Juegos perversos con la amiga mi esposa 5

Salir de fiesta con dos mujeres hermosas no era suficiente para mí, necesitaba más de aquella historia y la amiga de mi esposa estaba dispuesta a dar otro paso.

Si estás abriendo esta serie por primera vez, te recomiendo que empieces por el primero para entender la historia. A los que ya sois asiduos... Gracias por volver por vuestros votos, comentarios y mails. Ayudan mucho a la hora de estar inspirado.


No quiero aburriros con los detalles de cómo llegamos al bar donde íbamos a pasar la noche. Solo diré que desde antes de salir por la puerta de casa ya tenía un calentón de tres pares de narices y mil fantasías que, antes, me habrían parecido imposibles.

Ahora, sin embargo, dudaba hasta de mi propio raciocinio. Estuve atento a todos los comentarios entre las dos amigas, buscando indirectas o frases con doble sentido. Incluso creo que pude llegar a notar un par de ellas… Aunque no podría confirmarlo. Aquella mujer me tenía tan anonadado y atontado que puede que solo estuviese jugando con mi imaginación y volviéndome loco.

Sí, decididamente yo era su Amo… no se había negado a nada de lo que le había pedido, pero estaba resultando ser un Amo penoso que no estaba teniendo el control de la situación en absoluto.

Aunque… ¿Cómo podría?

Victoria se adelantaba a todos mis deseos, a todas mis fantasías. Incluso en el trayecto en coche podía sentirla apoyándose en mi asiento, mientras yo conducía, rozándome el hombro de manera casual. Cómo si el tocarme fuese un accidente y no algo que me estaba poniendo malísimo y que me tenía con una notable erección.

¡Y solo era el hombro!

¿Acaso no se daba cuenta?

Sí… tenía que saberlo.

O no… puede que mi mente enferma tan solo se estuviese abriendo a la posibilidad de encontrar a alguien tan morboso como yo, que me invitase a hundirme en su locura.

No estaba seguro, así que prefería no hablar. Quedarme en el limbo, atento a la carretera, entre mis dos musas; disfrutando de la lujuria de mi mente pervertida.

El lugar al que íbamos no era un bar, propiamente dicho. Suelo llamar bar a todo establecimiento donde sirvan cualquier tipo de bebida. Aquel sitio era una especie de pub con muy buena reputación donde se podía cenar, beber o bailar en función de donde te pusieras. Un lugar bastante amplio donde podías entrar y quedarte toda la noche, fuese cual fuese tu estilo.

Bebimos, bailamos y cenamos… aunque no en ese orden. Aquella noche estaba resultando fantástica. Tenía la atención de dos mujeres increíbles, así que me solté un poco más de lo habitual y me divertí.

De vez en cuando me rozaba con una o con la otra, nada demasiado visible o de mal gusto. Nada que se pudiese reprochar o cortar el buen ambiente que teníamos.

Aquello no era igual que la tortura de estar encerrado en casa y sentir el lento pasar de los minutos mientras ansiaba que llegase el siguiente roce, allí ocurría casi sin darme cuenta entre risas, cervezas y miradas.

No quiero decir lo obvio… que fueron muchos los hombres que me miraban con envidia, ni todos los que ellas rechazaban cada vez que alguno intentaba un acercamiento. Aunque aceptaban todos los tragos a los que las invitaban.

—Si es gratis, es bueno —brindamos mientras se reían.

—Es mi hombre —decían la una y la otra ante cualquiera que quisiera invadir mi burbuja especial.

La noche era increíble.

—Si quieres decirle a alguno que sí no hay problema—comentó mi esposa en un momento dado, cuando rechazó a un chico que ambas decían lo guapo que era—. Nosotros podemos volver a casa y tú disfrutar lo que resta de noche con algo especial.

Rompió a reír con ese toque de embriaguez que le caracterizaba cuando se tomaba más de cinco cervezas.

—¿Quién te ha dicho que no estoy follándome ya a alguien? —contestó Victoria, mientras la miraba—. Hay muchas cosas que aún no sabes de mí, mi querida tontita.

