Juegos morbosos con mi mejor amiga (3)
Episodio 3: Juegos y caricias. De cómo una tarde apacible y cariñosa puede ser el punto de origen de planes más pervertidos.
Junto con nuestros juegos, como ya te había comentado, creció la sensación de intimidad entre nosotros. Y si bien ya antes compartíamos muchos secretos, ahora poco a poco parecía que nos conocíamos por completo. Nos sentíamos completamente cómodos juntos, casi como si el otro formase parte de nosotros...
Tras el juego con el vestidito, no tardé mucho en estrenarme (y repetir, y vuelto a repetir encantado...) saboreando el sexo de Nuria. De hecho, hubo unos días en los que, como si fuesemos unos hambrientos ante un delicioso banquete, no paramos de devorándonos el uno a otro por turnos siempre que nos poníamos cachondos. Aunque por el momento no volvió a dejarme correrme en su boca, pero probamos otras opciones también morbosas. En una ocasión probamos el mítico 69, pero llegamos a la conclusión de que era más placentero para ambos dedicarnos en exclusiva a provocar o recibir el orgasmo.
Tiempo después de esto, cuando ya habíamos saciado nuestro apetito por el sexo del otro, una noche de juerga como tantas otras Nuria terminó viniéndose a dormir a mi casa, por el simple hecho de que estaba cerca del garito en el que terminamos. Y como en otras ocasiones, prefirió acompañarme en mi cama y dormirnos entrelazados mientras nos magreábamos, sin llegar a nada, sólo disfrutando del contacto mutuo.
Nos despertamos tarde, y preparé una rápida comida frugal que devoramos allí mismo, sobre la cama, enfundados en un par de mis pijamas (el de ella, claro, le quedaba algo amplio). Charlábamos ocasionalmente de cosas intrascendentes, de momentos divertidos de la noche anterior, esas cosas, pero lo más habitual era simplemente estar, descansando, disfrutando en silencio de la compañía del otro.
Al cabo de un tiempo, Nuria, que se encontraba en el lado izquierdo de la cama, se tumbó boca abajo, con la mano derecha bajo la almohada y la cara girada en esa misma dirección, mirándome agotada. Sonreí. En momentos así siempre me hacía sentir cierta ternura.
Me incliné hacia ella y le acaricié suavemente el pelo, apartándole un mechón de la frente. Respondió con un ronroneo, como una adorable gatita. Paré, y me quedé mirándola, lleno de simple y puro cariño por mi amiga.
- Fer, sigue... -suspiró en tono meloso.
Accedí encantado. El pijama era de manga corta, por lo que tenía mucha piel para acariciar. Me recosté a su lado, muy cerca, casi tocándola, y deslicé lentamente las yemas de mis dedos por su brazo desnudo.
Cerró los ojos, y una sonrisa de gusto se dibujó en sus labios.
Supuse que se dormiría con mis caricias, y con lo poco que habíamos dormido por mí hubiese estado perfecto. Esta vez no se trataba en absoluto de sexo, sólo quería mimarla, hacerla disfrutar de un modo dulce y cariñoso.
Continué, recorriendo ahora cada milímetro de piel con mis pequeñas uñas, deslizándolas suavemente para provocarle el mayor placer posible.
Llegué al punto en que su mano se perdía bajo la almohada. Paré ahí, rascando con mimo la zona en la que dejaba de verse su piel.
Dejó salir otro tierno ronroneo.
Pasado un rato deshice el camino por el antebrazo, muy despacio y con cuidado, removiendo su suave vello con el tacto, disfrutando de la carita de felicidad de mi amiga. Subí hasta su hombro, metiendo la punta de los dedos bajo el borde de su camiseta y moviéndolos en deliciosos círculos.
Dos o tres minutos después me quedé quieto. Parecía haberse dormido finalmente. Aparté la mano con una fina rascada final casi hasta su codo, y me acerqué, dándole un besito de dulces sueños en la sien.
- Sigue... -repitió, con voz amodorrada. Casi me echo a reir por la sorpresa.
Me levanté y rodeé la cama, evitando la tentación de hacerle cosquillas en sus pies descalzos. Me acerqué por el otro lado. Aunque boca abajo, ahora me daba un poco más la espalda, y empecé a mover mis dedos por su cabeza, hundiéndolos entre sus cabellos hasta la nuca, recorriendo arriba y abajo la zona en la que dejaban de nacer.
