Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 25 y 26)
Continúa la historia.
CAPÍTULO 25
En las siguientes semanas usábamos, literalmente, a Álvaro, para aquel juego. María alguna vez le prometía que saldría esa noche, engañándole, pero después de recibir sus párrafos soeces, le acababa diciendo que al final no podía. Llegó un punto en el que cada vez era más difícil que entrara en el juego, pero, al menos hasta el momento, casi siempre acababa cayendo.
Paralelamente a lo que sucedía con Álvaro yo seguía con la mosca detrás de la oreja sobre qué pasaba con Edu, ¿por qué aquella desaparición? ¿por qué aquel rechazo? Pero no quería volver a preguntarle por él, y escribirle me parecía una traición. Quizás fuera absurdo, pues ya había hecho cosas peores a espaldas de María, pero estábamos tan bien que me negaba a hacerlo.
Para colmo, por unas cosas o por otras, María parecía no poder o no querer nunca ir a lo de las cervezas de los jueves. Produciendo en mí aun más misterio, por no decir sospecha.
Solo supe de él a mediados de mes, cuando María se iba a unas jornadas. De pasada, y rápidamente, mi novia me dijo: “por cierto, Edu no va”. Gracias a eso supe, por lo menos, que seguía en el despacho. Durante esas jornadas, que, además, se juntaron con que ella se fue a casa de sus padres por lo que estuvimos más de cuatro días sin vernos, me costó horrores no caer en la tentación de tantear a Víctor y creo que, si no lo hice, incluso más que por lealtad, fue porque tenía esperanzas en que, gracias a la cena de Navidad de su despacho, María, por sí misma, me pudiera confesar algo.
Pero al final María no fue a aquella cena. Dijo no encontrarse bien y quiso quedarse en casa ese sábado. Sábado en que, de nuevo, urdimos un plan, esta vez que María tenía una cena con sus amigas, para que Álvaro diera rienda suelta a lo que le haría al verla, por fin. Mala suerte para Álvaro, al final María no había conseguido liar a sus amigas para ir a los mismos pubs en los que estaba él…
Fueron unas semanas en las que mi vida tenía cuatro vertientes claramente marcadas: Por un lado nuestra vida sexual era alucinante. No follábamos más de dos veces por semana, pero cuando lo hacíamos eran unos polvos totalmente inenarrables, gracias, evidentemente, a lo que nos traíamos con Álvaro. Comenzó a hacerse costumbre que introdujera un dedo en su culo mientras la penetraba, algo que meses atrás ni me hubiera planteado, pero la obsesión de Álvaro por su culo casi nos obligaba a hacerlo; además ella parecía acoger cada vez con más facilidad mi dedo y centrarse así en un placer más intenso. Sobre las medias y los zapatos, no es que se los pusiera a propósito para follar, pero si venía así vestida del trabajo hacía por quitarse la falda, o incluso los pantalones, y dejarse las medias y los zapatos puestos; ella fingía que lo hacía por mí, y yo fingía que no sabía que lo hacía por ella.
Casi siempre usábamos solo el arnés, pero algunas veces volvíamos a hacer lo de pegar el otro consolador en el cabecero de la cama y representar así, como Álvaro la follaba desde atrás y sus amigos le follaban la boca por delante. Los mejores orgasmos de María, sin duda, eran representando eso.
Álvaro no siempre entraba al trapo, cada vez costaba más, cuantas más largas le daba más difícil se hacía, por lo que a veces teníamos que conformarnos con releer lo que le había escrito otros días y revisar sus fotos. Sobre eso él también quería su parte, y es que le pedía fotos a María con frecuencia, pero ella no le daba nada. Una vez, ya desesperado, le pidió sencillamente una foto de su culo enfundado en el pantalón blanco con el cual la había conocido. Intenté convencerla, era una auténtica chorrada, nadie, obviamente, la reconocería. Pero se negó, y yo irremediablemente pensé en lo que pasaría si supiera las fotos suyas que le había enviado a Edu…
La misma noche que Álvaro le pidió eso sin recompensa, le acabó preguntando si aquella noche en la que se habían conocido había llevado bragas o tanga. Obviamente había llevado tanga, aunque raro en ella, pero con aquel pantalón blanco tan fino no le quedaba más remedio. Pues ni eso le dio María, que lo mantenía a raya, con un “No seas guarro, qué te importa eso”, zanjaba casi todo, pero él volvía a caer.
