Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 21 y 22)
Continúa la historia.
CAPITULO 21
Aquella paz se prolongó durante toda la noche. Noche en la cual dormí con una profundidad absoluta. Como si mi subconsciente le susurrara a todos mis músculos, a todo mi cuerpo, desde la cabeza a los dedos de los pies, que no sólo no teníamos ningún problema, si no que aquello era mejor, mejor que nunca, que aquello nos vinculaba; llegando a crear una unión tal, que no hubiera pensado nunca que pudiera existir.
Me despertó la tenue luz del sol de una mañana fresca de diciembre. Sin despertador. Sin sonidos artificiales. Roté sobre mí mismo hasta que mi rostro se encontró cerca de la nuca de María. La abracé, olí su pelo e inhalé un aroma que me hacía sentir en casa aunque estuviéramos de viaje.
Una vez ella también se despertó tardamos bastante en salir de la cama. Finalmente no nos quedó otro remedio, y María acabó por mirar su móvil y, tras decirme que tenía cuatro llamadas perdidas de Álvaro, y que también le había escrito, me lo dio a leer y se levantó en dirección al baño.
Leí, y comprobé que una de aquellas frases que aparecían en la pantalla sonaba bastante airada, o al menos eso me pareció, pero no me sobresaltó, ni rompió mi paz. La frase, que venía a continuación de varios “¿dónde estas?”, decía: “Espero que no me la hayas jugado”.
Esperé a que María volviera del baño para preguntarle:
—¿Qué te parece?
Comenzó a recoger su ropa y, tras unos segundos, respondió seca:
—No me parece nada. Que se relaje. Eso sí.
Tras ducharnos, recoger y hacer las maletas, noté que María se hacía la remolona para bajar a desayunar hasta extremos que empezaban a ser sospechosos. Finalmente fue ella misma la que acabó por confesar que no quería encontrarse con el chico… ni con él desayunando con su familia...
Miré el reloj, era bastante tarde. Hacía tiempo que había escuchado movimiento en la planta baja.
Dudé en plantear de forma distendida que podría tener gracia o incluso ser morboso verlo asustadizo, desayunando con su familia, disimulando, pero en seguida descarté la idea y le acabé diciendo que me adelantaría para ver como estaba la cosa por abajo.
Salí al pasillo y me encaminé a la escalera de caracol. Todo parecía tan diferente… Bajé las escaleras, el ruido que hacían parecía distinto, hasta el sofá parecía más pequeño… Descubrí que por la noche todo parecía haber tenido una atmósfera rojiza, que ahora había desaparecido. Una vez abajo no tuve que hacerme el encontradizo con el chico, pues en seguida avisté al padre, la madre, la hermana y al chico, que arrastraba una maleta hacia el vestíbulo. Llegamos a cruzar la mirada un segundo. Era cierto que era bastante niño, quizás hasta lo parecía más al estar con sus padres y su hermana, y sí que podría decirse que era notablemente guapo. Y pensé que él creería que todo se lo debía a ella, a María, pero en realidad me lo debía a mí. Aquella experiencia la contaría durante años a sus amigos y nunca sabría que había sido todo gracias a mí.
Fui al comedor y le escribí a María que podía bajar. Desde allí se podía ver el todoterreno al que subían las maletas. Todoterreno que, por un lado me parecía que había estado cerca de haber sido testigo de algo tremendo… pero por otro, algo en mí me decía que no, que en el fondo allí no habría pasado más que lo que había sucedido en el sofá. Y es que siempre me había parecido que María improvisaba, pero comenzaba a nacer la idea en mi cabeza de que ella quizás lo controlaba, que sabía siempre hasta donde iba a llegar.
Tras dejar la casa paramos en algunos pueblos más de la zona antes de emprender el camino de vuelta, y no hablamos de nada de lo sucedido la noche anterior. Ni de las proposiciones subidas de tono escritas por Álvaro, ni de la paja al chico en el sofá, ni del alucinante polvazo con aquella polla enorme… Era como si fuéramos personas diferentes. Pensé que ninguna persona a la que le dejábamos el móvil, o la cámara, para que nos sacara una foto, podría imaginar de nosotros la existencia de esa especie de... doble vida. Y fue la primera vez que mi mente esbozó, para nosotros, esas dos palabras.