Pasaron uno o dos minutos así, rascando con firme cuidado su nuca, tras los cuales me arriesgué a tocar con la punta de los dedos su oreja izquierda, la que no tenía contra la almohada. Provocando que temblase brevemente de gusto, recorrí suave y despacito su contorno, moviendo el pulgar en círculos por la parte posterior del lóbulo mientras el resto de mi mano jugueteaba por la zona, por todo el exterior, por delante y por detras de la oreja. Al cabo de un rato con estas caricias, bajé un poco más, haciendo que se estremeciese una vez más al sentirme pasear por su suave cuello, rumbo sur.
Me incliné sobre ella, sonriendo y conteniendo las ganas de besárselo. No era el momento. En su lugar pasé a acariciarle el brazo izquierdo, extendido a su costado con la palma hacia abajo. Lo ataqué con ambas manos, empezando por la derecha en la muñeca y por la izquierda en el antebrazo, y avancé con cuidado, despacio, muy despacio, pero sin detenerme, hacia arriba, casi hasta el hombro, y hacia abajo, hasta cubrir sus deditos con los míos, yema contra yema.
Sin detener el dulce movimiento de mis dedos en su antebrazo, me concentré un poco en su mano. Me moví lentamente con las uñas desde la punta de los dedos a la última falange, bajé rastrillando cariñosamente el dorso para momentos después volver a subir y detenerme ahí, dibujando formas imaginarias sobre su piel, y luego de vuelta hacia la punta, con una levísima presión que conocía electrizante.
Nuria seguía quieta, simplemente disfrutando del delicioso roce de mis dedos, y proseguí masajeando la superficie de su cuerpo con las yemas y las uñas, arañando, rozando, mimando, tocando, deleitándome con cada centímetro de su piel. Volví a bajar con la mano derecha, jugueteando por el camino, desviándome, girando, dibujando figuras inventadas, surcando el agradable recorrido hasta llegar a su codo, que rodeé también lentamente.
En un momento dado, posé la otra mano sobre su espalda, bajando de forma sinuosa, sintiendo su calor a través de su camiseta arrugada. Al llegar al final levanté el borde de la tela y metí los dedos debajo. Empecé a subir, rascando su espalda, avanzando poco a poco, arrastrando las uñas como si escalase un monte. Cuando ya había colado el brazo hasta el codo emprendí la marcha atrás, deslizandome con los tres dedos centrales en una leve presión sobre su columna vertebral.
No pretendía nada, lo juro, pero cuando estaba llegando de nuevo a la piel visible de su espalda, la sentí estremecerse de placer, sin apenas moverse. Reconocía los indicios: Se estaba corriendo con estos suaves mimos.
Continué deslizando, tan sólo un poco más rápido, las uñas por su suave piel, en caricias exquisitas, ayudando en lo posible a potenciar su tranquilo orgasmo.
Como única muestra del placer recibido, Nuria soltó un leve gemido de satisfacción, similar al de probar una sabrosa comida. Cuando creí terminado su clímax, la empujé delicadamente hacia el centro de la cama y me tumbé a su lado, abrazándola, su espalda contra mi pecho, dejando pasar los minutos, lenta y plácidamente, envueltos en nuestro mutuo cariño.
El sopor empezaba a vencerme cuando Nuria susurró:
- Hacía tiempo que nadie me hacía correrme así, tan suave.
Con los ojos cerrados, deslicé nuevamente mis brazos por los suyos a modo de respuesta.
¿Recuerdas a Paula? -claro, era su anterior compañera de piso. Un bombonazo de chica, lanzada y sensual como pocas. Como para no recordarla...
Nos líamos un par de veces -continuó Nuria, dejándome de piedra. Pese a las típicas bromas, nunca hubiera creído que a mi amiga le gustase otra mujer. Como si me leyese la mente, prosiguió:
Ya sabes que no me van las chicas, pero Paula tenía algo...
Me quedé recordando a la chica en cuestión. Desde luego que tenía "algo", pero aún así, era curiosa la idea de que Nuria se hubiese sentido atraída por ella.
Curiosa... y excitante.
Mi polla se agitó, y yo también, buscando acomodar su crecido tamaño en mis pantalones. Nuria pareció darse cuenta, porque no tardó en acercarse más a mí, acoplando su cuerpo contra el mío y apretando mi bulto cálidamente entre ambos.
- ¿Sabes? -continuó, rozando mi entrepierna a través de la ropa-. Me encanta cuando me lo comes... eres el chico que mejor me lo ha hecho...
Me entraron unas ganas locas de escurrirme bajando por su cuerpo y devorarla, tanto por lo delicioso del manjar, como en agradecimiento por el halago.
Pero con Paula -añadió- fue especial.
¿Cómo fue? -acerté a preguntar.
