Juegos morbosos con mi mejor amiga (2)

De cómo fue evolucionando esta placentera nueva faceta de nuestra relación

Disculpa que haya pasado tanto tiempo desde la última vez, pero verás, he vuelto a encontrarme con Nuria...... pero bueno, ya te hablaré de eso. Antes me gustaría contarte cómo mejoró nuestra relación después de aquella primera sesión de porno y pajas compartidas. Sí, como supondrás al principio hubo un breve periodo de incomodidad, de no saber si aquello iba a joderlo todo o qué, pero pronto ella vio que por mi parte no iba a haber ningún problema, tanto si hacíamos como si aquello no hubiese pasado como si seguíamos adelante a partir de ahí. Y decidimos seguir.

Así empezó una de las mejores épocas de mi vida. No sólo por los juegos sexuales, sino también por la aún mayor complicidad que nos unía. A veces me preguntaba a mí mismo por qué no estaba locamente enamorado de ella, con todo lo que compartíamos y lo mucho que nos queríamos. Pero si bien albergaba sentimientos románticos por mi amiga (y debo suponer que ella también por mí), no habíamos pasado a ese sentimiento comúnmente llamado "amor".

Nuestros juegos, aunque sexuales, sólo los considerábamos eso, juegos. Y ya para empezar Nuria impuso una norma clara: no echaríamos un polvo. Podríamos divertirnos juntos de mil formas, pero estaría prohibido "consumar la relación". Sus razones eran que cuando se había acostado con un amigo, la amistad se había roto. Tal vez fuese algo un poco absurdo dadas las circunstancias, pero también incentivaba nuestra imaginación para inventarnos nuevas formas de gozar juntos más allá de la simple paja y sin llegar a la penetración. Así vendrían más tardes de porno compartido, maratonianas sesiones de cibersexo y de sexo telefónico, o de ambos a la vez (de hecho, la primera vez que vi a Nuria desnuda fue a través de la webcam mientras oía su dulce y excitada voz en mi oído), y progresivamente aumentarían las caricias prohibidas y desarrollaríamos una larga lista de fantasías hechas parcial o totalmente realidad.

No te equivoques. Aunque nos dejábamos llevar por estos jugueteos con relativa facilidad, tampoco es que se hubiese convertido en lo más importante de nuestra relación ni lo buscásemos a todas horas. Simplemente ahí estaba, surgía espontáneamente y era un aspecto más de nuestra amistad, como compartir una bolsa de patatas fritas o contarnos secretos. Según nos diese, podían pasar varios días sin que hiciésemos nada que podamos calificar de erótico, y en otra ocasión tener una semana plagada de placeres compartidos.

Una de las travesuras que más nos excitaba era acariciarnos a escondidas estando con más gente, preferiblemente con amigos. Una mano revoltosa bajo la mesa, o un encuentro furtivo a la vuelta de una esquina, a pocos metros de algún colega, nos divertía y nos llenaba de morbo a la vez. En cierta ocasión, casi nos pillaron tirados en un sofá con mi mano atrapada entre sus piernas juguetonamente cerradas, un momento que luego recordaríamos a solas entre risas y besuqueos. Aún no habíamos llegado al sexo oral, pero sabía que no tardaríamos. Tampoco había prisa.

Un día me acerqué a su casa vestido con mi mejor y único traje de chaqueta, corbata incluida. No soy muy de vestir "elegante", pero venía de una importante reunión de trabajo, y ya se sabe, hay que cumplir con el protocolo. Habíamos quedado en que pasaría a buscarla e iríamos a mi casa a cambiarme, para luego encontrarnos con unos amigos cerca de mi piso. No suelo ser del todo puntual, pero como de costumbre, Nuria se había retrasado en prepararse. Me abrió recién salida de la ducha y volvió corriendo al baño, con la proverbial toalla y el cabello hermosamente mojado.

Mientras oía el secador, me dirigí a la cocina, y cogí algo para beber. Tenía la garganta reseca, algo que he llegado a asociar a las reuniones y los trajes. Y ahora que me acordaba de ella, me aflojé el nudo de la corbata. Estaba por quitármela cuando oí a Nuria:

  • Anda, no te la quites. Con lo bien que te queda...

  • ¿Qué? -me había pillado por sorpresa. No le había dado tiempo a secarse del todo el pelo. Me giré y la vi, aún mojada, aún con la toalla.

  • La corbata. Bueno, y el traje. ¡Qué morbazo dais así vestidos!

