Juegos de vacaciones
No podía creerlo. No. Aunque tampoco me cuestioné demasiado en ese momento. Silvia estaba a mi lado, sin decir nada. Ambos parecíamos estar saliendo de un extraño trance. Mi polla estaba fuera, flácida, húmeda. No sabía qué decir, ni siquiera si era necesario decir algo.
Desde pequeños cuando llegaba el verano era seguro que nos fuéramos de vacaciones a la costa. Pero desde el divorcio de nuestros padres ya no lo hacíamos tan ritualmente. La separación fue en buenos términos, pero aun así no es muy frecuente el trato con nuestro padre. Delia, mi madre, una enérgica mujer de armas tomar, a sus 44 años, luego de un par de años sin pareja, en los que prefirió solventar su estatus laboral, finalmente comenzó a salir con un ex-compañero de trabajo, Julio; un hombre que parecía no ser mala gente pero que tampoco nos caía muy simpático ni a mi hermana Silvia ni a mí. Cuando llegó el momento de las vacaciones mi madre nos propuso ir a la casa de Julio, en la costa, por dos semanas.
Me gustaría, pero no puedo, sabes que tengo que estudiar para ese examen le dije.
¿Y tú Silvia?-preguntó mi madre sin muchas esperanzas en que mi hermana aceptase.
Lo siento mamá, pero este verano prefiero quedarme aquí ya que Ana no se irá a la costa dijo casi con indiferencia.
Mi madre quedó en silencio, pensando mientras comía. Me dio un poco de lástima por lo que luego de unos instantes le dije:
Bueno, quizá si puedo adelantar en la materia, me vaya unos días para allá, aunque tenga que arrastrar a esta mocosa de los pelos.
Mi madre sonrió ante la ocurrencia y la respuesta airada de Silvia que, al no poder hablar, me tiro un pedazo de pan a la cara.
Así que tendrás el tiempo suficiente para poderte divertir con Julito dijo Silvia, irónicamente.
Parece que sí, por unos días...no te imaginas cómo voy a follar dijo a las risas mientras, se levantaba de la mesa. Cada vez que tomaba una copa de vino soltaba su lengua, aunque ya de por sí no guardaba muchos tapujos para decir las cosas claramente. Mi hermana la miró casi sorprendida y me miró como buscando que le diera la razón sobre el atrevimiento de mi madre, pero sólo atiné a sonreír y con un gesto de mi mano le indiqué que el vino era el culpable.
Llegado el mediodía del viernes, mi madre emprendió viaje. Antes de irse advirtió a mi hermana que no saliera a bailar ni diera problemas, y a mí me encargó el cuidado de la casa y de ponerle límites a Silvia. La dejé tranquila asegurándole que así sería, pero yo estaba seguro que esas exigencias eran más por cumplir al mínimo con el rol de madre responsable, que por auténtica preocupación.
Silvia llegó corriendo a mi cuarto, luego de unos minutos, y con mucho entusiasmo, me dijo:
Marcos, Ana me invitó a ir a una disco con ella y su novio
Sabes que no puedo dejar que vayas, eres menor de edad, y sabes que mamá...
Espera, espera; yo pensaba que quizá quieras ir con tu amigo Pablo y su novia, ¿no te parece? Te vendrá bien tomarte unas horas para divertirte. ¿Qué dices?
La verdad es que Silvia procedió con tanta prisa y buen tino para planificar las cosas que no tuve más remedio que decirle que sí, siempre y cuando Pablo aceptase la invitación.
Eso quedó concretado, por lo que finalmente le dije a Silvia que podríamos salir un rato a la noche. Ella se acercó a los saltos y me dio un sonoro beso en la mejilla.
Gracias, gracias, hermanito, ya podré pagarte este favor. Ya verás cómo nos divertiremos esta noche.
Vale. Ahora ayúdame a ordenar la cocina.
Silvia siempre me había parecido una chica atractiva. No es dueña de una belleza por la que todos los hombres se fijen en ella con la libido exaltada; pero a su inteligencia y un cierto descaro, sumaba un rostro armonioso y un cuerpo delicado, con formas bien delineadas, sin exhuberancias. Y no seré hipócrita; me fijé en ella desde que empezó a volverse una chica bonita, y más de una vez no dudé en admirar su cuerpo, por entero, deteniéndome en su pequeño y redondeado trasero, o en sus bien proporcionados senos. Su pelo castaño claro, sus labios alargados y carnosos, además de su mirada, algo felina, conformaban un rostro bonito al que también prestaba mi atención. A decir verdad, a sus 17 años era una chica muy atractiva. A pesar de lo que pensara de Silvia, nunca tuve intenciones claras de aprovecharme de ella, pero no negaré que era consciente de la pequeña satisfacción ante un roce eventual de nuestro cuerpos. Cuando ella era más pequeña (debo decir que yo tengo cinco años más que ella), siempre se sentaba en mis piernas, y a veces, sobre una de ellas jugaba, al caballito. La última vez que quiso hacerlo, ella tenía catorce años, y llevaba tiempo sin pedírmelo hasta que una tarde, mientras yo leía un libro de estudios, ella se acercó y de un salto, a las risas, se tiró sobre mi falda. Llevaba una calza de lycra, y sus delgadas piernas quedaron en ángulo recto sobre las mías, y su pequeño trasero sobre mi muslo izquierdo.
Deja de leer estas porquerías dijo sacándome el libro de mis manos.
Vamos, Silvia, debo estudiar.
Pero Silvia no me lo dio. Me dijo que sólo lo haría después de hacerle caballito.
Le dije que no, que no tenía tiempo para niñerías. Pero insistió. Poniendo el libro entre su espalda y el apoyabrazos del sillón, comenzó a dar pequeños saltos sobre mis piernas.
Vamos, no seas malo. Hazme caballito.
Al dar esos pequeños saltos se deslizó y su pequeño trasero, creo que por accidente, quedó prácticamente sobre mi bulto. Ella, quizá sin darse cuenta, siguió son sus movimientos de protesta y pronto comencé a sentir como mi polla comenzaba a inquietarse y crecer bajo el delgado y duro culo de Silvia. Fueron eternos segundos en los que noté mi erección sin saber qué hacer, y sin saber cuándo mi hermana se daría cuenta de lo que ocurría. Tibiamente excitado, la tomé por debajo de sus brazos, haciéndole cosquillas. Ella comenzó a retorcerse, y mis pulgares accidentalmente rozaron sus pequeños senos. Pero nada parecía intencional, y entre risas seguimos por unos instantes más. Pronto, casi sin pensarlo, la tomé de por encima de la cadera, y la giré de tal manera que quedó de espaldas a mí con su culo pegado a la base de mi polla. Así, aprovechando la excusa de querer hacerle cosquillas, comencé a picarla rápidamente en sus costillas, en su suave vientre, y en la espalda, lo que provocaba que Silvia, en una sola carcajada, se retorciera, y se moviera alternadamente en todas direcciones. MI polla ya se notaba en plena erección y poco parecía importarle a Silvia, que sin dudas podía sentir la dureza de mi miembro sobre sus nalgas. Pero en un momento escuché el ruido de la puerta. Demasiado tarde porque pronto entraron mis padres en la sala y nos vieron en semejantes juegos. Mi padre se mostró sorprendido, y con voz firme nos dijo que ya no era posible que siguiéramos jugando de esa manera, y todo un pequeño discurso sobre nuestras edades y cómo deberíamos comportarnos. Ni Silvia ni yo, dijimos nada. Pero mi madre, detrás de mi padre sólo sonreía pícaramente. Cuando mi padre terminó de regañarnos y se fue a su habitación, mi madre llamó a Silvia y se fueron juntas a la cocina, Afortunadamente, ninguno de mis padres pareció darse cuenta de la erección que tenía, pero me preocupó un poco el hecho de que mi madre se llevara a Silvia a la cocina. Esperando expectante, me quedé sentado leyendo mi libro. Al rato, Silvia pasó junto a la sala y me sonrió, sacó su lengua y me hizo el famoso gesto del dedo mayor, para luego subir las escaleras. Entre curioso y aliviado, le devolví el gesto, comprendiendo que mi madre no le había regañado, ni sometido a un exhaustivo interrogatorio sobre el alcance de nuestro juego. Pronto comprendí que mis padres actuaron por reflejo, sin percatarse de lo que había sucedido a ciencia cierta; aunque esto sólo fuera saber de mi real excitación, y pequeño y momentáneo goce, producto del roce con Silvia.