Un viernes que salimos solas para despejarnos de la semana... No fue planeado, simplemente creo que era el momento y conectamos de otra forma; pasó que charlamos de cosas picantes durante la cena, luego nos fuimos echando miraditas, aunque pensaba que eran imaginaciones mías, y ya en la discoteca, no parábamos de sobarnos, primero como siempre, por el baile, pero poco a poco fui disfrutando más de los roces...
Nuria alejó su trasero de mi entrepierna, dejándome un incómodo vacío. Era evidente que sabía de mi erección, pero en ese momento me daba reparo que la viese. Supongo que porque en mi cabeza estabamos de confidencias, no "jugando". Se dio la vuelta, mirándome con su más tierna sonrisa, no con las que ponía cuando estaba cachonda, como confirmando que aquello no iba por el lado sexual.
- Aquella noche sólo nos enrollamos, primero en un callejón a la salida de la discoteca, y luego otra vez de la que veníamos para casa.
Sonreí, pensando en la escena, pero al mismo tiempo procurando no imaginármelo en detalle.
- Había bebido, pero no estaba borracha. Sabía lo que hacía, y me gustó. Y al llegar a casa, nos fuimos cada una a nuestro cuarto... eso sí, con un buen morreo de despedida.
Mi polla volvió a brincar. No podía evitarlo.
Dos noches después, estábamos en el sofá viendo la tele. No habíamos hablado de lo sucedido, lo habíamos dejado estar. Pero entonces le di con mi pie por accidente, y ella respondió devolviéndome la patada. Un juego como tantos otros, cogí un cojín y la golpeé con él, ella contraatacó... y no sé cómo, peleando, terminé con ella encima mío, rozándome con su cuerpo, y yo con una mano en su cadera. Nos paramos, mirándonos fijamente y... ya te imaginas.
Os besásteis.
Y más que eso.
De pronto sentí algo tocarme el muslo. Nuria había encogido la pierna, acercando la rodilla contra mí y subía con ella, como buscando mi calor.
¿Q..ué... más? -balbuceé. Una vez más, volvía a sentirme dominado por mi amiga y por la lujuria.
Pues estuvimos un rato besándonos, luego empezó a sobetearme por todos lados, y sin avisar, metió la mano dentro de mi pantalón.
Su rodilla rozaba mis huevos, provocando hondos suspiros de placer contenido.
- Me masturbó de maravilla, sin dudar y sin dejar de besarme. Supongo que es normal, siendo una chica, que supiese lo que me gusta.
Hablaba con tranquilidad y cierto humor, como si no estuviese acariciando sutilmente mi polla y volviéndome loco.
- Y cuando más estaba disfrutando, se deslizó por mi cuerpo y en apenas un momento, me bajó los pantalones, las braguitas, y cambió su mano por su boca.
Nuria me miraba con cariño, divertida, y yo no hacía más que imaginar su cara contorsionada por el placer, con la cabeza de Paula entre sus piernas, comiéndole el coño... ¿Cómo lo haría?
Su rodilla se movía contra mi entrepierna, bajando hasta mis testículos y recorriendo otra vez el camino hasta la enfundada punta para frotarla con fuerza, mientras el tronco era recorrido por su pierna al pasar, una y otra vez. Era una caricia más tosca que la realizada por una mano, pero tenía un extraño punto morboso que me ponía a mil.
¿Y tú? -atiné a preguntar.
¿Yo? Disfrutando como nunca. De verdad, me gustaría repetir alguna vez, volver a sentir esos labios carnosos comiéndomelo, sus tetas rozando mi piel, su lengua colándose en mi interior...
No pude más. Cerré los ojos y soltando un gemido gutural, imaginándolas juntas, me corrí contra mis bóxer, contra mi pantalón, contra su rodilla.
Nuria apretó más mi polla, como queriendo contener la salida de leche, cosa imposible. Se echó contra mí y me acarició la cara con ternura, riendo.
Me aparté para quitarme pantalones y calzoncillos, tirándolos a un lado, y cuando me volví hacia mi amiga, vi que había cogido un kleenex de la mesilla. Me atrapó el pene, masturbándolo y limpiándolo lentamente con mimo.
¿Te ha gustado.... mi fantasía?
¿Qué? ¿No pasó nada de eso?
Bueno, sí nos enrollamos esa vez, de borrachera, pero al ver cómo te ponía la idea, me inventé lo demás. Aunque sí que me gustaría probarlo, algún día.
Mi polla palpitó durante un momento entre sus dedos, pero en vez de seguir por ahí, le di un piquito y la atraje contra mí. Esta vez sí nos quedamos dormidos, abrazados, contentos, y con la idea de hacer realidad ese deseo lésbico flotando en mi mente.