JUEGO DE TRONOS cap4 Obreros

Animo a unos obreros a usar a mi padre y que sea su perro

Aquellos cuatro días con Jorge fueron fantásticos. Era el único que me mostraba ternura en la cama. Todos eran cariñosos conmigo, pero no a la hora de tener sexo, ahí no había cariño que valiese. Los tres días restantes los pasamos juntos. Íbamos al gimnasio, salíamos a pasear, a correr y en casa éramos como una lapa pegada a su roca. Me gustaba pasar el tiempo con él y era inevitable no sentirme atraído por ese hombre. Sabía que eso no estaba bien y no debía sentir esas cosas por Jorge. El llevaba siendo la pareja del abuelo durante veintitrés años y ¿Quién era yo para meterme en medio?

Hacía ya dos días que el abuelo, mi padre y mi tío habían vuelto de la capital con los planos y supongo que algunas folladas. Las obras en el viejo granero iban a empezar, pero antes debíamos vaciarlo de trastos ya inútiles. Alquilamos un servicio de contenedores y para ir empezando nos trajeron un par de ellos.  Los tiempos cambian, las cosas se modernizan y en su momento el abuelo hizo instalar tres silos para almacenar el grano, dejando el viejo granero para otras cosas.

Aquella mañana desayunamos los cinco juntos. Mi padre y mi tío se irían luego a la carpintería y el abuelo, Jorge y yo nos quedaríamos a vaciar el granero. El abuelo, como siempre presidía la mesa. Siempre había sido generoso con la comida y su generosidad era sinónimo de gordura si no tenías precaución y comías sin saciedad y con gula. Terminamos los tres solos. Con la excusa de no ensuciarme el abuelo me mandó a cambiar y ponerme aquel mono con lo que prácticamente enseñaba todo y aquellas botas de goma.

El comportamiento entre Jorge y yo era distante, tratando de disimular o por lo menos no hacer evidente lo sucedido en ausencia del abuelo. Cuando el abuelo fue al baño, fue cuando hablamos de forma más directa.

-Ahora entiendo el porqué de hacerte usas esas botas- me dijo Jorge.

Tiramos trastos y trastos sin apego alguno. Aquel sol abrasador no tenía compasión de nosotros y nos hacía sudar hasta empapar las ropas. El abuelo y Jorge pudieron quitarse la camisa, pero yo no podía quitarme nada. Como la vez anterior, debajo del mono no llevaba calzoncillos y si me lo quitaba quedaría desnudo por completo ante ellos.

La mañana pasó acarreando cosas pesadas, viajes y viajes a los contenedores. Iba siendo hora de llenar de nuevo la panza y el abuelo fue a preparar la comida dejándonos solos. Detrás de mí, las manos de Jorge abrían la cremallera de mi mono y se perdían calientes acariciando mi cuerpo.

-¡Para! El abuelo podría volver en cualquier momento.

En cuestión de segundos me vi con el mono por las rodillas y su mano tapándome la boca. La suavidad de las otras veces quedó atrás.

-Shh, no grites. Venga seré rápido.

Me la metió sin contemplaciones, sin piedad, bruscamente. Su mano amortiguó el grito que inevitablemente intentaba salir desde mi garganta. Desde el primer momento la sentí toda dentro abriéndome con dureza.

-No-puedes-provocarme-así-y-salir-impune- me susurraba con cada embestida, con la voz entrecortada y ahogada.

No aguantó mucho hasta que llenó de él, el mí. Me besó de manera muy, no sé cómo describirlo, de manera muy “macha” tal vez. Y de nuevo volví a ver su sonrisa. Y así fueron los días consecutivos a ese. Cada vez que existía la oportunidad, uno iba en busca del otro para satisfacernos a escondidas del gran jefe.

Por fin el granero estaba vacío. Sólo teníamos que esperar a que llegasen los obreros y empezaran la remodelación. Aquello pasó al día siguiente. A las ocho de la mañana ya estaban en la finca descargando los enseres y el material a utilizar.

