Juego de llaves

Según la novela Joc de Claus (Juego de llaves) de Andreu Martín y la película The Ice Storm (La tormenta de hielo) de Ang Lee, ambas muy recomendables

MARÍA

El primer lunes de otoño era el peor día del año para la jefa del departamento. No tenía nada que ver con el trabajo, pues ni había más ni había menos que cualquier otro lunes. Sencillamente comenzaba la peor estación del año, la más triste, algo que la deprimía sensiblemente.

Llegó a su despacho, en la cuarta planta del edificio que albergaba las dependencias de la delegación del Ministerio de Interior, soltó el bolso sobre el mueble bajo de fórmica blanca donde guardaba los expedientes archivados y se preparó para arrancar la semana número 832 como funcionaria del estado. Sí, las tenía contadas, desde aquel septiembre de 2000 en que aprobó las oposiciones y obtuvo una plaza para el resto de su vida. Las últimas 112 como responsable de documentación del área de tráfico para la provincia de Barcelona.

Arsenio se asomó a la puerta. ¿Qué tal el fin de semana? Bien, con los niños, no hemos hecho gran cosa. ¿Y tú? Bien, con la parienta.

Ya habían pasado dos años y medio, pero aún hoy no se explicaba cómo había podido acostarse con él. Diez años mayor que ella, con un poco de sobrepeso, aunque tampoco estaba gordo, y aquellas maneras de sargento chusquero. Pero lo peor había sido el olor, a colonia de hombre mayor, que también se ponía en los huevos. Aunque si lo miraba en perspectiva, tampoco había sido tan traumático. Seis encuentros de apenas media hora, si te dejabas sobar y se la chupabas un poco no te aguantaba ni cinco minutos, fueron suficientes para que el director del área la recomendara y desempatara a su favor en el examen de méritos para el cargo. Sin duda había hecho méritos más que suficientes.

MARISA

La máquina del café estaba bastante concurrida a primera hora de la mañana. Cada día, a las 8.30 entraba en la planta, se dirigía a su escritorio, dejaba el bolso en el armario lateral habilitado para ello, también la chaqueta cuando llevaba una, aunque aún no había llegado el fresco y en lo que llevábamos de mes todavía no le había hecho falta, encendía el ordenador y mientras cargaba el sistema operativo y los programas de trabajo, se dirigía al cuarto posterior a la escalera de acceso donde una máquina de cafés y productos complementarios suministraba cafeína y azúcares a todo el que se acercara. Metió 15 céntimos en la ranura, presionó sobre el botón de cortado descafeinado, sin azúcar, y esperó a que el líquido llenara el vaso de plástico.

María se le acercó por detrás, buenos días bebé, ¿qué tal la fiesta del sábado? Un poco aburrida, respondió a su jefa directa que la miraba con suficiencia. Pues mi sábado fue la repera, sábado sabadete…

En ese momento se acercó Marina, también a por su dosis de cafeína, que dirigiéndose a María exclamó: ¡Menos lobos Caperucita!

Como cada lunes, Marisa envidió la actividad conyugal de su amiga. Dos horas después bajaron juntas a desayunar al bar de Paco, como cada día, donde su jefa le explicaría con todo lujo de detalles como José le había estado dando caña durante horas, había perdido la cuenta del número de orgasmos que había tenido y le había dejado el chichi escocido.

Se moría de la envidia. Su Juan no pasaba de un polvo por sesión, solía lograr que se corriera aunque nunca había tenido uno de esos clímax escandalosos que María describía en que no podía evitar gritar. Era más bien un cosquilleo en los labios exteriores y en el interior de la vagina que le gustaba mucho pero que no difería demasiado de lo que sentía cuando él llegaba antes y tenía que acabarse con los dedos.

MARINA

Había dormido poco. El vuelo que los traía de Roma había tardado más de dos horas en despegar de Fiumicino. Los italianos eran la leche. Por cada avión de una compañía extranjera que entraba en la pista de aceleración se colaban tres de Alitalia. Nunca se había encontrado con nada parecido. Ni en Heathrow, ni  n Orly ni en el JFK de Nueva York. Ojalá se lo hubieran avisado en la agencia cuando contrató el viaje de tres días con Julio, con el que llevaba 9 años casada. En vez de volar con Iberia lo hubiera hecho con la compañía italiana.

Quisieron apurar los tres días, pues el viernes había sido festivo en Barcelona, cogiendo el último vuelo del domingo por la noche. Tenía prevista la llegada a El Prat a las 00.45 pero llegó cerca de las 3.

Se le pasó por la cabeza no ir a trabajar, más de una y de dos compañeras y compañeros lo hubieran hecho, pero ella siempre había sido una profesional responsable que se indignaba cuando algún amigo o conocido llamaba inútiles a los funcionarios. No es justo que unos pocos den fama a la mayoría, se defendía, aunque tenía que admitir que en la administración pública se podía vaguear mucho más que en el sector privado.

MARIAN

Estaba incubando una gripe. Era la primera del curso y sabía que no sería la última. Se había hecho pruebas de alergia de todas las bacterias conocidas pero ninguna había salido positiva. Su cuerpo se defendía de los patógenos externos mediante un leve aumento de temperatura, un poco de mucosidad y un ligero malestar muscular. Nada más. En 33 años de vida nunca había tenido ninguna enfermedad.

Estornudó suavemente, amortiguando el sonido con el pañuelo de papel que le acompañaría esa mañana. ¡Jesús!, oyó a su espalda. Arsenio atacaba de nuevo. ¡Qué pesado era ese tío! Le preguntó si se encontraba bien, sí gracias, no es nada, pero él se le acercó, demasiado, aprovechando que al estar sentada tenía una visión bastante sugerente de su escote, apoyó una mano en su hombro, ¿de verdad no te hace falta nada? No gracias.

Aún necesitó un par de minutos más para sacárselo de encima, nunca mejor dicho, pues el cerdo no se contentó con tocarle el hombro mientras sus ojos buscaban tesoros ocultos. También acercó su cuerpo al de ella como si pretendiera rozarle el paquete en el brazo. Nunca había llegado a tanto, no con ella al menos, aunque sabía que más de una y más de dos habían sucumbido a sus encantos. Lo que aún no lograba comprender era de qué encantos se trataba.

CENA

Era un ritual. Una costumbre. Cada primer viernes de mes era noche de chicas. Las cuatro amigas se reunían y daban rienda suelta a sus ganas de fiesta. Ya iban por el sexto año de hábito y ninguna se planteaba cambiarlo. Era cierto que con el tiempo se había ido moldeando las necesidades del grupo. También lo era que la época del año incidía en el plan de la noche.

El del primer viernes de octubre consistía en cena y copa en un local de moda. Marisa había sido la encargada de elegir restaurante, tarea rotativa, así que sabían que cenarían italiano pues solía ser su elección habitual. De las cuatro, era la menos imaginativa, por no decir la más aburrida.

Para la copa se dirigirían a un local cercano, propiedad del hermano de María, de ambiente chill-out en el que podrían seguir la charla hasta las 2 o las 3 de la madrugada. Algunas noches habían salido a bailar, pero Marina y Marian solían acabar hartas, sobre todo la segunda, cuya insultante belleza atraía a los moscones en manada. Marina era voluptuosa, de pecho abundante aunque acomplejada por caderas demasiado anchas. Sus formas también suponían un buen reclamo.

