Juegos de pareja
Una pareja madura aprovecha los meses de verano, cuando se quedan solos, para relanzar su pasión compartida por el sexo y divertirse.
Por fin a nuestro hijo le habían dado las vacaciones en el colegio y se había marchado a casa de su abuela. Naturalmente, tanto Carlos como yo lo queríamos con locura pero, después de más de veinte años de relación, necesitábamos pasar unos días al año a solas a fin de fortalecer la pareja para el largo curso siguiente.
Ese día nos habíamos ido al centro a comer y la verdad es que disfrutamos la comida de lo lindo. Antes de marcharnos y mientras Carlos pagaba fui al servicio. Al volver a la mesa había una chica como de veinticinco años, guapa y de muy buen tipo sentada con él.
- Patricia te presento a Antonia, mi mujer –dijo Carlos mientras me sentaba-.
- Hola Antonia –dijo la tal Patricia levantándose y dándome dos besos- Perdona el asalto pero es que no tenía otra solución. –Se la veía como muy agobiada, como si algo grave le estuviera pasando-.
- Antonia –terció Carlos-, Patricia es alumna mía de último curso y en un descuido o ha perdido o le han robado el bolso con el móvil, el dinero, las llaves de su piso, en fin, con todo.
- La verdad es que he estado tonta ¡vamos gilipollas! Estaba sentada en un sitio aquí al lado tomando un café y no se me ha ocurrido otra cosa que dejarme el bolso en la mesa cuando he ido al servicio. Al volver a la mesa, el bolso ya no estaba. Me he agobiado muchísimo al darme cuenta que me había quedado en la calle: mis padres están de viaje en el extranjero, mis compañeras de piso se han ido ya a sus casas, como no tengo el móvil no tengo el teléfono de nadie y además no tengo ni dinero ni las llaves de casa.
Desde luego, contado así era para agobiarse bastante. Empezó a darme pena de Patricia. Por la edad podría ser mi hija y me la imaginaba en una situación así.
- Al rato de estar buscando el bolso por todas partes –continuó Patricia- he visto a Carlos y echándole cara me he sentado y le he contado la papeleta.
- No te apures Patricia, haremos lo que haga falta hasta que la situación se recomponga. –Dije yo mirándola a ella y a Carlos-.
- Bueno, lo primero es denunciar la desaparición del bolso –dijo Carlos-. Así que haremos lo siguiente: toma estos cincuenta euros, ve a la comisaría de turistas del Patio Banderas y denúncialo como robo, si no aparece, luego te será más fácil volver a sacar la documentación, cuando termines, coges un taxi y te vienes para casa, aquí tienes la dirección y mi número de móvil, desde allí trataremos de ir solucionando las cosas.
Como siempre, Carlos ya lo había planificado todo, que maniático de la organización. Pero lo cierto es que esta vez estaba de acuerdo con él.
- Muchas gracias Carlos y, por supuesto Antonia, no se como se lo voy a poder agradecer.
- ¿Quieres que te acompañemos a la comisaría? –Le pregunté a Patricia-.
- ¡No por Dios Antonia! Bastante lata os estoy dando y además hace un calor insoportable.
Nos levantamos, la acompañamos un poco y cogimos un taxi para volver a casa.
- Vaya papeleta que tiene encima la chica ¡que putada! –Le dije a Carlos cuando nos montamos en el taxi-. ¿La conoces mucho?
- No que va, ya sabes que no suelo intimar con los alumnos. Le he dado clase en los últimos años. Es una chica muy seria y muy trabajadora. No se como ha podido hacer la tontería de dejarse el bolso en la mesa, sabiendo el personal que merodea por aquí.
- Pues es muy guapa y tiene mucho estilo.
- Bueno, si tú lo dices –me contestó Carlos con un guiño-.
Llegamos a casa, pusimos el aire y nos preparamos una copa. A los cuarenta y cinco minutos más o menos Patricia estaba llamando al telefonillo.
- No sabéis como os lo agradezco. Si no os llego a encontrar no se lo que habría hecho. –Dijo Patricia cruzando la puerta y dándome un par de besos. Estaba ya un poco más tranquila-.
- ¿Quieres una copa? –Le preguntó Carlos cuando volvimos al salón-.
- Yo normalmente no bebo alcohol, pero ahora si. Necesito esa copa.
Como nos pasa a todos con la mierda de los móviles, no recordaba ni un teléfono, salvo el de casa de sus padres, pero estos estaban de viaje en el extranjero y no volvían hasta el día siguiente. No tenía llaves, ni dinero, ni nada, ni siquiera una muda para cambiarse.
- Bueno Patricia no te preocupes más. Si lo encuentran llamarán y si no, pues te quedas aquí los días que hagan falta y listo. –Le dije mientras Carlos le preparaba la copa-.
Era más o menos de mi altura y un poco más delgada, así que pensé que le prestaría ropa mía para que, al menos, pudiera cambiarse.
Cuando terminamos la copa eran las nueve de la noche, le pregunté si quería ducharse y cambiarse de ropa antes de cenar, respondiéndome que por supuesto, pero que no tenía otra ropa. Le ofrecí la mía y aceptó encantada, agradeciéndome la atención.
Nos fuimos ella y yo a la habitación y de dije que escogiera lo que más le gustase. Fui a buscarle unas toallas, cuando entré de nuevo en la habitación estaba de espaldas a la puerta completamente desnuda. Me quedé mirándola, era un pibonazo de cuidado. Tenía una espalda ancha, sin ser excesiva, un culo redondo y respingón y unas piernas perfectas. Me hice notar, por si quería taparse, pero lejos de eso se dio la vuelta sin el más mínimo pudor y entonces pude observarla por delante. Tetas grandes, sin ser excesivas, vientre plano como una mesa y el vello del pubis muy corto, pero no completamente depilado. Debo decir que soy bastante bisexual y también debo confesar que me sentí profundamente atraída por aquel cuerpo y aquella cara.
- ¿Por qué te decides? –Le dije sobreponiéndome a la impresión-.
- Yo creo que por algo fresquito, si a ti no te importa.
- Lo que tú escojas estará bien. Aquí te dejo las toallas.
Salí de la habitación pensando que la tarde había sido fantástica, con perdón de las desgracias de Patricia. Había tenido una comida estupenda con Carlos y la visión en vivo de aquella modelo me había puesto como una moto.
Carlos y yo nos fuimos a la cocina a preparar algo de cena y no pude evitar comentarle a Carlos lo rebuena que estaba su alumna.
- Antonia no me calientes, que yo tengo que verla como a una alumna, como a una sobrina. – ¡Los cojones! Pensé para mí conociéndolo-.
- Pues es una lastima para ti, porque yo la veo como una tiaca que está para comérsela.
En esas estábamos cuando apareció Patricia con una camisa de Carlos, que con los faldones, no permitía saber si llevaba puesto algo más o no.
- Que bien me he quedado con la ducha –dijo entrando en la cocina-. Perdóname Carlos pero te he cogido una camisa, que es lo que normalmente utilizo de bata en casa. Así me siento más cómoda.
- No te preocupes por eso, creo que a ti te sienta mejor que a mí –le contestó Carlos-.
Desde luego que si, pensé. Llevaba dos botones abiertos del pecho, luciendo un canalillo de escándalo y los faldones a duras penas le tapaban el culo completo. ¡Dios de mi vida como estaba la muchacha!
- Ir poniendo vosotras dos la mesa y quedaros en el salón, mientras yo preparo algo de cena, que aquí hace demasiado calor –dijo Carlos-.
Nosotras le obedecimos, no sin antes hacer una leve protesta nada creíble. Ya en el salón, mientras estaba poniendo la mesa Patricia se me acercó por detrás y pegándose tanto a mi espalda que pude notar sus tetas en ella, me dio de nuevo las gracias por las atenciones que estaba teniendo con ella y el enorme favor que le estaba haciendo. Me volví, tenía su cara a escasos diez centímetros, estaba preciosa y sus labios estaban diciendo cómeme. No lo pude evitar y sin pensarlo le planté un beso en los labios mientras la agarraba por la cintura. Ella me devolvió el beso muy larga y cálidamente. Su boca era suave y sus carnosos labios me volvían loca. Como pude paré y le dije:
- Patricia, creo que esto se me ha ido un poco de las manos.
Ella lejos de separarse de mí se pegó todavía más presionando sus tetas contra las mías y agarrándome el culo dijo:
- Antonia soy bisexual y me gustas mucho. Yo, por mi parte, no tengo ningún problema, sino todo lo contrario. Estoy muy caliente y me apetece mucho hacer un trío con vosotros ¿crees que Carlos querrá?
- Salvo que se haya vuelto gilipollas, estoy segura de que querrá.
Volví a besarla y al tocarle el culo me di cuenta que no llevaba bragas. Su culo estaba duro como una piedra y no podía ser más placentero sobarlo. Sin dejar de besarnos, subí las manos hasta los botones de la camisa y los fui desabrochando hasta que quedó completamente abierta. Patricia metió sus manos por debajo de mi vestido y deslizó sus dedos hasta dejarlos entre mis dos agujeros. Resoplé de placer.