También quise reinterpretar el significado de los gestos de Silvia. ¿Acaso sería posible que en esa serie de gestos estuviera implícita la intención de haber logrado lo que se proponía? De todas maneras, nada más quise especular al respecto. Mis padres tampoco dijeron nada más, y, lamentablemente, pensé que esa sería la única y última vez que se produjera ese tipo de juego con mi hermana. O eso creía. Pero vamos lentamente, estimado lector.
La Noche en la disco.
Al anochecer, Silvia me dijo que se iría bañar antes que llegara Ana y su novio.
Mientras esperaba mi turno para el baño, me senté en el living a mirar un poco de TV y tomar una gaseosa, pero a los pocos minutos tocaron el timbre. Al abrir la puerta me encontré con la amiga de mi hermana. Ana era muy distinta de Silvia; era un más baja que mi hermana, no llegaba al metro sesenta y cinco, era un poco más rellenita y tenía cierta abundancia de curvas. Ahí estaba ella, con un pantalón blanco muy ajustado y una musculosa negra, ceñida al cuerpo, resaltando la exuberante redondez de sus senos. Además llevaba su hermoso pelo rubio atado en un rodete, cayendo dos pequeños mechones sobre sus mejillas. La miré de cuerpo entero, y me quedé unos instantes con mi vista fija en sus hermosos ojos color miel. Finalmente, me sacó del embrujo con un divertido hola.
Perdona, Ana, casi no te reconozco.
Ella se rió. Nos dimos un beso en la mejilla y la hice pasar.
Le dije que mi hermana se estaba bañando y le ofrecí una bebida.
¿No tienes algo más fuerte?
Vaya. Veo que me espera una noche agitada. Eres muy pequeña para andar tomando.
Ja, y tú eres la personificación de la madurezme dijo sin dejar de sonreír ¿Además te parezco una niña? Vamos
Al decir esto, Ana se había puesto en pose, con sus manos a las caderas, y sacando su busto hacia delante. Le miré fijamente.
La verdad no. Pero no juegues con fuego, que te puedes quemar. Ahora te traigo una cerveza.
Fui a la cocina a buscar dos cervezas. Pero Ana siguió mis pasos. Por más que dije nunca haberla visto vestida de esa manera, solía fijarme en su cuerpo cada vez que venía a mi casa, y en más de una ocasión aprovechaba a molestarla con lo pequeña que era de estatura, razón por la cual fingía molestarse. Pero nunca fui muy atrevido debido a las poco sutiles y amenazantes miradas de mi hermana,
Cuando saqué las cervezas, Ana estaba recostada sobre la mesada de la cocina, con sus brazos cruzados, levantando sus pechos que quedaban más descubiertos a través del escote.
Le di la cerveza y me senté en la pequeña mesa de la cocina. Ana destapó su cerveza y tomo un trago de la botella. En ese momento me dije que parecían estar dadas las circunstancias para jugar un poco con ella.
¿Y tu novio?
Lo invitaron esta tarde para ir a la costa, a la casa de unos amigos.
Así que no vendrá. No entiendo cómo puede dejarte salir sola.
Ana me miró con una sonrisa.
¿Por qué no?
Es que mira cómo vas me parece extraño que no se sienta celoso.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Además, ¿por qué debería ponerse celoso si le dije que saldría con Silvia y contigo?
Me dijo esto, y sin dejar de mirarme tomó un nuevo trago.
Es que estás muy bonita, y si fueras mi novia no te dejaría salir de esa manera con nadie que no fuera yo.
Ana se rió.
Él piensa que eres como un hermano para mídijo sonriendo.
Oh, eso quiere decir que
¿Qué? El piensa eso. Nada más.
Bien, entonces cuando me emborrache esta noche, olvidaremos que él cree eso.
¿Por qué deberíamos olvidarlo?
Porque borracho hago cosas que no debería.
Ana soltó una risita nerviosa y no dijo nada más. La miré fijamente a los ojos, y luego bajé unos instantes mi mirada a sus tetas. Ella advirtió esto, y sin decir nada, se echó hacia atrás en su silla, y comenzó a arreglarse el cabello, por lo que sus tetas parecieron dispararse hacia mí, apenas contenidas por la fina tela que remarcaba su redondez y los ahora perceptibles pezones. Durante los instantes en que hizo esta maniobra, no dejó de mirarme, con sus mejillas claramente sonrojadas. Podría haber echado el movimiento final, pero me dije que hasta ahí debía llegar. Por el momento.
Cuando dio el último trago a su cerveza, apareció Silvia en la cocina y saludó a Ana.
Pronto dejé de fijarme en su amiga para ver a mi hermana. Estaba hermosa, con el cabello húmedo, sus largos y grandes labios pintados de un color que no distinguí muy claramente pero que hacía su boca mucho más atractiva de lo normal. Llevaba una blusa roja, sin tirantes, ceñida al cuerpo, a través de la cual podía vislumbrarse la justa y proporcional forma de sus senos. Un pantalón de algodón, negro y ajustado, marcaba a la perfección sus caderas y sus delgadas y bien torneadas piernas. Después que se saludaron, advirtió mi insistente mirada.
¿Qué te pasa?-me dijo
¿Piensas salir así?
No, si quieres me pongo el hábito. ¿No está mi madre, y ahora te toca a ti?
Bueno, es que vas un poco ligera, por decirlo de alguna manera.
¿Y cómo quieres que vaya? Se supone que en la disco bailemos, hará calor y prefiero estar cómoda.
tienes razón. Y no es que quiera impedir que salgas así, es que los tipos se te van a echar encima.
Para eso vamos con mi hermano y su amigo, ¿no?
Qué noche complicada.
Nos portaremos bien. Ahora, ¿debo dar por entendido que estoy linda?
Sí, Silvia, lo estás. Por eso mismo me preocupo. Ambas están muy lindas.
Dicho esto Silvia se abrazó a Ana, apoyándose mutuamente los senos, y mejilla con mejilla, haciendo cara de niñas malvadas me lanzaron besos al aire. Me reí, terminé mi cerveza y les dije que me iría a bañar. De la ducha sólo diré que no pude evitar pajearme ante la imagen de Ana. Debo admitir, que también, en algún momento la figura de Silvia se me pareció fugazmente, pero no le di mayor importancia. Nunca lo hice.
En la puerta de la disco nos encontramos con mi amigo Pablo y su novia Mara. Era una chica muy bonita, alta de grandes piernas, un hermoso trasero que compensaba la mínima expresión de sus tetas, pero al fin y al cabo era la novia de mi amigo.
Dentro de la disco buscamos un lugar para poder tomar algo, Allí nos quedamos un rato, hasta que Silvia y Ana, junto a Mara se fueron a la pista. Aproveché a tomar algunos tragos con Pablo, y hablamos de un montón de cosas. El admiraba las tetas y el culo de Ana, a escasos metros de nosotros. Le conté de mi intención de juego con ella y que más tarde o temprano le haría una bonita cornamenta a su novio, un tonto niño que no se merecía esa apetecible chica.
Bueno, y hablando de casa, tu hermana Silvita no está nada mal. Deja, que si Mara no estuviera
Además de Mara, en el caso de que Silvia no fuera mi hermana, no tendrías problemale contesté siguiendo el chiste.
Si no fuera tu hermana, hasta tú le darías.
Jaja. Claro que sí.
Bueno, si tomas mucho alcohol nadie se mosqueará y mañana te olvidas de todo.
Vamos, vamos, es mi hermana pequeña.
Pequeña, ¡pero si media disco se la quiere follar! Aprovecha las vacaciones y juega al doctor con ella.
Ante esta ocurrencia ambos soltamos la carcajada. Pero no pude evitar contemplar una vez más a Silvia mientras se contoneaba sensualmente al ritmo de la música.
Me fui a la barra a buscar unos tragos cuando Ana llegó y se colocó junto a mí. Tomando mi brazo me pidió que le comprase otra cerveza. La miré, y a esas alturas el alcohol había empezado a aflojarme la lengua.
Lo que precisas es algo más fuerte. Te invito un trago.
Tú compra que yo pagome contestó. Pedí el trago y se lo di a Ana. Ella quiso darme el dinero pero no se lo acepté.
Deja, deja, este lo invito yo le dije, pero Ana insistía ante mi negativa. Finalmente, tomó el dinero y quiso colocarlo en el bolsillo trasero de mi pantalón. Yo reía y me negaba.
Basta, Anita. Además no llevo el dinero atrás, sino adelantele dije mientras señalaba mi bolsillo. Ana me miró, sonrío, y como si me desafiara, introdujo su mano en el bolsillo del jean. Pude sentir como sus dedos rozaron, casi imperceptiblemente, mi polla.