Durante la cena hablaron de trabajo. Muy poco, pues años atrás se habían autoimpuesto la norma de no tratarlo fuera de horas laborales. Las madres, María y Marisa, comentaron cuatro vaguedades de sus vástagos, pero solía haber poco recorrido en aquella dirección. Los temas más comunes en sus salidas nocturnas eran noticias de actualidad de distinta índole, desde política a sucesos, pasando por chismorreos de conocidas más o menos veraces, y de sus relaciones de pareja. Allí solía haber carne para horas.

Así, las chicas lo sabían todo sobre las respectivas parejas de sus amigas. O, al menos, las verdades que cada una estuviera dispuesta a rebelar. Seguramente Marisa era la única que no se guardaba nada en el buche, por ser la más inocente, pero con la confianza que otorga el paso del tiempo las otras tres habían ido desgranando intimidades que difícilmente contarían a gente con la que no tuvieran la familiaridad suficiente.

El tema de aquella noche habían sido las infidelidades. María lo había sido en una ocasión, explicó, hace dos años y pico con un tío que también estaba casado.

-Fueron pocos encuentros pero muy intensos y, sí, os lo recomiendo por la excitación de la aventura, lo prohibido, pero más allá de eso, cuando tienes en casa un toro como mi José, no hay color. -La responsable de documentación de tráfico no desveló el nombre del amante, pues de haber nombrado al baboso de Arsenio, le hubieran tirado los platos a la cabeza, además de bajarla del pedestal en que la tenían.

-Nunca lo he hecho ni sería capaz –respondió Marisa. –Ni sabría con quien ni sabría qué hacer, ni cómo reaccionar… -¿No sabes lo que le gusta a un tío? La cortó María entre risas a las que se sumaron las demás compañeras. –Claro que sí, ya me entendéis. Además, estoy segura que Juan se daría cuenta al momento. No sé guardar secretos.

Era cierto. No sólo era una mojigata más parada que un pajarillo, pensó María, con lo tonta que podía llegar a ser, lo llevaría escrito en la cara. Aunque tal vez su marido sería el único en no darse cuenta, ya que tampoco Juan era mucho más avispado que ella.

Marina nunca le había sido infiel a Julio, María no esperaba menos de la Señora Rectitud, aunque sí les confesó que de adolescente se había liado con dos tíos a la vez. No, un trío no. En paralelo. No sabía cuál le gustaba más, así que los simultaneó durante tres meses. Marisa le preguntó por cuál se decidió finalmente. Por ninguno. Apareció un tercero, que se llevó el premio, exclamó divertida, provocando gritos de júbilo.

Marian, por su parte, había engañado al novio anterior a Jon con un amigo suyo. ¡Qué callado te lo tenías! Pinchó María.

-Me engañó con una compañera de master. Cuando me enteré, decidí devolverle la moneda. Lo dejé hecho polvo. Más por la humillación que por dejarlo, pues rompí yo. No quise darle pie a que fuera él el que tomara la iniciativa. ¡Que se joda! Pensé.

¡Sí señora, así se hace! La vitorearon Marisa y Marina. María, en cambio, la miró sorprendida. No esperaba esa confesión de la princesita pija. Pero podía facilitarle poner en práctica una idea que llevaba meses rondándole la cabeza.

-¿Qué es un juego de llaves?

La pregunta había salido de los labios de Marian, pero Marisa tampoco sabía de qué se trataba. Por la expresión de su cara, María entendió que Marina sí conocía el juego. Había esperado a soltar la bomba a última hora, pasadas las 2, cuando las cuatro amigas ya iban cargadas de alcohol y todo les parecía divertido.

En su explicación, María enfatizó más la fantasía, la transgresión, la novedad, la travesura, que la mecánica propiamente dicha del juego. Apeló, además, a la confianza entre las cuatro amigas y a las excelentes relaciones existentes entre las cuatro parejas. Este último punto era una verdad a medias. Los ocho habían salido juntos algunas veces, pues una o dos veces al año se iban juntos de fin de semana. Habían ido a la casa de los padres de Juan en la Costa Dorada, de camping o de hotel. Nunca había habido malos rollos ni problemas destacables, aunque cada pareja y cada marido tenían sus peculiaridades que no siempre encajaban al 100% con todos los miembros del grupo.

Pero esta vez, no se trataba solamente de pasar juntos un fin de semana. Se trataba de ir más allá, mucho más allá.

MASIA

María había planteado el juego, así que María lo planeó y organizó. Había alquilado una casa rural de 8 plazas en el Pre-Pirineo. Saldrían el sábado por la mañana, pues Juan trabajaba hasta tarde el viernes, y pasarían juntos las 36 horas siguientes. Primero una buena comida en una fonda de montaña que le había recomendado un cliente a José, para continuar la tarde visitando la zona hasta que les diera la hora de cenar. Entonces empezaría el juego propiamente dicho. Cena fría en la casa, copas y diversión.

Marisa estaba especialmente nerviosa ante el acontecimiento. Suerte que María la había tranquilizado, ayudándola a elegir la ropa más adecuada para la ocasión. Incluso la había acompañado de compras aconsejándole un conjunto de ropa interior que le pareció extremado pero que adquirió ante los halagos e insistentes consejos de su jefa.

Marina siempre había fantaseado con una ocasión así, por lo que aceptó de inmediato la propuesta de su amiga. Externamente no. Se hizo de rogar, planteó dudas y recelos obligando a la inductora a esforzarse para convencerla. Pero interiormente, lo tuvo claro desde la primera noche. El que fue complicado persuadir fue Julio. No lo vio tan claro, apelando a las consecuencias anímicas que un juego tan arriesgado podía tener en cada persona, sin contar con que podían producirse posibles secuelas sentimentales en las parejas. Sin duda, su condición de psicólogo se imponía en su raciocinio.

Marian fue la más difícil de convencer. Ni hablar fue su primera respuesta. No contéis conmigo para esto, la segunda. ¿Os habéis vuelto locas? La tercera. Afortunadamente Marina mantenía la cordura equilibrando el grupo, pues María era la instigadora de tamaña locura y Marisa obedecía como el corderito que siempre había sido. Cuando Marina le comunicó que había accedido, se sorprendió pero se negó a bajarse del burro. Ni de coña iba a dejarse engatusar. Hasta que Jon decantó la balanza. No se lo esperaba pero fue el hombre con el que llevaba 6 años compartiendo su vida el que le planteó sin ambages su conformidad con la aventura. ¿Por qué no? La aceptación de Marian no vino por una voluntad de jugar, de ponerle sal a la relación, de explorar nuevas fantasías, como habían argumentado sus amigas y su pareja. Vino de la rabia.

Los cuatro coches salieron juntos de la gasolinera del polígono que solían utilizar como punto de encuentro cuando hacían escapadas conjuntas. Podían haber compartido vehículos para ahorrar costes, pero el juego se basaba en el uso de las cuatro llaves, así que cada pareja viajó en el suyo. Guiando la comitiva, el BMW 318 de José. Detrás el Saab 9-3 de Juan y Marisa. Ya tenía quince años pero se mantenía tan fiable como el primer día. María no entendía como no lo cambiaban por un modelo más bonito, pues visto de frente le recordaba a una rana, aunque sabía que se trataba de una cuestión económica. Eran el matrimonio que menor sueldo percibía. El Volkswagen Passat de Julio salió el tercero, mientras el Audi A4 de Jon cerraba la comitiva.