Se rio.

—¿Serás puta? —protestó Adriana, dándole un golpe amistoso en el hombro—. ¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—Nunca me has preguntado. Así qué…

—¡Eres una mala amiga! —respondió, dándole muchos más golpes suaves, como si fuese una niña que estuviese muy enfadada—. Ya puedes contarme los detalles.

Victoria clavó sus ojos en mí.

—¿Detalles? Pero si todo lo que puedo contar son cosas sórdidas y pervertidas, de sexo salvaje en mitad del salón o en una cama con música ambiente de la buena mientras me llenaba de… Bueno… ¿qué te voy a decir que no sepas? Ya tienes a tu marido todos los días, a fin de cuentas.

—¡Cuentaaaa! —respondió riendo.

—No sé si estamos lo bastante borrachas para algo así… —Hizo un gesto al camarero que acudió al instante—. Tres tequilas con limón.

El hombre sacó la botella, raudo.

—¿Tequila? —preguntó Adriana, deteniendo al camarero que las miró impaciente.

—Si quieres los detalles sucios tendrás que emborracharme…

—Tres tequilas —insistió Adriana al camarero, dedicándole una sonrisa.

Ambas mujeres rieron. Bailaron, jugaron y, a cada oportunidad que tenía mi esposa seguía insistiendo con aquella voz infantil.

—Por fa… —suplicó.

—Odio esa voz de tontita, no puedo resistirme a ella —maldijo Victoria, riéndose.

—Por faaaaa —insistió.

—Foto —gritó en respuesta, sacando su móvil para inmortalizar el momento con una selfie.

—¿Y me lo cuentas?

—Si a la selfie le añades una botella de tequila acepto.

Mi esposa puso cara de escandalizada.

—¿Una botella?

—Pago yo… —accedí, impaciente—… pero solo si los detalles son realmente sucios.

Victoria se rio y abrazó a Adriana.

—Son tan sucios que no hay una película porno creíble de esas escenas…

—¿Cariño…? —pregunté.

Adriana levantó la mano haciendo una señal al camarero.

—Una botella de tequila —pidió.

—Hay que inmortalizar este momento. Toma, ponte con nosotras y saquémonos una foto chula.

Accedí. Alargué el brazo para coger el móvil y posé junto a ellas. Mientras buscaba el ángulo, casi se me cae el móvil al sentir una mano en mi bragueta. Intenté tranquilizar mi corazón, mientras sentía a alguien acariciando el contorno de mi paquete.

Podría presumir y decir que, como todo buen macho ibérico, me hice dueño de la situación y saqué una foto bien morbosa mientras me agarraban la polla, pero no fue así. Me puse tan nervioso que no acertaba a darle al botón en un buen ángulo y todas me salían movida y mal.

—¡Cariño…! —se quejó mi esposa al cuarto o quinto intento.

—Mira que eres torpe… —se burló su amiga.

—Ya va… ya va… —alegué en mi defensa mientras esa mano subía y bajaba sin llegar a masturbarme como estaba deseando que lo hiciese.

No me atreví a bajar la vista para ver a quién pertenecían las caricias, por miedo a descubrirla… pero ganas no me faltaban.

—Deja que la saque Adriana, anda… que tú no vales de fotógrafo.

Cuando le pasé el móvil a mi mujer, pude ver sus dos manos… mientras su amiga apretaba con más insistencia mi entrepierna.

Nos posicionamos y Adriana tomó varias fotos, mientras Victoria me metía mano con disimulo.

—Siempre sales igual… —se quejó Victoria examinando una tras otras las distintas imágenes—… tienes que improvisar. Suéltate.

—Quiero salir guapa.

—¿Y ese crees que es tu lado bueno?

—Sí… —argumentó, decidida.

Victoria la examinó con seriedad mostrando sus fotos de Facebook.