- Veo que habéis intimado bastante –dijo Carlos entrando en el salón con unas copas de vino. Nosotras no pudimos evitar dar un respingo, pero no por ello nos separamos-.
- ¿Te apetece mirar un ratito? –Le pregunté a Carlos con voz total de calentorra-.
- Bueno, a condición de que luego me dejéis jugar a mí también –contestó-.
La cosa estaba hecha. Patricia me soltó la cremallera del vestido y yo lo dejé caer al suelo. Afortunadamente, ese día me había puesto una ropa interior muy sexi pensando que tras la comida Carlos y yo jugaríamos un buen rato. Las cosas no habían salido como pensaba, sino mucho mejor. Con mucha suavidad le quité la camisa a Patricia, que quedó completamente desnuda. Cogí las dos copas que nos ofrecía Carlos y le pasé una a Patricia. Brindamos y le dimos un sorbo. Le retiré la copa a Patricia y la deje sobre la mesa, después la empujé sobre el sofá en el que quedó boca arriba, me puse a sus pies y comencé a comerle el coño muy despacio. Al principio gemía muy bajito, pero conforme yo aceleraba la comida de coño, fue subiendo el tono hasta que se convirtieron en auténticos alaridos. Carlos observaba la escena sentado en el otro sofá tocándose el nabo, que para entonces ya lo tenía como un leño. Patricia se sobaba las tetas sin parar hasta que se puso rígida y diciendo “no pares, no pares, no pares…” se corrió y quedó paralizada.
- Antonia eres tremenda, hay que ver como has dejado a la chiquilla –dijo Carlos con mucha guasa-.
Pero yo no estaba para bromas, así que me quité el tanga y puse el coño en la cara Patricia, diciendo:
- La lengua te funcionará ¿no?
Efectivamente le funcionaba y de maravilla. Daba unos lametones profundos y largos desde el clítoris hasta el ojete. Al poco comenzó a deslizar sus manos por mi culo, presionándome contra su boca. Sin gran interés veía como Carlos seguía tocándose el nabo sin perder detalle. Bueno, la verdad es que me resultaba muy morboso que observara como nos lo montábamos. Al poco rato me corrí y caí como muerta encima de Patricia.
Debieron haber pasado diez o quince minutos cuando Carlos dijo:
- No pensaréis dejarme así.
- Cállate un poquito y acércanos las copas. –Le respondí yo tratando de incorporarme-.
Como pudimos nos sentamos Patricia y yo hombro con hombro en el sofá y sin dejar de sobarnos. Bebiendo un poco de vino pensé que la escena me encantaba: desnuda, junto a aquel pibón también desnudo, después de habernos corrido y Carlos con el nabo fuera apuntando a la lámpara del techo y más caliente que el pico de una plancha.
Patricia dijo que tenía que ir al baño y paseándose desnuda por todo el salón salió hacia el dormitorio. Al momento le sonó el móvil a Carlos. Lo miró, dijo que era un número desconocido y lo cogió. Tras una breve conversación se despidió dando las gracias. La policía había encontrado el bolso de Patricia, al parecer con todo menos el dinero, podía ir a recogerlo cuando quisiera.
- Se lo decimos ahora o mañana por la mañana –me preguntó-.
- Mejor mañana –dije mirándole la polla-.
- Estoy de acuerdo contigo. ¿Vamos a buscar a Patricia al dormitorio?
- Vamos.
Carlos terminó de desnudarse por el pasillo y mientras esperábamos que Patricia saliera del baño, nos estuvimos besando y sobando tumbados en la cama. Cuando salió y vio la escena no dudó un momento en tumbarse a los pies de Carlos para chupársela. La muchacha era una maravilla, con una mano y con la boca se la chupaba a Carlos, mientras que con la otra mano me acariciaba el clítoris. Aquello era la gloria. Al cabo del rato y sin dejar de masturbarse se colocó encima de Carlos y se la metió. Yo me incorporé algo para poder chuparle las deliciosas tetas que tenía. Tras un buen mete y saca nos corrimos los tres a la vez como posesos.
A la mañana siguiente desperté cuando Carlos trajo un te para mi y un café para Patricia. Estaba preciosa y no pude reprimirme. Le quité la taza de la mano, me deslicé hasta sus pies y volví a chuparle su lindo chocho. Carlos le metió el nabo en la boca, mientras le sobaba las tetas, después se puso detrás de mí y me la metió hasta el fondo. Al rato, volvimos a corrernos los tres a la misma vez.
Cuando Patricia salió de la ducha le dijimos que había llamado la policía para decir que habían encontrado el bolso con toda la documentación, pero sin dinero, y nos ofrecimos a llevarla cerca de la comisaría. Le dio mucha alegría, aunque al momento y mientras desnuda nos agarraba los genitales a cada uno con una mano, dijo que también le daba pena no poder quedarse, pero que si nos apetecía, por ella podíamos repetir otro día.
La acercamos lo que pudimos al Patio de Banderas y nos despedimos prometiendo vernos cuando fuera posible.
- Que chica tan simpática y tan guapa. –Le dije a Carlos de vuelta en el coche-. La tienes que aprobar.
- Ya está aprobada hace un año. ¿Tú te has creído todo el paripé? Desde luego Antonia eres más inocente que un cubo.
- ¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo?
- Que te la hemos dado con queso, aunque a ti bien que te ha gustado el queso. Patricia fue alumna mía y se quedó colgada de mí. Me perseguía por todas partes para que tuviéramos un rollo, al que yo me negué si no era contigo también, sabiendo que no le ibas a hacer ascos. Así que pensé la trama y se la propuse. Ella aceptó encantada y por lo que se vio ayer, tú también.
- Estás mintiendo y largándome un camelo. ¿Quién llamó ayer tarde como la policía, eh?
- Pues ella desde el baño Antonia, tuvo su móvil todo el tiempo.
- ¡Eres un cerdo y un cabrón! ¡Me las vas a pagar!
No era la primera vez que me montaba alguna trama, pero nunca había llegado tan lejos. La verdad era que el jueguecito había estado de puta madre para todos, pero me enfadaba que Carlos me la diera con queso cada vez que quería y yo me tragase todas las películas que me contaba.
Nuestros días de parejita o como le llamaba Carlos de “prejubilados calentorros” fueron discurriendo agradablemente, aun cuando yo estaba siempre alerta, no fuera a volver a las andadas.
A mediados de mes se atascó el fregadero y no había manera de arreglarlo. Le dije a Carlos que buscara un fontanero, porque el que teníamos hasta entonces se había jubilado. Tras insistirle una semana, una tarde me dijo que ya había encontrado uno y que vendría a la mañana siguiente. Él tenía una reunión por lo que debía quedarme yo a esperarlo.
A la mañana siguiente sobre las diez llamaron al telefonillo, el fontanero. Cuando abrí la puerta de casa me quedé sin habla, aquello no era un fontanero, era EL FONTANERO. ¡Que barbaridad de hombre! Tendría unos veinticinco años, alto moreno, guapo hasta decir basta y con un cuerpo de pecado, aun cuando no se distinguía mucho debajo del clásico mono de trabajo.
- Buenos días ¿han llamado ustedes a un fontanero?
Estaba bloqueada y no atinaba a articular palabra.
- Perdone ¿Qué si han llamado a un fontanero?
- Si, si es aquí –contesté finalmente, cuando pude rehacerme un poco de la impresión-. Es que tengo un atasco que mi marido no logra arreglar. –Lo dije sin maldad, pero cuando terminé de decirlo me di cuenta de la barbaridad que había dicho y me puse roja como un tomate-. Pase por aquí es en el fregadero de la cocina –logré decir-.
Le indiqué la cocina. El atasco era bastante evidente. Después de observarlo detenidamente, me pidió un cubo. Fui a por él y cuando regresé se había bajado la parte de arriba del mono, quedándose con una camiseta blanca sin mangas. ¡Que brazos! ¡Que pectorales! ¡Que todo! Antes de que me diera un sofoco decidí dejarlo solo en la cocina y volver al salón, pero no podía quitarme de la cabeza a aquel ejemplar de hombre.
Al cabo del rato se oyó un fuerte ruido y un taco. Fui hacia la cocina y me encontré al Adonis empapado de agua sucia.
- Lo siento …
- Antonia.
- Lo siento Antonia, pero no me ha dado tiempo a quitarme de debajo del desagüe y lo he pringado todo y me he pringado yo también.
- No te preocupes …
- Mario.
- Pues eso, no te preocupes Mario que ahora se recoge.
- Por lo menos ya está arreglado el atasco. Voy a poner el sifón y listo.
Mientras Mario, Supermario, terminaba el arreglo yo fui recogiendo el agua sucia del suelo. Lo miraba y estaba impresionante tumbado boca arriba en el suelo poniendo el sifón. No pude evitar mirarle el paquete, que aparecía como un bulto enorme bajo el mono. Antonia esto no está bien, me dije. Pero lo cierto es que estaba como una moto y una vez descubierto el paquete no podía quitarle ojo. ¿Qué tendría ese hombre ahí? ¿El bocadillo? ¿La llave inglesa?
