Juego de Sangre (y II)

"Hay una pequeña posibilidad de recuperar a tu amiga, pero es muy arriesgada. Se dice que si el maestro de los vampiros muere, los vampiros que ha creado volverán a ser humanos." La mirada de Ana brilló de esperanza. ¿Clara podría otra vez volver a ser humana?

CAPÍTULO IV

Ana despertó sobresaltada. Intentó calmar su agitada respiración mientras entornaba los ojos para vislumbrar a través de la negrura que la envolvía.

Poco a poco reconoció su entorno. Estaba en su casa, era su habitación, Clara dormía a su lado.

Tuvo ganas de llorar de felicidad. Todo lo sucedido había sido una horrible pesadilla. Los vampiros, la cazadora, la muerte de Clara, el regreso de su amada convertida en una terrorífica criatura de la noche, ávida de su sangre…

Contuvo las ganas de abrazar a su chica. Quiso contarle la pesadilla, que la consolara, besarla, entrelazarse a ella, dejar que la arrullara, juntar sus cuerpos y abrazarse y frotarse hasta caer desvanecidas. A pesar de la pesadilla sufrida, Ana sintió un calor y un cosquilleo que, poco a poco, fue invadiendo su vientre y, después, su sexo. Se sorprendió a sí misma notando cómo sus pezones crecían y se endurecían transmitiendo casi un dolor placentero. Sí, necesitaba hacer el amor a Clara.

Pero, a regañadientes, decidió no despertar a su compañera. Muchas veces, Clara tenía que quedarse en la redacción hasta muy tarde y Ana era consciente de la necesidad de descanso que tenía su chica.

Se alegró de que todo hubiera vuelto a la normalidad. Sonriendo, recorrió con un dedo el pálido hombro de su amada. Estaba helada. Como un cadáver.

Con aprensión, Ana entrecerró los ojos, intentando que su vista se acostumbrase a la penumbra. Sobre la almohada, distinguió la oscuridad del cabello negro de Clara. Sin duda, estaba de espaldas a ella. Pero entonces, le pareció distinguir un brillo. Ana tuvo un escalofrío. Tuvo la sensación de que Clara no estaba de espaldas, sino de frente a ella, y que tenía los ojos abiertos y la miraba fijamente.

-¿Cla… Clara? –Susurró Ana, mientras adelantaba vacilante una mano para tocar el hombro de la mujer.

A pesar de la negrura, le pareció que se formaba una sonrisa en la oscura forma que reposaba sobre la almohada. Una sonrisa en la que se asomaban unos largos y afilados colmillos.

-Pronto, Ana, pronto estaremos juntas para siempre.


Ana despertó bruscamente, boqueando como si le faltase la respiración. ¿Había gritado? No reconoció la habitación en la que se hallaba. Tardó unos instantes en despejarse y aclarar sus ideas. Debía ser la de Alicia, la cazadora. Las lágrimas corrieron por su mejilla mientras la realidad la golpeaba con rudeza.

-Empezaba a preocuparme, bella durmiente.

La seca voz la sobresaltó.

Una mujer ajustaba el cargador a un revólver y lo encajaba con un desasosegante sonido metálico. Vestía una camiseta blanca de tirantes que no ocultaba unas espantosas cicatrices en su brazo izquierdo, como si el fuego hubiera lacerado la carne a conciencia.

-Has dormido dieciséis horas seguidas. Debes tener hambre.

Ana permaneció en silencio, como si estuviera en shock, incapaz de afrontar los acontecimientos de los últimos días. Por fin, poco a poco, intentó hablar.

-No te he dado las gracias. Por lo de… Por evitar que Clara me… me…

-Olvídalo. Fue una suerte que pudiera acceder a la intranet de la policía y encontrar tu teléfono y tu dirección.

Ana continuó un buen rato en silencio, mientras Alicia encendía un cigarrillo y le daba un par de fuertes caladas. La mirada de la cazadora, fija en ella, la enervaba. Su mano temblaba cuando se puso las gafas y sólo entonces reparó en que uno de los cristales se había roto, sin duda en la refriega de la noche anterior. Aunque no veía mal sin gafas, Ana se sintió tan abatida que casi se echó a llorar por la tensión acumulada, deseando arrojarlas lejos, romperlas en mil pedazos. Respiró antes de hablar mientras se quitaba las gafas y las dejaba a un lado.

-¿Qué son… esas co… qué son ellos?

-¿Infectados? ¿Malditos? ¿Monstruos? No sé decirte. No sé mucho más que tú. Sólo sé que cuando un ser humano es mordido por uno de ellos… es… infectado. O maldito. Muere. Pero no permanece muerto. Pronto se levanta de su tumba. Pero ya no es él. Ha cambiado, ha dejado de ser humano. Se ha convertido en un monstruo sediento de sangre.

