Juegos perversos con la amiga de mi esposa 4.

Por fin llegó el fin de semana, lo que no sabía es que sería el inicio con el que Victoria pondría mi mundo patas arriba.

A mis lectores:

Si no estás siguiendo la saga, te recomiendo empezar por el primer capítulo para entender la trama de la historia.


Aunque había fantaseado un millón de veces con Victoria, verla allí cuando abrí la puerta me llevó más allá de mis fantasías.

—¿Hola? —saludó dubitativa, al ver que solo me quedé allí quieto mirándola.

—Hola —acerté a decir—. Pasa, pasa, disculpa.

Ella se rio. El sonido más dulce, erótico, sensual y pecaminoso que había oído en toda la semana. Estaba vestida con un vestido rosa sin demasiado escote. La falda le llegaba un poco más arriba de las rodillas y un collar en su cuello se movía entre medio de sus pechos tentándome. Llevaba un bolso negro y una bolsa de plástico en la mano. Aquella puta tenía toda la pinta de ser una niña buena que nunca había roto un plato en su vida.

Me encantó.

—¡Amigaaaaaaaaaaa! —Ya me habría gustado darle a mí el abrazo con que le saludó mi esposa, mientras las miraba envidioso—. Te extrañé…

—Y yo, ¿Qué tal has estado? —preguntó, entregándole la bolsa—. Toma, gracias por dejarme tu vestido.

—Bien… ven que te cuento.

Ambas mujeres se alejaron del salón dejándome el triste consuelo de ver sus culos mientras me dejaban solo.

Era horrible tener que contenerme. Todo mi ser clamaba por ir a donde ellas, coger a Victoria del cuello y obligarla a postrarse ante mí delante de mi esposa para que viese lo que quería hacer a su “ queridísima” amiga a la que tanto extrañó.

Temblaba de excitación, mientras mi mente se llenaba de imágenes en las que me saciaba con el cuerpo de aquella mujer sin cesar. Casi sin darme cuenta, las manos fueron a mi entrepierna y empecé a tocarme mientras las escuchaba. Solo paré cuando oí que se acercaban de nuevo a la sala.

—¿Estás bien? —preguntó Adriana cuando me vio allí sentado.

—Sí ¿por?

Me examinó como si no me creyese.

—No sé… tienes cara rara.

Cara rara… lo que tenía era unas ganas horribles de mandarla fuera con cualquier excusa, para volver a corromper nuestro lecho marital.

—No sé, estoy bien —mentí, con un encogimiento de hombros.

Cuando noté como Victoria también me miraba, es cuando me sentí incómodo. Sentí que ella podía ver a través de mí y que era capaz de abrirse paso a través de mi ropa para ver la erección que me estaba causando.

La sensación se volvió más fuerte cuando elevó la comisura de sus labios en una sonrisa, como si hubiese leído mis pensamientos y le hiciesen gracia.

—Vamos a ver una película ¿te apuntas? —comentó.

—Sí, claro.

Elevó las cejas divertida.

—Pues vamos a prepararlo todo.

Por un instante pensé que repetiríamos lo que aconteció en la cocina, pero se fue sin decirme nada. Iba y venía todo el rato junto a mi esposa, casi sin hacerme caso.

Casi…

Porque me tenía malo. Cada mirada, cada instante, me encendía más y más y a duras penas podía controlarme. Ella continuaba comportándose con normalidad como si aquellos roces fortuitos fueran productos de la casualidad o mi imaginación, como si su sonrisa no escondiese el desafío con el que me retaba.

Varios bols de palomitas, dulce y patatas fritas después, ordenados en dos mesitas diferentes, una cara seria y una erección que tenía que ocultar, estábamos listos para empezar.

Estar sentado viendo una película con dos mujeres impresionantes no era lo que más me apetecía en ese momento, pero tampoco era tan malo. ¿Verdad?

Para que os hagáis una idea de cómo está compuesto mi salón, diré que es muy sencillo. Las paredes son de color marrón, tiene dos sofás en forma de L. Una mesa en el centro y la televisión colgada de la pared y el aire acondicionado justo enfrente. Algo sencillo.

El sofá al lado de las ventanas es el más largo y el más cómodo a la hora de tumbarse. Es el preferido de mi esposa, así que siempre se lo cedo. El que está frente a la televisión es un poco más pequeño, pero yo no suelo tumbarme, así que tampoco me importa. Ambos tienen dos mantas para taparnos del frío del aire acondicionado.

Sé que puede parecer una tontería poner el aire para tener frío y taparse después… pero es muy placentero.

Así que fiel a la rutina, mi esposa decidió tumbarse con su manta y el bol de palomitas sobre su pecho y yo, junto a Victoria, escogí el pequeñito. Sentir que tenía a esa musa cerca me provocaba pinchazos incómodos y la mueca seria fue cambiando a una traviesa.

Estaba impaciente imaginando las travesuras que esa pequeña diablesa podía llegar a idear. Para mi desgracia, tenía ganas de jugar. Puse la manta para que no se viese lo que hacía, pero la maldita esquivaba todos mis roces y, cada vez que lo intentaba, me clavaba las uñas alejándose y moviéndose visiblemente. Literalmente aquello se transformó en un infierno. Y lo peor de todo, era su indiferencia.

