Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 43 y 44)
Continúa la historia.
CAPÍTULO 43
Mientras subíamos en aquel habitáculo miré el reloj, eran casi las tres de la madrugada. Llevábamos bebiendo ni se sabía cuántas horas y María parecía mantener la compostura mejor que yo. Al menos irradiaba una dignidad que tapaba en cierta forma su embriaguez, aunque esta fuera latente. Una dignidad que era triple, pues fingía que lo de Sofía llevándose a Guille no la había jodido, fingía que aquellos besos con Álvaro no la habían afectado y daba por hecho que la pérdida de su móvil no obedecía a un hipotético despiste suyo si no que había sido Álvaro quien se lo había perdido o quién sabe si robado.
María salió primero del ascensor; vi su caminar elegante, sus tacones, su falda de cuero tapando aquel liguero que ella aun no sabía que yo sí sabía de su existencia. Timbró antes siquiera de que yo hubiera salido del ascensor, con una decisión imponente. Yo estaba hecho un manojo de nervios por volver casi inmediatamente al lugar del delito, y ella esperaba tras la puerta como si tal cosa, o al menos eso parecía, o al menos eso quería proyectar.
Un segundo timbrazo coincidió con Álvaro abriendo la puerta, con sus pies descalzos, su pantalón de pijama azul y su camisa a rayas abotonada ahora solo un bar de botones, a la altura de la mitad de su torso, como si se la acabara de poner otra vez. María lanzó un “¿dónde está mi móvil?” antes de que el chico pudiera no solo decir algo, si no siquiera llegar a poner cara de sorpresa.
Y antes de que pudiera darme cuenta estábamos los tres de nuevo en aquel salón, que estaba hecho un desastre, de botellas, vasos, ceniceros y manchas pegajosas en el suelo, y María le decía retadora:
—O me lo has robado o te habrá caído en tu habitación.
—En mi habitación no hay nada —respondió él, sin amilanarse.
—¿Cómo que no? Vete a ver —le ordenaba María como si no se acabaran de besar de igual a igual, como si fuesen profesora y alumno, o ama y súbdito, como si hubiera una diferencia de jerarquía sideral entre ambos.
—Que te digo que no hay nada —respondía él lúcido, despierto, activo. Desde luego no parecía el estado en el que una persona decide irse a dormir.
El chico ni parecía tener la intención de ir a su dormitorio a buscar su móvil ni le ofrecía a María que lo fuera a buscar ella misma, y fue ella la que desfiló delante de él, en un resoplido de hastío, embocando aquel oscuro pasillo por enésima vez, como si la casa fuera suya. Tras ella fue él, que daba la impresión de soportarla tan poco como ella a él, y yo, que seguía cargando con los dos abrigos, y me sentía un vasallo apartado, siguiendo los pasos de mi novia y del chico que la acababa de besar.
Álvaro emitió un “a la izquierda” indicándole a María donde estaba su dormitorio y mi novia se perdió por ese flanco, donde ya no había más pasillo, y dejamos los tres, a la derecha, un par de puertas cerradas. Una vez en su dormitorio aluciné con aquella ciénaga, de muebles viejos y ropa por todas partes, olor a cerrado y oscuridad. Ademas las paredes eran de un color rosado extraño, nada que ver con el resto de la casa, como un remiendo que no pegaba nada.
Fue Álvaro el que encendió una luz de una lámpara de una mesilla, que custodiaba una cama desecha y cutre, con barrotes en el cabezal y a los pies de la cama. No es que el resto de la casa fuera moderna precisamente, pero aquel dormitorio te cambiaba, y mucho, de siglo. María rebuscaba sobre una mesa, sin importarle desordenar lo desordenado y Álvaro, tras encender aquella mugrienta lámpara, fue a su encuentro, o a detenerla, diciéndole que ahí era imposible que estuviese.
—Esto es una cuadra…. Es imposible encontrar nada... —dijo María retrocediendo un poco, apartándose de aquella mesa, y enredando sus tacones entre ropa y algunos papeles tirados, e hizo un gesto con las manos, como de no querer tocar nada más, como si todo lo que hubiera allí le repugnara y fuera susceptible de mancharla.
Álvaro seguía sin amilanarse, y le respondía en contraataques:
—Bueno, tranquila. Te he dicho que aquí no está.