Tampoco al llegar a casa hablamos de aquello. Y llegó el lunes y yo decidí que esperaría a que fuera ella la que sacara el tema, e incluso esperaría a que fuera ella la que demandara volver a tener sexo. Sabía que sin aquel juego, si no iba yo, ella no iría a mí, pero después de aquel fin de semana increíble, con todo lo que había pasado, tenía el pálpito de que ella lo buscaría.
Durante los siguientes días solo salió el tema de los sucedido durante el fin de semana para preguntarle si Álvaro le había vuelto a escribir, y María me decía que no. Y así, sin noticias del chico y sin que María demostrara querer tener sexo, pasó el lunes, y el martes, y el miércoles… Y yo comencé a temer que tuviera que ser yo el que tuviera que claudicar, con el paso atrás que ello supondría. El jueves por la tarde, en el trabajo, comenzaba a estar dispuesto a proponer yo lo que ella no proponía, cuando ella me escribió.
Fue directa. Todo lo directa que María podía ser en ese tema:
—Podrías… ser Álvaro esta noche.
Disfruté de esa frase un rato. Dejé que supiera que lo había leído. Y hasta llegué a tener una pequeña erección solo por leerlo. Mi deleite no era por tener sexo esa noche, ni por el tipo de sexo que sería teniendo en cuenta esa especie de juego de rol, si no porque la puerta no solo no se cerraba si no que era ella, con aquella proposición, la que confesaba que la quería abierta.
Quise jugar un poco más:
—¿Y eso?
—Bueno… ya sabes…
—¿Y si yo soy Álvaro tú quién eres? —pregunté.
—¿Yo? Pues María, ¿no?
—María… ¿solo?
—Pues sí.
—¿No serías más bien… María la calienta pollas…?
Ante eso, y tras unos instantes, acabó simplemente respondiendo con tres puntos suspensivos. Yo no dije nada. Hasta que ella continuó escribiendo:
—¿Me vas a llamar así?
—¿Quieres?
—… No estaría mal…
Tuve que volver al trabajo. Me jodía infinito que aquella conversación no pudiera fluir. Le escribía cuando podía:
—¿Entonces no vas a las cervezas hoy? —pregunté, siempre un poco con Edu en la cabeza.
—No, no me apetece.
Me sorprendía que todo lo referente a Edu hubiera desaparecido tan súbitamente. Que fuera sustituido para fantasear por aquel chico, justo cuando parecía claro que, tras lo vivido, teníamos más material para fantasear con Edu, y, además, si era cierto que dejaba el despacho podría ser todo más sencillo, menos traumático.
Pronto vi claro que no me iba a ser sencillo salir temprano del trabajo, ni siquiera a la hora de siempre. Tenía que acabar algo y me podrían dar las nueve de la noche o incluso las diez fácilmente. Se lo hice saber a María.
—Bueno, no pasa nada. —respondió.
—Podrías ir calentado…
—¿Ah sí? ¿Cómo?
—Pues… podrías releer lo que te había escrito él.
—Ya… puede ser.
—O, mejor, podrías escribirle.
—¿Esta noche?
—Sí, mientras no llego.
—Mmm… no sé… No quiero despertar a la bestia…—escribió graciosa.
—Venga, escríbele, tantéale un poco.
—No sé, ya veremos. Venga dale. Así sales antes. —respondió.
Me tuve que poner al trabajo con unas ganas tremendas de acabar. Me costaba concentrarme. Constantemente se me cruzaban imágenes de lo que podría pasar con María esa noche.
Pasadas las ocho y media leí en mi móvil:
—Me estoy escribiendo con él.
—¿Sí? ¿En que plan? —pregunté ansioso y de golpe alterado.
—Pues… este en seguida se viene arriba…
Se me subió algo por el cuerpo. Me excitaba muchísimo que se escribiera, así, con él. María volvió a escribir:
—Mejor te espero para seguir escribiéndole.
—No, no, síguele el rollo.
—¿Yo sola? Es que no sé qué decirle.
—Bueno, inténtalo, venga.
—No sé…
—Venga… ponte una copa de vino, o dos… y ya verás.
—Jaja… el vino es buena idea… lo otro no sé. Creo que es mejor escribirle juntos.
—Vamos, María, no me necesitas para eso.
