Juegos en el Camino
Un viaje que se suponía tranquilo, comienza a tornarse en toda una aventura de exploración sexual a través de una desconocida caminante.
Podría citar un montón de típicos tópicos sobre la imprevisibilidad de la vida, sobre su capacidad para alterar todo nuestro mundo o al menos una parte de él, para dar comienzo a esta breve crónica… Pero mejor que comience por el principio y deje de elucubrar sobre cuestiones que no atañen a este relato.
Después de una serie de sucesos personales, decidí utilizar unas vacaciones para recorrer a pie el camino de Santiago. No me movían cuestiones morales ni religiosas, simplemente el afán de desconectar un poco de la cotidianeidad y explorar nuevos lugares y, ya que estaba, hacer un poco de ejercicio y senderismo. La misma noche en la que llegué a Astorga, mi salida de ruta, empezó todo.
Me hallaba en el albergue, recostado sobre la litera superior y ligeramente apoyado contra una ventana, leyendo como buenamente podía, gracias a la mortecina luz de una farola de la calle. Suficiente para un lector ávido como yo y con el insomnio gobernando mi mente. Súbitamente, una mano aparece en el borde del camastro. Tan sólo se veían los dedos, agarrando las sábanas. Me revolví, acompañado como siempre del sonoro crujido de la cama, para poder prestar más atención. La mano se separó y juguetonamente, abrió los dedos e hizo el aspaviento de “hola”. Inconscientemente alcé mi mano para saludarla, cuando a mitad gesto, desapareció para volver a reaparecer casi al instante con una linterna pequeña que dejó caer bastamente sobre la cama. Comencé a moverme para intentar asomarme para agradecer a quien fuera la amabilidad, cuando a mitad se escuchó una maldición en alemán que rápidamente entendí gracias al sentido común, por lo que intenté dejarme caer suavemente sobre mi posición original y leer en silencio. Acompañado de aquella nueva luz, mis ojos se cerraron pensando en dar las gracias a la mañana siguiente.
A la mañana siguiente me alcé de un salto debido con el sonido de la sirena de un camión. Todavía conservaba en mis manos la linterna encendida y el libro medio aplastado. Medio dormido, bajé como pude de la cama y deambulé por el pasillo hasta el baño de los chicos. Cuando el reflejo de una chica en ropa interior hizo que mi sueño se desvaneciera con un relámpago. Allí vi a una chica, acabando de lavarse los dientes, apoyada en la pila. Aguantaba con una mano de piel morena una melena lisa de color castaño cobrizo, impidiendo que se mojara con el agua que corría. Vestía un top deportivo que apenas dejaba a sus pechos acompañar el movimiento del brazo. Unos pechos que se antojaban ni grandes ni pequeños, en su justa medida, y unas mallas deportivas cortas de color azul cielo. Mi mirada se cruzó por un instante con sus ojos de color verde y mi corazón comenzó a latir de excitación. Súbitamente, mi moral entró en acción y rápidamente agaché la cabeza con la sangre agolpada en mis mejillas y en mis calzoncillos, y continué con paso rápido hasta el baño, cerrando tras de mí. Mientras me acicalaba para dar los buenos días a mi primer día de marcha, pensaba en lo que había visto y me sorprendí de haber recorrido con mi mirada la piel tostada de aquella mujer en apenas unos segundos. Algo más aliviado y con la mente puesta en el camino, abrí la puerta.
-¡Oye! – súbitamente un dedo me estaba apuñalando el pecho y tenía encima aquellos ojos verdes mirándome inquisidoramente. Di un paso atrás y ella avanzó otro, su cuerpo parecía una tormenta estival. Sin embargo, y aguantándome el corazón en la boca por el susto, no pude evitar deslizar mi mirada por aquel rostro endemoniadamente bello y bajar ligeramente hacia su cuello, a la sombra de la marca del bikini en los hombros…
Me debes mi linterna… - tras lo cual todo su cuerpo cambió y parecía ser la niña más buena del mundo. Junto sus brazos sobre su pecho y sonrío de oreja a oreja.