Bonita alcancíame dijo sonriendo, mientras sacaba muy lentamente la mano.
Ya ves, no es una chanchita; más bien un pequeño burro- le contesté, atrevidamente, aprovechando mi leve ebriedad.
Ana, me miró, sonrió.
Eso habría que averiguarlome dijo y dio un largo trago a su vaso.
¿Tú quieres hacerlo?
¿Me lo estás proponiendo?
No me contestes con otra pregunta.
A veces soy muy curiosame dijo mientras jugaba con un dedo en su trago y se lo llevaba a la boca.
Tomo eso como un sí.
Tú no deberías tomar másme contestó con una sonrisa.
Ambos reímos y sentí que ese era el momento clave, o hacía algo en consecuencia de mi interés por Ana o todo se diluiría como un simple juego de palabras y nada más. Me acerqué un paso hacia ella y rozando con mi nariz la oreja de Ana, le dije al oído:
Estás muy linda, Ana. De verdad, sigo sin entender que te hayan dejado sola esta noche.
No estoy solame contestó al oído. Pude sentir la tibieza de su aliento y sentí repentinas ganas de besarla.
No, estás bien acompañada, ¿no crees?- le dije y sostuve mi mirada en sus ojos.
Muy bien acompañadame dijo mientras tomaba mi brazo suavemente.
En ese momento me disponía a besarla, pero Ana se alejó repentinamente. Silvia venía hacia donde estábamos. Silvia nos miró unos segundos, seriamente. Pronto nos sonrió y con una mirada desafiante le dijo a Ana que la acompañara al baño. En ese momento creí que todo se desvanecía y que el momento había pasado. Sabía que Silvia no dejaría que anduviera coqueteando con su amiga. Ana me agradeció el trago y se fue con Silvia, la cual me dirigió una helada mirada.
Las vi alejarse, tomadas del brazo.
Pablo estaba a mi lado junto a Mara. Me miró y me sonrió mientras negaba con la cabeza.
Se acercó y me dijo:
Me parece que hoy no cenas.
Joder con esta pendeja, voy a morrear a la amiga y me la saca de encima.
Yo creo que hay dos opciones, Marcos. Una es que esté protegiendo a su amiga a medio emborracharse antes de que le meta los cuernos a su novio. La otra es que no quiere que compitas con la amistad que tienen entre ellas.
Hay una terceradijo Mara que se acercó a Pablo.
¿Cuál?pregunté
Que esté celosa. ¿O acaso crees que dejará que su amiga coqueteé con su hermanito mayor?dijo Mara.
No digas tonterías, Marale contesté alegremente.
Marcos tu hermanita no te sacó los ojos de encima desde que Ana se acercó a ti, cuando poco le importó que un tipo mucho mayor que cualquiera de nosotros, le comiera el oído a Ana con propuestas poco santas. ¿Crees que una chica tan competitiva como Silvia dejará que una amiga suya se quede con lo que ella no puede tener? Vamos, Marcos-me dijo con Mara con firmeza y seguridad en sus palabras.
Espera, ¿me estás diciendo que mi hermana no quiere que Ana coqueteé conmigo porque ella no puede hacerlo?
No, no quiere que Ana sea tu magreo de la noche. Silvia puede coquetear contigo, pero no puede hacer nada másme dijo Mara.
Pero estás hablando de mi hermana, Mara, vamosle dije medio incrédulo.
¿Me vas a decir que Silvia nunca coqueteó contigo aunque sea un poco? Consciente o inconscientemente lo ha hecho y tú, consciente o inconscientemente lo has negado. Y viceversame dijo Mara.
No lo creole dije a Mara mientras terminaba de un trago una nueva cerveza.
Creo que deberías creerle, Marcos. Ella sabe lo que dice. En realidad nosotros somos... ¡hermanos!dijo Pablo y los tres empezamos a reírnos.
Mira si quieres, compruébalo. Cuando vuelva Ana, trata de acercarte a ella. Silvia no la llevó al baño para decirle que no se acercara a ti. Sólo se la llevó para marcar territorio pero sin darle muestra de sus temores a Ana. Haz lo que te digo, acércate a Ana y trata de hacer lo que querías un rato atrás, verás que Silvia hará una de dos cosas: Buscará algún tipo para hacer lo mismo que tú haces con Ana, a la vez de mirarte desafiante. La segunda posibilidad es que
Te diga que se siente mal y que quiere irse a casainterrumpió Pablo.
Exacto, pequeño saltamontes; has aprendido la leccióncontestó Mara y besó a Pablo.
Los miré pensando en la suerte que tenían de estar así esa noche y la mayoría de las otras. Pero también pensé que el más afortunado era Pablo al estar con una chica tan inteligenteamén de sus atributos físicoscomo Mara.
Pero, creo que hay otra posibilidaddijo Mara.
¿Cuál será esa posibilidad? Esto es demasiado complejocontesté.
Que Ana desvíe tu interés por Ana y lo dirija hacia ella misma.
Con otro tipo, ya lo dijisterespondí.
No. Ella podría coquetear contigo y jugar a desdibujar los límites con cierto erotismo y naturalidad. Sólo para que Ana sepa que es algo natural entre ustedes y Silvia le quiera dejar en claro que no debe tomarse mucho esfuerzo para lograr lo que Ana.
En definitiva, te va a dejar la polla como una estacadijo Pablo. Todos reímos a las carcajadas.
Basta de cosas raras, mejor me tomo otra y no los escucho másterminé de decirle y pedí otra cerveza. Pero no podía dejar de pensar, por más efecto que surtiera el alcohol en mi capacidad intelectual, en todo lo que me había dicho Mara. ¿Cuánto habría de cierto en todas sus elucubraciones?
En eso estaba cuando Ana y Silvia volvieron del baño. Ana me sonrió. Le respondí de igual manera y le ofrecí de mi cerveza. Silvia sólo nos observaba sin decir nada. Ana tomó la botella y mientras no me sacaba la mirada de encima, se colocó el pico entre sus labios y bebió largamente. Un poco de espuma salió por el pico. Ana pasó la lengua a lo largo de la botella y la limpió de espuma. Luego me miró y sonrió. Silvia atenta todo esto me tomó de la mano y me llevó a la pista. Empezamos a bailar, sin decirnos nada, un poco de música electrónica. Pero luego llegó el turno de la música tropical ya Silvia me hizo tomarla y bailar a su ritmo. Al principio bailábamos si estar muy pegados, pero Silvia se acercó más a mí y tomando mi brazo, hizo que la rodeara más cercana y firmemente.
Baila como un hombre hermanito.
¿Como debe bailar un hombre, hermanita querida?
Con un poco de picardía y sin miedo de tomar a tu pareja con ganas.
Bueno, es que esto de bailar entre hermanos no es muy motivadorle dije sonriendo.
Claro, seguro quieres que alguien más baile contigo; pero yo lo hago mejor que y sus palabras se perdieron en el volumen de la música. Le dije que no la había escuchado. Silvia se acercó más a mí, puso una de sus manos en mi nuca como inclinándome hacia ella y me dijo al oído:
Que bailo mejor que algunas putitas.
Sentí su aliento tibio y levemente agitado golpearme en mi oreja. Esas cosas me pueden; y una vez más me sentí agitado, con ganas de que fuera Ana quien estuviera en el lugar de Silvia.
¿A quién te refieres?
No hace falta que te lo diga, la pista está llena de ellasme dijo sonriendo con picardía, y hay algunas fuera de ellacompletó mirándome a los ojos.
No contesté con palabras, sólo reí con ganas. Silvia hizo igual. Mientras la miraba pensaba a mil por hora en todo lo que habían dicho Mara y Pablo. Silvia no coqueteaba conmigo; ¿acaso mi hermanita podría hacerlo? Pero era obvio que sacarme a la pista a bailar de esa manera y hablarme así era la manera de marcar las cosas respecto a Ana. Yo estaba bastante alegre, en el principio de la ligereza de movimientos y la torpeza de lengua. Mis pensamientos iban rápida y confusamente. Miré a Silvia, me acerqué y le dije al oído:
Me voy a follar a tu amiguita.
Silvia me miró, desafiante, con una sonrisa cínica dibujada en las comisuras.
A ella sólo la puedes follar borracho.
¿Por qué? Es una chica muy linda.
No, no lo es, sólo es una chica con tetas grandes y un culo gordo sostenido por esos pantalones un talle más chico de los que debería usardijo Silvia y no pude evitar una carcajada.
