Jugando con fuego (Libro 2, Capítulos 15, 16 y 17)

Continúa la historia.

CAPITULO 15

Era otra vez la mañana la que me daba un poco de serenidad y cordura. Como si mi mundo fuera una casa encantada, en la que, a medida que llegaba la noche, el morbo, con sus diversas ramificaciones, sacase todos mis fantasmas, pero, con la salida del sol, todo se calmase.

Un desayuno de todo menos austero y una María, de nuevo, de muy bueno humor. Ojalá no fuera la distancia temporal con un posible conflicto, el conflicto pudiera ser yo queriendo sexo y ella no, el motivo de su jovialidad por las mañanas y sequedad al caer el sol.

Hablando de sequedad, el hombre que regentaba la casa respondía con monosílabos a las preguntas que María le hacía. Yo, mientras tanto, intentaba adivinar quién de las pocas personas que desayunaban en el mismo turno que nosotros pudiera ser la dueña de aquellos gemidos y lamentos nocturnos. Tras el descarte, supuse que aun estaría durmiendo.

Ese sábado decidimos volver a coger el coche y visitar aquella ciudad que no estaba demasiado lejos de allí. Desde luego, alternar un poco de metropoli con un poco de aire libre, como habíamos hecho en Cantabria, era más tentador y se ajustaba más a nuestros gustos que ceñirnos a pasar setenta y dos horas en aquel pueblo y otros colindantes.

De nuevo, conduciendo, era cuando con más aplomo ordenaba mis pensamientos. Y es que a María el coche la adormilaba, y solía estar muy callada, y en aquellos momentos mi mente se paraba, calmada, a reflexionar. Pronto razoné que aquello, aquel juego que de golpe era más implícito que nunca, iba a tener que explotar más pronto que tarde. También me planteaba que no sabía cuanto tardaría en echarle en cara a mi novia su progresiva falta de deseo hacia mí, pero me daba la impresión de que tarde o temprano no sabría o no querría controlarme más.

Paseamos por la ciudad como dos auténticos enamorados, acentuado por estar de viaje, con todo el repertorio estándar de mimos y carantoñas. Cualquiera que nos viera pensaría que no teníamos ningún problema, que éramos plenamente felices, y lo éramos, sí, hacía diez meses, pero en aquel momento había un elefante en la habitación que ocupaba cada vez más y más espacio.

Comimos en una terraza; la temperatura seguía siendo agradable, sobre todo a las horas del mediodía. Pedimos unos cafés y yo me dejé escurrir un poco en mi silla, cerré los ojos y disfruté, en todo mi cuerpo y especialmente en mi rostro, de ese sol otoñal, bajo, pero que mide justo sus fuerzas para ser quirúrgicamente placentero. María acabó por despertarme de mi nirvana, acercándome su móvil; el chico aquel del sábado por la noche le volvía a escribir. Sin duda era insistente, tan insistente como infantil.

Leí la primera de las dos frases allí escritas:

—¿Esta noche sales?

Ante la falta de respuesta de María, otra vez, cinco minutos más tarde, había vuelto a escribir. Leí la segunda frase:

—Hoy hace una semana que te conozco, ¿qué me vas a regalar?

El chico no se daba por vencido y yo intenté convencer a María para que le respondiese.

—Por lo menos guarda su número, ¿no? —sonreí, cansado de ver aquellos números en la parte superior de la pantalla.

María tuvo que hacer memoria, o al menos eso juró, antes de cambiar aquellos números por "Álvaro cumple de prima".

—Venga, respóndele. Pobrecillo. —incité a María.

—Mmm... no sé.

Sorbí de mi café y me acerqué un poco a mi novia. Como dos colegiales conspirando alguna trastada.

—Venga, ponle... pregúntale tú qué te regalaría él a ti.

—Mmm... pues no es mala esa —rió María— ¿Se lo pongo?

—Sí, ponle eso. Seguro que se emociona...

—A ver si se va a emocionar de más.

—Eso ya es su problema.

—Está bien... a ver... —dijo María antes de teclear: "Y tú que me regalarías?"

El chico, en línea, respondió inmediatamente:

—¡Vaya! Estás viva! Estaba preocupado! Pues... te regalaría... una copa esta noche.

—¡Caray! No se corta —sonrió María. Parecía encantada con aquello, que tenía, al menos por ahora, mucho de vacile y poco de flirteo.

—Ahora ponle...

—Bueno, ¡ya! —me interrumpió María.

—¿Lo vas a dejar así?

—Pues sí.

—Bueno, de todas formas seguro que te vuelve a escribir. El pobre te va a buscar toda la noche, ¿lo sabes, no? —le pregunté.

—No creo...

—¿Que no?

—Pues supongo que tendrá a unas cuantas... vamos, que le tendrá echado el ojo a unas cuantas.

María, de nuevo, como en el bar la noche anterior, parecía seguir, a sus treinta y cinco años, sin darse cuenta de lo buena que estaba y de lo que despertaba en los hombres. Aquel crío no se iba a ver con una mujer igual en la vida, y María hablando como si le diera igual ligar con ella que con cualquier medianía de su edad.

La conversación con Álvaro quedó ahí y comenzamos a pasear sin rumbo. Hasta que me quedé parado ante el escaparate de un sex shop. La verdad era que parecía enorme y, sin ser en absoluto un experto, parecía de bastante nivel. María me sorprendió preguntándome si quería entrar.

—A mirar solo, eh —aclaró.

Entré con ella sin ningún ánimo de nada. Y, además, era extraño hacerlo teniendo en cuenta nuestra situación.

