Juegos familiares 2

Mientras tenía sexo con su marido, intenta llevar a la realidad una fantasía de juventud, pero las cosas se escapan de sus manos, involucrando a su hija.

Juegos familiares

2

Se dejó llevar a la cama, donde abrió sus piernas, ofreciéndose a su esposo, que abrió su calzón por un lado y por ahí metió su verga, que después  la penetró con fiereza, mientras su hija, a la que su padre recién había follado, los miraba asombrada por el giro que habían tomado los acontecimientos. Aurora tomó una  mano de su hija y la apretó, como queriendo compartirle la sensación que sentía con la verga del padre de Ana en su interior. Y la muchacha, en un gesto instintivo de complicidad, apretó la mano que se le ofrecía, sin dejar de ver a su madre siendo penetrada por la misma verga que momentos antes la había hecho acabar tantas veces que casi pierde la cuenta y los sentidos.

Cuando Aurora entró a la casa y escuchó ruido que venía del piso superior,  sospechó de inmediato que algo poco común estaba sucediendo, algo que estaba esperando. Es que de un tiempo a esta parte las cosas entre ella y su esposo se estaban desarrollando a una velocidad increíble, alcanzando límites que un año antes no hubiera imaginado ni en sueños.

Lo que sospechaba que estaba sucediendo entre su marido y su hija en el dormitorio del segundo piso se había iniciado un mes antes y ella lo había provocado, aunque en ningún momento quiso admitir que este desenlace era lo que ella deseaba. Sabía que sucedería inevitablemente pero no quería pensar en ello, en las consecuencias del deseo de su esposo por su hija, pasión  que ella misma había empezado a alimentar, dominada por un erotismo y un morbo que la dominaron por completo y no le permitieron reaccionar ante lo que se veía venir.

Después de 18 años de matrimonio,  transitado desde el sexo apasionado al rutinario, habían llegado a una etapa en que sus encuentros conyugales carecían de la cuota de deseo de los primeros años y ninguno de los dos encontraba en el otro el gozo de los primero años. Se había perdido el encanto inicial y se habían dejado llevar por la rutina, la que los estaba llevando a una apatía que no presagiaba nada bueno para el matrimonio. Pero todo cambió cuando Aurora cumplió los 35 años y se vio a medio camino de la cuarentena, lo que le produjo una crisis que le hizo replantearse su vida. Su cuerpo le pedía hacer realidad sus fantasías, gozar del sexo como la muchacha que fuera en un tiempo pero con la experiencia que tenía ahora. Quería revitalizar su relación y decidió que como nadie lo haría por ella y como una manera de despertar el deseo dormido en su esposo, decidió que sería ella la que tomara las riendas en su vida sexual. Y toda ella cambió, para sorpresa de Salvador, que se encontró de pronto con una mujer con nuevos bríos, que parecía gozar del sexo como hacía mucho que no lo hacía. Y ello tuvo como consecuencia un aumento del deseo de él, con lo que la relación matrimonial se renovó y volvieron a sentir que el sexo para ellos volvía a ser algo increíble, que les proporcionaba  sensaciones tan intensas como las que sentían cuando estaban recién casados. Y dada la necesidad de Aurora por gozar a plenitud del sexo, esas sensaciones eran aún más placenteras que las que había sentido antes. Era una mujer más madura y necesitada de sexo, en el que había vuelto a encontrar una fuente de placer de la que pensaba beber hasta saciarse.

En busca de placeres que disfrutar, siempre estaba dispuesta a buscar nuevas sensaciones, ofreciéndole a su marido todas las posibilidades que su mente afiebrada de sexo imaginaba en la cama. Y Salvador aprovechaba la buena disposición de Aurora para llevar adelante todas las poses y variantes que surgían en el acto sexual.  Después de un tiempo, felices del nivel que había alcanzado su vida sexual, conversaron al respecto y  decidieron buscar en internet nuevas posibilidades para explorar. Empezaron con el Kama Sutra y siguieron con relatos eróticos, fotos y películas de todo tipo. Y todo lo que veían intentaban aplicarlo en la cama y después lo conversaban y buscaban sus propias innovaciones.

Fue así como ella dio con los relatos de incesto. Y la relación padre e hija captó su atención.