Vamos, entonces al menos es atractivale dije una vez más al oído.
Tiene tetas grandes y es calienta pollas, nada másme contestó al oído.
Eh, cómo quieres a tu amiga, hermanita.
Amistad, sí, pero las cosas claras, Ana no es linda, sólo es una calienta pollas con un poco de tetas.
Como quieras pero no hace falta estar borracho para follársela.
Tú estás medio borracho, por eso quieres follártela.
Tienes razón y borracho puedo follarme a quien quierale dije e instintivamente me apreté más aún a su cuerpo, hasta sentir la dureza de sus tetas en mi pecho. Silvia me miró, sonriente. Cuando terminó la canción, le di un beso en la mejilla y le dije que iba al baño.
Mientras caminaba di la vuelta y vi a Silvia, mi hermanita, mirándome de brazos cruzados. Le tiré un beso con mi mano y me dirigí hacia el pasillo de los servicios higiénicos.
En el camino me crucé con Ana. La miré y sin pensarlo la tomé del brazo y le dije que me acompañara. Ella lo hizo presurosamente, tomándome, con ambas manos, del brazo.
Cuando llegamos al pasillo de los baños, me di vuelta y mirando a Ana, la arrastré a un rincón en penumbras. La apoyé contra la pared y sin mayor trámite nos besamos largamente, mientras mis manos la tomaban de la cintura. Empecé a tener una erección y mi polla comenzó a crecer, aprisionada en mi pantalón. Ana me besaba con mucha calentura y comenzó a mover su cadera empujándome con su pelvis. Sin dudas pudo notar la dureza de mi miembro sobre su vientre y se apretaba cada vez más contra mi cuerpo. Mis manos pasaron de sus caderas a su espalda. Fui subiendo y pronto las llevé hacia los costados, por debajo de sus axilas y rocé sus tetas con las palmas de mis manos. Ana tomó una de mis manos con la suya y la llevó hacia una de sus tetas. Y yo rápidamente bajé la otra por su espalda hasta alcanzar su carnoso culo. MI mano comenzó alternativamente a apretar con fuerza una y otra nalga, mientras con la otra masajeaba sus tetas y jugaba con sus pezones. Ana comenzaba a agitarse y su respiración se hacía más fuerte.
Con la mano que estaba en su culo, fui bajando lentamente a lo largo de su raya, yendo hacia delante hasta llegar a su entrepierna. Ana dio un respingo y movió su lengua con mucha más rapidez. Mis manos sentían el calor de su raja a través del pantalón, y no pude evitar deslizar dos dedos a lo largo de la misma, hasta llegar al agujero de su culo, una y otra vez. Ana se agitaba más y más, mientras daba respingos. Estuvimos unos instantes así, hasta que se zafó de mi boca y me dijo al oído, con voz entrecortada, que no podía hacer eso, que era demasiado, sacó mi mano de su entrepierna.
Vamos, Ana, deja las niñerías. Tu noviecito no está aquí.
No no Marcos no déjameme dijo con voz entrecortada por la excitación. La miré a los ojos y me di cuenta que estaba viendo más allá del lugar en donde estábamos. La dejé. Sin mirar atrás supe que Silvia estaba cerca de nosotros.
¿Qué te sucede? ¿Es tu novio o es Silvia quien te preocupa?- le dije antes de irme al baño. Ana no dijo nada y si me lo hubiese querido decir, tampoco la hubiese escuchado, tal era mi enojo. Cuando regresé del baño, Pablo estaba con las tres chicas y me miró con una sonrisa de conmiseración. Nos quedamos un rato más y luego nos fuimos, todos juntos.
Cuando dejamos a Ana en su casa, apenas me despedí con un leve simulacro de beso en su mejilla, algo que Silvia pareció disfrutar. En el camino casi no hablamos.
Al llegar a nuestra casa, me fui a la cocina y Silvia subió a su habitación. Yo tenía cierto enojo, fruto del frustrado intento de comerme a Ana. Saqué una botella de vino tinto de la gaveta de bebidas de mi madre, tomé una copa y me dispuse a beber un poco más. Pronto me puse a pensar en todo lo ocurrido en la disco. Pensé en Ana, y lo que pasó y dejó de pasar. También traté de evocar todas las palabras que intercambié con Pablo y Mara. ¿Mi hermana intentando seducirme, celosa de lo que me sucedía con Ana? Me lo repetí una y otra vez, hasta intentar que esas palabras coincidieran con lo que pasó entre Ana y yo, y mi pequeña charla con Silvia mientras bailábamos. ¿Su baile fue un intento de seducción? Cuando se apretaba a mí, hasta el punto de sentir sus tetas en mi pecho, o el calor de sus piernas alrededor de la mía, llegué a creer que así era. Pero, ¿no fui yo en realidad quien dijo algo como borracho puedo follarme a quien quiera, y posteriormente me pegué lo más que podía y permitía nuestra relación? Sí, fui yo. Y quizá las palabras de Mara y Pablo me dieron en ese momento el descaro de hacer y hablar así. Pero Silvia no se mosqueó por eso. No, no lo hizo. Al contrario rió de mis palabras. Además, Silvia había demostrado cierta satisfacción al ver que estaba molesto con Ana. ¿Qué estaba pasando?
El vino sumado a todo lo que había bebido en la noche, hacía que mi cabeza comenzara dar vueltas. No creo que estuviera borracho, pero estaba en el punto exacto en que los pensamientos y las fantasías se funden en un todo confuso, y el discurso que mi mente pudiera tener, distaba un poco de lo racional. Así Silvia pasó a dominar mis pensamientos, y empecé a fantasear con la idea de mi hermanita interesada en mí de una forma poco santa.
Estaba en eso cuando escuché que Silvia bajaba las escaleras. Cuando entró a la cocina la vi sonreír. Se había dado una ducha; su pelo estaba mojado, y sólo llevaba puesta una camiseta larga y vieja que le llegaba a medio muslo.
Bueno, parece que no te bastó la noche de copas, hermanitome dijo.
Hay que ahogar las penas, hermanita queridadije.
¿Cuáles penas?
Las de amor, por supuesto- le dije, con sorna, mientras ponía una mano sobre mi corazón. Silvia sonrió y negó con su cabeza.
Lo único que faltaba. Ya te dije que es una calienta pollasme dijo.
Ah, hablas de Anale contesté sin saber por qué lo hacía de tal manera.
¿De quién más?
Bueno, no importa, Pero sí tienes razón, Anita es una calienta pollas. Aunque ella parecía estar caliente también.
¿Sí? ¿Porque chupa la espuma de la cerveza como si fuera una corrida?
No es sólo eso. Además deberías cuidar tu boquita hermanita. Pero no, además la tuve entre mis garras y le di un poco de cariño.
Ajá, sí, los vi.
¿Y ella te vio a ti?
¿Por qué preguntas?dijo mientas tomaba una silla y la colocaba frente a mí.
Es que quiero saber si tú nos estabas espiando y por eso ella dejó de querer estar conmigo.
Te dije que es un simulacro de putita, sólo te dejó con la calentura porque así es ella.
Y cuando fueron juntas al baño, ¿le dijiste algo?le pregunté a Silvia.
Nada que pueda interesarte. En el baño hablamos de un montón de cosas, pero ninguna que se pueda decir a un chico, menos a un hermano.
¿Qué tipos de cosas serán? ¿Hablaron de mí?
No creo.
No me importa, ya me encontraré con Ana otra vez y no la dejaré escapar.
Qué ganas de perder el tiempo.
Dudas de mí.
No, no lo hago, pero me parece que no vale la pena tanto interés en Ana.
Eso debería decidirlo yo, Silvita querida.
Deja los diminutivos, Marquitosme dijo y tomó mi copa.
Tú no tienes penas, no bebas.
¿Cómo lo sabes? Además, bebo porque me gusta.
Beber desinhibe, ¿no?
Dímelo tú.
A mí me afloja la lengua, claro.
¿Sólo la lengua?- me dijo con una leve sonrisa. ¿Hacia dónde quería ir mi hermana?
Bueno, no lo sé, pensando en lo que pasó en la disco, hay cosas que no se ablandan.
Silvia me miró, bebió de su copa. Levantó sus piernas y las cruzó sobre la silla, sentándose a lo indio. Con una de sus manos acomodó la camiseta de manera de que no se viera nada de su entrepierna. No dejé de observar todo esto y Silvia lo sabía.
Bien, o sea que te quedaste con la sangre en el ojo, por decirlo de alguna manerame dijo.
