JUEGO DE TRONOS cap2 Ricardo
Mi abuelo se adueñó de mi y me convirtió en la vaquilla de la familia
Aquella noche había descansado muy bien, pero al despertar se me empezaron a generar algunas preguntas, dudas que quería resolver. Las primeras luces del día se colaban por la ventana. Desperté entre ellos, arropado entre sus piernas y sus brazos. Ya en pie, a los pies de la cama les observada fijamente. No me arrepentía de lo ocurrido la noche anterior, al contrario, estaba deseando que pasara de nuevo, pero todo a su tiempo. Estaba pensando demasiado e igual lo ocurrido sólo había sido producto de su borrachera, lo que no entendía es por qué el aviso al abuelo diciéndole que ya estaba hecho. Los contemplaba, ahí desnudos, deseándolos. Solo me atreví a tocarles las piernas, lo suficiente para que mi entrepierna creciera y poder terminar lo que no me dejaron.
A pesar de ser domingo mi padre y mi tío debían ir al trabajo. Entre los dos abrieron una carpintería de madera decorativa y era un negocio que francamente les iba bien. Preparé el desayuno, subí a despertarles y mientras acudían a la cocina terminé de poner la mesa. Aparecieron simplemente con un calzoncillo. Estaban muy sonrientes a pesar de la supuesta resaca y dieron los buenos días de una forma muy cariñosa.
Después de desayunar salimos para ir a casa del abuelo. No eran más de las ocho de la mañana. El sol empezaba a deslumbrar el paisaje dorado del trigo movido por la leve brisa que corría entre el. A esa hora el calor aun no era sofocante por lo que ayudó a recorrer el camino de forma más liviana. En el paseo pregunté lo que el abuelo me debía de explicar, pero mi padre y mi tío me respondían a eso cambiando de tema cada vez que quería saber.
El abuelo estaba en el porche, vestido con ropa de trabajo, fumando de su pipa y con el café en la mano, como esperando nuestra llegada. La seriedad que dibujaba en su cara ya la conocía y en esas ocasiones siempre era mejor mantenerse al margen y casi a tres metros. Se sacó unas llaves del bolsillo y se las tiró.
-Venga, a por los coches y a trabajar ¡borrachos! Y no esperéis a Javier, hoy se quedará aquí conmigo.
Sin decir nada se subieron en el coche de mi padre y se fueron los dos. El vuelo y yo entramos en casa.
-¿Estas bien abuelo?
-Si, son ellos dos que ayer me cabrearon mucho, bebidos delante de mis amigos. ¿Tu estas bien?
-Confuso sobre algunas cosas, no sé qué hacer, como actuar…
El abuelo me sirvió un café, subió al piso de arriba y luego apareció con un viejo mono de trabajo usado y unas botas de goma.
-Toma, ponte esto, no creo que quieras ensuciar tu ropa. Hablaremos mientras me ayudas a preparar la cosechadora.
Mientras me iba desnudando el abuelo me miraba fijamente y mi mirada se cruzaba con la suya entre la poca distancia que nos separaba. Observaba como su entrepierna aumentaba y como se la iba acomodando. Ya desnudo por completo me tiré al suelo quedando entre sus piernas.
-¡Ey espera!
Me sentí humillado, me había humillado a mí mismo delante del abuelo. Con la cabeza cabizbaja escuchaba el abuelo reírse de la situación, como para quitarle importancia.
-Tranquilo, está bien- me decía -pasará cuando tenga que pasar. Por cierto, no te pongas calzoncillos debajo de ese mono, quien sabe…
Obedecí y fuimos al cobertizo detrás del granero donde estaban los tractores, la cosechadora y demás maquinaria.
-Entre los tres te hemos criado y educado en el amor libre igual que en su momento lo hice con tu padre y tu tío. Siempre me han gustado los hombres, pero en mi juventud las cosas no son como ahora y tuve que casarme con tu abuela. Aunque me veía con otros hombres la quise muchísimo. Siempre sospeché que ella sabía lo que ocurría, pero aun así siempre permaneció a mi lado, no como tu madre. El caso es que yo no quise que nadie más de mi familia tuviera que pasar por lo mismo que yo, por eso os he educado a todos así.
-¿Me estás diciendo que mi madre…?
-Si, ella encontró a tu tío metiéndosela a tu padre por detrás.
La explicación parecía tener su lógica. En cuanto al tema de mi madre, tendría que hablar largo y tendido con mi padre, aunque no me haría cambiar de parecer en cuanto a la figura materna fuera cual fuera la historia.
La mañana pasó en cinco minutos, pero el calor dejaba huella con el sudor mojando mi cuerpo. El abuelo terminó por coger una pequeña navaja y rasgó mi mono a la altura de los hombros para quitarme las mangas e hizo lo mismo con las perneras. Con esas botas, las piernas al aire y el mono que me tapaba lo justo desde donde comenzaba el culo y el cuerpo, me debería sentir incomodo, pero nada mas allá, realmente me sentía cómodo y a decir verdad me daba morbo.
-Si te agachas puedo verte los huevos- me dijo el abuelo entre risas.
-Y que tal ¿Te gustan?
No contestó, simplemente se limitó a meter la mano y a tocármelos. Los agarró y tirando de ellos me llevó de nuevo a su casa diciendo que con ese calor no podríamos follar a gusto. Mas claro imposible, tan claro que sólo cruzar la puerta y cerrarla, me puse de rodillas en el suelo esperando que el abuelo se colocase frente a mi. Le acariciaba las piernas por encima de la ropa lentamente, con suavidad.
-Tranquilo, o tienes mucha predisposición o vas muy caliente. Quítate el mono, y pon las manos en la nuca.