—¿Pues dónde coño está? —preguntó ella, a medio metro de él, y a mi se me encendió mi propia bombilla, y empecé a rebuscar en los bolsillos del abrigo de María. Al segundo intento mi mano topó con un objeto duro y fino… indudablemente su móvil…
—Yo llegué a esta puta casa con él —dijo ella haciendo uso de un vocabulario que ni siquiera le pegaba, cuando tuve que manifestar mi existencia, diciéndoles que lo había encontrado, que estaba en su abrigo.
No es que yo esperase una disculpa, y no creía que Álvaro tampoco la esperase, pero al menos sí que bajara el tono, sin embargo ella dijo:
—Pues yo no lo guardé ahí.
Álvaro protestó, harto de ella, le preguntó a cuento de qué venía tanta sospecha, y ella prosiguió:
—Me lo has sacado del bolso y después te has liado y lo has metido en mi abrigo.
Álvaro le respondió, pero no a la cara, si no girándose, en un tono más bajo, como dándola por imposible, pero se escuchó claramente:
—Eres una puta tarada…
—¿Qué dices? —preguntó ella.
—Lo que oyes —se giró él, cabreado, frente a frente, los dos juntos, de pie, entre la cama y aquella mesa. Yo, a los pies de aquel catre, los veía en diagonal.
Se hizo un silencio, el primer silencio desde que habíamos entrado en aquel dormitorio, y ese silencio fue alterado por Sofía, que, indudablemente en el dormitorio de al lado, daba muestras de estar disfrutando bastante más que nosotros tres.
Era obvio que los tres estábamos escuchando aquellos gemidos, aquellos “ohh...” “mmm”, tímidos, al menos por ahora, pero María fingió no escuchar nada e insistió, marcando las palabras:
—Te he preguntado que qué has dicho de mí.
Y un Álvaro, que quería herir, pero sin levantar el tono, que no rehuía la pelea, pero que la planteaba en otras formas, dijo calmado:
—Mira… si te arrepentiste de marcharte y tienes ganas de más no hace falta este paripé.
—¿Pero tú qué coño dices?
—Digo que si quieres follar me lo dices y ya está.
Veía a María hasta capaz de darle una bofetada, o, como mínimo, parecía que se marcharía sin más, pero se limitaba a mirarle con repulsión, como si no se pudiera creer semejante chulería.
Volví a meter el móvil en el bolsillo del abrigo y posé ambos abrigos sobre una silla, sin perderles de vista. Lo que hizo Álvaro después me descolocó, y echó más leña al fuego, pues se agarró la polla, sobre el pijama, sin más, sin dejar de mirarla. María no miró hacia abajo, si no a él, y dijo queriendo ser hiriente:
—¿Qué mierda haces...? Estás enamorado de tu polla o qué…
—¿Y tú? —preguntó él, sorprendiéndome de nuevo, sorprendiéndonos de nuevo, llevando la mano que no agarraba su polla a sujetarle una de sus manos para llevarla a su miembro. María se resistió, pero al hacerlo, no pudo impedir que sus rostros quedasen frente a frente.
Yo no podía ni respirar, no sabía si María le daría una bofetada o Álvaro le atacaría; pensaba que en cualquier momento la boca de él podría buscar la de ella, aun con aquella tensión, aun con aquel odio permanente que se palpaba.
Otro silencio, y otra vez Sofía hizo acto de presencia. Otros gemidos… otros “ahhmmm” “ahh” y las caras de Álvaro y María frente a frente, y una mano de él sujetando una muñeca de ella, pero no conseguía más. Y ella se soltó… y la mano de María quedó libre.
—¿Qué te crees, que me voy a volver loca por cogértela? ¿Que tan pronto te toque me volveré loca?—se repitió María, algo borracha.
—Loca ya estás... —dijo él, produciéndose después un incómodo silencio, hasta que prosiguió:
—Y bien que te gustaban las fotos.
—Si… me encantaban las fotos, no había visto una cosa igual en mi vida… —dijo María, queriendo ser irónica —Estás enamorado de tu polla... de verdad... no puedes ser más ridículo…
Álvaro quitó de allí su mano, por lo que su miembro quedó más libre, y su bulto lucía enorme, aquel pollón no aguantaba más dentro de aquel pijama.
