Juegos prohibidos bajo la mesa de reuniones

Cuando la razón cede al deseo.

Hoy tenemos reunión de departamento, hacía mucho que no teníamos una.

El jefe de todos habla sin descanso, solo interrumpiéndose para escuchar la respuesta a las preguntas que formula a algunos de los asistentes.

Sin embargo, mi atención está algo distraída, pues a mi izquierda se ha sentado Natalia, la atractiva  jefa de proyectos que inspira mis momentos de autosatisfacción.

No puedo evitar lanzar repetidas miradas a mi lado para deleitarme con la perfección de su perfil, el color de sus ojos, el erotismo de sus labios, la voluptuosidad de sus pechos…

Y es que Natalia no solo es guapa y luce un deseable cuerpo, además, es encantadora, manteniendo una cercanía conmigo que hace volar mi imaginación, como cuando, alguna vez, intercambiamos mensajes de Whatsapp, Aunque, por circunstancias, creo que ella está fuera de mi rango de alcance.

El jefe termina la parte interesante de la reunión, y ya, simplemente, está divagando con anécdotas que no hacen sino centrar más mi atención en la sexy, y hasta ahora inalcanzable, jefa de proyectos que tengo al lado.

De pronto, siento su rodilla impactar contra mi muslo. Su silla es giratoria y, al moverla, ha pegado su rodilla contra lo que yo supongo que ella cree que es la pata de la mesa ovalada. Para sacarla de su error, muevo mi pierna arriba y abajo, frotando levemente mi muslo contra su rodilla. Ésta no se aparta.

«¿No lo ha notado?», me pregunto al seguir sintiendo su rodilla tocándome.

Decido realizar nuevamente el movimiento, pero esta vez, presionando un poco más. Sigue sin haber respuesta.

Miro su hermoso rostro, y éste, sonriendo, parece ignorarme mientras presta atención a las palabras del jefe.

«Esta vez tiene que haberlo notado, ¡solo lleva unos leggins de cuero!»

Ese pensamiento hace que un escalofrío recorra mi espalda.

«Lo ha notado pero no le importa, ¡está disimulando!»

Repito el movimiento, frotando descaradamente mi muslo contra su rodilla, y ella sigue sonriendo sin apartarla un milímetro.

«¡Le gusta!», grito eufórico por dentro.

Un súbito calor que recorre todo mi ser me vuelve más audaz, a pesar de la situación en la que nos encontramos. Mi pierna comienza a subir y bajar, una y otra vez, acariciando con mi muslo la rodilla de la divina jefa de proyectos.

Siento cómo me laten las sienes por el nerviosismo y excitación, desconectando completamente de la reunión, y dejándome llevar por mi instinto.

Por un momento, el jefe de departamento parece dirigirse a mí, dejándome paralizado. Pero no, ha sido una falsa alarma, y enseguida noto cómo la rodilla me da unos golpecitos incitándome a continuar con las caricias.

Siento que hasta se me corta la respiración. Por fin, mi último Whatsapp obtiene respuesta.

Tres días atrás le había enviado un mensaje con una carita sonrojándose y un “¡Guapísima!”, ante el cambio de su imagen de perfil en la aplicación para poner una fotografía de su sonriente y arrebatador rostro. Durante dos días no tuve notificación de lectura, y cuando esta se hizo efectiva, simplemente, me dejó “en visto”.

Aquello me frustró, y pensé: «La he cagado, ¡y encima con una jefa!». Pero lo que está ocurriendo bajo la mesa me está indicando todo lo contrario. Mi mensaje le había gustado, y mucho, por lo que parece.

Sigo acariciando su rodilla con mi movimiento de muslo, contemplando cómo, de cara a la galería, no muestra nada del jueguecito que nos traemos a escondidas.

Mi miembro se despierta y comienza a crecer cuando noto que mi musa sigue incitándome más y más con su rodilla, dándome nuevos golpecitos mientras la froto arriba y abajo.

Me siento mareado por la excitación y la constatación de que Natalia quiere más: «¡La sexy jefa de proyectos me desea como yo a ella, a pesar de que sabe que estoy casado!».

La miro, y ella sigue sonriente, atendiendo al jefe de departamento, ganándose el óscar a la mejor actriz revelación por una interpretación magistral.

No sabía que fuera tan atrevida, traviesa y morbosa, apremiándome en el roce bajo la mesa en una situación prohibida. Esta revelación dispara mi imaginación y me visualizo con ella, a la salida del trabajo, en una habitación de hotel, disfrutando de su sensual cuerpo, tomando enérgicamente posesión de él mientras gozo de la sinfonía de sus gemidos y me recreo con la belleza de sus facciones ensalzadas al reflejar el placer que le provoco.

Con las continuas caricias, mi virilidad alcanza su máxima expresión, dolorosamente retenida por mis prendas, obligándome a echarme un momento hacia atrás para recolocarme, sin poder evitar que mi mirada se pierda, furtivamente, bajo la mesa.

Me quedo sin aliento. Su firme muslo derecho, enfundado en esos enloquecedores leggins de cuero, está cruzado sobre el izquierdo, en dirección opuesta a mi pierna. Y como un mazazo que me devuelve a la cruda realidad, descubro que el reposabrazos de su silla giratoria forma un arco que se cierra bajo ella.

«¡He estado diez minutos frotándome con una silla!»

FIN