Lo cierto es que solo le daba algunas… digamos… respuestas motivadoras cuando él, tras algún párrafo bien cargado, le acababa preguntando: “¿¡te gusta lo que te escribo!?” y ella podía responder, como mucho, algo así como “no está mal...”. Otras veces él le preguntaba después de otro párrafo enorme con un “¿sigo?” y ella se ceñía a responder “sigue”, pero realmente no le daba prácticamente nada.
Me llamaba la atención como Álvaro parecía acertar justo con la tecla, la tecla nueva, realmente, pues le tocaba esa ramificación de la fantasía, exhibicionista, de sentirse observada, y cuando él volvía con aquello de “mis amigos te miran mientras te follo” o algo más suave del estilo: “en el pub todos te miraban pero solo yo tuve huevos a hablarte porque soy el que más ganas tengo de follarte...” María cambiaba el semblante, encendiéndose. La obsesión por su culo no era igual de compartido; cuando incidía en su trasero me daba la impresión que a ella le daba más igual y lo dejábamos apartado hasta que le introducía el dedo en el culo.
Decía que esa era una de las vertientes de mi vida en aquellas semanas. La segunda tenía que ver con Edu, que cada vez me parecía más extraño. Intentaba no darle muchas vueltas, pensar en que quizás no pasase nada, pero tenía el pálpito absoluto de que algo se me tenía que estar escapando.
Por otro lado estaba mi vida laboral, en la que conseguí el puesto sin apenas sufrimiento, con un par de entrevistas personales, en las que parecía que con no decir que quería matar a media oficina, no había manera de estropearlo.
Y por último, mi vida amorosa con María... estaba en un momento absolutamente pletórico, tanto, que entre ese amor, esa conexión, y nuestra estabilidad profesional, ahora sí, los dos totalmente asentados, me hacía plantearme algo que creo ambos estábamos pensando. Solo me echaba para atrás, sobre esa propuesta, el hecho de tener aquella vida sexual tan extraña, pero no parecía que aquella parte de nuestra vida fuera a cambiar.
Las navidades las pasamos cada uno con nuestra respectiva familia, sobre todo porque la abuela de María estaba un poco mala. Estábamos casi todo el rato colgados del teléfono, y el tema estrella era hablar sobre el viaje que teníamos programado para mediados de enero. Un viaje a la costa oeste de Estados Unidos que pudimos cerrar gracias a que María consiguió finalmente que le dieran unas vacaciones atrasadas que venía arrastrando; lo cierto era que aparte de días debidos, hacía bastantes horas de más y seguramente eso también fue clave. En Nochevieja tampoco estuvimos juntos y, para compensar esta separación a la que no estábamos acostumbrados, decidimos que en el viaje nos montaríamos nuestra propia Nochevieja y que, antes de eso, nos reservábamos para nosotros el primer fin de semana del año: Nos fuimos a una cabaña en el bosque, preciosa, que en realidad era para cuatro, pero la cogimos para los dos. Fueron dos días maravillosos de jerseys gordos y cafés en tazas de latón, de chimenea, caricias y besos hasta quedarnos dormidos, sin relojes, sin casi nada más que nosotros dos… Fueron cuarenta y seis horas de amor puro y dos horas increíbles en las que Álvaro se la folló a lo bestia en el suelo, en la alfombra, frente a la chimenea.
Durante aquel fin de semana en la cabaña me decidí a dar el paso. Le propondría casarnos en el viaje a Estados Unidos, sabía hasta el sitio exacto donde lo haría. De verdad que ella parecía leerme la mente, pues a veces sacaba el tema de que se había casado tal o cual famoso o amigo lejano, y que si ese tipo de boda le gustaba o no, y demás comentarios, que por si solos no entrañarían mucho, pero del contexto general se desprendía todo.