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A María se la veía más distendida que cuando habíamos estado en el de cerca de nuestra casa. Como si al estar en una ciudad desconocida no le diera nada de vergüenza, pero eso no iba a impedir que criticara prácticamente todo: Pasamos por una zona de lencería, donde había corsés y ligueros, me detuve delante de uno de estos últimos, y me dijo que eso era de fulana. Después cruzamos una zona de disfraces y no paraba de reírse y de criticar todos los atuendos, en una sucesión de "quién puede ponerse esto" y "mira eso, qué horterada". Llegamos a una estantería con consoladores y María me recriminó, entre risas, que hubiera comprado en su momento uno tan grande.

—Veo... penes por aquí más normalitos que el que tenemos, eh... —dijo en voz baja.

Yo me había quedado mirando la caja de un consolador, pues no entendía la foto, ya que aparecía un hombre musculado, con una polla de plástico enganchada a su cuerpo por la cintura.

—¿Y este donde tiene la polla? —pensé en voz alta.

Cogí la caja y, tras leer un poco, vi que el chico, al parecer, debía meter su polla dentro de la de plástico, la cual tenía una cinta por la cintura, que se enganchaba como un arnés.

María lo miraba conmigo. También sorprendida. Y acabó por decir:

—Ya no saben que inventar.

Seguimos pululando por la tienda, como con esa obligación absurda de revisarla entera, pero yo me había quedado con aquello en la cabeza. Disimuladamente, cuando volvimos a pasar cerca de allí, volví a coger la caja. ¿Era ciertamente absurdo o podía tener sentido en la situación en la que estábamos? María me sorprendió:

—Bueno, Pablo…

—Qué —respondí esperando un reproche.

—Si te veo con eso puesto... de esa sí que ya...

Aquella frase me hizo polvo.

—De esa si que ya ¿qué? —dije molesto.

—Que es ridículo, Pablo, que te veo con eso y me muero de risa.

—¿Tú crees? ¿Por qué?

—Hombre, no sé...

Nos quedamos callados.

—Que si quieres cogerlo, cógelo. Pero vamos. Olvídate. Que yo eso... yo no me veo haciendo nada con eso. ¿Tú te verías bien con eso puesto?

—Pues por qué no.

—Pues no sé, Pablo, tú verás.

—Tampoco sé porque tenemos que discutir.

—No estamos discutiendo. Yo te digo que eso... yo creo que eso... ya no es el ridículo… es que nos daría corte usarlo. Qué son además…

—Veinticinco euros. —completé su frase.

—Bueno, creí que sería más. Pero, no sé, Pablo. Mira haz como veas. Yo lo veo surrealista.

Leí un poco más detenidamente. Eran dieciocho centímetros de largo, cinco de diámetro. Era cierto que el modelo de la foto se veía un poco esperpéntico, pero podría dar juego.

—Entonces tú metes la tuya dentro de eso…

—Sí.

—A todo esto veo aquí la foto además de una chica, ¿qué es para chicas también?

—Así me das tú. —bromeé.

—Mira... me muero —rió— aunque a veces te lo mereces... Me iba a quedar yo a gusto.

Tras otro impasse, en el que nos quedamos callados, dije:

—Pues lo voy a comprar.

—Pues tú mismo... Así te lo pones por casa cuando venga el frío, igual hasta te da calor —volvió a reír.

Paseábamos por la ciudad, yo con la bolsa, y ella vacilándome, risueña, encantadora:

—Cuando venga una visita acuérdate de quitártelo, eh. —volvía a mofarse.

Volvimos al pueblo y nos vestimos para bajar a cenar a la planta baja. A tomar aquella especie de menú degustación. Si la casa disponía de cinco habitaciones, durante la cena solo había tres mesas ocupadas, y ninguna, de nuevo, era candidata clara a ser la mujer de los gemidos. Una mesa era la nuestra, la otra compuesta por cuatro personas de edad avanzada vestidos con ropa de poco menos que de peregrino y la otra mesa la ocupaban un matrimonio con dos hijos, un chaval de unos dieciocho o veinte y una niña de no más de doce o trece años.

No éramos María y yo muy dados a cenar mucho, pero lo cierto era que estaba todo realmente bueno. El parco gobernador de la casa iba sacando la comida y cada plato estaba mejor que el anterior. En un momento dado comencé a reparar en que el chico, el hijo del matrimonio, miraba de vez en cuando a María. Al principio pensé que eran paranoias mías, que venía yo con la neura después de los sucedido en el bar la noche anterior, pero poco a poco aquello me parecía que no era fruto de mi imaginación. Y eso que mi novia, seguramente también como consecuencia de lo vivido en aquel bar, iba vestida mucho más discreta, con unos vaqueros ceñidos oscuros, un jersey granate de ochos corto, el cual dejaba ver los cuellos y la parte baja de una camisa a rayas, y unos zapatos de tacón bastante comedidos.

Yo no quería coger in fraganti al chico, pues no quería que se cortase. Y tampoco le dije a María nada. Me acordé entonces del otro chico, Álvaro, y le pregunté a ella si le había escrito. Me contestó que no sabía, rebuscó en su bolso, cogió su móvil y asintió maliciosa con la cabeza.

—¿Sí? ¿Que te ha puesto? —pregunté, y María me alargó el teléfono. Leí:

“Voy a tomar unas copas en casa con unos amigos hasta la una o así, después iré al pub de la otra noche”,

—Vaya... vaya... ¿qué le vas a poner? —le dije mientras comprobaba en mi reloj que pasaban un poco de las nueve y media.

—Le voy a poner... —pensaba graciosa— que... que me parece muy bien.

—¿En serio?

—O mejor no le pongo nada, ¿no?

—No, no. Ponle eso.