Alicia se detuvo, contemplando el cigarrillo medio consumido.

-Cuando han sido creados recientemente, aunque son muy peligrosos, conservan las debilidades que habrás visto en las películas de terror: tienen que ser invitados para entrar en una casa, no pueden cruzar corrientes de agua y tienen miedo a los símbolos religiosos. No sé por qué sucede eso, la verdad. Quizás esos detalles han influido en las películas de Hollywood, o tal vez haya sucedido al revés. Conforme pasa el tiempo, esas debilidades desaparecen. Se hacen mucho más fuertes e inteligentes y es casi imposible detenerlos.

Alicia dejó escapar el humo lentamente, mientras empezaba su narración.

-Pero será mejor que empiece por el principio. Lo que voy a contarte sucedió hace siete años. Lo recuerdo perfectamente. Cada vez que cierro los ojos lo veo de nuevo. Cada mañana me despierto sobresaltada, como si lo hubiera soñado, como si tuviera la misma pesadilla una y otra vez. Parece que a ti ha comenzado a sucederte algo parecido. Quizá sea parte de la maldición.

»Era verano. Época peligrosa. Las noches son más cortas y las ciudades se vacían por las vacaciones. Eso les hace ser menos precavidos. Es la Sed.

»Estábamos en casa, con mis padres, mi hermana y su marido. Nuestra propia casa. –Su rostro se curvó en una mueca, mientras retorcía sus manos con nerviosismo. –Siempre me había sentido segura. Qué estúpida era. Rompió la ventana y entró. Acabó con mi familia antes siquiera de que pudiera levantar la mano. Ni siquiera se alimentó de mi hermana. Se limitó a romperla el cuello. Mi hermana… acababa de casarse, esperaba un hijo. Y ni siquiera bebió de ella.

Ana permaneció en silencio, sin saber qué decir, mientras Alicia permanecía ensimismada en sus recuerdos. Cuando habló de nuevo, Ana se sobresaltó.

-Todavía me maravillo de haber podido escapar, ahora que sé lo veloz que pueden llegar a moverse. Pero le arrojé encima una estantería repleta de libros y pude huir. La policía dijo que un grupo de ladrones había entrado en casa y había matado a mi familia. Por supuesto, nadie creyó una sola palabra de lo que dije. Los médicos atribuyeron mi historia al shock que había sufrido al contemplar cómo los criminales habían asesinado a mi familia delante de mis propios ojos.

»Al principio les creí. La alternativa… la realidad… era demasiado terrible para ser cierta. Volví a casa para ordenarlo todo. Debía rehacer mi vida. Esa misma noche, el monstruo volvió a por mí.

Alicia terminó su cigarrillo y encendió el siguiente con los restos del anterior.

-Así que tuve que creerlo. Cuando le vi de nuevo ante mí, con sus garras, sus fauces llenas de colmillos, sus ojos negros como la noche y la piel pálida como las tripas de un pescado no pude evitar sentir alivio. Alivio, ¿te lo puedes creer? No estaba loca, ¿me entiendes? Era cierto. Los vampiros existían, no había enloquecido. Pero saber que tenía razón no me serviría de mucho si el monstruo me mataba, así que intenté algo desesperado. Me encerré en la cocina y prendí fuego a mi propia casa. El vampiro huyó enseguida. Tienen un miedo terrible al fuego.

Alicia se acarició instintivamente las cicatrices de su brazo izquierdo.

-Y así acabó mi primer encuentro con ellos. Hui, me preparé, esperé. Al poco, logré acabar con uno de ellos. Recuerdo que me invadió una alegría feroz. No eran indestructibles. Podían morir. Pero pronto aprendí que no eran ellos quienes debían esconderse de mí, sino yo de ellos. Es mejor ocultarse y golpear cuando se pueda hacerlo.

Ambas mujeres permanecieron en silencio un largo rato. Ana, incómoda, decidió hablar.

-Pero… pero hay que avisar a la policía. Quizás puedan…

-¡No! –Ana se sobresaltó ante el grito de Alicia. –No. Ellos controlan a la policía. Lo controlan todo. No puedes confiar en nadie.

Alicia rio ante el rostro de incredulidad de Ana hasta que su risa se tornó en una tos seca.

-No me crees, ¿verdad? Tu amiguita, Clara, tampoco me creyó. ¿Por qué crees que nada de esto ha salido a la luz? ¿Por qué crees que ningún periódico o televisión ha informado sobre la existencia de estos monstruos? –La demencia se reflejaba en la sonrisa de Alicia. –Son muy poderosos. Están infiltrados entre los políticos y los hombres de negocios. Han saboteado todos los intentos de sacarlo todo a la luz y han hecho desaparecer a cualquiera que lo haya intentado.