Aurora tenía un pasado que no había compartido con su marido, un secreto que había guardado desde su adolescencia, cuando su padre la violó y le hizo descubrir el sexo en su totalidad, el que gozó casi al extremo. Pero había pasado tanto tiempo desde entonces, que era un recuerdo que creía olvidado, hasta que los relatos de incesto los hicieron renacer con todo el brío sexual de la época en que compartió con su progenitor su iniciación sexual y que la llevara a la plenitud del gozo. El recuerdo de su padre, de su verga, de su vitalidad, la hacía sentirse joven otra vez y se excitaba imaginando esas veces en que él la penetraba a escondidas en su cama o en la de su madre, aprovechando su ausencia, hasta hacerla sentirse casi enloquecer cuando el orgasmo le llegaba con todo su ímpetu.

Poco a poco esos recuerdos se convirtieron en fantasías que gozaba a escondidas. No se atrevió a compartir con su marido sus fantasías, pero empezó a imaginarse con su padre y se excitaba de tal manera que empezó a hacerse costumbre el refugiarse en el baño y bajarse el calzón, meterse un dedo en la vagina y masturbarse con ímpetu, hasta acabar. En esos momentos, con su dedo entrando y saliendo de su vulva húmeda, recordaba lo sucedido entre ella y su padre cuando apenas se empinaba por los 13 años. Las imágenes de esa tarde, los dos solos en la casa, la hacía sentir tanta excitación que se mojaba del gusto que le producía rememorar a su padre penetrándola, hasta que su dedo terminaba la labor haciéndola acabar hasta casi desfallecer.

Estos recuerdos, estas fantasías, eran algo tan personal que no se atrevía a contarle a su marido, temiendo su reacción. Y cuando tenía sexo con marido empezó a  imaginar que éste era su padre y ese pensamiento le daba nuevos bríos, obteniendo así orgasmos impresionantes, sin que Salvador sospechara la verdadera razón para tanto entusiasmo de su esposa al follar.

Pero todo cambió la noche que hicieron el amor después de volver de una cena bien regada que la mareó casi hasta la embriaguez. Llegaron a casa sabiendo que tendrían sexo pues el alcohol les había aumentado el deseo a los dos, pero especialmente a ella, que andaba particularmente excitada con el recuerdo de sus fantasías paternas y esa noche, influida por el alcohol, pensaba tener varios orgasmos imaginando a su padre poseyéndola con su tremenda tranca. Si los tragos no hubieran echado por tierra su prudencia no hubiera sucedido nada extraordinario, pero fue su insensata manera de actuar, sin sopesar lo peligroso de sus actos, lo que permitió que la relación entre ella y su marido tomara un cariz completamente diferente, involucrando a su hija. Si no fuera por su estado de embriaguez de esa noche ahora no estaría teniendo sexo con su marido mientras su hija aprieta su mano, sabiendo que muy pronto ambas compartirán al mismo macho. Pero Aurora se sentía feliz de apretar la mano de su hija mientras la verga de su esposo la penetraba, pues imaginaba que podrían formar un trío incestuoso que les brindaría satisfacciones que difícilmente podrían tener ella y su marido solamente.

Salvador empujaba fuertemente dentro de ella, la que con los ojos cerrados imaginaba que era su padre el que la follaba. Y este pensamiento aumentó su lujuria, por lo que sintió que su excitación aumentaba más aún. Y sin razonar en las consecuencias, acuciada por la insensatez que le producía el alcohol, mientras lo apretaba y movía su cuerpo con entusiasmo, imaginando que era su padre el que la cabalgaba, le instó con estas palabras:

Rico, papi, rico

Sintió que su esposo reaccionaba a sus palabras, haciendo que su cuerpo se tenzara y sus movimientos se hicieran más rápidos. Eso la entusiasmó e insistió en sus palabras de aliento, buscando con ello aumentar la intensidad de las embestidas de su marido en su vagina, al que, en su estado de embriaguez confundía con su padre .