Pensé que María no era consciente de que con aquello le estaba dando esperanzas al chico. Ella creía haber plasmado que le daba igual lo que hiciera él, pero el tal Álvaro seguramente lo iba a interpretar al revés.

María le escribió eso y el chico, inmediatamente después, respondió con un "vale, me voy a la ducha”, y un emoticono de un guiño.

El regente de la casa se acercó a traernos unos postres caseros y María le preguntó si había algún sitio en el pueblo que estuviera bien para tomar una copa. Remarcó con fuerza la palabra "bien". Mientras el señor hacía memoria como si viviera en Nueva York, no en un pueblo de cinco mil habitantes, el chico de la otra mesa desnudaba a María con la mirada. Mirada que se hizo bastante más turbia y pecaminosa cuando nos levantamos para irnos. No quedó milímetro del culo de María por ser escaneado. No sería la última vez que veríamos a ese chico aquella noche.

CAPITULO 16

No es que las directrices de aquel hombre hubieran sido muy claras, pero no tenía mucha pérdida. En aquel pueblo uno no se podía perder ni queriendo. Una vez allí fue una grata sorpresa comprobar que el pub era normal, que podría tele transportarse a una ciudad y dar el pego. Había bastante gente para ser tan temprano, las luces estaban bajas y la música a un volumen agradable.

Pronto la conversación se encaminó hacia nuestro futuro. Habíamos pasado un pequeño bache en cuanto a hacer planes cuando había estado sin trabajo, pero en aquel momento los dos estábamos muy asentados profesionalmente, sobre todo ella, la cual me contaba que estaba habiendo una reestructuración en el despacho. “Corrimientos de tierras” le llamaba Amparo, y María esperaba progresar. No decía nada de Edu, de esa posible vacante, aunque, que yo supiera, Edu no estaba en un estatus superior al de María. Aunque no entendía muy bien cómo tenían aquello organizado y jerarquizado.

Su trabajo, el mío… Posibles destinos para viajar en enero… Hasta surgió la idea, aunque más bien salió a la luz, pues ambos la llevábamos masticando por dentro, de mudarnos a una casa más grande. Yo solo veía mi futuro con ella y me parecía latente que ella pensaba lo mismo, pero ese tema sí que eran palabras mayores, y, ni ella ni yo lo abordábamos, ni directamente ni a través de inocentes pullas, como sí veía en otras parejas de nuestro entorno.

Apoyados en la barra, yo de pie y ella sentada sobre un taburete, bebíamos de nuestros gin tonics y nos ilusionábamos con esos planes, cuando María revisó su móvil y, sonriendo, me lo dio a leer:

Álvaro cumple de prima: ¿Entonces nos vemos hoy?

—Caray… —dije, no sé por qué, algo sorprendido— Emm… —dudé— dile que lo estás pensando, pero que tienes otro candidato— Lo cierto era que también estaba extrañado porque el chico no le hubiera preguntado nunca por mí.

—¿Cómo le voy a poner eso?

—Venga, escríbeselo…

—Vamos a ir... al infierno… —sonreía María mientras le contestaba— Le estoy dando esperanzas… me siento mal.

—No exageres… —respondí mientras vi como su móvil se iluminaba. Leímos que había contestado:

“Seguro que lo pasarías mejor conmigo”.

—Vaya, vaya… —exclamé, cogiendo el móvil.

—¡Ey…! Venga, va… —decía María haciéndose la enfadada, pero no intentando realmente arrebatármelo— No le pongas una burrada, eh.

Me quedé pensando un instante, nos podíamos pasar media hora de tontería o saltármelo todo directamente. Así que finalmente escribí:

—No sé, no sé… a mí me gustan bien armados.

Se lo di a leer a María que explotó contenida:

—Pero bueno, ¿estás loco? Venga, trae. —dijo consiguiendo su teléfono y metiéndolo en su bolso.

—Perdona, María… me salió sin pensar…

—Ya… ya… —fingía un enfado que no se creía nadie mientras sorbía de la pajita.

—Que, por cierto, hablando de bien armados, nunca hemos hablado de… que no hemos profundizado en eso sobre chicos con los que hayas estado… antes de estar conmigo… —me lancé gracias a una segunda copa que entraba sola.

—Ya sabes que son pocos… muy muy pocos… —respondió con menos incomodidad de la que esperaba.

—Ya… ¿Y? ¿Cómo se portaban?

—Mmm… pues… si te digo la verdad… y… visto lo visto… no había tenido yo mucha suerte.

—Estamos hablando de… armamento… o de… cómo usaban las armas —intenté preguntar ingenioso.

—Bueno… primero que no estoy hablando de ti, ¿vale? Te hablo de eso… muy pocos anteriores… y… diré que… ni armas contundentes… ni estrategia militar… ni… no sé. Eso. —rió, encantadora.

—Vaya… pobrecilla… qué mala suerte has tenido…

—Ya ves…

Yo disfrutaba de aquel momento en el que María me confesaba claramente que tanto el miembro de Edu como lo que había vivido con él había sido algo que ella ni había estado cerca de vivir, casi como si nunca hubiera sabido siquiera que pudiera existir.

Yo la miraba. Ella me miraba. Sonreíamos. Quizás aquella locura nos había hecho intimar más… Quizás aquello no era malo… si no bueno… Me sentía bien, quizás otra vez por el alcohol.

—Mira a ver que te ha respondido, anda.

María rebuscó en su bolso. Efectivamente había respondido, estaba permanentemente en línea, había respondido con tres puntos suspensivos y un “sobre eso conmigo no ibas a tener problema”.

Mi novia y yo exclamamos a la vez, riéndonos de la autoestima del joven aprendiz de seductor.

—Míralo, qué chulito… —sonreía María, mirando la pantalla.