Alicia miró mortalmente seria a Ana.

-No debes confiar en nadie. En nadie, ¿me entiendes? ¡En nadie!

Ana sintió un puño helado que agarraba y estrujaba sus entrañas. Aquella mujer estaba loca. Puede que tuviera razón y los vampiros existieran –ella también había visto uno de ellos, después de todo, -pero su cordura se había roto hacía tiempo. ¿Qué podía hacer? ¿Qué le quedaba? ¿Huir todas las noches de aquellos monstruos, escondiéndose y defendiéndose de sus ataques hasta que una noche fuera la última? Sin poder hablar con nadie, sabiendo que todos la tacharían de loca si contaba a alguien la verdad, hasta que finalmente perdiera su cordura y, después, su vida.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Ana. Sintió que le faltaba el aire y que no podía respirar.

-No… no puedo… no soy como tú… no soy capaz de…

Alicia la miró con dureza. Apartó la vista antes de hablar.

-Hay una posibilidad. Pero es muy arriesgada. Los vampiros son criaturas muy territoriales y se dice que, controlando cada grupo de vampiros existe un señor de ellos, un maestro vampiro, podríamos decir. Él, o sus vástagos, han creado a todos los vampiros de una ciudad. También se dice que si ese maestro vampiro muere, los vampiros que ha creado vuelven a convertirse otra vez en humanos.

La mirada de Ana brilló de esperanza. ¿Convertirse de nuevo en humanos? ¿Clara podría otra vez volver a ser ella misma?

-En esta ciudad se halla un vampiro muy antiguo y muy poderoso. Se llama Aldonza, un monstruo cruel y sanguinario. Sé dónde se oculta. Si consiguiéramos acabar con ella… quizás… Pero necesitaría tu ayuda. ¿Qué me dices? ¿Te atreves?

Ana se sobresaltó al escuchar su propia voz, con un tono de fuerza y valor que no sabía que poseyera.

-¿Cuándo lo hacemos?

CAPÍTULO V

Ana no había podido dejar de morderse las uñas durante todo el trayecto. Alicia había encendido un cigarrillo tras otro, en silencio, aparentemente concentrada en conducir. Un par de veces pareció que iba a decir algo, pero cerró la boca acto seguido. Ana podía ver a través de la ventanilla, cómo por las calles se sucedían los grupos de jóvenes que salían a divertirse de noche, ajenos al horror que les acechaba en las sombras para alimentarse de su sangre. Para ellos, era simplemente otra noche de diversión.

Ana comprendió la dura mirada de la cazadora. El solitario horror al que había estado sometida cada noche desde hacía varios años. Ser tratada como una loca, ser la única consciente del peligro acechante en la oscuridad.

Su voz la sacó de sus cavilaciones.

-Hemos llegado. Aparcaremos aquí para no llamar la atención.

Las dos mujeres salieron del coche y continuaron las dos últimas manzanas andando en silencio.

A lo lejos, un edificio antiguo, de ladrillo, casi al fondo de un oscuro y sucio callejón. Ana hubiera jurado que estaba abandonado de no ser por el rojo neón encima de la puerta: “BLD4Y”.

-Qué nombre más extraño. –Musitó.

El rostro de Alicia se iluminó repentinamente cuando la llama de su zippo encendió un nuevo pitillo.

-Blood for you. Sangre para ti. Todos los tugurios de las sanguijuelas tienen nombres que recuerdan a la sangre. Supongo que será para poder identificarse entre ellos. O quizás es su macabro sentido del humor.

Alicia aspiró el humo del cigarrillo.

-¿Estás segura de querer entrar?

No. Ana no estaba nada segura. Su valor se había esfumado, sustituido por un frío terror. No quería entrar bajo ningún concepto. Pero debía hacerlo. Recordó a Clara en aquellas vacaciones en la playa hacía pocos meses. En el hotel, en la habitación. Recordó a Clara, muerta, sobre la camilla. Recordó su mirada negra, hambrienta, inhumana, su boca plagada de afilados colmillos, su chillido bestial, imposible que emanara de una garganta humana, al ser herida.

Su boca estaba seca. Tuvo que tragar saliva para poder hablar.

-Sí.

-Bien, un par de cosas antes de entrar. Esto no es un juego. Ambas estaremos en peligro en cuanto crucemos el umbral de esa puerta. Así que yo mando. Tú obedeces. ¿Comprendido?

-S… Sí. –Ana asintió mientras se secaba la palma de las manos contra sus pantalones e intentaba calmar su respiración.