Llegaron a la casa rural a media mañana, por lo que se limitaron a visitarla someramente aprovechando para descargar las maletas y guardar en el frigorífico la cena fría que habían preparado. El nerviosismo era palpable en las cuatro parejas pero cada uno lo llevaba de distinto modo. Miradas indirectas, recelosas, con deseo contenido, incluso alguna babosa en opinión de Marian.

El restaurante reservado por José estuvo a la altura. De precio medio, confirmaba las buenas críticas que suelen coleccionar las fondas de montaña. María, José, Juan, Marina y Jon comieron con ganas. Los nervios atenazaban a Marisa pues tenía pánico a no estar a la altura. Cómo envidiaba el aplomo de María. Julio tenía poco apetito. Llevaba días mentalizándose para la ocasión, para no darle más importancia al juego del que quería darle, pero sabía perfectamente que la mente no suele virar en la dirección que más conviene, por más raciocinio que le aportemos.

Marian tenía un nudo en el estómago. Había accedido finalmente pero se sentía traicionada. En primer lugar por sus amigas, que la habían sometido a un acoso inmisericorde para obligarla. Pero sobre todo por Jon. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿Es que ella no era suficiente para él? Ninguna de aquellas tres mujeres con las que compartía mesa tenía ni había tenido nunca un cuerpo, una cara, que pudiera compararse con el suyo. Dedicó la comida a observar a sus compañeros de excursión. Su marido estaba a su lado, así que fue en el que menos se fijó. Las guarras de sus amigas ya lo miraban por ella, hambrientas de macho joven. En los hombres se detuvo un buen rato, analizándolos. No le atraían en lo más mínimo. José era tan alto como Jon, aunque más corpulento, de maneras vulgares y chabacanas. Un bravucón. Juan era un hombre triste, sin ninguna gracia física, con ligero sobrepeso y escaso cabello. Julio le parecía el aburrimiento en persona. Pretencioso, se las daba de entendido en cuestiones culturales, pero no sabías si era conocimiento o charlatanería. Físicamente tampoco le encontraba el atractivo lo mirara por donde lo mirara.

Dedicaron la tarde a pasear por el pueblo para destensar los cuerpos pues la proximidad de la cita comenzaba a agarrotarlos, y para hacer bajar la comida. Los hombres caminaron en equipo un rato, las mujeres también. Entraron en un par de tiendas mientras comentaban nimiedades de la zona. También hubo momentos para las parejas, sobre todo Julio y Marina que era los que más se comunicaban. Marian a penas cruzó cuatro palabras con Jon en toda la tarde.

JUEGO DE LLAVES

-Os explico las normas del juego aunque creo que todos y todas las conocemos o las hemos comentado. –María, como jefa de ceremonias, había cogido el timón de la velada igual como había hecho durante toda la aventura. Acababan de volver a la casa rural, así que comenzaba el juego propiamente dicho. Todos la escuchaban atentamente mientras ella ordenaba. –Lo primero será servir la mesa para que podamos cenar. Pero antes de comer subiremos a cambiarnos de ropa para estar todos presentables –adjetivo que surgió entre una sonrisa pícara mirando a sus compañeras. –Así que os emplazo a las 9 en punto para cenar. La idea es que sea una cena informal, de pie. Os anuncio que de postre tenemos fresas con nata que he oído por allí que son las ideales para estos juegos. –Otra sonrisa pícara iluminó su cara. -Tomaremos cava y una copa para irnos entonando hasta que pesquemos las llaves que debéis poner en este bol de aluminio, sólo la llave sin llaveros. Cada una de nosotros sacará una a ciegas, y subirá a su habitación con el propietario de la misma para pasar toda la noche. –Vítores, expresiones de júbilo y miradas nerviosas llenaron la sala.

Nadie llegó al comedor a las 9 en punto. A los tres minutos aparecieron Marisa y Juan, mientras Marian y Jon eran los últimos en aparecer, pasadas las 9 y cuarto. Ellos se habían vestido bien, pero informales. Ellas, las cuatro, habían elegido vestidos de noche de tonos oscuros. Elegantes. Esbelto el de Marian, ceñido el de María, estilizado el de Marina, sencillo el de Marisa. Los hombres las piropearon, silbidos incluidos, pues las cuatro chicas estaban para mojar pan, cada una agudizando sus atributos.

A las 11 en punto comenzó el juego. El bol estaba situado sobre la mesa, en un extremo, tapado con un paño de algodón para que las manos que se internaran en él no pudieran ver el interior. Las cuatro chicas debían sentarse ante él, dos a cada lado, de modo que les fuera cómodo el acceso a las llaves sin necesidad de levantarse. Los hombres, más ansiosos que ellas, se mantenían de pie sin perder detalle de la subasta.

María tomó la iniciativa, como había hecho desde el primer momento. Había convencido a Marisa para que fuera ésta la que la propusiera como primera electora pues se lo había ganado. Su fiel amiga cumplió con su papel, así que ante la indiferencia de las otras dos, alargó el brazo en primer lugar. Insertó la extremidad en el cuenco y palpó, removiendo teatralmente, a ver a ver qué encuentro, sin dejar de mirar a sus amigas con una sonrisa de oreja a oreja alargando el suspense. Sacó la llave. Rectangular con dos botones metálicos en la superficie y el logo redondo de la marca bávara en el centro. La levantó triunfante, mostrándola al expectante público. BMW. La llave de José.

-¡Uy! Esta no vale. A José ya lo tengo muy visto. –La devolvió al interior del bol y por segunda vez palpó. Había dos llaves más rectangulares y una tercera un poco ovalada. Esta última la desechó rápidamente. La que buscaba se diferenciaba de las demás porque tenía tres botones de metal y el logo, también metálico, en un extremo. Cuando palpó los cuatro aros de la marca alemana, la tomó levantándola triunfante. –Un Audi, -exclamó aparentemente sorprendida.

Los vítores del grupo no fueros secundados por Marian. Desde el principio tuvo la sensación que había gato encerrado, pero la hija de puta se lo acababa de confirmar. Quería acostarse con su novio. Había urdido todo el plan para ello. Pues que le aprovechara.

La pareja del elegido debía ser la siguiente en escoger. Así que la más joven de las cuatro alargó la mano y sin dilación tomó la primera llave que notó. La levantó esperando que el propietario se anunciara. Julio.

Era el turno de Marina. Palpó ambas llaves pero, A diferencia de María no se había fijado en las llaves por lo que no sabía a quién pertenecía cada una, así que tomó la segunda. Perdido Jon, que era la pieza mayor, le era indiferente José o Juan. Aunque si le tocaba el marido de María, pensó, podría corroborar las exageradas virtudes de las que su esposa tanto presumía. Era la de Juan.

Así que la última llave que salió del bol fue la misma que había aparecido en primer lugar.

MARÍA

Cuando estuvo todo el pescado vendido, tomó a Jon de la mano para llevárselo escaleras arriba después de haber clamado, a disfrutar chichas. La reconfortó la mirada de deseo con la que aquel hombre diez años menor que ella la premió. No era Marian, pues era más baja, había tendido dos hijos y su piel ya no tenía la tersura de años atrás, pero seguía mostrando un cuerpo proporcionado, de caderas trabajadas en gimnasio y aquel par de tetas que su José le había regalado hacía tres navidades.