Cuatro, cinco, seis segundos… Sofía ya casi gritando... y la mano de María cobró vida. Clavándole la mirada… frente a frente, pues la diferencia de estatura era paliada por los tacones de ella y por tener él las piernas algo separadas… llevó aquella mano sobre aquel bulto azul.
Los dos frente a frente y mi novia le agarraba aquel pollón a través del pijama.
Creí morirme. Me mataba…
No sabía si Álvaro veía en aquello una tregua o una rendición, pero, en lugar de detenerse a vanagloriarse por el tacto de su mano, llevó inmediatamente su boca a los labios de María, labios que se apartaron, y yo creí morir, otra vez, sus caras pegadas pero no se dejaba besar... y María comenzó a sobar, a palpar aquella prominencia, retirando un poco más su cara, mirándole, para decirle con aquella retirada de su cara, pero no de su mano, que se alegrase de su mano allí, pero que no intentase volver a besarla.
Fueron unos instantes en los que yo no existía y en los que todo iba en aumento: los gemidos de Sofía, el sobeteo vulgar de María sobre aquella polla oculta bajo el pijama, y las miradas encendidas de Álvaro y María. Veía con más facilidad la cara de él que la de ella, que me daba un poco la espalda, aunque mi ubicación era prácticamente perfecta.
—Tócame por debajo —dijo entonces él, serio.
—Claro… y te hago una paja, ¿no? —dijo ella, más seria aun.
—No estaría mal.
—Lo que quiero es que me dejes tranquilita. —respondió ella mientras ya hacía movimientos a lo largo del tronco que estaba en horizontal… hasta casi parecer que le pajeaba a través del pijama. Parecía que le quería tocar con desidia, como sin importarle, sin sentirse impresionada, pero era difícil de creer.
El chico no respondió y ella insistió:
—Te hago una paja y me dejas en paz, borras mi número y dejas de llamarme y de perseguirme...
—¿Perseguirte?
—Sí.
—Si lo dices por lo de ir a tu trabajo fue un día de casualidad que pasaba por allí… no te lo tengas tan creído…
María seguía recorriendo aquel bulto alargado con desdén y no sabía si creerle aquello; llevaba semanas dando por hecho que aquel chico estaba obsesionado con ella.
—Te hago una paja y me dejas en paz… —insistió ella, parecía que queriendo acabar cuanto antes, tanto aquel tenso diálogo como todo lo demás.
—Claro… claro… —respondió socarrón.
—¿Sí o no? Si prefieres te dejo aquí… empalmado. —quiso zanjar ella de una vez por todas, pronunciando de nuevo palabras que me sonaban raras en ella.
—Vale… —dijo él, sonriendo forzadamente, buscando siempre un punto de tensión en sus réplicas, y yo temí que aquella sonrisa burlona diera al traste con todo, pero María no quiso entrar al trapo esta vez. Detuvo aquel sobeteo, se separó un poco, como preparándose para una nueva operación, y aquella polla dibujaba una silueta paralela al suelo, apuntándola, acusándola… Y llevó sus manos entonces a la goma de la cintura de su pijama… y lo separó de su cuerpo, tirando hacia sí… y tuvo que alejar aquella prenda muchísimo de su cuerpo para poder liberar aquello sin tocarlo… y lo destapó, lo justo, lo justo para que aquel pollón y sus huevos quedaran libres… rebotando un poco su polla hacia arriba al soltarse, y se pudo ver aquel miembro no ya apuntando al frente si no hacia arriba.
La imagen era impactante. El chico con el pantalón de pijama bajado y con la camisa a medio cerrar, dejaba ver aquella polla ancha, pero sobre todo larga, casi depilada por completo… y María aun no la tocaba. Ni siquiera liberaba aquel oscuro glande, que aun estaba parcialmente tapado por su piel. Todo ello permanentemente invadido por los gemidos de Sofía… Yo estaba sin aire y más sin aire me dejó mi novia, buscándome con la mirada por primera vez, pero alegrándome, diciéndome con sus ojos que en aquello estaba yo también…
Álvaro se abrió aquellos dos botones de su camisa, dejando a la luz un abdomen liso, sin abdominales marcados, pero sin un gramo de grasa, y un pecho imberbe y pálido, dando una imagen de mayor delgadez… se bajó él mismo los pantalones un poco más y acabaron cayendo hasta los tobillos, mostrando unas piernas finas… dando entonces no solo una imagen de delgadez… si no de que aquel cuerpo era prácticamente todo polla… Y reparó en cómo María me seguía mirando antes de que, según su acuerdo, empezase aquella paja que acabaría con Álvaro y acabaría con todo.
