Jueves

Relato editado. La espera de una semana se convierte en demencia.

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Jueves

Me despierto, todos duermen… algo me inquieta por dentro y no me permite conciliar el sueño. Tu imagen en mis párpados me atormenta sin remordimientos, sos el vicio de mi madrugada. Intento ignorar tu recuerdo pero se me hace imposible no querer verte otra vez; no puedo evitar prender la lámpara de mi mesita de luz y encandilarme con su tenue resplandor. Boca arriba trato de encontrar en el techo de mi habitación, un rinconcito con una excusa que logre alejarme de vos. Pero… no puedo evitar llevar mis pies descalzos hasta mi balcón.

Salgo; es una noche sin nubes y sin estrellas, sólo la obscena luz sucia de una ciudad dormida y la mente perturbada de una muchacha en pijama. Recuerdo nuestro primer jueves… un verano sofocante que molestaba en la garganta, nos obligó a buscar un poco de alivio, con la brisa limpia y fresca de la madrugada. La noche nos recibió con un cielo sin nada y una brisa triste que acarició nuestro cuerpo. Te vi.

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Es casi primavera y por alguna razón, hoy es igual que aquel día de verano (aunque no igual que el resto de la semana). Me acuerdo que lo primero que me preguntaste cuando me viste, fue si la noche ya era jueves, y yo te respondí: "sí, jueves toda la noche".

Sonreíste complacido con tu característica sonrisa de lado y… sin saber que decir, miramos las calles vacías. Un semáforo en la esquina cambiaba sus luces sin descanso. <> dije, y un profundo y melancólico <> se desprendió de tus labios.

Desde entonces, amor, todos los jueves, a la hora que la noche parece que no va a terminar nunca, las sabanas nos quema la piel y la necesidad de aire nos arrastra hasta el balcón del 9no piso.

Las charlas siempre fueron fluidas y sinceras… los silencios cómodos y necesarios. Una melodía armoniosa. Ahora, es imposible tratar de evitarnos, sos mi vicio, soy tu adicción.

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Se que estás despierto; hace escasas horas el miércoles dejó de serlo y el jueves reclama el rito.

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Recuerdo que aquella primera noche, yo fumaba un cigarrillo que robé de mi madre y practicaba hacer círculos de humo, que, sin ninguna forma, se desvanecían en el aire. De pronto, el molesto cartel de publicidad reveló que se apaga automáticamente a las 2:45 a.m. La brisa limpia consume mi cigarrillo y se me resbala de entre los dedos, cuando, en un parpadeo, tu imagen aparece en el balcón de un edificio vecino. No volví a fumar.

Recuerdo, también, los primeros días de otoño, que junto con el frío, trajo una ola de tormentas sin pausa; de las que te obligan a quedarte en casa. Miércoles 23:15 p.m., me dormí preocupada y aliviada a la vez, quizá la lluvia podría librarme, al fin, de tu olor a almendras amargas.

Sin embargo, justo antes de que se apagara la publicidad, la noche del jueves me despierta con su calor y cielo vacío; las mariposas me llevan hasta casi chocarme contra la baranda del balcón y dirijo mi mirada desconcertada, hacia vos. Ni rastro de nube.

Te veo saludando débilmente con una mano; sonrisa vencida. No pude evitar observar tu torso desnudo, tu color almendra y tu vientre calmado. Con total confianza saliste en boxers y te exhibiste ante mí de una manera poco inocente… con la certeza de que no ibas a encontrar ninguna tormenta.

Tu cuerpo me enloqueció, te apoyaste sobre la baranda pareciendo despreocupado y tus músculos se tensaron un poquito. Tiraste tu melena revuelta hacia atrás y miraste hacia el Río de la Plata con tus ojos de gato. No sé qué es lo que me pasa con vos, cada uno de tus detalles, de tus movimientos, hacen que me vuelva loca.

Qué vergüenza tratar de ocultar mis pezones excitados cuando notaste que te observaba tan descaradamente (menos mal que era imposible que pudieras percibir la humedad en mi sexo). En respuesta, con igual libertad me observaste de arriba abajo --había olvidado que yo también estaba poco vestida-- y me sentí escandalosamente humillada. Apurada di la media vuelta para irme; Pero me detuviste rápidamente, casi gritando: <>… en tu voz pude distinguir un leve sentimiento de súplica y broma. Volví hacia vos con desconfianza y en un soplo te desnudaste completamente.

Estabas totalmente rojo --dándote cuenta de tu decisión precipitada-- y en tu entrepierna revelaste el principio de una erección. Me quedé perpleja.

