Juegos morbosos con mi mejor amiga

De cómo empezó algo excitante y diferente con la que era mi mejor amiga.

Voy a hablarte de la que probablemente sea la mejor relación que he tenido jamás con una chica. No se trató de una novia, o una amante al uso, sino de una amiga más que especial. Una relación maravillosa que, como supondrás, adquirió tintes sexuales. Pero tampoco de una forma típica...

Nos conocimos casi por casualidad. Nuria era la hermana de la amiga de una amiga, pero pronto descubrimos que teníamos algunos gustos comunes sobre los que hablamos largamente los primeros días.

Pasaron los meses y creció entre nosotros una confianza envidiable. Charlábamos de cualquier cosa, desde sabores de chicle hasta nuestros miedos más ocultos. En una ocasión, llevados por la seguridad del chat y el morbo de hablar sobre sus ganas de tener una experiencia lésbica, llegamos a practicar cibersexo jugando a que yo era una chica. De lo único que no habíamos hablado claramente era de nuestra relación. La disfrutábamos, sin más. Y aunque nunca le había dicho directamente que me gustaba (cosa que era bastante evidente), lo que sí sabía era que yo no iba a forzar que pasase nada. Me hubiese encantado echar un polvo entre amigos, sin que significase nada más, pero sus experiencias en ese sentido habían sido malas, así que preferíamos seguir tal y como estábamos, no poner en peligro lo que teníamos.

Pues bien. Todo comenzó de una forma un tanto inocente. Estábamos a solas en mi casa, mirando como tantas otras veces unas cosas en mi ordenador (lo cierto es que ni recuerdo el qué), cuando por accidente abrí cierta carpeta. La del porno. Sabíamos que ambos veíamos porno, el sexo no era un tema tabú para nosotros, pero aún así me sentí algo incómodo por el error, y cambié enseguida de carpeta. Nuria no dijo nada, y ahí se quedó la cosa.

Poco más tarde, tuve que ir al baño. Al regresar, me encontré con que había vuelto a la carpeta del porno y estaba viendo uno de los videos. Me acerqué riéndome, con la mayor naturalidad posible (Nuria siempre ha sido un tanto cotilla), y volví a sentarme a su lado.

  • Anda, que te dejo un momento a solas y mira lo que buscas.

  • ¿Esto te pone? -lo dicho: cotilla.

Lo cierto es que la escena no era en absoluto de mis favoritas: la típica tía buena rubia cabalgando a un maromo que sólo destacaba por el tamaño de su verga.

  • Pueesss... no. Esta en concreto no.

  • ¿Y por qué no la borras?

  • Me refiero a que esta parte no, luego está mejor.

  • Pues venga, ponlo -me pidió con un movimiento de cabeza.

Una sonrisa se dibujaba en sus labios. No os llaméis a engaño: era una sonrisa divertida, no excitada. Ella misma me lo comentaría más tarde, en aquel momento sólo le movía la curiosidad.

Obediente, avancé la película un par de escenas, a una de las que sí que me gustaban. Otra rubita, ésta con una cara muy dulce, empezaba a acariciarse ante la cámara.

  • ¿Te gusta ver cómo se toca?

  • No mucho, es sólo el prólogo. Pero ya por de pronto la chica es más guapa que la otra, y ya sabes que a mí la cara me dice mucho más que el cuerpo.

  • Ya...

Nos quedamos un momento en silencio, viendo como se abría los labios del coño ante la cámara.

  • A mí me daría palo que me viesen...

  • No sabía que follabas a oscuras -bromeé.

  • Jajajaja. Tonto, me refiero a masturbarme. Es algo como más... mío. Nunca lo he compartido con nadie.

  • ¡Qué lástima!

Nuria sonrió pícaramente, no sé si por mi comentario o por el largo falo de plástico que se estaba comiendo la chica de la película.

  • Te entiendo -añadí-. A mí supongo que también me daría palo, pero con la persona adecuada... o si ambos lo hiciesemos...

  • Bueno, para ver chicas ya tienes tus vídeos.