Aquel niño pijo, viendo como María me miraba, incluyéndome a mi en lo que iba a hacer, me miró y la miró de nuevo a ella, su mueca era inequívoca, consideraba claramente que no solo ella estaba loca, si no que lo estábamos los dos.
Y yo, permanentemente infartado, tiritando de la excitación, mareado por la borrachera, solo mantenía la lucidez justa como para pensar que aquel pacto era difícil de creer, que la intención de María no era pajearle como canje para que la dejara en paz, si no que quería hacerlo como demostración de poder, para demostrarle quién mandaba y quién había mandado siempre.
CAPÍTULO 44
No era la María temblando de nervios en la habitación de Edu, aunque, de todas formas, me parecía que fingía más seguridad de la que realmente tenía. Yo, sin embargo, estaba al borde del colapso, casi como la primera vez, y no fingía nada, ni siquiera buscaba disfrutar, me limitaba a sobrevivir.
Álvaro, con los brazos en jarra, la camisa abierta y el pantalón del pijama en sus tobillos, podría pensar, si mirara a María, que aquello lo hacíamos con frecuencia, pero, a poco que me mirara a mí, sabría que nada más lejos de la realidad.
María desvió su mirada, que fue de mí hacia Álvaro, su mirada fue de incluirme y a despreciarle. Alargó su mano mientras le miraba y acarició su miembro con las yemas de los dedos, a lo largo de su tronco. Sintió su tacto por primera vez y casi pude sentirlo a través de ella… pero no exteriorizó ninguna emoción, ninguna alteración, siempre fingiendo que aquello no la alteraba, pero yo sabía que sí, yo sabía las semanas, los meses por los que habíamos pasado… aquella polla, dura, caliente… sabía que era algo tremendamente ansiado por ella.
Y entonces, manteniendo aquel gesto inexpresivo, llevó su otra mano también allí, y comenzó a acariciar aquel miembro en sentido inverso al que sería el de una paja normal, como si tirara de una cuerda, con delicadeza.
—Te corres rápido y nos vamos. —Susurró ella, en un hilillo de voz, que se pudo escuchar porque Sofía y Guille debían de estar cogiendo aire.
—Sí…
—¿Sí? —insistió ella.
—Sí… aunque si me vas a pajear así… —respondió él.
María de nuevo no se inmutó, y, en un principio no dejó de hacer aquel extraño movimiento, como si supiera perfectamente lo que estaba haciendo y en los tiempos en los que quería hacerlo. Ladeó unos instantes después la cabeza, mirándole, en un gesto exagerado, moviendo su melena, y llevó una de sus manos a sus huevos, que recogió un poco y estiró, y con la otra, usando dos dedos, comenzó a echar su piel hacia atrás, descubriendo un glande oscuro, glorioso y brillante, dejando al descubierto del todo aquella cabeza más ancha que el tronco, una polla bonita según ella, que había visto innumerables veces en fotos y que ahora descubría, sobaba, y trataba con una ternura y admiración, que desde luego no tenía para con su dueño, como si fueran dos entes diferentes.
Álvaro sin moverse, con los brazos en jarra. Y yo, infartado, di un par de pasos, para verlo desde más cerca, hasta ver aquel glande brillar… Me acerqué avergonzado y temeroso de que él me dijera algo.
Otro movimiento exagerado de la cabeza de María, otra vez su densa melena hacia el otro lado y otra vez aquel extraño masaje en sus huevos, como si los ordeñara. Ella alternaba su mirada en los ojos de él y en aquella polla que ella no podía negar que la tenía impactada. Los ojos de Álvaro estaban clavados en los de María, y yo agradecía que no me mirase a mí. Entonces María llevó ambas manos a su tronco, una a continuación de la otra, y aun quedaba polla por cubrir, y entonces ella me quiso de nuevo incluir, mirándome, y yo sabía que aquello podría ser un error; María lo hacía por mí, estaba convencido, me miraba mientras me mostraba que no podía abarcarla, para excitarme, como sabía que me excitaba, pero eso hizo que Álvaro hablase:
—Os gusta, eh…
María me miraba, a metro y medio, con los ojos llorosos, mientras ya comenzaba a masturbarle, y me decía con la mirada “mira que pollón, tiene, no puedo ni cubrírselo con las dos manos”, y yo le agradecía el gesto, pero temía las frases de Álvaro, que continuaron:
—Tengo una buena polla, eh… ¿a qué sí?
