Jude y sus anillos 05
Jude estaba en la postura de esclava de placer. Un enorme aro dorado rodeaba su cuello, otro su cintura. Una liviana tela trataba de ocultar los pechos, con enganches a los dos aros. Los laterales quedaban cubiertos gracias a la anchura. El frontal contenía un círculo perfecto. El reborde simulaba otro aro del mismo color. Los pechos eran visibles en un escote espectacular y los pezones claramente alineados con la tela no tenían otro camino más que el de brotar con el movimiento. * Corregido *
Capítulo 25.
Tardó minutos en recuperar la movilidad en sus brazos, aunque menos de lo que hubiera creído. Una vez duchada volvió, ahora completamente desnuda, sin atavíos o joyas, se encaramó a la nuca de su apuesto príncipe y le besó mientras su cuerpo rogaba otro repaso minucioso y que obtuvo sin dilación. Esta vez fue Pierre el que pidió clemencia, incapaz de mantener el ritmo de creación de semen o el ciclo de expulsión de esperma. Jude le estrujó tan contenta que estaba. Querían desayunar en la cama pero sabiendo como terminaría la cosa, Pierre impuso la cordura o el merecido descanso a sus conductos seminales.
Mientras él se duchaba, ella terminaba de arreglarse. Sacó el atuendo del día, amorosa o cruelmente preparado por su ama, nunca se sabía. Le gustó como se vio en el espejo e irónicamente supo que no necesariamente deleitaría a a Pierre, necesitado de quietud. Se maquilló y ajustó el pelo según las instrucciones y salió a derrocar tronos. Se sentía tan deseada que no podía dejar de pensar en el pene de su agotado amante. Por su parte, lo tendría así a menudo.
Cuando el tardón de Pierre salió del baño, tomándose el tiempo para asearse y meditar sobre la maldición de obtener lo que deseas, su erección volvió. La fábrica de espermatozoides se había puesto en marcha una vez más. Jude estaba en la postura de esclava de placer. Un enorme aro dorado rodeaba su cuello, otro su cintura. Una liviana tela trataba de ocultar los pechos, con enganches a los dos aros. Los laterales quedaban cubiertos gracias a la anchura. El frontal contenía un círculo perfecto. El reborde simulaba otro aro del mismo color. Los pechos eran visibles en un escote espectacular y los pezones claramente alineados con la tela no tenían otro camino más que el de brotar con el movimiento. Sólo era cuestión de tiempo. La única duda era cuántos minutos tardarían en agitarse y realizar una excursión al aire libre. Otro aro fijado a las caderas sostenían la estrecha falda, cuya tela parecía romperse con la tensión provocada por los muslos enmarcados. Las piernas exhibidas como siempre, interminables hasta los tacones gigantes.
Pierre pareció bastante satisfecho del escandaloso atuendo de Jude y se lo demostró besándola mientras jugueteaba con el culo exuberante, duro y destacado. Los labios de Jude delataban su excitación, jugosos e hinchados. Llevo su lengua a la boca de Pierre, tratando de incitarle, quién a su vez levantó la leve falda para llevar su dedo a la raja también húmeda de su complaciente amante. Inmediatamente notó las pulsiones automáticas de la vagina. En cuanto acabaron, llevó las manos a los pechos erguidos de Jude y tiró de ambos pezones a la vez. Al notar la respiración jadeante y agitada de su amante, Pierre le dio un fuerte azote en las nalgas mientras la conminaba a bajar a desayunar para coger fuerzas.
Una vez acabado el desayuno, mientras Pierre se empalagaba de la vista esplendorosa de los largos muslos de su amante, Jude le explico las condiciones que debería reunir para obtener un orgasmo. El primero consistía en ser la amante perfecta: solícita y complaciente, amorosa y expectante. Si por cualquier razón no alcanzaba la perfección no tenía derecho al orgasmo. Lo segundo era el azar. Tirarían dos dados, si ambos eran pares su orgasmo era factible. El tercero era el veto de Pierre. Alcanzadas las dos primeras condiciones, el podía elegir otorgarle el placer supremo... o negárselo.