Sentía un extraño morbo por el hecho de que María pudiera volar libre en aquellos escarceos. Igual que durante el pasado verano, cuando Edu parecía haberle dicho qué bikinis ponerse… por algún motivo yo no quería saberlo todo. Seguramente si ella se escribía ahora con Álvaro yo acabaría queriendo leer lo que se habían escrito, pero por mera excitación, y quizás ni leyera todo; no quería, me excitaba no saberlo todo.
Acabé por convencerla de que no me esperara para escribirse cosas subidas de tono con él. Entendía que a ella le diera corte, pero no dudaba de su capacidad, pues cuando se iba a la casa de sus padres, muchas veces, nos escribíamos de todo. Le costaba más que a mí, pero se acababa soltando.
Estuve tentado de preguntarle cómo iba con él como unas trescientas cincuenta veces hasta que conseguí salir de la oficina, pero me contuve. Solo le escribí para decir que salía y que en seguida estaría en casa. Incluso en ese momento no le pregunté nada.
Cuando llegué me sorprendió verla en el salón. No sé por qué me había imaginado que estaría en el dormitorio. Ni siquiera se había cambiado. Seguía con la ropa del trabajo, solo se había quitado la chaqueta pero mantenía la falda gris y la camisa azul marino. Vi dos cosas que en seguida me descubrieron que aquello iba a ser ya e iba en serio: primero la cara acalorada de María, su pelo alborotado, y, segundo, que en el sofá yacía aquella polla de plástico, con aquella cinta negra, el arnés que yo debía ponerme para ser Álvaro. También supe en seguida que María había hecho su liturgia de cuando volvía del despacho, aquello de quitarse el sujetador para estar más cómoda y volver a ponerse la camisa. Uno no tardaba ni medio segundo al verla en saber que aquellas tetas bailaban libres bajo la seda de la camisa. Lo que para nada era normal era que mantuviera los zapatos de tacón puestos.
Apenas hablamos antes de besarnos en el medio del salón. Sus besos eran húmedos, pero tranquilos, largos… su lengua se movía con lentitud, pero con precisión. Le susurré:
—No te has quitado los zapatos… llevas una hora taconeando por ahí…
Ella no respondió, y pegó más su cuerpo al mío. Yo proseguí, retrasando todavía lo bueno, lo de Álvaro, queriendo jugar con un tema previo:
—Tendrás contentos a los vecinos de abajo…
Siguió sin responder y nos besamos de nuevo… Pasé una mano por su cuello para besarnos con más ansia y con la otra acaricié una de sus tetas sobre la tela. Ella acabó respondiendo casi en un gemido en mi oído:
—Más contentos se van a poner ahora…
—¿Sí?
—Sí… Vamos... ponte eso —me ordenó ansiosa.
CAPITULO 22
Tras decírmelo, mi camisa y mi jersey volaron, en un solo bloque, y quise disfrutar de sus labios, de su cuello… de su cuerpo… antes de obedecer.
—Qué os habréis escrito para que tengas esa cara… —le susurré.
—¿Qué cara…? Yo no le he escrito nada… —dijo dándome pequeños besos en la mejilla.
—Seguro…
—Sí… si lo escribe todo él, además.
Hablábamos en suspiros. Sus manos en mi pecho desnudo. En mi vientre. Iban a mi nuca para besarnos con más ganas. Mis manos a su culo, sobre su falda. A sus tetas, sobre su camisa. A su melena, para enredar allí mi mano y atraer sus labios a los míos.
Tras un beso especialmente guarro, en el que mi lengua peleó con la suya dentro de su boca, alucinando con la humedad y la firmeza de su lengua, le apreté con un poco de fuerza una de sus tetas y su respuesta fue protestar en un gemido y empujarme, jugando, haciéndome recular. A ese medio metro de distancia vi su cara acalorada, sus mejillas ardientes, sus pezones marcando la camisa… Le iba a decir lo que me ponía verla así, pero ella fue más rápida, y, dando un paso hacia mi y llevando sus manos a mi cinturón, insistió, mitad burlona, mitad autoritaria:
—¿Te lo pones tú o te lo pongo yo…?
Mis pantalones desaparecieron y, tras un botón de su camisa desabrochado y dos besos tórridos, aterrizamos en el sofá. Solo yo perdía prendas de ropa, ella, por no perder no perdía ni ropa, ni elegancia ni autoridad, pues me acabó señalando su móvil que estaba en el sofá y me dijo:
—Venga. Lee. Lo estás deseando.