“Papito, dale, dale”

La excitación de su marido se hizo evidente y fue tan intensa que acabó casi de inmediato, quedando apretado a ella, exhausto. Sintió que la verga de Salvador perdía rigidez y terminaba por salir de su cueva de amor, de la que caían gotas de semen que corrían por sus muslos hasta legar a la cama. Quedaron abrazados, él encima de ella, recuperando la normalidad de su respiración y ella feliz al ver su reacción ante su estímulo. A su marido le había encantado imaginarse que era el padre de ella y eso lo demostraba el entusiasmo que había puesto en follarla. Sin pensarlo, tomó su verga y empezó a acariciarla mientras le decía al oído “papito, ¿te gustó?”

Sintió que su marido reaccionaba de inmediato a sus palabras, por lo que continuó hablándole al oído, sin dejar de acariciar su polla.

“Papito, ¿te gustó?”

“Síiiiii”, respondió él con su verga a tope.

“¿Quieres volver a metérmela, papito?”

“Siiii, mijita”

“Anda, papito, métesela a tu hijita”

Abrió sus piernas nuevamente y se dejó hacer, en tanto Salvador le metía la polla de una manera casi brutal, que la sorprendió, ya que siempre había sido muy delicado en la cama. Estaba asombrada con su reacción, y todo debido a sus palabras de estímulo, las que seguía suponiendo que le hacían sentirse como si fuera su padre, sin imaginar los verdaderos pensamientos y deseos de su marido, que tenía la imagen de Ana en su mente, pegada a fuego.

“Papi, dale fuerte a tu hija”

Y él aumentó sus embestidas, hasta volverse casi salvajes.

“Papito rico, así, síiiiii”

“Mijita, toma, tomaaaaaa”

Y volvió a acabar, soltando un chorro de semen impresionante. Aurora estaba encantada con la reacción de su marido y, bajo la influencia de la calentura que le producía el alcohol, se le ocurrió una locura que traería consecuencias impensadas para ella. Se levantó, haciéndole a su esposo un gesto para indicarle que esperara y desapareció del dormitorio para ir al de Ana, que esa noche estaba en casa de una amiguita, y tomó uno de sus trajes de colegio, se vistió y volvió.

Salvador quedó impresionado al ver a su mujer vestida con el uniforme del colegio de su hija, con una mini que casi no podía ocultar la redondez de los cachetes de sus nalgas y una blusa que parecía a punto de reventar por las dimensiones de sus senos. Aurora se paró a la entrada mostrándose de manera insinuante a su marido, con un dedo en la boca y le dijo:

“Papito, ¿te gusta?”

“Estás exquisita, mi amor”

“¿Qué piensas hacerle a tu niña?”

“Ven, mi niña, y verás”

“Papito, hazme lo que quieras

Y se acercó a la cama con pasos seductores, parándose al lado de su marido que mostraba una erección respetuosa. El la tomó con fuerza y la tiró a la cama, le abrió las piernas y la penetró  con brutalidad.

Ella se sintió follada por su padre y Salvador imaginaba follando a su hija.

“Papi, no seas brusco”

“Mijita, estás tan rica”

“¿Te gusto?”

“Si, mijita”

“Métemelo, papito rico”

“Ana, tomaaa”

Y siguió metiendo y sacando su verga de la caliente vulva de su esposa, que escuchó asombrada el nombre de su hija. Solo entonces comprendió que él creyó en todo momento que ella había tomado el papel de su hija y no como había supuesto que Salvador había tomado el papel de su padre violador. Era tan intenso el momento que no pudo más que dejarlo hacer y recibir todos los embates de su marido, que acabó de una manera que la dejó completamente llena de su semen. Los dos quedaron tendidos en la cama, casi sin respiración, pero ella no podía dejar de pensar en lo sucedido.  Su marido la había follado pensando que lo estaba haciendo con su hija y ella había ayudado sin pretenderlo, pensando que lo estaba estimulando a cogérsela como si fuera su padre. ¡Qué equivocada había estado!