—¿Ves todos los likes que obtengo? —preguntó, a medida que iba pasando una tras otra con distinta cantidad de me gusta en ella—. Sé que tengo buenas tetas, pero la clave es ser original y hacer el tonto. Que vean que te diviertes y que deseen ser ellos los afortunados que están aquí. Saca una, ya verás…

Empezamos a poner caras tontas mientras Adriana tomaba las fotos sin que Victoria, en ningún momento, dejase de sujetarme la polla. Nos reíamos mucho y, qué decir, estaba súper excitado con la situación.

En una de ellas, me situé detrás de Victoria y le empotré toda mi polla en su culo para que la notase. Ella, en la foto, puso cara de escandalizada mientras miraba a su amiga.

Era delicioso sentir ese culito duro queriendo absorber mi polla. Sentirlo frotándose contra mí, mientras mi esposa inmortalizaba el momento. Cuando Adriana volvió a poner la misma cara de siempre, Victoria suspiró hastiada.

—Ya estamos… ¡disfruta!

—Es mi manera de posar —se quejó mi esposa—. Me gusta salir guapa.

—En todas las que nos hemos sacado sales bien, no busques la perfección… eso ya no se lleva.

—Pero quiero salir asíííííííí —argumentó con su voz infantil.

—Está bien, tú a tu manera y yo a la mía. Sigue tomando fotos. —demandó. Luego, como si fuese una broma, Victoria me cogió la cabeza y la metió entre sus tetas mientras que, con la otra mano, ponía los cuernos en la cabeza de su amiga—. Tómala —ordenó.

Por un segundo Adriana dudó. Solo un instante, antes de que lo hiciese. Empezó a tomar varias fotos posicionándose como a ella le gustaba, con Victoria intercambiaba posturas de excitación conmigo en sus pechos…

…mientras le ponía los cuernos o intercambiaba entre distintas caras de placer. Incluso abrazó a su amiga exigiéndole más fotos exagerando sus caras de excitación mientras posaba sujetando a Adriana como si necesitara apoyarse de ella… creo que ayudó a su actuación el que hubiese encontrado el valor para meter mis manos por debajo de su vestido y estuviese masturbando su conejito.

La muy puta ni siquiera se había puesto bragas, así que no tenía ningún obstáculo para poder violarla con mis dedos.

Estaba tan húmeda que entraba y salía a toda velocidad de su coño sin ningún problema. En la cámara podía ver como el placer iba cambiando sus expresiones a medida que aceleraba y frenaba mis avances.

—Menuda cara de putón —bromeó mi esposa.

Victoria abrió la boca como si estuviese escandalizada, antes de romper a reír.

—¿Y qué te crees que les gusta a los hombres que dan likes a mis fotos? ¿Mi gran personalidad? ¿Mi increíble talento para hacer tortillas de patata? ¿Qué crees que prefieren: fotos de lo que desayuno mientras sonrío a la cámara con el que creo que es mi lado bueno o mirarme a la cara mientras imaginando que son ellos los que meten sus dedos en el coño para arrancarme expresiones de placer en mitad de esta discoteca junto a mi queridísima amiga?

Adriana se ruborizó.

—Yo no me atrevería a…

Victoria me miró directamente.

—Se sincero. ¿A qué foto le darías like, a una foto de mi comida o una en la que se me vea mi cara llegando al orgasmo junto a tu esposa?

—No hay una comida que me guste tanto…

Sonrió traviesa.

Aceleré mi movimiento, quería ver si era capaz de llevar al orgasmo a Victoria junto a mi esposa. Me concentré en darle suficiente velocidad a mis dedos.

—Es que Antón no deja de moverse para que me salga maaaaal —comentó mi esposa provocándome un mini infarto—. ¡Para ya!

Al instante saqué mis dedos del coño de su amiga. Estaba asustado y con el corazón acelerado.

—Vale… —accedí como si hubiese sido un juego—… es que me gusta molestar.

—Pero es que así no hay forma de sacar una buena foto.

Estaba pálido, me sentía mal y demasiado nervioso. Mi cuerpo entero temblaba.

—¿Estás bien? —preguntó Victoria, muerta de risa—. Ni que te hubiesen pillado haciendo algo que no debías…

Le dediqué una mirada asesina.