Y llegó el ansiado momento de irnos de viaje. Estábamos en la víspera y María había salido a comprar unas cosas que quería llevar. Yo estaba haciendo la maleta, un poco intranquilo porque al día siguiente, por la mañana, iría a comprar el anillo al que le había echado el ojo, y nos iríamos al aeropuerto después de comer. Pero uno siempre cree estar intranquilo hasta que pasa algo que deja lo anterior en una preocupación absurda, y es que, me escribió al móvil una de las últimas personas que me podría imaginar. Era Víctor.
Me decía que le había parecido verme yendo a recoger a María la tarde anterior. Yo ni me acordaba de la última vez que la había ido a recoger, es más, seguramente había sido la vez que había visto a Víctor por última vez. Dudé en ni responder, en hacerme el loco, pero finalmente, pensando que la cosa se quedaría ahí, le dije que no, que imposible que fuera yo. La conversación siguió y yo estuve a punto de cortarla innumerables veces. Quizás lo que pasaba era que en el fondo no quería hacerlo. Y sobre volaba constantemente el ansia de saber de Edu. Y acabé cayendo. Y tan pronto lo escribí supe que no había sido buena idea, que Víctor, de alguna forma, disfrutaría de tener más información que yo, y la usaría a cuenta gotas para demostrar su control y su superioridad:
—¿Y de Edu? ¿Sabes algo que me pueda interesar?
Aquel “que me pueda interesar” me sonó terrible tan pronto lo vi escrito. No me entendía ni a mí mismo.
—Pues… bueno, sabrás que hace unas cuantas semanas que es el jefe de María ¿no?
Me quedé petrificado. Le iba a escribir que no, que no tenía ni idea, pero tuve la suficiente lucidez para escribir lo contrario:
—Sí, sí, eso claro que lo sé.
—Bien. Oyes, ¿Qué te ha dicho María sobre por qué no fue a la cena de navidad?
—Se encontraba mal.
—¿Se encontraba mal? Creía que se habría inventado algo mejor.
Me sulfuré. Sentado en el sofá miraba el reloj compulsivamente. No entendía nada de lo que me contaba aquel cretino y María tenía que estar al llegar. Lo de que ella no me hubiera dicho que ahora Edu fuera su jefe, indudablemente me jodía, pero una especie de sistema de auto protección en mi subconsciente me indicaba que no pasaba nada y, sobre todo, que no preguntase más. Pero fui incapaz:
—¿Cómo que inventado algo mejor? ¿por qué lo dices?
—Hombre, sabrás que María le ha tanteado para repetir, para que se la folle otra vez.
Mi corazón de golpe se puso a ciento ochenta pulsaciones. “No me lo creo...” suspiré dos veces en voz baja. Mis manos, que hacía tiempo que sudaban, comenzaron a temblar, en espasmos incontrolables… Ya no sabía ni dónde estaba ni qué estaba pasando.
Víctor, aunque no obtuviera respuesta, actuaba como una hiena, sin intención alguna de soltar su presa:
—Y Edu la mandó a la mierda, porque está con Begoña, la de prácticas, y desde entonces ella le evita, lo que puede, porque es su jefe, por eso no fue a la cena de navidad.
No entendía nada. No me lo creía. Ni entendía el sadismo de aquellas frases. Sobre todo ahora que yo ni le respondía.
—Ni un puto jueves va ya a tomar nada, ¿no? —preguntó burlón, astuto, hiriente, y de forma retórica.
—No le apetece. —respondí sin saber ni lo que estaba diciendo.
—Ya… como la cena de navidad. Lo que no le apetece es sentarse al lado de Patricia, las dos folladas por Edu, sabiendo que ahora se folla a la chiquita nueva.
María entró por la puerta. Me cayó el móvil al suelo.
CAPÍTULO 26
A duras penas conseguía recoger el teléfono mientras María entraba, espléndida, en el salón, y yo sentía que me faltaba el aire. Apagué la pantalla, como si estuviera haciendo yo algo malo. Y no tuve tiempo ni de pararme a pensar, pues mi novia intentaba enseñarme unas botas que se acababa de comprar e iniciaba una batería de preguntas: ¿Vas a llevar esto? ¿Vas a llevar lo otro? Que yo oía pero no escuchaba.
Tan desconcertado estaba y tanto me aturdía María que tuve que irme al cuarto de baño. Cerré la puerta tras de mí e intenté tranquilizarme.