Un eufemismo, por supuesto.
Silvia rió. El vino parecía comenzar a surtir efecto. Por mi mente empezaban a volverse más claras y atrevidas las ideas sobre mi hermana y lo que deseaba en ese momento. Silvia no me sacaba la mirada de encima. Había una cierta tensión en el ambiente.
Cuando mencionaste lo de las penas me diste a entender que no era Ana quien te apenabalanzó con presteza.
Estaba recordando todo lo que pasó en la noche.
No te vi con otra chica aparte de Ana y Mara.
Eh, bien, Mara es una linda chica, inteligente sobre todo. Pero es la novia de mi mejor amigo.
Sí, es una chica interesante. Pero eso que dices acerca de que es la novia de tu amigo, no evita que pueda pasar algo. Hay límites que se rompen.
Mara no me interesa sexualmente, a pesar de todo. Pero me gustaría saber un poco más sobre tu opinión acerca de los límites- dije. Silvia dio un trago más a la copa de vino, y la dejó sobre la mesa.
Primero, no contestaste la pregunta que te hice. ¿Si no era Mara ni Ana, quién entonces?
Miré a Silvia. Al dejar la copa sobre la mesa, se había estirado levemente, soltando su camiseta. Ahora podía ver entre sus piernas el color rojo de sus bragas. Lo hice fugazmente, pero Silvia, sin dudas pudo notarlo. A pesar de eso, ni se inmutó. Mientras me servía una copa más de vino, le dije:
Estabas muy linda hoy. Y bailas muy bien.
Silvia pareció suspirar de impaciencia. Pero sonrió de todas maneras.
Ya lo sé.
Jaja, vaya modestia la tuyale dije mientras le alcanzaba la copa de vino. Sabes, en un momento, hablando de límites, deseé que no existieran.
¿Qué quieres decir?dijo y vi que la conversación ya estaba tomando rumbos inciertos.
Que si tu no fueras mi hermana, y con las ganas de follarme a Ana que tenía, te habría dado un morreo de madrele dije, mirando el piso. Silvia comenzó a reír y se atoró con el vino y tosió. Estirándome sobre la silla, golpeé su espalda suavemente. Cuando terminó de toser, se quedó mirándome. Estábamos muy cerca uno del otro. Observé como en la comisura de sus labios había un resto de vino que se derramó sobre su barbilla. Con mi mano, lentamente tomé la gota, la arrastré hasta apenas rozar sus labios y me llevé la mano a mi boca para limpiar mis dedos. Silvia me miraba, con sus mejillas encendidas, y sus ojos vidriosos. Pero no dijo nada. Algo esperábamos. Ambos. Me retiré hacia atrás, apoyando mis hombros en la pared y mis piernas quedaron abiertas y estiradas hasta casi llegar a la silla de Silvia. Me quedé viéndola, y ella a mí. A pesar del alcohol, mi verga comenzaba a inquietarse, y un cierto abultamiento se marcaba en mi paquete. Silvia se acomodó un mechón de pelo por detrás de su oreja. Yo esperaba, ansioso, algo que no sabía si sucedería.
¿Hablas en serio?preguntó Silvia con una leve sonrisa dibujándose casi imperceptiblemente.
¿Qué me ibas a decir de los límites?dije por respuesta.
No me contestaste, Marcos.
Yo pregunté primero, pero sí, si quieres saberlo, claro que hablo en seriole dije y di un último trago a mi copa. Silvia movió su cadera hacia delante, apoyando la parte superior de la espalda en el respaldo de la silla. Estábamos frente a frente, sentados de la misma manera. Silvia que no desviaba su mirada de mis ojos hubiera podido apreciar lo abultado de mi paquete. Yo, en cambio podía ver la entrepierna de Silvia; había abierto las piernas, y podía notar el bulto de su raja sobre la tela de sus bragas rojas. Parecía que ya casi no nos guardábamos de nada.
Los límites a veces a veces son borrosos, a veces pueden cruzarse, eso creodijo finalmente Silvia.
Es cierto, sólo hace falta un poco de coraje, ¿no crees?
Silvia levantó sus piernas y las colocó, flexionadas, en el borde de mi silla, arrastrándose más, y casi dejando su culo en el borde de su silla. Ahí la tenía, a menos de un metro de mí, sentada, con sus piernas a centímetros de mi verga, mostrándome sus bragas rojas que se abultaban en la entrepierna y parecían desaparecer entre sus nalgas, las cuales podía empezar a adivinar, casi desnudas, al borde de la silla. Silvia me miró, y terminó su copa de vino.
Lo creo, Marcosdijo finalmente sin quitarme los ojos de encima. Estábamos expectantes, sin decidirnos por nada. Luego de lo que nos dijimos, ¿qué podía pasar? Todo, o nada. Entonces, ¿qué hacer? Corrí mi silla hacia delante, y tomé sus piernas, colocándolas sobre las mías. Comencé a masajear sus pies, suavemente. Me entretuve en sus plantas, en sus dedos, y podía sentir un temblor casi imperceptible en Silvia. La miré a los ojos a medida que iba subiendo por sus pantorrillas. Corrí la silla, quedando ambas casi pegadas. Silvia había quedado más abierta de piernas. Mientras suavemente masajeaba sus torneadas piernas, no podía quitar la vista del bulto de su coño. Silvia sabía que la estaba mirando y no decía nada, sólo se dejaba hacer. Pero no me animaba, aún, a ir más allá. Cuando pasé a sus muslos, suaves, tersos y bien formados, dejó escapar una especie de leve resoplido. Mis manos seguían acariciando y tomando suavemente cada centímetro de sus muslos, y mis manos comenzaban a deslizarse por su cara interna. Mis dedos iban y venían; con la punta de ellos llegué a escasos centímetros del borde de sus bragas. Me detuve y miré a Silvia por un instante. Me seguía mirando, con la cara levemente desencajada, sus mejillas encendidas y sus ojos oscuros, vidriosos, levemente cerrados, enmarcados por sus cejas delgadas y bien delineadas. Su boca entreabierta, expectante, como a punto de devorar una presa. Pero algo impedía que siguiera adelante.
Quieres que te acompañe a tu cuarto, quizá estás un poco mareado y necesites ayudame dijo.
¿Ya crees que es hora de irnos?le dije e instintivamente mis manos se desplazaron en una caricia casi hasta los bordes internos de su braga. Podía sentir el calor de lo más hondo de Silvia. Todo era muy evidente.
Sí, vamos, te recostaré en la cama, y si quieres podemos seguir conversando un ratome dijo una mirada que nunca antes vi en su rostro.
Quité mis manos de sus piernas. Silvia se levantó y pareció tambalear un poco.
Vaya, no soy el único que necesito ayudale dije.
Ya lo creome dijo sonriendo.
Cuando me levanté sentí un pequeño mareo, nada importante, pero me tambaleé un poco. Silvia me tomó del brazo y me miró fijamente. Me llevó hasta las escaleras.
Espera, yo voy delante y tú te agarras de mis caderas para no caerteme dijo. Asentí con un leve gesto. Silvia se dio vuelta y la tomé como me dijo. Subimos la escalera y no podía dejar de mirar las piernas de mi hermana, largas, hermosas y tersas, mientras ella tomaba algunos escalones de ventaja. Con mi manos llevé su camiseta traté de estirar la tela, y su camiseta subió algunos centímetros, adhiriéndose más a su culo. Podía notar la forma de sus nalgas y distinguir cómo sus diminutas bragas desparecían como devoradas entre ellas.
Llegamos a mi habitación. Silvia entró y cerró la puerta. Todo parecía tomar, definitivamente, un rumbo. Me senté en la cama. Mi hermana encendió la portátil de mi mesa de luz y me quedó viendo. Ahora la veía parada frente a mí, su cabello suelto, su camiseta a media pierna, vieja, gastada, y por primera vez me fije que sus tetas se dibujaban casi a la perfección bajo la tela. Parecía no llevar sostén. Mi imaginación, en un pestañeo, imaginó un montón de cosas. Ella se acercó a mí,
Te ayudo con la ropa-dijo y colocándose de pie entre mis piernas, comenzó a desabrocharme la camisa. Yo me dejaba hacer, mis ojos iban de los suyos a sus tetas a escasos centímetros de mi cara. Cuando desabrochó el último botón, tomó el cuello de la camisa y lo sacó hacia atrás, obligándome a apoyar mis manos en la cama. Ella en un movimiento, subió a la cama y colocándose a mis espaldas, de rodillas, me quitó la camisa. Con sus manos me hizo recostar en la cama poniendo mis piernas sobre la misma. Me miró unos instantes, dudando. Finalmente sus dedos fueron al botón de mis pantalones. Rápidamente bajó la cremallera, sin siquiera tocarme el paquete. Mi polla estaba morcillona, y abultaba mis calzoncillos. Pero Silvia no decía nada. Yo mismo terminé de sacármelos. Tomé la almohada y me incliné sobre el respaldo de la cama. Silvia me miraba, sin decir nada. La miré a los ojos.