Yo quería seguir con el juego, pero ella ni me miraba.

Entre Victoria y aquella mala película pusieron a prueba mi aguante. Cuando acabó, me levanté y fui a la cocina a ver si podía comer algo que me calmase.

—¿Demasiado cachondo?

La voz de Victoria, siempre tan sensual, tenía un tono juguetón y molesto que me hizo enfurecer. Quería ignorarla, quería que sufriese lo mismo que yo… pero al girarme y mirarla me di cuenta de que solo yo sufriría con un acto tan inmaduro e infantil.

—Sí —confesé.

Se bajó el vestido y mostró sus pechos mientras se los masajeaba.

—Qué mal… ¿me perdonas si luego te compenso?

Sabía que la condenada se estaba riendo de mí. A pesar de todo, me lancé a comerme aquellas tetas como si llevase una eternidad esperándolas.

—He dicho luego —me cortó, subiéndose el vestido y saliendo de la cocina riéndose todo lo que podía—. Los chicos siempre tan impacientes…

Estaba que iba a explotar. Ahora mismo no sabía si la deseaba, la quería o la odiaba.

—Vete a la mierda —musité, sabedor de que no podía oírme.

Froté mi polla por encima del pantalón y salí dispuesto a seguir sufriendo.

Mis dos musas estaban allí, charlando tan tranquilas, ignorantes de mi sufrimiento. Por lo menos una de ellas, la otra se regodeaba dedicándome miradas sensuales.

—¿Y si nos vamos de fiesta? —preguntó Victoria—. Hace tiempo que no salimos…

—¡Sí! —suplicó Adriana—. ¡Me encantaría!

No tenía ninguna gana. De hecho, lo normal en mí es no querer salir de fiesta ni por obligación. Pero todo era mejor que estar allí y continuar sufriendo como un adolescente calenturiento.

Y, por si me quedaba alguna duda sobre si hacerlo o no, se disipó cuando Victoria habló.

—Venga… —suplicó, con voz de putilla viciosa—. Te garantizo que te vas a divertir tanto que pensarás ¿cómo no salgo así todas las noches?

La promesa de sus ojos era un vicio al que no me podía resistir. Así que sí, accedí. Acompañé a mi esposa al cuarto a cambiarme.

—Gracias por venir —me estaba diciendo mientras escogía que ponerme—. Hacía tiempo que no salíamos.

—Sí… soy un aburrido. Ni siquiera sé por qué te casaste conmigo.

—Fue por el sexo... —bromeó, dándome un beso. Luego, mientras examinaba su ropero, me preguntó—. No sé que ponerme. ¿Alguna petición?

No tenía ninguna… hasta que vi el vestido sobre la cama.

—Ese negro te queda muy bien —comenté, como de casualidad.

—¿Este te gusta? —preguntó, levantando el que acaba de devolverle Victoria.

—Bastante… te hace unas buenas… —Puse mis manos como si le estuviese cogiendo los pechos—. Me gusta cómo te hace ver.

—Vale.

—Te espero fuera…

—Vale.

Salí de la habitación y fui directo al salón, pero me detuve en el baño, donde Victoria se estaba pintando. A través del espejo, me dirigió una mirada divertida y se asomó en sus labios una sonrisa.

No estaba para juegos.

Me adentré y, cogiéndola del pelo, le obligué a echarse hacia atrás hasta que sus labios estuvieron a mi alcance. Vi la expresión de furia en sus ojos, pero estaba demasiado excitado para que me importase.

—Me haces daño —gruñó.

Intenté besarla. Ella aprovechó la cercanía para intentar morderme. Por inercia, me defendí dándole un bofetón con la mano libre.

—¡Ni se te ocurra! —bramé, un poco más alto de lo que me habría gustado.

—¡o qué…!

Me miró, retándome.

Fue mucho más de lo que pude aguantar. Tirando con más fuerza del pelo, la obligué a retroceder hasta la pared con violencia, la solté solo para poder agarrarla del cuello y la besé, mientras la estrangulaba con mi mano derecha.

La izquierda se deslizó, como si tuviese vida propia por encima de su vestido, acariciándola de manera salvaje.

—¿Ya? ¿Más contento ahora que me has tocado las tetas? —comentó cuando nuestros labios se separaron.

Antes de poder pensarlo, mis manos premiaron su desafío con otro bofetón.

—¿Estás loca? —le pregunté, demasiado excitado—. No hagas eso.

Me miró, como quién mira a un niño pequeño e insignificante.

—¿O qué?

Metí mi mano por debajo de su vestido y en el interior de su ropa interior. No la masturbé, solo ataqué su clítoris con violencia y movimientos rápidos de derecha a izquierda con los dedos corazón e índice. Victoria tuvo que apoyarse en mi cuerpo, mientras me gemía al oído y las piernas le temblaban, para no perder el equilibrio.