El abuelo daba vueltas lentamente a mi alrededor sin perder detalle de mi cuerpo. La firmeza de mis músculos, el tamaño de mis pelotas, mi higiene… Se bajó la cremallera del mono, puso las sus manos sobre mis hombros y ejerciendo una pequeña presión entendí que debía arrodillarme de nuevo. Esta vez si empezaba todo. Su entrepierna estaba a la altura indicada. Admiraba de qué forma esos enormes huevos colgaban asomándose por detrás de esa polla. Abrí la boca y le cedí el paso. Era capaz de notar su calor en mi garganta. Jugaba con ella de forma inocente, lentamente, como si fuese a romperse, como si fuese la primera de todas. Le acariciaba las piernas, perdía mis manos en sus glúteos todo mientras notaba como crecía en mi boca.
-Oh vamos ¡cómetela como es debido!- me dijo de repente cogiéndome de la cabeza y follándome la boca con dureza -así se come una polla ¡ahogándote!
Seguía con esa dureza, no disminuía, me aferraba a sus piernas con firmeza para no perder el equilibrio mientras me destrozaba la garganta con semejante barra de carne. Cuando el abuelo me la quitaba respiraba de forma acelerada para retomar el aire. Observaba como quedaba conectado con ella por un fino hilo de saliva. Miraba fijamente al abuelo. Los dos sabíamos que yo quería más, los dos sabíamos que el abuelo dejó de serlo para ser un viejo cabrón.
Me puso en pie apoyándome contra la pared, con las manos detrás de la espalda. Su mano en mi pecho impedía mi escapatoria, la otra acariciaba mi cara.
-Me han dicho que esto te gusta- decía mientras transformaba esas caricias en bofetones -sí, tiene razón tu tío, cuanto más te doy más dura se te pone, pero te empalmarás cuando yo te diga, tendrás que controlar tur erecciones o lo tendré que hacerlo yo por ti.
Puso su mano en mis huevos. Los apretaba con suavidad mientras me miraba esperando una reacción. Aquel dolor era perfectamente aguantable. Permanecía inmutable y el abuelo decepcionado. Apretaba con más fuerza cada vez, la cara de dolor y rabia se dibujaba en mi. Se me encogía el vientre, mi cuerpo se doblaba, mis piernas temblaban, me hacían botar de dolor y todo ello acompañado de unos gritos cada vez más agudos, hasta que consiguió su propósito, bajar la excitación de mi polla.
Apoyé mi cabeza en su canoso y robusto pecho en busca de un poco de consuelo por el dolor infligido, pero ese viejo destroza huevos no hizo caso alguno. Terminó por abrazarme por detrás, por la espalda con sus manos sobre mi torso, buscando mis pezones. Jugueteaba con ellos entre sus dedos, apretándolos cada vez más fuerte.
-Sí abuelo, así… aprieta.
Me encanta que me trabajen los pozones, no sólo mi abuelo, cualquiera. Me gustaba sentir la dureza de sus dedos, como los apretaba y tiraba de ellos hasta el punto de sentir que me los arrancaba, terminar con ellos irritados, que te duela la camiseta sólo con el roce al usarla.
Me agaché, y ensalivando mis dedos humedecí la entrada a mi cueva, dejándola lista para ser invadida.
-Venga viejo, fóllame el culo. Los dos lo estamos deseando.
Un hilo de saliva resbaló de su boca y se posó sobre esa carne dura, agarró mi pelo y sin contemplaciones metió toda esa carne de un empujón, de forma tajante y brusca.
-Que ¿Quién es el viejo ahora?
No articulé palabra, tal era la fuerza con la que me follaba que solo sabía gemir y gemir como una putita. Conforme me embestía, aquel dolor de la primera vez que me le metió fue transformándose en placer. Pensaba en el cuerpo aún musculoso del abuelo, moviéndose para follarme, en su cara seria y de macho carbón, pero no tuve que pensar mucho en ello. Me tiró al suelo, levantó mis piernas al aire y él de rodillas, me penetro de nuevo. Me fijaba sus robustos brazos, en su pecho blanco y como no, en esa cara que por supuesto esa cara de malote. No podía evitar tocarme el rabo ante tal espectáculo, sintiendo como su polla ensanchaba y daba de si mi interior.
-Así, gime como una puta. Vas a ser mi putita ¿Verd ad?- decía serio, con cara de cabreado y vicio mientras me abofeteaba en la cara.
Yo sólo gemía y afirmaba con la cabeza. Cuanto más gemía, más animaba al abuelo a seguir metiéndome esa carne dura y gruesa. En ningún momento bajó el ritmo. Muchos quisieran tener a un empotrador como mi abuelo. Mis pies embotados con esa goma reposaban sobre sus hombros mientras inclinado casi sobre mi daba sus últimos empujones. Me liberó y con un grito, su hombría cayó sobre mi pecho.
Se tumbó a mi lado jadeando, sudando. Pasó sus dedos sobre mi pecho y me dio su hombría. Mi lengua se paseaba entre sus dedos y cuando los tuvo limpios me dediqué a limpiar otra parte de su anatomía.
-Vas a ser mio, putita- sonrió -si quieres puedes formar parte del clan de los toros, pero con esos gemidos, esas ganas de que trabajen tu culo… no vas a ser toro, serás la vaquilla de la familia.
-¿Y me acostaré con los tres, abuelo?
-Sí, pero hay unas normas. Yo soy el macho alfa. Tu padre y tu tío hacen todo lo que yo les digo y tu deberás hacer todo lo que te digan ellos y lo que te diga yo.
Ese día lo pasé con el abuelo. Estuvimos todo el tiempo desnudo por casa. Estaba fascinado por esos enormes huevos y siempre que me era posible jugaba con ellos entre mis manos. Evidentemente aquella noche compartimos cama y el abuelo me hizo suyo nuevamente.