Juegos... ¿o no?

Dos personas que se desean, que se quiren a pesar de no estar enamoradas. Una relato caliente que puede haber pasado, que está pasando o que puede pasar... Me retaste a escribirlo. Tú sabes quién eres. Yo sé quien soy. Los demás... sólo espero que disfruten de la lectura.

Llevamos ya mucho tiempo jugando al viejo entretenimiento del flirteo. Los dobles sentidos, las miraditas pícaras, los gestos,... mucho tiempo calentando unos motores que están al borde del colapso.  Me tienes sobreexcitado. Me demuestras estar hirviendo. No es que estemos enamorados. Tenemos claro que tenemos nuestras vidas, nuestras parejas, nuestras amistades. "Sólo" trabajamos juntos. Pero desde el primer día nos fijamos el uno en el otro, sin interactuar. Nos mirábamos, intercambiábamos alguna fugaz sonrisa,... hasta que me decidí a acercarme a ti en la máquina de café y empezamos a hablar "oficialmente".

Desde ese día ya hablábamos asiduamente. En los ratos del café, cuando pasábamos junto al sitio del otro, cuando coincidíamos al salir,... Yo soy muy guasón y, con los años, también muy desvergonzado. Tú eres más joven (no mucho más que yo) y tienes un carácter parecido y la frescura de tu lozana juventud con su desparpajo propio.

Ya ni recuerdo el momento exacto en el que comenzamos con las puyitas, con los dobles sentidos llenos de inocencia pero que entendíamos como verdaderos torpedos contra nuestras líneas de flotación. Nadie se da cuenta pero nos decimos de todo. Nos gusta ese juego frente a todos sin que nadie aparente darse cuenta (aunque esto tampoco nos importa). Subimos de tono. Disfrutamos del juego.

Poco a poco nos vamos haciendo más osados. Nos tocamos con suavidad, acariciándonos sutilmente. Piel con piel. Roces "fortuitos". Toques de amistad. Pero a mí me enervan, me encienden. Más de una vez se ha endurecido "la carpa", cosa que no siempre te he podido ocultar. Pero es recíproco. No siempre tienes los pitones tiesos por el frío. El rubor que acompaña a tus mejillas así lo delata.

Definitivamente, nos "ponemos" mutuamente. Pero el juego no cesa, no nos permitimos "darnos por enterados". Nos gusta jugar y lo hacemos. No pensamos ni queremos parar.

Claro. Esto tiene repercusiones por mi lado. Por el tuyo no puedo decirlo pero lo intuyo. Ciertas noches mi pareja "disfruta" de mis calentones. Tú me enciendes y ella es la que tiene que sofocar el incendio. Creo que sospecha que "alguna" (tú) me pone cachondo pero no dice nada. No muestro indicio alguno de querer parar la relación ni hablo de nadie ajeno a nosotros. Sólo puede sospechar de tu existencia o de un estado temporal de fogosidad.

Y es cierto. La quiero y no quiero romper. Pero tú me enciendes... ardo con nuestros juegos. Te deseo. Básicamente. Y no me preguntes como. Sé que te ocurre lo mismo. Tienes tu vida pero también yo (a nuestra forma) pertenezco a ella. Y tú a la mía.

El tiempo pasa. El juego sigue. Y sube la temperatura. Cada vez más osados. Empieza a ser peligroso. Ya surgen miradas de duda cuando nos miran. No es bueno seguir así. Ha llegado el momento de la decisión. ¿Parar o seguir?

Te lo digo. Lo hablamos. Decidimos que debemos parar en el trabajo para no comprometerlo. Pero en el trabajo. Y entonces ya sólo queda una solución.

En la habitación del hotel es diferente. Ya no hay juego. Estamos solos, frente a frente. Sabemos para qué estamos ahí y ambos lo deseamos pero no queremos romper el encanto del juego. Veo tus dudas. Y, una vez más, me anticipo y me lanzo a por ti, acercándome a pasos cortos pero seguros, decididos pero tímidos. No quiero asustarte.

Por fin me pecho toca el tuyo. Suspiras. Alzo los brazos y acaricio tus brazos desde las manos hasta los hombros, donde me entretengo deshaciendo la lazada de los tirantitos de tu vestido veraniego. Lo consigo. Están sueltos pero los mantengo sobre los hombros.