Pero si había algo en lo que sin duda superaría a Marian era en sus habilidades amatorias. Jon iba a ser recompensado con su versión más puta. Le haría de todo y se dejaría hacer de todo. Primero calentarlo, haciéndose desear, para llevarlo al clímax tantas veces como el tío pudiera aguantar. Ya veríamos si después de habérsela cepillado, aquel joven cuerpo de modelo no venía a por más. Si era así, ella lo recibiría con las piernas bien abiertas y los labios húmedos.

MARISA

José tiraba de ella escaleras arriba. No es que la mujer no quisiera seguirle. Es que él era un hombre fuerte, enérgico. Sabía por su amiga que era el antónimo de su marido, así que la incertidumbre ante lo desconocido la inquietaba a la vez que las expectativas creadas ante el juego la excitaban de un modo nuevo.

A penas entraron en la habitación, José se le echó encima. Besándola con ansia mientras sus manos la sobaban sin ningún reparo. Se detuvieron poco en sus tetas. Lógico, pensó la chica, las mías son las más pequeñas de las cuatro. En pocos segundos notó una mano, ruda, colarse entre sus piernas para acariciarle la vagina. Las abrió ligeramente y se dejó llevar.

MARINA

Igual que María, ella tomó de la mano a su próximo amante y lo llevó escaleras arriba. La diferencia estribaba en que Juan parecía necesitar el empujón también en este caso. Tal vez, se dijo subiendo escalones, esté nervioso ante una nueva aventura, tal vez se sienta cohibido pues son muchos años compartiendo la misma pareja. Tal vez pasen por su mente los recelos que Julio le había advertido aquellos días.

Pero no era su caso. La mujer tenía ganas de vivir la aventura. Antes de la propuesta de María se lo había planteado en alguna ocasión. Ser infiel. Vivir un episodio extramatrimonial. Pero su compañero no se lo merecía, así que la idea había mutado a un intercambio de parejas, de modo que Julio también fuera partícipe del juego. Así que el evento propuesto por su amiga le había venido que ni pintado. Que el agraciado fuera Jon, José o Juan la tenía sin cuidado, porque la agraciada iba a ser ella.

MARIAN

Se habían quedado solos en el comedor. Se miraron largamente, intuyendo los pensamientos mutuos pero sin atreverse a romper el hielo. Julio se mantenía de pie con la copa de cava a la mitad en la mano mientras la chica permanecía sentada sin saber qué decir.

No le apetecía en lo más mínimo participar en aquella pantomima. No entendía qué necesidad había de poner en riesgo parejas estables y dañar a seres queridos. Entendía que hubiera gente capaz de diferenciar el sexo del amor. Pero no lo compartía. Solamente una vez se había acostado con alguien a quien no quería, impelida por el rencor, y el resultado no había sido fácil de digerir. Pero allí estaba, ante un hombre que esperaba de ella cosas que ni podía ni quería darle. No sabía cómo salir de la ratonera. Hasta que Julio la sacó de ella:

-Creo que somos los únicos que no nos sentimos cómodos con todo esto.

JON

Estaba sorprendido. A su manera, María era atractiva. No era el tipo de tía con la que había salido o en que solía fijarse por la calle. Su tipo eran chicas más parecidas a Marian. Guapas, elegantes, engreídas, incluso. Pocos hombres podían permitírselas, pero él era uno de ellos. Últimamente, además, sus deseos se estaba desviando hacia chicas más jóvenes, en edad universitaria, como queriendo retroceder una década. ¿Sería eso la crisis de los 30?

Con estos antecedentes, no esperaba sentir el deseo ni el placer que estaba sintiendo con aquella cuarentona de tetas operadas. La verdad es que la mujer estaba poniendo de su parte, eso no podía negarlo. Se habían besado de pie, apoyándolo contra la puerta de la habitación. Lo había lamido, sobado, mordido, mientras le anunciaba esta noche soy tuya, te prometo que no te arrepentirás. Se había dado la vuelta frotando las nalgas contra su entrepierna. Le había tomado las manos y se las había llevado a las tetas, aún cubiertas, mientras su paquete recibía incontables embites. Cuando se dio la vuelta lo miró a los ojos, lo morreó con ansia mientras las manos de la fogosa esposa de José desabrochaban la camisa botón a botón. La lengua se unió a los dedos para marcar un reguero de saliva del cuello al ombligo después de liberar cada ojal. Arrodillada, le desabrochó el pantalón, le arrancó el bóxer con los dientes y engulló toda su hombría sorbiendo sonoramente mientras lo miraba con la mayor cara de zorra que Jon había visto nunca en una mujer.

JOSÉ

Cuando su mujer le había planteado la aventura, aceptó sin dudarlo. No le importó demasiado que María pudiera liarse con otro tío. Llevaban 14 años casados y para ser justo, ella también se merecía una cana al aire, sobre todo porque José no dejaba escapar ninguna oportunidad que se le presentaba. Había perdido la cuenta de la cantidad de mujeres con las que se había liado, con las que le había sido infiel. Aunque él no lo veía así. Un hombre tiene sus necesidades. Las mujeres también claro, pero afortunadamente las convenciones sociales las han hecho más prudentes pues si tuvieran mentalidad masculina, no habría putiferios suficientes en el mundo para meterlas a todas.

Porque esta era otra. Aunque ellas lo nieguen, ya sabéis, mentalidad femenina, si les das un poco de caña y se las folla un hombre de verdad, un auténtico macho, las tías se derriten. De eso María era un buen ejemplo, siempre pidiendo más, y no había sido la única.

Marisa aún no estaba en ese estadio pero no tardaría mucho. Era un poco mojigata. Se había quejado cuando le había metido un dedo estando aún de pie, se había asustado cuando le había arrancado la ropa, exterior e interior, y le había mordido una teta, y ahora que la tenía arrodillada en el suelo intentando abarcar polla, tenía ciertas dificultades para tragarse toda la carne. Pero lo iba a lograr. Ya le había metido más de la mitad y aunque estaba roja tirando a morada y los ojos se le habían empañado en lágrimas, le había obedecido sumisamente cuando le había ordenado que usara las manos para masturbarse, no para sostenerme la polla, pues era él el que le sostenía la mandíbula mientras empujaba con las caderas para forzar su garganta. Sólo se detenía cuando le sobrevenía una arcada. Aflojaba, la dejaba respirar y volvía a empujar.

Le hubiera gustado tener a Marian arrodillada, en vez de a Marisa. Al menos eso era lo que María le había vendido, pero no había podido ser. Una lástima, aunque quien sabe, la experiencia le había demostrado que cuando una casada probaba polla fuera del matrimonio, luego nada la detenía, siempre quería más. Lo mismo podía pensar de su mujer, claro, pero el mejor antídoto era dejarla bien follada con regularidad. Si algo sabía hacer José era follar. Y tratar a una mujer.

-Eso es puta. Sigue tocándote como una zorra. Ya casi te la has tragado entera.

JUAN

Le gustaba Marina. Le había gustado que le tocara aquella mujer de formas contundentes. Llevaba con Marisa desde secundaria y solamente se había acostado con dos mujeres más en su vida. Ambas profesionales. La primera en su despedida de soltero. La segunda en la fiesta de aquel proveedor asiático que había traído a una china para cada uno.

Fuera casualidad o no, ninguna de las tres mujeres tenía demasiado pecho. Tal vez la prostituta de su despedida debía tener una talla más que las otras dos, pero las tetas de Marina eran un manjar de dioses. Grandes, de pezones rosados también amplios. No estaban centrados, algo improbable en aquella cantidad de carne, pero se sintió el bebé más feliz del mundo mamando con desespero.