Mire el móvil. Víctor no me había escrito más y no estaba en línea. Me sentí como si me hubiera pegado una paliza, pero me hubiera perdonado el tiro de gracia. Lo peor de todo era que todo lo que él contaba encajaba como un guante en todo lo sucedido en las últimas semanas. Que fuera su jefe tenía que ser cierto, pues era fácilmente comprobable. Lo de que María le había tanteado para repetir… la verdad era que no me lo acababa de creer. No me podía imaginar el momento, el contexto, en el que María en el trabajo le dijera eso a Edu. Tal como era, además, de orgullosa. Es que no me encajaba que lo desease y lo expresase abiertamente, era impensable esa claudicación hasta el punto de hacérselo saber. Tampoco entendía ese extraño papel de Víctor de representante de Edu.
Le habría preguntando a María casi inmediatamente si no fuera porque nos íbamos de viaje al día siguiente. Además no podía confesar porqué lo sabía… Todo aquello me había explotado en las manos, sin previo aviso… y yo haciendo la maleta y con mi mente en el anillo del día siguiente…
Acabé optando por ducharme, como si fuera una forma de ganar tiempo. Y sin duda el agua me calmó un poco. Me auto convencí de que Víctor no era de fiar y si no era de fiar él, no tenía porque ser de fiar lo que decía. Su disfrute contándome aquello entrañaba una tremenda maldad, de alguien que iba a hacer daño, no me lo había contado como aviso de conocido, en absoluto.
Continué haciendo la maleta, pero María parecía tener un radar para todo lo que me pasase por la mente. No tardó ni cinco minutos en preguntarme que qué me pasaba, que estaba raro. Le dije que estaba nervioso por el viaje, pero no me creyó, sabía que eso no me pegaba demasiado.
Pensé que a la mañana siguiente estaría más tranquilo, pero la punzada seguía ahí.
Fui a comprar el anillo, algo discreto, algo que sabía seguro que a María le gustaría, y volví a casa con mi plan intacto de haber ido a comprar un cargador portátil para el móvil y un adaptador de enchufe de Estados Unidos, que también llevaba conmigo. Me sentía realmente estresado. Incómodo. No veía el momento de estar sentado en el avión.
Otro tema que estaba sobre la mesa mientras aquella mañana acababa de hacer la maleta era qué hacer con el arnés. Irnos veinte días de viaje sin él era total y absolutamente sinónimo de estar veinte días sin follar. Pude haberlo cogido, sin más, decirle a María que lo cogía y ahí moriría la historia, pero quise ver cómo actuaría ella. Esperé y esperé, hasta el final. Ella tenía que saber, tanto como yo, que no habíamos hablado de llevar eso. Ya teníamos las maletas cerradas, habíamos comido, íbamos a llamar al taxi. Yo empecé a desesperarme. La miraba furtivamente, casi implorándole que sacara el tema. Como casi siempre era más fuerte que yo. Pero quizás fuera por mosqueo que mantenía desde lo de Víctor, que no le dije nada.
Llamamos al taxi y, tras colgar, nos quedamos en silencio.
Allí, sin hacer nada, en el medio del salón… a minutos de irnos. Decidí rendirme.
Cuando ella me dijo:
—¿Has cogido… eso?
Esperé unos segundos para responder… No era alegría, era alivio.
—¿El qué? —pregunté, haciéndome el loco.
—Pues… eso… para, bueno, lo de Álvaro.
—Mmm, no —respondí.
—Pues a mí no me cabe más en la maleta, ya vi que a ti sí. Si quieres, mete los dos, si te caben. Voy a mirar el pasaporte otra vez —dijo rápidamente, agachándose para revisar su maleta, otra vez, mostrando un poco de vergüenza.
Le hice caso. Le hice caso porque a mí también me convenía. Pero seguía con aquello clavado que me impedía ser el de siempre con ella.
Las desgracias nunca vienen solas y es que, cuando llegamos al aeropuerto, vimos que teníamos un poco de retraso. Sentado en los incómodos asientos del aeropuerto y con María al lado, pasó lo que tenía que pasar. Diría que estallé, pero el estallido estaba dentro, así que, con toda la calma posible, y tragando mucha bilis, dije, buscando un tono sereno y que no levantara sospecha:
—Te quiero preguntar solo una cosa sobre Edu… ¿Sigue en el despacho?
