Juegos de seducción

Esta relato no tiene nada que ver con mi historia. Se lo escribí a una amiga que estaba deprimida al sentirse incomprendida.

Juego de seducción

La noche era limpia, hermosa. La luna, resplandeciente, teñía de brillos el paisaje. Las estrellas palpitaban con guiños acordes a la brisa suave. Las olas se escuchaban de fondo, con graves susurros acompasados, como perdían su existencia al roce de la tierra. El aroma de los jazmines se entremezclaba con el frescor de la hierba, bañada por la lluvia del atardecer.

Y apareció, atravesando; con pasos carenciales, lentos, insinuantes; el jardín. Su esbelta figura, erguida por unos zapatos de aguja, se deslizaba; insegura, misteriosa, seductora.

Su falda blanca, vaporosa, por encima de sus rodillas, se mecía al ritmo de sus movimientos y con la excusa del aire que la acariciaba. Bajo ella, se quería desvelar una prenda íntima y deseable, que ocultaba, pudorosa, sus encantos y misterios.

Su cabello, bailaba, desafiante, al compás de sus andares, de la brisa y de las olas. Sus rasgos serenos, sensuales, armoniosos, se vestían de inocencia, con el color de sus mejillas, pintadas de rubor.

A su paso, al borde de la piscina, su silueta se desdoblaba, entre princesa y sirena. La princesa del jardín, de la noche perfecta, del amor, del deseo. Y la sirena de la figura frágil que se descomponía y componía, al ritmo suave, de los ondulantes vaivenes de las aguas cautivas.

Su cabeza baja, sin atreverse a mirarme a los ojos, buscaba compresión. Pero todos sus movimientos me ofrecían seducción.

La noche era cada vez más limpia y hermosa, llena de sensaciones, con su luna resplandeciendo, con sus estrellas palpitando, con sus olas susurrando, con sus aromas a jazmín y a hierba fresca, con el amor, princesa y sirena acercándose hacia mí.

Permanecía inmóvil, como protagonista de un retrato, disfrutando de todas las maravillas cómplices, que me proporcionaba la naturaleza; de los encantos sutiles, que adornaban el escenario... Y de esa figura, esbelta y desafiante en sus movimientos, pero tímida e insinuante en sus gestos, que se aproximaba, cada vez más, ofreciéndose, en todo su esplendor.

Todo invitaba al amor. Todo se había puesto de acuerdo para crear momentos inolvidables, escenas de las que perdurarán por siempre en nuestros recuerdos. Todo se había aliado con nosotros. Nada era nuestro, pero todo nos pertenecía, esa noche.

Mi cuerpo seguía inmóvil, el suyo se acercaba, y ya podía percibir el olor cautivador a rosas, de su perfume. Mi vista disfrutaba de su imagen, insinuante y cierta, enmarcada por los colores de la oscuridad, salpicada de brillos. Mis oídos se complacían con el golpear de sus afilados tacones sobre las losas, envueltos con los rumores de las aguas al morir en la orilla. Mi olfato se deleitaba con la esencia a rosas de su aroma y la sutil comparsa, que componía, con los jazmines y la hierba fresca. Mi gusto y mi tacto anhelaban sentir y gozar su sabor y su piel.

La noche era mágica, y él se había convertido en ella para mí.