Juegos en familia
De forma inocente, dos hermanos se inician en el sexo con juegos eróticos, a los que se suman sus padres posteriormente sus padres tras ser sorprendidos in fraganti.
Lo que voy a relatar se inició unos años atrás.
Me llamo Alberto, por aquellas fechas éramos una familia de lo más corriente, sin que nada pudiera haber hecho pensar que ninguna situación, por descabellada que se tratare, pudiera desembocar en algo remotamente similar a lo que voy a intentar narrar de la forma más fiel posible.
La unidad familiar estaba compuesta, - aparte de mi -, por mis padres, -Roberto, una persona sumamente formal de 48 años, Ana, mi madre, un ama de casa de 45 años, de carácter extraordinariamente maternal y hogareño-, y mi hermana Anita, una chica alegre y revoltosa con la que no paraba de discutir o pelearme por cualquier motivo, como el uso del mando a distancia de la televisión o la propiedad de cualquier objeto por nimio que fuera.
Anita, año y medio mayor que yo, aunque alegre y revoltosa y de carácter sumamente femenino, había carecido de cualquier connotación de tipo sexual por mi parte, y más, cuando nuestras constantes peleas llegaran a volverla casi insoportable, aunque debía reconocer que, pese no contar con un cuerpo de modelo (sus caderas eran algo anchas, y pechos pequeños), para cualquier otro chico que no fuera su hermano, hubiera sido un objetivo más que apetecible.
Aquellas discusiones constantes llegaban a preocupar a nuestros padres, lo cuales asistían a diario a las mismas sin lograr poner paz entre nosotros, debiendo ser yo el que acabara teniendo que dar el brazo a torcer, ya que, Anita, terca como una mula, jamás se echaba para atrás sin conseguir sus objetivos, que, básicamente, consistían en fastidiarme.
Aquello no era debido a que Anita tuviera un carácter rebelde o problemático, pero disfrutaba haciéndome rabiar, aprovechándose de su condición femenina para que yo no pudiera hacer uso de la fuerza en aquellas disputas que irremediablemente finalizaban a su favor, y que, en caso de haberse tratado de un chico, alguna vez habrían terminado retorciéndole el pescuezo.
Una tarde como otra cualquiera, encontrándonos solos en casa, ya que nuestro padre estaba trabajando y nuestra madre visitando a un familiar, iniciamos una de las habituales disputas por la posesión del mando a distancia de la televisión, ya que yo deseaba ver un partido de futbol, y a Anita, por el simple hecho de fastidiar, se le antojó ver una telenovela que nunca le había gustado.
Mis ruegos no sirvieron de nada, y esta vez, harto de sus artimañas para mortificarme, intenté usar la fuerza para arrebatárselo. Anita, la cual jamás daría el brazo a torcer sin ofrecer resistencia, luchó por mantenerlo en sus manos, pero sabiéndose mas débil, optó por salir corriendo en dirección a su habitación con intención encerrarse en la misma y evitar que lograra arrebatárselo.
No me quedó mas remedio que salir en su persecución por el pasillo, logrando por unas décimas de segundo que no me reventara la nariz cuando intentó cerrar la puerta de su dormitorio con un fuerte golpe.
Enrabietado por aquel portazo, que a poco me cuesta una fractura nasal, logré abrir la misma a empujones, por mucho que Anita, gritando y riendo al mismo tiempo, intentara evitarlo empujando en dirección opuesta.
A pesar de todo, Anita continuó aferrando el mando entre sus manos como si le fuera la vida en ello, por lo que iniciamos un forcejeo por la posesión del mismo.
Obviamente, intenté usar la fuerza de la forma menos lesiva posible, sin que ella, aparte de reírse o vociferar toda clase de improperios en mi contra, hiciera el más mínimo intento por desprenderse del mando a distancia sin ofrecer una resistencia proporcional a mis intentos por arrebatárselo.
En el transcurso del combate, Anita acabó tropezando con la cama, cayendo de espaldas sobre la misma, y yo, por la propia inercia de las acometidas, acabé desplomándome sobre mi hermana.
Entre insultos y carcajadas, y de la forma más inocente que se pueda imaginar, acabamos revolcándonos sobre su cama como dos fieras de la sabana africana disputándose un trozo de comida. Los vecinos debieron alucinar escuchando nuestros rugidos de: “¡Suelta el mando!”, “¡Que no te lo doy, que te estés quieto, imbécil!”, y toda clase de improperios similares, acompañados de los sonidos de una cama a punto de fracturarse, sin llegar a comprender qué demonios estaba sucediendo en nuestra casa, por mucho que estuvieran acostumbrados a escuchar los gritos de nuestras discusiones.
En un momento dado de la trifulca, con mi hermana tumbada sobre mí, y para mi mayor vergüenza y desconcierto, noté que mi miembro había entrado en una erección tan evidente como embarazosa, por lo improcedente de la misma.
Me turbé hasta el punto de ponerme colorado, y mas, cuando, por encontrase Anita sobre mí, cualquier movimiento para evitar el contacto con su cuerpo, no lograba otra cosa que hacer mas evidente la erección.
Sin saber como salir del apuro, y con la intención de que mi hermana no acabara de percatarse de que aquella dureza que notaba, no se trataba de un teléfono móvil oculto en mi pantalón, desistí de seguir luchando por el mando, creyendo que así se separaría de mi sin llegar a sospechar nada.
- Está bien, me rindo, el mando para ti, si quieres ver la telenovela, la vemos.
- Ja, ja, ja. ¿Ya te rindes?
- Si, que al final te voy a hacer daño….
- Ja, ja, ja. Siempre pierdes, eres muy tonto.
Noté algo extraño en el tono de su voz, pero lo mas desconcertante fue comprobar que también se encontraba sonrojada, y que…. lejos de separarse de mi cuerpo y llevarse consigo el mando por el que tanto había luchado, continuaba tumbada sobre mi, sin que pareciera preguntarse por el origen de aquella dureza de mi entrepierna.
Asustado, avergonzado, y confuso, le dije que me dejara retirarme de allí sin mas disputas.
- Ja, ja, ja. Pues si te rindes pronto. Pensaba eras mas valiente, has estado a punto de quitármelo.
- Si…. Es que no quiero hacerte daño, que luego lloras y te chivas a nuestros padres…. (Dije sin casi atreverme a mirarla a la cara)
- Ja, ja, ja. Lo que pasa es que no tienes cojones a quitármelo.
Espoleado y herido en el orgullo por aquel “no tienes cojones”, sin reparar en lo peligroso de seguir “luchando” en aquel estado, proseguí forcejeando con Anita, sin que en aquel momento la posesión del mando me importara lo mas mínimo.
De forma inconsciente, y sin dejar de revolcarnos sobre la cama, mis caderas empujaban sobre el cuerpo de mi hermana, sin que ella mostrara el más mínimo síntoma de rehuir el contacto de aquella dureza sobre su cuerpo.
Mi mente intentaba avisarme de lo incorrecto de todo aquello, y de que debía finalizar lo antes posible, pero, mi cuerpo, embriagado por un desconcertante y creciente placer, actuaba con voluntad propia, volviéndose el frotamiento de mi miembro erecto sobre el cuerpo de Anita, tan evidente como imposible de justificar en una simple disputa entre hermanos.
Sin poder dominarme, comencé a gemir y a besarla sin control de mis actos, -besos erráticos en mejillas, frente, o en los labios, sin llegar a introducirle la lengua en la boca- - corriéndome poco después en los pantalones de la forma más humillante.
Deseé que me tragara la tierra, me acababa de correr sin llegar a quitarme los pantalones abrazado a mi propia hermana, y… lo que era peor… la había besado gimiendo de placer, por lo que, con seguridad, y por inocente que se tratara, debía saber lo que me había ocurrido.