- Bueno pues esto ya está –dijo levantándose del suelo-. Vamos a probar.
Abrió el grifo y el agua corría como nunca lo había hecho. También por mis muslos corría otra cosa como casi nunca lo había hecho.
- Antonia, te voy a pedir un favor. ¿Podría ducharme en algún sitio? Es que huelo mal y estoy pegajoso del agua sucia.
- Por supuesto pasa al baño y ahora te doy una toalla.
- Como pase así lo voy a poner todo perdido. –Diciendo esto se quitó los zapatos, los calcetines, la camiseta y el mono, quedándose en unos boxes ajustados, incapaces de contenerle el paquete-.
Pensé que o me daba la vuelta o me iba notar que no le quitaba ojo al paquete, que por cierto no era ni el bocadillo ni la llave inglesa, y que me estaba poniendo mala de la calentura que tenía. Le indiqué el baño y fui por la toalla.
Sacando la toalla, con aquel hombre duchándose con la puerta del baño abierta, caí en la cuenta: ¡Hijo de puta Carlos! ¡Que me la quiere pegar otra vez el tío cabrón! El tiempo se detuvo y até todos los cabos: había provocado el atasco para luego llamar a esa fiera y hacerme pasar un mal rato. La fiera se había manchado queriendo para provocar la situación y quitarse el mono. ¡Que hijo de puta! Buen intento, muy buen intento, pero yo no iba a pasar un mal rato y quedarme con el calentón, sino todo lo contrario.
Me desnudé del todo y con la toalla en la mano me dirigí al baño. Empujé la puerta y, sin pensarlo, me metí en la ducha pegada a su espalda.
- Vengo a restregarte bien para que se te quite toda el agua sucia. –Y diciendo esto me llené las manos de gel y comencé a sobarle todo el cuerpo-.
- Antonia esto es muy irregular. Tú estás casada y yo tengo novia.
- Da igual, no puedo dejar que te vayas oliendo a esa agua apestosa.
Cuando terminé con la espalda y el culazo, me pegué todavía más a él y desde atrás le eché mano al nabo. ¡Que barbaridad! Estaba empalmado como un fraile carmelita y tenía un tamaño que no podía abarcar con la mano. Después de terminar de enjabonarle todo el cuerpo, especialmente el nabo y los huevos, gordos como pelotas de tenis, descolgué la ducha y le fui quitando el jabón de todos los rincones. Cuando terminé le di la vuelta, me agaché, y me metí el nabo en la boca todo lo que pude, que no fue mucho, dado el tamaño del aparato. Mario se fue animando y comenzó a sobarme las tetas. ¡Que gusto! Lo tumbé boca arriba en el fondo de la ducha y me puse en la posición del “69”. Mario tenía una lengua con tanto músculo como el resto del cuerpo. Después de un buen rato de chupeteo, me puse sobre su polla y me la metí poco a poco temiendo que me desgarrara. Pero no, que coño me iba a desgarrar, cuando la tuve dentro del todo me movía como una loca. El me daba cachetes en el culo y me cogía las manos para echarme hacia atrás. Me corrí no una, ni dos, ni tres veces, sino tres veces. Cuando ya no tenía fuerzas para nada, me deje caer a un lado. El se puso de rodillas encima mía me la metió en la boca, después de unos cuantos empellones se retiró, la metió entre mis tetas y se corrió como un salvaje.
Al poco tiempo se levantó y se secó, mientras que yo lo miraba sin poder moverme.
- Voy a la cocina a por el mono de repuesto que llevo en el maletín –dijo saliendo del baño mientras yo le miraba la espalda y el culo con arrobo. Que profesional, pensé-.
Cuando logré levantarme fui hacia la cocina. Estaba terminando de vestirse. Si hubiera tenido algo de fuerza me hubiera insinuado para echar otro polvo, pero no podía. Cuando terminó de vestirse y recoger sus cosas me dijo:
- Antonia yo no te cobraría nada por el arreglo, pero como se entere mi jefe me mata. Dame treinta euros que es el mínimo.
Desnuda como estaba fui al salón y cogí cien euros. Seguro que Carlos le había regateado la actuación. Le di los cien euros, diciéndole que su trabajo había sido mucho más valioso. De entrada se negó, pero al final se los guardó en el bolsillo. Le dí un beso de tornillo, cogiéndole a la misma vez el paquete, le abrí la puerta y se fue. Me pasé el resto de la mañana en la cama sin poder moverme. Carlos volvió a la hora de siempre.
- ¿Ha venido el fontanero? –Preguntó en la cocina-.
- Si y lo ha desatascado todo. –Carlos me miró con cara de no comprender-. Si te creías que esta vez también me la ibas a dar con queso, te has equivocado. Por cierto que lo que le hayas pagado lo he aprovechado con creces. Y además, olvídate de follar en los próximos días.
- ¿Qué me quieres decir Antonia? No te entiendo.
- Pues que esta vez he descubierto tu treta y en vez de quedarme con el calentón por el fontanero, me he puesto de grana y oro.
- Sigo sin entenderte. ¿Qué ha pasado?
- Mira nene, yo no se de donde habrás sacado al fontanero-gigoló o gigoló-fontanero, que no se como llamarlo, pero desde luego has acertado de pleno y tu mujercita ha sabido aprovechar su oportunidad.
- Antonia, yo simplemente he llamado a un fontanero de una empresa de mantenimiento y no se que más me estás diciendo.
Carlos lo decía muy en serio, incluso parecía que estaba diciendo la verdad. ¡A ver si yo me había equivocado!
- Vamos a ver Carlos ¿tu no has contratado a un tío imponente para que viniera aquí a dejarme bien calentita para ti? Pues te aguantas, que no me he quedado calentita sino todo lo contrario.
- Te juro que yo sólo he llamado a una empresa de fontanería. Toma, aquí tienes el nombre de la empresa y el número de teléfono. Llama y preguntas.
No podía ser que hubiera metido la pata de esa manera. Cogí el papel que me ofrecía Carlos y marqué el número de teléfono.
- Fontanería Hermanos Pringao dígame –contestó la voz de una chica al otro lado del teléfono-.
- Buenas tardes, quería saber si han enviado ustedes esta mañana un fontanero a la calle Infanta.
- Un momento que lo compruebo. –Mientras la chica realizaba la comprobación yo me iba temiendo lo peor-. Si, a Mario ¿es que ha habido algún problema?
- Ninguno gracias, no se preocupe, de nuevo gracias.
Me quería morir. Me había calzado a un chaval que se habría ido pensando que era un putón y una calentorra y, encima, para darle más la razón le había largado setenta euros de propina, que se imaginaría que era por el pago de sus servicios sexuales.
Me derrumbé en los brazos de Carlos y le conté lloriqueando mi confusión y todo lo que había pasado. ¿Cómo se puede ser tan torpe? A Carlos no le hizo mucha gracia la cuestión y de momento la zanjó con una ironía:
- Habrá que cambiar de empresa de fontanería.
Los siguientes días y noches los pasé fatal. Carlos no parecía darle mucha importancia al tema, pero de vez en cuando hacía alguna broma del tipo “ponle el filtro al sumidero” o “ten cuidado con lo tiras al fregadero”, que a mi me sentaban como un tiro, pero yo sabía que por dentro estaba enfadado.
A la semana más o menos del sucedido, iba paseando de rebajas por el centro. Me pareció ver a Patricia saliendo de una tienda, cuando iba a saludarla, de la misma tienda salió ¡¡¡MARIO!!!, que iba acompañándola. ¡Hijo de puta esta vez me había engañado dos veces y me las había hecho pasar putas! ¡Te vas a enterar cabronazo! ¡Te vas a enterar! Mi primer pensamiento fue volver a casa, montarle un pollo y darle una paliza, pero luego pensé que era mejor una fría venganza y que donde las dan, las toman. De todas formas había que reconocer que el tío se esforzaba y que, en cualquier caso, el polvo que había echado con el Supermario no me lo quitaba nadie. ¿Qué podría haber visto Patricia en Carlos con el maromo que tenía en casa? Hay gente muy rara.
Durante los siguientes días no cambié mi actitud con Carlos. Realmente no estaba enfadada con él, pero desde luego me las tenía que pagar.
A primeros de agosto nos fuimos un fin de semana a Cáceres, a un hotel moderno, pero con encanto, que yo me había encargado de seleccionar. El hotel era de tamaño medio, de esos que durante el desayuno conoces a todos los huéspedes, y estaba muy bien situado en la parte antigua de la ciudad.
Llegamos el viernes por la tarde. La habitación era muy grande con dos camas de matrimonio juntas, un sofá, un sillón y un baño moderno con bañera de masaje y plato de ducha, la verdad es que estaba muy bien. El hotel no parecía muy lleno, descansamos un rato y nos fuimos a dar una vuelta y a cenar. Al salir fui a recepción a preguntar por el SPA. Había una pareja haciendo exactamente eso. Me fijé en ellos. Ambos eran mulatos, como de treinta y pocos años y la verdad es que los dos estaban para comérselos. Estaban reservando para la tarde siguiente, justo a la hora que, tras un esfuerzo ímprobo, había convencido a Carlos para ir. Me entrometí y les pregunté si les importaba compartir con nosotros esa hora. Se miraron, cuchichearon y al final aceptaron, parecían muy amables, además de muy guapos.