Esa mañana tenía poco que hacer, así que me embutí en lycra y salí a correr un poco por los contornos de la finca y los bosques que la rodeaban. Estuve un par de horas, fui a casa, me aseé y me aburrí viendo la televisión. Me apetecía mucho estar con Jorge y estuve muy cerca de llamarle, pero al final desistí en la idea o podría meterme en problemas. Finalmente, el teléfono terminó por sonar. Era el abuelo, quería que por la tarde fuera echando una ojeada a lo que hacían los obreros y así también me daba un chapuzón en la piscina.

Allí estaban, cuatro obreros, dos de mi edad más o menos y otros dos más mayores, cuarentones. Iban entrando sacos de cemento en el granero y allí les dejé. Fui con Tobías, el perro del abuelo a pasear. A la vuelta escuchaba unas voces de jolgorio con gritos de énfasis y carcajadas. Me acerqué a ellos y me interesé por lo que ocurría allí.

-¡Nada! Que hemos pillado a este maricón tocándose el rabo mientras nos miraba. Y ya que le gustan los rabos vamos a dárselos- dijo el capataz con rabia -¿Te apuntas?

-¿Y por qué no? Si la mama y se pone a cuatro patas… no sabía que ser jardinero tenía estas ventajas.

Allí estaba, actuando como si aquel no fuese mi padre y haciéndome pasar por el jardinero.

-¿Y qué sugerís?- pregunté.

-Pues que nos coma el rabo y metérsela. Es lo que quiere- contesto el capataz entre carcajadas.

-Yo creo que podríamos jugar antes con él ¿Verdad que si perrito?- le dije al capataz mientras acariciaba la cabeza de mi padre como si fuese un verdadero can.

Até uno de esos sacos de cemento a una cuerda y el otro extremo a los huevos de mi padre.

Los demás se mofaban de él entre exclamaciones de <<¡vamos Bobi!>> mientras intentaba tirar del saco con sus huevos. Le daban empujones con los pies en el culo para ayudarle a avanzar.

-Venga perrito, lleva el saco al granero- le silbaba uno de los chicos.

--Que Moustapha ¿Contento de que hoy el que pone el culo no seas tú?

Moustapha era uno de los obreros jóvenes, de color, la verdad que muy guapo y por lo que se intuía con buen cuerpo, fuerte. Sus ropas viejas y sucias, el morbo de esas botas de seguridad también maltratadas con esos pantalones cortos, esa actitud tan de machitos cerveceros, de chulos, los veía francamente muy apetecibles a todos.

Ese tal Moustapha liberó a mi padre de esa cuerda dejando sus huevos descansar mientras mitigaba su dolor. Animaba a esos machotes a humillar a mi padre, a que le hicieran cualquier vejación. Le empezaron a tirar palos para que fuera a buscarlos cogiéndolos con la boca. Cansados de ese juego, le ataron corto a un árbol junto al granero con la cuerda lo más baja posible del tronco para mantenerle a cuatro patas y volvieron al trabajo. Les ofrecí unas cervezas que aceptaron gustosamente y me quedé refrescándome en la piscina. Miraba a mi padre inmóvil en el suelo y el me devolvía una extraña mirada de odio, furia y rabia. No tardó en salir uno de los chicos jóvenes, un tal Cristian, o eso me pareció entender cuando le llamaban entre el jolgorio que formamos antes. Se acercó a mi padre, se desabrochó el pantalón y sacándose la polla empezó a miccionar en su esalda mientras le decía <> Terminó siendo un desfile de pollas y chorros. Finalmente salieron todos cuando terminaron la jornada de ese día y rodeando a mi padre se quitaron las camisetas, desabrocharon los pantalones y empezaron a metérsela en la boca.

-Eh tú ¿No quieres que te la coma un poco?- me gritó el capataz.