- ¿Qué te ha pasado hermanito? ¿y esos besos que me has dado? ¿es que de repente te has enamorado de mí? –Dijo con rostro angelical de no haber roto un plato en su vida-
- Ostras… no sé cómo ha podido suceder… que vergüenza… perdóname, no se lo cuentes a nuestros padres, te juro que haré lo que digas toda la vida… -Dije tan apesadumbrado como acongojado por las posibles consecuencias-
- ¿De verdad te has… eso… corrido? ¿con unos besitos? ¿tan buena estoy? –Dijo con una extraña sonrisa, como si en realidad se sintiera halagada-
- Uff, el frotamiento… no he podido dominarme… soy un imbécil… he perdido la cabeza…
- O sea… que si te hubieras frotado con una chica fea… ¿también te hubieses corrido? –Dijo poniendo un mohín-
- Bueno… eso no… pero tú sí que eres guapa… -Contesté intentando halagarla, aunque en realidad estaba comenzado a notar que además de guapa estaba buena, cosa en la que jamás me había fijado-
- Tendrás que quitarte los pantalones y cambiarte el slip… -Dijo, sorprendiéndome que pensara en algo tan “material” en aquel momento tan embarazoso-
- Sí, es verdad, como traspase el slip y manche el pantalón… -Comprendí que tenía razón, ya que difícilmente podría justificar aquella mancha cuando la viera mi madre para lavarlo.
- Quiero verlo.
- ¿El qué?
- Eso…
- ¿…? –No tenía ni idea a que se refería-
- Lo que te ha salido de ahí. –Dijo señalando a mi entrepierna con una sonrisa tan abierta como inocente.
- Pero… ¿Qué quieres? ¿Qué me baje los pantalones delante de ti? me da vergüenza…
- No seas tonto, anda. Es curiosidad.
Avergonzado, sintiéndome en deuda con ella, me bajé los pantalones, dejando a la vista un slip tan inundado como para volverlo cómico a los ojos de mi hermana, la cual no apartaba la vista del mismo sin dejar de reír.
- ¡Halaaaa!, ¡menos mal que solo me has dado unos besitos! ¡Si te llego a dejar tocarme, no sé lo que te hubiera pasado!
Por primera vez supe que me hubiera encantado hacerlo. Mis ojos se clavaron en sus pechos tamaño melocotón, llegando a maldecirme por no haber aprovechado para acariciárselos en el forcejeo.
Lo peor de todo fue tener que lavar el slip en el cuarto de baño mientras Anita se moría de risa a mis espaldas.
Me sentí completamente confundido, no podía creer haber podido excitarme o gozar tanto con unos simples frotamientos con Anita, y más, cuando se trataba de mi propia hermana.
Tampoco acababa de descifrar el comprensivo comportamiento de la misma. Hasta aquel día, Anita había carecido de cualquier connotación de contenido sexual o erótico para mí, y por mucho que nos uniese el sentimiento fraternal entre hermanos, para mí había llegado a ser insufrible su comportamiento díscolo con el que me había atormentado durante años.
Sin embargo, ahora, lejos de montar en cólera ante un comportamiento tan inadecuado por mi parte, y aprovechar esto para arruinarme la vida delatándome a nuestros padres, aparentaba haberse divertido con ello, e incluso haber disfrutado sintiendo como me corría entre sus brazos.
Aquella noche no pude quitarme la imagen de mi hermana de la cabeza, y aunque en principio quise apartarla de cualquier contenido erótico, poco a poco me dejé llevar y acabé fantaseando con ella de la forma más obscena.
Los días siguientes transcurrieron con relativa normalidad, siendo lo único discordante con la misma, algún que otro intercambio nervioso de miradas entre nosotros, y la creciente extrañeza de nuestros padres ante la ausencia de nuestras habituales disputas.
Volvimos a quedar solos en casa una semana después, percibiendo aquella extraña sonrisa en el rostro de mi hermana cuando vio salir a nuestros padres.
Me puse nervioso, sin saber cómo actuar, preguntándome si debía hablar con ella de lo sucedido y reiterar mis disculpas
Desapareció de mi vista durante unos minutos, lo cual me preocupó, imaginando que nada bueno podría estar tramando.
Volvió al salón poco después, su sonrisa no auguraba nada bueno para mí.
- Alberto, ¿y tú teléfono móvil?
- En mi dormitorio, ¿por?
- ¿Seguro? –Por su sonrisa comprendí inmediatamente que algún desastre había cometido con el mismo-
Me dirigí al dormitorio, comprendiendo que lo había escondido al no localizarlo por ninguna parte.
- ¿Qué has hecho con él? Estaba aquí.
- Ahhh, se siente. Tendrás que buscarlo.
Comencé a abrir cajones y llegué a buscarlo encima del armario subiéndome a una silla.
- Frio, frio. –Decía sonriendo cada vez que buscaba en algún lugar erróneo. -
Me acerqué a ella con ánimo de retorcerle el brazo o tirarle del pelo para obligarla a decirme donde lo había ocultado.
- Caliente, caliente.
Aluciné al comprender que lo tenía oculto entre su ropa y que su sonrisa era una clara invitación a que lo buscara.
- Pero… ¿es que lo tienes tú?
- Ahh. Tendrás que buscar.
- Anda. Dámelo.
- Como no me cachees la llevas clara.
Temblando de emoción, y algo preocupado por si pudiera tratarse de alguna trampa y recibir un guantazo al primer intento, le palpé los brazos sin encontrarlo.
- Frio, frio.
Continué por los hombros y la espalda con el mismo resultado.
- Frio, frio.
Excitado y envalentonado por la hilaridad de mi hermana ante mi torpe búsqueda, y aun temiendo recibir el guantazo, le palpé toscamente sus duros pechos de melocotón.
Para mi mayor desconcierto, Anita, lejos de abofetearme, se dejó palpar los pechos sin dejar de sonreír.
- Templado, templado.
Aun estando acongojado, mi polla entró en erección instantánea, y osé iniciar la búsqueda en los tobillos de Anita, subiendo las manos por sus piernas desnudas hasta llegar al pliegue de la falda.
- Caliente, caliente.
Aquella invitación me provocó un morbo brutal, y continué subiendo las manos hasta llegar a sus braguitas y palparle el culo lascivamente.
- Muy caliente, te quemas.
Supe que lo había ocultado bajo sus braguitas a la altura del sexo, y, excitado al límite, le subí la falda hasta dejar sus braguitas blancas a la vista de mis enfebrecidos ojos.
Sentí unas enormes ganas de besarla y abrazarla, y así lo hice. Mi hermana se dejó hacer, respondiendo a mis besos fundiendo su lengua con la mía.
En ese estado febril, logré introducir una mano bajo sus braguitas y le arrebaté el teléfono móvil, el cual, sin importarme que pudiera romperse, dejé caer al suelo para poder deleitarme con el contacto de su húmedo sexo.
- Veo que te gusta más mi coño que tu teléfono.
- Uffff. ¡Qué buena que estás!
- ¿De verdad te gusto? Seguro que has conocido otras mejores.
Obviamente, yo era virgen, y aquel era el primer sexo que acariciaba, pero lejos de confesarlo, contesté.
- El tuyo es el mejor con diferencia.
- Ja, ja, ja.
Me faltaban manos para acariciarle los pechos o su sexo, percibiendo mi hermana la erección de mi miembro en contacto con su cuerpo.
- ¿Sabes una cosa? Podríamos hacer como el otro día, pero esta vez te quitas los pantalones que la otra vez me hiciste daño con la cremallera.
- ¿…? ¿Quieres decir que nos frotemos?
- Sí, pero yo no me desnudo, y tú te dejas el slip puesto. Solo te quitas los pantalones y nada más. –Anita propuso aquello como si evitando desnudarnos por completo, se tratara del juego mas inocente-
Me deshice de los mismos en unos segundos, dejando a la vista el abultamiento de mi slip, cuyo elástico apenas podía contener la erección de mi miembro.
- ¡Halaaa! ¡Los vas a romper! Ja, ja, ja.
Mi hermana se tumbó boca arriba sobre mi cama. Ella misma se levantó la falda y abrió las piernas de forma lasciva, ofreciéndome tanto la posibilidad de deleitarme viendo sus braguitas, en las cuales se podía intuir el negro vello de su sexo o el abultamiento del mismo, como la invitación a frotar mi sexo sobre el suyo.
Tras deleitarme con la primera opción durante unos segundos, me tumbé sobre Anita. Tras besarla y abrazarla, de forma instintiva, mi miembro encontró el camino para situarse sobre el sexo de mi hermana.
