Juegos familiares 1: Violación consentida

Ana despierta el deseo de su padre y ambos se entregan al sexo con ímpetu salvaje.

Juegos familiares

1 Violación consentida

Mientras subían al bus, no pudo dejar de observar la redondez de las nalgas de su hija, que se acentuaban por la ligera tela de la mini, en que se insinuaba la forma de su calzoncito. Era un par de globos exquisitos, de los que no podía apartar los ojos viendo la manera excitante en que se movían mientras la muchacha subía los escalones, regalándole la visión de sus muslos tersos, llenos y firmes. La niña se había convertido en mujer, no cabía duda de ello. Y sus nalgas, muslos y piernas, que se movían ante él, eran la prueba fehaciente de que su hija era toda una hembra.

Intentaron avanzar dentro de una abigarrada muchedumbre que se apretujaba silenciosamente en el estrecho pasillo del bus, cada uno sumido en sus propios pensamientos, camino al trabajo, la escuela o quién sabe a dónde. Ana y su padre quedaron apretados uno junto al otro, callados como el resto de los pasajeros, sin mirarse y con la vista dirigida hacia la ventana del bus, viendo pasar el paisaje que pasaba raudo ante sus ojos, completamente aislados en sus propias preocupaciones.

El conductor imprimió velocidad al vehículo, los pasajeros perdieron pie por la ley de la inercia y padre e hija acercaron sus cuerpos más estrechamente. El sintió que las nalgas de ella se apretaban contra su entrepierna y su verga reaccionó instintivamente, apegándose a los globos que,  en su dureza, parecían invitarle a tocarlos, a disfrutarlos. Se sintió mal al pensar que su hija no podría dejar de advertir de que su instrumento había empujado sus nalgas. No había sido esa su intención, ya que todo había sucedido involuntariamente, sin que él lo hiciera a propósito, pero no habría manera de convencerla de que todo había sido producto de la casualidad.

Mientras pensaba en todo esto, se percató que Ana estaba quieta, sin moverse, mirando con detención hacia afuera, como si no se hubiera dado cuenta de lo sucedido. Le llamó la atención su tranquilidad, ya que no era posible que no hubiera advertido lo que había sucedido momentos antes. Es más, su verga seguía apretada contra los globos de la muchachita, por lo que no entendía cómo ella actuara como si nada pasara.

Un pensamiento empezó a tomar forma en él. ¿Y si fuera todo lo contrario? ¿Y si ella estaba plenamente consciente de lo que estaba sucediendo y su actitud indiferente es solamente una máscara para ocultar que le gustaba lo sucedido atrás, entre sus nalgas? Le pareció que esta idea tenía más asidero que el creer que ella no se había percatado de nada y el solo pensar en ello aumentó su excitación, con lo cual su verga tomó nuevos bríos y él se sintió envalentonado como para apretarse más aún al cuerpo de su hija, aprovechando el vaivén del vehículo.

Su verga se acercó más aún a las nalgas de su hija, si ello era posible, sin que esta hiciera nada como para evitarlo. Después de un rato de estar ambos en esa posición, a el no le cupo duda de que a Ana le había gustado sentir su pedazo de carne entre sus globos. Le pareció lógico que le gustara sentir una verga apegada a ella, ya que a sus 16 años se suponía que estaba con  sus hormonas en plena ebullición y él había tenido la fortuna de estar en el momento justo, despertando esa lujuria siempre pronta a estallar cuando el cuerpo está despertando al sexo. Y él sabía que su hija estaba pasando por esa etapa, ya que bastaba con ver su cuerpo que a simple vista mostraba la manera en que se desarrollaba. Recordó la frase “the right man on the right place” y le pareció que le calzaba justo a él: estar detrás de una muchacha deseosa de sexo y con su herramienta apoyada en su hermoso y redondo culito. El momento era el adecuado y a él le tocó la fortuna de estar ahí.

En un momento en que el bus se movió bruscamente, él la tomó de la cintura, como para afirmarse, y aprovechó de apretarse más aún a Ana, la que seguía actuando como si nada sucediera. Pero estaban llegando al paradero donde debían bajarse y la magia del momento se truncó y debieron separarse. Bajaron sin decirse nada y sin mirarse.