Gracias, hermanitale dije dulcemente. Me sonrió. ¿Te quedas un rato junto a mí?pregunté.
¿Quieres que me quede a dormir contigo?me dijo por fin.
Sí, clarodije.
Silvia se inclinó delante de mí, dio media vuelta y colocando una de sus piernas entre las mías quedó de frente a mí, casi montada con su coño sobre una de mis piernas.
¿Quieres que apague la luz?dijo.
Haz lo que quierascontesté. Silvia finalmente apoyó su entrepierna en mi muslo, y mirándome me dijo:
¿Recuerdas cuando jugábamos al caballito?me dijo y Silvia empezó a moverse muy suavemente sobre mi muslo. Podía sentir el calor de su coño, y casi la obvia humedad de su cueva, sobre mi muslo.
Por supuestodije. A veces extraño jugar contigo.
Entonces déjame jugary sin dejar de mirarme, a los ojos, comenzó a moverse, ahora más marcadamente, sobre mi pierna, son tocar mi paquete con las suyas. Se desplazaba, de atrás hacia delante, con un vaivén pronunciado. Podía sentir un calor infernal de su entrepierna. Mi verga comenzó a ponerse dura. Silvia o notó, pero no dijo nada; continuaba cabalgando mi pierna. La contemplaba, miraba sus ojos, que no se despegaban de los míos. Sus tetas parecían más duras y pronto noté el bulto de sus pezones. Yo me dejaba hacer como un juguete, tal era el propósito de Silvia. Su respiración comenzó a agitarse y cerraba los ojos de vez en cuando. Pronto empezó a jadear, y finalmente empezó gemir levemente. Pasaba de mirarme con los ojos entrecerrados a volcar la cabeza hacia atrás, apoyándose con ambas manos en la cama. Así estuvo unos instantes más hasta que de su boca salió un sostenido quejido, momento en el que con una de sus manos me tomó de la cadera y apoyó la otra en mi vientre. Se sacudió unos instantes sobre mi muslo, ahora totalmente húmedo de los jugos de mi hermana.
En todo ese tiempo, esos minutos, sólo me deleité viéndola, si tocarla ni hacer nada.
Cuando Silvia cesó sus movimientos se quedó mirándome con una sonrisa cómplice, sin decir nada.
Mi hermana se quitó de mi pierna y se recostó a mi lado, con la cabeza apoyada en su brazo. Di media vuelta y me quedé viéndola a los ojos.
La niña disfrutódije.
Sólo jugué un rato, como cuando éramos más pequeños, hermanitorespondió con su hermosa sonrisa.
¿Y yo?
¿Tú qué?
¿Me quedaré sin jugar?
Silvia se rió unos instantes. Se irguió y con un rápido movimiento se sacó la camiseta. Ante mí quedaron a la vista sus hermosas tetas. Eran medianas, duras, firmes, apetitosas, con sus aureolas levemente rosadas y sus pezones grandes y erectos. Esta vez se colocó a horcajadas sobre mí paquete tan rápidamente que no podía creerlo. Podía sentir cómo su coño manaba calor y humedad sobre mi bulto erecto. Silvia no decía nada, comenzó a moverse de la misma manera que lo hizo antes sobre mi pierna. Yo sólo pude mirarla, casi incrédulo. Pero no lo dudé y con mis manos tomé sus tetas. Las sopesé, hermosas, firmes, con la piel suave y tersa, como parecía ser toda la piel de mi hermana. Toqué sus pezones y Silvia suspiró. Siguió con sus movimientos, cada vez más acompasados con los míos propios. Con una de mis manos comencé a tocarle el culo. Silvia me miraba, cada vez más excitada. Deslicé uno de mis dedos a lo largo de sus bragas; rocé el agujero de su culo y rápidamente llegué a sentir el canal que me llevaba a su coño. Mis dedos se deslizaron sin dificultad en la chorreante humedad de su caverna. Mi dedo mayor pronto se encontró jugando a lo largo de su raja. Silvia dio un respingo y sus movimientos se hicieron más rápidos y pronunciados. En uno de sus enviones, mi dedo se metió totalmente dentro de su coño. Empecé a meterlo y sacarlo, mientras mi hermana jadeaba cada vez más fuerte. Me dolía la verga aprisionada por mis calzoncillos y los movimientos de mi hermana. Silvia gemía y me decía que siguiera así. Pero me detuve y acomodando mi espalda en el respaldo de la cama, quedé casi sentado. Arrastré a Silvia, y bese su boca con pasión. Nuestras lenguas empezaron a buscarse, rápidas, llenas de deseo, sin dar abasto a la desesperada intención de comernos y bebernos, de tragar nuestra saliva, mordernos los labios y dejar que escaparan los gemidos desesperados de uno y otro, mientras tomaba el culo de mi hermana y sin sacarle las bragas metía mis manos en su agujero, violando su intimidad, penetrando la humedad pecaminosa y lujuriosa de su coño chorreante, mientras ella con un movimiento rápido, de espaldas a mi polla, la cual había liberado de su doliente prisión, comenzó a pajearme con una presteza y rapidez que nunca imaginé. Silvia dejó de besarme y se quejó largamente, mientras acababa una vez más ante el intenso jugueteo de mis manos en su agujero y punzante y duro clítoris.
Pero aún faltaba para que yo acabara. Silvia, sin dejar de mirarme a los ojos siguió masturbándome en la misma posición en la que estábamos. Ahora yo me quejaba de placer, el cual se duplicaba por la morbosa situación que vivíamos. Silvia en un rápido movimiento, se desplazó hacia atrás, sin dejar de menearme la verga, y colocándose entre mis piernas, me miró. Cuando le dije que estaba por acabar, sin dudarlo, se la metió de un envión en la boca, apenas unos instantes antes de derramar toda la leche caliente. Silvia seguía pajeándome, mientras mi leche se desparramaba dentro de su boca y podía escuchar el esfuerzo que hacía mi gentil hermana para tragar todo lo que estaba recibiendo dentro de ella, sin atragantarse. Jamás en toda mi vida había disfrutado tanto de una corrida semejante.
No podía creerlo. No. Aunque tampoco me cuestioné demasiado en ese momento. Silvia estaba a mi lado, sin decir nada. Ambos parecíamos estar saliendo de un extraño trance. Mi polla estaba fuera, flácida, húmeda. No sabía qué decir, ni siquiera si era necesario decir algo.
Miré a Silvia. Mi hermana miraba el cielorraso, perdida en vaya a saber qué. Finalmente se dio media vuelta y comenzó a dormir. La cabeza me daba vueltas, fruto del alcohol y la confusión del momento. Miré la hora, eran las cinco de la mañana y la luz del día comenzaba a aparecer. Apagué la lámpara, me acomodé junto a Silvia, pasé mi brazo sobre su cadera y mis ojos se fueron cerrando mientras mis dedos acariciaban su vientre.
Me levanté cerca del mediodía con un poco de resaca, aunque nada serio. Mi hermana no estaba en la cama. En el ambiente había olor a sudor y sexo. Fui a la cocina a prepararme un café, y me encontré con Silvia ya levantada, haciendo lo propio en la cocina. Estaba junto a la mesada, sólo vestida con la camiseta que usaba como camisón, preparando tostadas para el desayuno. Apenas volteó al verme entrar y siguió como si nada.
Me senté en la misma silla que horas antes y esperé que Silvia terminara con las cosas.
Buen día, ¿o la resaca es grave?dijo.
Perdona. Buen día.
Silvia sirvió café para ambos, dejo las tostadas en la mesa y se sentó a la otra cabecera.
Nos miramos unos segundos sin decir nada.
Le puse dos de azúcar. ¿Está bien?dijo.
Probé el café y asentí con un gesto.
Silvia, respecto a lo que pasó -empecé a decir, pero fui interrumpido.
Creo que no hay mucho para decir al respecto. Lo hecho, hecho está. Fue cosa de ambos, la responsabilidad es nuestra.
Pero creo que debo decirte que siento un poco de culpa. Creo que fui yo quien provocó lo que pasó.