Después de un paseo por el Casco Medieval nos fuimos a cenar al Figón. Un poco cafre para la cena, pero al día siguiente era cuando teníamos la reserva en Atrio. A los pocos minutos de sentarnos apareció la pareja del hotel. Saludaron cordialmente y se sentaron no muy lejos. Le pedí a Carlos que fuéramos a agradecerles que hubieran aceptado compartir el SPA. A regañadientes se levantó y nos acercamos a su mesa.
- Hola, sólo queríamos agradeceros que nos dejéis compartir mañana el SPA con vosotros. No queremos dar la lata, pero cualquier otra hora nos hacía un roto. Bueno yo soy Antonia y el es mi marido, Carlos.
- Por favor chica no te preocupes, siempre es bueno conocer a otras personas. Yo soy Gustavo y ella es mi novia Yolanda.
- Estupendo, pues ya nos conocemos para mañana. No os molestamos más y que disfrutéis la cena. –Dije yo a modo de despedida-.
- No molestáis en absoluto –respondió Gustavo luciendo una cautivadora sonrisa-.
Ya en nuestra mesa le comenté a Carlos lo guapos que eran los dos, a lo que él asintió sin dudarlo.
En efecto, el Figón fue un poco, bastante, cafre para la cena, por lo que decidimos dar un pequeño paseo antes de volver al hotel. Durante el paseo vimos un pub con muy buena pinta y nos metimos a tomar un digestivo. Estaba lleno, pero tuvimos la suerte de que cuando entramos se quedó una mesa vacía. Mientras esperábamos para pedir entraron Yolanda y Gustavo, cuando vieron que no había mesa se volvieron hacia la calle. Carlos se levantó y les invitó a que se sentaran con nosotros. Gustavo aceptó encantado, Yolanda decía que estaba un poco cansada, pero también aceptó.
Los dos eran colombianos y estaban de turismo por España. Gustavo centró la conversación conmigo, mientras Yolanda y Carlos hablaban sólo muy de vez en cuando.
Gustavo era de las personas que te envuelven, que te seducen, que no pueden relacionarse de otra manera que cautivando a su interlocutor y vaya que lo hacía bien. Simpático, incluso gracioso a veces, hablador, buen conversador, en fin, lo tenía todo para seducir a una mujer, si además se considera que era muy guapo y que su piel mulata ya predisponía a dejarse arrullar. Yolanda no le iba a la zaga en cuanto a belleza, pero era una mujer mucho más seca que él.
Finalmente, Yolanda le indicó a Gustavo que quería retirarse y decidimos irnos todos juntos al hotel.
A la mañana siguiente nos saludamos durante el desayuno, cruzamos algunas frases y salimos cada pareja por su lado a pasear por Cáceres. Carlos y yo comimos temprano y regresamos al hotel para echar una siesta antes del SPA. Carlos se puso meloso, pero le dije que nada hasta después del SPA. Era la forma de garantizarme que iría.
Bajamos a las seis en punto, tal y como habíamos reservado. Gustavo y Yolanda acababan de llegar. Ver a Gustavo en bañador y a Yolanda en bikini era un auténtico placer. Gustavo estaba musculado sin exagerar y tenía un cuerpo fuerte y atlético. Yolanda era simplemente despampanante. Tenía unas tetas grandes, que debían estar bien duras, parecían gritar tócanos apretadas en el top del bikini, una cintura y unas caderas marcadas y un culo de ébano con el que, de ponerse, podría partir nueces sin problemas.
Como en la noche anterior Gustavo centró su conversación en mí y cuando ni Yolanda ni Carlos podían oírle, me piropeaba con la soltura de un experto. Carlos no podía quitar ojo a Yolanda y lo entiendo. A mitad del SPA noté que Yolanda parecía estar molesta con las atenciones que me prestaba su novio, pero a mí me daba exactamente igual. Estaba encantada de que aquel maromo me estuviera piropeando, aun cuando yo tuviera quince años más que su novia y fuera menos exótica.
El cabreo de Yolanda fue subiendo de intensidad y afortunadamente no llegó a explotar porque antes llegaron los huéspedes que tenían la siguiente reserva. Gustavo dijo algo de vernos para cenar, ante una iracunda mirada de Yolanda, pero nosotros dijimos que teníamos reserva desde hacía tres meses en Atrio.
En la habitación Carlos comenzó otra vez a ponerse meloso. Le dije que eran las ocho y cuarto y que la reserva la teníamos a las nueve, así que tendría que ser después de cenar. Refunfuñó, pero lo entendió.
Lo de Atrio fue simplemente espectacular. Pedimos el menú degustación completo y estuvimos tres horas seguidas degustando platos y vinos a cada cual más exquisito. Nos ensopamos los dos, pero yo además me puse cachonda como no había estado desde el teatrito del fontanero. Comer bien me pone.
Al salir fuimos buscando un pub para tomar una copa y comentar tranquilamente la cena. Encontramos uno camino del hotel que estaba lleno para reventar. Cuando nos volvíamos para salir, nos llamó Gustavo. Ellos estaban sentados en una mesa y querían devolvernos la atención de la noche anterior. No era el plan de crítica gastronómica que habíamos pensado, pero tampoco estaba nada mal.
El sitio era autoservicio, así que Carlos preguntó que queríamos tomar y se acercó a la barra junto con Yolanda. En los pocos instantes que me dejaba Gustavo, veía que Yolanda estaba hablando muy seria con Carlos y que este trataba de explicarle algo muy azorado. Por fin volvieron ambos de la barra con la mala suerte de que Gustavo gesticulando le dio en el brazo a Carlos y este derramó parte de la bebida sobre Yolanda. Aquello no era una mujer era una auténtica fiera.
- ¡Mira como me has puesto mamahuevos, comemierda, hijo de la chingada! Que le sigues el plan a tu mujer para follarse a mi novio. ¡Cornudo, cabestro, que tus hijos te conocen por el sonido del cencerro! –Y muchas otras lindezas parecidas-.
Gustavo se levantó para tratar de calmarla, pero se llevó otra ristra aun peor. Pidiendo perdón sacó a Yolanda a empujones del pub, mientras esta seguía demostrando un amplísimo vocabulario de insultos, capaz de competir con cualquier arriero del siglo XV.
Carlos y yo nos quedamos denodados y mudos, hasta que Carlos, al cabo de un buen rato dijo:
- Esta chica está muy buena, pero muy mal de la cabeza. En la barra me ha montado un pollo del quince. Que si tu eras un putón verbenero que quería cepillarse a su novio. Que si yo era un mariconazo, un cornudo, un consentidor y un picha floja. Está mal, pero muy mal. También es verdad que tu le has zorreado un poquito a Gustavo, pero vamos no es para ponerse así.
- ¡Que yo le he zorreado a Gustavo! Carlos, Gustavo debe ser un pichabrava de mucho cuidado y se le ha metido entre huevo y huevo seducirme, cosa que no me desagrada. Ya veríamos que harías tú si te zorrease el bombón de chocolate.
- Vamos a dejarlo Antonia y vamos para el hotel que esta tía me ha cortado el cuerpo, aun cuando bajo ningún concepto, ni con esta bronca ni con catorce como esta, pienso vomitar lo que he cenado.
Volvimos al hotel y sentado en la puerta de nuestra habitación nos esperaba Gustavo. Carlos comentó entre dientes “ahí va la ostia”.
- Perdonen amigos, pero tengo que hablar con ustedes –nos abordó Gustavo-.
Pasamos todos a la habitación. Carlos se fue directamente al minibar y Gustavo y yo nos sentamos en el sofá.
- Yolanda me ha echado de la habitación sin parar de insultarme. He bajado a recepción para tomar otra habitación, pero el hotel está lleno con una excursión. Les pido amparo por esta noche.
- Gustavo esto no tiene sentido. Tenéis que arreglar el tema. De sobra sabes que no ha pasado nada entre nosotros. Vuelve a vuestra habitación, explícaselo y zanjad el tema.
- Antonia, se conoce que no te has enterado de cómo está esa mujer –terció Carlos abriéndose una botellita de whisky-. Antonia no razona y menos con Gustavo.
- Pues entonces ve tú y la convences.
- ¡Ay que chistosa! Ya has oído las lindezas que me ha dicho.
- Carlos, tu eres el único que puede hacer algo. A él lo ha echado y a mi no quiere ni verme.
- No bonita, tú vas y le dices que no quieres nada con su novio y que se está equivocando.
- Carlos eso no puede ser. Yolanda es muy violenta y ahora no le dejaría a Antonia ni empezar a hablar.
- ¡Joder que plan! Bueno, vale, yo trato de hablar con ella.
