Juegos perversos con la amiga de mi esposa 2

La noche es joven... y lo que ocurrió en la cocina, no era más que el preludio de lo que estaba por llegar.

Este capítulo, y un saludo especial, está dedicado a Chicainvisible, por hacer uno de los mejores guiños que he visto en los comentarios. Muchas gracias y un aplauso para ti. Para los demás recomiendo que, si no lo habéis hecho, comencéis con la primera parte del relato antes de sumergiros en este para que entendáis bien de qué trata y como va. Y, sin más diligencia, prosigo con la historia:


No os voy a mentir, mis queridos lectores, de todas las aventuras que había soñado desde que era un niño, esa fue la más increíble. Más que volar, más que ser rico, más que tener superpoderes… Por un instante, me sentí que había muerto y estaba en… ¿el cielo?

No, ni mucho menos… en el infierno. Un infierno impúdico, salido, excitante, pervertido, morboso y cachondo. Un infierno que me tenía en mitad del salón con la polla tan dura que no podía soportarlo.

Tenía que clavarla en algún sitio, tenía que ir al baño a cascarme una paja, tenía que hacer algo… pero no podía moverme. Esa cabrona me había hipnotizado. Mi propio cuerpo no me respondía. Tan solo era capaz de estar allí, sentado, mirándola embobado. Al lado de mi dulce y querida esposa… que no sabía la clase de súcubo personal era la que estaba llamando amiga...

Por si fuese poco, mientras transcurría la noche, Victoria iba dirigiéndome unas elocuentes miradas que harían pecar a un santo. Lo hacía mientras hablaba tranquilamente con mi mujer, como si unos instantes antes no hubiese tenido en la boca la polla de su infiel marido hasta hacerlo correr...

Solo de revivirlo noté como la erección se me ponía más dura y me moví incómodo, ajustándome el paquete. Intenté ser lo más sutil que pude, pero Victoria me dedicó un gesto de reconocimiento con una sonrisa.

Esa cabrona…

Me gustó, me enfadó, me sentí utilizado dominado e intimidado. ¿Mi puta de lujo? Más bien yo estaba pareciendo su juguete…

—Me tengo que ir —comentó, en cierto momento de la noche—. No quiero que se me haga muy tarde…

—¿En serio? —Adriana pareció desilusionada—. Aún es pronto, pensé que te quedarías un poco más…

Victoria pareció meditarlo un segundo.

—Es que mañana quería madrugar para hacer unas cuantas cosas…

—Por fiiiiiii

—¡Aaaaaah! No vale ponerme esa voz de tontita, no hay quién resista la tentación de su encanto…

—¡Por fiii! —suplicó una vez más mi esposa, riéndose.

—¡Tontita! —enfatizó Victoria, como si le estuviese haciendo un reproche. Tras eso, le dedicó una sonrisa—. ¡Eso no vale, es jugar sucio!

—¡Por fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Victoria puso los ojos en blanco.

—Está bien… —claudicó—. Pero solo si Antón me pone un café.

—¿Cariño…? —me preguntó Adriana, ilusionada.

No hizo falta responder, automáticamente me puse en pie.

—¿Con leche? —pregunté.

Se rio.

—Depende… ¿te queda más después de toda la que me echaste por encima? —comentó riéndose, mientras mostraba su vestido con esas vistosas manchas blancas cubriéndola.

—Mucha más…

—Entonces un poco —me desafió.

Hasta mi esposa se reía cuando fui a la cocina.

Nunca poner un café me costó tanto. Por un instante tuve ganas de sacarme la polla para darle un buen servicio, pero justo cuando lo iba a hacer, apareció Victoria por la puerta.

Lanzó un suspiro exagerado.

—Los hombres no tenéis aguante ni imaginación. Ni se te ocurra hacer lo que estabas a punto.

La miré, desafiante.

—Te recuerdo que eres mi puta durante todo un mes. No eres nadie para decirme lo que puedo o no puedo hacer contigo.

—Puta de lujo —puntualizó—. Y quiero divertirme. Beber ese café no supondría una gran diferencia después de la cena que hemos tenido ¿No crees?

No podía pensar. ¿Qué quería divertirse? ¿Y qué significaba eso? Después de lo que había hecho no podía ni suponerlo. Por un lado, quería correrme rápido con toda la excitación que tenía y, por el otro, quería ver lo que esa mente perversa había planeado.

—De acuerdo —accedí a regañadientes.

—No me pongas el café caliente, ponlo tibio, casi frío.

