Juego con mi profe de Español
Empezando el juego: Niña timida. Hechizada por mi profesor de español, empecé un juego del que jamas creí poder entrar. Cambié en cada faceta y dejé de ser esa niña timida y cohibida.
Un juego con mi maestro de español.
Empezando el juego: Niña tímida.
Hola, bueno esta no es la primera vez que escribo algo así, pero pues, otras veces han sido solo historias pequeñas sin importancia, pero esta bueno, es mas de una confesión. Una fantasía jamás realizada y una situación donde un acto sexual podría realizarse siempre buscando complacer a los lectores y a mi misma al escribirlo. Nota: no es muy recomendable para los que gusten de leer algo corto.
Esto, aun con lo poco realista que pudiese ser fue algo bien deseado por mi.
15 años. A esa edad, exactamente a esa edad, mi mente cambiaba tan frecuentemente que se me podía considerar bipolar, y en todo caso, atraparme en cierto día podía hacer un cambio considerable en la forma en que algunas personas me veían. Al principio del semestre, aun estando en secundaria, en ultimo año, asistía a una pequeña escuela, modesta y algo pobre. El uniforme, como cualquier otro, era blanco, chasarilla blanca de algodón y falda blanca, siempre a la rodilla jaja, por supuesto que nadie obedecía esa regla, en nuestro caso, las alumnas, era arriba de la rodilla de ley.
Asistía con poca frecuencia, pues no era de mi agrado la escuela. Aun así, mi rostro se iluminaba cuando miraba a mi profesor de español, tan atractivo y educado, simpático y joven oh si, el mas joven de toda la escuela, con a penas 23 años. Sin embargo, seguía siendo mayor para mi. Si, y yo era el tipo de niña inocente y recatada, bueno quizás recatada no, al vivir en Acapulco era vital estar fresca, así que cuando tenía oportunidad, llevaba alguna blusa de tirantes bajo la chasarilla y al no haber profesores mirando, me quitaba la carga blanca de encima.
A mi ese comportamiento me daba igual, no era tachada de puta ya que no era muy social con los muchachos, no tenía muchas (ninguna) amiga y mi cuerpo no era de ensueño en secundaria. Nadie me miraba, nadie soñaba o suspiraba por mi, me hablaban y bromeaban conmigo, pero jamás de la forma que lo hacían con las demás chicas.
Aun así había algo al estar con mi profesor que me hacía sentir la niña mas guapa de todo el salón, me hacía sentir atractiva sin retirar mi inteligencia y ternura. Sabía que yo no era fea, al contrario, me consideraba bastante linda y bonita con mi piel blanquísima y mi cabello negro largo y ondulado, pero no era lo mismo que "deseable"; quizás lo único sexy en mi sería un pequeño lunar en mi mejilla. Todas las chicas le coqueteaban con sutileza, siempre mirándole donde no debían y acercándose en exceso a el, inclinándose demasiado y riendo por todo.
Yo, quizás siendo aburrida, prefería reír cuando solo tenía risa (que con el era a menudo), y conversar de forma larga con el, no solo por mirar su belleza exterior, sino para disfrutar su personalidad. Era extraño, pero yo afirmaba hacia mi interior no estar enamorada de el. Y quizás así fuera, quien sabe pero había algo que simplemente no podía ocultarme, y difícilmente a los demás El profesor de español me gustaba, me gustaba por su sonrisa y su interés hacía mi, pero mas que eso lo deseaba. Lo miraba en cada clase y a veces no lograba concentrarme en sus tareas; en mas de una ocasión me había descubierto mirándolo, y eso parecía gustarle, pero para mi era demasiado atrevido. Había veces que mi mente decía una cosa, pero con claridad mi cuerpo pedía algo diferente.
Inclusive una vez me había puesto húmeda al verlo un buen rato, en una hora de lectura donde todos se concentraban en sus libros. Yo ya no lograba saber ni de que se trataba el mío, y aunque el fingía leer el suyo, me miraba de reojo, y pude haber jurado que notó mi nerviosismo y mi humedad; crucé las piernas en un intento de evitarlo, pero creo que solo empeoré las cosas, dándole un mejor ángulo. Quizás por eso no me terminó sorprendiendo el juego que comencé con el otro día.
En un viernes, donde la verdad había hecho muchísimo calor, me había tocado hacer el servicio, o sea, barrer y arreglar las butacas de mi salón. Originalmente, debían quedarse conmigo otros 5 compañeros, pero todos volaron dejándome sola, claro ¡siempre yo! Pero bueno, ya que hacía tanto calor, había hecho mi viejo truco y me había quitado la chasarilla, metiéndola a mi mochila y dejándome en una blusa negra con tirantes.