Comencé a frotarme lascivamente sobre Anita y a bombear las caderas como si realmente estuviera penetrándola, sin que la tela de sus braguitas o de mi slip, amainaran lo más mínimo el placer que me esto me provocaba.
Comencé a gemir desaforadamente, lo cual aparentó agradar sobremanera a mi hermana.
- ¿Te gusta? ¿Estás disfrutando, aunque no me penetres?
- Ufff. Como un loco. Estas buenísima. Te amo. –Aluciné escuchándome decir “te amo” a mi hermana, cuando apenas unos días antes era mi auténtica pesadilla. -
Sus pezones se encontraban erectos, su rostro reflejaba un placer inmenso, pero, increíblemente, parecía disfrutar más sabiéndose deseada por mí que por las propias sensaciones de su cuerpo.
- Avísame cuando vayas a correrte, quiero verlo.
- Ufff. Me falta poco.
- Pues apártate de mí y te quitas el slip. Quiero verlo…
- Pero… ¿Dónde apunto la corrida?
- Uff… no sé… en mis piernas, por ejemplo, pero ten mucho cuidado de que no salpique en las braguitas o en mi ropa.
A punto de explotar, me deshice del slip, y tras unos pocos vaivenes con la mano sobre mi polla, comenzaron a brotar ingentes pulsaciones de semen sobre los muslos de mi hermana.
Anita abrió los ojos al máximo, asombrándose con cada latido de mi polla, y el consiguiente reguero de semen caliente sobre su cuerpo.
Uff. ¡Está caliente!
Que gustazo, Anita, que gustazo. Me has sacado hasta la última gota.
Ja, ja, ja. Me alegro. No puedes ni imaginar la cara de tonto que pones mientras te corres. Ja, ja, ja.
Espero que no hagas como el resto de los hombres y presumas ante tus amigos de haber hecho algo conmigo…
¿Qué dices? Aunque me encantaría hacerlo, seguro que ninguno ha gozado con una chica ni la mitad de buena como tú, pero siendo mi hermana no me queda más remedio que callar para siempre.
Ja, ja, ja.
Tras aquella nueva experiencia, y habiendo perdido el temor a las impredecibles y funestas reacciones de mi hermana, los días siguientes transcurrieron con un enorme deseo de poder quedar a solas en casa y la esperanza de seguir practicando con ella este tipo de juegos.
Cuando lo conseguíamos, nuestros juegos consistían en ligeras variaciones del anterior. Así, algunas veces debía cachearla, otras, se exhibía directamente ante mí en ropa interior, o sin más preámbulos nos abrazábamos o besábamos nada más salir nuestros padres de casa, pero en todos ellos manteniendo la ropa interior, sin llegar a desnudarnos por completo.
Ni que decir tiene que yo no habría tenido reparos en penetrarla, y que incluso lo deseaba con más fuerza a cada instante, pero disfrutaba tanto con Anita como para intentar evitar que mi insistencia acabara agobiándola y decidiera finalizar aquellos juegos tan placenteros.
Ella parecía disfrutar enormemente viendo como me corría, hasta tal punto de llevarse alguna que otra salpicadura de semen en su rostro por acercarse demasiado, y sobre todo le encantaba que expresara verbalmente cuanto la deseaba, o lo mucho que disfrutaba acariciando su cuerpo.
Sin contar con los frotamientos de mi miembro sobre su sexo, apenas me permitía acariciárselo con las manos, alegando que de seguir con ello “la conseguiría”, pero por mucho que fingiera no alcanzar el orgasmo, acabé notando que casi siempre llegaba a correrse mientras me frotaba con ella, por mucho que se mordiera los labios para evitar gemir.
Como era de esperar, nuestros padres acabaron sospechando. Obviamente, no podrían ni imaginar de que se trataba, pero tras meses de no observar la más mínima disputa entre nosotros, y, sobre todo, nuestro poco disimulado intercambio de miradas “cómplices”, o el excesivo interés en quedar a solas en casa, acabaron por alertarlos de que algo estábamos ocultando.
Nosotros, ensimismados por el deseo y la enorme excitación de aquellos juegos secretos, no llegamos a advertir que nuestros padres estaban tan alertas por nuestro comportamiento inusual, como para intentar descubrir nuestro secreto de cualquier forma.
Así, una tarde, cuando más confiados estábamos, ya que nos habían afirmado que iban a visitar a unos amigos residentes en una localidad distante, y que, por tanto, tendríamos horas y horas de intimidad garantizada, mientras ambos nos encontrábamos en ropa interior revolcándonos sobre mi cama, escuchamos aterrados unos sonidos procedentes de la puerta del dormitorio.
- ¡Papá!, ¡Mamá!
- ¡Se puede saber que estáis haciendo! –Gritaron nuestros padres al unísono. –
Podéis imaginar nuestra cara de terror mientras deshacíamos el abrazo a toda prisa, al tiempo que yo intentaba ocultar la evidente erección de mi miembro, y Anita localizar su ropa – sin éxito, ya que se había desprendido de ella en el salón. –
- No es lo que estáis pensando… -balbuceé, a sabiendas de que nos habían sorprendido in fraganti revolcándonos en ropa interior, y que mi erección era tan evidente como imposible de explicar – solo estábamos “jugando” …
- ¡Jugando! ¡tú estás loco! ¡con tu hermana! ¿no te da vergüenza? -Contestó mi madre, la cual aparentaba culparme de lo sucedido en exclusiva, a pesar de que era el menor de los hermanos. -
Aterrorizado, pude percibir que mi padre, al que temía por tratarse de una persona sumamente seria y de rectitud o moralidad intransigente, lejos de mostrarse dispuesto a matarme a guantazos, parecía mostrarse “comprensivo” y haber percibido que sólo se trataban de caricias, que, por muy improcedentes que se trataran entre hermanos, no habían pasado de allí, sin que hubiera habido ningún tipo de abuso por alguna de las partes.
Acongojado a pesar de aquella aparente pasividad paterna, creí percibir que su forma de mirar a mi hermana denotaba un interés excesivo, aunque, por la embarazosa situación en la que me encontraba, tampoco tuviera ocasión de analizarlo.
Nuestra madre –con rostro de enfado mayúsculo- se encerró con Anita en la habitación para hablar con ella, mientras que mi padre me acompañó al salón –tras permitirme vestirme- para cuando menos, reprenderme, sin descartar todavía llevarme un guantazo a mano abierta.
- ¿Entonces, qué? ¿Se puede saber a qué jugabais tu hermana y tú? Más te vale que me digas la verdad, no hagas que me cabree… -Dijo seriamente, pero sin aparentar un enfado excesivo. -
Acojonado, y sin más remedio que contar la verdad, ya que nos habían pillado in fraganti, y negarlo hubiera sido ridículo, le relaté a mi padre como se habían iniciado aquellos juegos, incluyendo detalles -en un vano intento de “suavizar” la situación -como que jamás nos quitábamos la ropa interior, y qué si bien ambos disfrutábamos con ellos, “solo” se trataban de escarceos excitantes de dos inocentes y angelicales adolescentes. –Lo cual, aun siendo media verdad, que minutos antes me hubiera visto con una erección de caballo frotándome con Anita, desmoronaba por completo mi argumento. -
Incomprensiblemente, mi padre me escuchó atentamente mostrando más curiosidad que enfado, llegando a sonreír al escuchar mis ridículas excusas, interrumpiéndome solamente para interesarse por los detalles más escabrosos, como por ejemplo si yo llegaba a correrme, donde lo hacía, o si Anita alcanzaba el orgasmo.
- Hijo mío. No te voy a decir que está bien lo que habéis hecho… ha pasado y ya no tiene remedio, pero debéis tener cuidado, obviamente ni una palabra de esto fuera de aquí. Yo también fui joven con las hormonas revolucionadas. Hermana no tenia, pero…. en fin… con alguna que otra prima me inicié en el sexo…. –Yo lo escuchaba alucinado, sin poder imaginarme a mi padre frotándose con sus primas, y mucho menos que me lo estuviera contando – Si hubieses abusado de Anita sería imperdonable, pero… por lo que me has contado, y…. por lo que he visto, no ha sido así, interpreto que solo se han tratado de juegos eróticos consensuados, que, si bien han traspasado ciertos límites, creo que sería peor dales más importancia de la que tienen y montar un escándalo por unos simples escarceos. En fin… espero que las explicaciones de tu hermana a mamá sean similares y ella también lo vea así… Eso sí, espero que no me hayas engañado y que las explicaciones de Anita sean similares…
- No papá, te juro que es verdad todo, solo hemos experimentado con la persona más cercana…
- Ja, ja, ja. Eso es verdad, pero… menos mal que solo has visto en casa a Anita como “cercana”, si te llegas a fijar en tu madre y os pillo así sin haberme invitado a la fiesta, me da algo. Ja, ja, ja.