Capítulo 26.
Pierre no parecía demasiado contento con las condiciones. Jude se sintió complacida al escuchar de boca de él lo importante que consideraba sus orgasmos, y la necesidad que tenía de darle placer. No quería ser tan egoísta. Jude le explicó que su propio placer no debía ser tenido en cuenta y se sentiría plenamente satisfecha de ser el objeto de deseo de su amante. ¿Qué mejor manera de obtener una amante deseosa que limitar sus orgasmos y mantener su deseo álgido? Se sentía orgullosa de cómo le devoraba con los ojos, cómo ansiaban sus manos tocarla. Sin brazos y sin ojos era su exigencia, ardiente y deseable su ofrecimiento. ¿Estaba seguro de rechazar la oferta?
Jude se mantenía con los pechos bien erguidos y los muslos entreabiertos, sabedora de su poder de seducción. Le besó con pasión mientras hacía tropezar sus pezones con el torso de Pierre, ofreciéndose una vez más con toda la pasión que podía. Mostrándole a todos los comensales cuánto lo amaba, cuánto lo deseaba. Pierre notaba como los duros pezones parecían traspasarle y no pudo evitar alzar las manos para tratar de acariciarlos. Se contuvo pensando dónde se encontraban. Jude le cuchicheó. Son tuyos en todo momento. Estemos dónde estemos . Pierre los agarró por un instante antes de abandonar el beso, excitado y azorado a partes iguales.
Los pezones habían quedado al descubierto, algo bastante sencillo por otra parte. Jude no hizo intento alguno por ocultarlos y fue Pierre en un gesto nada sutil el que tuvo que llevar las manos a la ligera tela. Admiró el escote y trató por todos los medios de no llevar la mirada a los muslos de Jude, dispuestos a ser contemplados.
Una vez ganada la batalla, Jude le explicó que sólo podría tener el orgasmo a las veinticuatro horas siguientes, en el momento que él escogiese. No sólo no debía decirle si le sería concedido, tampoco debía conocer la razón si no lo obtenía. No importaba. Él lo sabría y eso era lo único que había de tenerse en consideración. Ella se mantendría alerta y dispuesta a obtener placer, sin conocer de antemano si le había sido otorgado. Con esas reglas, hoy no podría tener un orgasmo. Únicamente al día siguiente, si alcanzaba a cumplir con todas las condiciones y tenía la suerte de los dados.
Salieron del hotel. La mano de Pierre rodeando la cinturita de Jude. Ella se rió de sus dudas metódicas y la timidez innata. Lo hacía más encantador. Jude buscaba besarlo y Pierre buscaba los pezones semidescubiertos. Controlaba su grosor y longitud, midiendo la excitación o anhelando provocarla. Jude no tardaría en hacer lo mismo con el pene de Pierre.
En el malecón, Jude se quitó los tacones para poder moverse con comodidad entre las rocas. Buscaron un rincón tranquilo y apartado dónde contemplar el mar y sus cuerpos. Pierre se sintió halagado cuando Jude se quitó los exiguos trozos de tela, los ató a los zapatos y los escondió debajo de unas piedras. Quedó desnuda salvo los aros del cuello, cintura y caderas, más el bolso que llevaba en la mano. Pierre lo cogió, considerando que estropeaba el paisaje. Se quitó la camisa y los zapatos. También los ocultó.
Jude se sintió agradecida de poder contemplarlo. No tenía tantas oportunidades, estando casi siempre con los ojos cerrados. El ruido del mar y las manos de Pierre eran lo más parecido al paraíso. Las manos masajeaban los pezones del otro, sin prisas. Los cada vez más grandes pezones de Jude se mostraban orgullosos, brotando de los pechos hinchados. Las tetillas de Pierre resultaron bastante sensibles. Jude terminó apiadándose de su querido amante y llevó sus manos a la nuca, permitiéndole jugar con sus trofeos. A su vez, se consintió a sí misma el capricho de verle mientras le acariciaba.