Agradeció que la mujer tomara la iniciativa, pues la prudencia ante lo desconocido le había impedido marcar el ritmo. Prefería que fuera así, en todos los ámbitos de su vida, para evitar equivocarse. Ella se había desnudado y lo había ayudado a él. Sólo les quedaba puesta la ropa interior. La inferior, pues el sujetador ya había caído. Estaban sentados al borde de la cama, de lado, él sorbiendo como un crío mientras ella alargaba la mano intentando masturbarlo por encima del algodón.

JULIO

Se sintió afortunado solo en compañía de Marian en aquel ahora vacío comedor. Hacía horas que veía a sus compañeros masculinos devorarla con la mirada, como cazadores ávidos de capturar la piel más cara, pero había percibido con mayor intensidad la incomodidad de la chica. Jon debía ser un auténtico idiota si había permitido que su novia tuviera que pasar por algo así. Sin duda traería consecuencias, si no para ella pues no pensaba tocarla, en su relación de pareja, pues como él aventuró más de uno y más de dos saldrán trasquilados de esta granja.

Se lo hizo saber cuando le rellenó la copa de cava. Que no la tocaría. Que no esperaba pasar con ella la noche de pasión a la que parecía que los demás se habían entregado. No nos apetece a ninguno de los dos.

-¿Qué hacemos aquí? –se preguntó Marian en voz alta. Sin dejar de mirarle a los ojos, continuó: -¿Por qué hemos venido a… esto?

-Los humanos somos animales de costumbres y a menudo nos empeñamos en demostrar que nuestro pariente más cercano no es el chimpancé sino los borregos. –Por primera vez en muchos días, la joven sonrió tímidamente. –A veces basta que el pastor marque un camino para que la manada lo siga sin pensar o sin plantearse las alternativas, o las dificultades o los riesgos. Y no nos damos cuenta que no estamos siguiendo al pastor, si no al zorro.

-Zorra, en este caso.

-¿Lo dices por María? –Asintió. –Siendo obvio que ella ha urdido el plan, tampoco cargaría las tintas solamente sobre sus espaldas. Es cierto que es una mujer acostumbrada a mandar, fuera de su casa pues allí le espera un auténtico gorila, si me permites continuar con el símil animal. –La tímida sonrisa se tornó franca. –Pero todos somos responsables de haber llegado hasta aquí. Pudimos haberlo parado hace días y no lo hemos hecho.

-Yo me opuse con todas mis fuerzas. Marina también, hasta que cayó.

-Mi mujer no cayó, ni se opuso con la intensidad que crees. Hace tiempo que estoy convencido que tenía en mente un juego parecido. Si no la conociera como la conozco, podría llegar a pensar que colaboró con María para planearlo todo. –Marian había abierto los ojos como platos. –Pero estoy seguro que simplemente aprovechó la oportunidad cuando ésta se presentó.

-Me engañó como a una tonta.

-Marina es muy inteligente y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no suele parar hasta lograrlo.

-¿No te importa… que ahora esté arriba con otro hombre?

-Claro que me importa, supongo que tanto como a ti, pero no he podido negarme. O no he sabido negarme. La avisé de los riesgos que podíamos contraer, pero aún así quiso seguir adelante. A veces nos toca ceder y, en una relación sólida como la nuestra… que espero que sea tan sólida como pienso, deberíamos ser capaces de asimilarlo y no permitir que un episodio nos afecte.

-Mi relación de pareja debe ser menos sólida que la tuya porque a mí sí me está afectando. Llevo horas viviendo una especie de sueño, como un duermevela que me aislaba de la realidad, pero ahora que sé que está con otra… follándose a otra –arrastró las palabras con rabia contenida, -a esa zorra, es como si me hubiera despertado de golpe. Ya no sólo me pregunto qué hago aquí. Me pregunto qué hago con él.

Unos leves gemidos de mujer se oyeron en ese momento. No eran muy nítidos. Ni permitían identificar a la vocalista. Pero congelaron a Marian que se sacudió en un escalofrío. Miró la llave del Volkswagen que había soltado sobre la mesa un segundo después de haberla sacado del bol, cual carbón al rojo vivo, la tomó y mirando a su compañero de desdichas, preguntó:

-¿Nos vamos de aquí?

MARÍA

Qué bien había elegido. Qué bien le estaba saliendo la jugada. Aunque no tenía tiempo de pensar racionalmente pues los jadeos se imponían a su raciocinio. Jon estaba muy bueno. Cómo había disfrutado lamiéndole los abdominales, marcados cual gimnasta profesional. Qué agradable sabor desprendía su aliento, la carnosidad de sus labios. Cómo había gozado chupando, engullendo la polla del Adonis. Para no correrse, él la había detenido. Había bastando con tres o cuatro minutos de felación para que el tío tuviera que pararla para no acabar la fiesta antes de hora, lo que le confirmó dos cosas. Que Marian sería muy guapa pero no sabía comerse una polla y que ella era una gran experta. Pero lo que Jon aún no sabía era que en la lengua no acababan sus habilidades.

María estaba tan larga era estirada en la cama, completamente desnuda, abierta de piernas, con los morros de su joven amante trabajándole el sexo. Bebe mi niño bebe. Se sobó las tetas con fuerza, pellizcándose los pezones ayudando a su cuerpo a llegar a puerto. Además de guapo sabe comerse un coño. Méteme un dedo, le pidió. Eso es, sigue, sigue. Métemelo en el culo. María explotó, intensamente, aguantando la cabeza de Jon para que no se detuviera hasta que acabara. Cuando la lengua comenzó a incomodarla, tiró de su cabello para que se incorporara. Ahora quiero que me folles, exigió besándolo con ganas, con ganas de demostrarle que era la más sucia, bebiéndose sus propios flujos.

Jon se incorporó para tomar un preservativo. No, déjalo, no hace falta. Estoy operada. Me ha encantado el sabor de tu polla. Ahora quiero sentirla plenamente. La penetró. No tenía el miembro de José, bastante más grueso, pero el placer de ser follada por el tío más bueno que se había tirado en su vida lo compensaba. Lo rodeó con las piernas, lo tomó de las nalgas apretando, buscando una penetración más profunda. Fóllame, fóllame. No aguantaría mucho. Lo notaba claramente. La respiración, cada vez más acelerada. El ritmo de percusión, cada vez más rápido. Así que lo ayudó. Córrete, lléname. Dame cabrón, dame cabrón.

Fue el acabose. Un gemido ahogado surgió de su garganta mientras riadas de lefa salían de su pene. Dos semanas sin que Marian se dejara tocar, molesta por la fiesta de fin de semana, le habían pasado factura.

María lo mantuvo prisionero unos minutos, mientras ambos se movían lentamente, acompasadamente. Hasta que el hombre se venció a un lado y cayó tumbado boca arriba.

-Dios, eres una máquina de follar, -dijo mirando a la mujer.

-Aún no has visto nada, -amenazó ella.

