Juegos Calientes
Tamara es una diosa, excelentes tetas, buen culo. Cualquier hombre quisiera tenerla en la cama dándole rico. Por fortuna la tuve bajo el yugo de mi verga. Y vaya que gozamos.
Habíamos pasado de la cena a juegos que prometían subir la temperatura. Éramos dos hombres y dos mujeres en mi apartamento, todos amigos de la universidad; regularmente nos reuníamos los viernes por la noche para liberar tensiones.
Pero la propuesta de Tamara, una muñeca de carne y hueso, nos había tomado por sorpresa. Jugábamos verdad o reto cuando ella se incorporó del mueble y se puso en medio de la sala.
-Raúl -me dijo-. La semana pasada dijiste que tenías un cuarto lleno de bebidas espirituosas. ¿Eso es verdad?
-Así es, nena -le respondí.
-Entonces podemos ponerle picante a la noche -expresó.
-¿Y qué propones? -preguntó Daniel, y me miró a la cara mientras se lamía la comisuras de sus labios, él y todos los hombres de nuestro salón tenían muchas ganas de probar a esa hembra.
La idea de Tamara era servir muchos tragos en diferentes vasos, colocarlos en la mesa de estar y vendarnos los ojos por turno. Quien adivinara el sabor de la bebida podría mandarle a quitar una pieza de ropa a quien más quisiera, y, además, pedirle que contase secretos íntimos. Quien no adivinara, debería confesar alguna verdad a nivel sexual.
¡Era interesante! El sueño del desgraciado de Daniel y el mío estaban haciéndose realidad. A quien no le pareció muy buena idea fue a Fernanda, la más tímida del grupo; al instante se incorporó, se excusó y se fue sin dar mayores explicaciones.
Empezamos a jugar, y en la primera ronda Daniel y yo habíamos perdido los zapatos y las camisas. Tamara estaba invicta, era una veterana en el juego; y eso la puso fogosita, todo iba viento en popa…
Pero a los pocos minutos se esfumaron los sueños sádicos de Daniel; se tenía que ir porque su novia lo estaba esperando para celebrar su aniversario.
-Eso nos deja en el juego a ti y a mí -dijo Tamara-. ¿O tienes miedo? Y prefieres que me vaya.
-No vale, todo lo contrario. Estoy ansioso por conocer de ti.
-Para eso debes ganarme en mi propio juego, y eso está difícil.
Continuamos el juego y ya estaba algo envalentonado, pero di con los sabores de uno de los vasos.
-Ron con Voadka -dije, la muy astuta había mezclado las bebidas.
-¡Bravo! Felicidades -respondió.
-Quiero que te quites el vestido. Y luego que me cuentes tu mejor experiencia sexual -ordené.
-¿Sabes? Esto no es justo. Me costó dejarte en bóxer, y ahora tú me dejarás en sostenes e hilos.
Confieso que en ese momento me había decepcionado, pensé que no cargaba ropa interior, y resultaba que un sostén e hilo se interponía en mi objetivo.
-Buen cuerpo -le dije al ver sus voluptuosas tetas y su cinturita de sirena.
-Tú no te quedas atrás, tienes un abdomen exquisito -confesó
-Puedes probarlo cuando gustes -susurré.
-¿Cómo? Primero terminemos el juego.
-Claro, debes contarme tu experiencia sexual.
En lugar de darme detalles sobre su vida sexual, fue envolviéndome hasta que caí de nuevo en su juego... Terminé desnudo, y ella sólo en hilos. Sus increíbles tetas terminaron por despertar a mi amiguito, y ella al verme erecto levantó una ceja.
-No te aguantas, ¿verdad? -dijo, mientras soltaba una carcajada.
-Tienes que entenderme, estás buenísima. No es mi culpa -confesé.
-¿Sabes cuál es mi fantasía sexual? -preguntó con morbo.
-Me gustaría saberla y cumplirla -respondí con mucha sinceridad.
Entonces sonrió, y acercó sus carnosos labios hasta mi oído.
-Por mucho tiempo he anhelado muchísima acción sexual: quiero que aparte de decirme cosas muy sucias y de tratarme como a una perra callejera también me azoten y me castiguen.
Tragué saliva, la tomé por los hombros y la aparté un poco para mirarla a los ojos. Era verdad lo que decía, estaba hablando en serio.
-¿Quieres que te haga eso? ¿Quieres ser mi perra? ¡Déjame complacerte!
Tamara no dijo nada, sólo me tomó por la cabeza y comenzó a besarme como una loca, su lengua fue saboreando mis labios, mi cuello, mi abdomen y descendió hasta llegar, casi, hasta donde yo quería.
¡Mierda! Su lengua fue a parar a mis testículos y los saboreaba con gusto. Sin duda la sensación era placentera; después pasó a la acción, una buena mamada me puso cada vez más relajado.
