Juego caliente: jueves
Cómo entré en el seductor juego de la dominación.
juego caliente: jueves
Escribir esta serie de relatos forma parte de la última orden. Una semana antes ni se me hubiera pasado por la imaginación todo lo que me ha ocurrido durante el fin de semana de principios de septiembre. Me presentaré: me llamo Sonia y soy una mujer felizmente casada. También tengo éxito en los negocios: soy la directora general de una gran empresa (por razones de discreción, prefiero dar pocos datos de mi vida personal). Últimamente me sentía especialmente estresada, ya que la responsabilidad de la empresa me deja pocas ocasiones de relajarme. Un día comentaba todo esto con un amigo de la empresa (subordinado mío). Hablar con él me estaba produciendo bastante tranquilidad, ya que es una persona que sabe escuchar y que entiende por lo que estaba pasando.
Lo que te ocurre, Sonia, es que controlas demasiado tu vida. Siempre decides tú. En todo. Debes dejarte llevar, dejar que otro lleve las riendas, confiar ciegamente. Es la única manera de salir del bache.
Pero la empresa no funciona si no estoy yo controlándolo. Tú lo sabes. Son demasiadas decisiones al día.
No me refiero a la empresa. En tu vida personal controlas todo también. Déjate llevar, aunque sea un fin de semana.
¿A qué te refieres?, le dije extrañada.
Tú comprométete a hacer lo que te diga durante unos días, y descubrirás cómo se terminan tus problemas.
A estas alturas de la conversación empezaba a sentirme preocupada. ¡Se estaba insinuando! Aún así, continuamos la conversación para ver hasta dónde quería llegar. Terminó por proponerme que dependiera de él durante ese fin de semana.
-¿Te refieres a sexo?, le pregunté.
-Claro, reconoció él. A sexo y a obediencia. Que, por una vez, dejes de mandar. Que obedezcas en todo lo que yo te diga. Yo, o la persona que yo decida.
Por supuesto, me negué en redondo. Me parecía una situación que podía ser peligrosa para mí, pero él me aseguró que sería discreto, que no habría dolor y que disfrutaría de un fin de semana increíble.
-Esta tarde se va tu marido de viaje de negocios. Sería el momento ideal.
Yo misma me extrañé al oír mi voz dando mi conformidad a lo que me proponía.
Me dio las primeras instrucciones. Obedecería en todo. Sin rechistar. Quedamos en vernos en una cafetería cuando yo regresara del aeropuerto, ya que iba a despedir a mi marido. Añadió que, como introducción, algo ocurriría en la oficina. "Seremos discretos", aseguró. Como primera medida, esta tarde vendría al trabajo con la misma ropa pero sin bragas. Confieso que sentí una oleada de placer recorrer mi cuerpo.
Por la tarde, mientras trabajaba en unos documentos, mi amigo, Matías se llama, se acercó a la mesa donde trabajaba. Yo no me encontraba en mi despacho, sino en la sala de proyectos, donde los ejecutivos, y yo misma, preparamos algunos de los trabajos más urgentes. Se acercó a mi mesa, dejó unos documentos y un rotulador grueso. Volvió a su mesa, que se encontraba enfrente, y por gestos me indicó que abriera las piernas. Mi sexo quedó a su vista. Me señaló el rotulador y, al instante, supe lo que pretendía. Disimulando como podía, empecé a acariciarme y, cuando estuvo lubricado, introduje despacio el rotulador. Matías no quitaba su mirada de mí. Seguí moviendo el rotulador hasta que, de pronto, lo dejé y salí de la sala. Estaba tan excitada que temía ponerme a gemir delante de todo el mundo. Para tranquilizarme, entré en la sala de las fotocopiadoras que, en ese momento, estaba vacía. Matías entró detrás de mí.
-Me has puesto a cien, zorrita mía. Levántate la blusa.
Obedecía al instante, ya que el juego comenzaba a gustarme. No tengo demasiado pecho, pero mis senos son firmes como los de una jovencita. Empezó a acariciarme y me dio la vuelta y levantó mi falda.
-Te voy a follar aquí mismo, me dijo. Me colocó contra unos archivadores y él detrás de mí se puso a acariciarme. Enseguida sentí su miembro en mí. Cada vez se movía más deprisa. Así estábamos cuando tuve un sobresalto: la habitación estaba en penumbra y no se nos podía ver, pero yo sí veía, a través de la puerta de cristales, a mi marido y a otro compañero charlar. Me asusté, me levanté un poco y, en ese mismo momento, Matías eyaculó. Nos acomodamos la ropa y salimos cuando mi marido desapareció.
A las 9 y media me encontré con Matías. Salimos a la calle y me condujo a un cine. Ponían una película porno. En la sala se distinguían unas cuantas personas: sólo hombres, por supuesto. Algunos se estaban masturbando. En un rincón apartado había dos hombres junto, uno de ellos masturbando al otro.
-Quédate sentada aquí. Dentro de poco se sentará un hombre a tu lado. Chúpasela y no dejes escapar una gota.
El lenguaje de Matías me producía escándalo y deseo a la vez. Matías se alejó de mí, se acercó a uno de loes espectadores, habló algo con él, miraron hacia donde yo estaba y, poco después, el hombre se acercó a mí. Me miró sin decirme nada. Yo puse mi mano en su bragueta, desabroché su pantalón y saqué su aparato que ya estaba duro como una estaca. Lo besé y empecé a metérmelo en la boca. En ese momento sentí la mano del desconocido en mi cabeza y empezó a empujarla cada vez más deprisa: en pocos momentos explotó en mi boca y casi me atraganté.
Más tarde Matías me acompañaba a mi coche.
-Te espero mañana.
Le aseguré que no faltaría.