—¡Foto! —Avisó mi esposa.

Todos posamos poniendo caras.

—No sé cómo lo haces… —comentó Adriana cuando examinó la imagen—… en serio que yo no me atrevería a hacer esto…

Su amiga dedicó un gesto elocuente, como si fuese una gran actriz.

—Déjate llevar. Imagínate situaciones y luego vívelas. Deja que las expresiones de tu cara hablen por sí mismas.

—Es que no sé cómo…

—Es fácil, deja que te ayude. Pon cara de puta viciosa… —Victoria me agarró la mano con los que la había estado masturbando—… y limpia esto. —Le metió y le sacó mis dedos, aún húmedos de su orgasmo, en su boca, como si fuese una polla—. Dile a tu esposa… ¿A qué las fotos así te gustan mucho?

—Demasiado.

Sentía la lengua de Adriana en mis dedos mientras la cámara seguía haciendo su trabajo. Mi polla no podía estar más dura y, ahora mismo, me estaba volviendo loco de lujuria.

—¿Ves, tontita? Por lo menos sirves para limpiar… —Se quedó en silencio, mirándome, con una crueldad inusitada en su mirada—… Sigue tomándote fotos, que se me acaba de ocurrir una idea maravillosa.

Y allí tenía a mi querida compañera de vida, lamiendo, sin saberlo, los jugos de su amiga de la mano de su querido esposo, mientras dedicaba miradas calientes a la cámara. Por si eso fuese poca cosa, algo me decía que Victoria estaba con una travesura en mente. Al mirarla, me vi incapaz de llegar a su nivel de morbosidad.

No podía llegar a imaginar que tenía esa diosa en mente.

—He tomado muchas —informó Adriana, devolviéndole el móvil a Victoria.

—Genial. A ver cual subo.

—Pero recuerda que todo esto tiene un costo. Quiero saber todos los detalles de tu amante.

—¿Todos? —exclamó Victoria—. Son muchas cosas las que tendría que contarte y aún no estamos lo bastante borrachas.

Cogí la botella y fuimos a sentarnos a un buen sitio. Escogí una mesa lo bastante alejada de las demás para que el ruido y la distancia nos diesen un poco de privacidad extra.

—Cuenta —seguía suplicando mi esposa.

—¿El qué? ¿Cómo ese cabrón consigue que me corra en los lugares más insospechados, lo cachonda que me tiene pensando en todas las cosas que puedo hacerle o… —miró a los lados y bajó la voz, como si tuviese miedo de que alguien la escuchase—… de cómo voy a follármelo esta noche?

Mi esposa empezó a reírse sin poder controlarse.

—Serás… ¿Es en serio?

—Sí —concedió.

—¿Esta noche? —insistió.

—Aja…

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—Pues ahora mismo porque no puedo, que ganas no me faltan, así que os usaré de entretenimiento mientras pasa el tiempo. Pero, en cuanto termine contigo, querida amiga, pienso pasarme el resto de la noche follando como una loca en todos los lugares de su casa. Pienso destrozar su cama, su sofá e incluso follaré en su cocina...

Adriana movía la cabeza incrédula.

—No sé cómo puedes ser tan abierta… a mí me daría vergüenza.

Victoria se rio. Llenó los vasos y bebimos. Luego, añadió.

—¿Te da vergüenza? ¿Y cómo explicas esto? —preguntó, mostrando la foto donde lamía los dedos con cara de viciosa—. Mira la cara de salido que tenía tu esposo.

Como para no, pensé.

—Pero eso solo lo hice fue porque tú insististe, yo nunca haría algo así por propia voluntad. A saber, quién me esté mirando que me conozca.

—¿Qué es más importante tu reputación de señorita remilgada que no le importa a nadie o un matrimonio caliente y feliz?

—Hombre…

—Tienes que hacerme caso. Ábrete, déjate llevar, disfruta de la vida y sal de la típica escena de película ochentera donde todo tiene que ser perfecto.

—No es eso es…

—¿Sabes qué? —la interrumpió—. Esta noche yo mando. Así que bebe.

