Jueves. Vellos
Yo me veía con esa manguera follándome el culo y chupando antes y después esa verga venosa. Bajo la penumbra de las luces de la pantalla, cogí un cojín y me lo puse encima del pubis. Sin disimulo me bajé el pantalón y me masturbé. Mis movimientos eran claros,Mario sabía lo que estaba haciendo.
"He vuelto a hacer la prueba y... ¡funciona! Ha sido levantarme la falda a cuadros, ponerme a cuatro y M me penetró inmediatamente. No tiene ni idea de lo puta que me hace sentir cuando me folla sin que tenga que levantarle la virilidad manualmente."
No empecé a depilarme íntegramente hasta la universidad. En casa ni se me hubiera ocurrido porque estaba seguro de que mi madre se daría cuenta. Si no ella, la chivata de mi hermana. La página de mi diario tiene que ver con mi piel rasurada. Para mí, depilarme era un horror y solía hacerlo la noche antes de salir de juerga, para evitar que las irritaciones me distrajesen de lo importante. No solía ligar siempre, pero ir sin vello me hacía sentir como una diosa.
En uno de los innumerables pisos en los que estuve, compartía casa con tres chicos más. Ninguno se había dado cuenta de mi debilidad por los penes ni de mi doble identidad, algo que solía ocurrir en las casas que compartía, a pesar de que cualquiera que hubiese mirado en mi armario se hubiera encontrado rápidamente con faldas, tacones y medias. En este piso en cuestión, un día que nos quedamos sólo dos a solas una noche, haciendo zapping encontramos algo de porno. Mario, así se llamaba, dejó el mando entre los dos, para darme la oportunidad de cambiar de cadena. Pero no lo hice.
Un par de mujeres estaban follando con un negro de pene descomunal. Apagué las luces y nos quedamos en silencio viendo la película. El aire se podía cortar en medio de nuestras respiraciones profundas. Yo no sé qué pensaba Mario, pero yo me veía siendo follada por el culo con esa manguera y chupando antes y después esa verga venosa. Mario estaba inmóvil, hipnotizado, no se atrevía mirar a ningún lado que no fuese el televisor. Bajo la penumbra de las luces de la pantalla, cogí un cojín y me lo puse encima del pubis. Sin disimulo me bajé el pantalón y me masturbé. Mis movimientos eran claros, así que Mario sabía lo que estaba haciendo. El no se masturbó, permaneciendo junto a mí en silencio. Eso me excitó más. Me estuve tocando hasta correrme. Deseaba hacerlo, junto a él. Poco después acabó la película y encendí la luz de la lamparita. Bromeamos sobre lo que habíamos visto, haciendo críticas cinematográficas muy sesudas. El no se movía del sofá y sospeché que quizás también se había corrido. Para no importunarlo me levanté, quité la funda de mi cojín con mucha naturalidad y le di las buenas noches, llevándome la prueba del delito.
Volvimos a repetir aquello. A la segunda vez se atrevió a pajearse a mi lado, con la polla oculta en el faldón de la mesa del salón. A la tercera me masturbé sin taparme. A la cuarta le cogí la mano e hice que terminara de masturbarme él. Después de eyacular, se la chupé con dulzura. La quinta vez apagué la luz como solía, le dije que volvería en unos minutos y entré en mi cuarto. Mario no se esparaba ver a Amy salir de la habitación de Carlos. Estuvo mirando cómo me contorneaba andando por el pasillo con la falda estrecha y los taconazos hasta que me senté junto a él. Sabía que le repulsaba y atraía a partes iguales. Era normal su reacción. Le cerré los ojos y en cuanto vi que los mantenía así, pasé su mano por mis piernas e hice que tocara mis medias y el liguero. Su pene no estaba tan duro como las otras noches, pero eso no fue un problema. Sabía qué hacer y lo hice muy bien.
Su primer culo fue el mío, esa misma noche. A esa le siguieron otras muchas. No se me escapaba que evitaba mirarme a la cara aún siendo Amy, ni que muchas veces tenía que esforzarme en ponerlo erecto si quería que me penetrara. Si me ponía un antifaz la cosa mejoraba. Pero descubrí que lo que funcionaba siempre era la depilación. Lo comprobé el día que menciona el diario. Me había depilado la víspera de esa noche de viernes en la que sabía que nos quedaríamos a solas. Los últimos rayos de sol entraban por el salón cuando se fue el último de nuestros compañeros de piso. Salí de mi cuarto con una falda de colegiala a cuadros roja, con braguitas blancas, medias liguero blancas y una blusa blanca. Fui a su habitación.
Sin mediar palabra, me puse a cuatro delante suya, sentado en la silla de su escritorio. Me bajé las braguitas y me subí la falda. Además de mi culo en pompa, también tenía que ver mis huevos y mi pene colgando, rozando las braguitas. Pero lo que veía estaba libre de vello, liso, suave. Me puse aún más en pompa. Tuvo que ver mi ojete redondo y, bajándose el pantalón de pijama que solía usar en casa, me introdujo el pene sin preámbulos. Casi me corrí al sentirlo abrirse paso ¡me sentía tan puta con esa verga tan dura dentro! Fue la primera vez que me penetró sin que yo lo tocara antes. He de reconocer que como me había dado cuenta de su debilidad por las pieles suaves, antes de vestirme me había preparado en mi habitación con el dildo y algo de vaselina, esperando pacientemente a que el ano se cerrase lo justo como para resultarle virginal en mi aparición de colegiala.
Me folló como nunca, dejándome el culo abierto el resto de la noche. Creo recordar que ese día fue el primero que bebió de los jugos de mi pene. Estuvimos así dos meses más, aprovechando que nos quedábamos a solas para que me follase locamente. Poco a poco se fue acostumbrando a Amy e incluso acabó besándome en la boca. Un día casi nos pilló otro de los compañeros que volvió del pueblo demasiado pronto y nos hizo ser más precavidos. Por entonces no duraba mucho en los pisos y solía cambiarme de casa al tercer trimestre. Hablé con Mario y comprendió que debíamos ir cada uno por su lado. Prometimos vernos alguna noche, pero ambos sabíamos que aquellas noches de pasión habían llegado a su fin.
"No se me debe olvidar poner a lavar la falda y la blusa."