Carlos se bebió de un golpe lo que le quedaba del whisky, preguntó el número de habitación y salió entre maldiciones.
A los cinco minutos volvió diciendo que Yolanda había aceptado venir a nuestra habitación a hablar. Inmediatamente sonaron unos golpes en la puerta. Era Yolanda. Venía con un camisón casi transparente, que permitía observarla en todo su esplendor, y con una toalla de mano reliada en su mano derecha. Se encaró con Carlos:
- ¿Pero que te pasa a ti mamahuevos? ¿Es que a ti no te duelen los cuernos cuando te salen? ¡Pues a mi si!
- Yolanda no se trata de eso, creo que estás sacando las cosas de quicio –dijo Carlos tratando de aparentar tranquilidad, pero acojonado por dentro. Carlos no soporta las situaciones violentas-.
- Si Yolanda, ¿cuando hemos podido hacer algo Gustavo y yo?
- La cosa no es sólo follar, es hablar con otra, pensar en otra que te está zorreando y eso lo habéis hecho de sobra. ¡Se acabó la plática! –Diciendo esto se quitó la toalla que llevaba en la mano y sacó un pistolón como un demonio, lo levantó hacia nosotros y continuó:- Ahora os vais a desnudar todos, pendejos, o descerrajo el cargador.
Nos miramos unos a otros sin saber si debíamos obedecerla. A los diez segundos Gustavo, que la conocía mejor, comenzó a desnudarse.
- Ustedes también –nos conminó Yolanda acercándose con el pistolón-
A la vista de la situación decidimos obedecer y comenzamos a desnudarnos. ¡Joder con el pistolón que también se calzaba Gustavo en la entrepierna! ¡En frío tendría más de quince centímetros, como sería en caliente!
Cuando ya estábamos los tres desnudos Yolanda apuntó a Carlos y con toda frialdad le dijo:- Mamahuevos, me vas a follar aquí delante de tu mujer y de mi novio o le pego un tiro a tu mujer.
Carlos se acercó a ella y con voz muy baja le dijo señalándose la almendrita:
- ¿Tú te crees que yo estoy para follar ahora?
- Ven aquí –le ordenó Yolanda apuntándolo-. Chúpame el coño y ya verás como te animas –y se subió el camisón dejando al aire un precioso chocho depilado-.
- Mira, ni chupándote el coño, ni con dos viagras, además, ¡que no hay forma!
- Carlos, por Dios, inténtalo de alguna manera, que Yolanda nos mata ¿quieres que te la chupe? –Dije yo-.
- Antonia, mejor le rezas a la Virgen del Rocío, que tienes más posibilidades –dijo Carlos casi entre sollozos-.
- ¡Que me chupes el coño te he dicho!
Carlos se acercó de rodillas a Yolanda, que mantenía su camisón subido.
- Mira dentro a ver que encuentras –siguió Yolanda-.
Carlos tocó el chocho de Yolanda y sacó un papelito enrollado.
- Míralo y di lo que es.
- No veo, tengo las gafas empañadas, deja que me las limpie, aunque no se con qué.
Era una foto de Patricia y Mario juntos, que les había sacado yo cuando me los encontré. Carlos se quedó como muerto.
- ¿Así que tú no sabías nada del fontanero-gigoló? –Le dije a Carlos acercándome a él-. ¿Así que yo era el putón que me había cepillado al fontanero? ¿Así que te hacía mucha gracia dármela con queso? Pues que sepas que donde las dan las toman.
Carlos era incapaz de reaccionar del susto que tenía encima. Yolanda y Gustavo estaban muertos de risa y yo lo miraba saboreando mi victoria. Finalmente, Carlos pudo articular palabra y me dijo:
- Antonia eres un monstruo, has estado a punto de matarme del susto. No me he meado encima porque me he quedado sin líquidos. ¿Pero cómo se te ocurre este montaje?
- Te merecías un escarmiento. Yolanda y Gustavo son una pareja de actores swingers que encontré en Internet, quedé con ellos, les conté tus montajes y les propuse el plan a gastos pagados. Aceptaron encantados.
Yolanda se acercó a Carlos, lo besó en la boca y le echó mano al paquetito diciendo:
- Pobre corazón mío, pero cómo te vas a asustar de mí, con lo que me gustas.
Después de un buen morreo lo cogió de la mano y se lo llevó al baño. Yo, por mi parte, decidí averiguar el tamaño de la polla de Gustavo en caliente. No lo puedo decir aquí para no ofender al resto del género masculino, pero si puedo decir que ni el capullo podía meterme en la boca.
Cuando volvieron Yolanda y Carlos, ya bien empalmado, del baño, Gustavo y yo estábamos haciendo un “69”, dentro de las posibilidades que yo tenía con el tamaño que calzaba. Gustavo estaba tumbado boca arriba y me daba unos lametones que me estaba volviendo loca, yo estaba encima suya comiéndole y chupándole todo lo que podía. Yolanda no se lo pensó dos veces y poniéndose de rodillas detrás de mí comenzó a chuparme desde el ojete hasta el clítoris alternando los movimientos con Gustavo. Carlos se colocó debajo de Yolanda para comerle el chocho.
Con los lametones de Yolanda y Gustavo y el placer de tener semejante pedazo de nabo en la boca no tardé nada en correrme. Fue una explosión como pocas veces había tenido, caí como muerta sobre Gustavo, pero sin soltar el trofeo en ningún momento. Yolanda levantó a Carlos y de rodillas comenzó una pasional mamada recorriéndole la polla y los huevos, con el mismo arte que me había demostrado minutos antes. Oía como Carlos lanzaba suspiros de placer. Al rato la levantó y la tumbó en la cama a nuestro lado, deje la polla de Gustavo y empecé una chupada de tetas como no había dado en mi vida. Tenía las tetas grandes y duras, con una areola y unos pezones grandes y oscuros. Gustavo se levantó y me la clavo de una vez, pensé que me iba a partir en dos, pero que va, aguanté como una jabata, no pensaba parar hasta obtener mi segundo premio. Carlos tenía a Yolanda boca arriba y la tenía en un mete y saca que movía toda la cama.
En medio de todo el folleteo Carlos me beso apasionadamente, mientras Yolanda se corría dando gritos como una fiera, pidiéndole luego a Carlos que le diera un minuto para recuperarse. Carlos le dio el minuto, pero no estaba dispuesto a parar, así que se subió a la cama y me la metió en la boca hasta el fondo, continuando allí el mete y saca. Rellena por todas partes estaba en la gloria, no quería que aquello acabase, así que me saqué la polla de Carlos de la boca y la de Gustavo del chocho y me tumbé para hacer otro “69” con Yolanda, que empezaba a dar de nuevo señales de vida.
Gustavo y Carlos se quedaron tumbados observándonos y sobándose el nabo, aun cuando no por mucho tiempo. Gustavo se levantó y mientras yo le lamía el coño a Yolanda vi acercarse aquel mandado hasta el ojete de Yolanda y ensartarla cuidadosamente. Yolanda, que no debía haber visto la maniobra de su marido dio un berrido, pero poco a poco se fue calmando, dándome lengüetazos cada vez más salvajes. Carlos tampoco perdió el tiempo y poniéndose detrás de mi me la incrustó en el chocho, al poco dejé de notar la lengua de Yolanda, que había decidido chuparle a Carlos el tronco y los huevos mientras me follaba.
Después de unos largos minutos, Yolanda y yo nos corrimos a la misma vez, Gustavo sacó la polla del culo de Yolanda y me largó unos disparos de lefa en la cara y en las tetas que me hicieron hasta daño. Carlos la sacó también de mi interior y se la metió en la boca a Yolanda, corriéndose como un animal en su garganta.
Después de ducharnos y tomar una copa del minibar mientras charlábamos, nos quedamos dormidos como angelitos a las cinco de la mañana.
Desperté la primera, me incorporé y vi que Gustavo y Carlos tenían una erección matutina de escándalo. Me los hubiera follado, pero tenía el chocho en carne viva. Pensé que la cosa no podía quedar así y me zampé lo que pude de la polla de Gustavo, mientras pajeaba a Carlos, al rato cambié de posición para comérsela a Carlos, lo cual era mucho más fácil, y pajear a Gustavo. No me aguantaron ni diez minutos y se corrieron, yo creo que sin despertarse.
Después de desayunar abundantemente por el esfuerzo realizado nos despedimos, quedando en vernos por alguna parte, y Carlos y yo volvimos a casa con mucho sueño y realmente escocidos.
Carlos había recibido su merecido, aun cuando yo no estaba nada segura de que las cosas se quedasen ahí.
El mes de agosto lo pasamos con nuestro hijo entre Málaga, Sevilla y Huelva. A principios de septiembre se quedó de nuevo con sus abuelos y nosotros nos volvimos a Sevilla para disfrutar los últimos días de ese año como parejita.
Sin embargo, lejos de disfrutar de esos días, Carlos se mostraba esquivo e inapetente. Se pasaba la mayor parte del tiempo en el trabajo, incluido el fin de semana, ni una vez intentó que hiciéramos el amor y cuando yo lo intentaba el se resistía. Hablaba poco o nada y estaba muy pendiente del móvil, cosa que en él no era habitual.