María volvió a mirarle, a aquellos ojos enrojecidos y saltones, y él alargó una de sus manos que abandonó su cintura para acariciar la cara de María y ella movió un poco el torso y la cara, para evitar esa caricia. Y entonces él cambió de objetivo y llevó aquella mano a uno de sus pechos, sobre la camisa, y esa mano fue apartada inmediatamente por ella, dejando aquella polla sobada entonces por una sola mano, y acompañó aquel desplante con un sonoro: “no me toques...”
—¿En serio? ¿Me haces una paja y no te puedo tocar? —preguntó volviendo su mano a su cadera y empezando a notar los efectos de aquella paja que ahora era con una mano, pero se notaba que ella ya no acariciaba, si no que agarraba con más fuerza, y ya se empezaba a escuchar el sonido de la piel de su polla yendo hacia adelante y hacia atrás.
María no le respondió y yo creía que me moría allí mismo. Mi polla me explotaba literalmente bajo los pantalones… pero no me atrevía a desnudarme y Álvaro pareció leerme la mente, incomodándome, disfrutando de aquella tremenda paja y desviando su mirada hacia mí:
—Menuda paja me está haciendo tu novia… ¿tú no te pajeas?
—No —dije nerviosísimo, en tono bajo, tanto que dudé si me había llegado a oír.
Pero sin duda me había oído, pues escasos segundos después, dijo:
—¿Cómo que no? Vamos, pajéate… mira cómo me la tiene de dura. —insistió, quizás queriendo compadrear, pero yo me sentía tremendamente invadido por su petición.
María recolocó un poco sus piernas, sus tacones se anclaron con más fuerza sobre aquel sucio suelo, y volvió otra vez a masajear aquellos huevos mientras aceleraba la paja, y de nuevo aquella melena a un lado y a otro. El sonido líquido de aquella piel adelante y atrás de aquel glande cubriéndose y descubriéndose se hacía rítmico y envolvía todo el dormitorio. Yo, atónito. Álvaro, disfrutando, vanagloriándose de tenerla allí, pajeándole, y orgulloso de resistir sin correrse. Aquella capacidad de retrasar su orgasmo le envalentonó:
—Sigue… qué bien pajeas… joder… —jadeaba y cerraba por primera vez los ojos.
Mantenía los brazos en jarra, la camisa abierta y medio sonreía en una mueca lasciva y desagradable, mientras María ya le pajeaba casi con todo lo que tenía, haciendo incluso que sus pechos bailasen por el movimiento bajo su camisa negra.
—Uff… qué buena paja, María… estoy a punto… y tu novio mirando, joder… qué bueno… —jadeaba él, casi ya todo el tiempo con los ojos cerrados… pero a mí me parecía que algo no iba bien, me parecía que faltaba más de lo que decía para correrse… pues su entonación era demasiado nítida… sus piernas no flaqueaban… y sus jadeos no presagiaban una explosión inminente.
—¿Te corres? —preguntó María, seria, como si no se estuviera excitando por pajearle así, como si no le volviera loca aquella polla.
—Oh… sí… sigue un poco más y me corro… —respondió él motivando a María a acelerar aun más, hasta el punto de que yo nunca había visto a María mover su mano a tal velocidad.
Diez, quince, veinte segundos a aquel ritmo brutal. Aquel sonido que era todo lo que yo escuchaba junto con mi corazón palpitar, y ya no sabía si la paja o mi corazón iban a más frecuencia. El chico mantenía los ojos cerrados. Yo ansiaba verle explotar. María le estaba destrozando, le estaba reventando aquel pollón ya enrojecido, el sonido era cada vez más intenso, la punta cada vez más húmeda…
—¿Te corres o qué? —preguntó María, ya desesperada y yo, tentado de sentarme en la cama para no caerme de la excitación, me fijé en cómo los dedos de ella estaban impregnados por líquido semi transparente que llevaba minutos soltando aquel chico.