Bebió. Yo también. Pero, percibí como Victoria tiraba el líquido de su vaso al suelo. Es entonces cuando entendí su juego, estaba emborrachándola. Estaba tan caliente que no me había dado cuenta de ese detalle. De hecho, si Victoria no lo hubiese hecho tan evidente mientras me miraba, probablemente también me hubiese emborrachado a mí también.

Siguieron hablando, brindando y bromeando. Había entendido desde un principio su indirecta, yo era el tipo al que se estaba follando, pero pensar que me iba a follar toda la noche… ni se me ocurrió como podría llegar a hacerlo.

Ahora, sin embargo, estaba seguro de que lo conseguiría. Pero, lo que no sabía, es que su mente funcionaba a un nivel muy diferente del mío. No estaba listo para lo que esa diosa del sexo me iba a ofrecer.

—Voy a hablar con el camarero… —comenté, con la idea de pedir más alcohol para dejar a Adriana completamente borracha al borde de la inconsciencia.

—No, no —me detuvo Victoria—. Nos la tomamos en casa, que me estoy quedando afónica.

Solo necesitó dirigirme una mirada para que la hiciese caso.

Aunque yo no había bebido tanto, ambas insistieron en que cogiésemos un Uber para volver. Me pareció bien… a esas alturas de la noche todo me parecía bien.

—Pero no me has contado nada… —se estaba quejando Adriana—… yo cumplí mi palabra y tú no has dicho nadaaaaaaa.

Victoria empezó a reírse.

—Vale, tienes razón —concedió—. Ya sé… contaré mis trapos sucios y os daré un buen espectáculo en casa si pasáis una prueba —comentó Victoria, mientras esperábamos a que llegase nuestro chofer—. Una sola prueba y una deliciosa y suculenta sorpresa.

—¿Estás loca? —preguntó Adriana, medio risitas por efecto del alcohol.

—Sí, para conocer mis oscuros secretos tendréis que sacrificaros.

—Suena interesante… —respondí—. ¿Qué tenemos que hacer?

En aquel momento llegó el Uber. Un Hyundai blanco con un chico joven que nos hizo señas. Victoria sonrió.

—Amiga, tu prueba consiste en hacerle creer a ese crío que yo soy la esposa de Antón y que tiene alguna oportunidad contigo. Quiero que el mocoso acabe la noche cascándose una paja pensando en ti —Los tres nos reímos—. Si descubre que le estamos tomando el pelo… me quedo callada para siempre.

—No voy a poder —confesó mi esposa—. Soy malísima ligando, además no creo que a él le haga gracia.

Me señaló y, para ser sincero, tuve una confrontación con mi cerebro. ¿Estaba listo para ver a mi esposa coqueteando con otro hombre?

Ambas mujeres me miraron sin darme tiempo para pensar. Respiré profundo. Quien juega con fuego se acaba quemando… pero por lo menos uno no se vuelve un aburrido.

—Intentémoslo —concedí, animándola—. Quiero saber sus sucios secretos.

Nos reímos los tres mientras nos acercábamos al coche de aquel chiste sin gracia que iba a ser esa broma.

Al montarnos, me fijé en el chico. Parecía un muchacho de no más de veinte años con el carnet recién sacado.  Miraba embobado a aquellas dos mujeres y casi podía sentirse las feromonas en su piel.

—Si quiere alguien puede ir delante —concedió.

—Lo siento, siempre voy al lado de mi amorcito —contestó Victoria con su mejor voz de putilla, mientras me abrazaba—. A lo mejor Adriana…

—Claro… —contestó mi esposa, intentando no reírse mientras me dirigía una mirada elocuente—. ¿Por qué no? Eres un chico muy guapo…

Se la vio insegura. Al sentarse, era evidente lo incómoda que estaba. Empezó a parlotear mirando por la ventana como si pudiese encontrar inspiración allí.