Pierre creía que Jude pediría que parase, pero no lo hizo. Imaginó que debían dolerle los brazos, mantenidos detrás de la cabeza tanto tiempo. La propia postura era en rigor extrema, con los pechos bien ofrecidos. Los pezones estaban tan duros que ansiaba pellizcarlos. Docenas de veces. Centenares de veces, se corrigió a sí mismo.
Jude sintiéndose una privilegiada de poder observarle, no sólo disfrutaba ofreciendo sus atributos, sino orgullosa de sentirse tan deseada. También anhelaba que se abriese más, que hiciese lo que quisiera. Estaba tan acostumbrada a Rebeca que le costaba pensar en Pierre como un amante diferente. Conectaba con el viento y el oleaje, su cuerpo inmóvil, el deseo siempre creciente. Las pantorrillas le dolían, los pies tocando la roca. Los tacones eran ya un aderezo imprescindible. No hubiera aguantado todo el tiempo de puntillas y no quería romper el encanto realizando movimientos. Volvió los pensamientos a sus pezones y a los dedos inquisitivos de su amante. Creía que a Pierre le resultaría imposible continuar excitándola así. Jude no cedió. Cuando Pierre, molesto consigo mismo, retiró los dedos fue a comprobar la humedad de Jude. Introdujo con brusquedad un dedo en la gruta opaca de su amante ganadora. Recibió la gozosa acogida de las contracciones automáticas de su esclava. Cambió de opinión. Ahora ya no deseaba que tuviese orgasmos y como muy pronto no tendría otro hasta el primer minuto pasada la media noche. Su pene desnudo y erecto, se encabritó con el pensamiento, egoísta desde su punto de vista.
Capítulo 27.
Jude no acertaba a comprender qué le pasaba. Parecía muy molesto con ella. Mantenía las manos en la nuca, los pechos bien extendidos, la barbilla alta, las piernas ligeramente abiertas, incitándole. ¿No quería eyacular? ¿Quería torturarla? Retiró el dedo de la vagina, volvió a los pezones y comenzó a excitarla de nuevo y a disfrutar de las puntiagudas rocas incrustadas en sus pechos usando ahora los pulgares como demoledoras armas de roce. Abandonó de nuevo, para alivio de Jude, los pezones y volvió a introducir un dedo en la vagina eternamente húmeda de su amante. Las contracciones retornaron. En cuánto se acabaron, los dedos insidiosos fueron de nuevo a conquistar las puntas sólidas como el acero. Jude supo que no podía ganar con tantos frentes. Retiró las manos de la nuca y llevó su boca al erecto pene de Pierre. Recibió el esperma en cuanto su lengua, conocedora de todos los pliegues e intersticios del falo de Pierre, estimuló un par de puntos de su amante. Se tragó el esperma y esperó con los ojos cerrados. Pierre le dijo que los abriese.
Con cuidado, se metieron en el agua y mientras chapoteaban, Pierre volvió a introducir el dedo en el agujero abierto de Jude, quién cerró las piernas y empezó a contraer todo lo que pudo, mientras no dejaba de agitar las piernas y los pies para mantener la flotabilidad. Empezaba a pensar que no podría evitar un orgasmo. Pierre parecía ahora más tranquilo, después de su enésimo orgasmo del día. Ella, en cambio, además de la frustración y la sobreexcitación que llevaba, notaba como los aros le impedían sentirse a gusto en el agua, sobre todo el del cuello, rígido en su prisión.