María sin duda se extrañó. Mirando las redes sociales en su móvil, tardó un poco en contestar:
—Pues… si te digo la verdad, no solo sigue, si no que ahora es algo así como mi jefe.
Diría que me tuve que hacer el sorprendido, pero me sorprendió de verdad. Dicho de su boca me parecía diferente, a parte de ser la absoluta confirmación:
—¿Y eso? ¿No iba a cambiar de despacho?
—Pues… no sé si fue de farol o de verdad le ofrecían tanto en el otro despacho. Pero al final le hicieron una especie de contra oferta subiéndole de categoría y se quedó.
—Joder… ¿Cuántos años tiene?
—No sé… unos veintinueve, creo. Sí, veintinueve.
Él, veintinueve, María treinta y cinco, y era su jefe. Y ella llevaba bastante más tiempo que él en el despacho. Yo sabía que estaba forzando la máquina. María estaba incómoda. Yo no quería discutir, pero estaba dolido y eso me hacía seguir adelante.
—¿Y qué tal jefe es?
Se hizo un silencio. Desde luego yo la estaba llevando al límite. Pero ella intentaba disimular que hablábamos de Edu como si hablásemos de cualquiera. Acabó por responder:
—Pues… bueno, podría ser peor. Por su culpa voy más que antes al juzgado y ya sabes que a mí me gusta más meterme en mi despacho…
—¿Vas con él al juzgado? —interrumpí molesto. Aquello sí que era más importante que el hecho, casi protocolario, de que estuviera por encima de ella en el escalafón.
—Bueno, a veces, vamos varios.
—¿Y por qué no me has contado todo esto? Habíamos quedado en que…
—Habíamos quedado en que te contaría cosas que tuvieran que ver con todo lo que ha pasado, no chorradas —me interrumpió, ella también, queriendo contraatacar— Me voy a por agua a la máquina, ¿quieres algo?
—No.
María se levantó. Yo quería enfadarme con ella. No entendía aquellos secretos a estas alturas. Pero es que no podía enfadarme… La miraba, como se alejaba en la distancia… en vaqueros ajustados y en jersey de lana amarillo, que la hacía dulce, jovial, y tremendamente adorable…
Se podría decir que yo estaba molesto, no enfadado del todo. Y ella lo que estaba era incómoda, pero esa incomodidad suya no producía más que que mi intriga aumentase más y más.
Volvió y se sentó de nuevo a mi lado. No le di ni un respiro:
—¿Algo más que deba saber? —pregunté sabiendo que la palabra “deba” le iba a molestar.
Ella, aunque incómoda, se le notaba contenta con el viaje, con pocas ganas de discutir y muchas de cambiar de tema, pero aguantó y continuó:
—Pues… está con una chica ahora. Una chica nueva. De prácticas. Un poco alucinante la historia.
—¿Y eso?
—Pues… a ver… ¿te cuento? —preguntó en un tono claro de son de paz, como si por contarme la historia de esa chica quedase exonerada de culpa de no haberme contado nada de Edu.
Mi cara debió de ser un poema. Y se vio obligada a explicarme inmediatamente.
—Pues nada que… la chica vino… Bueno la chica encantadora, súper responsable, trabajadora, veinticuatro añitos. Una niña. De estas que cogen un año o seis meses, ya no sé cuanto las cogen. Pues eso, que vino hablando de su chico todo el rato. “Mi chico” le llamaba, “mi chico esto”, “mi chico lo otro”. Pero vamos, en plan planes de boda, con veinticuatro años. El chico se quedó en su ciudad, creo que fue su primer novio, del instituto, vamos. Y nada, a los dos meses, estaba liada con Edu.
—Joder…
—Ya es que… además… Paula hasta decía, “esta es del Opus”, “que si es virgen que si tal”. Está claro que no.
María contaba de forma bastante aséptica. No disfrutando del cotilleo, pero parecía no poder evitar dar detalles. Más de los que yo esperaba.
—¿Tienes foto? —pregunté.
—¿De ella?
—Claro.