Aquella última afirmación me desconcertó por completo, sin poder dilucidar hasta qué punto – notando mi estado de acongojamiento - solo pretendía bromear y quitar hierro al asunto, o se trataba de algún tipo de insinuación que sólo una imaginación desbocada como la mía podría tomar en serio, aunque creí que se trataba de lo primero, al no haber dado la importancia debida a su extraño interés en conocer los detalles más escabrosos de nuestros juegos, o a las miradas que había dedicado anteriormente a Anita.
Aquella tarde, sin poder intercambiar impresiones con Anita, por no quedar a solas, transcurrió entre intercambio de miradas vergonzosas, sin que yo pudiera mirar a mi madre sin ruborizarme, algún gesto de preocupación entre Anita y yo, y conversaciones intrascendentes que intentaban aparentar normalidad.
Días después, por fin pude hablar con Anita, la cual me manifestó que, afortunadamente, su charla con nuestra madre había transcurrido de forma similar a la que había mantenido con mi padre, mostrándose muy receptiva cuando le referí sus bromas, o el inusitado interés de nuestro padre en conocer detalles escabrosos.
- Uff, pues ahora que lo dices… me miró de arriba abajo, y últimamente lo he sorprendido alguna vez devorándome con la mirada…
- Ja, ja, ja. No creo que…
- No sé yo que decirte… puede que sean imaginaciones mías, pero…
- No creo… además, tampoco creo que lo que dijo sobre que “menos mal que yo no había mirado a mamá como a ti...”
- Ja, ja, ja. ¿Serias capaz de hacerlo con ella?
- Ostras… nunca lo había pensado… pero… ahora que lo dices… buena está. –Contesté en tono de broma, aunque en realidad, tras aquella insinuación velada de mi padre, había empezado a fantasear con ella. –
- Claro, tiene más tetas que yo. No sabes tú nada. Y a lo mejor ella si te dejaba metérsela.
- Ja, ja, ja. No te preocupes por eso. Yo contigo me lo paso bomba, aunque no me hayas dejado nunca.
- Me alegro. Pero para ser sincera… me excita que me mire así…
- ¿Quién?
- Papá. Quien va a ser. –Ya lo había sospechado, pero preferí que lo dijera ella-
Ni que decir tiene que, a pesar de las escasas oportunidades en las que pudimos quedar a solas tras haber sido sorprendidos, proseguimos con nuestros juegos sexuales con mayor intensidad si cabe.
En aquellas ocasiones, nuestros padres se despedían con un “a ver lo que hacéis” o un “portaros bien, volveremos pronto”, que lejos de atemorizarnos nos incitaba a practicar aquellos juegos con más premura.
Con el transcurso del tiempo, la rutina familiar, lejos de aparentar olvidar el incidente, pareció avivar el recuerdo, y así, el intercambio de miradas nerviosas o los comentarios de doble sentido fueron en aumento.
Mi padre apenas lograba disimular que sus miradas a Anita traspasaban el lógico cariño paternal, y mi madre me sorprendió varias veces con la mirada clavada en su trasero o en sus voluminosos pechos, sin más “castigo” que una ligera sonrisa a modo de reprimenda.
Anita, con el transcurso del tiempo, alentada y desinhibida por un encubierto y disimulado ambiente de atracciones sexuales reprimidas, comenzó a perder la compostura y aprovechaba cualquier oportunidad para exhibirse ante nuestro padre, abriéndose de piernas en el sofá disimuladamente cuando vestía faldas cortas, lo que aprovechaba el mismo, para devorarla con la mirada con mayor o menor disimulo.
A aquellas alturas, ya sabía –más bien, creía - que a mi hermana le encantaba exhibirse y calentar a nuestro padre, y que éste, enfebrecido tras conocer nuestros juegos eróticos, sólo lograba reprimir sus deseos por ella, por el temor a que nuestra madre acabara enterándose de tan impropia atracción.
A su vez, estaba convencido de que, si bien mi madre sospechaba que mis miradas eran más lascivas de lo conveniente entre madre-hijo, su falta de reprensión era debida a que en cierta manera comprendía la revolución de mis hormonas adolescentes, y no deseaba darle más importancia de la debida a un proceso febril pasajero.
Una tarde, aprovechando que mi madre y Anita habían salido a hacer unas compras, me estremecí cuando mi padre, tras sentarse a mi lado, me soltó el clásico y temido “tenemos que hablar”.
- Esto que no salga de aquí. – Se mostró más serio que de costumbre y me temí lo peor-
- Por supuesto, papá.
- No te lo vas a creer, pero… desde que os sorprendimos mamá y yo “jugando”, nuestra vida sexual ha mejorado muchísimo…
- ¿…? – Puse cara de tonto, sin saber a donde quería llegar a parar. –
- Bueno… no sé cómo decirlo, pero… y que de aquí no salga ni una palabra, tu madre me mataría… ha notado como la miras… y saberse deseada por ti la excita… para mí que fantasea contigo…
- ¿Cómo? –No podía creérmelo-
- Uff, es que no sé ni cómo hablar de esto contigo, pero estoy convencido de que no me equivoco… si alguna vez le contaras algo de esto a alguien te mataba… la otra noche mientras hacíamos el amor se le escapo tu nombre, y no conozco otro Alberto que no seas tú.
- Ufff. –Me puse colorado como un tomate sin saber que decir. –
- Antes de todo esto nuestra vida matrimonial se había vuelto tan rutinaria y monótona como para haber hablado entre nosotros de la posibilidad de… -ya sabes, de esto ni una palabra- practicar algún tipo de juego sexual con otras personas… pero nunca nos atrevimos a llevarlo a efecto por temor a los desconocidos…
- ¡Ostras! –Conteste alucinado ya que jamás hubiera imaginado que mis padres pudieran haber fantaseado con intercambios de parejas.
- En fin… voy al grano, y contesta la verdad… ¿te atrae tu madre?
- Bueno… -agaché la cabeza sin atreverme a mirarle a la cara, y dudando si debía confesarle que había llegado a masturbarme fantaseando con ella. –
- Estamos solos, de aquí no sale… di la verdad sin cortarte.
- Si. Últimamente… no sé qué me pasa… me excita pensar en ella.
- Ja, ja, ja. Ya lo había imaginado. Te he pillado alguna vez desnudándola con la mirada, solo quería confirmarlo.
- Uff. ¿tanto se me nota?
- Hasta ella se ha dado cuenta. Ciega no es, y no se ha enfadado precisamente… pero es tu madre y lógicamente tiene sus temores y jamás daría el primer paso… ya sabes… el tabú del incesto…
- Uff.
- En fin… aquí entre nosotros… creo que deberías… si te parece bien, claro… intensificar las miradas…. a mí no me importaría… en fin… cualquier tipo de juego entre los cuatro…
- ¿Los cuatro? –Contesté, sabiendo que en realidad estaba deseando follarse a mi hermana-
- Sí, claro, una especie de intercambio de parejas, pero en familia. Nada de extraños… pero claro… “tenemos” que ser astutos, no hay que forzar las situaciones, solo alentarlas… tú madre no sabe que estoy hablando de esto contigo, sé que se avergüenza de sus deseos… pero yo no veo nada malo en ello, la prueba es lo bien que os lleváis tu hermana y tú ahora…
Aquella conversación, aparte de provocarme un morbo brutal, había sido tan desconcertante e inesperada como para no atreverme a compartirla ni con mi propia hermana.