Mientras caminaban, roto el encantamiento del bus, el pensó que tal vez todo había sido imaginación suya y que la muchacha estaba sumida en sus propios pensamientos y no se percató de la cercanía de su padre ni de su herramienta apretando su culito. La miró de reojo y no le pareció ver nada anormal en su actitud, caminando y mirando al frente, como atrapada en sus preocupaciones y ajena a todo lo que la rodeara. Sí, se dijo, parece que me pasé películas y no pasó nada con ella. Se sintió frustrado, y siguió caminando a su lado, ambos en silencio.

Ya en la casa, Ana se dirigió a la cocina a preparar té para los dos. Su padre no podía sacar de su cabeza la sensación que le produjeran las nalgas de su hija apretando su verga y bajo el influjo de la creciente calentura que  su hija había despertado en él, y pretextando buscar algo en el mismo mueble donde ella buscaba los elementos para el té, se puso detrás de la muchacha, que estaba sacando unas tazas de un cajón inferior. Hizo como si estuviera buscando algo en el cajón superior, por lo que se apretó contra ella, con la intención de volver a sentir la misma exquisita sensación que le proporcionó su culito en el bus.

“Estamos como en el bus”

Dijo la muchacha y dando vuelta la cabeza lo miró sonriendo. Se quedó helado por su reacción. Entonces la muchacha había estado en todo momento consciente de lo que pasaba detrás suyo y si no dijo nada era porque lo consentía. Y, al parecer, le agradaba.

La tomó de la cintura y le hizo la pregunta crucial, sin dejar de apretar su cuerpo al de ella.

“¿Te gustó lo que pasó en el bus?”

Se jugó a fondo con la pregunta. No venía al caso andarse por las ramas, supuso. Bueno, cuando un hombre se calienta, lo normal es que no mida las consecuencias de sus actos ni de sus palabras, aunque el objeto de su deseo sea su hija adolescente, como sucedía en este caso

“Mmmmm”

El comprendió que las cosas se estaban dando a su favor y no podía perder el terreno ganado, por lo que apretó su cintura y su cuerpo se apegara mucho más aún al culo de su hija.

“¿Te gusta?”

“Si”

La dio vuelta y quedaron frente a frente. Ahora eran un hombre y una mujer que se deseaban y la relación filial desapareció completamente para dar paso a la pasión que les dominaba.

“Sácalo”

Lo dijo en tono natural, insinuante, de manera de no escandalizarla. Y ella reaccionó positivamente, bajando su mano y con ella la cremallera del pantalón de su padre, para después sacar el monstruo de carne que albergaba.

“Mueve tu manita sobre el. Adelante y atrás”

Ana empezó a masajear el tronco de la verga paterna. El suponía que su hija no era ignorante en materia sexual y no estaba equivocado, por la manera en que ella se apoderó de su verga. Probablemente no era la primera que tenía en sus manos.

La tomó en brazos y la llevó al dormitorio, donde la puso en la cama, bajó su calzoncito y abrió sus piernas, poniéndose entre ellas, mientras Ana se dejaba hacer.

Sacó su lengua y empezó a pasearla por los labios vaginales de su hija, la que casi de inmediato le regaló un orgasmo, rápido pero intenso. Le asombró la rapidez con que su hija llegó al éxtasis, pero supuso que estaba demasiado excitada aún por lo sucedido en el bus y sus resistencias eran bajas.

Siguió chupándole le chucha, la que muy pronto volvió a regalarle otro orgasmo, esta vez más prolongado y en medio de grititos de placer y movimientos convulsivos de su juvenil cuerpo, lo que no dejó de asombrarle pues no creía que la muchacha estuviera tan excitada como para tener dos orgasmos tan rápidos.

Esperó a que terminara de acabar y tomándola de las nalgas, la acercó de manera que, apretando sus globos posteriores, su boca apretara los labios vaginales, lo que originó otro orgasmo de la Ana, que le pareció una máquina de acabar. Y esta vez se movió casi con desesperación, apretando la cabeza paterna contra su cuerpo mientras sus jugos llenaban la boca de su padre.

