Jugando a medicos (version siglo xxi)

Un hombre y una mujer que acostumbran a chatear por internet deciden un día "jugar a medicos" virtualmente hasta que el tema se les va de las manos...

JUGANDO A MEDICOS (VERSION SIGLO XXI)

Estábamos chateando, como muchas otras veces, yo no sabia demasiado de ella ni ella tampoco de mi, creíamos saberlo, si, pero en realidad desconocíamos multitud de cosas el uno del otro, lo cual tampoco era malo. Es lo que tiene las relaciones por Internet, no sabes más de lo que deberías saber. En ocasiones la ignorancia es precisamente lo que nos hace felices, imaginar y volver a imaginar. Imaginando volvemos a la infancia, cuando éramos realmente felices. Creo que ese es el secreto.

-Oye… ¿Tu no conocerás un buen doctor? –me preguntó de repente tecleando al otro lado de la pantalla, al otro lado de la ciudad.

-Si, claro –contesté yo tecleando también como debía estar haciendo ella- yo soy doctor.

-Fantástico. ¿Puedo hacerle unas preguntas doctor?

La desaparición del tuteo indicaba el comienzo de un juego cualquiera, como muchas otras veces, a ambos nos encantaba jugar.

-Por supuesto… ¿Qué le pasa, señorita?

La había conocido hace mucho pero las circunstancias me habían separado de ella, primero mis circunstancias, después mi vergüenza, después su vergüenza y finalmente sus circunstancias. Sea como fuese, nunca coincidíamos, cuando iba uno el otro venia y así pasaron años y años, viviendo nuestras respectivas vidas con relativo éxito y chateando. Su nick era "buenorra", el mío "novelista_amoroso". Por supuesto yo no era medico, por supuesto… ella no estaba enferma.

-Tengo unos calores, sofocos, palpitaciones

-¿Desde hace mucho?

-No demasiado, un mes a lo sumo.

A lo mejor se trataba de la primavera. A lo mejor lo que me estaba contando era, en cierta manera, real. Pero no, por muy real que fuese, en aquel mundo virtual no había espacio para ningún tipo de realidad. O al menos así lo creíamos ambos.

-Ya entiendo –teclee yo rápidamente- es muy común en esta época. ¿Y esa calentura le impide dormir, señorita?

-Ejem doctor… yo no he dicho "calentura". Pero no… no me impide dormir.

-Ya veo. Sufre de "calentura primaveral".

-¿Y es grave doctor?

-No necesariamente, pero debe ser tratada cuanto antes.

-¿Y en que consiste el tratamiento doctor?

Sus palabras aparecían rápidamente en la pantalla, al igual que las mías. Los dos tecleábamos a toda prisa, conscientes de que a las 3 del mediodía, como cada día, debíamos abandonar el trabajo y con ello terminar nuestra virtual conversación. Nuestra virtual convivencia.

-No, el tratamiento no es doloroso, todo lo contrario, si acaso placentero.

-¿Y usted sabe de algún especialista?

-Curiosamente yo soy especialista

Las tres menos cinco. Había que darse prisa. El reloj iba en nuestra contra, como cada día laborable desde hacia años.

-Bueno doctor, me arriesgaré y me lo pensaré. Gracias y adiós

-Adiós –teclee yo.

Después cerré el ordenador y sonreí. Prácticamente no había ninguna posibilidad de que ella viniese pero la sola idea de que pudiese suceder me la ponía dura como una piedra, la sola mínima posibilidad de que ella pudiese venir hacia que la sangre entrase en las venas de mi pene y lo convirtiese en una masa de carne dispuesta a follármela hasta caer rendido. Evidentemente ella no vino ese mediodía aunque yo no pude evitar masturbarme frente a una foto que ella me había enviado tiempo atrás. Vivíamos en la misma ciudad y no nos conocíamos en persona. Aun con la mano manchada de semen, decidí escribirle lo siguiente y se lo envié a su dirección de correo de casa. Ella nunca chateaba desde casa pero si que leía el correo, algunas veces me había enviado alguno desde su casa.