—Pues que lo demuestre. —dije— Pídele una foto.

—Bueno, Pablo, estás fatal. Era lo que me faltaba.

—Venga, pídesela.

—¿Pero cómo me va a mandar una foto si no nos conocemos de nada?

—Bueno, estos millenials es lo primero que hacen.

—Sí, Pablo, lo primero que hacen es mandar una foto de su... polla —rió.

—Vamos, pídesela, ¿qué perdemos? —usé la primera persona del plural para que fuera nuestro y ella se sintiera que estaba haciendo más una trastada conjunta que una petición personal.

María cogió aire. Dio un trago a su copa. Sonrió y negaba con la cabeza… pero ya se veía que lo iba a hacer. Efectivamente le escribió eso, mientras decía: “nos va a mandar a la mierda… y con razón...” Dejó el móvil sobre la barra. El tal Álvaro, permanentemente en línea, escribió en seguida:

“Dame un minuto”.

Nos miramos. Reímos. María repetía unos “dios mío” mientras bebía por no llevar los ojos más al móvil. Yo me imaginaba al chico, abandonando a sus amigos que bebían con él en su salón, para irse a su dormitorio o al cuarto de baño a empalmarse, sabe dios pensando en qué o viendo qué en su móvil… para mandarle la foto a María… y no sabía si reírme, sentirme mal o excitarme.

Leímos: “Álvaro cumple de prima ha enviado una foto” y cogí el teléfono rápidamente. María no hizo intento de detenerme. Yo era el encargado de ser el primero en verlo y, con mi semblante, dar el primer veredicto. Escuchaba a María decir: “Estoy flipando… no me lo puedo creer” mientras, ante mí, apareció un miembro, agarrado por su mano con fuerza… de unas dimensiones… más que respetables… sin ser lo de Edu, ni mucho menos, era cierto que el chaval iba bien armado. Con unas venas marcadas y un glande joven, liso, orgulloso y rosado… tenía un buen aparato, la verdad.

—Oye… pues…

—Dime —dijo María rápidamente, sin fingir indiferencia.

—Pues… no está mal, eh…

—¿En serio? ¿A ver? —hizo ella por recuperar su móvil.

—Oye, María… pues parece que te cambia la racha con el armamento de la gente —dije mientras ella miraba aquella foto, intentando que nadie más la viera, mirándola de cerca y tapándola un poco con la mano, encorvada hacia adelante.

María no decía nada. Y le pregunté.

—¿Te gusta?

—Mmmm…. Pues hasta es bonita y todo.

—¿Bonita? ¿Pueden ser bonitas?

—Pues sí… claro… —dijo achispada.

—Igual no es suya. No parece que sea sacada de internet a lo loco, pero igual es de un amigo o algo.

—Bueno, Pablo, no le vamos a pedir un book.

—No, pero dile que igual no es suya. ¿Qué te pone? —dije al ver que algo en su pantalla había variado.

—Dice que si me gusta.

—Pregúntale… dile que igual no es suya.

María acabó por hacerme caso y vi como le escribía eso.

—En serio, Pablo, toma, no quiero ni verlo. —me dijo dándome su móvil y diciéndome que se iba al baño. Mientras se iba le pregunté si quería otra copa y me dijo que sí.

Me quedé mirando para la pantalla. El chico tardaba. Revisé su foto, efectivamente la había sacado en el baño, de pie, se veían al fondo unas baldosas bastante cutres. Quizás tardaba porque había ido al salón y ahora tenía que volver al cuarto de baño. O quizás había caído en la cuenta de que María le estaba tomando el pelo.

Justo antes de que volviera María entró otra foto. El chico, indudablemente él, aunque su cara estaba parcialmente tapada por el móvil, le sacaba una foto a su espejo del cuarto de baño, mostrando no solo una polla bastante potente si no unos abdominales marcados y un torso completamente imberbe. El chico estaba delgado, un poco sin hacer, sin sacar cuerpo, demasiado espigado… parecía hasta demasiada polla para tan poca complexión.

—Toma, aquí tienes a tu pretendiente. —le dije a María, pasándole el móvil antes de que si quiera se llegara a sentar.

Ella de nuevo hacía su liturgia para examinar la foto con calma sin que nadie pudiera verla.

Tras casi unos veinte segundos mirando la foto se pronunció, fingiendo indiferencia:

—En fin… Lo voy a guardar ya… que esto… —dijo mientras vio como el chico volvía a escribir.

—¿Qué te dice? —pregunté.

—Pues… vuelve a preguntarme que qué me parece.

—Dile que las has visto mejores… Lo cual es cierto…

Se quedó callada. Sopesando qué hacer. Finalmente matizó:

—La verdad es que se merece un poco que le ponga eso, por flipado. —dijo María, aparentemente dispuesta a escribirlo

Efectivamente lo escribió. Bebió de su copa y dejó de nuevo el móvil sobre la barra. El chico respondió en seguida:

—¿Ah sí? ¿El chico con el que estabas el otro día?

—Vaya, existo… —pensé.

—Ahora me voy a vengar de ti.. —dijo María.

—¿De mí?

—Sí, de ti —respondió maliciosa, ocultándome lo que le escribía. Tras acabar me lo dio a leer riéndose:

—No, a ese le gusta mirar —le había escrito.

—Ostrás, María —respondí sorprendido y también haciéndome un poco el indignado, pero no me había molestado en absoluto

Si María había escrito aquello era inequívoco que la ginebra estaba diciendo “aquí estoy yo” en su cuerpo.

Álvaro respondió con un emoticono de una cara pensativa y unos puntos suspensivos, tras lo cual escribió: “¿Y eso?”.

—Te está bien —dijo ella llena de razón.