Dejé caer las manos al igual que la vista y mis pezones saltaron. Tu erección creció. Me pediste perdón y estabas por taparte, pero casi suplicando te dije <> y me desnudé yo también, solamente para que no te vistieras. Tu imagen completa era perfecta, realmente deseaba que nunca desaparecieras de mi campo de visión.

Desde esa noche, la luna llena sale los jueves y el aire está un poco más limpio. Me declaré adicta a vos. Una droga dura y nociva.

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Otra vez estoy esperándote, otra vez el cartel con su luz asquerosa se apaga anunciando la hora predeterminada y otra vez la brisa delicada roza mis pezones… y los endurece. Te busco y te encuentro; tus ojos, que despiden aquella luz irreal, no muestran sorpresa al verme y tu olor a almendras amargas llena el aire. Continuamos con el rito; me saludas con tu mano de dedos largos y con tu típica sonrisa vencida. La temperatura ideal, aire limpio y fresco como de campo; las calles y paredes azules… unas pocas luces anaranjadas y un semáforo.

Mordés tu labio inferior, tu rostro levemente carmesí - adoro que te sonrojes cuando estás excitado.

Nuestros encuentros son tan irreales como el cielo y aunque quisiéramos tener contacto real, algo nos impide romper aquel rito. Cuando surgen planes más allá del jueves, nuestro tiempo se acorta y despertamos en nuestras camas, frustrados. Desesperante, inevitable.

Triste.

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Muchas veces traté de evitarte; muchas fueron las veces que traté de aferrarme a las sabanas, de no levantarme, de no verte más. Una vez tomé un somnífero, pero no sirvió de nada… sólo hizo que al otro día mi madre pensara que yo estaba desmayada en la cama. No dudo que vos también lo intentaste… Siempre volvemos.

Una noche salí y me encontraste desesperada. Quería respuestas, quería dejar de sufrir, quería entender que carajo estaba pasando. Me ayudaste a calmarme, me dijiste que no lo sabías, que era imposible entenderlo. Y me dijiste <>. Dejé de llorar y te miré largo rato. Gracias.

"nos tenemos" me seguí repitiendo el resto de la semana, necesitándote, cada día, un poquito más.

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Hicimos esto muchas veces ya, tocarnos hasta el orgasmo, a veces hasta charlando en medio del acto… pero por alguna razón hoy es diferente, inquietante. Te sorprendes cuando en un susurro, casi ruego que cierres los ojos y te toques lentamente pensando que soy Yo la que te toco con mis manos frías. Me pedís lo mismo, pero ninguno cerró los ojos. Empezamos a tocarnos sin prisa, todo el cuerpo, provocándonos.

Bajamos hacia nuestros sexos; miro como te encorvas ansioso por la lentitud de las caricias, tu ceño se frunce por el deseo y tu boca semiabierta libera controlados suspiros de goce.

Mis pechos quedan a disposición de tus manos en forma de viento. Aprieto violentamente mi vagina cuando veo en tus ojos, la frenética excitación de sentir mis manos heladas recorriendo tu erección. De repente, ya no son mis dedos los que exploran mi entrepierna, ahora son movimientos tímidos, casi torpes. La sensación de sentir una mano ajena masturbándome, hizo que el ardor se multiplicara, provocándome constantes estremecimientos. Eran tus dedos finos.

Qué delicia sentir uno penetrándome de improvisto. A velocidad de rayo aprendiste cuales son los puntos que más placer me provocan; la torpeza había desaparecido, a pesar de que los nervios persistían… Por dos segundos sentí tu boca temblar sobre mi cuello y me arrancaste un sollozo… Totalmente desesperante, doloroso. Moviste tus dedos en mi interior y manipulaste mi clítoris... rodeaste deliberadamente el hueso de mi pubis con tu mano en forma de pinza, queriendo alzar mi sexo al cielo.

Mis manos, lejos de mi cuerpo, acarician tu sexo… gano experiencia, manipulo tu glande, juego con tus testículos… te arranco quejidos. Tres dedos me penetran y yo presiono sobre tu sexo con fuerza, con más velocidad. Reaccionás acorde a mis reacciones y yo a las tuyas; casi nos lastimamos. Mis gemidos se hacen cada vez más incontrolables, te escucho del otro lado, y, a la vez… en mi nuca. No voy a aguantar mucho más.

El orgasmo significa el fin de nuestra noche… y sin embargo, lo pedimos a gritos. La fricción y la velocidad se desbordan y el escalofrío final nos recorre desde el centro del cuerpo hacia las extremidades, retorciéndonos. Nuestros dedos se llenan de flujos. Me recupero, miro mis manos con la respiración agitadísima: veo tu semen.

Inconfundible, tu aroma a almendras amargas inundó mi lengua… te sentí del otro lado lamiendo mi orgasmo. Mi clítoris latió 3 veces, irritado.