María se incorporó lateralmente para mirar al joven de cuerpo perfecto. Lo acarició suavemente, del pecho a los abdominales, mientras miraba el miembro manchado, de sudor, de flujo, de semen. Cuando notó que la respiración de su amante se amansaba, se acercó felina besándole el torso. Lamió sus pezones, descendió por el abdomen, aspiró el poco pelo púbico que la separaba de su objetivo, hasta de su lengua limpió aquel músculo de la cabeza a la base, de la base a la cabeza. También sus testículos. Volvió al pene. Volvió a engullirlo. Había perdido un poco de fuerza pero no estaba muerto. Y en caso que así fuera, no había nadie mejor que ella para resucitarlo. Su mano derecha asió, acarició los huevos mientras sus labios abrazaban la hombría de Jon. No le costaba esfuerzo tragársela entera, hasta la campanilla. Habilidad que encantaba a los tíos y que pocas expertas realizaban. Pero aún tenía otra sorpresa reservada para él. Sin dejar de amasarle la bolsa escrotal, sus dedos se movieron traviesos hasta su recto, acariciaron el orificio, lo lubricaron hasta que uno de ellos probó el camino. Jon se tensó, sorprendido, pero cuando el índice de María atravesó el anillo anal, expelió un suspiro más profundo que los que había proferido al correrse. Con la habilidad de la experta, sus labios, su lengua y su mandíbula trabajaron el miembro de Jon, sin compasión mientras su puerta posterior era profanada.

Iba a correrse de nuevo. ¿Cómo podía venirle otro orgasmo tan pronto? Avisó a la felatriz. Pero ella solamente relajó ligeramente la presión de sus labios para responderle, córrete en mi boca. Cuando la descarga arribó, el cuerpo del joven se tensó aún más, pero su recto y su escroto de convirtieron en una barra de hierro. El dedo de María había compenetrado perfectamente sus habilidades orales provocándole el orgasmo más intenso de su vida. No eran solamente los espasmos del glande que se extendían por el tronco hasta el estómago como era habitual. Todas las terminaciones nerviosas de la zona explotaron al unísono con el epicentro en algún punto del recto que le provocaba intensos y placentero pinchazos.

María sacó el dedo pero no dejó de saborear aquella polla un poco más, hasta que notó la mirada de Jon, agradecida. Dejó su juguete, se acercó a él y le mostró el interior de su boca aún inundada. Le sonrió, cerró los labios y tragó sonoramente.

-Mmm, me encanta tu semen.

-¿Cómo puedes ser tan guarra?

-No soy tan guarra. Soy la más guarra. La mayor zorra que has conocido en tu vida y esta noche te lo voy a demostrar. –La miró sorprendido. Como si no hubiera colmado el vaso ya hacía un buen rato. -¿Quieres darme por el culo?

Hacía menos de una hora que aquella mujer en la que no se había fijado más que para opinar que no está mal para la edad que tiene le había prometido que no se arrepentiría de pasar la noche con ella. Ya había cumpliendo con creces. Pero esto le parecía la guinda. Claro que quería darle por culo, pues nunca había dado con una mujer que se lo permitiera. Tampoco es que fuera una de sus prioridades, pero sí era un plato que le apetecía degustar.

El problema venía por haberse corrido ya dos veces. Igual necesito un poco de descanso, respondió asintiendo. Eso lo soluciono yo en un periquete, contraatacó María. Tomó el pene con la mano, aún inhiesto, lo pajeó suavemente para a continuación volver a resucitarlo con los labios. Ella también requería un poco de mimos en sus bajos, así que giró el cuerpo para tumbarse sobre él dejando su sexo a la altura de su cara. No le hizo falta hablar. Jon la agarró de la cintura y reanudó el trabajo oral en una zona ya conocida.

Cuando María notó que el pene de su Adonis ya estaba lo suficientemente rígido y su vagina completamente licuada, giró el tronco para encajarse sobre la hombría del joven y comenzar a cabalgarlo. Se movía en círculos. Adelante, atrás. Otra vez en círculos. Fóllame, cabrón. Agárrame las tetas. Fóllame. Pero era ella la que se lo estaba follando a él. Se llevó los dedos a los labios para humedecerlos antes de bajarlos a su entrepierna y acariciarse el clítoris. La polla que la empalaba no la llenaba, como si el cabrón de José la tuviera dada de sí. Pero le bastó con abrir los ojos, recorrer el cuerpazo del tío que tenía a su merced y aumentar la fricción para correrse sonoramente.

¡Dios, qué bien le estaba saliendo la jugada! Ahora a ponerle la guinda al pastel. Cuando sus espasmos se fueros calmando y su respiración acompasando, desmontó a su amante para quedar en cuatro patas.

-Aquí tienes tu premio, semental, te lo has ganado. -Jon se incorporó nervioso, agarrándose la polla con la mano, para guiarla a destino. –Espera, primero métemela en el coño mientras lo preparo.

Se encajó en ella empezando un vaivén lento pero seguro, mientras la mujer se chupaba un par de dedos, estiraba el brazo hacia atrás e introducía, primero uno y al poco los dos dedos que había chupado. Se folló a sí misma unos segundos que a Jon se le hicieron eternos hasta que se los sacó y anunció, girándose para mirarlo con aquella cara de zorra que no se había quitado en toda la velada, dame por el culo cabrón.

Jon tomó su miembro para apuntar pero tuvo que ser ella la que lo introdujera. ¡Qué pasada! Calor, presión, un masaje interminable en todo el tronco. Es mucho mejor que por el coño.

María también lo estaba sintiendo mejor que con José. La polla de Jon era la segunda que exploraba aquella cueva en toda su vida y era mucho más agradable que la de su marido, demasiado gruesa para conductos tan delicados. Como solía hacer cuando practicaba sexo anal, se masturbó con ganas. Lo hacía para mitigar el dolor que provocaba la tensión de la musculatura rectal, además de incrementar el placer que también producía, pero nunca se había corrido con aquel juego. Hoy iba a lograrlo. Lo notaba. El grosor de Jon era idóneo para su culo, se amoldaba perfectamente. Necesitaba que él aguantara un poco, así que confió que las dos eyaculaciones anteriores lo retrasaran.

Para incentivar sus propias sensaciones intercaló gemidos con palabras soeces, ordenes con insultos. Dame cabrón, dame por el culo. ¿Te gusta darme por el culo? ¿Te gusta cabrón? Fóllame semental. ¿Soy la más zorra? ¿La más puta que has conocido nunca?

Jon alucinaba. Nunca había visto a alguien tan desbocado, tan caliente. Tan guarra. Ojalá Marian fuera así. Ese pensamiento no verbalizado fue el detonante de su orgasmo. El líquido caliente en el recto, también propició el de María, que se convulsionaba lateralmente evitando desengancharse del músculo que le daba la vida, cual perra abotonada por su macho.

MARISA

Le dolía la mandíbula, le ardía la garganta. También el sexo se le estaba irritando. María tenía razón en que José era una pasada. Una auténtica máquina de follar. Pero ella no lo era, no estaba preparada para lo que le había venido encima.

Pensaba y pensaba a cuatro patas en la cama mientras oía, que no escuchaba, al toro de su amiga llamarla zorra, puta, perra y no sé cuantas lindezas más. No lograba entender como había logrado meterse toda la polla de aquel animal en la boca. Hasta que su nariz no había tocado su pubis depilado no había parado. ¡Qué cerca había estado de vomitar! Pero la vergüenza se lo había impedido. Además se había corrido. ¡Qué asco! Que un tío se te corra en la boca. Pero había sido un alivio. Por fin se ha acabado, pensó.