Sin dudarlo, me acerqué dónde se encontraban ellos. Yo ya estaba desnudo y por el camino ya iba con el rabo duro. Cuando estuve mezclado entre ellos deseé ser yo el que estuviese en esa situación. Absolutamente los cuatro tenían buenos cuerpos, más musculados o menos, pero todos bien hechos y todos con buenos rabos, sobre todo el del capataz.

Le separaban las nalgas y le escupían en el ojete mientras decidían quien se la metía primero. El capataz animo a Muostapha a estrenarse entre ellos como follador y no como follado. Escupió un par de veces en la polla del negrito y le esparció la saliva con la mano, masturbándole un poco a la vez que colaboraba en la tarea de ponérsela dura.

-No te acostumbres eh Mousta. No te a voy a cascar muchas veces- le dijo el capataz.

-No jefe Antonio, pero he de aprovechar que también me gusta meterla.

Y mientras Cristian alimentaba a mi padre por a boca, Antonio abría las nalgas de mi padre para que aquel negrito disfrutara de ese agujero. Embadurno su esfínter con sus babas y juntó humedad con humedad. Mientras mi padre disfrutaba de esas pollas, Antonio le abofeteaba en las nalgas con poca sutileza y con Manolo, el otro obrero, íbamos preparando la situación pellizcándonos los pezones y acariciándonos los rabos mutuamente.

-¡Venga negrito! Así, ábrele el ojete a este mirón de mierda- decía yo animando a Mousta.

Mousta se esforzaba, empujaba y le metía todo el rabo, pero pronto descubrí que simplemente su función era la de ir preparando el terreno a los demás. Aunque previamente hubiese dicho que también le gustaba meterla, quedaba claro que eso no era suyo.  En la zona de la piscina había una mesa con grandes bancos de madera y les sugerí acercarnos allí para estar mas cómodos. Nos dirigimos hacia allí, mi padre encabezando el grupo, a cuatro patas, aguantando y soportando las burlas y humillaciones de nosotros cinco. Agarrándolo por el cuello, lo pusimos de rodillas, con el torso descansando sobre el banco. Yo me senté con las piernas abiertas frente a él, dejándole la polla lista para que me la mamase. Le metí los dedos en la boca y abriéndosela puse dentro de ella mi verga. Era la primera vez que mi padre me comía la polla. Me hubiese gustado que la situación fuese otra, los dos solos, tranquilamente en casa, a voluntad propia por su parte, pero esa situación también me era muy válida y morbosa. El perrito disfrutaba mamando, jugando con su lengua en mi glande. Buscaba toda su longitud con su garganta, ahogándose, salivando y provocándose el mismo arcadas. Se notaba que había comido otras muchas más pollas antes que la mía y yo disfrutaba de su maestría con la boca. Tal era mi concentración en sentir el placer de mi padre, que al rato vi como Mousta estaba también comiendo el rabo de Cristian, preparándolo, endureciéndolo y humedeciéndolo. Cuando tuvo el rabo listo, nos ordenó levantarnos del banco. Se tumbó e indicándole, mi padre se sentó metiéndose ese rabo húmedo y baboso.

-Así chucho, oh si, ve bajando puto perro.

Mi padre subía y bajaba disfrutando de esa polla. Jadeaba y gemía de forma mas masculina a la mía.  Apoyaba sus manos en el pecho de ese chaval poligonero para no perder el equilibrio mientras profundizada con esa polla. Parecía un muelle, botando y botando, algunas veces se detenía quedando sentado sobre él. Mousta estaba preparando a Manolo, que iba a ser el siguiente. Eso parecía el rodaje de una película para adultos. Antonio tenía su brazo por detrás de mi cuello. Sus dedos llegaban perfectamente a mi pezón, pellizcándolo con fuerza, tirando del piercing que tenía como si quisiera arrancármelo. Yo mientras iba disfrutado y jugando con su polla. Nunca había tenido y jamás volveré a tener una olla así entre mis dedos. Con diferencia era las grande que había visto. De repente manolo dejo tirado al negrito y se dirigió a mi padre y a Cristian. Mientras Mousta se acercó a nosotros y empezó a mamarme el rabo. Disfrutaba con esa boca que sabía muy bien lo que se metía en ella. Manolo tumbó pecho con pecho a mi padre sobre ese poligonero y embadurnándose bien el pollón con sus babas se la clavó sin piedad.