La pantalla se iluminaba otra vez.

—¿Y tú no mandas foto?

—Ya tardaba —dijo María.

—Ya, normal. ¿pregúntale que cómo la quiere?

—Bueno, sí, vamos, no le mando una foto pero ni de una uña. Es que vamos…

—Que ya… —la interrumpí— es solo para saber qué te pide.

—Venga. Ya. Se acabó el juego. —zanjó metiendo el móvil en el bolso.

Supe que no debía insistir, así que volvimos a hablar de cosas normales, por decirlo de alguna manera, y, a medida que bajaba mi copa de ginebra, empezaba a pensar si follaríamos aquella noche. La veía guapísima con aquella ropa, más inocente, menos mujer fatal, pero quizás más guapa. No recordaba la última vez que habíamos tenido sexo normal. Lo del jueves por la noche con ella casi sin enterarse o la semana anterior subiéndose sobre mi, usándome para quitarse el calentón, no podía contar.

Cada vez había más gente y hacía más calor. María acabó por quitarse el jersey y su camisa a rayas resultó no ser tan inofensiva como su casto jersey granate. No pude evitar comenzar a besarla con ternura mientras hablábamos. Yo estaba realmente muy cachondo. Tras semanas de oscuridad, en las últimas horas había sido bombardeado con su confesión de lo vivido con Edu… su exhibicionismo involuntario delante de todo un bar… los gemidos de una desconocida vecina… y ahora un vacile inocente, pero que había desembocado en descubrir el cuerpo y el miembro de un cortejador de María.

Ella respondía a mis besos con más humedad… Su lengua tenía vida propia, mostrando, aparentemente, una reciprocidad en nuestra excitación.

Mi mano acabó acariciando su escote, sabía que eso la encendía. Y, durante un beso especialmente tórrido, una de mis manos aterrizó sobre su camisa, a la altura de uno de sus potentes pechos, y apreté con un poco de fuerza, haciendo que María aun incrementara más la lujuria de sus labios y su lengua.

Tras besarnos con aquella rudeza me aparté un poco. María me miraba con la mirada encendida.

Me acerqué otra vez. Y le susurré al oído:

—Sabes que ese chico te va a buscar como un loco toda la noche, ¿no?

—Mmm… ¿tú crees?

Besé su mejilla y bajé un poco a su cuello. Subí después para lamer su lóbulo de la oreja mientras mi mano acariciaba de nuevo su escote y se colaba más abajo.

—Cree que te va a ver… y… cree que… te vas a resistir un poco… cree que te convencerá de ir a un par de sitios más… pero piensa realmente que te va a acabar follando…

—Mmm… ¿sí…? ¿piensa eso…? ¿que puede… follarme…? —ronroneaba María en mi oído, con sus manos en mi cintura. Dejándose hacer.

—Claro que lo piensa… ¿qué piensas tú…? —le dije comenzando a desabrocharle un botón de la camisa, temiendo que María me lo impidiese.

—Yo creo que no… que no puede… que es un crío…

—Pero tiene una buena polla… —le susurré echándome un poco hacia atrás, contemplando como la imagen de su escote había cambiado completamente, se veía el encaje de su sujetador negro claramente y sus pechos ocupando las copas con desconsideración.

María, sabiendo que su escote era un tremendo exceso, cogió su copa de la barra y bebió lentamente. Con un orgullo de su cuerpo, por fin, que me dejaba sin aire.

Me acerqué de nuevo y las yemas de mis dedos tenían un amplísimo escote para circular…

—Si Álvaro te viera así…

—¿Qué…? —preguntó besándome.

—Si te ve así se muere… se haría una paja tremenda…

—Mmm…. Que se la haga… —de nuevo me ronroneaba en el oído.

—¿Sabes quién se va a hacer también esta noche una paja pensando en ti?

—¿Quién…?

—Un chico que estaba en la cena hoy.

—Mmmm… sí… ya lo he visto

—¿Sí? ¿Te has fijado? —pregunté sorprendido.

—Sí… no dejaba de mirarme…

—Hay mucho niño mirón últimamente —dije llevando mis dedos a desabrocharle otro botón más… No podía creerme que María me lo permitiera… Pasmado y tembloroso alucinaba con que me dejara hacer… Y, entonces, desde mi posición, pude ver su sujetador casi entero; mi mirada se podría colar hasta ver hasta su ombligo si quisiera… Y lo hacía, vaya si lo hacía, mientras acariciaba su cuello y estiraba su labio inferior con mis besos.

—Mmm… qué me haces… —preguntó ella, implicada. Y yo no sabía qué porcentaje de mi éxito era estrictamente por mí y cuanto por nuestro juego.

—¿Tú qué crees?

María se puso de pie. Nuestras caras se juntaron. Juntó un poco su camisa y me rodeó con sus brazos para que solo yo pudiera ver un escote que ocupaba más de la mitad de su torso. Nos besamos de forma sucia, sentía que María disfrutaba de que allí no nos conociese nadie. Y acabó por decirme al oído:

—¿Quieres usar… eso?

—¿El qué?

—Lo que has comprado hoy…

—Mmm… sí… —respondí

Colé mi mano bajo su camisa… repté hacia arriba, por su vientre, y alcancé su sujetador… lo acaricié… la besé en los labios que estaban fríos y húmedos… y me lancé:

—¿Y quién quieres que sea? ¿Quién quieres que sea con eso puesto?

—Pues…

—Dime.

—Álvaro. Le damos una oportunidad… a ver… cómo se porta.