Al principio pensé que todavía no me había perdonado lo de Cáceres, pero después lo deseché, no había sido para tanto y durante el mes de agosto no habíamos tenido ningún problema. Si no fuera porque lo creía imposible, todos los indicios apuntaban a que estaba manteniendo un rollo con alguna. Una tarde que se había ido al trabajo lo llamé al fijo y no lo cogió. Lo probé al día siguiente e igual. Estaba empezando a mosquearme con el tema, pero no podía ser, yo sabía que tras nuestros comienzos en los que le fue infiel a su entonces mujer, Carlos no iba a volver a jugar con eso. Que alguna vez echara una cana al aire de manera casual, no lo negaría, pero un rollo estaba segura de que no. Entonces ¿qué estaba pasando?
Carlos no se había enterado todavía que la más buena de las mujeres, si quiere, puede ser peor que el más malo de los hombres. Dándole vueltas a la cabeza llegué a la conclusión de que estaba haciendo teatro. No me era infiel, pero quería que yo pensase que si lo era. ¡Quería devolverme lo de Cáceres el muy cabrón y estaba tramando algo! ¡Que cabezota y que inocente!
Lo primero que hice fue hacérselas pasar putas, así que cuando volvía del trabajo yo lo esperaba con la ropa interior más provocativa que tenía, sabiendo que desde luego su deseo era echar un quiqui, pero que tenía que reprimirse para mantener el teatrito. Luego comencé a preguntarle de manera insistente que le pasaba, a lo que él respondía con evasivas. Más tarde le preguntaba si la medicación le estaba afectando a su capacidad sexual, a lo que también respondía con evasivas. Tensando la cuerda, una noche que él se había ido a la cama antes que yo, cuando fui a acostarme noté que estaba haciéndose el dormido y de manera ostensible me hice un sonoro dedo a su lado hasta que me corrí pensando en el mal rato que tenía que estar pasando por cabezota.
Además de putearlo, tenía que averiguar que estaba tramando. Evidentemente, su finalidad no era amargarme la vida porque pensara que me era infiel, la cosa tenía que ir más allá, su objetivo era poder decir que había vuelto a dármelas con queso. Si estaba jugando a eso, debía tener una cómplice con la que culminar la jugada ¿pero quién? Si descubría a la cómplice podría volverla a mi favor y terminar con el teatrito que nos estaba jodiendo los últimos días de parejita.
Deseché a Patricia, era demasiado sencillo e increíble. Tenía que ser algo más rebuscado y más creíble, además, tenía que ser alguien con la suficiente confianza con los dos, como para acceder al juego. Tras darle una infinidad de vueltas a quien podría ser, por fin se me iluminó la mente, ¡Lola!
Lola era amiga de Carlos, pero cuando nos conocimos se hizo más amiga mía que de él. Era una guasona y una calentorra de mucho cuidado y estaba recién divorciada de un marido que era un muermo de cuidado. La llamé por teléfono.
- Hola Lola, soy Antonia.
- Hola Antonia, que alegría. Hace un siglo que no hablamos. ¿Qué es de tu vida?
- Pues bien, tranquila y eso, aun cuando un poco mosqueada con Carlos, creo que me la está pegando –decidí entrar de frente-.
- ¡Anda ya! Si esta colado por ti y además no tiene tiempo ni de rascarse. –Lola se mostraba demasiado segura. Lo normal hubiera sido que preguntase en que lo notaba-.
- ¿Tú no sabrás nada?
- Yo que voy a saber, si también hace un siglo que no hablo con Carlos. –Mentira, sin querer había visto dos llamadas de Carlos a Lola en agosto, a las que no había dado mayor importancia. La cosa estaba clara. Ahora la dificultad estaba en cómo conseguir que se cambiase de bando-.
- Te voy a ser sincera Lola. Se perfectamente que Carlos está tramando algo para responder a un numerito que le monté hace un mes. En esa trama necesita de una cómplice y tú tienes todas las papeletas. Yo no quiero desmontarle la trama, quiero que le estalle en las manos, vamos en los huevos. Si te pasas a mi bando, te aseguro que te lo vas a pasar mejor.
- Eso ya es otra cosa. Yo lo que quiero es un cachondeo. He pasado un verano aburridísimo con los niños y mis padres en la playa y tengo que desentumecerme. ¿Qué me ofreces? –Así de descarada era Lola-.
- Reírnos de Carlos y un buen trío después. Si te quedas en el bando de Carlos, te quedas sin reírte y sin trío –órdago al juego, para que luego dijera el tonto del haba que yo no sabía jugar al mus-.
- Me gusta tu propuesta. Adiós Carlos, hola Antonia. Por cierto, genial lo de Cáceres. Hay que ser muy mala para gastarle esa putada.
- Sabrás también la que me gastó él antes.
- Desde luego no os aburrís, hija que envidia. No, esa no me la ha contado.
- Pues ya te la contaré yo y verás que tenía motivos de sobra.
Quedamos en vernos al día siguiente para urdir la contra trama y nos despedimos.
¡Olé mis ovarios! Lo tenía en mis manos, ahora sólo tenía que aplicarle la picana poco a poco.
Al día siguiente acudí a mi cita con Lola. Estaba guapa, el divorcio le había sentado de maravilla. Lola tendría mi edad, era una morena voluptuosa con curvas muy bien puestas y permanentes ganas de guasa en todos los sentidos. Después de los saludos y los piropos de rigor, empezó a contarme la cuestión:
- A mediados de agosto me llamó Carlos para pedirme ayuda en una trama que te quería montar. Me contó lo de Cáceres y, aun cuando tuvo final feliz como en los salones de masaje, me pareció un putadón digno de venganza. Me dijo que su pretensión era convencerte de que tenía un lío, que fueras presa de los celos y que al final montaras un pollo donde fuera, hasta que te dieras cuenta de que te la había colado y se te bajaran los humos. Mi papel era muy secundario, llamadas, mensajitos, en fin lo habitual de las amantes tontas y en la escena final hacer de figurante.
- A este hombre se le ha ido la pinza. ¿Cómo puede creer que me voy a tragar lo de la amante? Eso sería si yo creyera en los milagros. Bueno, lo que vamos a hacer es seguirle el rollo. Tú sigues con las llamadas y los mensajitos y yo finjo estar loca de celos. Cuando él de el siguiente paso, ya vemos como actuamos. No le queda mucho tiempo, el niño vuelve dentro de unos días.
- No se te olvide lo del trío prometido.
- Que no mujer, que a mí también me apetece, incluso es posible que te lo mejore con la maldad que se me está ocurriendo –y diciendo esto le di un piquito-. Además, Carlos va a estar más caliente que un soldado en Ibiza, llevamos diez días a palo seco por su culpa y lo que le queda. ¡Ay que hombre más tonto!
Al llegar a casa llamé a mi amiga Marga. Marga formaba parte de mi cuadrilla desde siempre y Carlos prácticamente no la conocía. Era una morena muy bajita, pero mona y muy viva. Sabía por ella y por el resto de la cuadrilla que estaba en situación desesperada. No cataba desde hacía tiempo y las perspectivas no le eran muy halagüeñas.
- Hola Marga, soy Antonia.
- Hola Antonia, ¿cómo le va a la feliz amante esposa? ¿Sigues tan bien atendida como cuentas siempre? –Evidentemente había una cosa que no se le iba de la cabeza-.
- De eso quería hablarte, pero lo que te diga tiene que quedar dentro de la Unión Europea.
- ¡Como eres! Si sabes que soy una tumba.
- ¿Te apetece un poquito de cachondeo en todos los sentidos?
- Eso ni se pregunta, dime.
- Este verano Carlos y yo lo hemos tenido muy movidito y nos hemos organizado varios teatritos. –Brevemente le conté lo sucedido-.
- ¡Hija de mi vida! Unas tanto y otras tan poco, pero dime, dime que me está interesando una barbaridad.
- Necesito que acoses a Carlos, que te hagas pasar por una que está colgada de él y que estés disponible en estos días para venirte a Sevilla a montar un cuarteto.
- ¡UN CUARTETO! Antonia que no voy a poder dormir, no me digas esas cosas, que sabes como estoy.
- Tres mujeres y un hombre, más almejas que nabos, así que no te hagas tantas ilusiones.
- Me da igual, cuando entremos en situación puedo ser una loba. ¿Qué tengo que hacer en concreto?
- Llamar por teléfono y mandarle mensajitos a Carlos cuando yo te diga y con lo que yo te diga. El premio ya lo sabes.
- Cuenta conmigo para lo que sea.
La contra trama ya estaba urdida, Carlos se iba a cagar por cabezota. Ya he dicho antes que la mujer más buena, si quiere, puede ser más mala que el peor hombre.