Pero, de repente paró y se sentó sobre mis piernas.
-¡Dame lo que quiero! -dijo, y me agarró las manos induciéndome a que clavara mis uñas en sus carnosas nalgas.
Fue entonces, cuando entré en razón. Sabía que debía hacer de esa noche algo extremo. Era obvio que aún no le habían dado lo que quería, y yo estaba dispuesto a cumplir sus más retorcidos deseos.
La tomé por los muslos y la halé hacia mí, dejando mi pene a la altura de su abdomen comencé a atraer sus pezones a mi boca. Primero los chupaba con delicadeza y luego los succionaba, dándole pequeñas mordidas, mientras que con mis manos le daba nalgadas tan fuertes, que su carne se desplegaba por mis piernas haciendo que mis dedos se introdujeran en su ano.
-Quiero más, maldito. Se hombre y dame más.
-¿Ah sí? ¿Quieres más? ¡Perra!
En el acto le di una nalgada con la mano izquierda, mientras que con los dedos de la mano derecha le follaba el culo.
-¿Eso quieres? ¿eso quieres?
Estaba funcionando, porque gemía fuerte, pero después de tres nalgadas decidí cambiar de posición para no aburrirla.
La acosté sobre la alfombra y empecé a acariciar su clítoris con mis dedos índice y medio, enseguida le quité la correa a mi pantalón y con la punta empecé a darles golpes a su coño.
Uno, dos y tres golpes suaves...
-Dame más, eso me gusta. ¡Quiero una buena pela!
...cuatro, cinco y seis golpes fuertes...
-Eso maldito, mátame, ¡mátame!
Había logrado lo que quería, la tenía con las piernas abiertas, esperando a que le diera un buen merecido; pero tenía unos planes antes de clavarla.
Abrí mucho más sus piernas y mientras que con una mano desplegaba su coño con la otra iba metiendo los dedos; primero dos, luego cuatro y así, poco a poco, hasta que mi mano se encontraba dentro de ella… lo disfrutaba, sobre todo, porque estaba caliente y palpitante.
Ya en ese momento, Tamara se encontraba en un estado de trance. Ni siquiera parecía estar en este mundo; y así era, la tenía flotando en el cielo, viendo estrellas interestelares.
Poco a poco retiré mi mano que estaba empapada de un rico liquido vaginal, quería probarlo, pero me aguanté y decidí pasarlo por mi verga, que estaba más erecta que nunca... Después de lubricarme comencé a pasársela por los labios de su coño. Aquello la desespero y en el acto se incorporó.
-¡Escúchame bien! te deseo como nunca antes había deseado a nadie. ¡No lo eches a perder, cabrón!
Después de sus volátiles palabras se puso en cuatro patas y meneaba su culo en forma insinuante. En ese punto sabía que con Tamara no debía andar con rodeos ni mucho menos tenerle compasión.
Pasé mi mano, aún bañada de líquido vaginal, por el huequito de su ano. Me acerqué a ella la tomé por su cabellera negra y le clavé la verga de un solo golpe por el culo.
-¡Ah! -gritó de placer, casi como si estuviera riendo.
Le di una sola embestida y pasé mi verga a su coño. Y allí quería quedarme dándole, pero la necesidad de satisfacerla era más grande que mis propias ganas de gozo. Así que alternaba; un ratico coño calientico y otro ratico culo apretadito.
Y que bien se sentía pasar de su coño húmedo, ardiente y palpitante a su culo cerradito y deseoso por ser abierto. Aquello me puso a mil, metérsela por el culo y por el coño, a la vez, era exquisito. Pero rápidamente supe que lo de nosotros era el sexo anal.
Por eso la sujeté de los cabellos con una mano, y con la otra rodeé su cuello mientras medio me incorporaba y la clavaba por el culo una y otra vez.
-No voy a parar hasta que te parta el culo. Toma verga, perra, ¡tómala! -le decía mientras le halaba el cabello y la ahorcaba.
Ante aquel acto estaba a punto de venirme, y empecé a gemir más y más fuerte; pero ella se liberó de mis manos... yo me incorporé sorprendido mientras ella se arrodillaba y rodeaba mi verga con sus manos... empezó a tragárselo.
No lo soporté más, me corrí... y aun cuando su boca estaba repleta de semen ella seguía metiéndolo una y otra vez a su boca…
Un rato después nos quedamos tirados sobre la alfombra; y sin darme cuenta me había quedado dormido. Cuando desperté ella ya no estaba.
Todavía recuerdo aquella noche como si hubiera sido ayer; y aunque ella parece haberlo olvidado, yo lo reafirmó una y otra vez oliendo sus hilos y masturbándome.
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Te espero, juntos pasaremos noches agradables, variadas y sobre todo, diferentes.