De haber ocurrido meses atrás, hubiera tomado a mi padre por un pervertido sexual, pero, tras mis placenteras experiencias con mi propia hermana, las cuales habían sucedido en un clima de inocencia y complicidad fuera de dudas, y con las hormonas disparadas por un deseo irrefrenable en el que incluía a mi propia madre, difícilmente podría reprocharle nada a él, y menos, cuando sus explicaciones sobre la monotonía matrimonial y la insinuación de que mi madre pudiera estar de acuerdo en acabar con la misma practicando algún tipo de juego sexual, parecían convincentes, o que estuviera “sufriendo” el constante y poco disimulado exhibicionismo de Anita.
Difícilmente podría culparlo de nada, cuando yo mismo me había dejado llevar por el deseo irreprimible de gozar con el cuerpo de Anita, o había derribado el tabú de fantasear con hacerlo con mi madre, sin que ello hubiera perturbado en lo mas mínimo mis sentimientos por ellas, o se hubiesen visto afectado el resto de relaciones familiares.
Alentado y envalentonado por mi padre, y enfebrecido por un morbo creciente, decidí intentarlo con mi madre, aunque sin saber cómo, ya que las palabras de mi padre no dejaban de ser un deseo o insinuación de que ella no se mostraría tan contraria a ello, como la lógica relación madre-hijo daba a entender.
Todo esto se dice muy fácil, pero, aparte de algún que otro intercambio de miradas nerviosas con mi madre, el terror a dar un falso en falso terminaba por atenazarme.
Sólo semanas después, envalentonado al haber logrado darle un cachete en el culo con la excusa de que creí ver una araña en su falda, sin haber obtenido por su parte otra reprimenda que una sonrisa cómplice, decidí intentar algo mucho más osado.
Vi a mi madre en la cocina, de espaldas a mí, y fregando los platos completamente absorta en su labor. Me acerqué a ella sigilosamente y la abracé haciéndole creer que solo había tratado de asustarla inocentemente.
- Ja, ja, ja. Vaya susto me has dado. –Dijo, mientras continuaba abrazándola a sus espaldas.
- Es que te quiero mucho y no he podido evitar abrazarte. –Contesté con voz meliflua de hijo bueno, al tiempo que aprovechaba para empujar las caderas sobre su trasero. –
- Ja, ja, ja. Me alegro de que quieras tanto, pero estoy fregando y así no hay manera.
- Ufff. No seas así… déjame disfrutarte un rato que hace años que no nos abrazamos… -Dije notando que mi incipiente erección debía ya ser lo suficientemente evidente como para que la percibiera sobre su trasero. –
- Bueno… abrázame un ratito y me dejas tranquila… -No podía verle la cara, pero su voz alterada demostraba que efectivamente se había dado cuenta de ello. –
A pesar de que el tono de voz de mi madre, informaba de forma implícita que estaba traspasando un límite peligroso del que no podría dar marcha atrás sin atenerme a las consecuencias, enfebrecido de deseo, y envalentonado por la ausencia de un rechazo más contundente a mi erección sobre su trasero, incrementé el ímpetu de mis abrazos añadiendo algún que otro beso sobre su nuca, y froté mi ya completa erección sobre su trasero con osadía suicida, al no dejar ya cabida a la duda o el disimulo de la obscenidad de mis actos.
- Eso no es un abrazo, hijo mío, te estas poniendo nervioso… debes controlarte, que no soy cualquiera de tus amigas, soy tu madre.
- Ja, ja, ja. Es que te quiero mucho, mamá.
- Pues parece como si quisieras otra cosa… no seas tonto…
Creí haber alcanzado la victoria, lo cual me envalentonó aún más, ya que, lejos de montar en cólera, aun reprendiéndome de forma timorata con algún que otro reproche, mi miembro erecto seguía frotándose sobre su trasero sin oposición alguna.
Excitado al máximo, aproveché el abrazo para subir las manos y colocarlas sobre sus pechos.
- Me parece a mí que te estas propasando un poco, ¿no? –Dijo sin hacer tampoco nada para desembarazarse de tan obscenas caricias.
- Uff, mamá, no he podido evitarlo… estás tan buena… y me encanta tocarte…
- Hijo mío, soy tu madre… haría lo que fuera por hacerte feliz… pero…
- Pues jugar contigo me hace feliz. –Contesté empujando aún más la erección sobre su trasero. -
- Bueno… estate quieto, demasiado valiente te veo… me parece a mí que tu padre y tu habéis hablado a mis espaldas… dudo que jamás hubieras osado propasarte así conmigo sin que él te animara, últimamente ha perdido la cabeza y tu hermana también calentándolo ¿a que sí? ¿a qué ha sido idea suya?
- No, mamá. –Conteste, pero el tono de mi voz dejaba en evidencia que mentía-
- Anda, dime la verdad.
- Bueno… puede que me haya insinuado algo… pero… en realidad estaba deseando que te unieras a nuestros juegos antes de que él lo hiciera… te quiero mucho mamá… pero no puedo evitar… desearte. Lo que me insinuó papá solo me ha envalentonado, pero mi deseo por ti es anterior… hasta me he masturbado fantaseando contigo… no puedo evitar quererte y desearte. –Dije empujando la erección sobre su trasero. -
- Que me deseas, lo tengo claro, la prueba la tengo frotándose en mi trasero, ja, ja, ja... pero… no es tan fácil, soy vuestra madre… temía que este día llegara… vuestros juegos no me parecieron "“sucios” ya que aparte de pasión sexual, vi cariño y ternura entre vosotros… luego noté tus miradas… vi a tu hermana exhibirse ante su padre… en fin… tengo que hablarlo con él… esto no puede seguir así… esto ha llegado demasiado lejos.
Apesadumbrado, creí que el tabú del incesto y los lógicos temores de una madre que no haría jamás nada que pudiera perjudicar a sus hijos, iba a dar lugar al cese fulminante de algo que me había provocado un morbo y placer inimaginables, aunque la complacencia con la que aparentemente había tolerado mis caricias, o el obsceno frotamiento de mi polla erecta sobre su cuerpo, dieran a entender lo contrario.
- Mamá… por favor… nada de lo que hiciéramos podría cambiar el amor que te tengo… por eso no te preocupes… solo serían juegos… quedarían entre nosotros…
Mi madre dejó los platos y se las arregló para deshacer mi abrazo. Salió de la cocina y tras localizar a mi padre en el salón, lo conminó a que la acompañara a su dormitorio para hablar entre ellos.
- ¿Qué ha pasado? Me ha parecido ver a mamá preocupada.
- Ufff. Puede que haya metido la pata, Anita. La he abrazado y… se me ha puesto dura… lo ha notado… y… parece que se ha cabreado. –Contesté dejando entender que mi erección había sido fortuita. -
- Ja, ja, ja. Lo que no te pase a ti no le pasa a nadie. A ver como sales de ésta. Es que eres muy tonto, yo he puesto cardiaco a papá enseñándole las braguitas a todas horas sin que mamá se percate de nada.
- Bueno... en fin… eso de que no se ha dado cuenta… que no haya dicho nada es otra cosa, pero cuenta se ha dado.
- ¡No jodas!, ¿se ha dado cuenta? ¿te lo ha dicho?
- No es que hayas sido muy discreta precisamente… y la cara de papá mirándote era todo un poema…
- Ostras.
Nuestro padre volvió al salón media hora después, y me relajé cuando, tras guiñarme un ojo, cerró el puño con el pulgar hacia arriba.
- Anita. Dice mamá que vayas al dormitorio que quiere hablar contigo.
Mi hermana nos miró sumamente extrañada, sin imaginar que tenía que ver ella con lo que había pasado en la cocina, temiendo que el objeto de aquella conversación iba a ser una reprimenda por su descarado exhibicionismo, pero nuestro padre la tranquilizó con una sonrisa.
- ¿Qué pasa papá? –Pregunté, bastante nervioso. –
- Tranquilo. Todo ha salido bien, mejor de lo que esperaba. Sólo tiene sus dudas, no es tan fácil para ella aceptar lo que está sintiendo… como madre intenta asegurar que todo sea consensuado y que jamás ninguna situación, por excitante que se trate, perturbe la relación familiar.
- ¿Entonces? ¿para qué ha llamado a Anita?
- Bueno… que tú la deseas… en fin… le ha quedado más que claro, se ve que el restregón que le has dado no dejaba lugar a dudas, ja, ja, ja. Ahora le falta saber hasta qué punto Anita desearía participar en juegos eróticos con nosotros, o solo se exhibía ante mi como un acto de rebeldía.