  • Ya, claro -bromeé, inocente de mí-. Seguro que a ti te sienta mejor.

  • Si quieres me lo pruebo... -añadió mordiéndose el labio. Un pequeño gesto que había aprendido a reconocer. Quería guerra. Y yo estaba más que dispuesto a dársela.

  • ¿He interrumpido algo?

Se echó a reír:

  • Pues sí. Estaba teniendo una conversación íntima con la alcachofa de la ducha.

Me imaginé claramente la escena, con el agua entrando a presión y golpeteando sus paredes íntimas, y un ligero escalofrío me recorrió. Más tarde me contaría que se había retrasado en la ducha a propósito, alargando la masturbación a la espera de mi llegada. Sentí el impulso de lanzarme encima de ella y comermela, pero me contuve, y acercándome dos pasos subí la apuesta:

  • Si quieres... podríamos hacer un trío con ella.

  • ¿Con la alcachofa?

Otros dos pasos, y una pícara sonrisa:

  • Ajá.

No le costó nada decidirse. Como quien no quiere la cosa, me cogió por la corbata y me llevo al cuarto de baño, donde no tardamos en desvestirme y dejar caer la toalla que llevaba ella. La habitación seguía cubierta de vaho de la reciente ducha, pero el ambiente estaba menos caliente que nosotros.

Nuria entró en la bañera, momento en el cual no pude evitar admirar el cuerpo de mi amiga. Pese a nuestros juegos, no eran muchas las veces que terminabamos desnudos, así que aproveché la oportunidad de alegrarme la vista, antes de seguirla. Ya con el grifo en la mano, me recibió mojándome el pecho, juguetona:

  • Fer, esta es mi alcachofa. Alcachofa, Fer.

Reí divertido:

  • Mucho gusto.

  • El gusto es mío -respondió mi amiga, evidentemente con segundas.

Nuria y yo nos miramos fijamente. Nos daba bastante morbo ver simplemente la excitación en la cara del otro durante nuestros juegos. Bajó el grifo hasta mi polla, bastante morcillona ya. Sentí el conocido gustirrinín del agua acariciándola con la temperatura justa. Pero no era yo el que iba a gozar ahora. Alargué la mano y le quité el grifo, girando el chorro hacia su cuerpo. Sin dejar de mirarla, empapé su estómago, moví un poco el caño hacia arriba para mojarle también los pechos, y volví a bajar para continuar con el trabajo empezado antes de mi llegada.

Abrió la boca, suspirando al empezar a sentir nuevamente el agua entre los pliegues de su sexo. Jamás he visto a una chica tan deseable como Nuria en momentos como éste. Me moría por probar sus labios, sus pechos, todo su cuerpo, pero al mismo tiempo me resistía a dejar de mirarla, ni siquiera para acercarme a besarla.

Noté su mano sobre la mía, como aquella primera vez. Guió mi muñeca, enseñándome a dirigir mejor la cálida corriente que la penetraba. Durante unos minutos, como una buena maestra, me fue indicando qué y cómo le gustaba. Una vez aprendida la lección, subió con la mano lentamente por mi brazo, acariciándolo con suavidad.

No pude aguantar más. Me acerqué a ella y alcé el grifo sobre nosotros, para besarla con pasión mientras el agua nos recorría de la cabeza a los pies. La rodeé con el brazo libre, bajando lentamente por su espalda hasta acariciar sus nalgas.

  • Sigue, anda... -gimió en el momento en que nuestros labios se separaron.

  • Cierra los ojos y déjate llevar -fue mi respuesta.

Obedeció. Le acaricié un momento la cara con el chorro de agua, y agarrándola por la cadera la hice girar hasta ponerla de espaldas a mí. El agua caía ahora sobre su hombro derecho, y me incliné para besárselo, empapando así mis labios. Bajé nuevamente con el grifo por su cuerpo, esta vez más despacio, deleitándome en cada trozo de su cuerpo. Subí beso a beso hasta la unión entre el cuello y el hombro, apretándome contra ella para que sintiese mi erección ya madura. Suspiró mi nombre, casi al tiempo que volvía a llegar con el torrente de placer a la entrada de su coño. Me agarró la cabeza, gimiendo deliciosamente.

