Judo con mamá y algo más.

Como me entere de las sesiones privadas de judo de mi madre, y como me invito a participar en una de ellas. Una sesión de judo y algo mas...

Judo con mamá y algo más.

Soy un chico de 23 años y esta historia me ocurrió hará un año más o menos. Mi madre, después de la muerte de mi padre, hace ya muchos años, comenzó a practicar judo, y de hecho llegó a cinturón negro de este arte marcial, al igual que yo, que también lo practico desde hace muchos años. Es una mujer morena, de pelo rizado y alta, y con la forma física propia de una judoka. Es realmente muy atractiva.

En mi casa siempre ha habido una puerta que en todos estos años nunca había visto abierta y de hecho no sabía lo que había una vez la cruzabas, ya que mi madre siempre entraba con una bolsa de deporte y muchos hombres diferentes, lo cual siempre me había extrañado, pero no le había dado nunca ninguna importancia porque ya se sabe, creía que se metía ahí a follar con ellos, ya que es una mujer viuda que para tener 43 años esta de muy buen ver y en buena forma física. Pero lo de desconocer el interior de esa habitación iba a cambiar muy pronto. Esa misma tarde mi madre se metió en esa habitación, pero se dejó la puerta entreabierta; al pasar yo, no pude evitarlo y entré a ver que era lo que había allí.

Y lo que había era un gran tatami de judo verde, que ocupaba todo el suelo de la habitación, que era muy amplia, y las paredes y el techo eran espejos; y en una esquina dos perchas de las que colgaban dos judoguis, uno rojo y otro negro.

Al verme allí mi madre se sorprendió y me dijo me fuera, que no podía entrar en esa habitación, solo era para ella. Yo, sin decir nada, me fui de la extraña sala de judo de mi casa, sin entender para qué tenía mi madre un tatami de judo en una habitación tan grande de casa teniendo el gimnasio donde entrena todas las tardes.

Al día siguiente no le dije nada sobre lo que pasó, pero ella durante la cena me lo explicó todo. Me contó que desde hacía varios años llevaba a esa habitación a hombres que practicaban judo y hacían combates, y al acabarlos tenían una sesión de sexo salvaje, ya que solo llevaba a hombres a los que les excitara sexualmente el judo, igual que a mi madre. Yo me quede callado, sin saber que decir, y fue entonces cuando mi madre me preguntó si estaba dispuesto a entrar con ella al tatami y a enfrentarnos en un combate de judo. Pero me avisó que esos combates no eran como los de campeonatos, tenían unas reglas un tanto distintas, y solo si accedía al combate me las explicaría. Acepté sin dudar.

Así pues nos dirigimos hacia la gran habitación del tatami. Al entrar mi madre cerró la puerta por dentro y me dijo que una vez dentro no ibamos a ser molestados y estaríamos el tiempo necesario, no había ninguna prisa. Yo le pregunté en que consistían las reglas de esos combates de judo que hacía mi madre, pero primero me dijo que había que ponerse los judoguis. Mi madre se desnudó delante de mi y se puso el judogui negro que había allí colgado, sin ponerse nada debajo. Era un judogui totalmente negro con un dragón dibujado en la espalda de color blanco y un cinturón también blanco. Yo estaba ahí parado mirándola pasmado y me dijo que a qué esperaba, que me desnudara y me pusiera el judogui rojo y me explicaria las reglas. Así lo hice, me quité la ropa y me puse el traje de judo sin nada debajo. Estábamos listos. Mi madre se sentó con las piernas cruzadas y me explicó las reglas. El combate consistía en una lucha de judo, pero la diferencia con los combates reglamentarios era que aquí no se acaba el combate hasta que uno de los dos contrincantes pierde el sentido por estrangulación o abandona con los dos golpes clásicos sobre el tatami, no hay un árbitro que marca el final de la pelea.

Yo me quedé muy sorprendido de que mi madre estuviera dispuesta a realizar ese tipo de combate con su propio hijo, pero así era. En su mirada había un brillo especial, me miraba sin piedad. Me preguntó si me había quedado claro y yo le dije que si. Ella acabó diciéndome que aunque fuera su madre no la tratara con suavidad, había que ganar, y ella desde luego no me trataría con ninguna dulzura.