—Mmm… —pensó un poco— No, no tengo.
—¿Cómo se llama? Que la voy a buscar en redes sociales —dije sacando el móvil.
María me dijo su nombre y apellidos y no tardé en encontrarla.
—¿Lo tiene abierto? —preguntó y quiso ver el móvil conmigo.
—Sí, lo tiene bastante abierto —le dije y comencé a pasar fotos. Lo cierto era que era una auténtica monadita de chica. Muy cría. Menuda. Pero de cara muy guapa. Me recordaba a Alicia, la pija andaluza que se había follado Edu en aquellas jornadas y en su casa, poco menos que en mi presencia, pero esta tal Begoña, venía a ser la versión madrileña. Parecía que fabricasen aquel tipo de chica en el gremio de María y Edu como si fuera una cadena de montaje. Con sus perlas correspondientes en las orejas, la sonrisa perfecta de ortodoncia en los años de colegio, los ojos grandes, el pelo castaño y lacio.
—Es una monada —dijo María robándome la palabra.
—La verdad es que sí.
—La princesita la llama Paula. Más pija y no nace… —dijo María, y me pareció dicho con algo de inquina.
—Vale —dije apagando la pantalla— ¿algo más? —pregunté en un papel intimidante con ella, que no me pegaba demasiado— Lo digo por si en cuatro días me vas a decir “ah, pues por cierto Edu…”
En aquel momento María cambió el gesto. Yo supe que había abusado.
—Está bien. Si te hace ilusión te reconozco que podría habértelo dicho, pero es que me irrita hablar de él —dijo ella claramente en otro tono.
—Bueno, ¿y nada más? Es tu jefe y no suelta ni ha soltado nunca, ni una sola vez algún comentario después de lo que ha pasado.
—Mira, Pablo, vamos a dejarlo, anda. Por mi parte estamos de viaje ya.
María se levantó y fue a mirar las pantallas. Volvió y dijo seca:
—En media hora está la puerta.
Nos quedamos en silencio. Uno, dos, tres minutos. Fue María quien detuvo aquella hemorragia absurda:
—Mira, quiero zanjarlo, ¿vale? Estamos bien. Estamos genial. Lo de Álvaro es… muy fuerte. Y lo pasamos bien. Pero Edu…
—¿Edu qué?
—Mira. Te lo voy a contar. —dijo girándose un poco hacía mi.
Me quedé pegado al asiento. Expectante. Por un lado tenía ansiedad porque confesara ya. Por otro no sabía si querría saberlo.
—Es que prefiero acabar ya. Si me preguntas si no hace algunos comentarios sobre mí, te digo que no. Nunca. Jamás. Ha dicho nada que me pusiera en un compromiso estos… en estos… tres meses que han pasado desde… eso. ¿Que hace comentarios de mierda? Sí. Que de vez en cuando me dice… alguna babosada machista en plan… “mañana ponte guapa que al juez le gustas”, pues sí, y le miro con cara de asco y ahí muere la historia, y se pasa una semana encantador, como si no hubiera pasado nada.
Yo estaba cada vez más despistado. No sabía hacia dónde iba María. Aquello, que si me lo hubiera contado tres días atrás me habría impactado, ahora, comparado con la confesión que esperaba, me parecía una chorrada.
—Y sé —prosiguió— ¿quieres que te diga lo que sé? —preguntó dejándome en vilo— ¿sabes por qué sé que es un cabrón?
María estaba muy encendida, y llegó a levantar el tono. Yo necesitaba saber ya qué estaba pasando.
—Porque... lo que pasó el día de la boda… sé… por… fuentes muy fiables, que se lo contó al informático ese feo con el que te vi hablando aquel día.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté de forma automática.
—Eso da igual.
Se hizo un silencio. Que ella rompió. Y yo ya no sabía si me hablaba a mí o se hablaba a ella misma, además utilizando un vocabulario que ella no solía usar:
—Y… ya bastante humillante es, cruzarte con un imbécil que te ha follado, porque me jode que al final me haya follado, para tener que verle la cara al otro también y saber que lo sabe.
—Bueno, María… —intenté calmarla.
—Así que, si te parece bien —dijo irónica— dejamos el tema de Edu aquí.