Mi polla se agitó apuntando al techo, con la punta tocando el final de su espalda, atrapada entre nuestros cuerpos y ansiando el fruto prohibido, penetrarla aquí y ahora. En cambio, llevé la mano libre a sus húmedas tetitas, rodeando y apretando uno de sus pezones. Soltó mi cabeza e hizo lo propio con el otro. El otro brazo caía inerte a su costado. Sentí la cabeza de Nuria apoyarse sobre mi hombro, mientras pasaba de besar a lamer y mordisquear suavemente su cuello. Pensé en el agua entrando, golpeteando las paredes de su coño, llenándola y saliendo de ella, haciendo que se agitase contra mí (excitándome aún más), y en cómo era yo quien dirigía ese placer. Acerqué un poco más la alcachofa, rozando con ella su entrepierna. Nuria soltó un delicioso "mmmmmmmmmmm" justo antes de empezar a convulsionarse.

Se iba a correr antes de lo esperado.

La agarré con fuerza de la cintura, moviendo el chorro como me había enseñado antes, pero más fuerte. Llegué con mis labios a su oreja, que saludé como había hecho con su cuello. Me moví contra ella, empujando, notando su húmeda y ardiente espalda contra mi pecho y aplastando mi mástil contra sus nalgas en un roce casi doloroso. Sentí bajar su mano. Empezó a moverse aceleradamente: estaba frotándose violentamente los labios vaginales, abriéndose más para recibir aún mejor el cálido manantial en su interior. Se dejo caer bruscamente hacia atrás, casi derribándome, jadeando, llegando al orgasmo en un torbellino de caricias, roces, lengüeteos y líquidas sensaciones.

Unos segundos después, noté cómo su cuerpo se relajaba en mis brazos. Dejé caer el grifo, juntando mi mano con la suya en una dulce caricia entre sus piernas abiertas. Tenía el coño ardiendo.

Nos quedamos así, medio abrazados, ella relajada, yo con la polla bien dura. La mecí suavemente, realizando con el roce una curiosa mezcla entre masturbación y mimos postorgásmicos. Empezó a ronronear, cual gatita juguetona. Sonreí con ternura, cuando...

Sonó mi móvil.

  • Debe de ser Carlos -supuso Nuria con una ricura de voz que sólo ponía en dos situaciones: antes de dormirse y después de correrse.

Carlos era uno de los amigos con los que habíamos quedado. No podía calcular cuánto tiempo llevábamos en la ducha, pero no se me hacía que se nos hubiese hecho tarde.

  • Debería cogerlo -dije con pereza. No me apetecía nada soltar a mi querida amiga.

  • Deberías...

Seguí acunando lentamente a Nuria, dejando sonar el teléfono. Paró, y dos segundos después volvió a empezar. Mierda. Habría que dejarlo por hoy. Me separé con pena de ella, y salí de la bañera haciendo planes: Quizás en el bar podríamos hacer una escapadita conjunta al lavabo, o coger la mesa del rincón, la que estaba más tapada, y Nuria podría...

Cogí el móvil de entre mi ropa allí tirada:

  • Dime. Sí, sí, estoy en casa de Nuria, todavía no... Ah, bueno. -le indiqué a mi amiga por señas que ahora quedábamos a las 9, y salí del baño para coger mejor cobertura-.  ¿Qué te parece si...? Ah, no, no... perfecto. Bueno, luego nos vemos. Ciao.

Colgué y miré la hora en el móvil. Casi las ocho y cuarto... la ducha había durado bastante más de lo pensado, pero no le hubiese quitado ni uno sólo segundo. Mi verga se agitó, y me di cuenta de que estaba en el pasillo desnudo y mojado, llevando sólo el teléfono y una media erección. Solté una carcajada, y volví al baño, donde me esperaba una extraña sorpresita: Nuria estaba probándose mi ropa.

  • ¿Qué tal me queda?

  • Mejor que a mí.

  • No seas tonto.

  • ¿Y a ti? ¿Te gusta ponerte mi ropa?

  • Tiene su cosa. ¿Recuerdas a Sergio? -sí, le recordaba, uno de sus ex-. Le ponía mucho verme con sus camisas y sus bóxers.

Lo cierto es que algo así no entraba dentro de mis fetichismos, pero me hizo gracia la idea. Me acerqué a ella y le ayudé a anudarse la corbata.

  • Lo que a mí me gustaría -siguió- es verte a ti con la mía.

Me quedé parado, sorprendido. Mi imagen embutido en uno de sus pantalones se me antojaba simplemente ridícula.

  • Venga, te compensaré... -añadió acariciando mi polla con la yema de los dedos.

Soy débil, lo admito.