Nos pusimos de pie, nos saludamos, nos atamos bien los cinturones y comenzamos el combate. Nada más empezar me agarró con fuerza de las solapas del judogui, y con su pie me derribó, poniéndose por detrás, con los pies entrelazados sobre mi barriga y aplicándome su primera estrangulación; y mientras tanto me decía al oído que no pensara que iba a ganar de ninguna manera. Me libré de aquel estrangulamiento, y me puse rápidamente de pie, sofocado por la falta de aire. Mi madre se levantó también con una media sonrisa en la cara. Era una mujer muy agresiva en los combates de judo, y me lo estaba demostrando perfectamente. Me fui contra ella rápidamente y nos cogimos los dos fuertemente de las solapas intentando derribarnos mutuamente con los pies. Finalmente la derribé yo y rápidamente empezamos la lucha en el suelo. Me puse a horcajadas sobre ella aplicándole una estrangulación cruzada normal, y ella me puso un pie sobre la cara cogiéndome mi brazo izquierdo para intentar una luxación y se puso encima de mi, rápidamente la rodeé con mis piernas cruzando los pies sobre su espalda para inmovilizarla. Los dos estábamos jadeando y sudando ya mucho. Empezó a hacer movimientos para intentar una llave de brazo, pero antes de que lo consiguiera me libre de su técnica y me puse detrás estrangulándola con el judogui y cruzando mis piernas sobre ella para aplicar más presión. Mientras hacía esto me decía que estaba orgullosa de que su hijo fuera un judoka tan agresivo, pero que no iba a vencerla en un combate así. Dicho esto se liberó de mi y en un segundo me aplicó la misma técnica de estrangulación desde atrás haciéndome caer de espaldas completamente, me estaba estrangulando con mi judogui y tenía sus piernas cruzadas sobre mi barriga y los pies entrecruzados sobre mi polla. En bajito me decía al oído: - Ya has perdido, pero te queda lo mejor.-

El aire me empezaba a faltar y ella gemía en mi oreja. No podía liberarme de ella de ninguna forma, era una judoka realmente buena.

Perdí el conocimiento. A los siete u ocho segundos recobré el sentido y vi a mi madre sentada enfrente de mi con su judogui medio desatado y acariciándome la polla con los pies. Yo no tenía pantalón, me lo había quitado ella mientras estaba sin conocimiento. Me dijo que como había perdido en judo iba a perder también en follar. Yo estaba alucinando todavía. De un salto se puso encima de mi inmovilizándome los brazos, empezaba otro tipo de combate. Se retiró un poco y se quitó rápidamente su pantalón de judo, y una vez quitado se puso encima de mi metiéndose mi verga hasta el fondo de su coño, que notaba que estaba muy húmedo. Se quedó sobre mi 5 segundos, sintiendo la polla de su hijo dentro de ella, y me dijo: -Te voy a matar, no sabes quien es tu madre hijo mio- Empezó a hacer círculos con su cadera sobre mi polla a una velocidad de profesional, y luego a saltar sobre mi con toda la violencia que podía; los dos gritábamos de placer en esa habitación llena de espejos, follando como salvajes sobre aquel tatami. Saltaba, y movía su cadera hacia delante, hacia atrás, en círculos… Pero me harté de que fuera ella la que tuviera el control, y sin sacar mi polla de su coño la cogí por el la espalda y la puse debajo de mi, mientras ella decía que ya le extrañaba que su hijo se dejara dominar tanto. Entrelazó sus pies en mi espalda como si de una técnica más de judo se tratara y la empecé a penetrar con fuerza una y otra vez, estábamos mas excitados que nunca y los dos jadeábamos y gemíamos como locos, de repente ella me cogió del cuello y se puso encima otra vez, pero esta vez se dio la vuelta y se puso de espaldas a mi cara mientras me decía que ahora si que iba a gritar de placer. Así y mientras me montaba de espaldas noté que me metió dos dedos por el culo y me empezó a estimularme la próstata de una forma rápida. Automáticamente empecé a gritar de placer, y ella seguía cabalgándome con violencia mientras me estimulaba el punto g masculino. El orgasmo nos llegó a la vez y nos corrimos con un gemido que mezclaba dolor y el mejor placer que había sentido.

Se dio la vuelta y se quedó encima de mi, callada y respirando para tratar de recobrar el aliento.

Fue el mejor polvo de mi vida, y nunca se repitió ni volvimos a hablar de aquel día, pero ninguno de los dos podrá olvidarlo.