando, que no la esperase.
Que no la esperase, otra vez, como por la mañana, y yo me preguntaba si era justo aquel martirio. Si la que se había excedido no era ella, si no era ella la que tendría que dar todas las explicaciones. Me preguntaba por qué el asustado tenía que ser yo. Por más vueltas que le daba no sabía quién tenía que pedir perdón a quién, quién tenía que rendir cuentas a quién.
María volvió sobre las once de la noche y yo ya estaba metido en la cama. Demasiadas emociones, demasiado estrés y quizás demasiado miedo. Quería preguntarle “y ahora qué”, pero no estaba seguro de atreverme.
Entró en el dormitorio e hizo algo que me dolió...
CAPÍTULO 50
Mientras yo trasteaba con el móvil ella cogió uno de sus pijamas de dos piezas, de chaqueta y pantalón de seda blanco, y se fue con él al cuarto de baño. Yo escuchaba como allí se desnudaba y se vestía y se lavaba los dientes y se secaba el pelo con el secador, cosa que hacía a veces cuando llegaba con frío. El hecho de que se desnudara y se vistiera allí me mató. ¿Por qué? ¿A cuento de qué? Intentaba hacer memoria, quizás alguna vez lo había hecho así, pero era realmente poco habitual.
Volvió al dormitorio y se metió en la cama. Yo me preguntaba cuántas palabras habíamos cruzado desde que había vuelto de casa de Álvaro. Aquello era demasiado. Demasiado doloroso aquel silencio, aquella incertidumbre. Estaba dispuesto a pedirle hablar, aun a riesgo de escuchar algo que no me gustase… cuando su móvil se iluminó.
—Quién me puede llamar a estas horas —musitó María, y yo, a su lado, pero lejísimos de ella, veía como no aparecía ningún nombre en la pantalla, si no un número de nueve cifras.
Mi novia acabó por responder.
—¿Sí? ... No… no sé quién eres … Ahh… ya veo ya… Sí… no, ya… Sí... que Álvaro ha tardado en darte mi número.
María respondía seca, casi con arrogancia. Yo sabía, al noventa y nueve por ciento que era Guille.
—Sí… pues en la cama… … No, claro que no salgo. … Si… … No… te estoy diciendo que estoy en la cama... … Que estás borracho… me parece muy bien… —respondió con extrema desidia— No, no duermo sola, no. … ¿Qué? Pues con el que conoces. … Sí. Claro, vivo con él. Es mi novio, ya lo sabes…
Aquel chico le hablaba, y yo, incómodo, incómodo por la conversación, por su tono, de suficiencia, crecida, algo impostado.
—No, claro que no… —Se hizo un silencio especialmente largo, el chico le hablaba y ella no hacía ningún gesto, hasta que prosiguió— Ah, ¿qué quieres venir? Ya… a follarme, ¿no? —dijo eso y me quedé petrificado— No sé… un poco raro… decírmelo así, ¿no? ... No… por mi novio no te preocupes, por él encantado. … Si te lo digo en serio, ya lo has visto— dijo aun más seca— Sí… claro… ya, ya… … Bueno… —Sí, sí… la ubicación… ya veré… Ay, eso ya no sé. Hay mucho jaleo, no te oigo. … … Sí, ahora mejor. … Bueno, pues eso… sí, ya veré, venga… … Sí, ya… chao, chao.
María colgó el teléfono.
—¿Era Guille? —pregunté.
—Sí —dijo posando el móvil en la mesilla.
—¿Y?
—¿Cómo que y? Ya lo habrás oído. Me preguntaba si salía esta noche, le he dicho que no, y me ha dicho de venir aquí a follarme.
Aquella palabra caía como un rayo sobre mí, como una corriente eléctrica, partiéndome por la mitad. ¿Cómo era posible que hablase así de algo… así? ¿Qué clase de sadismo era aquel?
—¿Y qué le has dicho?
—Le he dicho, o me ha preguntado, no sé, si estaba sola, y le he dicho que contigo. Sigue sin creerse que tú, como novio, quieras que me folle todo el mundo.
—Yo nunca he dicho que quiera que te folle todo el mundo.
—Pues ya me han follado tres, y tú encantado —dijo, saliendo de la cama, y dirigiéndose al armario.
No sé por qué pregunté aquello, fue lo primero que me salió. Yo quería contraatacar, demostrarle que no me podía cargar a mi con todo, pero seguramente no fuera la mejor manera de hacérselo saber:
—¿Y quién mejor?
—¿Que quién me folló mejor? —preguntó mientras rebuscaba en uno de sus cajones, como si tal cosa.
—Sí.
—¿De los tres?
—Sí.
—Pues... estos dos me follaron bien... pero Edu es Edu.
Cada frase suya tenía un peso terrible, pero yo intentaba mantenerme imperturbable.
—¿Ah sí? ¿Y Guille...? ¿Y la polla de Guille? Qué tal la polla de Guille quiero decir.
—La de Guille… pues… no como la de Álvaro, ni mucho menos como la de Edu… es… normal… una polla normal... de hombre.
Aquel “de hombre” era una puñalada, una venganza, para mí, fuera de lugar. Yo no entendía cómo habíamos empezado aquella absurda conversación ni a qué venía aquella actitud de ella. Me daba la sensación de que me quería cargar a mí con todo, de que se sentía mal porque ella sabía que se había descontrolado y me quería hacer a mí cargar con toda la culpa, para quitarse ella su responsabilidad. Era conocedor de su orgullo y sabía que aquella entrega a aquellos críos la había jodido y que, echarme a mí la culpa, era un salvavidas para su conciencia.