Nos secamos rápidamente y fuimos a su habitación, buscando algo que ponerme, lo cual no era tarea fácil. Al final encontramos un vestido (uno de los pocos que tenía) lo bastante amplio para enfundarme en él, coqueto y azulado, con la falda amplia, abierta, los brazos al descubierto y un escote redondo, lo suficientemente grande para que se viesen algunos pelillos del pecho. Nos reímos durante todo el proceso, mitigando cualquier idea sexual que tuviese el juego. Al menos por mi parte.

Me hizo mirarme en un espejo: El conjunto no recordaba a una morcilla, pero me quedaba un poco justo. Quizás no del todo mal...

  • Estás muy guapa.

  • Qué mala eres...

La vi acercarse tras de mí mirándome fijamente, y me agarró como si fuese a magrearme las tetas, en parte copiando lo que había hecho con ella en la ducha. Mi polla, que había perdido la erección durante la búsqueda del vestido, se levantó levemente, rozándose con la suave tela.

De pronto sentí "algo" entre Nuria y yo, algo liso y cilíndrico tocándome el culo, forzando el paralelismo con lo sucedido minutos antes.

  • ¿Qué...? -pregunté, más sorprendido que preocupado. Se me cruzó la idea de que quisiese sodomizarme con aquello, pero no me pareció nada malo. Tampoco es que el trasto fuese muy grande...

  • Cierra los ojos y déjate llevar.

¡Qué jodida! Era lo mismo que le había dicho antes.

Obedecí, dispuesto a dejarme hacer lo que ella quisiese. Las tornas habían cambiado sin darme cuenta, ahora yo era la mujer y ella, dentro de mi traje, era quién quería penetrarme.

Sentí moverse la parte de atrás de la falda, sin nada debajo que me separase del contacto con aquel trasto. Solté un quejido al sentirlo tocar mi piel, y Nuria, como en respuesta, me pellizcó un pezón a través de la tela. La situación me daba un morbo terrible, y en consecuencia mi polla volvía a crecer, pero también me estaba poniendo un poco nervioso, casi asustado.

  • Ahora sabrás lo que es un hombre, preciosa.

Dejé de sentir aquello (por el tamaño, supuse que sería el mango de algún objeto, quizás un peine), pero antes de que me relajase, volví a sentirlo, esta vez más húmedo. Lo había lubricado...

Nuria me cogió por el culo, abriéndome las nalgas. Esperé, ojos cerrados, el momento en que entrase en mí. Pero aún esperándolo, el momento en que entró fue brutal. Metió casi medio mango de golpe. Abrí a la vez los ojos y la boca, sin aliento con el que gritar. El dolor era intenso, pero de modo inesperado, aquello me excitó aún más. Mi erección saltó en todo su tamaño golpeando contra la falda.

Boqueé, tratando de pedir clemencia, pero Nuria, ajena a ello (o quizás perversamente consciente) siguió penetrándome más adentro. Cuando por fin pude gritar, me limité a jadear. El dolor se había mezclado con un extraño placer, y sentí el brazo de mi amiga rodeándome para agarrar mi polla. Empezó a moverla rítmicamente, con el objeto y su mano llevando casi el mismo ritmo. A mi espalda escuché palabras tranquilizadoras, no recuerdo cuales, pues mi mundo y mis pensamientos se habían concentrado en mi falo y mi ano. No existía nada más que esa viciosa mezcla de placer y dolor. Apenas sentí los besos de mi amiga en mi espalda, o su otra mano cogiéndome por la cadera... Ni siquiera me pregunté con qué sujetaba aquella cosa que entraba y se movía sin piedad dentro de mí.

De pronto, oímos (yo en la lejanía) abrirse la puerta de la calle. Sandra, su compañera de piso, había vuelto...

Mi compañera de juegos me soltó y corrió a cerrar la puerta de la habitación, que imprudentemente habíamos dejado abierta. A saber qué hubiese pensado de nosotros, de habernos visto así vestidos y en plena sodomización. Nuria se apoyó contra la puerta, mirándome, casi riendo. Girándome, eché la mano hacia atrás y saqué con cuidado aquel objeto que todavía tenía clavado en el culo, sujeto ahí por la mera presión de mi esfínter. No me llevé ninguna sorpresa, pero tampoco me esperaba que fuese un simple consolador (y no muy grande, por suerte...). Sabía que tenía al menos un par, pero había supuesto algo más imaginativo.