Sentado. Completamente desnudo. Cogí su móvil mientras ella reptaba, hacia abajo, dándome besos en el abdomen… dejando pequeños soplidos que me erizaban la piel.
Mientras descendía y me besaba miraba hacia arriba. Me veía hurgar en su teléfono hasta que, finalmente, me pidió que se lo diera, para encontrar ella con más facilidad lo que debía leer. Se puso de pie entonces y su dedo pulgar se deslizaba por la pantalla buscando donde yo debía empezar. Al haberse puesto en pie, después de haberse deslizado sobre mi cuerpo, su falda se había recogido un poco, y pude ver el encaje de sus medias oscuras, a la altura de la mitad de sus muslos. La imagen era tremenda: María, con el pelo alborotado, su camisa con un botón abierto de más, enseñando un canalillo que descubría casi la mitad de sus tetas, con sus pezones imperturbablemente duros atravesando la seda, en tacones y medias… descubiertas por aquella falda algo retirada…
Impactado, miré después como mi polla descansaba hacia un lado, palpitando, y comenzando a gotear…
—No te conocía yo esas medias… —le dije.
—Ya… las compré ayer al salir del despacho —respondió sin mirarme, aun rebuscando en la conversación.
—Pues… ¿no son un poco de guarra? —quise provocarla.
—¿Sí? ¿Tú crees? —respondió inalterable. Con una mezcla de desgana y altanería.
—Yo creo que bastante ¿no?
—Puede ser… —respondió, creo que sin ser consciente del peso de sus palabras en un “yo” que por fuera mantenía la compostura, pero que por dentro estaba agonizando.
Se hizo un silencio que yo aproveché para sentarme mejor. No tan hundido en el sofá. Y ella acabó por darme su móvil. Se arrodilló entre mis piernas, echó toda su melena a un lado de su cuello y me besó en uno de mis muslos, con cuidado. Alargó sus brazos hacia adelante y posó sus manos en mi pecho mientras jugaba con el interior de mis muslos.
Mi vista fue a su teléfono y ya de una primera pasada descubrí que no mentía cuando decía que el chico escribía casi todo. María se limitaba a escribir “¿Y eso?” “¿Y qué más?” “Sigue” y frases similares, que precedían a auténticas declaraciones de intenciones descritas minuciosamente, en contundentes párrafos.
Mientras yo aun intentaba ubicarme y rebuscar en lo que más me excitaba de lo que leía, María me sorprendió, envolviendo mi miembro con su lengua… Miré hacia abajo y ella se apartaba el pelo con una mano, mantenía la otra en mi pecho y lamía la punta de mi miembro con delicadeza, dándole golpes pequeños, levantándola, lamiéndola… Y no quiso torturarme mucho más, pues acabó por dejar de juguetear… y decidió metérsela en la boca. Entera. Sin avisar. Y yo sentí un calor inmenso. Resoplé… Tuve que cerrar los ojos… Y sentí que mi polla crecía en su boca, que cada palpitación de mi cuerpo, de mi miembro, era un centímetro más en su interior.
Los entresijos de nuestras mentes eran inescrutables. María, que parecía no hacer caso a mi polla o incluso despreciarla, ahora se deleitaba con ella gracias a haberse excitado con otro chico. Y yo, que tenía la autoestima por los suelos y me avergonzaba de mi miembro exiguo, al saber que pronto tendría la ayuda de aquella polla de goma, y podría satisfacerla, no sentía ni rastro de la inseguridad que me había bloqueado durante semanas.
María abandonó mi miembro y dejó que un hilo de saliva comunicase, a prácticamente una cuarta de distancia, su boca entre abierta con la punta de mi polla. Me miró y rompió aquel hilillo de saliva con una mano, mirándome, en un alarde exagerado, provocado y provocador.
—¿Qué... te parece… ? —susurró.
—¿Lo que me acabas de hacer o lo que te escribe?
—Lo que me escribe...
—Pues… qué me va a parecer… que se muere por follarte…
Mi novia decidió bajar un poco el pistón. Volviendo a besar con delicadeza el interior de mis muslos. Con mucho cuidado y lentitud, mientras yo leía como el chico le decía que se había masturbado pensando en ella… y ella le decía que era un guarro… él le preguntaba si quería saber en qué pensaba al hacerlo y ella respondía un “cómo quieras” que, en el fondo, entrañaba una petición expresa.