María rebuscaba en unas cajitas que tenía con joyas y se quitaba un pequeño colgante que había llevado a cenar con Paula.
—¿Entonces va a venir Guille ahora y te va a follar? —pregunté serio, utilizando aquella palabra que tanto me dolía, juntando Guille y venir a follar en la misma frase, pero yo siempre mantenía aquel poso de masoquismo.
—Es lo que quieres.
—No, es lo que quieres tú.
Se hizo un silencio mientras ella revisaba aquellas mínimas cajas y yo no sabía ni qué decir. Y, de nuevo, dije algo que llevaba dentro, sin medir nada las consecuencias de sacar ese tema:
—¿Y Edu? Creía que… bueno… que había cierta predilección por él.
—¿Tuya o mía?
—De los dos. —yo no dejaba de alucinar con la chulería con la que respondía y hablaba de aquellos temas, que siempre habían sido tabú, y de golpe, parecían banales.
—… Pues… mira… Precisamente me ha escrito esta tarde.
—¿Ah sí? ¿Y qué te ha dicho?
—Míralo si quieres. El pin es 1606.
El dieciséis de junio es nuestro aniversario, descubrir su contraseña así se me hizo extrañamente doloroso, me hacía pensar aun más en qué nos estábamos haciendo.
Cogí su móvil, tecleé esos números, entré en los chats. Era el último que le había escrito. Leí:
“El lunes va a estar Víctor. Ya sabes, vente pija”
—¿Y esto? —pregunté, impactado, pero sabiendo que aquello no era nuevo, y que ya me había dado explicaciones no del todo convincentes sobre ese tema.
—Pues eso… la verdad es que me pone un poco obedecerle esas chorradas. —confesó, matándome.
—¿Ah sí? —pregunté fingiendo curiosidad, cuando lo que sentía era dolor.
—Sí.
María cerró el cajón y se volvía a la cama. Las tetas se le marcaban a través del pijama. Tenía la cara seria, pero morbosa, guapa, sobria, intimidante. No entendía que me diera morbo en aquel contexto tan agresivo y tan chulesco… pero no lo podía evitar.
—¿Y por qué no repites con Edu? —pregunté.
—Porque está con Begoña.
—Ah, es por eso.
—No, no es por eso.
—Pues es lo que acabas de decir.
—No, solo he dicho que está con Begoña y que para qué voy a plantearme nada si tiene novia.
Aquel “plantearme”, en lugar de “plantearnos” no sabía si le había salido así sin querer o a propósito. Y yo no tenía parada en mi contraataque, en mi suicidio:
—Tiene novia y te da envidia. —dije mientras ella se metía en la cama.
—Satisfecha estará seguro —dijo hiriéndome. Castigándome otra vez, para mi injustamente.
—No creo que te diga que no a repetir. Aunque esté con Begoña.
—¿Tú crees? ¿Si quieres quedo con él el mismo lunes? Y tú encantado claro, de que me vuelvan a follar.
—Sí, por qué no. —dije forzando, pero tensísimo… sabiendo que yo no controlaba nada de aquella conversación. Y sin saber cuánto de aquello había de verdad y cuánto de venganza, de querer joderme.
—Sí… y con Víctor puedo quedar también… podemos quedar los tres. Edu, Víctor y yo, ¿no? Y tú también, claro, ¿o es que ya no quieres mirar?
—¿Me lo estás diciendo en serio? —pregunté temblando… haciéndome el distante, pero aterrorizado.
—Claro. Escríbele tú mismo. Ponle… ponle que sí, que me pongo la camisa rosa pija que le pone a Víctor… y... que podríamos quedar los cuatro el lunes para tomar algo.
Yo seguía con su móvil en la mano. Infartado. Sin poder creérmelo.
No sabía qué hacer. Seguía sin entender nada. Cuando por la parte superior de la pantalla vi que le entraba un mensaje proveniente de un número, tenía que ser Guille, que ponía: "¿En serio voy?"
Comencé a escribirle a Edu. Mis manos me temblaban… mis dedos me temblaban… Escribía, me equivocaba y borraba… tardé una eternidad en acabar. Tras escribirlo leí antes de enviarlo:
“Vale, me visto así, por cierto: ¿Quieres que quedemos Víctor, tú, Pablo y yo el lunes para tomar algo? “. Mientras lo leía miraba de reojo a una María que sacaba revistas de su mesilla, como si tal cosa, y maniobraba en su reloj despertador.
—¿Lo envío entonces?
—¿No te he dicho ya que sí?
Alucinado, sin poder creerme lo que estaba pasando. Sin poder entender cómo María pasaba de un extremo al otro en veinticuatro horas, envié ese mensaje a Edu.
Para colmo vi que Edu estaba en línea. Sentí pavor. Pero seguí fingiendo todo lo que no era.
—Te ha vuelto a escribir Guille. Que si en serio quieres que venga.
María no dijo nada. Y yo, como siempre, sin saber por qué, dije:
—¿Prefieres que venga Guille o lo de quedar con Edu el lunes?
—¿Me lo preguntas en serio? —dijo ella volviendo a llevar todo su cuerpo a la cama.
—Sí.
—Pues… creía que sabías de verdad cuanto me pone ese chico.
—Deduzco que te refieres a Edu.
María no respondió y yo no sabía si de verdad todo aquello iba en serio o era una tortura. No sabía si de verdad iba a darle la ubicación a Guille y en pocos minutos vendría a casa a follársela… No sabía si de verdad quedaríamos el lunes con Edu y con Víctor… No tenia ni idea de si todo era un gigantesco farol, un castigo, o de verdad María quería que a partir de aquel momento todo cambiase.
Continuará.