"Estimada buenorra, como doctor suyo me veo en la obligación de advertirle que su irresponsabilidad es un acto de desconsideración hacia los que, como yo, nos preocupamos de usted. La enfermedad que sufre, calentorum primaverus, es, en algunos casos, mortal. Le insto a que INMEDIATAMENTE mañana viernes a mediodía, a partir de las dos se persone en mi consulta para que le administre un primer tratamiento. Siempre suyo… novelista_amoroso".

Ella no contestó. Al día siguiente estaba conectada, como siempre, poco después de las ocho de la mañana.

-Hola doctor- me saludó ella.

-Hola señorita… ¿leyó mi correo?

-Efectivamente doctor, lo leí. Gracias por preocuparse tanto por mí. Es usted tan bueno conmigo

Casi podía verla con sus coletas y su vestidito de colegiala chupando lascivamente un caramelo y repitiéndome "es usted tan bueno conmigo… es usted tan bueno conmigo…". Es lo que tiene la virtualidad, cualquier frase disfraza a la otra persona.

-No se confunda señorita, no es bondad. Soy un profesional. ¿Ha recapacitado sobre las consecuencias de su irresponsabilidad?

-Si doctor. Pero todavía no estoy del todo decidía. Se que es lo mejor, pero me asaltan miles de dudas. ¿Me comprende?

-Perfectamente… pero debe pensar que con la salud, con la vida… no puede jugarse. Usted tiene un hijo. ¡Sea responsable, demonios!

-Tiene razón doctor, no se en que estaba pensando, ¿podría pasarme consulta este mediodía?

-Si, podría. ¿Usted puede?

-Si doctor, cuando leí su correo de ayer, hice lo necesario para buscar canguro… pero no podré estar mas allá de las cinco y media… ¿Cree que en tres horas podrá administrarme la cura?

-Es difícil, la primera vez debe ser un tratamiento intenso, de choque. Pero haremos todo lo posible.

Y ahí acabó nuestra conversación, transcurriendo mi mañana entre cafés de maquina y jefes cabreados hasta que quedaban cinco minutos para las dos del mediodía.

-Hasta ahora, doctor –se despidió ella.

-Hasta ahora buenorra –me despedí yo.

En esos momentos mi corazón palpitaba a mil por hora. Ya no sabia si estábamos jugando a médicos, en realidad yo era un medico o no sucedía nada. Pero decidí salir corriendo hacia mi casa a sentarme en mi sofá a esperar. Yo vivía a cinco minutos.

La respuesta llego al cabo de media hora. El timbre sonó y yo descolgué el interfono.

-Doctor, soy yo –dijo una voz.

Era ella. Apreté el botón y abrí la puerta. Al cabo de medio minuto entraba en mi casa… quiero decir… en mi consulta. Iba vestida con una falda marrón por debajo de las rodillas, botas y una camisa, también una chaqueta gris y un bolso. Era tan hermosa como había imaginado viendo la foto que me había enviado. Su pelo castaño y ondulado, sus ojos marrones, su boca pequeña y grande, su cuerpo… deliciosamente tentador. Era alta, como yo, era increíblemente bella. Rondando los treintaipocos. Esplendida, realmente esplendida… casi me emocioné al verla pero pronto recompuse la compostura y me metí en mi papel.

-Hola –dije yo.

-Hola doctor –dijo ella.

-Pase a la consulta –le dije franqueándole el paso hasta mi habitación.

La habitación estaba en penumbra, había imaginado que así seria más fácil para ella… la paciente. Cerré la puerta a su espalda y la informé que antes tenía que hacer una comprobación rápida de su estado. Al acabar de decir esto levanté un poco su falda y metí una mano subiendo por la tibieza de sus muslos enfundados en medias hasta su sexo protegido por un diminuto pedacito de tela. Mi dedo comenzó a frotar aquel trocito de tela mientras ella intentaba no retorcerse de placer. Al poco rato saqué mi dedo completamente húmedo.

-Es peor de lo que pensaba… -dije haciendo la pantomima de poner mi mano en su frente para tomar su temperatura- usted está realmente caliente. Túmbese en la cama. Voy a reconocerla.