Ah!... esto… sí claro, ahora te la doy.- Comencé a caminar muy turbado hacia la habitación, cuando de pronto recordé que no le había dado las gracias así que rápidamente giré todo mi torso hacia donde estaba ella, pero me había seguido de cerca. Nuestras caras chocaron y caímos al suelo. – Lo.. lo siento.. ¿Estás bien? –
Con mal pie empiezas el camino – dijo entre huraña y divertida. Se levantó del suelo de un salto y me miró sonriente. Me acompañó gentilmente y tras darle las gracias, se alejó con un grupo de chicas que la esperaban.
Mientras caminaba aquel día, recorriendo mi primera etapa, estuve largo tiempo pensando en aquella chica y sus amigas, elucubrando e intentando deducir su origen, su relación. Saqué en claro que obviamente eran amigas, quizá parientes, que tenían la misma edad más o menos, en torno a los veinte, y que obviamente habían ido mucho a la playa o habían tomado el sol mucho, por su moreno. Sin embargo no podía quitarme de la cabeza aquellos ojos verdes y aquel comportamiento que tan pronto oscilaba a un lado, como al otro. Al anochecer de ese día ya no pensaba en nada, sólo en dormir y descansar en mi nuevo albergue. He de confesar que las busqué con la mirada mientras todos nos acostábamos, pero allí no estaban. Al día siguiente había pasado a ser una chica más, un personaje fugaz en mi periplo a Santiago… cuánto me equivocaba.
Al atardecer del tercer día, mientras estiraba en un parque en las inmediaciones del refugio, después de la última etapa, una luz apareció entre mis piernas. Me giré para ver su origen y la encontré allí de pie, observándome divertida.
- Vaya cómo has llegado a éste lugar? – dijo con sorna.
- El chiste es fácil, caminando, como tú supongo. – repliqué en tono glacial. Estaba muy cansado después de recorrer más de cuarenta kilómetros y no me apetecía jugar con nadie.
Volví a lo mío e intenté concentrarme en la quietud del lugar, pero no pude evitar escuchar como ella se movía detrás de mí y se dejaba caer en el césped, cerca de mí. La miré a hurtadillas, de reojo. Estaba a mi lado, sentada tranquilamente en la hierba, mirando con una mueca triste el ocaso del día mientras se frotaba los gemelos. Sus ojos se volvieron hacia mí y rápidamente volví a lo mío. Casi podía sentir la satisfacción de ella al haberme descubierto. Por lo que furioso, me giré y continué mi estiramiento encarándola, observándola ávidamente casi con crueldad. Me di cuenta que vestía un sencillo short vaquero con una camiseta ancha de color avellana. Su cintura era ceñida por un chaqueta de chándal aplastada contra la hierba. Me miró de hito en hito, sorprendida. No dudé en fijar su mirada. Le estaba diciendo “no eres una diosa”, “no te rías de mis vergüenzas”, “venga chula, ahora qué vas a hacer”. Ella miro avergonzada el horizonte y tras suspirar enfadada, se levantó de un salto y se marchó a paso rápido. La vi desaparecer calle abajo y no pude evitar fijarme en que tenía unas caderas muy pronunciadas, unas piernas ligeramente más grandes de lo que debería. “Hasta las diosas tienen fallos”, pensé.
Al día siguiente, mientras caminaba por un sendero y me tiraba por encima una botella de agua, escuché unos gritos más adelante. No podría entender qué decían, pero conforme me aproximaba se sucedían y súbitamente nada. Continué mi camino, extrañado e inquieto hasta que llegué a una fuente enorme de piedra con una concha amarilla labrada en la pared. Bajo ella estaba sentada la chica de la linterna, con la mirada perdida entre sus piernas. Sola. Por un momento experimenté una ternura digna de un caballero medieval. Pero simplemente me aproximé a la fuente y metí dentro mi botella de agua, dispuesto a rellenarla, evitando por todos los medios mirarla. Bebí y me refresqué la nuca y cuando me giré allí estaba ella mirándome de hito en hito.
- Uhm… ¿y tus amigas?- dije yo nervioso, sintiéndome atacado por aquellos ojos.
- Ya las veré en Santiago- respondió mientras se quitaba la mochila y la dejaba en el suelo. Sendas marcas de sudor bajaban por su espalda hasta el nacimiento de su culo, donde se marcaba, debido a la humedad, un tanga que en mi mente se adivinaba de lo más erótico.
- ¿Ya no vas con ellas?
- No, ahora voy por mi cuenta. Apártate que necesito llenar la botella de agua. – dijo con hostilidad.