Salió del agua y esperó a que el sol le secase. Pierre se dedicó a nadar y gastar energía. Cuando volvió junto a ella, musitó un Lo Siento . Jude ya estaba seca y él mojado. A pesar de ello, se giró y extendió sus piernas, cubriendo el miembro arrugado de Pierre. Él se dedico a medir la longitud de las piernas, interminables como siempre. Sin olvidarse de acariciarlas una y otra vez. Llevó de nuevo el dedo a la vagina expuesta y esperó las contracciones de rigor, volviendo sin inmutarse a deleitarse con la piel salada de su fémina. Decidió explorar nuevos horizontes, subiendo hasta la cintura, imposiblemente estrecha, antes de aterrizar como siempre en los esbeltos pechos. Notó como reaccionaba Jude al contacto, estremeciéndose. Volvió a exclamar un Lo Siento , ahora de manera claramente hipócrita.
Entre caricia y caricia, Jude acertó a preguntarle a Pierre por el episodio con los pezones. Pierre le contestó con evasivas, siempre llevando el dedo a su cavidad favorita después de una pregunta, en una suerte de peaje. Jude consiguió aguantar cada embate, provocado por la respuesta automática de su cuerpo y Pierre aceptó contarle lo que sentía, sólo si ella era totalmente sincera con él. Jude se sorprendió, incapaz de entender a su tortuoso amante. ¿No estaba entregada a él? Desnuda, siempre ofreciéndose. Otra vez el insidioso dedo se introdujo en su cavidad y otra vez se acercó al borde de un orgasmo no permitido. Ahora le tocó a ella pedir perdón. Lo Siento, no puedo aguantar . Tuvo un orgasmo gigantesco. Se sintió en éxtasis, se quedó quieta tanto tiempo que a Pierre se le durmieron las piernas, todavía sosteniendo el peso muerto.
Una vez de vuelta al mundo, Jude no dejó que Pierre se escapase. Le besó hasta que se quedaron sin respiración. Llevo sus manos a los pezones, bien sólidos como siempre, y le obligó a acariciarlos hasta que sintió el pene reaccionar. Poco después, la leche volvía a inundar la garganta de Jude.
Se volvieron a bañar y sin apenas secarse fueron a buscar la ropa. Las telas de Jude se humedecieron y se pegaron a la piel, lo que encantó a Pierre. ¿No tienes bastante? Nunca. Otro beso les llevó al cielo mientras Jude llevaba los talones hacia arriba todo lo que podía para quedarse allí.
Sentir las rocas en las suelas descalzas llevaron a Jude a reflexionar sobre su vida, una metáfora de la sumisión que añoraba o el dolor que le impartían. Puso en el tierra los tacones y se inclinó para colocárselos. Tuvo que levantarse la falda o la hubiese roto por la mitad. Pierre, detrás de ella, no dejó de recorrer las piernas hasta el culo realzado.
Con un gesto universal, agarró su cintura para llevarla a comer. Los dos sintieron el afecto del otro con ese simple ademán. Pierre comentó que faltaba un aro bien estrecho para contornear la cintura de Jude y realzar pechos y caderas. Mofándose de él, Jude preguntó si tenía quejas sobre la calidad, dimensión o medidas corporales. Pierre negó enfáticamente, saliendo del paso comentando que se trataba de una cuestión de realce, no de mejora, a lo que Jude respondió que cualquier cosa que mejorase la calidad y cantidad de semen de Pierre debería ser tomada en consideración. Abandonó, comprendiendo que ése pringoso terreno era poco propicio.
Continuaron toda la tarde abonando sus mentes y no sus cuerpos, después de una opípara y bien ganada comida. En la mesa, Jude recordó que no llevaba pendientes, sabiendo lo mucho que le hubieran gustado a su amante. Le dijo que si hubiera llevado los pendientes metálicos con pinzas en los lóbulos quizás hubiera podido evitar el orgasmo. Pierre admitió que ayudaba a su producción de semen pensar en ello y mucho más, dijo de manera reluctante, si unas pinzas también quedaran estratégicamente colocadas en los pezones de su Jude, con unas cadenas conectándolas entre sí o las pinzas de los lóbulos. En una nueva renovación de magia biológica, los pezones de Jude se endurecieron, casi tanto como el falo que intentaba romper los pantalones. Ninguno de los dos dejó de apreciarlo.
