Judias Pintas
Amaba las judias pintas...
Había una vez un hombre que tenía una loca pasión por las alubias pintas; las amaba, aún cuando siempre le producían situaciones embarazosas debido a estruendosas reacciones intestinales. Un día conoció a una chica de la que se enamoró. Cuando ya era una realidad que se casarían, él se dijo a si mismo: - Ella es tan dulce y tan gentil, que nunca aguantaría algo como esto.
Así que el tipo hizo el sacrificio supremo; y abandonó para siempre las alubias pintas. La pareja se casó y, algunos meses después, un día él tuvo un accidente de coche mientras iba de casa al trabajo y llamo a su esposa:
Cariño, llegaré tarde; tendré que caminar muchos kilómetros hasta llegar a casa. De camino, se detuvo en una cafetería y no pudo resistir la tentación... Pidió tres platazos de alubias pintas. Se pasó todo el camino a casa ventoseando cual motoretta tirando gases y al llegar a casa creyó estar lo suficientemente seguro de que había expulsado hasta el último gas intestinal. Su esposa estaba muy contenta por su llegada y agitada al verlo, exclamo:
Mi amor, esta noche tengo una increible sorpresa para cenar... Para su sorpresa, ella le vendó los ojos en la entrada de la casa y lo acompañó hasta la silla del comedor, donde lo sentó. Justo cuando ella le iba a quitar la venda de la cara, sonó el telefono. Ella dijo:
No te quites el vendaje de la cara hasta que vuelva de hablar por telefono, por favor, cariño. Tomando en cuenta la oportunidad de su inasistencia, y sintiendo inesperadamente una repentina e inaguantable presión intestinal, apoyó todo su peso sobre una de sus piernas y dejó escapar un pedo. No fue lo suficientemente ruidoso, pero tan oloroso que sólo lo soportaría el autor del mismo. Sacó del bolsillo un pañuelo y empezó a moverlo vigorosamente para ventilar la habitación. Todo volvió a la normalidad pero de pronto sintió ganas de tirarse otro, por lo que volvió a apoyar el peso de su cuerpo sobre una pierna y lo dejó escapar. A diferencia del anterior, este podía ser el ganador de un gran premio. Desesperadamente, movió el pañuelo para mover el aire y ventilar más. Con un oído atento a la conversación telefónica, le vinieron ganas de tirarse uno más, y se lo tiró. La cosa se puso difícil. Siguió desesperadamente, y con los ojos vendados, moviendo el pañuelo para hacer un poco de aire. Hasta que oyó que su esposa colgaba el teléfono, lo que indicaba el fin de su libertad. Colocó su panuelo en su pierna y cruzó las manos encima, con una sonrisa de oreja a oreja, lo que sin duda alguna es la mejor imagen de una persona inocente.
Disculpándose por haber estado tanto tiempo al teléfono, su esposa le preguntó si se habia movido el vendaje y había visto algo. Él le aseguró que no había visto nada y ella quita la venda de sus ojos y allí estaba la sorpresa: Doce invitados a cenar, sentados alrededor de la mesa para su fiesta de cumpleaños sorpresa... (¡Que Marron!)