Me sentí defraudado, y mirándola desafiante a los ojos, moví un ápice mi cuerpo, para que si quería pasar, tuviera que tocarme o apartarme. Ella sonrió con malicia y se acercó hasta mí, y sin dejar de caminar, contorsionó su cuerpo para pasar por el pequeño espacio y justo cuando había pasado, pisó mi pie.
- ¡Ups! Perdón – Mi mente se arremolinó en furia. Había pasado de sobra esa enana, me ha pisado adrede. Me giré airado y con un manotazo, vacié mi botella sobre su cabeza.
- ¡Está helada! – gritó entre maldiciones. Reí todo lo que daba de mí el pecho, y eché a correr. No sé por qué, simplemente corrí sin mirar atrás. Corrí hasta llegar al fin de la etapa
Horas más tarde, bastante más cansado de lo que debería debido a la carrera, mientras ocupaba mi mente en qué cenar, la vi entrar por la puerta. Su piel ligeramente húmeda, brillaba por el sol de la tarde. Me dirigió una mirada furibunda y luego una sonrisa maléfica. Mientras entregaba sus datos y le asignaban un lugar, no dejó de lanzarme miradas enigmáticas. Mi inquietud iba en aumento. Huí de sus ojos verdes como un verdadero cobarde, por lo que rápidamente ordené mis pertenencias y salí a cenar. Mientras intentaba quitármela de la cabeza evitando los lugares donde podría estar e incluso, pasando a hurtadillas por los interiores del albergue, mi perversa mente no dejaba de esculpir su recuerdo en mis neuronas. Aquella mirada, aquellas curvas, aquella tormenta de verano, empezaba a perturbarme más de lo que imaginaba. Tanto es así que cerré mis ojos y abracé el sueño con ella aún en mi mente.
A la mañana siguiente me desperté con una notable erección en mi pantalón, pero lo peor no era levantarse así en medio de aquel lugar lleno de gente, sino que además estaba durmiendo fuera del saco, por lo que cualquiera que hubiera pasado a mi lado me habría visto. Rápidamente la vergüenza despejó todo atisbo de embotamiento matinal, y agarrando el neceser de forma estratégica, volé hasta el baño. Al salir me esperaba ella, ya con la mochila preparada. Me sonrió y me dio dos besos en la comisura de los labios.
- Buenos días… caballero – dijo con sorna. – Espero que tengas un buen camino hoy. – guiñó un ojo y salió corriendo como una niña pequeña con una sonrisa boba en sus labios.
Todavía aturdido por aquello, comencé a preparar mi mochila para la etapa, cuando me percaté de dos terribles cosas, la primera que todos mis calcetines estaban expuestos como si de un tenderete se tratara, a lo largo de la cama. Mojados. Lo segundo fue que las zapatillas también tenían un dedo de agua. Maldecí para mis adentros. Se había vengado. Luego encontré una nota junto a mi ropa interior, escrito en una letra cursiva y muy redondeada, decía “Así sabrás lo que ha sido caminar veinte kilómetros con los pies mojados. Espero que los disfrutes tanto como lo disfruté yo. Ah! Cuidado con las rozaduras y la tierra que se pega. Besito.” Y al final había un corazón con una firma “Núria”. Al menos ahora sabía cómo se llamaba. Justo debajo, había un calzoncillo mío con el dibujo de un pene erecto hecho a rotulador con una leyenda que decía “Señor Pene”. Encima me había visto. Fugazmente pasó por mi mente un instante de excitación al saber que ella me había visto así… Luego comencé a planear mi venganza.
Nada más llegar al albergue, localicé su litera por la mochila. Mientras me reponía del día, la busqué con la mirada y tras la cena, vi mi momento cuando ella hablaba con otro peregrino. Rápidamente me dirigí a su mochila y la abrí sin miramientos. Busqué su ropa y la extendí por la cama. Vi su otro top y su ropa interior. Ver aquello así hizo que me excitara y mi pene reaccionara lentamente ante la perspectiva de manipular todas las prendas íntimas de aquella extraordinaria chica. Pensar que aquello acariciaba su piel… Entre excitación y rabia, aparté sus tangas y me los guardé en el bolsillo, así como su único sujetador y un culotte de color azul chillón. Sonreí para mí. Ahora a ver qué tal hace la etapa sin todo aquello. Recogí y dejé las cosas tal y como estaban, para que no se diera cuenta de que había manipulado nada. Al fin y al cabo, ella ni siquiera sabía que estaba allí, bien me había cerciorado, por lo que no estaría en guardia. Marché a mi cama con la felicidad del trabajo bien hecho y con la excitación de tener en mi poder sus prendas íntimas. ¿Se le marcaría las formas de su cuerpo sin la ropa interior? Mañana lo comprobaría. Me moría de ganas por verlo.