Miré a Nuria con cara de vicio y el aparato en la mano, pensando en que ahora me tocaba metérselo yo, quizás también por el culo. Pero ella tenía otra idea. Se acercó rápidamente a mí y, arrodillándose sin dejar de mirarme a los ojos, se metió de golpe media polla en la boca. Era la primera vez que me hacía algo así, y creí derretirme de gusto. Sentí su lengua rodeando y mojando cada centímetro de rugosa piel dentro de su boca. Miré al espejo, y disfruté de un modo morboso al contemplarla arrodillada con mi traje, como si fuese también un tío el que me la estaba comiendo, salvo quizás por su hermosa melenita. Contemplé su cabecita acercándose y separándose hacia mí, y volví a mirar hacia abajo. Su cabeza se ocultaba bajo los pliegues de la falda, que me impedían contemplar el proceso, y quizás fuese mejor así. No sé cuantos segundos hubiese aguantado verla en plena mamada tras todo lo que habíamos aguantado esta tarde. En cambio, verla moverse, rozarse y desaparecer bajo la tela levantada le daba una dimensión diferente y excitante a nuestro encuentro, permitiendo que me concentrase más en el placer que recibía.

Y menudo placer. Con mi culo aún palpitando por la penetración recibida, y los voraces labios de mi amiga devorando centímetro a centímetro de polla, me sentía en la gloria. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, dejándola hacer y dejándome llevar. Me temblaban las piernas. Mi corazón se desbocaba. Gemí su nombre.

Sentía que no tardaría en correrme. Tenía que frenar un poco.

Con la poca fuerza de voluntad que me quedaba, me aparté de la boca que tanto me hacía gozar y me incliné para coger a Nuria por la corbata. Avancé de espaldas hasta llegar a la cama. Ella me siguió de rodillas, sonriente, recordándome a una perrita juguetona llevada por la correa. Me senté en el borde, sintiendo un pequeño estallido de dolor en el culo, y alzando mi mástil de carne en alto, destacando contra el vestido. Ella vino a por él, a seguir comiendo ávidamente entre sus dobleces.

Arremangando la falda, ahora sí podía ver los vivaces ojillos de Nuria contemplarme mientras metía y sacaba con fuerza mi polla de entre sus labios. Parecía poseída por el ritmo y el deseo. Sentía cada movimiento de su boca en torno a mi sexo con una claridad plena. Su humedad, su calor, su lengua revoltosa relamiéndome. Pasé la mano por su pelo, sin ninguna intención de dirigir sus movimientos, sólo como una muestra de cariño y agradecimiento.

Y volví a sentirme al filo del orgasmo.

Tenía ganas de jadear, de gritar cuando llegase el momento, pero recordé vagamente que Sandra estaba en casa, y me mordí el labio. En su lugar dejé salir un quejido sordo y gutural, preludio del torrente que se avecinaba. Nuria sabía que nunca me había corrido en una boca, y no estaba seguro de que quisiese beberse mi leche, pero ahora no podía pensar en eso. Si no quería, que se apartase. Me puse en tensión. Mi polla engordó en su interior. Resoplé.

Nuria se detuvo, con media polla dentro. Sabía lo que se le venía encima.

Y empecé a descargar en su boca.

Hizo un amago de echarse hacia atrás, pero se quedó quieta. Bebiendo. Dejando que me corriese en ella. Abundantemente.

Me excitaba aún más verla, ver su carita al recibir mi leche, ver la expresión que mostraba al tomar todo lo que salía de mí.

Seguí eyaculando unos segundos más, disfrutando de tan hermosa visión. Cuando terminé, Nuria permaneció con mi verga embutida en su boca. Y no parecía tener intención de sacarla. Sentía su lengua saborearla aún, limpiándola, rodeándola, haciéndome vibrar y estremecerme.

Finalmente se apartó, dejando caer de entre sus labios mi reluciente polla, momento en el que le acaricié la mejilla con ternura. Me miró a los ojos, con demoledora lujuria, y tragó los restos que le debían quedar en la boca. Un escalofrío me recorrió al pensar en mi semen viajando alegremente por su garganta.

Visiblemente agotado, la ayudé a levantarse y terminamos tirados sobre la cama, con la habitual sonrisa de satisfacción. Nos acariciamos con cariño, dejando ya cualquier connotación sexual. Le di un piquito, despidiendo con él la sesión. Hasta el próximo jugueteo volvíamos a ser más amigos que amantes.

Permanecimos tumbados, cogidos de la mano, mirando al techo, simplemente descansando. Finalmente me volví hacia ella, y pregunté bromeando:

  • ¿Vamos así vestidos a ver a Carlos?