Juego caliente: viernes
Continuación de mi primer relato.
Juego caliente: viernes
Lamento haber tardado tanto tiempo en continuar mi historia, pero es que he tenido muchísimo trabajo y apenas he podido ponerme a escribir.
En mi primer relato conté cómo Matías, mi compañero de trabajo (en realidad es mi subordinado) me propuso, con el fin de relajarme de las tensiones del trabajo, que me dejara llevar y que le obedeciera en todo durante un fin de semana. Ya conté a lo que me sometió durante la noche del jueves.
Confieso que estaba intrigada durante toda la mañana del viernes. Hacia mediodía recibí una nota de Matías con una dirección del centro, una hora, las 8 de la tarde y una orden: traje verde. Se refería a un traje de chaqueta con falda ajustada que era muy elegante. Por supuesto, cumplí todas las instrucciones y llegué a la dirección indicada a las ocho en punto. Me recibió él en persona y me enseñó su piso. Me contó que lo utilizaba para sus aventurillas. Seguidamente me dio la llave del piso y me dijo que tenía que ligarme a una persona ("a quien tú quieras", me dijo), pero que tenía que hacerlo en una determinada dirección que él me iba a dar. Después lo traería al piso y nos acostaríamos juntos mientras él nos observaba oculto en una habitación. Tomé un taxi y le di la dirección. Al entrar me llevé la sorpresa de mi vida: ¡era un bar de lesbianas!
Me dirigí a la barra y pedí una copa. Pocos minutos después se acercó una mujer: tendría más o menos mi edad y mi estatura, era delgada y con una melena casi rojiza. Era una mujer preciosa.
-Me da la sensación de que es la primera vez que entras en un sitio así, me dijo.
-¿Tanto se me nota?
-Ya lo creo, aseguró. Es más, podría afirmar que estás casada y que nunca, o casi nunca, has tenido una experiencia con otra mujer, pero te gustaría echar una canita al aire.
Sandra, que así se llamaba la mujer, me tenía sorprendida. Era increíble que percibiera todo eso. Enseguida conectamos y, poco después, me preguntó si yo tenía algún sitio donde nos pusiéramos más cómodas. Veinte minutos después, entrábamos en el piso de Matías. Nos servimos unas copas y seguimos charlando.
-¡Vaya con la nena! ¿Así que te gusta dominar?, me dijo en determinado momento.
Su frase me descolocó. Iba a preguntarle a qué se refería, cuando me fijé en lo que decoraba una de las paredes: una fusta, unas esposas, cadenas, Matías había colocado toda una colección de instrumentos que utilizan las personas a las que le va el sado.
-No, no, verás empecé a decir.
Es decir, a ti te va que te dominen, ¿verdad, perra?
Iba a protestar, cuando sentí que me golpeaba en la cadera con la fusta que había tomado de la pared.
-Calla, zorrita, me ordenó, hablarás cuando te lo permita, y me llamarás "Señora". ¿Está claro?
Yo misma me sorprendí cuando dije:
-Sí, Señora.
-Eso está mejor. Desnúdate, putita.
Me quité la ropa y me quedé desnuda frente a ella. Comenzó a dar vueltas a mi alrededor, mientras me acariciaba con la fusta. Después me ordenó que la desnudara a ella. Le fui quitando la ropa. Tenía una piel suave y agradable.
-Eres una perrita, ¿verdad, putita? Contesta.
-Sí, Señora, soy una perrita, dije.
-Entonces te trataré como una perrita, dijo. Tomó un collar de perro con su correa que estaba en la pared. Me ordenó que me colocara a cuatro patas y me llevó así hasta la cama. Así, de rodillas como me encontraba, me colocó unas esposas con las manos a la espalda y se sentó a la orilla de la cama y abrió las piernas.
-¡Cómemelo, perra, ordenó mientras tiraba de la correa.
Comencé a lamerle el coño, mientras ella gemía y me daba golpecitos en el culo con la fusta.
Terminó gritando de placer. Cuando se corrió, se levantó de golpe y yo caí de espaldas al suelo. Sandra tiró de la correa y me obligó a levantar la cabeza. De pronto, recibí en mi cara y en mi pecho un chorro de líquido tibio. ¡Sandra estaba orinando encima de mí! Cuando terminó, me quitó las esposas y el collar y empezó a besarme y a acariciarme.
-¡Mi niña, cariño! ¡Mi amor, te quiero mucho!
Me ayudó a levantarme y me llevó hasta el baño. Entramos juntas en la ducha y me ayudó a enjabonarme. Sandra salió antes y yo me quedé un rato sola en la ducha. Cuando terminé me estaba esperando. Tenía puesta una toalla y me ayudó a secarme.
Cuando regresamos a la habitación, me fijé que ya había recogido el charco de antes. Nos sentamos en la cama y comenzó a besarme y a acariciarme muy dulcemente mientras me decía palabras cariñosas. Me estuvo masturbando durante más de media hora. Nunca había tenido tantos orgasmos seguidos en mi vida.
Más tarde, al despedirnos, me pidió que nos volviéramos a ver. Yo le aseguré que lo haríamos.
Cuando se fue, Matías salió de la otra habitación. Tenía los ojos brillantes.
-Si yo hubiera elegido a una mujer para esto, no lo habría hecho mejor, aseguró.
Yo estaba de acuerdo.