La tortura oral, porque la siguiente batalla se fraguó en su sexo. Primero se lo chupó, con lo que estuvo cerca del orgasmo, momento que José se incorporó, tiró de sus tobillos como si de una muñeca se tratara abriéndole las piernas hasta límites antinaturales y la penetró. Con dureza. No se esperaba la fuerza con la que entró, lo que provocó el primer grito de la noche.

Era un cerdo, un bestia, pero tenía una polla descomunal. Tal vez no era el doble de la de su marido, pero ella la sentía así. La sentía en cada milímetro de su anatomía vaginal. Rápidamente llegó al orgasmo, intenso, descontrolado. Nuevo. Nunca había llegado a la meta a la que José la portó. Había valido la pena las guarradas anteriores para llegar hasta aquí. Pero el tío no se detenía, seguía percutiendo con todo. Un segundo orgasmo la asoló. Estaba cerca del tercero cuando él rodó a un lado sin soltarla para que fuera ella la que lo cabalgara a él.

Estaba muerta. Le costaba cada vez más mantener el ritmo. Y los cachetes de José en sus caderas mientras la insultaba no ayudaban. Muévete zorra, hoy aprenderás a follar. No quedaba ni rastro del tercer orgasmo. Ya no era ella la que lo cabalgaba. Ahora eran sus manazas las que la sostenían de la cintura y lo hacían botar. Rápido, muy rápido. Hasta que notó el líquido caliente en sus entrañas. Le había pedido que se pusiera un condón, que no tomaba nada, pero él se había negado. Mañana te tomas una pastilla del día después y arreglado.

Se detuvo de golpe. No podía más. Él había aflojado la presión sobre su cuerpo así que aprovechó para separarse y dejarse caer de lado. Me he corrido como nunca pero me duele todo. Sí, tenía razón María en que José es un toro, pero un sentimiento agridulce se imponía pues no entendía como una mujer podía permitir que la trataran así. No se lo diría, claro. Tampoco se lo recriminaría a José. Nunca se atrevería.

Pero sus pensamientos se cortaron de golpe. El toro volvía a la carga. La había tomado de la cintura para levantarle las caderas y ponerla a cuatro patas. Se la clavó de una estocada lo que provocó el segundo grito de la mujer. La agarró del pelo mientras le ordenaba mantenerse en cuatro, como una perra. Entonces cayó en la cuenta que María siempre contaba que le daba caña durante horas. ¿Cuántas horas? Debían llevar poco más de una y ya no podía más.

Entonces lo notó. Un dedo en su ano. No, eso no. Sabía que a María se lo hacía, ella se lo había contado, pero la aterraba que aquella monstruosidad entrara por ahí. La falange presionaba con fuerza. No tardó en cruzar el anillo anal. Marisa abrió los ojos como platos pero el no mayúsculo que tenía en la garganta no salía al exterior. Quería decirlo, gritarlo, pero no salía, retenido no sabía dónde.

Después de un vaivén que le pareció eterno, el dedo abandonó el conducto. También la polla abandonó su vagina. Incluso las manos de él parecieron abandonar su cuerpo, hasta que las notó en su cintura tirando de ella para darle la vuelta. Seguía en cuatro pero ahora tenía aquel músculo profanador en la cara.

-Venga chúpamela un poco –ordenó agarrándola de la melena. –Lo hago por ti, pues te conviene lubricarme bien la polla antes de romperte el culo. –Marisa se tensó, paralizándola, lo que provocó que la mano libre de José empujara su cabeza con fuerza. –No te pares, zorra. No tengo gel ni lubricante que nos hubiera facilitado el trabajo, así que depende de ti lo empapada que esté.

El suplicio había durado unos diez minutos. Sorprendentemente no había sido capaz de pronunciar la palabra no ninguna vez. El dolor había sido extremo, intensísimo al principio del recto donde estaba el anillo que él le ordenó relajar con bastantes malos modos, acompañado de cachetes en las nalgas, picantes aunque no dolorosos. Cuando aquella ancha cantidad de carne había logrado superar el músculo circular, había sido todo más fácil. El dolor había remitido un poco hasta convertirlo en medio soportable, pero no entendía como había mujeres a las que les pudiera gustar eso.

Allí estaba, a cuatro patas, pensando, mientras el animal berreaba, la insultaba, esperando que acabara. Lo hizo en ese momento, agarrándola del pelo y clamando, toma perra.

¡Por fin parecía haber acabado!

MARINA

No había tendido suerte. Marisa era una chica con poca iniciativa, escaso carácter y baja autoestima. Su marido también.

Que Juan tuviera poco carácter o poca autoestima era algo que ya sabía y que no le había parecido un impedimento para vivir su noche de infidelidad. Lo que la excitaba era la aventura en sí, con quién le había parecido secundario. Exceptuando a Jon, las parejas de sus amigas no le parecían atractivos. Tampoco Julio o ella misma eran las personas más agraciadas del mundo. Pero esa capa externa era fácilmente superable si la propuesta, la puesta en escena, el juego valía la pena. Eso se había repetido los días previos.

¡Qué equivocada estaba!

Juan era el más gordo de los cuatro. Sin ser obeso mostraba una barriga prominente. Se había duchado, estaba limpio, pero la colonia que se había puesto era demasiado fuerte, la incomodaba. Su polla, además, no era gran cosa, por no decir que era pequeña. Más estrecha que corta. Todo esto sería salvable si el hombre pusiera un poco de su parte. Pero no tenía ninguna iniciativa.

Todo el peso de la situación había recaído sobre ella. Desnudarse, besarse, empezar a acariciarse, a masturbarse. No llevaba con él ni cinco minutos y ya estaba harta. Así que su principal propósito fue acabar lo antes posible. ¡Qué rabia! Ella con aquel muermo mientras su marido se beneficiaba al pìbón de la fiesta.

El tío tenía fijación con sus tetas. ¡Los hombres y las tetas! Julio tenía teorías sobre ello pero pensar en su marido disertando le dificultaba el trabajo. Prefería que el patético de Juan le chupara los pechos antes que volver a besarlo. Le daba más asco a cada segundo que pasaba, así que optó por lo obvio. Por la solución profesional, se dijo a sí misma, pero ni siquiera imaginarse ejerciendo el oficio más viejo del mundo la excitó. Se arrodilló delante de él, que se mantenía sentado al borde de la cama como si lo hubieran pegado con pegamento, se llevó aquella ridiculez a la boca y a trabajar.

Curiosamente le daba más asco besarlo que chuparle la polla. Estuvo un buen rato, más del que esperaba estar. Si no fuera porque el miembro estaba durísimo y que todas sus parejas habían alabado sus dotes orales, pensaría que era una completa inútil en aquellos menesteres, pues Juan solamente resoplaba. No gemía, no suspiraba, no hablaba. Únicamente había alargado las manos para asir sus tetas. ¡Qué pesado!

Por tanto la solución le pareció obvia. Se la sacó de la boca y la rodeó con sus pechos, masturbándola con ellos. La cara del hombre se iluminó. Marina, la mujer de Julio, el psicólogo sabelotodo, le estaba haciendo una cubana. A sus 46 años había encontrado una mujer capaz de darle su mayor fantasía. Gratis, porque así la imaginaba. Había pensado en realizarla pagando, pero la fantasía no le parecía completa.

Marina se alegró al oír lo primeros gemidos de Juan. Ya era hora, pero no había manera de acabar con aquello. ¿Cómo podía aguantar tanto? Este cabrón tenía que haberse hecho una paja antes de cenar. O eso, o era un portento. Lástima que no lo fuera en nada más.