Es mucho crédito. Ya te dije que fue algo compartido. Además, fui yo quien decidió dar el paso inicial. Extrañaba el caballitodijo y comenzó a reír. La miré y le sonreí como respuesta.
Aún así
Ya está, sin culpas, por favor.
Está bien. ¿Y de ahora en más qué pasará?
¿Qué crees que pasará? Todo seguirá como antes, si eso es posible. Los únicos que lo sabemos somos tú y yodijo. Su firmeza, su seguridad y la aparentemente inexistente culpa, me parecía muy extraño. En mi cabeza se hicieron eco las palabras de Mara. Esto había ido más allá de lo que ella pensaba.
Terminamos el desayuno diciendo pocas cosas, todas sin mayor importancia, relativas a las tareas del hogar para los días siguientes.
Me di un baño para refrescarme. Mientras me duchaba pensé en todo. Tan natural había sido la reacción de Silvia ante lo ocurrido que me sorprendí una vez más. Mi única culpa era pensar que si yo no me hubiera dejado llevar por el alcohol, quizá nada hubiera pasado.
Pero pronto una interrogante cruzó mi cabeza, sin saber por qué tenía tanta importancia para mí. ¿La clave sería Ana? Terminé con mi baño y vestido sólo con una toalla, decidí llamar a Ana desde mi habitación. Debía hablar con ella. Llamé a su celular y luego de unos segundos me atendió con voz dormida.
--Anita, soy yo, Marcos.
--Hola. Dimedijo con voz entre dormida y molesta.
--Primero quiero pedirte disculpas por lo de anoche. La bebida a veces me saca de las casillas.
--No tienes que preocuparte de nada. Los dos estábamos alegres. Es todo.
--OK, pero debía asegurarme de que no estuvieras molesta conmigo.
--Está bien Marcos, seguimos amigos como siempre.
--Ana, quiero preguntarte algo y promete que me dirás la verdad.
--¿Qué quieres saber?
--¿Qué te dijo mi hermana en el baño de la disco?pregunté y Ana pareció dudar unos instantes.
--Nada, Marcos, cosas sin importancia.
--¿Estás segura?
--¿Por qué preguntas?
--Por favor dime la verdad, recuerda lo que pasó anoche.
--Anoche no pasó nada, ¿de qué hablas? Creo que quedó claro.
Ana se molestaba y yo quería saber exactamente qué había sido dicho en el baño. Por alguna razón tenía esa urgencia y trataría de sacarle todo a Ana.
--Mira Ana, por última vez, es necesario que me digas qué te dijo Silvia. Recuerda que por mas que no haya ocurrido nada en la disco, como tú dices, hay alguien que podría pensar lo contrario.
--Marcos, eres estúpido, y más estúpido si me amenazas.
--No, no te amenazo. Sólo te ruego que me digas la verdad.
--Mira, hablamos de ti, ¿sabes? Silvia me dijo que te sedujera, que te calentara, que jugara un rato contigo y te dejara con la polla dura. ¿Eso querías escuchar?
--¿Es verdad?pregunté, aunque por alguna razón todo me sonaba verosímil.
--Sí, Marcos, es verdad.
--¿Te dijo por qué?
--Qué pesado eres. Mira, me dijo que tú y tu amiguito Pablo habían apostado que esa noche tú harías todo lo imposible por follarme. Me dijo que debía darte esperanzas y dejarte calientedijo, y creo que lo logré, ¿no?y rió unos instantes.
--Quizá. Pero a ti tampoco pareció disgustarte la idea.
--Me causó gracia que pensaras así de mí.
--Yo mira, me sigues pareciendo una chica muy linda. No te lo voy a negar. Lamento que no tomaras en serio mis palabras. Pero no importa, ya tendremos tiempo de charlar del temadije, y Ana emitió una pequeña risa.
--Quizá en algún momento lo hablemos. Pero ahora me tengo que ir. Me voy de vacaciones con mi novio.
--¿No era que este verano te quedabas aquí?
--No, ya lo teníamos planificado desde hace tiempo. La invité a Silvia para que viniese con nosotros, pero no quiso--. Estas palabras de Ana me revelaron algunas cosas que no entendía. Las cosas empezaban a cerrarme. Ana no sabía aún el papel que le había tocado y yo sospechaba de la ingenuidad de todos nosotros. Excepto Silvia. Las piezas, en teoría, encajaban.
Me despedí de Ana y le dije que nos veríamos muy pronto. Se rió y se despidió con un beso para mí y mi alcancía. La hora de Ana quedaba pospuesta hasta más adelante.
Sentado en mi cama pensé en todo lo que dijo Ana. Para empezar, Silvia instigó la provocación de Ana. Inventó la apuesta, cosa que bien podía habérseme ocurrido, pero no fue así.
La actitud de mi hermana luego de nuestra noche de juegos era demasiado natural, como si hubiera procesado el alcance de lo ocurrido con mucha rapidez. Lo cierto es que siempre supe que Silvia era una chica muy inteligente, y que sabía aprovecharse de las facilidades que los demás le brindaban, pero su actitud en la pista, sus palabras sobre Ana, todo lo ocurrido en definitiva, provocaron una idea que crecía en mi cabeza. Silvia siempre supo cómo terminaría todo, parecía que así lo había planificado y deseado. Incluso el pretexto de que Ana no se iría de vacaciones para así quedarse en casa conmigo parecía ser parte del plan. Ahora, a pesar de esto, ¿debía sentirme molesto por haber sido un juguete en las manos y planes de mi hermana o debía sentirme halagado? ¿Era posible sentirse halagado con algo que visto desde afuera hubiese causado un escándalo desatado por semejante tabú? ¿Me importaba esto? A Silvia, parecía que no. A mí, después de todo, comprendí que tampoco. Al contrario, la extraña sensación que se apoderaba de mí, no era otra que el deseo por lo prohibido: poseer a mi hermana. Esos pequeños momentos de excitación o de deseo que alguna vez quisieron atisbar en mi forma de mirar a Silvia, ahora quedaban sublimados por lo que había ocurrido y por lo que creía que ocurriría.
Fui a la cocina, sólo con la toalla atada a la cintura. Silvia estaba lavando la vajilla. Me acerqué lentamente y la llamé. Con un gesto le indiqué que me siguiera. Ella dejó los trastos y siguió mi camino.
En el living estaba el sillón en el que mis padres nos habían pillado jugando en un simulacro de sexualidad, un caballito desbocado que amenazaba la normalidad. Estaba ese recuerdo en mi mente. Me senté en él. Silvia de frente a mí, sólo me miraba con una sonrisa.
--Recuerdos, ¿hermanito?dijo.
---Algo así. Creo que acabo de desechar cualquier culpa, Silvia. Ahora entiendo lo que ocurrió y no siento nada malo al respecto.
--Eso es lo que intentaba decirte. Lo que hicimos fue un juego.
--Hay juegos y juegos, hermanita. Precisamente, ahora estoy aburridole dije y señalé mis piernas. Silvia me miró y con una sonrisa cómplice vino hacia mí y se sentó sobre mis piernas, quedando de perfil respecto a mí.
--Jajarío--¿ya extrañas ser mi montura? Sonreí y la miré a los ojos.
--Ay, hermanito, ¿me haces el caballito? ¿Sí?dijo, poniendo una mirada suplicante y aniñada. Sabía cómo personificarse. Comenzó a dar pequeños brincos sobre mi pierna, y en un movimiento repentino quedó con sus nalgas apoyadas en mi verga. Su camiseta se corrió y quedo al descubierto su desnudez. Podía ver sus hermosas piernas largas, pero sobre todo, quedé viendo su coño. Estaba depilado, y en sus movimientos aprecié sus labios mayores, largos, gordos, abultados, MI mano recorrió sus muslos y fueron subiendo hasta tocar su raja. Con mis dedos la recorrí a lo largo. Silvia estaba completamente mojada y mi polla empezaba a quedar dura. Sentí cómo sus labios se abrían y el calor y los jugos se depositaban sobre mis dedos y mi palma. Busqué con un dedo húmedo su clítoris y al tocarlo, Silvia dio un respingo y se desplazó aún más hacia delante. Comencé a masturbarla con un par de dedos y Silvia se movía cada vez más rápido.
--Sigue, sigue, así mmm sídijo entre cortados gemidos, con los ojos cerrados. Estuve unos instantes más así, y dejé de hacerlo.
--¿Qué haces? Sigueme dijo con cara molesta. La miré seriamente.