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Una vez, me contaste que habías intentado tirar notas a mi balcón; pero no había manera… todas volaban hacia el río. Me dijiste que te sentiste estúpido con ese intento... si el viento era capaz de callarnos la boca y enviarnos a nuestras camas… ¿cómo iba a dejar que una simple nota alcanzara mi casa?

Reí con él, pero nos detuvimos en seguida, reflexionando. << ¿Qué nos está pasando? >>. Y esta vez, fuiste vos el que dejó brotar lágrimas de desconcierto y yo, la que intentaba consolarte. <>

Te calmaste y te confesé, por fin, que por más que lo intentara, no era capaz de sentirme atraída por otro chico que no fueras vos. Me miraste dócil, dulce y me contaste todo lo que harías y me harías, si sólo pudiera estar a tu lado. Yo escuché atenta y melancólica… con cara de tonta, todas tus fantasías… sin dejar de suspirar y susurrar sin que me escuches <>

Fue una noche más suave que las demás. Me arrepiento de no haberte dicho cuanto me gustó escucharte decir todas esas cosas. Pero más me arrepiento, de no haberte dicho cuanto te quise. Cuanto te necesito.

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Te miré incrédula, pero vos sostenías una expresión angustiada mientras sonreías de lado mirando hacia el río. Como si lo hubieses visto venir, como si tal experiencia hubiese estado, desde siempre, en los planes del Viento.

No me atreví a preguntarte nada, el momento era demasiado mágico como para arruinarlo, nos habíamos conectado de alguna manera y fui capaz de saborearte por un rato. Tu mirada volvió hacia mi, afectuosa… noté que despejabas tu mente de pensamientos indeseados, con un gesto alegórico de la cabeza.

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El viento que sopla, violento como para tirar una palmera, es lo que determina que se nos acabó el tiempo…después de eso, inevitablemente aparecemos a la mañana siguiente, en nuestra cama. Por favor, cuantas veces desperté llorando desconsoladamente.

<> te confesé una noche <> respondiste. Sonreíste. Yo también lo sabía.

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Amor, la noche siempre nos brinda un ratito más para estar juntos, pero… el tiempo parece espesarse y todo se ve desfasado: tenemos mucho tiempo para mirarnos, para sonreírnos, para querernos, para lastimarnos internamente.

<> te dije y hubo un pequeño destello de sorpresa en tus ojos. <> me sonreíste, fascinado. Volviste a mirar al río, mordiéndote el labio.

Suspiré. Había algo, en el ambiente… que no me permitía disfrutarte del todo. Algo en tu cara, en tu mirada. Era difícil de ignorar. Quizás aprendí a conocerte demasiado. Me animé a preguntarte << ¿Estás bien?>>

<<… no sé>>

Dos, tres, cinco lágrimas recorren tus mejillas.

< ¿Qu…? >

¡Estaba segura de que algo de esta noche estaba terriblemente mal!… mis labios tiemblan, tus ojos felinos brillan atormentados… tengo miedo, mucho. Lo único que logro sacar de mi voz es un gemido en interrogación. ¿¡Qué está pasando!?

Estaba a punto de gritarte para que hablaras; pero escucho tu voz, quebrada: <<"el sábado me mudo">>

Qué respuesta más simple y más devastadora para nosotros… tan irónica. Dos días enteros que voy a saber que estás ahí todavía y no puedo hacer nada. ¿Realmente no voy a verte más?

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Y ni si quiera puedo tocarte el timbre, 9no C, porque cada vez que me acerco a la puerta de tu edificio, inmediatamente vuelvo al punto de partida; como si siempre cayera en el casillero desafortunado. Supongo que vos también lo intentaste, ¿no te sentiste enfermo?

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El mundo empezó a desmoronarse, los ladrillos caían pesados y las lágrimas estallan desde mis ojos. Un abatido <> sale de mi garganta y caigo de rodillas al suelo. Alcanzo a visualizarte a través de mis ojos nublados… puedo ver que estás en el suelo, agarrado fuertemente del enrejado de tu balcón; lo único que logro enfocar son tus sublimes ojos verdes, liquidados.

El viento comienza a soplar nuevamente, vil, cruel. Lo último que puedo escuchar de tus labios mojados es un <>… una apuñalada en la panza que alcanza el estómago, abriendo la herida con movimiento de muñeca.

<> te dije, pero no tengo la certeza de que me hayas escuchado; ya estoy de vuelta en la mañana, recibiéndola con un grito.

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La espera de una semana se convierte en demencia.

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enero2008

Tiraje de 3 relatos editados. Supongo que ya encontrarán sus puntos en común. De todas maneras, espero que los disfruten.

Gracias (:

lucy