—De acuerdo.

Salió de allí sin decir nada más. Yo había ganado la apuesta, pero ¿quién mandaba? Era entre frustrante y emocionante.

—Maldita zorra maciza —me quejé—. Te pienso reventar el culo.

Ojalá… porque ese culo tenía que ser mío. De hecho, ella entera tenía que ser mía. Todos y cada uno de sus orificios. Estaba hasta temblando de la excitación. Notaba mis músculos agarrotados y tensos. Esa cabrona no podía irse hoy sin que la hubiese hecho algo más. Lo que fuese.

La idea me excito, mucho. La pregunta era ¿cómo? No es como si pudiese ir al salón y tirarla sobre la mesa mientras mi mujer aplaudía mi osadía.

No podía pensar. Todas mis neuronas se habían movido de mi cerebro y estaban haciendo una fiesta en mi entrepierna con cohetes y todo. Estaba tan cachondo que era capaz de cualquier cosa.

Volví a la sala donde las dos mujeres seguían hablando como si tal cosa, ajenas, por lo menos una de ellas, a como me sentía. Cuando le ofrecí el café a Victoria, no sé si fue la excitación, mi imaginación o el qué, pero me pareció como si Victoria, en lugar de coger bien el café, lo agarró de una forma en que lo volcó todo encima de mi pobre esposa.

—¡Oh, Dios, como lo siento! —se disculpó, pasándola una servilleta para secarla.

—No pasa nada —respondió Adriana, cogiéndole la servilleta de la mano y pasándosela ella misma—. Por suerte, no estaba caliente.

No podía creer la expresión que vi en la cara Victoria, la sonrisa de satisfacción que puso antes de responder.

—Sí, fue una suerte…

No… ella no había podido planear eso. Además ¿para qué?

—Dadme un momento, voy a darme una ducha…

¡¡¡No, no podía ser que…!!!

No había llegado a nuestro cuarto, donde teníamos un cuarto de baño para ducharnos a solas, cuando me abalancé lo más sigiloso que pude sobre Victoria.

—¿Qué haces? —exclamó en un susurro entre sorprendida y enfadada.

—Tú le echaste el café encima para que se fuese y…

—¿En serio crees que le haría eso a mi amiga?

Dudé. Su mirada era fría y cortante como el hielo.

—Yo creí que…

Se oyó la ducha.

Acto seguido, como por arte de magia, apareció una sonrisa en cara de mi diablesa torturadora. Y, como si tal cosa, se quitó los tirantes del vestido y lo dejó caer al suelo.

—Espero que no estés pensando mal… solo es que voy a cambiarme antes de irme. No me parece mal ir llena de tu semen frente a tu esposa, pero no querrás que el resto del mundo vea que soy tu puta… —aguardó un instante antes de añadir con tono meloso—… ¿O sí?

Me miró directamente a los ojos completamente desnuda. Aquello fue más de lo que pude soportar. Me lancé sobre ella y la besé con una pasión que hacía años que no sentía recorriendo mis venas. Mientras jugueteaba con su lengua, empecé a acariciar aquel coño delicioso y noté lo mojado que estaba.

Por fin — pensé.

Puede que fuese una tigresa capaz de comerme, pero me encantaba su juego y su forma de jugar.

Me desabroché el pantalón y me saqué la polla. Por fin era mi momento. Iba a conquistar aquel coñito delicioso allí, en mitad del salón.

—Ven —me ordenó. No la hubiese hecho caso, si no llega a ser que, al decirlo, me agarró la polla como si fuese un palo y tiró de ella por todo el pasillo hasta mi cuarto—. Vas a follarme aquí —susurró, lanzándose en mi cama de matrimonio completamente desnuda y abriéndose de piernas.

Podía oír canturreando a Adriana en la ducha. Tenía el miedo recorriendo mis venas, pero algo dentro de mí tenía más hambre que yo sentido común en mi cabeza. Me lancé a la cama y, sin preámbulos, la penetré con fuerza.

—Por fin —musité.

Como decirlo, aquel era un coño delicioso, suave, húmedo y profundo. Penetrarlo era como introducir mi falo en un bollo de pan caliente, esponjoso y jugoso. Sus besos eran puro afrodisiaco y su cara era la de una loba hambrienta.

Sin darme cuenta mis caderas golpeaban a mi amante al ritmo de Lady Gaga en Bad Romance; la tonada que, desde el baño, tarareaba mi esposa. Me hizo gracia que nos hiciera de radio en ese momento.