-Un solo error dentro y seremos historia. Veamos, unas pocas reglas a recordar: Una vez crucemos esa puerta, nada de nombres. Verás gente conocida. No hagas ademán de reconocer a nadie. Recuerda que somos dos mujeres que han acudido un sábado a pasárselo bien en una discoteca un poco “especial”. Supongo que no tengo que explicarte qué nos sucederá si descubren lo que pretendemos hacer en realidad.

-¿Especial? ¿Qué… qué habrá dentro?

-El BLD4Y es un club de gente rara, eso es lo que cree la mayoría. Sexo, parafilias de todo tipo, el club está encantado de proporcionar lo que los visitantes pidan. La realidad, por supuesto, es mucho peor. No nos pondrán problemas al entrar, los vampiros están deseosos de que los mortales crucen las puertas de sus dominios. No sé cuántos vampiros habrá dentro. Con un poco de suerte podremos colarnos hasta la guarida de Aldonza y cortarle la puta cabeza sin que nos franqueen el paso.

Alicia sacó una petaca de su cazadora de cuero. Le dio un buen trago y se la tendió a Ana, que negó con la cabeza. La cazadora se encogió de hombros y volvió a guardarla.

-¿Entramos?


La música atronaba en la discoteca. El recinto estaba casi completamente oscuro, sólo roto ocasionalmente por algún destello de luz que hacía levemente perceptibles las siluetas de la gente, contorsionándose al son de la música.

Ana no pudo sino seguir a Alicia a través de la pista de baile, durante lo que le parecieron horas. A su alrededor, apretujándose contra su cuerpo, cientos de personas bailaban y se restregaban contra ella y entre sí.

Durante un aterrador segundo le pareció que había perdido a Alicia y que sería imposible encontrarla en ese mar humano. Pero pronto una mano se agarró a su muñeca y la condujo a través de una puerta.

Alicia respiraba algo más agitadamente que antes. Ana no supo si se debía al esfuerzo de atravesar esa riada de personas o por la anticipación de lo que se avecinaba.

-Como has podido ver, el BLD4Y no se distingue mucho de una discoteca de moda. Creo que antiguamente eran unas cocheras de metro abandonadas hasta que algún servidor de Aldonza las compró y montó este local. Es gigantesco. Tiene dos pisos y muchos niveles de sótanos. A pesar de lo poco recomendable de la zona, podría decirse que es una selecta discoteca de moda que no discrimina la entrada a nadie. Pero ahora vamos a pasar a los salones privados… El Segundo Círculo, podría decirse.

Alicia y Ana avanzaban por un pasillo alumbrado por una tenue luz y decorado con vaporosas telas en las paredes, dándole un aspecto más íntimo. De vez en cuando, alguna figura se cruzaba con ellos. Ana se fijó en que la mayoría portaba máscaras de carnaval como si, pensó Ana, quisieran evitar ser reconocidos.

-¿Segundo Círculo?

-Es una forma de definirlo. Creo que los vampiros se inspiraron en las antiguas sectas de Iluminación donde había “círculos concéntricos” en el que había tres grados de pertenencia a la organización. Cuando se juzgaba a alguien digno, se le permitía acceder a un siguiente círculo cuya existencia desconocía el iniciado pero que le proporcionaba más poder y conocimiento. En nuestro caso, el Primer Círculo sería la discoteca que hemos dejado atrás. Podríamos decir que es la cara visible del BLD4Y. El Segundo es donde estamos ahora mismo. No deja de ser una especie de asociación donde hombres y mujeres vienen a… echar una canita al aire. La mayoría de la gente que vamos a encontrar es inofensiva. Si sólo fuera esto, no habría problemas. El Tercer Círculo, por desgracia, es muy diferente.

-¿Tercer Círculo?

-Todo a su tiempo.

Algo no encajaba en la mente de Ana. Por un momento no se atrevió a preguntar.

-¿Cómo… cómo sabes todo esto?

El rostro de Alicia se ensombreció.

-Hace un mes fui capturada. Me llevaron a presencia de Aldonza donde… donde fui torturada antes de poder escapar. No me gusta hablar de eso.

Ana prefirió no insistir en el tema. Además, tenía otras cosas en qué pensar. A izquierda y derecha quedaban multitud de reservados apenas ocultados por una fina cortina, desde los que se escuchaban veladas conversaciones, jadeos, risas y algún grito ocasional.

Ana no pudo evitar detenerse y observar uno de esos apartados cuando la cortina se descorrió al salir una figura. Se quedó boquiabierta. Dentro, una mujer desnuda era acariciada por tres hombres, también desnudos, que estrujaban sus pechos y pellizcaban procazmente sus pezones. La mujer sólo podía jadear mientras ella y sus rudos amantes formaban una confusa amalgama de brazos, piernas, muslos, carne húmeda y sexos dispuestos.