Álvaro le escribía que se imaginaba que la noche que se habían conocido iban a los baños del pub y ella allí se la chupaba… y que después iban a casa de él y él allí le comía el coño. Tras aquella afirmación tajante, el chico le preguntaba cómo tenía el coño, si se lo afeitaba, y María le decía: “No te pienso responder a eso”, y el chico le decía que no tardaría ni tres minutos en correrse mientras él se lo comía. María dudaba de sus capacidades y se lo hacía saber, picándole, incitándole… Y Álvaro acababa por anunciar que, tras aquello, lo que le haría, con lo que fantaseaba para masturbarse, era darle por el culo. “Después de comerte el coño te daría por el culo”. Afirmaba el chico, de forma contundente, y de mi polla brotó una gota al leerlo… María no respondió a aquella brutal propuesta, que teniendo en cuenta el tamaño de su miembro, más bien podría ser una amenaza. El chico le decía que estaba obsesionado con su culo, con el pantalón blanco que había llevado aquella noche… Llegaba a describirlo, diciendo que no era redondo y saliente, si no que sus nalgas bajaban con forma como de corazón invertido. María se extrañaba por esa expresión y lo mismo hacía yo. Y mi novia le decía que pensaba, pues no había dejado de mirárselas, que le gustaban más sus tetas, a lo que Álvaro le respondía que pensaba que no le había pillado.
Simultáneamente a que María abandonara mis muslos y se pusiera de pie yo esbocé un:
—Joder… María…
—Qué…
—Que… qué fuerte lo de que te daría por el culo.
—Ya… —respondió ella mientras, de pie, frente a mí, llevaba sus manos a sus caderas, bajo su falda, y comenzaron a descender de allí unas bragas negras. Las sacó por una pierna, después por la otra… y las dejó caer a mi lado.
—¿Te has tocado mientras lo leías…? —pregunté.
—No…
—¿Seguro?
—Mientras leía eso no. —dijo sentándose sobre mí, quedando mi miembro a centímetros de su entrepierna y yo pensé que quizás me montaría, dejando lo de la polla de goma para después.
Con su falda subida hasta la altura de su vientre llevó una de sus manos a mi miembro y lo sujetó con firmeza, cubriéndola entera. Yo bajé un poco en la conversación hasta que leí un párrafo en el que el chico describía como le daría por el culo. Como entraría y saldría su polla de su culo: “Te pondría como a una perra en mi cama y te daría por el culo a lo bestia, mis compañeros de piso iban a alucinar con la guarra que me estaría follando”. Le preguntaba a María si le ponía cachonda que la llamase guarra y ella, en la primera señal clara de excitación mutua, respondía con un “sí” que servía para encenderle más, y que no entrañaba falsedad alguna.
—¿Te tocaste cuando te escribió esto? —le pregunté enseñándole el móvil.
María, sin soltar mi miembro, que sobaba con cuidado, miró la pantalla, y bajó un poco con el dedo sobre ella.
—Aquí —me dijo. Y llevó sus dos manos a mi miembro y a mis huevos, acariciando todo con casi desesperante suavidad.
Y yo leí un párrafo en el que el chico le decía que, tras darle por el culo en su dormitorio, se la follaría en el salón, para que todos sus compañeros de piso supieran la pedazo de guarra que se estaba follando. Que sus tres compañeros de piso la llamarían guarra y puta mientras él se la follaba en todas las posturas posibles… que se la follaría indistintamente por el coño y por el culo, y que finalmente se acabaría corriendo en sus tetas, que su culo era para follárselo y que sus tetas eran para correrse en ellas. “Joder, me correría en esas perolas enormes que tienes delante de todos, ¿Te imaginas?”. Le había escrito de forma soez y con aquella palabra “perolas” que a mí me sonaba tan extraña como vulgar.
El chico le escribía, afirmando que seguro que ella se estaba masturbando al leerle, y le acababa pidiendo una foto. “Ya que te pajeas con lo que te escribo y el sábado me has dejado tirado, por lo menos mándame una foto de tu coño, quiero ver cómo lo tienes”. Yo me sorprendía de sus formas. Todo sin que apenas María le incitase. Ella respondía a su petición con un escueto “No”. Seguí leyendo… y María me quitó el móvil.
—Venga. Ya está. Ponte eso.
Por un momento, una vez se había subido encima de mí, había pensado que quizás decidiera follarme sin más. Montarme, sin necesidad del arnés, pero me dejaba claro que no.