CAPITULO 17

Rodeado por sus brazos quise detener el tiempo en aquel preciso momento. De esas pocas veces que sabes que eres feliz y quieres saborearlo. Su cara cándida e inocente, pero morbosa, sus mejillas coloradas por el alcohol y por el calentón. Su doble travesura de calentar a Álvaro y aquel escote improcedente, triple travesura si sumaba su propuesta de usar lo que había comprado. Era un felicidad disfrutable, que se podía hasta coger con la mano, que se podía hasta oler. Pero fue un clímax que bajó un poco cuando, de nuevo, empecé a preguntarme si toda aquella excitación suya podría existir sin el juego, pues aquel juego había empezado como un "plus", pero tenía trazas de convertirse en una necesidad.

Una de sus manos me abandonó para cerrarse un botón y mirarme. Nos quedaba aproximadamente media copa por beber y hasta que la acabamos apenas nos dijimos nada. Sobraban las palabras y eran casi todo miradas. Mi imaginación volaba de vez en cuando a la imagen de yo, con aquello puesto, penetrándola... sintiéndome poderoso. Haciéndola disfrutar a ella. Disfrutando yo. Allí de pie, bebiendo de mi ginebra, mirándola, oliéndola... visionaba que, una vez en nuestra habitación, ella me llamaba por otro nombre... Al hacerlo, mi miembro palpitaba, harto de aquel local.

María se puso el jersey, salimos de allí y sus tacones comenzaron a resonar por aquellas calles estrechas y semi vacías. Agarrada a mi cintura, no sé en qué pensaba ella, pero yo le daba vueltas a como saldría aquello, aunque estaba relativamente tranquilo. Después de aquellas semanas de presión, con aquello podría ser Álvaro y después volver a ser yo, quizás con una María ya satisfecha. Y podría volver a ser él y yo otra vez. Y aquello me daba confianza. Como si fuera un comodín o un as en la manga del que poder echar mano para salvar mi inseguridad.

Llegamos a la casa y fuimos atacados por una bocanada de calor espeso. Los sofás, la chimenea, todo iluminado por una luz tenue, ambiente creado por el señor de la casa, que daba un aura de picadero que rozaba lo improcedente. Pasamos junto a los sofás para subir por la escalera de caracol cuando reparé en que no estábamos solos, y es que, el niño mirón de la cena estaba allí, recostado, tecleando en su móvil, seguramente buscando conversaciones diferentes a las que le darían sus padres y su hermana. El chico, en pijama, como si fuera su casa, no parecía tener la intención de apartar la vista de su pantalla, hasta que de reojo vio que la dueña de aquellos tacones era María y no desvió su mirada impúdica hasta que desaparecimos por el piso de arriba.

Mi novia abría la puerta de nuestro dormitorio y mis manos fueron a su culo, sobre sus vaqueros... Aquella luz, aquel silencio expectante que solo tienen los pasillos de hotel... la mirada libidinosa de aquel crío... nuestro plan para aquella noche... todos aquellos agentes creaban una atmósfera tremendamente sexual.

Entramos y su bolso cayó y su jersey voló, y al tercer beso desesperado ella susurró un "tranquilo..." que me obligó a reprimirme.

El siguiente beso fue más manso... pero increíblemente más morboso. Con su lengua en el aire llegó a lamer mis labios lentamente antes de invadirme. Una vez llenó mi boca, me abandonó para susurrarme:

—¿En serio vamos a usarlo...?

—Claro... —respondí sin dudar.

—Estamos locos... —gimoteaba en mi oído, achispada por el alcohol y seguramente también por su imaginación.

No quise retrasarlo mucho más, así que acabé por pedirle un poco de intimidad para ponerme aquello. Me fui al baño no sin antes decirle que no me mirase nada más volver. Me espantaba la idea de ella en la cama, esperándome, y yo apareciendo con aquello puesto.

Me desnudé en el cuarto de baño mientras escuchaba a María haciendo lo propio. No sabía muy bien cómo ponérmelo, no sabía si debía estar erecto o no. Estuve intentando ajustar la cinta en mi cintura, pero no era capaz de hacerme a aquello. Opté por meter mi miembro dentro sin ajustar nada a la cadera y la sensación fue más agradable de la esperada, pues el material era relativamente mullido, su forma repuntaba un poco hacia arriba.

A pesar de que la imagen en el espejo no fue ni la mitad de chocante que cabría esperar, decidí salir de allí sin aquello puesto. Pensé en ir junto a María con eso en la mano y ponérmelo después en la cama, estando los dos excitados.

María había atendido a mi petición y no me miró cuando salí. El dormitorio estaba iluminado por una luz regulable, muy tenue, y ella llevaba puesto la chaqueta de su pijama de seda blanco, como de chico, pero sus piernas sí estaban desnudas y lucían tremendamente apetecibles.

Flanqueé la cama para colocarme a su lado y le susurré:

—No me lo he puesto.

—¿Y eso?

—No sé... lo ponemos ahora. —dije en su oído, dejando caer aquel aparato color carne, atado a su cinta negra, a nuestro lado.

—Me ha vuelto a escribir —dijo María mientras alargaba su mano para coger el móvil de la mesilla. No entendía muy bien por qué, pero hablábamos en un tono bajísimo, en susurros casi inaudibles.

—No sé por qué no me extraña —le respondí e intentaba hacer memoria de donde había quedado aquella conversación con él.

Miré la pantalla que ponía: "Si no me mandas foto me da igual, yo te imagino". Hacía más de media hora que lo había escrito, pero estaba en línea.

—Vaya, vaya... —le dije mientras hacía por colocarme tras ella. Me recosté contra el cabecero de la cama y abrí las piernas para que ella se recostase sobre mí, con su espalda en mi pecho.

—Qué pesadito... ¿no? —decía María, pero no posaba otra vez el teléfono sobre la mesilla.