  • Pero no es lo mismo. El porno es bastante impersonal, muchas veces pienso que es alguien que conozco para motivarme.

  • ¿Alguna que conozca?

  • Varias... tú misma, alguna vez -aventuré.

  • Adulador...

Por ahora el vídeo no era gran cosa, así que avancé la película, provocando que la chiquita se moviese espasmódicamente ante nosotros, ahora con el consolador dentro, ahora fuera, ahora en el culo, ahora primer plano de la cara. Paré mientras se acercaban a ella dos negrazos enormemente equipados.

  • ¡Hala! -exclamó Nuria al ver el tamaño de sus vergas.

Irónicamente, ante algo tan grande, se acercó un poco a mí y a la pantalla, apoyando el codo en la mesa, y la mejilla en la cara. Al hacerlo, su pierna se quedó rozando la mía, como tantas veces antes.

Nos quedamos unos minutos sin hablar, mirando como la chica pasaba de comer una polla a la otra. Lo cierto es que me daba más morbo del esperado ver aquello con mi amiga, pero aún así lo seguía interpretando como una diversión más, no como algo expresamente sexual. Lo único verdaderamente erótico para mí hasta ahora había sido la idea de ver a Nuria masturbarse.

Finalmente continué:

  • Lo que más me pone son las expresiones en la cara de la chica, sumisa pero poderosa.

  • No me habías dicho que te iban las sumisas.

  • Me van muchas cosas, preciosa -respondí con un tono burlón.

La película estaba llegando a una de mis partes favoritas, así que dejé de avanzar. Ahora la rubita estaba sostenida en vilo entre los dos tíos, de pie, que se alternaban en llenar su coño. Pronto el que tenía detrás la sodomizaría, haciéndola gritar escandalosamente en una salvaje doble penetración en la que no podía hacer otra cosa que gozar y dejarse llevar, apretada entre ambos.

Nos quedamos callados contemplando la escena, hasta que Nuria finalmente dijo:

  • Bueno, ya sabes que me gustaría probar algo así, pero verlo termina aburriendo. Es más de lo mismo, ¿no crees?

  • Ya... pasa con la mayoría del porno, pero bueno, también hay unas pocas escenas muy buenas, que dan morbo de por sí: una buena actriz, una idea excitante...

  • ¿Cómo cual? -otra vez la sonrisa pícara.

Cerré el video y busqué a ver qué podía poner, también teniendo en mente los gustos que conocía de mi amiga.

  • Mira, en esta hay un tio que la ha jodido ante su jefe y para que vuelva a admitirle, le ofrece a su novia. Y ella se deja encantada.

  • A ver...

Ahora teníamos a una pelirroja con cara libidinosa arrodillarse entre las piernas del jefe, sentado en un sofá. El novio, a un lado, la animaba (en inglés) a seguir adelante.

Como tantas veces, mi polla saludó las conocidas imágenes, dando un pequeño brinco dentro de mi pantalón.

Nuria asintió:

  • No está mal, Fer.

Y no era para menos. La actriz tenía talento, aunque sólo fuese para excitar con la mirada al tiempo que se comía el endurecido instrumento del jefe de su novio. Este último, a medio metro de ellos, observaba los movimientos de su chica acariciándose el paquete.

Nuria seguía atenta a la pantalla. Yo la miraba de tanto en tanto con excitada curiosidad, y también creía percibir un leve cambio en su actitud. Por de pronto no sonreía.

Al rato la actriz se había sacado las tetas por encima de la camiseta y movía entre ellas la verga del jefe. Nuria se movió, como inquieta, rozándome de nuevo la pierna. La noté más caliente que antes, un contacto hasta ahora inocente pero que se estaba volviendo eléctrico. Mi erección iba creciendo a cada nuevo indicio de que mi mejor amiga se estaba excitando.

Decidí comentar algo, no sé si por romper nuestro silencio, o por ver su reacción:

  • Mira que a mí normalmente las cubanas no me ponen, pero en esta escena... buff.

  • Ahá.

Sólo eso. Se metió distraídamente el pulgar en la boca. Quizás se imaginaba que era otra cosa mayor que un dedo.