--No, ¿quieres caballito? Entonces, móntalo--dije. Silvia me miró unos instantes. Se sacó la camiseta, y se acomodó de frente a mí. Sus tetas estaban una vez más a mi vista. Y ahora las podía apreciar a la luz natural, mucho más hermosas de lo que creí apreciar en la noche. Parecían proyectadas hacia delante, y la aureola rosada de los pezones era más grande de lo que había visto antes. Las tomé y me regodeé en su textura, en su forma y su dureza por unos instantes, Jugué con ellas y mis dedos pellizcaron suavemente sus pezones. Mi hermana, sin dejar de mirarme, suspiraba levemente.
--¿Te gustan?
--Mucho, hermanita. Mucho.
Silvia se acomodó y dejó caer el peso de su cuerpo sobre mi polla, dio unos pequeños y suaves salto sobre ella y me quejé levemente. No se detuvo, siguió con sus movimientos.
--¿Recuerdas cuando nos pillaron jugando al caballito?pregunté.
--Claro que sí lo recuerdo.
--¿Tú sabías lo que provocaste en mí?
--Claro que lo sabía, fue mi intención.
--Zorrita, ¿tan pequeña y ya querías calentarme?
--Es que sabía que a los hombres les gustaba. Ana me dijo que se dio cuenta con su tío. Sólo que ella no entendía el calor que sentina entre sus piernas. Entonces probé alguna vez antes de hacerlo contigo. Usaba el apoya brazos del sofá y la primera vez sentí cómo mi coño se humedecía. Luego tenía que meterme mano hasta correrme.
--Pero conmigo no hiciste eso.
--Porque nos vieron. Y luego no me animé a hacerlo.
--Entonces, ¿qué te dijo mamá?
--Jaja, ella es una zorra vieja, Me dio a entender que mi calentura estaba bien, pero que tú no eras la persona adecuada para sacarme las ganas.
--Joder pero tú ¿siempre serás así?
--¿Cómo? ¿cachonda?
--No. Manipuladora.
--Jaja, no. No lo soy. Sólo quería conseguir que jugaras conmigo, como cuando éramos pequeñosdijo, y puso una tierna cara de niña que se porta mal. MI verga estaba dura, a punto de reventar. LA detuve. Con una mano levanté a Silvia apoyando mi dedo en la entrada de su culo. Silvia diño un respingo. Con mi otra mano, abrí la toalla y dejé mi polla al aire. Silvia se quedó mirándome unos instantes como asegurándose de mis intenciones. La empujé con mis manos apoyadas en sus nalgas hacia mi vientre, de modo que si raja, rezumante de jugos, empaparon mi piel. Sentina el calor de su cueva pegada a mí. Metí mis dedos en su coño. Primero uno, luego otro.
--Ah, hijo de puta así, me gustadijo cerrando los ojos.
Ese era el momento crucial: tomé sus nalgas y la llevé lentamente hacia atrás hasta que sentí como mi vera apenas rozaba la entrada de su coño. Silvia me miró con su, ahora sabía, típica mirada felina, deseosa, sedienta de sexo, y tomando mi verga con una de sus manos, la coloco en la entrada de su coño. Sin dejar de mirarme, bajó lentamente sobre mi polla. Ambos dejamos escapar un quejido cuando finalmente nos supimos uno dentro del otro. Sentía como su cueva envolvía tibiamente toda mi carne. Su vientre devoró mi verga anhelante, y la humedad de sus paredes volvían delicioso el suave movimiento que emprendimos. Acompasados, unidos, llevados por el deseo más animal y sublime que pudiera guiarnos. Estábamos cogiendo, follando, ahogando nuestro deseo en el intercambio de flujos, de líquidos, de calores, de las palpitaciones de la carne, de sus músculos atrapando mi verga, como si una mano por dentro quisiera sacarme todo lo que me daba vida. Silvia gemía y se movía lenta y marcadamente. Yo estaba en el paroxismo. Había dejado atrás cualquier experiencia previa y sólo me concentraba en ese subir y bajar de su cuerpo sobre el mío. Sentina el chasquido de la carne húmeda chocando una y otra vez. Mis manos marcaban el ritmo, o pasaban a sus tetas, o buscaban el agujero de su culo queriendo penetrarla. Sus tetas ahora se apoyaban en mi pecho y podía sentir el calor de su aliento en mi mejilla, en mi oído.
--Te quiero, Marcos, te quiero, ahhhdijo ahogando un grito. Sabía que estaba acabando una vez más.
--Yo también. Te quiero hermanita.
No pasaron más de tres minutos cuando sentía que iba a correrme. Se lo advertí.
--No importa, hazlo dentro de mí-- dijo con los ojos entrecerrados.
Y así lo hice, llegué al máximo placer, me abandoné un instante y derramé toda la leche en su coño. Silvia siguió moviéndose mientras mi polla empezaba a perder dureza. Y finalmente, sentí cómo se resquebrajaba, como se convulsionaba por última vez, ahogando un grito y cayéndose sobre mí con sus tetas apoyadas en mi pecho, ambos estábamos sudados, llenos de placer, vacíos de flujos y de penas, de culpas. Silvia me tomó de la cara y nos dimos un largo beso, jugando con nuestras lenguas, recorriendo nuestras mutuas cavidades, vacías de palabras y anhelantes de sabores. Mis manos seguían recorriéndola, queriendo hacer mía cada parte de su cuerpo. Mi verga seguía dentro de ella y comenzó a despertarse nuevamente. La sangre bullía presta, ligera, ansiosa como nuestras lenguas, como nuestras manos. Silvia comenzó a moverse otra vez. Sus caderas giraban en movimientos circulares en torno a mi falo, y su respiración se agitó aún más. Me abandone por unos instantes al ritmo que ella imponía. Sus gemidos se volvieron más fuertes y arañó mi espalda. Llevado por las sensaciones, la tomé de sus tetas, las agarré con suave firmeza y marqué el ritmo de sus embestidas. Estuvimos en esa posición un tiempo más hasta que decidí pararme.
--No pares ahoradijo casi suplicante. Pero la di vuelta, la coloqué sobres sus piernas, dejé su culo frente a mí y la embestí por detrás, entrando con fuerza a través de su coño. Silvia gritó de placer y pedía que le diera más fuerte.
--Vamos, más, más por favory comenzó a empujar con su culo sobre mi cuerpo. Silvia empezó a convulsionarse y a disminuir la velocidad de sus movimientos. La tome del pelo y la tironeé hacia atrás y la obligué a seguir moviéndose. Jadeaba, apagaba pequeños gritos y resoplaba. Mis piernas me dolían de tanto bombeo. Finalmente Silvia gritó señalando su orgasmo, momento en el que disminuí la velocidad de mis embestidas. No me faltaba mucho para acabar cuando saqué mi verga y tomando la cabeza de Silvia bastó para que esta entendiera. Se comió mi verga de un bocado y la follé, literalmente, por la boca. La tomaba de la nuca y la empujaba hacia delante, suavemente, pero con firmeza. Luego de unos segundos me derramé completamente en su boca, en la suave humedad de su boca, mientras Silvia hacía arcadas ante le intensidad de mi corrida, a la que acompañaba de guturales sonidos. Disminuí la velocidad y Silvia tomó mi polla con su mano y siguió meneando y mamándola, ordeñado hasta la última gota de leche. Podía sentir el ruido que hacía al succionar mi carne, hasta que pronto no quedó nada por tragar y mi polla comenzó a enflaquecer.
--Hijo de putame dijo cuando me soltó. Casi me ahogas.
--Por Dios, jamás, te lo juro, disfruté tanto.
Silvia me miró con una sonrisa mientras sus manos entraban en su coño sacándose restos de mi anterior corrida.
--No te preocupes, hermanito, era seguro hacerlo hoydijo ante mi atenta mirada.
--Estoy pensando que tu mente maquiavélica planeó todo en el momento indicado.
Mi hermana rió y no dijo nada. Nos acostamos juntos en el sillón y nos quedamos abrazados sin decir nada. Ambos estábamos satisfechos. Yo había jugado el juego que me propuso Silvia, pensando que en realidad había sido yo el que en parte lo había provocado. Pero sabemos que fue así. Finalmente le conté a Silvia lo que hablé con Ana, pero no se molestó. Al contrario, me dijo que había resultado un buen detective y Ana una buena herramienta. Me besó nuevamente.
Lo que sucedió el resto del día todos pueden imaginarlo.
El resto de la semana también.
Y finalmente, ante la insistencia de mi madre, accedimos a ir con ella y su novio, unos días de vacaciones. Pero esos días son parte de otra historia que algún día sabrán.