Cambié de actitud radicalmente y cuando estaba con Carlos me comportaba como un alma en pena. Si lo llamaban por teléfono o recibía algún mensaje merodeaba a su alrededor haciendo como que quería oír lo que hablaba o leer a hurtadillas los mensajes que recibía. Deje que varias veces creyera que le estaba vigilando el teléfono. El pobre debía pensar que había picado el anzuelo hasta el fondo.
A Lola le dije que intensificara las llamadas y los mensajes a las horas más inadecuadas. Con Marga la cosa tenía más mala leche. Primero le dije que lo llamara y colgara a los pocos segundos de que él atendiera el teléfono. Luego que le mandara mensajes a todas horas del tipo: “Te he visto esta mañana en el super y estabas tan guapo que he mojado las bragas” o “He visto a la puta de tu mujer y se me ha revuelto el estómago” o “Me estoy tocando pensando en tu polla dura”. Más tarde que lo llamara cuando estaba en casa y le dijera en voz muy alta las cosas más bordes que se le ocurrieran.
El ataque estaba haciendo mella en Carlos. Lola me contaba que le había dicho que bajara un poco la actuación y Marga que le colgaba o que le preguntaba quién era y por qué lo llamaba a él, que no volviera a llamarlo. Cada vez que le sonaba el teléfono, y eran muchas, Carlos daba un respingo y salía de la habitación silenciándolo. ¡Que mal lo estaba empezando a pasar!
A los cuatro o cinco días Lola me dijo que la había llamado y le había dicho que estuviera preparada para el sábado siguiente. Su plan era dejarme evidencias de que iba a tener una cita con su amante en un hotel. Ellos llegarían antes a la habitación, yo, según su plan, debería llegar un poco después y montarle una bronca del quince, sin saber que era ella su supuesta amante. Cuando hubiera verraqueado todo lo posible, el diría que yo era una paranoica y que todo era un complot para dármelas con queso. Este hombre estaba perdiendo facultades.
Llamé a Marga y le dije que intensificara aun más el acoso y que el sábado tenía que estar en Sevilla dispuesta a todo.
En esos días se veía a Carlos cada vez más preocupado, lo del acoso al que lo sometía Marga lo llevaba regular. Como yo le contaba a Marga que había hecho Carlos a lo largo del día y esta se lo largaba por teléfono, estaba empezando a sufrir manía persecutoria. Yo notaba que estaba deseando contarme el problema, pero tal y como estaba la situación no podía hacerlo.
Como el que no quiere la cosa, Carlos, el jueves por la noche, fingió una conversación telefónica, de manera que yo pudiera oírla, citando a su supuesta amante el sábado al mediodía en un hotel de Sevilla. La misma estrategia siguió el viernes por la noche. Desde luego si no me enteraba es que estaba completamente sorda o tonta. Por mi parte, decidí hacerme la esquizofrénica, lo mismo era un alma en pena que reventaba por cualquier cosa.
El sábado por la mañana Carlos me dijo que se iba al estudio. Yo le monté un pollo diciéndole que porqué no se quedaba en casa, que si le pasaba algo, que si estaba muy distante, que quién lo llamaba a todas horas,…etc. Al final salió dando un portazo y estoy segura de que totalmente arrepentido de la trama que había organizado. Lo siento, pero hay que pensarse las cosas mejor, pensé.
Carlos había quedado con Lola al mediodía en la habitación del hotel. A las once y media estábamos las tres haciendo de espías en las inmediaciones. A menos cuarto entró Carlos en el hotel con verdadera mala cara. A menos diez llamó a Lola para decirle que se abortaba la operación, pero Lola le convenció que de ninguna manera podía hacer eso. Si la cosa no tenía un final, a ver como me explicaba a mí lo que había pasado en las últimas semanas y entonces yo seguiría creyendo que de verdad tenía un rollo. Lo convenció. Cualquiera le quitaba el trío a Lola.
Decidimos hacer esperar un poco a Carlos para subir la tensión. Mientras tanto, Lola y Marga se analizaban mutuamente, con buenos resultados. Se habían hecho gracia la una a la otra.
A las doce y cuarto subió Marga. Su papel era colarse en la habitación, darse a conocer como la acosadora anónima y aguantar el tipo hasta que yo entrase.
A las doce y media subí yo. En su trama yo encontraría allí a Lola oculta le formaría el pollo y él, junto con Lola, dirían que todo había sido un montaje para devolverme lo de Cáceres. Ahora las cosas eran muy distintas. Ahora lo cogería en una habitación de hotel con una desconocida, a ver que contaba. Desde luego mí contra trama era realmente perversa.
Llamé a la puerta con la suficiente fuerza como para que Carlos no tuviera más narices que abrir. Preguntó quién era, yo seguí aporreando la puerta sin contestar. Finalmente abrió y entré. Su cara no podía ser peor. Llevaba el albornoz del hotel y estoy convencida de que si quería orinar, no podría porque no se la iba a encontrar. La ropa de Marga estaba mal oculta debajo de los cojines de sofá. La cama estaba revuelta y Marga debía estar tapada debajo de las sábanas.
- Antonia esto no es lo que parece. –Pobrecito mío, que falta de originalidad-.
- ¿Y entonces que es? Porque desde luego, que yo sepa, blanco y en botella, leche.
- Verás Antonia esto es una sucesión de desastres.
- Eso ya lo se que es sucesión de desastres para nuestra pareja y para nuestra familia. –Estaba dispuesta a cargar bien las tintas-.
- Bueno eso también, pero déjame explicarme. Después de lo de Cáceres pensé en montarte otra trama para sacarme la espina. Una trama de engaños y celos. Ahora veo que fue un error completo y que con esas cosas no se juega. Llamé a Lola para que me ayudara –yo puse cara de no saber quién era Lola-. ¿No te acuerdas de Lola?
- Si, vagamente.
- Era Lola la que tenía que estar aquí ahora para confirmar lo que digo, pero en vez de ella está una loca que me lleva acosando diez días y que no se como coño se ha enterado de que iba a venir aquí.
- Seguro cariño, eres tan atractivo y tan atlético, que te asaltan las mujeres por la calle. ¿Pero tú te crees que yo soy tonta? ¡Tu lo que eres es un picha brava y un cabrón! –Mientras decía esto último fui acercándome a la cama, desde la que se oían las risas contenidas de Marga-. Vamos a ver a la acosadora riente de los cojones.
Tiré de la sábana hacia atrás. Marga estaba encantadora con un corsé descotado con liguero y medias a juego. Efectivamente se había preparado para ser una loba.
- Pero bueno Carlos me cambias a mí por este tapón de alberca –Marga protestó con la mirada-. Tú estás mal, pero que muy mal. Y tú como te llamas o tengo que llamarte Tapón, como en la película.
- Me llamo Marga y sin faltar. Yo no he acosado a nadie. Él ha estado mandándome mensajes y siguiéndome por donde yo fuera, diciéndome que vuestro matrimonio estaba acabado y que yo era la mujer de su vida. He venido rechazándolo hasta que hoy he tenido un momento blando y aquí estoy.
- Eso es mentira. Te puedo enseñar los mensajes que me enviaba –pobre, no sabía que yo los había borrado esa misma mañana-. Búscalos y enséñamelos.
Cogió el teléfono y le dio cien vueltas, lógicamente, sin encontrar nada.
- No lo entiendo, no los encuentro, pero si quieres llamamos a Lola, que ella te dirá que es verdad lo de la trama.
- Llámala y pon el manos libres.
Nervioso como no lo había visto nunca trataba de marcar, pero no atinaba. A la tercera consiguió que el teléfono marcara.
- Hombre, hola Carlos, cuanto tiempo sin saber de ti. –Lo miré con ojos asesinos-.
- Lola no bromees que la cosa es muy seria. Que se han producido circunstancias inesperadas y me juego mi matrimonio.
- ¿Pero de que quieres que no bromee, si no se de que me estás hablando?
- Lola, soy Antonia. Según Carlos tu colaboras en una trama para devolverme cierta jugada ¿es eso cierto?
- Hola Antonia. De verdad que no tengo ni la más remota idea de lo que me estáis hablando y como amiga vuestra que soy, tengo que recordaros que tenéis un hijo y no podéis estar los dos borrachos a la una de la tarde. Adiós.
Lola lo había clavado, Marga a duras penas podía contener la risa y Carlos cayó hundido en el sofá con la cabeza entre las manos. ¡Que hijas de puta podemos llegar a ser las mujeres cuando queremos!
Carlos fue a decir algo, pero no le salieron las palabras y volvió a esconder la cabeza en las manos.
- Mira Carlos –le dije muy seria-, la forma de poder arreglar esto es que asumas tu culpa, que te olvides de Tapón, bueno de Marga y que tratemos de recomponer nuestra situación con el tiempo.
- Pero Antonia si es que no es así.
- Mal vamos Carlos, muy mal.
Finalmente, Carlos levantó la cabeza y dijo:
- Tienes razón Antonia, he cometido un grave error, me arrepiento profundamente y no volveré a acosar ni a ver a…Marga era, ¿no?
Marga se tronchaba literalmente.
- ¿Pero tú de que te ríes? –le espetó Carlos a Marga-.