“Aghhhhhhhhhhhhhh”

Quedó con el cuerpo desmadejado sobre la cama, completamente exhausta después del esfuerzo desplegado en sus tres orgasmos casi seguidos, gracias a la boca y la lengua de su padre. Este la miró con una sonrisa de satisfacción. El estaba impresionado con las tres acabadas seguidas de su hija, ya que se sabía que le había hecho buenas mamadas, pero tampoco era para tanto.

“¿Te lo habían hecho antes?”

“No, papi. Nunca”

“Pero sí has tenido vergas en tu mano, ¿verdad?”

“Sólo una vez, papi”

“¿Qué te pareció la de papi?”

“Es tremendamente grande. No se compara”

“¿Qué hiciste con esa otra verga?”

“Nada, papi. Solamente la tomé en la mano y el chico acabó de inmediato”

“¿Qué le harías a la verga de  papi?”

“Es tan grande, papi”

“¿La besarías?”

“Si”

“¿Y si papi quiere metértela?”

“No sé, papi. Es demasiado grande”

“¿Me quieres decir que no has follado aún?”

“No, aún no”

“Pero es evidente que te gusta el sexo, por la manera en que has acabado”

“Solamente me he hecho cositas yo misma. Nada más”

“¿Y te las haces seguido?”

“Este último tiempo me lo hago por lo menos dos veces al día”

“¿En qué piensas cuando quieres hacerte esas cositas?”

“En relatos que he leído y en fotos que he visto en internet”

“¿Nunca has pensado en un hombre que conozcas?”

“En ti”

“¿Por qué en mi?”

“Porque una vez te vi hacerlo con mi mami”

“Y te gustó, me imagino”

“Si, me gustó mucho”

“¿Te gustó lo que pasó en el bus?”

“Sí, me gustó mucho”

Mientras la interrogaba, acariciaba el cuerpo juvenil que se le entregaba y sus manos recorrían los senos de su hija, su estómago, sus muslos y finalmente se detuvieron en el juvenil chocho, que destilaba sus jugos abundantemente. Uno de sus dedos se introdujo y empezó a masajear el túnel de Ana, completamente mojado por la excitación. La muchacha, cerrando los ojos, se echó de espalda a disfrutar el dedo paterno. El aprovechó el momento para succionar los senos de su hija en chupadas rápidas, alternadas con apretadas con su lengua a los pezones, que a estas alturas lucían duros como roca.

“Ricoooo. Siiiiiiiiiiiiiii”

El cuerpo de la muchacha se movía como si la estuvieran follando, en un deseo desesperado de que el dedo la penetrara más profundamente. Sin dejar de chuparle los senos, su padre sacó el dedo violador y en su reemplazo puso su verga a la entrada del joven chochito, dispuesto a penetrarla. Ella comprendió que había llegado el momento de la verdad, aquel en que entregaría su virginidad. Y lo deseaba como ninguna otra cosa.

Acomodó su cuerpo para la penetración.

“Yaaaaaa. Mételooooo”

El  no se hizo esperar y empezó a empujar su verga dentro de su hija, la que abrió completamente sus piernas y apretó los labios para aguantar el dolor de la penetración, que rompía todo lo que encontraba a su paso. No quiso ser suave, al contrario. Quería sentir en su trozo de carne la estrechez de la muchacha, que como un guante apretaba el tronco que avanzaba inmisericorde por su túnel de amor, sin detenerse a pensar en el dolor que pudiera producirle a su hija en su primera follada. Es más, le enardecía saber que todo lo que su pene llevaba por delante era la virginidad de ella, en una suerte de violación consentida. El sólo pensamiento de una violación le excitó más aún y aumentaron sus empujones y salidas, como queriendo aumentar el dolor de ella, la que resistió estoicamente las embestidas paternas. Y el dolor dio paso al placer, en una suerte de compensación que hizo sentir a la muchacha que valió la pena aguantar las bruscas penetraciones de su padre pues ahora  sentía que una sensación increíble empezaba a apoderarse de su cuerpo, invadiéndola completamente, como si fuera un volcán a punto de explotar.

