Jugando con fuego

Le follé el ojete con la lengua, luego puso el coño e mi boca...

Después de haber soñado con ella decidí hacer algo que nunca me atreviera a hacer. Ir al pueblo donde vivía con su Risitas. No sabía donde encontrarla, pero cómo estaban en fiestas malo sería que no la viera, aunque fuese de lejos.

Eran las once de la noche cuando, por casualidad, la encontré. Estaba en un bar tomando un refrigerio con el celular en la mano. Me senté en el otro extremo del bar. Me sonó la música del whatsapp, era ella, me decía.

-Estoy tomando algo en un bar y me aburro.

-¿Y eso a que se debe, preciosa?

-A que hablan en valenciano y no lo entiendo.

-Si alguno te dice algo respóndele en inglés Son patanes mal educados, pero el que sea pillará la indirecta.

Vi cómo sonreía y cómo aporreaba las teclas del celular.

-No puedo hacer eso. Yo soy la extranjera, ellos están en su tierra.

-¿Y tu marido?

-Aquí, a mi lado.

-¿Y no le importa que estés chateando a su lado?

-No. Está a lo suyo. ¿Si fuera tuya te importaría que chatease con alguien cómo tú?

-Por supuesto.

-Me dan ganas de volver sola a casa.

-No ibas a volver sola, iría contigo y te pondría mirando para Cuenca.

-¡Ojala estuvieras aquí!

-Mira para el fondo del bar.

Diana, miró para donde estaba yo, y hasta desde la distancia se le notaba que se había puesto colorada.

Guardó el teléfono. No sé que le dijo a su marido, Lo único que sé es que él hizo un aspaviento con las manos, se levantó de la silla y él y otro se pusieron a jugar a los dardos. Diana, visiblemente enfada, se levantó y se fue. Pagué el vino que estaba tomando y la seguí guardando las distancias. Se metió en una casa y dejó la puerta entreabierta.

En medio de las sombras, cómo un ladrón, fui hasta la casa. Nada más entrar, cerró la puerta, me besó, y me dijo:

-¡¿Estás loco?!

La volví a besar, y le respondí:

-Te echaba de menos.

-¡Nunca te debí decir el nombre del pueblo donde vivía!

Me llevó de la mano a una habitación donde había una mesa de planchar, ropa, que no sé si era limpia o sucia, otra mesa, y no me fijé mucho más. Mis ojos estaban puestos en ella. Estaba preciosa, estaba arrebatadoramente sexy. La bese. Sé quitó el top y me desabotonó la camisa. Al volver a besarnos y juntarse nuestros cuerpos, el calor corporal me produjo un empalme brutal. Se agachó, me bajó los pantalones y me hizo una pequeña mamada. Le quité la falda y las bragas, y cómo un lobo hambriento le comí el coño, un coño que adoraba. Diana se mojaba rápido y a mi me encantaba sentir su coño mojado cada vez que se lo empezaba a comer. Me dijo:

-Hazme lo del cementerio.

No me hizo falta hacer memoria. Le di la vuelta. La acerqué a la pared, Diana, se apoyó a ella con las palmas de las dos manos y abrió las piernas. Se la clave hasta las trancas y le follé el coño con violencia. Ella, recibiendo las acometidas, me dijo:

-¡Rómpeme el coño, cabrón!

Le di tan fuerte que casi rompo yo la polla. Al rato, me dijo:

-Ahora dame la vuelta y házmelo.

La cogí por las nalgas, la levante, la arrimé contra la pared, y se la clavé hasta el fondo. Dándole caña de la buena, me dijo:

-Llamame puta.

-¡Puta!

-Lámame cerda.

-¡Cerda!

Los insultos me pusieron a mil. Diana sintió mi polla latir dentro de su coño. Sabía que me iba a correr.

-Lléname, y después hazlo.

Me corrí dentro de ella. Mis piernas temblaron una cosa mala, pero no me fallaron.