Ana contempló anonadada cómo uno de esos hombres incrustaba con dificultad su verga por el orificio más estrecho de la mujer quien, lejos de parecer molesta, tuvo que morder sus labios para no gritar de placer.

La máscara de la mujer había caído al suelo y Ana pudo contemplar su rostro pecoso, con mechones de cabellos morenos pegados a su frente empapada de sudor. Se hallaba ya pasada la cuarentena pero se encontraba en muy buena forma. Sus pechos eran grandes aunque algo caídos y sus muslos y trasero fuertes y recios, sin duda debido a largas horas de gimnasio.

-¡Joder! Pero si es la presentador… -Ana se tuvo que morder la lengua al recordar las advertencias de Alicia. –Y esos tres tipos se la están…

-Follando, sí. Y como puedes ver, hay cola.

Una docena de personas observaban cómo la mujer apenas podía ya sostenerse y se mecía con los ojos entrecerrados y la saliva escapando por la comisura de sus labios, como una muñeca rota por las embestidas de sus amantes, sujeta por los brazos de éstos para no caer al suelo. Un ronco gemido brotó de la garganta de uno de los hombres y, al poco rato, se apartó para ser remplazado por un nuevo contendiente que besó a la gimiente mujer antes de penetrarla sin la más mínima delicadeza.

-¡La leche! Y siempre que aparece por la tele parece una mujer tan recatada… Si la viese ahora mismo su marido…

Alicia sonrió y señaló con la barbilla la esquina de la habitación. Un hombre ya entrado en años sentado en una silla no se perdía detalle de la escena, respirando agitadamente. Ana le reconoció a pesar de la máscara.

-¡Pero si es su marido!

-Debe ser la fantasía de ambos: Ella pasarse por la piedra a todos los que pueda y él contemplar cómo le rompen el culo a su mujercita. Hay gente que eso le excita, lo creas o no. Bueno, debemos proseguir.

Ana no pudo evitar mirar atrás mientras salía de la habitación. La mujer gemía mientras albergaba en su boca una gruesa y venosa verga. Ana no pudo ver más cuando la cortina se cerró tras ellas, acabando con la función.


-Aquí acaba lo bueno, Ana. Estamos a punto de pasar al Tercer Círculo. La mayoría de la gente que hemos dejado atrás no ha escuchado sobre vampiros más que lo que han podido ver o leer en películas y novelas. A partir de ahora, la cosa cambia.

La muchacha miró a su alrededor cuando cruzó el arco de piedra. El recinto parecía muy antiguo y, probablemente, estuvieran bajo el nivel de tierra. Las paredes seguían siendo oscuras y frías, pero algo parecía haber cambiado. Ana sintió un escalofrío en su nuca.

-Puede que no toda la gente que nos crucemos sean vampiros, pero absolutamente todos son unos depravados, unos degenerados de la peor especie que buscan satisfacer sus más bajos instintos. Los placeres del Primer Círculo ya no significan nada para ellos. Ambos, mortales y vampiros, necesitan… algo más. Violaciones, torturas, asesinato… Algo novedoso que les haga ser capaces de sentir de nuevo. Los vampiros de Aldonza están felices de darles lo que piden.

-Pero… ¿por qué?

Alicia se encogió de hombros.

-Supongo que para volverles adictos, para controlarles como un camello que suministra droga a un cliente con mono. Para crear una red clientelar con la que controlarlo todo, el mundo del día y el de la noche.

Hace unas horas, Ana hubiera pensado que Alicia era una loca paranoica. Ya no lo tenía tan claro.

Como si le leyera el pensamiento, Alicia señaló con la cabeza una de las habitaciones del interminable pasillo.

-Tienes dudas, ¿verdad? Pues mira.

Antes de poder acceder a la habitación, un fornido guardaespaldas de más de dos metros las estudió de arriba abajo. Ana casi podía jurar que mostraba todos y cada uno de los músculos que podía tener un torso masculino. Por un aterrador instante, Ana pensó que aquella mole adivinaría la razón de la visita de las dos mujeres, avisaría a sus oscuros amos y todo habría acabado para ellas. En vez de eso, se hizo a un lado, permitiéndoles el paso a la estancia.

La amplia sala estaba parcialmente iluminada por cientos de tenues velas. De algún lugar indeterminado surgía una suave música, pero Ana no pensó de dónde podía proceder, su mirada fue absorbida por algo más impactante.