Cogí aquello y nos pusimos de pie. No tardé en ponérmelo ni la mitad de tiempo que la primera vez. Y no me dio vergüenza. Encajé sin problemas mi miembro dentro de aquel hueco y ajusté la cinta negra a mi cintura. María me dijo que me sentara otra vez. Lo hice y sujeté aquel cilindro por la base, y me pareció enorme, más incluso que la primera vez, y mucho más que el otro miembro que ya teníamos desde hacía tiempo. Y hasta dudé en decirle a María si no necesitaríamos algún tipo de lubricante… pues me parecía imposible que pudiera introducirse aquello sin más. Pero ella se dio la vuelta, de pie, me dio la espalda, flexionó las piernas y, mientras con una mano recogía su falda, con la otra alcanzaba la polla, dispuesta a sentarse sobre ella. Llevé mis manos a sus nalgas, para ayudarla a montarla… la mano que estaba en su falda, fue a su coño… para separar sus labios… y pronto comenzó a hacer bajar su cuerpo… para aterrizar allí… para empalarse sobre mí… Lo hacía en silencio. Yo quería ver su coño abrirse, separarse, para asumir aquello, pero no conseguía ver bien.
Soltó un “uufff...” de impresión, y de gusto, al notar como aquella polla se abría paso en su interior… Fue descendiendo… hasta la mitad, y entonces su mano abandonó aquella polla y sus dos manos fueron a su falda. Veía ahora sí con nitidez como se iba enterrando aquello en su interior, como su coño engullía aquella monstruosidad y ella esbozaba unos sonidos guturales, de placer puro, como ella echaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos, toda su melena caía por su espalda… Hasta que acabó por empalarse por completo… hasta el fondo… soltando un “¡Mmmm…! ¡¡ohh!! tan puro y tan morboso que mi polla, presa en aquel interior, rebotó sola y desesperada. No contenta con eso completó el movimiento dibujando un círculo con su cadera. Completo. Acompañándolo de otro “¡Mmmm!” tremendo. Se recreaba en aquella penetración completa. Parecía que ya solo le servía en su interior una brutalidad así de excesiva. Aquello era todo para ella, se retorcía del gusto y cerraba los ojos como si en el fondo supiera que se lo merecía. Y aun se quiso dar más gusto y demostrarse a sí misma que ella podía con aquello y con más, levantándose de nuevo, hasta casi salirse por completo… vertiendo un reguero transparente que a mi me dejaba boquiabierto… reguero que ella desconocía y que a mi me mataba, antes de volver a enterrarse con una decisión y un regocijo impactante.
Totalmente incrustada, empalada en aquella polla enorme, decidió quedarse quieta un instante, tras el cual llevó sus manos hacia adelante. Yo no la veía, pero se desabrochaba los botones de la camisa. Tras hacerlo se la abrió, y se remangó un poco las mangas. Finalmente llevó sus manos a sus pechos, para contenerlos en lo que ella ya sabía que se venía, y es que comenzó a subir y bajar, al principio lentamente, creando una imagen que entrañaba una mezcla extraña, entre la zafiedad de aquel aparato y la elegancia de su camisa de seda abierta, su falda y sus tacones. Era una mezcla entre finura y ordinariez. Sus movimientos y sus gemidos eran todo refinamiento… pero lo que su coño soltaba era puro sexo, sexo sucio y desinhibido.
Se follaba aquella polla enorme, subiendo y bajando, resoplando y agarrando sus tetas con ternura, con delicadeza, como si se sintiera más mujer, más hembra, por contener sus tetas mientras montaba aquello. Se follaba aquella polla olvidándose de mí, y yo me excitaba con la vista, pero quería más sentidos. Alcancé sus bragas y, buscando el punto más húmedo, las llevé a mi nariz. Inhalé aquel aroma denso, brutal, a hembra, que demostraba que se había excitado tremendamente al leer lo que Álvaro le había escrito… La suavidad de sus bragas eran tacto maravilloso en mi cara, y el olor de su coño allí posado era un deleite para mi olfato. Sus suspiros y gemidos envolvían todo el salón… y yo quise que volviera a mí, preguntándole por Álvaro…
—¿Te ha puesto cachonda… ? ¿A qué sí…?
María se echó un poco hacia adelante. Sin responderme. Y cambió el sube baja para moverse adelante y atrás.