Ana ya era una jovencita de dieciséis años, en plena etapa de maduración. Era casi una mujer en toda la línea, y al parecer eso no había pasado desapercibido a su padre. Y ella había estimulado su deseo sin quererlo, pensando que él la estaba ayudando en su fantasía de follar con su padre. Y él había terminado por revelar el nombre del verdadero objeto de sus deseos, que era su hermosa hija. Pero, se preguntaba ahora ¿qué debo hacer? No podía recriminarle nada a su marido pues todo lo sucedido había empezado porque ella lo había estimulado  a un acto incestuoso, aunque muy diferente a lo que había terminado siendo. Y tampoco podía actuar como si nada había sucedido pues era evidente para él que ella le había incitado a tener relaciones con su hija, aunque sabía que esa no había sido su intención en ningún momento. ¡Qué lío había formado con su manera insensata de actuar! Y todo debido a su estado de embriaguez, que despertó su calentura y la hizo actuar tan irreflexivamente.

Pensó que lo más sano era tomar el toro por las astas y enfrentar la situación de manera directa, para intentar sacar provecho de todo ello. Sabía que había despertado un deseo que nada detendría y la posibilidad de un incesto con su consentimiento no le pareció tan descabellado, considerando su propio pasado.

Pensó que ella podría controlar a su marido, pero en el fondo intuía que ya había perdido esta batalla. Aún así, pensó, era preciso enfrentar los hechos, ya que no quería ser ajena a lo que sucediera en el futuro entre Salvador y su hija.

“¿Te gustó?”

“Estuvo exquisito, amor”

“¿Deseas a Ana?”

Un prolongado silencio fue la respuesta. Era el momento de la verdad, en que ella deseaba que le dijeran que no, pero que sabía que sí.

“Te diste cuenta ”

“Sabes que eso no puede ser, ¿verdad?”

“Si, estoy consciente de ello, pero no puedo evitar desearla”

“¿Por eso juegas a que yo haga el papel de ella?”

“Creo que te gustó jugar a ser ella, ¿o no?”

“Si, tienes razón”

Aunque no volvieron a tocar el tema de Ana, desde esa noche Aurora le siguió el juego a su marido y hacía las veces de su hija, sabedora de que lo estaba llevando a un camino sin retorno, pues esta fantasía solamente podría terminar con Salvador cogiendo con su hija. No quería pensar en ello, pero muy en su interior estaba segura de que así sería, no tenía  dudas al respecto. El  cada vez pedía algo más de ella, arrastrándola en una espiral incestuosa en la que sabía que se vería envuelta completamente.

“Mi niña, ¿te gusta la polla de papi?”

“Cariñito, papito quiere tu culito”

“Eres rica, Anita”

“Mijita, mámale la polla a papi”

“Ana, ponte a lo perrito”

Y cada vez sus pedidos aumentaban, exigiéndole más, sin que Aurora pudiera negarse. Ahora era Ana la que estaba follando con Salvador y no ella, que había pasado a un segundo plano. Y finalmente, una noche después de unas copas abundantes, mientras él la penetraba estando ella vestida con ropa de su hija, él pareció decidirse como se lo hubiera estado madurando desde mucho antes:

“¿Y si la invitamos?”

Ambos estaban semi borrachos, poseídos por un deseo que solamente el alcohol puede alimentar, y ella sintió que en ese momento nada era imposible, que incluso sería atractivo tener a Ana en la cama, con ellos dos. Veía a su hija como un paso más en la senda de perversión en que se había sumido desde que empezó a fantasear con su marido.

“¿Aceptará?”

Lo dijo sin pensarlo, producto de la embriaguez y la calentura que la dominaban, como si exteriorizara un deseo íntimo, pero esa pregunta fue la puerta que abrió en su interior la posibilidad de que su hija se convirtiera en amante  suya y de Salvador. Y ya no había manera de echarse atrás, pues su marido había vislumbrado en su respuesta una aceptación a sus planes y no se detendría ante nada en su afán de hacerlos realidad. Las cartas estaban echadas y solo restaban ahora el jugarlas.

Y desde entonces, cómo había aprovechado su tiempo, pues ahora se encontraba en la cama, junto a Ana, a la que tenía tomada de la mano, mientras Salvador la estaba follando, después de haberlo hecho con su hija. Ahora madre e hija compartían el mismo amante y se aprestaban a gozarlo en un trío increíble, en que  confundirían sus fantasías en una orgía que terminaría por liberar en ella todos los demonios que guardaba desde que fuera la amante de su padre, al que tanto añoraba.

La situación y sus posibilidades le excitaba.