Al día siguiente me levanté antes de lo habitual y salí a caminar poco antes del amanecer, sin siquiera comprobar que mi pequeña venganza se había cumplido. Quería gozar de una tranquila caminata siguiendo el nacer del sol. Quería no volver a pensar en nada. Sin embargo ella estaba allí, nadando en mi mente. Excitándome con su imagen. Su nombre retumbaba en mis neuronas. Al final no pude evitarlo. Mi excitación era imposible de controlar, así que salí del camino y me interné en la penumbra de una arboleda. Allí, me cercioré de que nadie podía verme y me despojé de la mochila. Busqué un lugar cómo donde sentarme y allí, entre el frío de la brisa matinal, y las tenues caricias del amanecer, introduje mis manos en el pantalón y extraje mi miembro, y entre imágenes mentales y las circunstancias del aire libre, dejé que mis caricias me llevaran al clímax.
Mi magnífico comienzo del día fue rápidamente destruido al llegar al nuevo refugio. Me negaron la entrada porque estaban completos, y tuve que caminar seis horas más a pleno sol del mediodía para llegar al siguiente lugar, una cochambrosa casa de tres estancias con tres tristes literas y un camastro. Eso sí, un inmenso patio lleno de arbustos tan altos como un servidor, donde el cuidado brillaba por su ausencia. El hombre que lo regentaba, tras tomarme los datos, comenzó a contarme una historia rocambolesca de la que no alcanzaba a comprender, debido a la insolación que comenzaba a sufrir. Lo único que extraje en claro era que se tenía que marchar y que dejase la llave en una maceta en la puerta cuando me fuese. También me explicó dónde estaban las cosas, pero a mí me daba igual, sólo quería dejarme caer en algún lugar fresco y bien iluminado, por lo que una vez el hombre se hubo marchado, arrastré mis pies hasta el patio y dejé mis cosas al lado de una mesa con dos balancines que estaban a la sombra de un árbol. No bien me acababa de sentar, cuando sonaron unos golpes en la puerta. Maldije en voz alta y apelando a mi voluntad más bondadosa, me alcé del asiento y me encaminé a la puerta.
- ¡Tú! – dije sorprendido cuando la vi allí, bajo el inclemente sol de la tarde, respirando agitadamente por el esfuerzo y apoyándose con cara cansada sobre el marco de piedra de la entrada. Ella abrió mucho los ojos con sorpresa y soltó un improperio. Me lanzó una fulminante mirada aunque atisbé un alivio infinito en fondo de sus pupilas, cuando me aparté de la puerta y la invité a pasar gentilmente.
Mientras recitaba como un loro pero incoherentemente la rocambolesca historia del exiliado responsable de la casa, ella en silencio rellenaba sus datos en el libro y se estampaba el cuño en el credencial. Aproveché entonces para recorrer con mis ojos su figura, fijándome en que no se le marcaba ninguna ropa interior y que se podían percibir sus erectos pezones a través de la tela de la camiseta, así como la silueta del pubis más abajo y la impecable línea de sus nalgas. Siguiendo con el recorrido, me percaté en que tenía unas piernas fuertes y con un músculo marcado y desarrollado, como de alguien que hace deporte a menudo. Entonces me fijé en que le temblaban las piernas y rápidamente me acerqué a ella y le puse una mano en el hombro. Todo su cuerpo se erizó con el contacto de mi mano y así mismo, noté una descarga de deseo recorriendo mis dedos y mi brazo hasta mi cabeza. Me miró con enfado y curiosidad, aunque se podía ver marcado en su rostro, en las interminables líneas de sudor y las marcas de transpiración de la ropa, que estaba extenuada. Continué con mi movimiento, mirándola directamente a los ojos verdes, deleitándome con la línea de imperfecto rostro, parándome en algunas espinillas infantiles y en la sencillez de su asimetría. Agarré suavemente el asa de la mochila y la retiré de su hombro, e hice lo propio con el otro. La cargué contra mi hombro y caminé sin esperarla, mientras seguía recitando las innumerables características de aquel irrisorio palacio. La excitación vibraba en mi interior e intentaba por todos los medios que no se notara. No podía evitar pensar en que no llevaba nada debajo, en que se marcaban sus intimidades. Evité mirarla a los ojos porque sabía que si lo hacía, descubriría mis pensamientos. Por lo que, con tono monocorde, le indiqué que se acomodara y que yo me marchaba al jardín.