- Uff… Yo tengo claro que sí, papá. No he llegado a hablarlo con ella, pero la conozco, es muy morbosa…
- Y yo, y yo. No puedes imaginar la de pajas que me he hecho fantaseando con ella. No puedo creerme que haya podido contenerme y la envidia que he sentido de ti, pero tu madre no quiere hacer nada a espaldas de ella, quiere confirmar que Anita también lo desea realmente y no se trata de un calentamiento adolescente pasajero, del que luego podría arrepentirse.
Minutos después, Anita, con una sonrisa de oreja a oreja, dio a entender que no sólo había ayudado a disipar las dudas de nuestra madre, sino que la había ayudado a perder cualquier temor.
- Cuenta, Anita, cuenta. –preguntamos al unísono, sumamente ansiosos por saber lo sucedido. –
- Ahhh. Sorpresa. Ya lo veréis. - Su sonrisa lasciva auguraba lo mejor. –
Ansiosos, apenas esperamos unos minutos, quedando atónitos cuando la vimos aparecer en el salón apenas vestida con unas ajustadas braguitas blancas que remarcaban el contorno de sus caderas y los labios de su sexo, y un sujetador a juego que realzaba sus voluminosos pechos.
- ¿Qué? ¿ahora os habéis quedado mudos? Al parecer estabais los tres conspirando a mis espaldas, ¿a qué sí?
- Bueno… conspirando no es la palabra exacta… -Contesté con la mirada fija en su entrepierna-
- Bueno… si queréis “jugar”, no seré yo la que fastidie la fiesta. Prefiero que esto quede en familia a que mis hijos se inicien en el sexo con indeseables o a que vuestro padre busque fuera de casa a cualquier lagarta – lo fulminó con la mirada -. Pero ya sabéis los limites. Todo debe quedar aquí, jamás se hará algo que no se desee y a la menor disputa o problema por esta causa se acaba todo.
Absorto en su cuerpo, no recuerdo haber respondido nada coherente, o que tampoco lo hicieran mi padre o Anita.
A sus 45 años, de caderas más anchas que las de Anita, y unos pechos que, sin ser desproporcionados, eran bastante voluminosos, -sobre todo comparados con los de mi hermana - su cuerpo expelía una femineidad y sensualidad increíble.
- ¿Entonces qué? ¿os vais a quedar así mirándome como pasmarotes? Quitaros la ropa para estar todos en igualdad de condiciones.
Así lo hicimos, despojándonos de la ropa de forma tan rauda y veloz como para ésta quedara tirada en cualquier sitio.
Comprobé que mi padre devoraba a Anita con la mirada sin disimulo alguno, y ésta, aunque algo ruborizada, aparentaba sentirse halagada por ser objeto de tan descarado y obsceno interés por su parte, divirtiéndole comprobar el efecto causado en él, cuya erección amenazaba con romper el elástico del slip.
Mi madre notó que, aunque evidentemente excitado, me avergonzaba sentirme desnudo delante de todos ellos, y me sonrió de forma cariñosa.
- Bueno… ¿a qué jugamos? ¿os parece bien unos besos? –Profirió mi madre-
- Por mi perfecto. –Dije yo, mientras mi padre y Anita, aparentemente ajenos a la conversación, intercambiaban miradas lascivas. –
- Pues… elegir pareja.
Ni que decir tiene que me abracé inmediatamente a mi madre, mientras que mi padre y Anita se fundían velozmente en un abrazo tan enérgico como lascivo.
- Bésame, hijo mío. Te quiero…
Con las manos sobre su trasero, palpándole descaradamente las braguitas, y con mi erección empujando sobre su sexo, la besé de forma ansiosa y febril.
Mi lengua penetró entre sus labios, sorprendiéndome la dulzura y el frescor de su lengua fundiéndose con la mía.
Se trató de un beso obsceno y lascivo. Nuestras lenguas se buscaban y entrelazaban de forma caótica como si no existiera un mañana.
Noté como el exagerado intercambio de saliva acabó escurriendo entre nuestros labios hasta resbalar entre la comisura de los mismos y humedecer nuestras barbillas.
Enloquecido de deseo, mi madre se las veía y deseaba para contener mis caóticas y desorganizadas embestidas sin acabar cayendo sobre el suelo.
Con el rabillo del ojo, pude ver que la diferencia de tamaño y fuerza entre mi padre y Anita jugaba a favor del primero, pudiendo éste manejar el cuerpo de Anita como si de una muñeca se tratara, sobándola a su completo antojo.
Enfebrecidos de excitación, hubiéramos llegado a corrernos mi padre y yo con aquellos obscenos besos y abrazos, siendo mi madre, la que, habiéndose percatado de ello, y aparentando ser la que pretendía ocupar el papel de “árbitro” del juego, la que indicó la conveniencia de parar.
- Bueno…. ya habéis tenido bastante por ahora, descansar un poco, que se os está yendo la cabeza.
Loco de deseo y lujuria, llegué a enojarme, y más, cuando me percaté que, con la emoción, hasta había olvidado acariciar el sexo de mi madre, mientras que Anita, con el sujetador desacoplado, una teta al aire, y las braguitas a medio bajar, dejando ver parte de su vello púbico, había sido sobada por nuestro padre a su antojo.
Mi madre pareció notarlo, y sonriendo dijo…
- No seas impaciente, tienes que aprender a contenerte, pero no te preocupes que vamos a seguir jugando.
- Uff, menos mal, mamá. Es que estaba disfrutando mucho contigo…
- Ahora… si Anita quiere… vamos a hacer una cosa que seguro os va a gustar a vosotros, seguro que sí, todos los hombres sois iguales….
Mi padre y yo nos miramos tan expectantes como ansiosos por saber de qué se trataba.
Mi madre hizo un gesto a Anita para que se acercara a ella. Ésta, sumisa, obedeció sin llegar a recolocarse la ropa interior.
La abrazó, y tras unos tímidos besitos en la frente o las mejillas que aparentemente exploraban su aprobación, la besó en la boca obscenamente.
- Ya verás… esto los pone locos… -Le dijo mi madre en un interludio. –
Anita, algo sorprendida en principio, se dejó hacer sin participar activamente en el juego, pero, poco a poco, tras sentir las manos de la misma acariciando su cuerpo, respondió sobando el culo y los pechos de su madre lascivamente y participó en el beso de forma apasionada.
Mi padre y yo alucinábamos viendo la mano de mi madre bajo las braguitas de Anita, y a ésta respondiendo de igual forma.
- Uff, que tetas más duras tienes, Anita.
- Y que gordas y esponjosas son las tuyas, mamá.
- Estás mojada, hija mía….
- Ja, ja, ja. Pues anda que tú. –Respondió Anita sacando la mano oculta bajo las braguitas de su madre para mostrársela abiertamente. -
Anita comenzó a gemir de forma desaforada, evidenciando que, tras sus primeras reticencias, las caricias que le estaba dedicando nuestra madre le provocaban un placer inmenso.
Ambas se abrazaban de la forma más obscena imaginable, aparentando haber olvidado nuestra presencia por completo, aunque, de vez en cuando, nos dedicaran alguna mirada para confirmar lo mucho que nos excitaba verlas así.
Mi hermana, gimiendo lastimeramente, aparentó poder correrse en brazos de su madre en cualquier momento, cuando ésta, con una sonrisa en los labios, y deshaciendo el abrazo, pareció decidir que aquel orgasmo merecía proceder de otras manos, que no eran otras, - así lo pensé yo - que las de mi padre, que a todas luces hacía tiempo que había perdido el control, reflejando su rostro una lujuria tan enorme como el abultamiento de su slip.
Sin embargo, para mi sorpresa, mi madre solo deseaba alargar el juego, proponiendo algo totalmente distinto.
- Bueno… creo que ha llegado la hora de que vuestro padre y yo veamos a lo que habéis estado jugando vosotros hasta ahora …
Sin dejar de sonreír de forma libidinosa, señalando al dormitorio, nos invitó a mi hermana y a mí a dirigirnos al mismo.