—Tus bragas apestan María… ¿Te puso cachonda…?
—Mmm… joder… joder, sí…
—Te quiere follar… ¿a que sí…?
—Mmmm…. Síi…. Joder… ¡me quiere follar…! —resoplaba… bufaba al aire cada vez más cerca de su orgasmo.
—Te quiere follar delante de todos…
—¡Mmm…! ¡Joder…!
—¿Te dejarías… ? ¿Eh? —dije acompañando la pregunta con un azote en su culo.
—¡¡Auuu…!! ¡¡Mmm…!! ¡¡joder…!! ¡¡sí…!!
—¿Sí? ¡Dímeloo! —insistí dándole de nuevo en el culo.
—¡¡Auuu…!! ¡¡síii!! ¡¡Jo-der…!! Ahh... que me vean todos…. mientras me folla…
—¡Es un cabrón, eh! Te... insulta… pero a ti te pone...
—¡¡Mmmm…!! ¡¡Ahhh... Ahhh!! —gemía ella cada vez más y más entregada.
—Joder… te llama guarra… te llama puta… y le dices que te gusta.
—¡¡Mmmmmm….!! ¡¡Síí! ¡¡Síí!!… ¡¡Dios…!! ¡¡Me corro…!! ¡Me corro ya…!
—¿¿Yaaa??
—¡¡Sí… Jodeer…!! ¡¡Álvaroo!! ¡¡Me corro!! ¡¡Así, Álvaro, Jodeer!!. —exclamó en un grito que me puso la piel de gallina.
—Córrete, Joder… Córrete… Calienta pollas… Que es lo que eres… —grité mientras le apretaba las nalgas con fuerza y se las azotaba.
—¡¡ Mmmm!! ¡¡Ahhhh!! ¡¡Ahhh! ¡¡Jodeer!! ¡¡Me corrooo!!
—¡Córrete… Joder…! ¡¡Que vean todos cómo te corres!!
María se retorcía, se mataba, en un interminable orgasmo. Moviéndose frenéticamente adelante y atrás… totalmente ida... gritando que se corría… llamándome Álvaro… seguía moviéndose y gritando y yo le azotaba en el culo, siempre sin dejar de sentir sus bragas en mi nariz, siempre sin dejar de oler aquel aroma que me recordaba que era verdad lo cachonda que se había puesto al leer como Álvaro se la follaría delante de todos…
De nuevo, como el fin de semana anterior. María se quedaba exhausta, pero apenas se podía mover al estar empalada por aquella enorme polla. Tuve que ayudarla a salirse. Parecía que tenía las piernas agarrotadas. Acabó por caer de lado, hacia el sofá. Estaba empapada. Sudando tremendamente. Boca arriba, con la falda subida hasta su abdomen, con las medias, los zapatos, las tetas hinchadas, completamente fuera de una camisa abierta y húmeda por el sudor… Pero a mí me daba igual que estuviera exhausta… Me saqué aquello y me dispuse a tumbarme sobre ella. Mientras me lo quitaba, la miraba, derrotada, derrotada de placer… y miraba su coño, abierto, abiertísimo, enrojecido… Apunté mi miembro y me enterré en ella. Aluciné. No me lo podía creer. Sentí menos que nunca. Mi miembro nadaba en la inmensidad de un coño encharcado… La penetraba y ella no emitía ningún sonido. Ni siquiera jadeaba. Y era tan humillante que me volvía loco.
Encima de ella, en misionero, la embestía con dureza sobre el sofá y ella apenas abría los ojos. Acabó por llevar sus manos a mi culo en su primera muestra de sentirme. Su silencio, la amplitud de su coño, todo me hundía a la vez que me excitaba. Su mutismo y su falta de respuesta era tan condescendiente como humillante… Con aquel coño tan abierto… tan capaz… La hacía a ella tan hembra y a mí tan poco hombre… que me ponía tanto que, a pesar de no sentir casi rozamiento comencé a descargar en su interior en no más de tres minutos desde que la había penetrado. Me dejé ir dentro de ella y gemí desvergonzado, sin importarme que mis sonidos pudieran sonar ridículos al no ser acompasados en absoluto por ni un suspiro suyo… Me corría en su interior abundantemente, con mi cara enterrada en su cuello... allí jadeaba mis gemidos de placer… mientras ella acogía todo aquello sin inmutarse.