No le quedaba otra que pasar al plan B. Se separó de él, por la mueca de la cara del hombre pensó que se pondría a llorar, le dijo que se tumbara, tomó un condón de la caja de 12 que María había dejado en la mesita de cada habitación. ¡12, a ver quién es el guapo que los gasta! Este, ni medio. Y se acopló encima, marcando el ritmo, la velocidad y la profundidad de la penetración. La única iniciativa de Juan fue alargar las manos para agarrarse a sus tetas.

Aún necesitó un cuarto de hora para que el tío acabara. Por fin, aunque mientras se levantaba le preguntó cortésmente si le había gustado. Respondió un monosilábico sí y se tumbó en la cama para ponerse a dormir.

MARIAN

Lo que mal empieza, mal acaba reza el refrán. Pero no era ese el sentimiento predominante en la joven.

Estaba desnuda, en su cama, aunque el pudor no le permitía mostrarse ante su compañero, por lo que se había cubierto con la sábana hasta el pecho. Curiosa sensación, el pudor, activa ante el hombre que acababa de poseerla en un lecho que solamente había compartido con Jon. Hasta esa noche.

Habían salido de la casa rural sin rumbo fijo, con la única voluntad de huir. Ella le había pedido, llévame a casa. También ella le había ofrecido subir al ático que hasta hacía unas horas consideraba su hogar. Le había ofrecido una copa con la honesta intención de hacerse compañía mutuamente mientras esperaban el lento paso de las horas hasta que acabara aquel infierno.

Ambos se habían sincerado. Sobre todo ella, pues Julio parecía tener las ideas más claras. Había descubierto a un hombre sensible, honesto, acostumbrado a escuchar tomando la distancia suficiente de los hechos para poder analizarlos racionalmente, sin juzgarlos.

Tal vez fue por ello, tal vez solamente necesitaba un hombro en el que apoyarse. Tal vez… No sabía por qué, pero había acabado sintiéndose tan próxima a aquel hombre maduro que le había pedido que le hiciera el amor.

Se habían adentrado en aquel incierto nuevo mundo ente sábanas protectoras, abrazando sus dudas, abriendo sus cuerpos, colmando sus necesidades. Había sido un acto breve pero lento. Sencillo pero intenso. Presidido por la sinceridad y el afecto.

Marian sentía haberse abierto a Julio física y mentalmente como pocas veces se había abierto ante ningún hombre. Se habían acoplado abrazados hasta que el hombre se había derramado en lo más profundo del sexo de la joven, aunque ella lo había sentido llegar hasta su corazón.

MARÍA

El único aspecto del fin de semana que no había planeado estrictamente era la hora de levantarse. Tenían que dejar la casa a las 3 de la tarde como límite, pero no esperaba que ninguna pareja retozara hasta esa hora, pues su cónyuge podía estar esperando abajo, en el comedor. Por ello, para ser de las primeras en despertarse, había dejado las persianas levantadas, esperando que la luz matinal la avisara. Miró la hora, casi las 11.

Jon dormía plácidamente, el sueño más feliz de su vida se dijo a sí misma, sonriendo satisfecha por el trabajo hecho. Como le gustaba que los planes le salieran a pedir de boca.

Hablando de la boca, ya sabía cómo lo despertaría, pensó sin que se le borrara la sonrisa de los labios. Se levantó para ir al baño. Se asomó a la puerta por si había alguien despierto, pero no oyó ningún ruido. Parece que todos necesitaban un buen descanso.

Dejó pasar media hora en que, tumbada en la cama, se deleitó admirando el cuerpo de Jon, de su Adonis. Quiso acariciarlo pero se abstuvo para no despertarlo. Hasta que ya no pudo más. Apartó la sábana que lo cubría hasta la cintura, acercó su cuerpo y besó la polla más bonita, sabrosa y agradable que había probado en su vida. Sin necesidad de utilizar las manos se la introdujo en la boca para propinarle a su amante el mejor despertar posible. El miembro no tardó en despertar. Jon tampoco. Sus gemidos sonaron a música celestial para la madura mujer. El chico volvió a avisarla que se correría. Qué mono, José nunca te avisa. Pero no se detuvo. Quería llevarse el mejor recuerdo posible. Acabó de tragar y lo miró felina.

-Buenos días campeón. ¿Qué te ha parecido el despertador que te he traído?

-Bestial. Eres una pasada. Nunca había conocido a una mujer como tú.

-¿Tan puta? –Jon asintió. –A partir de hoy seré tu puta siempre que quieras.

MARISA

La despertó ruido en la habitación. José acababa de entrar en el baño. Le dolía todo el cuerpo. La cara, especialmente la mandíbula. ¿Podía habérsele salido de sitio? No, no podía, pero como molestaba. Se giró. ¡Uf! Aspiró el quejido. Cómo le dolía el culo. Era tal el dolor y tan esparcido por toda la zona posterior que no sabía qué era peor. El escozor en las nalgas del incontable número de nalgadas que le había propinado, la irritación que sentía en todo el recto, los pinchazos intermitentes que se le clavaban en el anillo anal.

Tenía que levantarse, tenía que ir al baño o se lo haría encima. Pero no llegó a entrar. José no salió del excusado para dejarle sitio a ella. Sin permitir que se levantara de la cama, la tomó de los tobillos como había hecho la noche anterior y dirigió su descomunal ariete a su sexo sin importarle lo más mínimo que la chica lo tuviera completamente escocido.

Esta vez Marisa sí pudo hablar. Déjame ir al baño antes o me lo haré encima. No me importa, puedes mearte mientras te follo. No serás la primera y así será más caliente.

MARINA

No había pegado ojo en toda la noche. Juan era un pésimo amante, un marido infausto, un hombre patético, que para colmo roncaba. Como una maldita locomotora. ¿Qué más podía salir mal aquella noche?

A la media hora se levantó, tomó el libro que se estaba leyendo, la primera incursión en una historia de amor de Lorenzo Silva, y bajó al comedor para apalancarse en un sofá y buscar el placer que la relajara donde no había previsto tener que buscarlo.

Antes de las diez, Julio apareció por la puerta de la calle. ¿De dónde vienes?

-Marian me pidió que la llevara a su casa. No estaba a gusto aquí ni le apetecía participar en el juego, así que la he llevado y he vuelto para recogerte.

Marina entendió que su marido tampoco había tenido una noche placentera. Sabía que Marian no quería venir y que lo había hecho obligada. Además, la había observado varias veces durante la jornada anterior y se sorprendió que hubiera acabado participando en el juego de llaves. Definitivamente, no había participado.

Agradeció que Julio no le preguntara nada de la noche anterior. La conocía demasiado bien y debía estar leyéndole las ideas. Ella también prefería olvidarlo. Solamente le pidió a su marido, a su amor que la abrazara, mientras le musitaba un te quiero.

MARIAN

Había logrado relajarse con Julio a su lado pero no iba a dormir. Él tampoco se dormía, así que no eran ni las 6 cuando se levantó anunciando a su compañero de cama que iba a hacer las maletas. ¿Estás segura? Preguntó Julio. Segurísima. Se ofreció a ayudarla, pero más allá de pedirle que le bajara un par de maletas de un altillo de la habitación del fondo, rechazó la oferta. Prefiero que me hagas un café bien cargado.

Dos horas después la acompañaba a su coche, un Audi A3 blanco para cargar las maletas.