En realidad, hubiese deseado continuar el juego con mi madre, pero jamás hubiera desechado la oportunidad de disfrutar del cuerpo de mi hermana, y mucho menos, cuando su rostro sofocado, y su desmadejada lencería invitaban a un placer seguro.
Sin intercambiar palabra, ya que el deseo era evidente, nos tumbamos sobre la cama y de forma automática, aprovechando la ayuda de Anita abriéndose de piernas, asenté mi polla erecta sobre sus braguitas, iniciando un fuerte bombeo sobre las mismas, que la hicieron gemir de placer de forma instantánea.
Nuestros padres miraban aquello de forma lasciva, manifestando claramente el rostro de mi Padre que, en caso de encontrarse en mi lugar, no habría respetado el muro de las braguitas de mi hermana y la habría ensartado a pollazos.
- Veo que os lo pasabais bien en nuestras ausencias. Con razón lleváis meses sin discutir. –Exclamó nuestra madre en tono lascivo. -
Los gemidos de mi hermana atronaban entre aquellas paredes con intensidad equivalente a las acometidas de mi polla sobre su cuerpo, intercalando entre gemido y gemido algún que otro: “empuja fuerte, hermanito” “no pares”
Mi padre, sin poder aguantar un segundo más sin meterla en caliente, bajó las braguitas de nuestra madre, y de espaldas a ella, tras invitarla a apoyar los brazos en el respaldo de la cama y colocar sus caderas en el ángulo propicio, se despojó del slip y la penetró delante de nosotros con una furia desenfrenada.
La folló con tal fuerza como para mover la cama a cada embate sobre nuestra madre, haciendo que mi frotamiento con Anita acoplara a su ritmo.
En aquella postura, podían presenciar perfectamente cómo nos frotábamos con ahínco, mientras mi hermana y yo, ansiosos por poder verlos, debíamos revolver la cabeza para poder deleitarnos viendo como follaban.
- ¡Dale fuerte, papa! ¡dale fuerte, papá! –Lo animaba Anita entre gemidos. -
Mi hermana, sin morderse los labios esta vez, pareció tomar gusto a hacerlo con mi barbilla, en la cual marcó sus dientes cuando se corrió de la forma más enorme que hubiera podido imaginar.
Aquello me espoleó, y supe que nada en el mundo podría evitar que me corriera entre sus brazos. Intenté por todos los medios evitar encharcar el slip de semen, y tras deshacerme de él, sin tiempo a apuntar a ningún sitio concreto, inundé el vientre y el sujetador de mi hermana de leche espesa y caliente.
- Halaaa, has puesto a tu hermana perdida. –exclamó mi madre sin dejar de ser follada con fuerza. –
Aproveché que había terminado con Anita para darme la vuelta y poder presenciar cómo, mi padre, con la mirada puesta en mi hermana bañada de semen, se follaba a mi madre como si quisiera desgarrarle el sexo a pollazos.
El rostro de nuestra madre reflejaba un placer inmenso, sin que la presencia de sus hijos pareciera coaccionarla lo más mínimo.
Sus voluminosos pechos se bamboleaban al ritmo de las acometidas, y cuando por fin el orgasmo invadió su cuerpo, cayó desplomada sobre el colchón, sin que esto fuera impedimento para que nuestro padre siguiera embistiéndola.
Tras unos segundos, lo escuchamos bramar incoherencias obscenas, y deducimos que acababa de inundarle las entrañas de semen.
- Uffff. Creo que debemos descansar un poco… yo no estoy para tantos trotes. -Dijo mi madre, cuya voz jadeante manifestaba que aquel orgasmo la había dejado extenuada. –
La vimos subirse las braguitas y desaparecer de la habitación junto a mi padre, el cual no salió de allí sin antes dedicar una última mirada obscena sobre el cuerpo de Anita.
- Ufff. Vaya polvo que le ha echado papá a mamá…. –Dije, todavía conmocionado por ver a mis padres follar de aquella manera. -
- No veas como se ha corrido mamá, ha sido espectacular. Le debe haber dejado el coño como un bebedero de patos.
- Bueno… tú no puedes quejarte… menudo mordisco me has pegado cuando te has corrido… ja, ja, ja.
- Pues… sabes una cosa… estaba tan caliente que si me lo hubieses pedido te habría dejado metérmela, pero como eres tonto, eso que te has perdido.
- ¿Cómo? ¡Todavía estoy a tiempo!
- Ja, ja, ja. Ya no, ya me he desfogado. Se siente.
Me sentí como un perfecto gilipollas, pero no podía quejarme de mi suerte. Había gozado como nunca, y aunque hubiera deseado metérsela a mi madre o a Anita, mi corrida sobre la barriga de ésta última, demostraba de forma explícita cuanto había disfrutado.
Escuchamos la llamada de nuestra madre, la cual nos requería para tomar un tente en pie en el salón y “recuperar fuerzas”.
Anita se quedó algo atrás por tener que limpiarse mi semen de su cuerpo con unas toallitas de papel.
Nuestra madre nos había preparado un café con leche y algunas tostadas de mantequilla, las cuales devoramos ante la sonriente y atenta mirada de nuestros padres.
- ¿Qué? ¿os lo habéis pasado bien? –preguntó nuestra madre sonriendo. –
- Ufff, mamá, no puedes imaginar cuánto. Es lo mejor que me ha sucedido en la vida, no lo olvidaré jamás. Muchas gracias mamá. –Le dije sin dejar de devorar la tostada. –
- Yo también, mamá…. Ha sido maravilloso. Me ha encantado jugar con papá… y contigo… nunca hubiera sospechado que besarme con otra mujer…. Me he quedado con ganas de más… -El rostro de Anita reflejaba un deseo lascivo tan evidente como para no pasar desapercibido a ninguno de los presentes. –
- ¡Pues no seáis tontas! ¡aprovechad mientras nos “recuperamos” nosotros! –Exclamó mi padre deseando poder presenciar otra vez algo tan morboso. –
- Por mi sí. –Contestó Anita. – Podemos hacer una lucha de pezones o algo así.
Yo no tenía ni idea de que consistía aquel juego, pero aquello prometía ser sumamente excitante y morboso.
Mi madre se despojó del sujetador. Increíblemente, a pesar del tamaño de sus pechos, éstos apenas sufrieron el efecto de la gravedad y se mantuvieron bastante erguidos.
Anita, tras despojarse de su diminuto sujetador, dejó a la vista sus duros pechos tamaño melocotón, y se acercó a su madre con la intención de frotar los pezones con los suyos.
De estatura inferior, Anita tuvo que ponerse de puntillas para poder lograrlo. Aluciné cuando por fin entraron en contacto los pezones de ambas, y comenzaron a moverse para que chocaran los unos con los otros.
Mi padre y yo evitábamos pestañear para no perder detalle. Vimos como los pezones de Anita se erizaban intensamente, lo que hizo sonreír lascivamente a mi madre.
Tras unos segundos de juego, se abrazaron con frenético deseo. Sin dejar de besarse, se buscaron frenéticamente con las manos. Anita parecía tener predilección en acariciar los pechos y el trasero de su madre, mientras ésta parecía preferir introducir la mano bajo las braguitas de Anita.
Sin llegar ninguna de ellas a proponerlo expresamente, parecieron ponerse de acuerdo para dirigirse al dormitorio sin deshacer el abrazo en ningún momento.
Mi madre, más voluminosa, cayó en la cama bajo el cuerpo de Anita.
Sin dejar de besarse y frotarse, Anita, con delicadeza femenina, despojó a su madre de las braguitas, dejando a mi lasciva vista, el espectáculo de un negro vello púbico recortado sumamente excitante.
Anita, a sabiendas de que dos pares de ojos masculinos estaban pendientes de ella, se despojó de las suyas, permitiendo la visión de un vello púbico de color más claro y de apariencia sedosa, que me provocó un morbo brutal.
Ambas, entre gemidos, comenzaron a revolcarse como dos gatas en celo, entrelazando los muslos de forma que pudieran frotar el sexo de una sobre el muslo de otra y viceversa.
Sus gemidos no podrían ser más lascivos u obscenos, intercalando “te quiero” o “te amo” con otras frases menos correctas entre madre e hija como: “qué coño más rico tienes” o “me estas clavando los pezones”.