Mientras terminaba de acomodar hasta el ultimo escritorio de mi aula, me di cuenta que me había quedado sola no solo en el salón sino también en la escuela; bueno, suponía que algún maestro, algún conserje y/o la directora seguirían ahí, esperando para poder cerrar. Cual fue mi sorpresa cuando de repente aquel atractivo maestro cruzaba el pasillo, con su maletín negro en una mano y papeles en la otra, se le veía ocupado y apresurado, así que cuando notó mi presencia a través de la ventana, yo me encogí y bajé la mirada hacia mi mochila, como si ya fuese a irme.
-¿Estas sola?- me preguntó, deteniendo su anterior prisa.
-E-Eh s-si, hoy me tocó hacer servicio- dije en voz baja. El refunfuñó y entró con algo de brusquedad, quedando justo enfrente de mi.
Otra razón por la que según yo era poco atractiva, es que siempre he sido alta, la mas alta entre las chicas y rebasada por pocos muchachos. Sin embargo, me percaté de que el me rebasaba por poco mas de una cabeza. Miró alrededor con el ceño fruncido, yo me intimidé un poco y volví a bajar la mirada.
-¿No tenía que quedarse alguien a ayudarte?- me preguntó, conteniendo rabia en su voz. Sin embargo, percibí su voz ronca de forma extraña, porque a demás desviaba la mirada de mi como si le molestara algo de mi.
-Si, pero todos se fueron.- murmuré de forma cortante, tampoco es que me gustara ser soplona, pero ni como negarlo. Escuché como suspiró y me puso una mano en el hombro.
-Hablaré con ellos el lunes, por ahora no hay nada que hacer- me dijo, mirándome fijamente. Yo me atreví a subir la mirada y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo; me sonrojé cuando el pareció notarlo, dejándome ver una sonrisa.
-No es necesario, en serio- dije a penas en un hilo de voz. Pero el negó con la cabeza, luego se acercó al escritorio y dejó sus cosas sobre el. Yo lo miré un momento, algo confundida por aquella acción, antes parecía bastante apresurado.
-Había venido a ver quienes seguían en la escuela, ufff como no veía a nadie pensé que sería una perdida de tiempo, pero te encontré a ti.- Me miró, manteniendo aquella sonrisa que derretiría a cualquiera. Yo lo miré desconcertada, pero era poca la concentración que podía dejar en ello, pues sentía una corriente eléctrica dentro de un contorno que nos envolvía a ambos.- Hoy la directora tuvo un compromiso y me pidió que cerrara vaya, ahora estamos iguales ¿eh?- me dijo, conteniendo una risita.
Yo no pude hacer mas que asentir con nerviosismo, forzando una sonrisa. Eso a el parecía divertirle, y yo no entendía la razón. Comenzó a temblarme el labio inferior y sentí mis mejillas ruborizarse. Lo escuché reír y dar un paso hacia mi.
-¿Qué sucede?- me preguntó, entrecerrando los ojos, incrédulo de mi comportamiento tan tímido.- ¿Te molesta estar a solas conmigo?- Me preguntó, fingiendo estar triste.
Yo negué con la cabeza y me froté el brazo, ya que sentía un cosquilleo. Entonces el comenzó a acariciar esa misma área con sus dedos. Yo me sorprendí y miré su mano. Con la otra el tomó mi mentón y me obligó a mirarlo. ¿Cómo negarlo? La cura para aquella ansiedad era el, sus caricias. Sin embargo seguía indecisa, el era un hombre mayor, a demás de mi profesor. Yo nunca había hecho nada inapropiado y si todo aquello no bastaba, estábamos hablando de un hombre increíblemente apuesto, y de mi una chica de complexión hinchada y no esquelética.
El continuó acariciando mi brazo, esta vez sin limitarse a unos pocos centímetros, sino desde el hombro hasta la mano. Su otra mano se entrelazó en mi cabello suelto y sujetó mi nuca. Acercó su rostro a el mío y volví a estremecerme. El era un hombre de piel morena, como cualquier acapulqueño, y era la excepción a mi propia regla de que ese tipo de hombres no son guapos. Su aliento chocaba con el mío y yo me atreví a verle los labios; el contuvo una risa y sonrió con picardía, tocó mi labio inferior con un dedo, estirándolo levemente hacía abajo, tentándome. Pero en vez de besarme, acercó su rostro hasta que con sus labios tocó mi oído.