Álvaro no respondía. Mantenía los ojos cerrados. No se alteraba. Nada en su rostro o en su cuerpo durante el último minuto anunciaba que su orgasmo fuera más inminente. Y María comenzó a bajar el ritmo… hasta que paró por completo. Y retiró su mano.
El chico abrió los ojos mientras María, incapaz, usaba su mano izquierda, su mano no manchada por tanto líquido preseminal, para sacarse la camisa de dentro de la falda.
—¿Te vas a desnudar por fin? —preguntó Álvaro, siempre hiriente.
Y ella, tras completar esa primera operación, y con su mano derecha siempre cayendo muerta para no mancharse, llevó su mano izquierda a su camisa, para desabrocharse los botones. Uno por uno. La imagen de María allí de pie, frente aquella polla que siempre parecía a punto de explotar, mientras se desabrochaba los botones de la camisa de seda negra era para morirse. Mientras ella lo hacía, con cierta dificultad por hacerlo con una sola mano, él dijo:
—¿Te crees que me voy a correr por verte las tetas? —Y la pregunta fue realmente incisiva, pues eso era exactamente lo que creía María que pasaría.
Mi novia, sin responder, acabó por desabotonarla entera e inmediatamente después llevó con cuidado cada lado de su camisa a los lados de sus tetas, para que allí la camisa quedara apartada, por lo que salió a la luz aquel sujetador casi completamente transparente, con aquellas areolas y pezones que se vislumbraban de forma clara, y elegante y burda a la vez. El chico emitió un “joder…” que le salió del alma, y María llevó de nuevo su mano viscosa a aquel miembro, para acabar de una vez con él, usó su otra mano para llevarla a la cadera de él, y él no protestó porque él pudiera ser tocado y ella no, si no que, sin dejar de mirar el torso de María y empezando a recibir de nuevo aquella paja, dijo:
—Joder… menudo… menudas tetazas… joder…
María ladeó la cabeza, se acercó más a él, sabedora de su poder, convencida de que era cuestión de segundos conseguir el orgasmo de Álvaro gracias a lo que le estaba enseñando. Y él permanecía más atento al cuerpo de María que a la paja que recibía, diciendo, visiblemente borracho y quién sabe si drogado, la primera barbaridad que se le pasaba por la cabeza:
—Vaya sujetador de puta… eh… ¿La vistes tú así? —dijo repentinamente, mirándome a mí, helándome, pero excitándome a la vez —joder, pero qué pezones tienes, joder… estoy flipando— insistía él, que se envalentonó y llevó sus dos manos a aquellas copas. María, desesperada por acabar o excitada hasta el punto de no poder pararle, dejó que sus dos manos fueran torpemente, cada una a una copa, y manoseasen sus tetas a través de aquel sujetador, que en teoría había sido comprado para mí.
—Pero qué pedazo de perolas tienes… joder… —le susurró casi al oído por estar más cerca.
—Córrete… venga… —le respondió ella, con menos fuerza, por desesperación o excitación.
Sus caras se pegaron más. La paja se aceleró más. El magreo sobre aquellas copas se hizo más brusco. Y sus caras se pegaron. Álvaro le jadeaba en su oído sin soltar aquel sujetador y María cerraba los ojos y le seguía sujetando por la cadera con una mano mientras, otra vez, a lo máximo que podía, le masturbaba hasta parecer querer arrancarle aquel pollón del cuerpo. Ambos con los ojos cerrados y la cara de él se giró y besó su mejilla, y María no abría los ojos, ni le apartaba, y yo sabía lo que venía, y sus labios se juntaron y sus bocas se abrieron y se fundieron en un beso tórrido y desesperado, sus lenguas comenzaron a jugar tremendamente ansiosas y María seguía pajeándole… y aquel beso se cortó y vi sus labios húmedos y sus ojos cerrados y ella le susurró un “có-rre-te…“, una súplica… dicha, seguro, excitadísima. Pero el chico aguantaba y la volvía a besar, volvía a llenar su boca con su lengua, y yo tuve que sentarme, sobrepasado, al borde del desmayo, y María llevó la mano que estaba en la cintura de él a su sujetador, para abrirlo, por delante, para liberar sus pechos, lo consiguió en seguida, y su sujetador se abrió, aquellas copas desaparecieron, se abrieron como un gran ventanal, y sus pechos quedaron libres, desnudos, y las manos de Álvaro dejaron de sobar aquella lencería de guarra para tocar piel, para tocar la perfecta piel de las impresionantes tetas de María, para palpar aquellos pezones colosales, que se le salían del cuerpo, para acariciar aquellas areolas preciosas y extensas, sin dejar de besarla… sin dejar de destrozarla y excitarla con sus besos, y sin que su polla explotara.