—¿Te gusta la música ambiente? —comenté divertido.

—Mucho, ¿quieres que le suba el volumen?

—Claro…

Ella enganchó sus piernas en mis caderas y gritó:

—Amiga ¿me dejas algo de tu ropa para volver a casa?

Si no se me paró el corazón, poco le faltó. La miré con miedo, mientras ella me dirigía una mueca burlona y aceleraba el ritmo de la follada.

—Claro —respondió Adriana desde la ducha—. Puedes coger lo que quieras.

—Pues quiero cogerte a ti —susurró, mordiéndome el labio. Luego, elevando la voz, añadió—. ¿Y cómo puedes estar cantando esa canción a ese volumen? Tienes que hacerlo más alto.

Era más que una cabrona, era una puta… una puta de lujo.

Oí a Adriana reírse y empezó a subir el tono, mientras Victoria me dirigía esa elocuente mirada que estaba aprendiendo a comprender.

—De lujo —comenté, repitiendo la voz que sonaba constantemente en mi cabeza.

Me dirigió una tímida sonrisa, regalándome mi primer beso tierno de la noche.

—Por fin, creo, que empiezas a entenderlo.

Vamos que si lo entendía. Victoria siempre me había parecido una mujer a otro nivel y, ahora, me lo estaba demostrando. Si quería jugar con ella, si quería complacerla, no podía ser menos.

Le agarré del cuello con mi mano derecha y le obligué a tumbarse en la cama con fuerza. Al principio me dirigió una mirada de sorpresa, pero luego se dejó hacer. Como si quisiera ver hasta donde era capaz de llegar.

Puse sus piernas en mis hombros y, a medida que mi esposa lo daba todo en esa canción, lo di todo profanando nuestra cama de matrimonio follándome a su amiga como jamás la follé a ella. Todas las ganas que le tenía, estaban en cada embestida que le daba, mientras forzaba su cuerpo en la penetración como si fuese de goma.

—Eso es, cabrón, demuéstrame lo que eres —susurró excitada.

—¡Puta!

—No cualquier puta ni de cualquiera —comentó con una mezcla de erotismo, servilismo y desafío.

—Mi puta de lujo, mía. —Mía, siguió repitiendo mi mente a cada clavada que le daba—. Y te pienso usar hasta hartarme.

Era algo que aún no había interiorizado del todo, durante todo un mes sería mía y podría hacerle todo lo que quisiera.

No sé si fue ese pensamiento o qué, pero mi lado violento salió a la superficie. La agarré del pelo y tiré con fuerza, obligándola a acercar su cara  a la mía y mirarme a los ojos. Sé que la hice daño, pero en ningún momento bajó el nivel de su sonrisa mientras me retaba a que le diese más duro.

—No tienes tiempo de follarme —me retó—. La tontita de tu esposa puede dejar de ducharse en cualquier momento. Así que, hoy, solo soy un agujero para que te puedas correr y dormir tranquilo.

—¿Quieres que me corra en tu coño? —pregunté, como si no pudiese creérmelo.

Sonrió. Una sonrisa lobuna.

—Y que toda la noche pienses, mientras duermes al lado de mi queridísima amiga, que, durante este mes, va a tener unos cuernos tan grandes que no podrá entrar por la puerta de su casa…

—¡Dios…! —susurré, mientras me hundía con violencia en su interior.

Sentí como todo lo que me decía mientras hablaba se clavaba en mi mente, como mi polla se llenaba de imágenes de Victoria siendo follada de mil maneras sin que Adriana se enterase de lo puta que era su amiga y lo cabrón que era yo.

—Pero tranquilo… —continuó como si no la hubiese interrumpido—… no hará falta que entre, ya estaré yo calentando su espacio en tu cama para que pueda dormir calentita sobre los jugos de su mejor amiga.

Sentí como todos los músculos de mi cuerpo se contrajeron. No quería, hice todo lo que pude por evitarlo, pero sí… me corrí. La miré a la cara con odio mientras sentía como llenaba su coño de mi néctar. Puedo confesar que fue el orgasmo más fuerte que he tenido en toda mi vida. Con diferencia el mejor. La única razón por la que no estallé en un grito fue porque la lengua de Victoria entró en mi boca y me lo impidió.

Cuando me separé no podía dar crédito a lo que había hecho. Tres minutos… ¿Había conseguido que me corriese en apenas tres minutos?