-Nada de besos.- replicó con severidad, como un maestro le dice a un alumno una nueva regla. Y, si hablábamos sin pena, así era. Nada de besos y aunque en ese momento no lo entendí, sabría que los besos le daban al deseo algo mas que pasión, le daban amor, y no se me permitía eso. Entonces su lengua comenzó a danzar entre mi cuello y mi clavícula, de una forma tan erótica, que me es difícil describirlo era como un vampiro, en viejas historias donde ellos eran expertos en el sexo y de esa forma atraían a sus presas. Sin embargo, mi profesor no era uno aunque alguna vez, demasiado perdida en su bello rostro, había notado que sus colmillos eran mas grandes de lo normal.
-Humm- mi cuerpo se tensó cuando sentí sus manos rodeando mi cintura, pegándome a el. De repente, así como había sido de encantador, se volvió salvaje e incluso ansioso. Caminó con rapidez hacía la pared que yo tenía a mis espaldas, demasiado rápido de hecho, de forma que me estampó contra esta; podría decir que dolió, pero estaría mintiendo, ni siquiera me percaté de eso porque aquella furia comenzaba a sacar algo de mi que desconocía.
Me re-pegué a el casi con inercia, llegando a pararme de puntitas para meter mis manos en su maraña de cabello azabache. No me reconocía a mi misma, pero eso estaba bien, así lo deseaba con el no podía mantener la farsa de niña buena. El bajó sus manos a mi trasero, con una posesión que jamás creería de el.
Casi receloso, como si quisiera dejar en claro que era de el. Pero eso aun no era así.
Yo solté un gemido sordo que retumbó en el salón, y agradecí poder recordar que estábamos solos en un área de 150 metros.
Sus manos subieron con rapidez hasta mi espalda, y me acarició de formas tan increíbles, que mi mente comenzaba a nublarse, como si algo me posesionara. Parpadee varias veces, intentando que mi cuerpo dejara de temblar, pero era algo imposible. Sus manos recorrían mi espalda, y de repente descendían hacia mis caderas y de nuevo a mi trasero. Sus labios parecía querer comerme entera, pues devoraban puros besos y chupetones mi cuello y mis hombros, dejando rastros de saliva en ellos, como si marcara su propiedad.
Sin embargo, un micro-segundo antes de que yo gimiera de nuevo, un sonido extraño resonó en el aula. Yo le lancé una mirada envenenada al escritorio, pues de alguna forma supe que el sonido provenía de ahí. Era un "Bip, bip, bip", así que deduje que se trataba de una alarma. Mi profesor maldijo a lo bajo y detuvo con sequedad su andante besuqueo. Miró por el rabillo del ojo al escritorio, casi con tanto odio como el mío. Luego suspiró y dejó caer su cabeza sobre mis senos, inhalando con resignación. Yo gruñí con algo de molestia y el rió a lo bajo.
-Hmm tenemos todo el año escolar- me murmuró con una sonrisa torcida. No parecía querer decirme que era aquello tan importante que no podía esperar no se, ¡unas horas! Me sentía totalmente diferente, ya no una niña tímida y algo torpe, demasiado cohibida para hacer algo indebido. Ahora me sentía como una niña demasiado interesada en nada mas que en acostarse con su profesor de español, ya no actuaba torpe, ya ni siquiera me importaba. No tenía mas complejos, solo deseaba tenerlo ahora. Pero el, al ver mi expresión inconforme, me dio un beso en el cuello.- Te invito mañana a comer ¿quieres?
Me llevé una sorpresa por aquella invitación. El era alguien soltero, sin embargo me sorprendía un poco que se aventurara no solo a acostarse con una alumna, que eso podría hacerlo con cualquiera, sino que me quería invitar a comer, como algo que no dejaría ir tan fácilmente.
-¿Dónde?- pregunté de forma recelosa, sin siquiera preocuparme de cómo le mentiría a mi madre para salir con el sin que se enterara. El sonrió con autosuficiencia, como si fuese algo obvio.
-En mi casa, por supuesto.- Rió un poco y yo reí con el esta vez, así que le di un pequeño empujón, mirándolo con una extraña picardía oculta. Me mordí el labio inferior y pasé a su lado, corriendo a mi asiento para tomar mi mochila; al estar junto a la puerta me detuve y le di una ultima mirada.
-Nos vemos mañana entonces, venme a recoger aquí.- le informé sin rastro de dudas. Luego bajé mi mirada hacía sus pantalones y reí un poco.- Por cierto, quizás deberías darte un baño de agua fría antes de hacer lo que vayas a hacer.- terminé antes de irme.
Bien, un pequeño, muy, muy pequeño encuentro con el, donde en un segundo mi personalidad había cambiado, me había vuelto una perfecta desconocida para mi. Si bien no andaba de hombre en hombre, tenía pensado dejarle claro a ese profesor, que con el, sería la mas puta de todas, y que ninguna chica lo tocaría a demás de mi, JA o al menos ninguna le daría tanto plcer.