—Es normal... María... debe de estar acabando su especie de botellón en su casa... cree que va a verte...

—¿Entonces?

—Pues yo le respondería...

—Qué... —preguntó María.

—Dile que... pues lo que te está pidiendo a gritos. Pregúntale que cómo te imagina. Te ha escrito lo que te ha escrito justo para que le contestes eso.

—¿Ah sí...? Estás muy puesto tú en esto...

—Hombre... es obvio... —dije en su oído mientras ella le escribía, sorprendiéndome su predisposición pues ni tuve que persuadirla.

Tras hacerlo reptó un poco hacia arriba para que su cabeza cayera sobre mi hombro y nuestras bocas pudieran encontrarse. Era tremendamente morboso esperar la respuesta de aquel chico mientras la lengua de María se encontraba con la mía. Mi corazón latía con fuerza mientras mis manos desabrochaban un botón de su pijama y esperaba con ansia que aquella pantalla se iluminase.

Mi novia quiso que ambos pudiéramos leer a la vez la respuesta:

"Te imagino mirándome con deseo esta noche".

Desde luego su respuesta había sido bastante decepcionante, y un "psss" salió de la boca de María confirmándome que el mini chasco era compartido.

María estaba dubitativa. En un principio no le quería escribir más. Y esta vez sí tuve que convencerla para darle otra oportunidad.

“¿Y si te miro con deseo qué harías? “ le escribimos y susurré en su oído:

—Madre mía... se va a morir.

—Somos malos... —ronroneó María, posando el móvil en la cama y llevando su mano a mi cuello y mi pelo para acariciarme.

De nuevo aquella incertidumbre de ver la pantalla apagada... y mis manos yendo otra vez a desabrochar otro botón que casi liberaba completamente las tetas desnudas de María. Mi mirada se colaba ya por su pecho admirando sus tetas semi tapadas, que descansaban aun tranquilas sobre su torso. La pantalla se iluminó y leímos a la vez, como antes. Y la decepción fue similar. Un párrafo de unas ocho líneas que hablaba de estar a solas... acariciarse... disfrutar el uno del otro... y demás propuestas pueriles que a nosotros se nos hacían tremendamente insuficientes.

—Bueno... ya... —dijo María queriendo zanjar aquello para centrarse solo en nosotros dos.

Mis manos desabrocharon completamente su chaqueta del pijama y fueron a contener sus pechos... Los acariciaba con dulzura... buscando que sus pezones se erizasen. Sus bragas blancas eran el punto de mayor iluminación en aquel dormitorio hasta que su móvil de nuevo se iluminó. El chico escribía otra vez y leímos sin mucha esperanza:

“¿Quieres que sea más claro?”

La respuesta de María no pudo ser más concisa y veloz:

“Sí.”

El teléfono de nuevo sin luz. Una de mis manos a su pecho y la otra acariciando la seda blanca de sus bragas. María se entregaba a unas caricias tranquilas, que necesitaban un impulso, y no teníamos muchas esperanzas en que ese impulso viniera de Álvaro y su palabrería naïf.

Casi descartando la ayuda de aquel chico comencé a sobar con más fuerza sobre la entre pierna de María. Tiraba de sus bragas hacia arriba para que estas marcasen su coño, para que sus labios hicieran acto de presencia... cuando la pantalla se iluminó. Leímos:

"Desde que te vi el otro día me muero de ganas meterte un polvazo increíble. Cuando llegué a mi casa el otro día te imaginaba en mi cama subida encima de mi saltando sobre mi polla. Quiero follarte fuerte y creo que tú también lo quieres. Follarte duro."

María esbozó un "caray..." que sonó como suspiro de excitación. La sorpresa había sido importante y mi miembro ya palpitaba aplastado bajo el cuerpo de ella.

Lo volvimos a leer mientras con mis dos manos tiraba de sus bragas hacia arriba, haciendo que sus dos labios se marcasen hinchados y humedecidos a través de la seda blanca. Me daba la impresión de que su coño quería escapar de sus bragas cuando le susurré:

—Follarte... duro...

—Ya...

—¿Qué te parece...?

—Mmm.... pues... —murmuró mientras su pantalla se encendía. Cogió el móvil y leímos:

"¿Te gusta más así?"

María respondió inmediatamente:

“Así. O más”

Tras escribir eso dejó de nuevo el móvil sobre la cama y yo le pedí que bajara sus manos, para tocar aquello que yo llevaba un rato maltratando. Las manos de María fueron a su entrepierna y las mías quedaron libres para acariciar su pecho y coger su móvil. Rebusqué en la conversación mientras él escribía, hasta que conseguí llegar a la foto de su polla. Ambos mirábamos la foto aquella mientras ella se daba placer bajo sus bragas y yo descubría que sus pezones estaban ya enormes...

—¿Qué te parece...? —le susurré mostrándole la foto de la polla del chico.

—Mmm... bien... —casi gemía María, con sus ojos entrecerrados, mirando aquella polla en primer plano, sin dejar de frotarse con tremendo erotismo...

—¿Sólo bien...? Yo creo que te parece una muy buena polla...

—Sí...

—¿Sí?

—Sí... tiene... tiene muy buena polla...

—Se la... chuparías... ¿A que sí...? —le susurré, esperando aun la respuesta del chico, mientras alargaba mi mano para coger la polla de plástico que yacía a nuestro lado.

—Mmm... no sé...

—¿No? Yo creo que sí... —soplé en su oído mientras ponía aquella polla al alcance de su boca.