Entonces llegó el primer cambio de postura: ahora la pelirroja se había sentado entre ambos machos, agarrando una polla con cada mano. Se abrió de piernas para que el jefazo metiese la mano entre ellas, colando un dedo en su coñito, mientras el novio le comía de tanto en tanto las tetas. Si antes la cara de la chica era morbosa, ahora era casi imposible no excitarme con sus expresiones, como cuando se lamía el labio superior y cerraba los ojos en un momento de gran placer.

Nuria miro de reojo hacia atrás, hacia mi cama.

  • Oye... ¿puedo pedirte una cosa? -ahora sí, por primera vez notaba la excitación en su voz.

Oírla así hizo moverse mi erección dentro de mis pantalones. Tragué saliva, con una extraña mezcla de miedo y calentura.

  • Dime.

No se atrevía a mirarme.

  • ¿Puedes dejarme sola un ratito?

"Oh, mierda", pensé. Intenté jugar mis cartas...

  • Yo también estoy cachondo.

Nos miramos fijamente durante unos segundos eternos, con los cálidos gemidos de la película incitándonos a caer en la tentación. Si esto fuese el típico relato porno, se hubiese abalanzado sobre mí y hubiésemos follado como posesos, pero en cambio esto fue lo que pasó: Nuria empezó a negar con la cabeza, esbozando una sonrisa.

  • No quiero liarme contigo, Fer. Eres...

Antes de que pudiese terminar de decir "...mi mejor amigo", solté lo primero que se me ocurrió:

  • Métete en la cama. Así no te veré.

  • ¿¿Cómo??

  • Métete en la cama y desahógate. Yo me quedaré aquí, ¿vale?

Mi cabeza trabajaba a cien por hora, tratando de sacar algo de provecho de la situación.

  • Me encantaría oírte... -me atreví a añadir.

Nuria pulsó una tecla para parar la película, tratando de asimilar lo que acababa de decirle. Me miró, luego a la chica (petrificada con la polla de su novio en la boca), y nuevamente hacia mi cama.

Y a mi erección, que se intuía apretada contra la cremallera de mis vaqueros.

Nos volvimos a quedar mirando a los ojos. Nuria se mordió el labio inferior, tratando de decidirse...

  • Mira, vente tú también a la cama, y lo hacemos cada uno por su cuenta. Pero... -añadió, insegura- nada de mirar, ¿eh?

No pude hacer más que asentir repetidamente, intentando no parecer demasiado salido.

Nuria suspiró, como tomando conciencia de lo que acababa de proponer, y volvió a poner en marcha la película. Miró unos momentos las imágenes, buscando en ellas motivación para seguir adelante con lo que a todas luces era una locura, y se acercó a la cama. Mi polla dio un respingo al fijarme en su apetitoso culito.

Pasé el video al televisor, para verlo en grande. Me levanté, con el mástil en alto, y rodeé la cama por el lado contrario. Nuria agarró la fina manta que tenía sobre la colcha y se metió debajo. La cama era lo suficientemente grande para que no tuviesemos ni que rozarnos. Me acomodé a su izquierda, sin taparme con nada, mientras la chica en pantalla tragaba como podía la punta de ambas pollas a la vez.

  • Como me mires, lo dejamos -volvió a decir, muy seria.

  • Confía en mí -respondí con la mejor de mis sonrisas. Me sentí tentado de dedicarle una caricia cariñosa, como tantas veces antes, pero preferí no forzar la situación, y volví sin más la vista a la pantalla.

La pelirroja había cambiado nuevamente de posición. Ahora tenía al novio follándosela a cuatro patas mientras se pasaba el manubrio del jefe por las tetas, la cara y los labios con gestos y sonrisas lascivas impregnadas de sudor.

Me desabroché el pantalón, nervioso y excitado, tratando de pensar sólo lo justo en la preciosa chica que tenía al lado, y durante un minuto o dos me limité a acariciarme con fuerza por encima del calzoncillo. A mi derecha no oía prácticamente nada, y empecé a preguntarme si no me estaría gastando una broma, pero cuando la escena cambió, mostrando directamente a la sensual novia cabalgando el bate de carne que tenía metido en el culo, Nuria soltó un suspiro ardiente que me pareció lo más morboso que había oído en mi vida.