Yo, sentado, veía como María no podía aguantar el ritmo de aquella paja por abajo, ni podía seguir indemne ante aquellas caricias de sus tetas y aquellos besos por arriba. Flaqueó, se abandonó, al menos por un momento, y rodeó a aquel niño pijo con sus brazos, entregándose a aquellos besos, con los ojos permanentemente cerrados, dejando que aquel pollón tremendamente enrojecido y del que colgaba líquido preseminal de manera brutal chocase con su torso, e, indistintamente, manchase su falda de cuero, su camisa de seda y su abdomen desnudo… Y los besos de él descendieron, hasta su cuello; se encorvaba para besarla y María no abría los ojos y recogía él sus pechos con ambas manos y yo sabía lo que era evidente que pasaría, e, infartado, allí sentado, a metro y medio, alucinaba viendo como él llevaba un reguero de saliva de su escote a uno de sus pezones y ella enredaba una de sus manos en su pelo y usaba la otra, para algo que me mató… y es que cogió aquella teta que empezaba a ser atacada por aquel crío… y se la ofreció, recogió su precioso pecho y se lo ofreció para que lo besara, en un gesto tan tremendamente morboso como increíblemente guarro. El chico aceptó aquella teta que ella le daba y comenzó a lamer aquel pezón, haciendo círculos con su lengua… y de María salió un susurro, un “te gustan...” refiriéndose a sus tetas, a aquella teta... Y Álvaro no respondió, si no que se mantenía encorvado, comiendo, devorando aquel pezón, chupándolo hasta hacer que casi se le saliera del cuerpo, succionándolo y dejándolo después libre hasta hacerlo brillar, para ir entonces a su otra teta y María mantuvo una de sus manos en la nuca y en el pelo de él y la otra fue de nuevo a aquella polla enorme, que la apuntaba y de la que, a pesar de mancharla, no parecía parar de brotar aquella espesa viscosidad, pues ahora caía más líquido denso de la punta hasta la mitad de sus muslos.
Yo, alucinado, bloqueado, dudé en sacarme la polla. No podía más. Creí que me moría de la excitación, creía que podría correrme hasta sin tocarme… y Álvaro juntaba sus pechos y los amasaba… los devoraba con ansia, con hambre y yo notaba las tetas de María más grandes e hinchadas que nunca… y si la polla de aquel chico no encajaba con su cuerpo tampoco lo parecían las tetas de María en aquel momento… Creía que eyacularía sin siquiera tocarme viendo como María reanudaba la paja y el chico succionaba ahora el otro pezón, produciendo un sonido que a mí se me hacía desgarrador, y ella le agarraba del pelo... cuando, de ella misma, llevando su boca a su oído, salió, en un susurro algo que me mató:
—¿Quieres que te la chupe…?
Álvaro, enfrascado en aquella comida de tetas brutal, no respondió… y la insistencia de María me mató aún más:
—Quieres… que te la chupe… ¿eh?
—Sí…
—Te la chupo… y te corres…
—Sí… —respondió él, apartándose un poco de ella, dejando ver aquellas tremendas tetas totalmente enrojecidas y empapadas por su saliva y aquellas areolas enormes y aquellos pezones durísimos y completamente fuera de sí.
Yo, por un lado, quería que aquello no acabase nunca, pero por otro sentía que, como en la habitación de Edu, tendría que irme en cualquier momento, pues aquello se me hacía demasiado doloroso e insoportable. Y, por un lado, veía a María capaz de todo, por su mirada encendida, por sus tetas enormes de lo cachonda que estaba… pero aquel “y te corres” que acababa de pronunciar, indicaba que de ninguna forma quería follar con él, que seguía manteniéndose en que quería que se corriera y marcharnos.