—¡Ya casi estoy! —gritó Adriana desde el cuarto.

Del susto, me detuve.

—Yo también estoy a punto, amiga mía —me informó Victoria, echando su cintura hacia el frente para que continuase tocándola—. Si tu marido quiere hacerme correr antes de llevarte de fiesta con nosotros.

Volví a la carga.

—Esta noche quiero follarte.

—De acuerdo.

—De acuerdo ¿qué?

—Esta noche te dejaré follarme.

—No.

—¿No?

Cambié la dirección de mis dedos, arrancándola un pequeño gemido que acalló mordiéndome el hombro sin llegar a hacerme daño.

—No necesito que me dejes nada, porque eres mía. Te usaré como, cuando y donde quiera. Eres mi propiedad. ¿Te ha quedado claro?

—Sí.

—¿Sí qué?

—No entiendo…

—¿Si tú eres mi propiedad en qué me convierte?

Por un instante, su cara de placer brilló rebelde y con picardía. Le dirigí una mirada seria, haciéndole saber que no era el momento.

—Sí, Amo.

Su tono de voz cambió, mientras pronunciaba esta frase y sentí como se dejaba caer sobre mí al llegar al orgasmo.

—No lo olvides, perrita —susurré en su oído—. Ahora acaba de arreglarte.

—Sí.

Le dediqué un gesto enfadado.

—Sí, que…

Me miró. Sabía que estaba sopesando si quería darme lo que le pedía o no.

—Sí, Amo por tres semanas—accedió con malicia—. ¿Contento ahora?

Sonreí. Ahí estaba su rebeldía, intentando dejarse ver, pero no era el momento de darle una lección.

Salí del baño y me tumbé en el sofá. Mirando mi móvil, aproveché a quitarme los restos del labial y asegurarme de que no había ninguna prueba incriminatoria. Un par de minutos después, mi esposa salió del cuarto.

—¿Y Victoria? —preguntó.

—En el baño, arreglándose —le informé, levantándome.

Que llevase el vestido con el que me había follado a su amiga me tenía malísimo.

—¡Vamos, que se nos hace tarde! —la llamó—. Y tú, quietecito ahí, que te veo las intenciones —me pidió, mientras me apuntaba con el dedo y se alejaba a medida que yo me acercaba—. ¡Quietoooo!

Era una broma de parejas, lo sabía, pero estaba demasiado excitado. Cuando tuve a Adriana contra la pared, literalmente la empotré para que no pudiese escapar.

—Me encanta… —le comenté.

—Está Victoria… —susurró, entre nerviosa y excitada—… va a salir ahora.

Puse mis dedos en sus labios y empujé, metiéndoselos en la boca. Ella movía la lengua, mientras me miraba a los ojos, limpiando, sin saberlo, los jugos de su amiga.

Tenía ganas de atragantarla con ellos, que los dejase bien limpios y luego ir al baño a follarme a Victoria. Quien sabe, si se portaba bien… a lo mejor dejaba a mi esposa limpiarme la polla también, después de correrme en el coño de su amiga.

—Que par de sinvergüenzas estáis hechos —dijo una voz a nuestra espalda arrancándonos un susto—. Yo metiéndome prisa para salir de fiesta y vosotros a punto de hacer la fiesta sin mí…

Victoria nos miraba divertida.

—Yo… lo siento —se disculpó Adriana a toda velocidad—… es solo que…

Cortó su disculpa con una carcajada.

—Tranquila, pero yo que tú, tendría cuidado, amiga. Tú ahí limpiando dedos que no sabes donde ha metido ese pervertido antes… uuuuh, yo que tú no me fiaba.

Los tres nos reímos.

—Yaaaaaa…. Me puso tonta —se defendió.

—Pues si te pone tonta chupando unos dedos… no quiero saber como te pones cuando descubras lo que los hombres esconden en sus calzoncillos. Luego te lo digo ¿vale.

—Yaaaaa, no seas mala —le pidió entre risas e incómoda.

Victoria se hizo la ofendida.

—¿Ves cómo es tontita? Una ofreciéndole los secretos del buen sexo y ella solo se sonroja. Si es que las hay desagradecidas… que no te extrañe si luego tu marido se folla a una cualquiera.

—Eeeeh —me defendí—. Una cualquiera no… una puta de lujo.

Adriana me sacó la lengua.

—Tonto…

—No hablaba de ti —le corregí—. Recuerda que tú eres de las baratas…

—¿Cómo? —nos interrogó Victoria divertida—. ¿De las baratas?  ¿Qué es lo que me he perdido? Cuenta, cuenta.

—Más tarde… —se excusó mi esposa—. Ahora salimos o salimos… que no me arreglé para nada.

—Pero me lo cuentas —pidió Victoria—. Después de ver lo fogosa que te pones con dos dedos en la boca, quiero saber que tan puta eres, viciosilla.

—Vale, vale…

Mirándome, mi diosa añadió.

—Con lo que me gustan los cotilleos pervertidos… Me siento como una niña con zapatos rojos nuevos y su piruleta en la mano.

Adriana se rio. La noche prometía.


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