Por mi cabeza pasó la idea de meterme dentro de la cama, o taparme con algo, pero no estaba para esas cosas. La excitación y el morbo de la situación podían más, así que saqué mi verga, dura y ardiente, y empecé a cascármela con la mano izquierda a un ritmo lento y sosegado.

"Quiero oírte", pensé, "quiero oírte gozar". Pero Nuria apenas soltaba ocasionales suspiros en los que adivinar la humedad de su entrepierna y el calor de su respiración.

En el televisor, la chica seguía tragando entre lujuriosas miradas la polla de su novio, seguía empalándose analmente por el afortunado jefe, y sus tetas seguían brincando al ritmo de la penetración.

Cada vez estaba más centrado en cualquier sonido de mi derecha, y menos en los gemidos y traqueteos de la pantalla. Atento a cada movimiento de la cama que denotase los movimientos de su mano entre sus piernas, imaginando si también se estaría acariciando los pechos, y preguntándome si también ella estaba cumpliendo la regla de no mirar, o si por el contrario estaba más pendiente de mi paja que de la película. Cada vezme excitaba más la idea de que me viese masturbarme, era mucho más morboso que simplemente liarnos.

Aumenté el ritmo de mi mano, tratando de probar si estaba atenta, y al poco dos nuevos suspiros, casi jadeos, brotaron de la garganta de mi amiga. Empecé a repasar milímetro a milímetro todo el largo de mi polla, agitándola de lado a lado, arrugando la piel con el paso de mi mano, acariciando de tanto en tanto el glande con la yema del pulgar, cualquier cosa con tal de darle un mejor espectáculo. Me la imaginaba con la vista clavada en mi miembro, quizás relamiéndose, quizás deseando cogerlo, comerlo, cabalgarlo, pasarselo por todo el cuerpo y disfrutarlo hasta sacar su glorioso néctar.

Aceleré un poco más, motivado por el morbo de creer que me estaba mirando y con la vista perdida en el monitor, pero sin notar cómo la pelirroja gozaba emparedada entre sus sudorosos sementales.

Ahora sí sentía en la cama la fuerza de su masturbación, creciendo y volviéndose más y más rápida. Pensé que no tardaría mucho en correrse; me la imaginé haciéndolo, cerrando los ojos ante el éxtasis del orgasmo, y entonces, como en una revelación, me di cuenta de la trampa que había en su propuesta.

Cerré los ojos, y girando todo mi cuerpo hacia ella, susurré:

  • No te estoy mirando.

No había terminado de hablar cuando ya me había lanzado buscando a tientas sus labios. En vez de eso, me encontré con su cuello, que besé igualmente con ansía. Un poco más arriba, oí por fin sus gemidos de placer, tanto tiempo contenidos, tanto tiempo deseados. Sentía su cuerpo moverse, temblar, su orgasmo parecía más cerca de lo que pensaba.

Sin darme cuenta, había dejado de pajearme, centrándome sólo en disfrutar de este primer contacto íntimo. Mi falo apuntaba ahora con dureza contra la manta bajo la cual mi mejor amiga se masturbaba frenéticamente.

Me cogió por la nuca, guiándome hacia arriba, hacia su boca y sin atreverme a abrir los ojos nos unimos en un beso largo y húmedo, con los calientes sonidos del porno como banda sonora del encuentro.

Nos morreamos con pasión, girando ligeramente nuestras cabezas, con nuestras lenguas peleándose amistosamente ahora en su boca, ahora en la mía. Percibía el sabor a nicotina en su interior, pero ni eso me disgustaba. Quería vivir pegado a esos labios.

Al separarse finalmente de mi boca, entre jadeos, con una voz dulce, cálida y morbosa que nunca olvidaré, susurró melodiosamente:

  • Besas muy bien.......