Yo, que siempre me jactaba de estar horas y horas en la cama… de poder tener varios orgasmos seguidos sin la necesidad de parar entre uno y otro, y ella, en tres minutos había conseguido que me corriese sin que pudiese hacer nada para evitarlo; y eso que era la segunda vez que lo hacía hoy.

Era como una encantadora de serpientes que conocía a la perfección como dominar a la cobra que escondía dentro de los calzoncillos.

Me habría encantado seguir y hacer algo más, pero ella me empujó alejándome y sacándome de su interior.

—Vamos… date prisa, vístete.

—Pero…

—Otro día más —argumentó—. Pero ahora, tenemos que vestirnos si no quieres que te pillen.

¿Y si quería?

¿Qué pasaba si quería?

¿Qué pasaría si ahora mismo deseaba que mi esposa viese como me seguía follando a una mujer como ella?

No, claro que no quería. Esos pensamientos eran una auténtica locura.

Tuve que repetírmelo varias veces para darme cuenta de que, efectivamente, no quería que me pillasen. Pero, joder, no era tan fácil dejarla así. Quería volver a follármela. Me había corrido, pero seguía con aquel mástil duro entre mis piernas, pidiendo más guerra.

En todo ese debate interno, ella ya se había levantado y cantaba al compás de su amiga la siguiente canción del repertorio que tocaba a un volumen que sabía que Adriana la estaba escuchando.

Sonreí. Esa mujer estaba resultando curiosa. Luego, bailando al compás de lo que cantaban a dúo, rebuscó en el cubo de la ropa sucia.

—¡Yes! —dejó escapar, sacando unas braguitas del interior—. Seguro que son las que llevaba ahora…

Lo eran. Se las había visto poner esta misma mañana.

—¿Qué vas a…?

Me miró a los ojos y se las puso.

—Quiero que las bragas de tu mujer sean las que impidan que se escape el semen de su marido de entre mis piernas.

Vamos que si necesitaba volver a follármela…

La observé, mientras reía divertida cantando, evaluando los vestidos del armario de mi esposa. Escogió uno negro, corto, con bastante escote. Se lo puso mirándome a la cara.

Me levanté de la cama y me acerqué a ella. Por algún motivo, sentía furia. Mis manos se abrían y cerraban deseando agarrarla del cuello y volver a tirarla a la cama. Ya no deseaba follarla… lo que quería era violarla y oír como gritaba de placer mientras lo hacía.

—Estás bien… —preguntó, poniendo un dedo entre ella y yo.

—Te odio —le mentí, a medias.

—¿Seguro? Porque yo creo que a esta parte de ti le encanta lo que has descubierto de mí… —comentó, agarrándome de los testículos y acariciándome la polla—. Dime ¿soy mejor que en tus sueños, cuando te cascabas pajas pensando en mí?

Me acerqué a besarla.

Ella, riéndose, me esquivó y se puso de nuevo en una esquina sobre la cama, a cuatro patas, con el culo exageradamente en pompa.

Entendí el mensaje.

—¿Te gusta cómo me queda la ropa de tu mujer? —Comentó. Como respuesta se la clavé sin miramientos—. Ya veo que sí… —respondió en un suspiro.

Acaricié las bragas de mi mujer en el culo de su amiga, podía sentir como el semen hacía que mi polla resbalase mucho mejor. Empecé a embestirla mientras la agarraba del pelo y tiraba hacia atrás con fuerza. Esperaba alguna queja, pero Victoria solo se me quedó mirando con deseo.

Pero todo lo bueno termina… la ducha se apagó. Al instante fue como si la realidad se impusiese de golpe en mis neuronas y se la saqué de golpe; a regañadientes. Victoria se arregló unas braguitas que nunca me habían parecido tan sexis como ahora y se puso en pie.

—¿Cómo me veo? —preguntó.

—Fantástica —confesé.

Miró a la puerta que aún permanecía cerrada. Reconocí aquella mirada, quería hacer algo más. Antes de que el sentido común me golpease de nuevo y me hiciese reaccionar de alguna forma, Victoria se puso de rodillas, desabrochó de nuevo mis pantalones y engulló mi polla hasta el fondo.

Luego, comentó en voz bastante alta.

—Mi amor, me tengo que ir ya. Espero repetir esto muy pronto —añadió, dando una buena lamida desde mis testículos hasta el prepucio.

—Claro, cariño, cuando quieras —respondió Adriana desde el baño.

Le dio otra lamida a mi polla y masturbándome, susurró.