Mientras hablaba, Victoria se dejó caer en mi hombro. Fue extraño ver como mi esposa intentaba ligar, mientras su amiga se relaja a mi lado. No sabía si debía sentirme mal, celoso, excitado o confuso…

—Puta —la insultó Victoria como si se hubiese enfadado ante uno de los comentarios de mi esposa—. Que es un crío… no te pases.

Adriana se giró como si fuese a decir algo y, al ver la cara de su amiga haciéndole burla, estuvo a punto de echarse a reír.

—No hay edad para el amor… —bromeó.

—No soy tan crío… —se atrevió a insinuar el muchacho.

—Tú conduce y calla —le grité—. Que ya sé lo que quieres y no vas a hacerle nada a mi amiga. ¿No ves que está borracha?

—Borracha y con dolor de cabeza —puntualizó.

Volvió a reírse.

—Lo que pasa… —siguió hablando Victoria, mientras me bajaba la bragueta—… es que llevas toda la noche caliente con mi hombre y te crees que este chaval podría ser un pobre sustituto. ¿O te crees que no te he visto como le miras? Tienes envidia.

—¿Envidiosa yo?

Con disimulo, la amiga de mi esposa se echó hacia adelante como si quisiera hablar con ellos frente a frente, sentándose sobre mí. Se posicionó justo encima de mi polla, aplastándola, moviéndose para posicionarse mejor. Notar su delicioso coño húmedo me provocó un inusitado golpe de placer.

—Sí, envidia —estaba diciendo, mientras empezaba a introducirme en su interior poco a poco.

—Yo no tengo envidia…

—¡Ooooh, sí! —exclamó Victoria con placer, al notarme dentro por completo.

—No, no la tengo.

—Claro que sí, amiga mía —repitió, mientras le acariciaba el pelo como si intentase consolarla a la par que movía sus caderas—. Tontita… Mmmmm tienes mucha envidia o deberías tenerla ahora mismo.

—¿Envidia por qué?

Podía sentir como me ordeñaba los huevos, cada una de las contracciones de su cuerpo mientras hacía movimientos casi imperceptibles con sus caderas. Lo sentía todo y todo me encantaba, mientras seguía acariciando el pelo de mi esposa. Subía y bajaba sin que la parte superior de su cuerpo se moviese apenas y apoyándose en los asientos para mantener un ritmo y una fuerza que me volvían loco.

—Del macho que me estoy follando. Tú ahí, en un amago de seducción con este pobre crío, mientras me follo al amor de tu vida, al hombre con el que sueñas desde que eras una adolescente y que me desea a mí más que a ti… tontita…

—No me gusta este juego… —comentó Adriana molesta.

De haber estado en mi sano juicio, hubiese parado. No me gustaba cuando mi esposa se enfada, pero Victoria era la que tenía el control y yo estaba demasiado excitado para controlarme.

—Acéptalo…

—Déjame.

—En cuanto reconozcas que lo amas.

Adriana lanzó un suspiro exasperado. Estaba al borde de sus emociones y yo lo sabía. A pesar de eso, no podía dejar de embestir a su amiga. Quería sentirme mal por lo que le estábamos haciendo, pero no podía dejar de estar excitadísimo.

—Está bien —claudicó Adriana—. Lo amo. ¿Ya estás contenta?

—No, así no… —le corrigió Victoria, moviendo más rápido sus caderas notando como las venas de mi polla se hinchaban de excitación.

—¿Cómo?

—Con sentimiento… quiero que me mires a la cara y me confieses lo que sientes de verdad. Somos amigas y no me enfadaré y, este chico —comentó refiriéndose al pobre conductor—. Tiene que entender que no tiene ninguna oportunidad contigo.

—Está bien… —Tomó aíre resignada—. Yo le amo.

—Di el nombre —la corrigió—. El nombre del tío al que me estoy follando y que más deseas y amas en este mundo, al hombre al que le eres fiel y por el que suspiras cuando te hace una mierda de regalo o se acuerda de alguna fecha estúpida que es muy importante para ti. Vamos tontita, dímelo. O mejor, díselo a él.