Sintió que todo desaparecía a su alrededor, que la pieza se esfumaba y que su padre se convertía en una figura etérea. Empezó a ser invadida por una sensación de bienestar que se centraba en su vagina, que concentró todos sus fluidos corporales y los expelió como si fuera un volcán en erupción, en tanto los deseos de gritar, de expresar físicamente lo inmensamente feliz que se sentía, se apoderó de todo su ser y abrazándose a su padre empezó a gritar el gozo que la invadía, en tanto su chochito manaba líquidos como una fuente.

“Aghhhhhhhhhhhhhh, papiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”

Su padre vio con asombro cómo su hija volvía a acabar, ahora de una manera tan escandalosa que parecía haberse vuelto loca. No podía creer que su hija fuera una hembra tan gozadora. Era una verdadera sorpresa la que le había proporcionado su manera de acabar, de llegar al orgasmo. Y pensó para sí mismo: “ vamos a ver hasta dónde puedo hacerla gozar ” y poniendo cada una de sus piernas sobre sus hombros, se aferró a las nalgas de su hija, que apretó entre sus manos, y mirándola fijamente a los ojos, volvió a penetrarla. No quería perder detalle del próximo orgasmo de su hija, la que había resultado una mujer extremadamente caliente. Quería llevarla al paroxismo de su sexualidad y verla acabar.

“¿Te gusta la verga de papi?”

“Siiiiii, papiiii. Es ricaaa”

“Siente cómo te la meto, mijita”

“Aghhhhhhhh. Papiiiiiiiiiiiiiiiiii”

“Toma, tomaaaa”

“Papiiiiiiiiii, ricooooooooooooo”

“Mijitaaaaaaaaaaa”

“Papitoooooooooooooo. Aghhhhhhhhhhhhhh

Sus cuerpos se confundieron en un abrazo infernal, lleno de calentura, con las piernas de la muchacha al aire y la verga de su padre completamente enterrada en la caliente cueva, que derramaba líquido como si no tuviera fin, en medio de gritos y exclamaciones de placer que se confundían con los besos y mordiscos con que trataban de aplacar la calentura de ambos. Era tanto el calor, la excitación y el gozo que les invadía que el padre no se dio cuenta que uno de sus dedos se había metido en el culo de su hija y esta que tenía un dedo de su padre en el culo.

Cuando la muchacha logró calmarse en parte y su respiración alcanzó algo de su ritmo normal, abrió los ojos y vio parada en la puerta del dormitorio a su madre, que con una mano entre sus piernas, miraba asombrada el final del acto incestuoso entre padre e hija, en tanto un líquido resbalaba por su pierna, delatando a todas luces que lo que había visto la había excitado y la había hecho masturbarse hasta acabar junto a la pareja de amantes.

“¿Desde cuándo que nos espiaba?” ¨se preguntó la muchacha viendo a su madre apoyada en la pared, casi a punto de desmayarse, en tanto por sus piernas caía un hilo delator de su goce.

Cierto envaramiento en el cuerpo de la muchacha, producto de la sorpresa al ver a su madre en los momentos finales de su masturbación, hizo que su padre reaccionara y mirara hacia la puerta del dormitorio, donde su esposa estaba recostada y con evidentes muestras de su reciente acabada. Conocedor de su mujer, sonrió y se levantó. Se acercó a ella y llevó su mano a la entrepierna de la mujer, con restos del reciente orgasmo. Apretó y la abrazó, besándola apasionadamente.

“Ven. Prueba a tu hija”

Le dijo al oído. El aliento que acompañaron a las palabras  hizo erizar los cabellos de la mujer, que se dejó llevar a la cama, donde su hija miraba la escena sin comprender lo que sucedía. Ella esperaba un escándalo de parte de su madre y sin embargo ésta se acercó sin decir nada, con restos de su reciente acabada chorreando por sus piernas, como poseída por un deseo que no podía controlar.

“Cariño, mira como papi se folla a tu madre”

Su madre se recostó en la cama y abrió sus piernas, en tanto él   le subía la falda hasta dejarla a la altura del estómago, hacía a un lado el calzón y, sin dejar de mirar a su hija, metió su verga. La madre de la muchacha, con los ojos cerrados, se dejaba hacer, mientras una de sus manos tomaba la de su hija, que se la apretó en muda complicidad.