Me senté en el balancín del jardín y puse mi sombrero de paja sobre la cara, intentando invocar un sueñecito reparador, pero me era esquivo. Sin embargo, cuando estaba a punto de desistir, apareció ella en el jardín. Podía verla a través de los agujeros de la paja del sombrero. Dio un par de pasos reconociendo el salvaje lugar y luego se encaró a mi posición. Observé que sus labios se torcían en una sonrisa amable y luego unos tímidos dientes mordieron por una fracción el pequeño y exiguo labio inferior. Recompuso tu postura corporal y se dirigió a mi lado con rostro severo. Se sentó en el balancín de enfrente de mí y tiró mis pies de la mesa de piedra. Fingí sobresaltarme y me quité el sombrero de la cara. Ella me miraba sonriente.
- Bueno, creo que ya te has divertido bastante. – dijo con una sonrisa en los labios y un tono glacial en la voz
- ¿Perdona? – repliqué devolviéndole la sonrisa. Ella se recostó y sobre el balancín y abrió las piernas ligeramente. Me retaba a mirar y yo caí por un fracción, la justa para confirmar que efectivamente, se le insinuaba las líneas del pubis en su apretada malla.
- Pues que sé que fuiste tú quién cogió mi ropa. ¿No te era suficiente con hacerme caminar mojada sino que además ahora querías verme caminar sin ropa interior?
- ¿Cómo sabes que fui yo? Podría haber sido otro… - dije utilizando mi mejor cara de póquer. Ella sonrió divertida y por unos instantes permaneció quita. De pronto, como un serpiente, salto de la silla y metió la mano en el bolsillo de mi pantalón, pero torpemente tropezó con mis pies y calló entre mis muslos. Sorprendido lo único que hice fue acomodar instintivamente mis piernas para que no se fuera al suelo, eso sí, agarré la mano dentro del pantalón. Ella sonrió con confianza.
- ¿Qué es esto que estoy tocando? Si parece uno de mis tangas… - susurró juguetona sin sacar la mano del bolsillo.
Desde mi perspectiva podía ver el nacimiento de su escote, ello unido a su cabeza apoyada en el interior de mis muslos, peligrosamente cerca de mis genitales, hicieron que el deseo nublara parcialmente mi buen juicio y se reflejara, inconscientemente, en una ligera hinchazón de mi pene. Hecho que no se le escapó ya que dirigió su mirada a mi entrepierna y luego sonrió con un rubor infantil en las mejillas. Extraje su mano de mi bolsillo y suspiré, derrotado, mientras ella sacaba todas sus prendas del interior. Volvió a su asiento y las dejó todas en un montón encima de la mesa, justo entre ambos.
- Fue por lo que hiciste en mi calzoncillo. – repliqué enfadado.
- ¡Oh! Vamos, no fue para tanto. Una sencilla obra de arte. – comentó con una risa suave.
- ¿Qué no fue para tanto? – proclamé enfadado. Me alcé del asiento y bajé mi pantalón un poco para que viera su obra de arte. Ella comenzó a reírse ligeramente sonrojada. - ¿Qué te hace tanta gracia? – Bajé mi mirada a mi entrepierna y allí vi el dibujo y mi pene creciente. Morí de vergüenza. Me dejé caer en el asiento y desvié mi mirada, huraño, al fondo del salvaje jardín. Núria mantenía una sonrisa sincera y traviesa. Durante minutos no hizo más que mirarme.