Ya no podía más. Cogí a Victoria por las caderas y la embestí hasta el fondo…

—Te amo Antón… te quiero mucho —contestó Adriana derrotada, cansada, agobiada y llevándose las manos a la cabeza del dolor que le estaba causando la situación.

Movió más rápido sus caderas con lo que se me escapó un gemido de placer. No podía controlarme.  Las sensaciones me embargaban y estaba a punto de correrme… la muy puta tenía que saberlo…

Victoria alzó su brazo para sujetar por el pelo a mi esposa. Por un instante tuve la fantasía de que le besase, pero eso era imposible… tan imposible como follarme a esa diosa a dos centímetros de mi dulce mujercita.

—¿Le has oído gemir cuando has dicho que lo amas?

—Sí… —respondió turbada.

—Es porque él también tiene sentimientos por ti. Por mucho que me lo esté follando, le encanta oír lo mucho que le amas. —La agarró del pelo y la obligó a juntarse a ella mirándola a los ojos—. Vamos, vamos amiga, excita a mi macho diciéndole que lo amas, aunque sea yo la que se lo está follando…

—Le amo… —confesó, mientras me corría como nunca me he corrido sintiendo a su vez el orgasmo de Victoria—… te amo muchísimo, Antón.

No paraba de salir leche de mi polla, estaba inundando aquel coño con semen y más semen.

—Gracias por decírmelo mientras me mirabas a los ojos —le felicitó Victoria—. Me gusta que mi amiga sea sincera. Y hablando de sinceridad… prueba superada

Lanzó una mirada evidente a la entrepierna del muchacho, donde se notaba un bulto en su pantalón. Adriana lanzó una mirada significativa a su amiga y desvió la vista hacia la carretera con una sonrisa traviesa.

—Alguien de por aquí va a necesitar una buena paja…

La risa de las dos mujeres incomodó al chico que puso la radio, como si no quisiera escucharnos. Yo, incluso exhausto como estaba, me uní a las carcajadas. La verdad es que estaba siendo divertido.

Divertido y tan excitante, que aún no me había bajado la erección.

—Me sé de alguien que quiere seguir jugando… —bromeó Victoria, al sentirme erecto en su interior. Luego, sacando un par de pastillas del bolso se las tendió a mi esposa—. Toma, te las mereces.

—¿Para qué es?

—Para ayudarte con la resaca… te ayudará a dormir mejor.

Le dio un poco de agua de una botella que tenía en el bolso y hablamos de cosas triviales el resto del trayecto.

Ni que decir que estuve casi todo el tiempo jugueteando con esos pezones y con la polla haciendo de tapón. Su coño estaba mojadísimo y sentía cada contracción con un placer indescriptible. Tanto fue que, al llegar, sonó un plop audible al sacarse mi polla del coño para poder levantarse.

Me hizo gracia ver que el chico aún seguía con una buena erección cuando nos bajamos. Le dejé veinte dólares de propina, no tanto por el viaje, sino más bien para que pudiese pagar a alguien que le limpiase las evidentes manchas blancas que le habíamos dejado en el asiento de atrás.

—Prueba superada —confirmó Victoria orgullosa—. Aunque te reconozco que hubo un momento en que pensé que no lo lograrías.

—Tú estás bien loca. Me enfadaste, cabrona… —confesó Adriana. Luego, sacando una sonrisa, añadió—. Pero que mucho, mucho, mucho me he reído…

—Lo imaginaba. Deberías dejarte llevar más. ¿Y tú? —me preguntó—. ¿Disfrutaste el viaje?

—Muchísimo. Aunque por un momento pensé que el chico nos iba a echar del coche…

—Yo también —confesó Adriana.

—¿Con el pedazo hembras que somos? Además… estoy segura que estaba interesado en conocer el final de la historia ¿No te fijaste como escuchaba? Mañana se lo estará contando a todos sus amigos: Miraaa que se montaron unos locos que se pusieron a declararse… que si la amiga tal, que si la otra cual…

Todos nos reímos de su imitación.

Al entrar en casa, mi esposa se disculpó un momento y fue a cambiarse. Yo me quedé con Victoria charlando un poco.