Un grito a pleno pulmón salió de la boca de mi padre. Su cara reflejaba el dolor provocado por esos dos machos con sus pollas metidas en el mismo agujero. Aquel dolor flotaba en el aire, parecía entrar en mi inhalado con el aire. Sentía el dolor de mi padre en mi esfínter.  Ver aquel sufrimiento me excitaba y canalizaba esa excitación por medio de mi rabo y la boca de Mousta. Le estaba destrozando la garganta mientras se agarraba con firmeza al rabazo de su jefe para no caer y comer el suelo con su culo. Seguro que si hubiese habido un pollazo en el suelo se hubiese dejado caer sin problemas.

Las piernas de mi padre temblaban. Él sólo se dejaba hacer, era una marioneta que cobijaba las pollas de dos machos a la vez, no tenía otra función. Aquellos gritos desgarradores empezaban a mezclarse con gemidos de un macho satisfecho. Yo sólo seguía mirando mientras sentía como faltaba poco para llegar a mi fin y si aquel negrito no se apartaba sería capaz de llenarle la boca de una dulce leche.  Aquel par de machos se turnaban para clavarle a mi padre, primero se movía uno mientras el otro esperaba impaciente su momento.  Yo no sabía hasta qué punto si esa cuadrilla de obreros eran gays o simplemente andaban calientes y el culo de mi padre les servía para su desahogo, el caso, es que disfrutaban viendo o usando a mi padre.  Era él el que ya disfrutaba de esas dos pollas sin problemas. Había dilatado lo suficiente como eliminar el dolor y deshacerse en gemidos. Los dos se tumbaron sobre el banco poniendo uno las piernas por encima del otro para tener de esa forma sus rabos lo mas juntos posibles mientras mi padre subía y bajaba por ellos.

Yo seguía satisfaciéndome con la boca de Mousta y a ello se añadió el capataz, trabajándome los pezones por detrás de mi. Los pellizcaba, los retorcía y los estiraba como si quisiese arrancármelos y adueñarse de ellos.

-Te gusta ¿Eh? Te gusta ver cómo nos follámos a tu padre ¿Verdad?- me decía al flojito al oído mientras se cebaba con mis pezones -oh vamos, no te sorprendas. Sé que no eres el jardinero y que Ricardo es tu abuelo, lo que tú no sabes es lo que has hecho. Pero esto no acabará así, te haré pagar caro el mentirme.

De una patada empujo a Mousta quitándole así mi rabo de su boca. Ordenó a los demás que se vistieran y se fueron sin mas. Me acerqué al banco, tumbé en el suelo a mi padre y con mis rodillas en el suelo me acomodé en su pecho sentándome en el. Con toda aquella situación tenía los huevos a reventar y necesitaba vaciarlos. Me masturbaba mientras le abría la boca con los dedos. Con semejante calentón, no tardé mucho en correrme sobre su cara. Le besé en sus labios, saboreándolos. Me levanté y después de vestirme cogí su ropa y me fui a casa dejándolo ahí tirado y desnudo.

Ya en casa me di una ducha para lavarme la polla de los restos de leche y babas. Me serví un refresco en la cocina y apreció mi padre. Vino a mi encuentro sin decir nada.

Nunca me había dado un bofetón como el que me llevé ese día. Lo asumí, era lo que me merecía.

-Me hubiera gustado que me follases tú también- me sorprendió con esa frase mientras se iba.

Con eso ¿Me estaría dando vía libre para hacerlo cuando quisiese?