- Te propongo algo, una especia de tratado de paz. – dijo mientras se levantaba con deliberada lentitud. La repasé con la mirada, todavía enfadado, sin importar mi descaro. Ella no se ofendió. – Que te parece si tú me vas dando las prendas todas las mañanas, las que tú quieras que lleve y podrás cambiarme siempre que quieras. A cambio tú realizarás una cosa que yo te pida al día. Sólo una. Sin rechistar. ¿Trato? – dijo extendiendo la mano delante de mí. La así sin pensar. Sólo anhelaba tocar su piel y cuando sentí la tibieza de sus dedos en mi mano, mi corazón se encabritó y mi excitación comenzó a subir aún más.
- Trato. – concedí sonriente.
Ella me devolvió las prendas con una mirada inquieta y me miró expectante. La observé allí, de pie, esperando para mí. Anhelando saber mi primer deseo y sonreí con fiereza.
- Date la vuelta. – dije en un tono que no admitía replica.
- ¿Perdona? – sorprendida, me miró con ojos desafiantes.
- Sí, date la vuelta que voy a elegir qué vas a llevar por el momento. – Dudó un poco. Desplazó su peso a un pie y luego al otro y finalmente sonrió con lascivia y como si portara un vestido, se dio la vuelta lentamente, para que admirara bien. Cogí unas prendas y se las di.
- Entonces este tanga y el sujetador… de acuerdo. – hizo ademán de irse con ellas
- ¿A dónde vas? – la interrumpí.
- A cambiarme claro.
- No, no. Cámbiate aquí. – me miró nerviosa, casi asustada. – ¿A qué esperas? – mi excitación era absoluta.
Mi pene comenzaba a crecer sin control bajo los pliegues de la ropa y sabía que iba a ser más que evidente en apenas unos minutos. Ella recobró la compostura y llevó sus manos al short. Lentamente comenzó a deslizarlo hacia abajo. Sus pezones se marcaban bajo la camiseta y el rubor de sus mejillas se intensificaba. Comenzaba ya a verse la piel blanca de la ausencia de sol y casi a verse el pubis cuando con una sonrisa, me giré y esperé. Ella exclamó con sorpresa y comenzó a reírse por lo bajo. Al poco, se acercó por detrás de mí y metió sus manos en mis dos bolsillos. Podría notar sus pechos contra mi espalda y su calor corporal rodeándome los dorsales. Sus manos juguetonas exploraban ambos bolsillo y donde en uno asía la llave de la puerta, con el otro comenzó a acercarse por dentro hacia mi pene hasta que con la punta de los dedos, comenzó a acariciarlo. Se le escapó un suspiro. Yo intentaba ser como una roca, pero era imposible. Con una última caricia, retiró las manos y salió corriendo por delante de mí entre risas. Iba sólo con ropa que le había dado. Sus nalgas casi desnudas se movían delante de mí hasta perderse en el interior del edifico. Pude fijarme que tenía una sombras de celulitis pero en aquel momento, aquel cuerpo me parecía el más sexy sobre la tierra. Mi excitación era más que patente bajo el pantalón y mientras me encaminaba a una ducha reparadora, donde aliviarme un poco los calores, escuché como ella cerraba la puerta y desaparecía en una de las habitaciones.
Más tarde, en una de las duchas del complejo, cuando el agua me golpeaba en la ducha y mis manos comenzaban a estimular mi pene, escuché su voz a mi espalda.
- Estupendas vistas… aunque igual mejoraban si perdías algún kilo. – me giré sorprendido y la vi sentada en los bancos de vestuario, mirándome con descaro, vestida únicamente con su ropa interior.
- Lo mismo digo. – repliqué.
- Creo que ha llegado la hora de cobrar. Quítate el jabón y sin salir, mastúrbate para mí.
- ¿Qué? – exclamé indignado
- Que te toques como hiciste en el bosque.
- ¿Me seguiste? ¡Estás loca!
- Tú también lo estás. Y ahora a ver que te vea, venga. – Su tono, entre lascivo y tiránico, no admitía réplica.
Me armé de valor aunque por dentro me estaba muriendo de timidez y vergüenza. Las dudas me asaltaban. ¿Le desagradaré físicamente? ¿Se reirá de mí? ¿Será todo una broma?... Ella simplemente se recostó en banco y contra la pared y me miró expectante. Me di la vuelta y dejé que agua cayese sobre mi piel desnuda. La enfrenté con todo mi cuerpo, apuntando con mi pene a su figura. Me sonrió y pude ver como por una fracción de segundo, su lengua paseaba por sus labios con deseo. Aquello aumentó mi excitación y mi confianza, por lo que comencé suavemente a acariciarme el pene con una mano bajo su atenta mirada.