—Coincido con lo que dijo Adriana —comenté.

Victoria me dedicó una mirada de interés.

—¿A qué te refieres?

Sonreí. Alargué mi brazo para cogerla y la pegué a mí.

—En que estás loca.

Cuando me acerqué a besarla, me esquivó dos veces riéndose.

—¿Te gustó? —preguntó, haciéndose de rogar.

—Mucho.

—¿El qué… follarme durante todo el viaje o correrte en mi coño mientras tu novia te decía que te amaba?

Otra vez me la puso dura. Se rio mientras me metía mano.

—Eres una cabrona…

—Y te gusta como soy. —No hizo falta contestar lo evidente—. Voy a ducharme, espérame aquí y no te muevas.

Dije que sí… los quince minutos más largos de mi vida. A cada instante, mi imaginación me torturaba con la caricia del agua sobre su piel. Quería entrar en el cuarto de baño y hacerla mía, quería oírla gritar de placer, quería…

Demasiadas cosas para hacer ahora. Me senté en el sofá poniéndome el brazo sobre los ojos mientras repasaba los acontecimientos de esa noche. No podía creerlo. Una y otra vez repasaba nuestros momentos y mis manos cobraron vida moviéndose solas a mi entrepierna.

Casi ni me di cuenta cuando empecé a masturbarme.

Respiré y aparté las manos. Tenía que tener fuerza de voluntad para ver si podía follarme a esa diosa y, para ello, necesitaba la polla bien dura. Masturbarme ahora a solas no era una gran idea.

Aunque para cumplir algo tan sencillo requerí de toda mi fuerza de voluntad. Una y otra vez venían las sensaciones de cómo había sido poseerla, de cómo aquellos labios engullían mi polla, de cómo eran sus besos. Quería levantarme, darle una patada a la puerta para abrirla y ponerla a cuatro patas para follarla mientras el agua nos caía encima.

Achaqué el calor que sentía, y mi poco autocontrol, al alcohol que había ingerido. Por si fuera poco, para confirmármelo, me estaba dando sueño. Estaba cansado, excitado y un poco borracho. Una mala combinación.

Sobre todo, porque si le daba una patada a la puerta lo más seguro es que me hiciese daño. Si conseguía romperla, rebotaría en la pared y me daría en las narices cuando entrase como un macho alfa. Además ¿alguna vez habéis intentado echar un polvo en la ducha? De momento, poner a alguien a cuatro patas deja a la persona a una altura que, a no ser que practiques yoga todos los días, te hace adoptar una pose ridícula. Además… ¿el agua cayendo sobre nosotros? Más bien haciéndome patinar y que, con un resbalón, me abra la cabeza contra el suelo.

Todo muy erótico… La mente de los tíos calientes es la monda. Y así es como los quince minutos pasaron, lentos, medio borracho, medio riéndome solo, pero pasaron.

Abrí los ojos en cuanto escuché por el pasillo el sonido de los tacones y mi polla reaccionó al instante. Cuando aquella diosa entró con los zapatos y desnuda, no me lo pude creer.

—¡Dios mío! —exclamé.

—Una buena analogía de cómo me veo…

—Estás tremenda.

Me acerqué a besarla y ella interpuso sus manos.

—Te recuerdo que había dos pruebas en este juego y solo has pasado la primera…

—¿Y cuál es la segunda?

A estas alturas yo haría lo que fuese.

—Sígueme, vamos a saludar a tu esposa.


Y con esto me despido hasta el siguiente capítulo. ¿Que os va pareciendo la historia? Podéis dejarme vuestros comentarios que estaré ansiosos por leerlo. No olvideis evaluarlo con las estrellitas y quién quiera mandar mails tenéis el correo en mi perfil.

Un abrazo enorme a Chica invisible, que sin verse se deja notar. A Kitonu, bienvenido, espero que cada relato te vaya gustando cada vez más y a Jos Lira, una autora increible que estoy esperando a ver cuando continua para devorarme sus palabras.

Al resto de los que no comentais, un abrazo seres misteriosos y nos vemos en la siguiente aventura.