Me quedé mareado. Adormilado. En su interior. Sentía como mi miembro se recogía solo hasta finalmente salirse de ella.
—Cuidado, que va a caer —dijo María, con total entereza, refiriéndose a no manchar el sofá. Se llevó allí una mano y yo fui, aun mareado, a por papel higiénico. Mientras nos limpiábamos resoplábamos y llegamos a conectar con la mirada, y sonreímos, de nuevo con aquella conexión. Como si fuera un secreto, una trastada, de dos, que los dos controlábamos, que los dos la hacíamos nuestra aunque más gente la conociera.
—Creo que no has visto la foto —dijo tras acabar de limpiarse.
—¿Qué foto?
María rebuscó de nuevo en la conversación. Fue hasta casi abajo. Al parecer, después de escribirle Álvaro que sabía que se estaba masturbando leyéndole le había pedido a ella una foto. Ella se lo había negado. Y él, sin que ella se lo pidiera, le había enviado una. Cuando la foto comenzaba a asomar por la pantalla María retiró el móvil
—¿Seguro que quieres verla?
—Claro.
—¿Ahora? ¿No quieres reservarla para otro momento ya que no la has visto?
—No… no…
María… en tacones, medias… la falda en la cintura… la camisa abierta… las tetas hinchadas… las areolas enormes, los pezones salientes… y el coño, que aun estando de pie, se le notaba tremendamente abierto, con los labios abultados y hacia afuera… lucía como una auténtica bomba sexual a la vez que bromeaba dulcemente, y yo no entendía como conseguía ser dos cosas, casi contrarias, a la vez…
—Está bien —dijo enseñándome la foto… en la que aparecía una polla… la polla de Álvaro, bastante grande, reposando en su abdomen. La foto estaba sacada como desde la cara de él, estando él tumbado boca arriba. La polla, apuntaba hacia la cámara y todo lo que la rodeaba era semen… Sí, tenía todo la punta embadurnada y todo su abdomen lleno de liquido blanco y espeso. Debajo de la foto ponía: “Para que veas cómo me pones, ZORRA”.
Me quedé callado. Pero mi cara debía de ser un poema. No había nada más en la conversación.
Eran las once de la noche, y no habíamos cenado. Y, cuando íbamos a hacerlo me imaginé a María en el sofá, antes de que yo llegara, escribiéndose con él… metiendo su mano bajo su falda y sus bragas… tocándose, matándose del gusto… y recibiendo aquella foto y mirándola sin parar… con los tacones anclados en el suelo, con sus tetas enormes, con sus pezones duros por la excitación, y destrozando su coño imaginando que aquel chico se la follaba, fantaseando con que se la follaba delante de sus amigos… corriéndose… tremendamente cachonda al imaginarse aquello… y la asalté…
...y le propuse ponerme otra vez el arnés… y follamos hasta la una de la madrugada aquel jueves, en el que no cenamos, y ella me llamaba Álvaro y yo la llamaba calienta pollas, y yo, por primera vez, metí un dedo en su culo mientras la penetraba a cuatro patas, y ella no protestó, y tuvo su primer orgasmo con mi dedo allí… y no suficiente con eso se corrió otra vez más, demostrándome, recordándome, el potencial sexual desaprovechado que ella contenía… y tras ese segundo orgasmo en el que se corrió de forma impactante, de nuevo me quité el arnés y la penetré frenéticamente, pero ella apenas notaba mi miembro, que se movía rápida pero infructuosamente en la inmensidad de aquel coño enorme… de mujer en plenitud, que mi polla no se merecía. No fui capaz de correrme al no sentir absolutamente nada por la dilatación tan tremenda… y me acabé corriendo en sus tetas… sabiendo que era con lo que Álvaro se pajeaba. Y, escuchando de María unos “vamos Álvaro… quiero que me manches las tetas...” acabé por explotar en un orgasmo que casi hizo que me desvaneciera antes de acabar de salpicar las tetas de María.
Aquella noche supuso un antes y un después, ya que supimos que nuestras relaciones sexuales nunca volverían a ser… normales, a ser como las de todas las parejas. No era un plus. No. Era ya una necesidad. No nos lo dijimos, pero era obvio, era obvio que ambos sabíamos que de allí ya no podríamos salir, que ya era imposible volver a lo convencional.
También parecía claro, claro y mutuo, que la fantasía, otra vez, tarde o temprano, se nos haría insuficiente.