Deslicé mis dedos por el contorno de mi erecto pene y me detuve durante un largo minuto a rodearlo con tranquilidad, regodeándome en cada sensación producida. Después comencé a retirar la piel del glande, dejando al descubierto el mismo, rojo e hinchado. Notaba en mi mano como poco a poco comenzaba a segregar el fluido pre seminal. Sonreí para mí, con lo excitado que estaba no haría falta usar mi saliva al principio. La miré mientras continuaba con aquella caricia. Ella no perdía ojo de mis movimientos. Sus manos habían descendido hasta el borde de su braguita y allí permanecían, recorriendo con sensualidad el borde. Me sonrió divertida. Di un par de pasos y salí de la ducha, completamente mojado y me acerqué a ella sin dejar de acariciarme. Núria sonrió:
- Así lo veré mejor, sin duda. – comentó divertida.
- Espero que lo estés disfrutando. – repliqué en un susurro.
- Mucho.
Advertí que uno de sus dedos comenzaba a jugar por encima de la tela, con su vagina. Eso me excitó a un más, por lo que, deteniéndome a escasos centímetros de su cuerpo, agarré mi miembro con todos los dedos y comencé a subir y bajar lentamente. Ella bajó toda la mano y comenzó a acariciarse ya sin pudor, por encima de la tela del tanga. Su otra mano ascendió y se quedó jugando con el borde del sujetador. Entreabrió los labios y comenzó a respirar más agitadamente. Mi mano comenzó a ascender el ritmo, suavemente, sin prisa, como si de una escala se tratara. Ella no quitaba ojo de la operación y poco a poco su respiración fue acelerándose cuando de pronto, suspiro complacida y me sonrió. No lo entendí primeramente, pero al observar su entrepierna asentí feliz y lleno de ego. Su mano se había introducido bajo las bragas y se podía ver perfectamente el movimiento de sus manos jugando el clítoris.
- No te cortes y disfruta. – le susurré de forma cómplice. Ella se mordió un labio y comenzó a acariciarse un pecho.
- Lo mismo digo. No… pares.
Con la cabeza ya perdida en la nube del deseo y la lujuria, aceleré aún más el ritmo. De la punta de mi pene comenzó a salir más líquido preseminal y parte cayó en una de sus piernas. Ella la recogió con la mano y se llevó un poco a los labios. “No sabe mal” dijo con una sonrisa. Aquello disparó mi cuerpo y mi mano libre descendió hasta mis testículos donde comenzó un masaje acorde con lo demás. Entonces ella comenzó a suspirar cada vez más fuerte, así como incrementaba la velocidad de su mano bajo la tela del tanga. De pronto se quedó quieta y tuvo una convulsión en el cuerpo. Su boca se quedó entre abierta mientras me miraba fijamente. Exhaló con placer poco después. Yo notaba como mi resistencia llegaba al límite. Mi mano subía y bajaba a la velocidad del rayo. Estaba a punto de culminar, cuando de pronto me miró a los ojos con deseo y se incorporó, quedando su pecho a menos de un palmo de mi pene. “No te cortes”, susurró.
Exploté en placer.
Comencé a soltar pulsaciones de semen que fueron directamente sobre su piel morena y sobre su escasa ropa interior. Cayeron chorros en su sujetador, en sus piernas e incluso por las clavículas y el nacimiento del cuello. Di dos pasos atrás por el esfuerzo y pensé que quizás podría molestarle. Las dudas asaltaron por un momento mi mente, vacía temporalmente de todo deseo debido al orgasmo, pero ella se levantó y me dio un beso tímido en los labios. Sabía a fruta. Sabía a gloria. Sabía a deseo y pasión. Luego, tras asentir con la cabeza, llevó uno de sus dedos a sus pechos y recogió con la yema parte de mi semen. No pude ver qué hizo con él porque se dio la vuelta y salió de la habitación, pero sí logré escuchar una expresión satisfecha justo antes de que la puerta se cerrara.
Así comenzaron unas de mis vacaciones más interesantes e inesperadas de mi vida.