—¿Ves cómo es tontita? ¿Quién estaba hablando con ella? Aunque, no me puedo quejar, es una excelente amiga si está dispuesta a compartir esta extraordinaria polla durante todo un mes.

Le obligué a levantarse y la besé. La besé con tanta fuerza que no se resistió cuando la levanté en vilo y, allí mismo se la clavé de nuevo. Estaba perdiendo la cordura, en cualquier momento se abriría la puerta de baño y me pillarían, pero no tenía tanta fuerza de voluntad como para detenerme.

Una parte pequeña, minúscula, casi inexistente de mi cerebro, me hizo ver que tenía toda una casa y no solo aquella habitación. Así que, sin sacársela, la saqué del cuarto. En ningún momento se quejó, en ningún momento dejó de besarme. Tan solo seguía moviendo sus caderas disfrutando de la follada.

La tumbé en el sofá donde todo había empezado y comencé un fuerte vaivén entre sus piernas mientras me gemía al oído.

—Eso es, sigue —demandó—. No pares, vas a hacer que vuelva a correrme…

—¿Vuelvas? —pregunté sorprendido.

Allí estaba aquella mirada provocativa, enigmática, desafiante.

—¿Te crees que no me excita lo que hemos hecho? —Acercó sus labios a mi oído—. Me corrí mientras me llenabas de leche calentita en tu cama de matrimonio, mientras tu esposa nos cantaba para que folláramos a gusto.

Golpeé sus caderas una y otra vez cada vez con más violencia.

—Y creo que te gusta saberlo —comentó riéndose, mientras enrollaba sus piernas en mi espalda y mordisqueaba el lóbulo de mi oreja—. Llevaba queriendo follarte desde que compartí tu semen con la tontita de tu novia. Ha sido una cena que espero repetir…

Más rápido. Más duro. Más fuerte. ¿Otros tres minutos? ¿En serio? Notaba como mi polla se hinchaba, sabía que…

—Lo noto. Noto lo dura que se te está poniendo. Me encanta ponértela así, se va a volver mi juego favorito. Vas a volver a correrte ¿verdad? Es una suerte que no me manches su vestido… porque toda tu leche se va a quedar entre mi coño y sus bragas.

…no iba a aguantar…

—Quiero follarte, quiero seguir follándote —contesté.

Quería que ella se corriese primero, que se corriese conmigo, a la par… pero sus palabras fueron demasiado. Una vez más, llegué al orgasmo. Yo, el bocazas que siempre presume de aguantar horas en la cama, ahora que estaba con una mujer de verdad no había durado ni cinco minutos en cada sesión con ella. Era como si esa Diosa pudiera tocarme y crear más lujuria de la que era capaz de soportar.

El baño se abrió. Se rompió aquel momento, o quizás me dio un instante para recomponerme y que no nos pillasen, y ambos nos alejamos, arreglándonos.

—¿Se fue Victoria? —preguntó mi esposa saliendo del cuarto.

Victoria, dejándome echar una última ojeada a aquellas bragas blanquecinas de la leche que estaba escapando a través de ellas, contestó.

—Me iba, pero tu marido me entretuvo en el último instante. Aun así, os dejo, que me tengo que ir.

—Bueno… Me lo he pasado muy bien —contestó Adriana, saliendo del cuarto y yendo hasta donde estábamos—. Espero que nos veamos pronto.

Victoria, sonrió, la abrazó y mientras lo hacía, me lanzó un beso e hizo un movimiento obsceno con la lengua.

—Claro que sí, tontita. Aún hay muchas cosas que quiero hacerte y tengo que devolverte tu ropa...


Espero que te hayas divertido y hayas disfrutado la historia querido lector. Hoy es mi cumpleaños 😊 así que, de regalo, quiero… que votes mi querido lector… No cuenta nada y me hace ilusión.

También informo que con este capítulo cierra el primer día de un mes fabuloso. Si os gusta, seguiré la saga con la siguiente aventura de esta pareja de pervertidos que, a mí personalmente, me encantan. Si no os gusta, pasaré a otra temática distinta. No sé… me da igual. Dejadme saber vuestra opinión en los comentarios y no olvidéis lo mucho que se agradece que valoréis la historia después de leerla.  Si alguien quiere escribirme de modo personal con críticas, peticiones o solo por el mero hecho de hablar, mi correo está en mi perfil así que estoy abierto a cualquier tipo de conversación.

Un saludo desde el lado oscuro del deseo.