Ahora le toca el turno a tu cuello. Me acerco. Lo soplo delicadamente, sin prisas. El aire cálido de mi cuerpo contrarresta el fresco del aire acondicionado y, poco a poco, tu piel se eriza. Suspiras. Otro tanto para mí. Lo celebro empezando a darte besos que hacen que la cabeza se ladee hacia el lado opuesto. Me lo entregas y aprovecho para besarlo y rozarlo con la puntita de la lengua a placer...

Por fin llega el momento y te lanzas a participar en las caricias. Tus manos desabrochan mi camisa, pero desde abajo a arriba, entreteniéndote en masajear mi pecho según queda descubierto. Acaricias mis tetillas y mis pezones se erizan al igual que los tuyos. Los pellizcas suavemente, sólo marcando la presión, lo que hace que se empitonen aún más. ¡¡Y no es lo único que lo hace!!

Mientas sigo jugando con el cuello mis manos van a tu espalda para quitar los pocos botones que ciñen el vestido a tu cuerpo para darle forma. Cuando están sueltos, sí... Es el momento de deslizar los tirantes y dejar caer la prenda que se desliza suavemente por tu anatomía hasta quedar a los pies. Lo apartas con una pierna y yo aprovecho a meter mi rodilla para evitar que la puedas volver a cerrar.

Me imitas y me liberas de la camisa. Colaboro y, al echar atrás los hombros para que caiga, aprovechas para lanzar decidida las manos contra mi bragueta y el botón de mis pantalones. Poco tiempo después acompañan a tu vestido a los pies de la cama donde han quedado.

Ahora sólo queda tu ropa interior que deseo despojarte lo antes posible. Suelto el broche del sujetador y dejo los tirantes donde quedan para deslizar las manos por tus costados en dirección a tus senos. Tomo cada copa del mismo con una mano y bajo las manos lentamente, disfrutando del espectáculo que hacen tus pechos al ir quedando paulatinamente a la vista. Por fin tus pechos están libres, con la aureola reducida a la mínima expresión debido a la excitación de tus tiesos pezoncillos, debido a que se encuentran erizados como catanas, apuntándome, provocándome... Beso esos labios gruesos tuyos que me llevan por el camino de la obsesión. Me recreo en ellos pero los abandono en pos de los lóbulos de tus orejas, Juego con ellos. Suspiras profundamente demostrándome que te gusta.

Bajo a tu cuello mientras te sujeto por la cintura, evitando (de momento) cualquier toque directo sobre partes más íntimas. Me pongo a tu espalda y mojo con mi lengua tu cuello con leves roces que van de lado a lado mientras acaricio tus costados de arriba a abajo. Me pego a ti para que sientas mi excitación al golpear mi enhiesto miembro tu cuerpo. Pero ahora sólo tu placer ocupa mi atención. Amplío mis roces y besos desde tu cuello hacia abajo, por tu columna, hasta llegar a la base de la misma, allí donde comienzan tus nalgas... ese culete que me pone a mil.

De rodillas me vuelvo a poner frente a ti. Me fijo en tu cara, mirando al cielo con los ojos cerrados, labios entre abiertos dejando escapar el aire de tus pulmones con la cabeza vencida hacia atrás. Mis labios suben por tu vientre. Durante un ratito hago diabluras en tu ombligo hasta que la risa amenaza con romper el encanto, por lo que sigo subiendo, zigzagueando de lado a lado hasta llegar a la base de tus pechos. Mi cabeza los sujeta desde abajo. Siento su peso. Mi cuerpo empieza a hervir. Tengo que sosegarme para no lanzarme sobre ti sin control. Quiero que sea especial para ti y que lo disfrutes al máximo.

Empiezo a darte besos en las marcas de tu sujetador debidas a la presión que debe hacer para mantenerlas en su sitio. Mi lengua las recorre, jugando contigo. Hago ochos en tus pechos. Recorro cada uno de tus senos por el exterior, paso por el canalillo y sigo por el otro pecho. Pero cada ocho es más pequeño que el anterior hasta que, indefectiblemente, mis labios disfrutan de cada uno de tus endurecidos pezones. Los rodeo con la lengua, los chupo con mis labios y mamo de ellos como un bebé sediento que ansía el néctar que brotaría de ellos. Sonrió al ver cómo tus suspiros pasan a gemidos.

Tras un ratito te empujo suavemente a la cama donde de depósito con dulzura pero sin detener mis labios. Abres las piernas al tumbarte y me sitúo entre ellas. Coloco mi pene sobre tu hendidura, frotándola por encima mientras acaricio tu cuerpo con las manos, lo que mi postura permite al estar sobre mis codos para no aplastarte, y sigo con mi gustoso trabajo en tus senos.