Ella se tumbó y yo a su lado, de rodillas. Primero hice ver que le examinaba el pelo, la cara, le besé en los labios metiendo mi lengua en su boca con el pretexto de ver que funcionaba perfectamente, después seguí bajando y desabotonando cada uno de los botones de su camisa, lentamente, muy lentamente, ella temblaba, yo también. Ya, los doctores no tiemblan, pero yo temblaba… abrí su camisa descubriendo sus pechos ocultos bajo unos sostenes de color morado. Eran grandes. Los cogí con ambas manos y comencé a masajearlos lentamente

-¿Le duele? –pregunté

-No doctor… pero el nivel de calentura cada vez es mayor. Los síntomas se agravan. ¿Moriré?

-No si puedo evitarlo –dije solemnemente deslizando mi mano por su espalda y desabotonándole los sostenes.

Sus pechos eran blandos y sabían deliciosamente. Me dedique un buen rato a mordisquear y lamer sus pezones. Me tiré así cerca de cinco minutos mientras ella ya no hacia nada para evitar retorcerse de puro placer.

Cualquiera que nos hubiese visto hubiese pensado que ella iba a morir. Y hubiese tenido razón. Morir de puro placer.

-¿Qué sucede doctor? Estoy MUY MUY caliente.

-Déjeme ver –dije yo abandonando sus pechos y comenzando a desabrochar su falda.

Ahora su sexo estaba tan solo cubierto por la finísima tela de un tanga de color morado, a juego con sus sostenes. Le quite las medias de medio muslo muy suavemente y después el tanga. En la penumbra podía entrever los rizos castaños de su sexo. Su sexo. El causante de toda aquella maldita pandemia. Separé sus piernas y hundí mi boca en aquel sexo, sorbiendo y succionando mientras ella se retorcía de puro placer… quiero decir… de puro dolor. Estuve comiéndola cerca de quince minutos cuando ella separó mi cabeza de su sexo y me dijo que le administrase un remedio ya mismo. Su tensión arterial estaba por las nubes, su corazón latía a mil por hora y los sudores perlaba toda la superficie de su piel. Estaba a punto de sufrir un colapso, lo había visto en las series de médicos de la tele. Tenia que inyectarle epinefrina, rápidamente. Mi particular epinefrina.

-El único remedio es una inyección –dije yo comenzando a sacarme los pantalones- ¿Tiene miedo a las inyecciones?

-Un poco doctor… ¿será cuidadoso conmigo?

-Claro –dije yo liberando mi pene completamente erecto de la prisión que hasta aquel momento habían representado los calzoncillos.

Después me puse un preservativo –los doctores siempre deben trabajar observando las mas estrictas medidas higiénicas- y hundí mi pene en su sexo. Penetrándola con suavidad hasta el fondo. Ella suspiro y me rodeó con sus piernas.

-Eso es doctor… bien adentro la inyección… cúreme… cúreme bien.

Yo comencé a follarla con la precipitación de quien lleva muchos años deseando precisamente eso hasta que recordé mi juramento hipocrático. Profesionalidad ante todo. Y entonces comencé a hacerle el amor, poniendo todo mi empeño en cada embestida, besándola, tocándola, haciendo que sintiese mi pene entrando y saliendo de su mojadísima cueva. Ambos podíamos escuchar el "chof" del pene… de la inyección quiero decir... al entrar cada vez hasta que finalmente ambos nos abrazamos y nos corrimos juntos quedándonos así un buen rato, escuchando el palpitar acompasadamente salvaje de nuestros corazones rotos.

-Doctor –me susurró ella suavemente al oído- ¿cree que me curaré?

-Es pronto para decirlo –contesté yo regalándole suaves besos en la comisura de sus labios, después miré el reloj, eran las tres y media- pero aun nos queda tiempo para unas cuantas inyecciones mas

Y así, de esta manera, seguimos jugando a los médicos hasta que ella tuvo que irse. Ni que decir tiene que mi paciente, haciendo honor a su nick, se curó y mas que buena, se puso buenorra. Gracias a esa y a otras sesiones que ayudaron a calmar sus calenturas primaverales hasta que llegó el invierno. Muchos de vosotros os preguntareis. ¿Y que sucedió en invierno? Bueno… la gracia de ser un medico imaginario es que te puedes imaginar cientos de imaginarias enfermedades. A ella le diagnostiqué "fiebres invernales", un proceso gripal que podéis imaginar como debía ser tratado