En el suelo, recostados, se hallaban dos figuras humanas, con enormes cadenas colgadas de su cuello. Se trataba de un hombre y una mujer, pero era casi imposible distinguir al uno del otro. Sus cuerpos eran menudos, fibrosos, completamente depilados y con la tez pálida como las tripas de un pescado. Sólo portaban un taparrabos.

El vello de la nuca de Ana se erizó. Los ojos de ambos eran negros, como las alas de un cuervo y sus bocas estaban repletas de puntiagudos dientes afilados, que restallaban ocasionalmente con un sonido terrible cuando la mandíbula se cerraba.

-No son vampiros. Los llaman ghules, son mortales alimentados con sangre de vampiro. Sus esclavos, para atenderles durante el día. A éstos los llaman los Gemelos. Ten cuidado, será mejor que no te acerques a ellos.

Ana no necesitó que Alicia se lo advirtiera. Fijó la vista en aquello que los dos monstruos contemplaban con ansia. Una joven bailarina desnuda se contorneaba al compás de la música. Su rostro estaba desencajado por el terror, pero no dejaba de moverse ni por un segundo. No obstante, sus movimientos eran algo torpes y cansados.

Cerca, un hombre vestido con un impecable frac, sostenía las cadenas que sujetaban a los Gemelos. Era muy atractivo, pero su semblante le provocó cierta repugnancia a Ana. El hombre sonreía con malicia mientras observaba lujuriosamente a la bailarina. A Ana le sonaba el rostro de aquel hombre. ¿Quizás de haberlo visto por televisión?

Intentando no llamar la atención, Ana se acercó a Alicia y le susurró al oído.

-¿Qué es todo esto?

-Esa chica es una de las desaparecidas sobre las que investigó tu amiguita. Debe llevar bailando horas, días quizás. En el momento en que no pueda más, en que se detenga o tropiece, el guaperas soltará las correas de los Gemelos.

-No… no entiendo.

-Los Gemelos se lanzarán sobre ella. La devorarán viva.

-No puede ser.

Alicia permaneció en silencio. Los hombres y mujeres de la habitación observaban expectantes, nerviosos y excitados el angustioso baile de la joven, cuyos ojos imploraban un auxilio que nadie parecía estar dispuesto a dar.

-Tenemos… tenemos que hacer algo.

La mano de Alicia se cerró con fuerza sobre el brazo de Ana, lastimándola.

-Recuerda por qué estamos aquí. Recuerda lo que nos jugamos. No la vamos a cagar ahora. Vámonos. No podemos hacer nada. Esa chica está ya sentenciada.

-Pero… pero…

Ana se sintió impotente. Se mordió el labio con frustración hasta sentir verdadero dolor. Le faltaba el aire y sólo entonces se dio cuenta de que se ahogaba porque había estado aguantando la respiración.

Alicia la sujetó del brazo mientras ambas abandonaban la atestada sala, con el aullido de uno de los Gemelos reverberando en sus oídos, anticipándose al festín. Las dos mujeres recorrieron uno de los pasillos, mientras Ana se apresuraba cada vez más hasta casi correr.

-No te adelantes, chica, espérame.

Ana casi no podía escuchar la voz de Alicia a sus espaldas. No supo cuánto tiempo siguió internándose por los oscuros pasillos. De pronto, sin poder evitarlo, se dobló sobre sí misma y vomitó sobre el suelo. Sus manos se aferraron con fuerza a la dura piedra mientras devolvía hasta que sólo quedó bilis en su estómago.

La mano de Alicia en su hombro la sobresaltó.

-¿Estás bien?

-Sí. –Saliva y bilis caían desde la boca de Ana.

-¿Seguro?

-¡Sí, joder, estoy bien!

-Me alegro porque ya hemos llegado al final. El Cuarto Círculo.

-¿Cuarto? Pensé que habías dicho…

CAPÍTULO VI

-…¿que el Tercero era el último?

Ana, encorvada todavía, miró a su alrededor. Ni siquiera había sido consciente de que había penetrado en una habitación vacía excepto por una negra mesa y unas cuantas velas sobre ella.

¿Vacía? No.

Una sombra blanca se movió a sus espaldas. Ana dio un respingo al distinguir entre las tinieblas a una mujer pálida de más de dos metros con un aspecto espeluznante. Con un movimiento lento y tranquilo, cerró la puerta tras ellas y permaneció con sus delgados y largos brazos cruzados sobre su escaso pecho, como si su misión allí fuera impedir que nadie pudiera escapar.

Alicia permaneció inmóvil, sin reaccionar. Evitaba la mirada de Ana. Cuando habló, lo hizo en un tono bajo y lóbrego, que puso la carne de la muchacha de gallina.

-Lo siento.

-¿Sentir? No entiendo…

-Sed bienvenidas a mi humilde morada.