Al acabar de correrme, me agaché y le lamí el coño. Sentí mi leche sobre mi lengua, y a ella decirme:

-¡Pídeme que me corra!

-¡Córrete, puta!

-¡Aiiiiiiiiiiiii! ¡¡Pídemelo otra vez!!

-¡Córrete, guarra!

-¡Ay que rico, ay que rico, ay que rico!

-Córrete para mi, princesita linda.

-¡Oooooooooooiiiiiiii! ¡¡Me cooooooro!!

Diana, con un temblor de piernas aún mas fuerte que el mío, se corrió en mi boca. Me encantaba sentir sus babitas en mi boca, sentir sus temblores y oír sus gemidos.

Al acabar se echó boca arriba sobre la tarima. Estaba en el mismo sitio y en la misma posición de una foto que me mandara y con la cual me había matado a pajas. Muchas veces había imaginado cómo le separaba las piernas y le comía el coño, y fue lo que hice, le separé las piernas y le comí el coño empapadito. Fui subiendo y le besé y lamí el ombligo. De ahí pasé a sus deliciosas tetas. Lamí y chupe una de sus areolas y el pezón mientras pellizcaba el pezón de la otra teta con dos dedos... Le mordí el pezón de la teta que le estaba mamando antes de ir a por la otra y disfruta de ella. Después me eché encima de Diana y con los codos apoyados en la tarima para no pesarle, la besé dulcemente en los labios, Diana cogió mi polla con su mano derecha y la llevó a la entrada del coño, empujé y la follé con dulzura, suavemente. Era tan bello entrar y salir de ella mientras la miraba a los ojos que parecía que estaba follando a un ángel. ¡Craso error! La cosa no iba a ser cómo imaginara en mis pajas. Me metió un dedo en el culo y con la otra mano me largó en una nalga.

-¡Plassssss!

-¡Mueve el culo, cabrón!

-Pensé...

-¡Aquí la que piensa soy yo, capullo!

Me dio la vuelta (con la polla dentro) y me plantó otras dos hostias, estas cómo dos panes y de moflete a moflete.

-¡¡Plassssss, plassssss!!

-¡¿Cómo te atreves a venir aquí sabiendo que me puedes joder la vida?!

-Yó.

-¡Tu, mierda, cabrón!

Quitó la polla del coño y me puso el culo en la boca.

-¡Fóllalo, perro!

Le follé el ojete con mi lengua, después me puso el coño empapado en a boca.

-¡¡Te voy a ahogar, picha brava!

Poco tiempo me lo dio a comer. Me volvió a coger la polla, la puso en la entrada del culo y la metió de un golpe.

-¡Me va a romper a polla, cabrona!

Me folló cómo si no hubiera mañana.

-¡Cuando acabe contigo te va a caer a cachos!

Me cayeron otras dos bofetadas.

-¡Plassssss, plasssssss!

Sacó la polla del culo. La metió en el coño, y sin más, sin esperarlo ella ni yo, se derrumbó sobre mi, y temblando, se corrió cómo una bendita. Estaba acabando cuando le volví a llenar el coño de leche.

Al acabar estaba a mi lado, boca arriba con los ojos cerrados. La besé, en la mejilla, y le dije:

-Mejor me voy, cariño. Puede llegar el Risitas.

Abrió los ojos, me miró, y me dijo:

-¡¿Por qué le llamas así?!

-Porque me cae gordo.

-¿Te cae mal?

-Mal, no, lo siguiente.

-¿Celos?

-Pelusilla.

Me dio un pico.

-Dime que me quieres.

La besé, y después le dije:

-Te adoro, vida mía, te adoro.

Al poco me fui. Había conducido casi doce horas para llegar a su lado y debía conducir otras doce horas para llegar a mi casa, pero había valido la pena. La verdad es que aunque solo llegara a verla de lejos ya hubiera valido la pena el viaje.

Quique.

Quique.