—¿Por qué no se la chupas un poco...? —insistí posando la punta en sus labios. —Mírala... mira que pollón… — le susurraba, mientras ella, entrando en mi juego sin más miramientos, abría la boca y envolvía con su lengua aquel trozo enorme que emulaba el miembro de aquel chico... María chupaba aquella polla mientras mantenía la mirada en la pantalla, donde estaba la polla real, y le temblaban las piernas como consecuencia del castigo que sus manos ejercían bajo sus bragas.

Mi polla seguro goteaba ya sobre la parte baja de la chaqueta del pijama de María, mientras le pedía que siguiera chupando, y ambos esperábamos su respuesta, que se hacía esperar.

—Te dice que te quiere follar fuerte, María... ¿Crees que te follaría fuerte con esa polla? —le seguía susurrando, sujetando aquel plástico envuelto por aquella boca que empapaba toda la punta de saliva, llegando a hacer ruido por la cantidad de líquido.

En la parte superior de la pantalla apareció que el chico había escrito. Aparté aquel miembro simulado de María y ella se deshizo de sus bragas, como si ambos quisiéramos tomar aire antes de leer.

Se recolocó sobre mi torso otra vez. Se echó el pelo hacia un lado. Llevó sus manos de nuevo entre sus piernas y ambos leímos:

"Te quiero follar de una forma tan salvaje que vas a querer que te folle hasta que amanezca y me vas a pedir que te la meta más profundo cada vez. Creo que quieres un macho que te folle con fuerza. ¿A qué sí? Cuando nos veamos esta noche nos vamos a los aseos y ahí te enseño mi polla y vas a querer follar ya allí, ¿Quieres que te folle allí? ¿¿quieres que te folle fuerte ya en el pub??"

María no dijo nada, pero inmediatamente la noté afectada. Excitada. Cachonda. Cerró los ojos y se entregó a su coño. Sus dedos comenzaron a moverse frenéticamente mientras mi polla lagrimeaba más y más sobre su espalda

—Te quiere follar en los baños... María, como a una guarra... —le susurraba en el oído mientras contemplaba alucinado como aquello la había encendido. De nuevo llevé aquella polla de plástico a su boca, que no dudó en acoger, y, chupando de aquello y deshaciéndose allí abajo parecía que podría encontrar el orgasmo en cualquier momento. Yo la calentaba, la incitaba, preguntándole:

—¿Te dejarías follar allí, como una guarra... por ese crío...? —y ella llegaba hasta a gemir mientras chupaba, con los ojos cerrados, mientras seguramente se imaginaba siendo penetrada allí o imaginaba que se la chupaba...

Saqué aquello de su boca con cuidado y me moví un poco, para liberar mi miembro que necesitaba libertad inmediatamente... María detuvo su paja, sin su orgasmo, diciendo rápidamente:

—Ponte eso si quieres.

—¿Sí? Oye... Esto es increíble...

—Ya...

—No, pero... no sé… es increíble pero... no es real.

—¿Cómo que no es real? —preguntó.

—Que... —yo le había cortado el orgasmo a María y sabía que le iba a proponer una locura— que... estamos excitándonos por lo que te dice un chico a no sé cuantos kilómetros... y que tenemos a otro chico aquí abajo.

—¿Qué dices? No te entiendo...

—Pues te hablo de... aprovechar que el chico de la cena está ahí abajo...

—Pero... ¿En serio? —susurraba sorprendida, aunque serena, en voz bajísima— Además no creo que siga ahí.

—Bueno, ¿Y si sigue ahí...? ¿Te imaginas tontear con él... calentarle? —yo sabía que aquello sonaba casi ridículo, con María al borde del orgasmo, con Álvaro escribiéndole... con la polla de plástico pendiente de usar... que eran muchas cosas...

—Pero es que bajo y qué, es que...

—Sabes a lo que me refiero —insistí.

—¿Pero no llega con esto?

—Esto es fantasear, si bajaras sería real.

—¿Y qué le digo? Seguro que ya no está. —María estaba reacia pero no completamente a la defensiva.

—Solo siéntate en el mismo sofá que él... ponlo nervioso... tontea...

—Pero si me ha visto contigo —dijo mientras la pantalla de su móvil se iluminaba.

—Pues sé descarada.

—Estamos locos... Pablo... es un crío... igual no tiene ni veinte años, y si intenta besarme qué.

—Ya sabes que por mí no hay problema...

—Ya, ¿y por mí?

La miré, como dejándole ver que la decisión era suya. Ella sabía que yo una vez le proponía algo así no quería poner ningún limite, es más, que cuanto más lejos llegara para mí seria mejor.

—Vamos... —susurré, insistiéndole.

Se hizo un silencio eterno. Como de medio minuto, tras el cual, mientras se incorporaba un poco, dijo:

—Lo queremos todo y nos va a explotar...

Se hizo otro silencio mientras María parecía buscar unas bragas que no encontraba. Lo que sí encontró fue el pantalón de su pijama, que se puso.

—¿En serio vamos a hacer esto? —preguntó.

Salí de la cama y abrí sigilosamente la puerta. Caminé los escasos tres metros que nos separaban de la escalera de caracol y me asomé. Hice fuerza con mi mente para tener un poco de suerte. Y la encontré. El chico, a pesar de haber pasado una media hora, seguía allí, con su pantalón de pijama rojo a cuadros y su camiseta negra. Volví al dormitorio mientras María se abotonaba la chaqueta del pijama. Me miró y supo por mi cara que el chico seguía allí.

—Estamos fatal, Pablo, de verdad... —susurró.

—Tómatelo como una venganza, por mirón.

—Ya... venganza... eso sería si... eso, pero tú no solo quieres que lo caliente... —dijo poniéndose de pie. Estaba imponente con el pelo alborotado. Sus pezones aun seguían duros y marcaban la seda blanca del pijama.