Ana se dio la vuelta bruscamente. El fondo de la oscura sala no estaba vacío como había pensado en un principio. Alrededor de la mesa parecían haberse congregado unas cuantas figuras encapuchadas. Ana no podía decir si llevaban allí desde el principio o si habían aparecido de la nada.

Una mujer estaba al frente de ellos, sentada en una sencilla silla al lado de la mesa. Su piel era blanca como la nieve y sus rizos dorados caían en cuidados bucles hasta su marfileño cuello. Su rostro era atemporal, andrógino, la delicia de un artista del Renacimiento. Sus finos labios y su mirada altiva transmitían una crueldad casi insoportable. Era como ser contemplado por los negros ojos de un lobo, un depredador que estudia a su presa antes de abalanzarse sobre ella.

-¿Qué…?

-Sin duda, tienes muchas preguntas, mi querida Ana. Pero no hemos sido presentadas. Empecemos remediando tamaña descortesía por mi parte. Mi nombre es Aldonza.

La mirada de Ana pasó completamente desconcertada, de Alicia a la vampiresa.

La cazadora de vampiros parecía querer acabar con todo ello cuanto antes.

-La he traído. He cumplido mi parte del trato.

-Así es, querida. El Juego de Sangre ha terminado.

-¿Juego de Sangre?

Aldonza sonrió, divertida por el desamparo de Ana, sonriendo como un gato ante un jilguero con las alas rotas.

-Exacto, querida. Dos víctimas inocentes. Alicia debía proporcionarnos dos víctimas inocentes que, por propia voluntad, debían acudir a nosotros. Con ello se aseguraría un lugar entre los Hijos de la Noche.

Alicia seguía rehuyendo la mirada aterrorizada de Ana. Aldonza continuó hablando.

-Sí, lo cierto es que Alicia jugó magistralmente sus cartas. No pudo haber elegido dos víctimas más perfectas. Clara era demasiado curiosa y bastó con que Alicia pusiera ante ella una simple fotografía de uno de mis locales para que ella solita se arrojara entre nuestras proverbiales garras. Su sangre estaba deliciosa. Apasionada, inocente, tan dulce…

Ana permaneció boquiabierta, incapaz de articular palabra.

-Y en cuanto a ti, querida, tu amor por tu amiga nubló tu entendimiento. Simplemente con que Alicia te sugiriera una forma descabellada de salvar a Clara, fue suficiente para que te lanzases como un inocente corderito al matadero. Sí, ha sido maravilloso. Hacía muchos años que no disfrutaba tanto de un Juego de Sangre como éste.

Ana sintió que sus piernas flaqueaban, que una pesada losa se cernía sobre ella. Estuvo a punto de arrojarse al suelo, para suplicar por su vida. Pero no podía decir nada. Estaba paralizada, mientras las lágrimas caían por su rostro.

Miró a Alicia.

-¿Por… por qué?

Alicia se mordió los labios, visiblemente incómoda. En su lugar, contestó Aldonza.

-¿Por qué, querida? La respuesta es muy fácil. Miedo a la muerte .

Alicia apretó los puños en silencio.

-Las paradojas de la vida son curiosas, mi querida Ana. Alicia ha sido uno de los cazadores más valientes que he conocido a lo largo de los siglos de mi no-vida. Se ha enfrentado con todo tipo de peligros sin mostrar el menor síntoma de miedo. Ha acabado con muchos de mis servidores sin que le temblase el pulso. Se ha enfrentado a la muerte y le ha escupido al rostro sin atisbo de temor.

La sonrisa de Aldonza era tan ancha que parecía que iba a salirse de su boca.

-Pero hace menos de un mes le diagnosticaron un cáncer terminal. Y de pronto, toda esa valentía se esfumó. De repente, la idea de morir se volvió insoportable para nuestra indómita cazadora. Gracioso, ¿no crees? Alicia se jugaba cada noche la vida contra los vampiros pero le aterrorizaba la idea de morir de cáncer. Qué paradoja .

Alicia seguía mirando con furia a Aldonza, abriendo y cerrando los puños y respirando pesadamente.

-Así que Alicia sumó dos y dos y se dio cuenta de cuál era la solución a su problema. Durante varios años se había enfrentado a los vampiros. Nos había estudiado. Nos conocía bien. Conocía nuestras milagrosas habilidades: fuerza, rapidez, resistencia sobrehumanas y… la inmortalidad. ¿No es maravilloso? Alicia nos odiaba, nos despreciaba, nos asesinaba y, de la noche a la mañana, la solución a sus males era convertirse en lo que más odiaba. Así que la valerosa cazavampiros se arrastró suplicante ante nosotros, como una perrita lloriqueante y nos imploró que le concediéramos el don de la inmortalidad, que la convirtiéramos en una de nosotros, un vampiro .