- Carlos –dije yo todavía muy seria- una vez encarrilada nuestra situación, creo que lo que procede es que seamos cuatro para jugarnos un mus –y diciendo esto abrí la puerta y entró Lola, que había estado con la oreja pegada a la puerta durante toda la bronca-. Pero yo no juego contigo de pareja que eres muy malo.
La cara de Carlos era un auténtico poema. No daba crédito a lo que estaba pasando.
- ¿A que te lo vas a pensar antes de querer dármelas con queso otra vez?
- ¡Sois unas hijas de puta con balcones a la calle! ¡Ni con la pistola de Yolanda lo he pasado peor!
- Carlos lo he pensado estos días varias veces, pero creo que de esta vez si te vas a enterar bien: la mujer más buena, si quiere, es peor que el hombre más malo. Y tú, además, no vales para malo.
Carlos rompió a gimotear después de la tensión acumulada, mientras nosotras tres no podíamos parar de reír.
- Bueno muchacho –le dije a Carlos-, yo a estas amigas les he prometido un buen lío por ayudarme, así que deja de gimotear, pide que nos suban comida y bebida, que por supuesto vas a pagar tú, y ve animando el pajarito que no te vas a encontrar en otra como esta.
Obediente pidió de todo, mientras las que todavía estábamos vestidas nos desnudábamos y nos poníamos los albornoces, en espera de que llegara la comida y la bebida. Lola estaba tremenda, ¡joder que bien le había sentado el divorcio! Tenía unas tetas imponentes, grandes, redondas, nada caídas y terminadas en unas areolas rosas grandes y con unos pezones como dedos gordos. El culo ni grande ni chico redondito y duro y el chocho lo llevaba totalmente depilado, dejando ver ya los labios menores. Me estaba poniendo muy caliente sólo de verla, esa tarde me la iba a comer enterita.
Como por descuido, creyendo que Marga y Lola no se darían cuenta le metí la mano a Carlos por la abertura del albornoz, para irle dándole ánimos para la tarea que tenía por delante. Inmediatamente oí la voz de Marga que decía:
- ¡Para ahí, que tú lo tienes todos los días y una promesa es una promesa! -Uf, que tarde-noche le queda a Carlos, pensé, menos mal que viene con hambre atrasada-.
No me quedó más remedio que sacar la mano, si no quería que me la cortasen. Carlos me besó en la boca y me dijo:
- Perdóname esta última gilipollez, no se como pensé que te la podía dar con supuestas amantes y celos, cuando lo mío es dártela con alumnas y fontaneros. Además, no te enfades que no has salido mal parada este verano.
- Bueno que tu tampoco te has quedado manco con los dos pibones que te has marcado y las tres que te quedan aquí. –Le dije sobándole los huevos, ya sin disimulo-.
- ¡Que no te lo digo más! –Gritó Marga apartándome la mano y metiendo la suya. –Esto mejorará ¿no? –Me susurró al oído-.
- No te preocupes, que mejora mucho metido en harina –le contesté-.
El camarero que trajo la comida y la bebida no atinaba con la situación, no dejaba de mirarnos a las tres, ya con los albornoces bastante abiertos, nada más que para mirar a Carlos con auténtica admiración. ¿Cómo había que hacérselo para estar a la una y media de la tarde en una habitación de hotel con tres tías buenas medio en pelotas? Era el único pensamiento que le rondaba las cabezas, más la de abajo que la de arriba, por el bulto que le iba saliendo en el pantalón. Para que se fuera contento y se acordara de mí esa noche, mientras iba depositando los platos en la mesa, me abrí descuidadamente el albornoz para que pudiera ver cómodamente gran parte de mis tetas.
Una vez que se fue el camarero tapándose el bulto con la bandeja, nos sentamos a comer. Marga empujó descaradamente a Lola para sentarse junto a Carlos en el sofá, Lola y yo nos sentamos en frente de ellos en dos sillones.
- Ten cuidado que esta viene como una loba –le susurré a Lola-.
- Pierde cuidado, a mi me apetece primero un poco de marisco –me contestó dándome un beso en la boca-.
La comida fue rápida, pero divertida recordando los juegos del verano. Cuando les conté a mis amigas el tamaño del nabo de Gustavo, dijeron que era una exagerada y una fantasiosa. Cogí el móvil y les enseñé una foto que le había hecho por la mañana mientras dormía.
- ¡Que barbaridad! –Gritaron ambas al unísono, quitándome el móvil de las manos, para poder ver la foto de cerca-.
- Antonia, eres una asquerosa, pero con mucha suerte –dijo Marga sin quitar la vista del móvil-.
- Suerte no querida, hay que currárselo –le contesté-,
La situación se había distendido y Carlos empezó a dar signos de volver a la vida, montando la tienda de campaña bajo el albornoz. Marga no se cortó un pelo y tumbándose se llevó la polla de Carlos a la boca y le empezó a hacer una mamada ansiosa.
Yo me puse de rodillas, le abrí el albornoz a Lola y fui dándole besos desde el cuello hasta el chocho, donde me quedé un larguísimo rato. Lola me miraba y alternativamente miraba la mamada que le estaba haciendo Marga a Carlos. Me levantó y nos fuimos a una de las camas para hacer un “69” de campeonato. Marga tenía una lengua bien entrenada con la que conseguía follarme el chocho y el ojete alternativamente. Que me chupen el ojete me pone a mil. Lola lo notaba y me dijo:
- Dame tres minutos y nos corremos juntas.
Y así fue, cuando ya estaba a punto, centró su atención en mi ojete y nos corrimos a la vez con la exactitud de un equipo de natación sincronizada. No fuimos nosotras solas. Carlos, que mientras Marga se la chupaba le había estado haciendo un dedo, se corrió entre berridos en su boca, a la misma vez que Marga se corría también entre espasmos.
Descansamos para tomar una copa y recuperar el aliento. La habitación olía a sexo más que la de un adolescente pajillero.
Al rato Marga cogió una copa de cava y fue vertiéndola muy despacio por la espalda de Lola que estaba tumbada en la cama boca abajo. Mientras la vertía iba chupando y lamiendo hasta llegar al culo, donde metió la cara para comerse todo lo que pudiera. Carlos y yo observábamos la escena sobándonos el uno al otro. Marga era bajita, pero desde luego estaba muy bien hecha y muy bien cuidada. Cuando ya estábamos todos bastante calientes otra vez, Carlos me dijo:
- Tu amiga Marga está para follársela a rosca.
- Atrévete –le contesté-.
Se levantó y cogiéndola en peso le clavó la polla sin miramientos, que por otra parte no le hacían falta. Lola se puso detrás de Marga para sobarla y yo de rodillas detrás de Carlos para chuparte el ojete y los huevos. Pasados unos minutos se me ocurrió una maldad y se le comenté a Lola que se partió de la risa. Entre las dos cogimos a Marga a la silla de la reina y le dijimos a Carlos que siguiera follándosela así, mientras nosotras le comíamos las tetas. Como se había corrido hacía poco tiempo aguantó más follando que nosotras cargando y tuvimos que soltarla sobre la cama. Carlos se tumbó boca arriba, cogió a Marga y se la subió para seguir follando. Lola se sentó sobre su cara, poniéndole el chocho en la boca y comenzó a sobar y besar a Marga que, para entonces, gritaba como una poseída. Marga duró poco. Se corrió por segunda vez y cayó a un lado como muerta. Lola aprovechó la ocasión y ocupó el lugar que había quedado libre y yo el que ella dejaba. Observé que mis compañeros de posición estaban a punto de terminar, así que le dije a Carlos:
- Chupame fuerte el ojete que quiero correrme con vosotros.
No tardamos ni dos minutos en corrernos. Fue como las fichas de dominó, primero Lola, inmediatamente Carlos y yo antes de que Carlos terminara de dar sacudidas.
Carlos, entre el mal rato de la mañana y los buenos ratos de la tarde, se quedó dormido como un niño. Yo traté de dormirme un rato también, pero Marga comenzó a sobarme las tetas y el chocho.
- ¿Pero es que tú no tienes hartura? –Le grité al no dejarme dormir-.
- Para ti es muy fácil decirlo, que estás harta de follar y de todo, pero hay que estar en blanco como yo para entender que no puedes perder una oportunidad.
- Vale Marga no te pongas dramática, una copa y seguimos. –Le contesté-.
Fui a servir unas copas y cuando volví le estaba comiendo el chocho a Lola que, al parecer era de su opinión. Les pasé las copas como pude, me abracé a Carlos y me dormí como una bendita.
Desperté a media mañana con el coño de Marga en la boca.
- Venga Antonia, dame un poquito para que llegue a la media docena –me dijo en cuanto abrí los ojos-. El año que viene me vengo con vosotros desde junio. –El año que viene te busco yo una pareja en mayo para que nos dejes vivir, pensé, aunque luego corregí, si se la buscaba en mayo, para junio ya la habría liquidado.
Afortunadamente, esa misma tarde Carlos y yo recogimos a nuestro hijo y volvimos a la rutina, al menos, hasta el final del próximo curso.