Ambas alcanzaron el orgasmo unos minutos después con poco intervalo de tiempo, vociferando obscenidades de todo tipo que provocaron en mi padre y en mí el mayor de los deseos imaginable.
No podía creerme haber podido presenciar algo tan morboso como mi madre y mi hermana deshaciéndose de placer entre caricias o frotamientos tan llenos de amor como obscenos.
Sonrojadas, sofocadas, ambas boca arriba y completamente desnudas, sus cuerpos ofrecían una atracción irrefrenable.
Hubiese dado lo que fuera por metérsela a cualquiera de las dos, pero fue mi padre el que, adelantándose a cualquier “disputa”, y haciendo uso de su fuerza física, agarró a Anita con los brazos y se la llevó en volandas de allí en dirección a su dormitorio.
La erección de su miembro, su rostro lascivo, y la sumisión con la que Anita se dejaba llevar en brazos, revelaban claramente el objetivo de mi padre.
Mi madre me miró con una dulce pero lasciva sonrisa, su rostro reflejaba que aun habiéndose corrido unos segundos antes en brazos de mi hermana, deseaba más.
Me despojé del slip, manifestando claramente a mi madre que aquella erección era en su honor y se encontraba a su completa disposición.
Me tumbé a su lado. Mis nerviosas manos se recrearon en su cuerpo caliente. Por primera vez sobé su sexo, el cual me pareció extremadamente húmedo y caliente. Nos fundimos en un beso y abrazo tan obsceno como cariñoso.
- ¿Me amas?
- Si, mamá. Más que nunca.
- ¿Me amaras siempre como a una madre?
- No te quepa duda, mamá. Te amo y te amaré como a una madre, pero…
- ¿Pero?... –Su pícara sonrisa dejaba ver que sabía la respuesta. –
- Necesito metértela, ¿Con quién podría sentirme mejor para perder la virginidad que contigo? Te amo mamá.
- Ufff. Hijo mío… yo también necesito sentirte en mi interior… quiero que me hagas tuya, que me ames…- Su mirada irradiaba un cariño y amor infinitos. –
- Estoy deseando hacerlo, mamá. Mira como estoy. – señalé la erección -Si no te la meto reviento.
- Hazlo, hijo mío. Hazlo.
No podía creer tener tanta suerte, me sentí sumamente afortunado. Iba a perder la virginidad con la persona que más quería en este mundo. Con ella no existían temores, vergüenzas o miedos a no poder “cumplir” con las expectativas.
Intuí que tomaba medidas anticonceptivas, ya que no me exigió que usara preservativo cuando me vio apuntando la polla en dirección a su palpitante sexo.
Jugueteé restregándole la punta del miembro sobre su coño, impregnándomelo de humedad.
Poco a poco, recreándome en ello, fui introduciéndoselo centímetro a centímetro, hasta dar un fuerte empellón cuando los cojones estaban a punto de colisionar con sus labios vaginales.
- Uff. Tranquilo, hijo mío. Tranquilo.
Deseaba besarla, pero aquello me hubiera impedido ver como reaccionaba su rostro mientras la follaba.
Apenas habría bombeado siete u ocho veces sobre mi madre, cuando escuché entrar a mi padre en el dormitorio.
- ¿Qué? ¿cómo va eso? ¿ya se la estás metiendo a mamá?
Sin dejar de bombear, miré en su dirección y lo vi con una erección de caballo rebuscando en un cajón de la mesita de noche un preservativo.
- Si, papá. Gracias por “prestármela”. Es el mejor regalo que podrías haberme hecho. Está buenísima.
- Aprovecha. No creas que vas a encontrar otra mejor en la calle.
Mi madre y yo comprendimos lo que estaba a punto de suceder en el otro dormitorio, y que sin duda Anita acababa de suplicarle a mi padre que la penetrara.
Hubiera deseado poder verlo, pero no hubiese sacado la polla del interior de mi madre por nada en el mundo.
- Ufff. Que bien lo haces, hijo mío. Pensaba que te correrías nada más metérmela, pero veo que no.
- No será por falta de ganas, mamá, pero quiero disfrutarte todo el tiempo que pueda.
No obstante, para prevenir, tras un buen rato de follarla sin descanso, decidí cambiar de postura para darme un respiro.
Le sugerí que su colocara a cuatro patas sobre la cama y me aposté tras ella. Antes de volver a metérsela, mientras apuntaba el miembro hacia su sexo, pude observar la enorme humedad que recubría mi polla haciéndola brillar.
Se lo introduje hasta las entrañas de un empellón, provocándole una exclamación de placer.
- Ahhhh.
- ¿Te gusta, mamá?
- Mmmmmm. Me la has clavado. Te siento muy dentro de mí.
En aquella postura, sin dejar de follarla por detrás, apenas tenía que agachar el tronco de mi cuerpo para poder aferrarme a sus voluminosos pechos.
- Joder mamá. Que gustazo me estás dando. Jamás pensé que estuvieras tan rica.
- Por lo que más quieras, hijo mío. No pares, no pares.
Sus gemidos, aunque obscenos y sumamente morbosos, apenas amainaban los procedentes de la habitación de Anita, cuyos jadeos de placer no podrían ser más lascivos.
Locos de lujuria, y ajenos a lo improcedente de aquella relación incestuosa, mi madre tuvo que instarlos a que bajaran el tono de voz, ya que, un “¡fóllame papá!” atravesando las paredes de los vecinos hubiera sido extremadamente complicado de explicar.
Sin embargo, los gemidos de mi hermana y las imprecaciones de mi padre, el cual también bramaba alguna que otra lindeza mientras se follaba con saña a su hija, no hacían otra cosa que aumentar nuestro morbo de forma exponencial.
De forma instintiva, agarré del pelo a mi madre, tirando de su cabeza hacia atrás mientras la follaba
- Toma polla, mamá. Toma polla.
- Agsss. Me estás matando de gusto, Albertito. – Hacía años que no me llamaba por ese diminutivo. –
- Me voy a correr dentro de ti, “mamaíta”. –Devolví a su “Albertito”.
Tras varias embestidas, el caliente cuerpo de mi madre aparentó convulsionar grotescamente, lo que llegó a asustarme, pero sus obscenos gemidos me hicieron comprender que en realidad se estaba corriendo con mi polla en sus entrañas de forma desaforada.
Desfallecida, intentó desbaratar la postura en la que se encontraba y tumbarse en la cama, pero se lo impedí tirándole del pelo.
- Estate quieta, mamá. Me queda poco para encharcarte el coño de leche.
- Ufff. Acaba pronto hijo mío. No puedo más. Haz lo que quieras conmigo, pero córrete.
Bramé todo tipo de obscenidades, sintiendo como mi polla palpitaba en sus entrañas, haciendo que brotaran de la misma ingentes chorretones de semen que se unieron a su ya húmedo sexo.
Terminamos tiernamente abrazados sobre la cama. Desfallecidos de placer, apenas teníamos fuerzas para intercambiar alguna amorosa caricia o algún que otro beso afectuoso.
- Te quiero, hijo mío. Te quiero.
- Y yo a ti, mamá.
Unos minutos después, mi padre, con el rostro desencajado y el miembro ya flácido, entró en nuestro dormitorio.
- ¿Qué? ¿Cómo lo habéis pasado? –Nos preguntó, aunque viendo el semen goteando del sexo de mi madre, y nuestra cara de satisfacción, aquella pregunta sobraba-
- Ufff. Papá. Jamás hubiera imaginado que mamá estuviera tan buena. –Contesté-
- ¿Y vosotros? –Preguntó mi madre-
- Anita me ha dejado con las piernas temblando. Menuda fiera. Ja, ja, ja.
Mi hermana, cómo si nos hubiese escuchado, apareció en aquellos momentos. Se encontraba completamente desnuda, su rostro no podía encontrarse más sofocado y colorado, y andaba como si se tratara de una jinete recién bajada del caballo.
- ¿Qué te pasa? ¿por qué andas así? –Preguntó mi madre, sonriendo-
- Tengo el coño escocido. Papá la tiene muy gorda.
Así se iniciaron nuestros juegos en familia. Ni que decir tiene que mi hermana y yo jamás volvimos a discutir.