Susurros cuchicheantes se escucharon por la habitación.

-Ahhh, pero nadie da nada por nada. Durante años, Alicia se había creído una heroína, un templario de la justicia, una defensora de los mortales ante las depravaciones de los malvados señores de la noche. Creo que era justo que Alicia se enfrentara al espejo de lo que en realidad es: una perra cobarde, capaz de vender su propia alma al diablo por salvar su cuerpo débil y enfermo. Se le concedería lo que pedía. Por un precio .

Aldonza juntó los delgados dedos de sus manos frente a ella. Su voz sibilante hería los oídos de Ana. Alicia intentaba permanecer estoica, ignorando los envenenados sarcasmos.

-Dos inocentes, le dije, dos víctimas que debía proporcionarnos y que ni siquiera sospechasen el fatal destino que les aguardaba. Ella, la cazavampiros, el bravo paladín de los mortales frente a las sanguijuelas chupasangres, debería conducir a dos pobres y desvalidas muchachas a nuestras garras. Ella sería tan responsable como nosotras de su destino. Ese era el trato. Ese era el Juego de Sangre. Y Alicia aceptó sin dudarlo. Y lo cumplió a la perfección. Esta noche nos ha vuelto a traer sangre. Deliciosa sangre.

Alicia miró a Ana, incómoda.

-Lo siento. Te dije que no confiaras en nadie, Ana. Debiste hacerme caso.

Ana, temblorosa, miró a su alrededor. Se sentía mareada, paralizada, como en un sueño. La fría estancia de piedra irradiaba una atmósfera de irrealidad onírica, de pesadilla. Sí, todo debía ser una pesadilla. Cerró los ojos con fuerza.

Al abrirlos, nada había cambiado.

A su mente acudieron los protagonistas de todos los libros que había escrito. Hombres y mujeres fuertes que afrontaban el miedo y el peligro con coraje y sin vacilación. Héroes. Ella no era así. Era una muchacha de veintiséis años que, en pocos instantes, iba a morir asesinada. Comenzó a llorar de desesperación. Su voz se quebró en sollozos.

-Por favor… por favor… no… yo no… no diré nada a nadie… haré lo que queráis pero no…

Como si hubieran recibido una señal invisible, las figuras encapuchadas a la espalda de Aldonza comenzaron a avanzar hacia ella, como una marea negra.

La muchacha estuvo a punto de gritar de horror, mientras su voz temblaba balbuceante.

-Por favor, no…

Unos cuchicheos susurrantes parecían rodearla, burlándose de su sufrimiento, riéndose de ella.

Al borde de la locura, Ana pudo distinguir entre las sombras encapuchadas un rostro conocido. Unas pálidas manos parecían extendidas hacia ella, llamándola. Sin pensar en lo que hacía, Ana se lanzó hacia esos brazos desesperada, como una niña al seno materno.

Una voz conocida se deslizó por sus oídos, tenuemente.

-Ana…

Ana se abrazó a Clara, lo más fuerte que pudo, casi incapaz de hablar por los sollozos.

-Por favor, no dejes que me hagan daño… no me dejes…

Los fríos brazos de Clara abrazaron con delicadeza a la muchacha, como si temiera asustarla.

-Ya ha pasado todo, mi amor. Nadie te hará daño.

Ana abrió los ojos y miró a Clara. Sus ojos eran completamente negros, inhumanos. La comprensión de que su amada era uno de aquellos monstruos la golpeó como un mazazo.

-Te necesitó, Ana…

En la mirada de aquel ser, Ana creyó percibir algo. Hambre, sí, pero también… preocupación, anhelo… ¿amor?

Quizás fuese así. O quizás no fuera más que imaginación suya. Un autoengaño, un desesperado y fatuo deseo de creer que Clara no era un monstruo o que, a pesar de serlo, todavía la seguía amando.

Los dedos de Clara rozaron sus mejillas, enjuagando sus lágrimas y arrancándole un escalofrío. Ana temblaba de terror, incapaz de reprimir sus sollozos.

-Ten… tengo miedo…

-No lo tengas, mi vida. Yo estaré a tu lado.

Lentamente, los labios de ambas se juntaron. Con pequeños y delicados besos, la boca de Clara fue deslizándose hasta el cuello de Ana.

-Te amo, Ana. Siempre estaremos juntas.

Los dedos de Clara se entrelazaron con los suyos, mientras las sombras cubrían a Ana y un agudo dolor como nunca había sentido la invadía y arrancaba la vida de su cuerpo, sumiéndola en la oscuridad más absoluta.

-Siempre.