Poco a poco noto que te acercas al límite. Tus jugos bañan mi miembro que desliza sobre ti sin problemas. Ya no aguanto mucho tampoco yo. Noto que mi pene segrega líquido preseminal, preparando el combate que mi cuerpo anhela.

Abres los ojos y me clavas la mirada. Ante mi pregunta muda contesta con un asentimiento de cabeza. Cuidadosamente busco la entrada a tu gruta de placer y coloco el glande sobre ella. Una ligera presión y tus labios ceden a mi intrusión, quedando la punta de mi pene envuelta de tu calor. Un empujoncito más y ya es la mitad de mi trozo lo que se encuentra en tu interior. La vuelvo a sacar lentamente, disfrutando del tacto de tus íntimos pliegues sobre mi endurecido amigo. Vuelta a las andadas... a empujar, entrando esta vez un poco más en ti. En unas pocas estocadas estoy por completo dentro de ti. Mi placer físico es enorme, pero es mucho más pequeño que el placer emocional de sentirme (por fin) unido a ti.

Veo tu cara. Estás arrebolada. Los colores de tus mejillas me muestran tu disfrute. Tu respiración profunda, boqueando buscando aire, delata tu excitación y placer. Tus ojos turbios indican enorme placer, lujuria y determinación. Yo no estoy mejor. Empiezo a bombear como un martillo neumático.... Jejeje, me encanta cómo tu cara pone ese rictus de placer enorme. Tus gemidos son continuos. Estabas más cerca que yo lo que me permite aumentar mi ritmo hasta que mis riñones protestan. ¡Que lo hagan! Tu gozo bien lo merece.

Llegas. El rostro se te contrae. Tus gemidos se convierten en un pequeño grito agudo. Tus piernas aprietan mis riñones con fuerza acercándome a ti, como evitando que me pudiera ir. Aprietas mi verga con fuerza, con espasmos que noto para mi placer. La humedad de tu cueva aumenta. Y al quedar tu cuerpo laxo empiezo a bajar el ritmo para permitir que te recuperes de tu orgasmo hasta que me quedo inmóvil pero en tu interior. Por fin abres los ojos y me dedicas esa sonrisa tuya que me encanta. Sonrisa amable, cariñosa, sincera, agradecida...

Nos besamos durante un rato, disfrutando del otro mientras reposa tu cuerpo y se prepara para un nuevo combate amoroso. Llegado el momento me tumbas boca arriba, consiguiéndolo sin que me salga de ti. Rotas tus caderas produciendo un roce delicioso que hace que recupera el poco vigor que mi pene había perdido. En esta posición tengo los brazos libres, cosa que aprovecho para no parar de acariciar todas las partes de tu cuerpo a mi alcance. Tu cara, cuello, pechos, costados, espalda, nalgas,... todas reciben mi visita en algún momento.

Tu excitación vuelve a subir. Como la mía... No sé cuánto podremos aguantarnos las ganas (que son muchas) aunque me gustaría estar así todo el tiempo posible. Me cabalgas frenética, haciendo que mi hombría se hunda en tus entrañas todo lo físicamente posible. Mis testículos llegan a golpear tus glúteos incluso en esta postura. Mis dedos presionan fuerte tus pezones, retorciéndolos sin llegar al extremo del dolor, pero por tus gemidos, suspiros y ayes sé que lo estás disfrutando.

Ya llega. Tu nuevo orgasmo precipita el mío. De nuevo tu cara se contrae mientras roncos gemidos salen de tu garganta. Y yo siento que la vida se me escapa. Un calor que parece magma volcánico surge de mis entrañas y empiezan a inundar las tuyas. Uno. Dos. Tres... hasta seis latigazos siento surgir con fuerza por la boca de mi miembro. Todas mis fibras están tensas, mis dedos agarrotados, mi cuerpo rígido... mientras dura esta dulce agonía.

Nuestros cuerpos se relajan. No he podido ver cómo ha sido este segundo orgasmo tuyo pero tu cara de paz, con el rostro perlado de sudor y algunos mechones de pelo pegados por su efecto me dice que para ti también ha sido devastadoramente satisfactorio.

La tensión cede. Los cuerpos se relajan. Los dormimos un par de horas...

Nos despertamos. Cara contra cara... Nos miramos... Sonreímos...

¿¿¿Otra vez, primita querida???