Soltó mi nuca, y pasó a agarrar mi mano con firmeza, la misma mano con la que yo seguía sujetándome inutilmente la polla. Notaba su cálido aliento en mi cara, y notaba, sin verlo, que me miraba fijamente. Deseaba ver las expresión de su cara, pero ella era quien mandaba ahora mismo en nuestro juego, y sabía que si abría los ojos todo aquello podía terminar.

Empezó a masturbarme con mi propia mano, provocándome gemidos más de lujuria que de placer físico, y como si eso la hubiese excitado aún más, su respiración se volvió más agitada. Se acercaba el momento. Su momento, y casi el mío.

Volví a comerme su boca. Recibió mi lengua en su interior, saludándola con la suya. Pensé en buscar su entrepierna, devolverle la ayuda que le estaba dando a mi paja, pero antes de que llegase a hacer nada se separó de mis labios y se apretó contra mí, con la cabeza contra mi hombro, como abrazándome sin manos. Nuestras mejillas se rozaron. Ardían. Sentí como se tensaba. Sentí el aroma de su pelo, su agitada respiración en mi oído, sus pechos apretarse contra mí...

Suspiró mi nombre.

Abrí los ojos.

Y empezó a correrse.

Lo primero que noté fue su peso, temblando al derrumbarse sobre mí, como si ya no pudiese sostenerse por sí sola. A continuación, un pequeño grito surgió de su garganta, como una prolongación de mi nombre. La abracé con mi mano libre, acariciandole el pelo mientras se movía contra mí como una epiléptica.

Mientras seguía convulsionándose, apretó con fuerza la mano con la que me masturbaba, haciéndome daño, pero provocando también que me corriese. Gemí en su oído como ella lo hacía en el mío, sin medida, pronunciando su nombre repetidamente entre oleadas de éxtasis. Salpiqué de semen la manta con la que se cubría, la manta bajo la cual ella seguía penetrándose, tocándose y convulsionándose de puro placer, en los últimos momentos de su orgasmo. Al sentir mi leche manchar su mano por sorpresa, la apartó con rápidez.

Se detuvo.

Había acabado, pero yo aún estaba en plena corrida.

Más chorros de leche salieron de mí, disparados contra la manta. Mi mente corría desbocada, tratando de exprimir cada sentido al máximo...

Sentía sus pezones tocando mi pecho.

Su cálida respiración volviendo a la normalidad.

Una mano rozando mi espalda.

El sabor del último beso en mi boca.

La fragancia del sexo envolviéndonos.

Y entonces, los labios de mi amiga besuqueándome el cuello, un placer dulce y devastador que me obligó a terminar de descargarme con una salva abundante.

Pasados esos deliciosos segundos, nos quedamos quietos en ese extraño abrazo. No me atrevía a mirarla, casi ni me podía mover. Me limitaba a pasear mis dedos por sus cabellos en una dulce caricia, mientras aspiraba su aroma con cada relajada respiración.

Continuamos así un tiempo que no podría precisar, disfrutando del calor y el contacto del otro, un contacto íntimo pero ya no tan sexual como acaba de serlo.

Finalmente nos separamos y nos miramos, ligeramente incómodos, como avergonzados de haber caído en la tentación.

Pasaron unos tensos segundos...

Desvié la mirada hacia el televisor. Pantalla en negro. Hacía tiempo que había terminado el vídeo... y nosotros sin enterarnos. Me hizo gracia el pensamiento, sonreí, y sin pensarlo volví a mirar a mi amiga.

Nuria decía que no con la cabeza, pero sus labios la contradecían. Sonreía con cariño, como yo.

Traté de besarla una vez más, pero se apartó de mí, levantándose de la cama. Caí rendido boca abajo sobre la colcha, viendo como Nuria salía de la habitación sujetándose el pantalón desabrochado con ambas manos. Unos segundos después oí el grifo del baño.

Después hablaríamos de lo sucedido, y llegaríamos a un acuerdo, un trato que nos llevo a tener momentos mucho más morbosos juntos, pero sin llegar a liarnos ni estropear nuestra amistad. Pero eso ya son otras historias que tocará contarte en otra ocasión.