Jude se divirtió de lo lindo esa tarde, ayudada por su orgasmo cumbre, los residuos todavía rondando por su cuerpo y el candor de Pierre, mostrando cierta vergüenza por mostrar tan abiertamente sus fantasías masturbatorias. Le azubaba, flirteaba con él, usando su cuerpo, la mirada, la sonrisa y la exhibición aleatoria de los pezones. Le recriminó que no la castigase, tanto por el orgasmo no permitido como por no vaciarle. Pierre aceptó todas las puyas, encantado con el flirteo espontáneo y sabedor de que la buena fortuna no dura para siempre. Como contraataque indicó que todo macho humano pronto aprende a usar la frustración a favor, le vuelve más alerta, enfocado en la caza y la seducción. Y añadió, en este caso, más predispuesto a buscar un castigo con una doble función, mejo triple: disfrute de él, dolor y excitación para ella. Debería disculpar su falta de práctica, que solventaría el tiempo, pues le iba a provocar tantos orgasmos no permitidos que ocasiones no faltarían para mejorar su pericia. Debería elegir entre varios males: limpiarle los conductos a menudo para aplacar la excitación o mantenerle alerta y diseñando escenarios de dolor para ella. Podía considerarse afortunada: tenía dos hombres en uno.
Jude no terminó de creer a Pierre. Hasta ahora todos sus actos habían sido afectuosos, con la salvedad del dolor en los brazos con el guante inmovilizando hasta sus hombros. Y esto era más debido a elecciones de Rebeca. Sin embargo, todo hombre debe tener un umbral de agresividad, una frontera que una vez traspasada... una virginidad masculina.
Capítulo 28.
Jude eligió mantenerse alerta mientras reducía el enfoque de Pierre, por el medio más sencillo a su alcance: boca y garganta. Una suerte de paces y rendición virtual, dentro de sus chanzas de seducción. No pudo llegar a apreciar una disminución en las capacidades destructivas de Pierre, pero al parecer su imaginación o su reiterada fijación en las ubres femeninas no quedaron afectadas por la expulsión de esperma. O era un manitas, como pensó más adelante.
El caso es que una vez cumplimentados los deberes maritales, Pierre la condujo a una ferretería dónde solicitó un amenazador cable metálico más una colección de cuerdas, unas tijeritas y un minicortador de cables. No auguraba nada bueno para su cuerpo o para el alma descarriada de Pierre, cuyo lado perverso parecía a punto de explotar.
En la habitación todo fue muy deprisa. Una ducha rápida, una comprobación rutinaria de la suavidad de las piernas, la dureza de los pezones y la humedad de la cavidad. Los tacones engarzando el dedo gordo del pie, los tobillos elevando las nalgas y forzando las pantorrillas. Llevó los los brazos a la nuca y cerró los ojos. Con la expectación teñida de inquietud, se preparó a recibir los condimentos preparados por la mente en fase de monstruo de su amante y señor.
Sintió como el cable metálico se ceñía a su cintura, ajustándose al máximo. Notó como le era retirado para al cabo de un rato escuchar un chasquido, probablemente había sido cortado. Su talle iba a ser enjaulado por un grueso hilo metálico sin posibilidad de ensanchamiento. Una material duro aunque flexible rodeó su cintura antes de que el cable le fuera impuesto de nuevo. Ahora pudo comprobar al penetrar en sus carnes que era mas reducido e inflexible. He recortado un diez por ciento . Le oyó a duras penas pendiente de respirar por el tronco, su cintura inmovilizada y mejorada, por lo menos a ojos de Pierre, quién terminaba de sellar el cable con una especie de doble arandela a cada lado. A efectos de decoración, dejó unos hilos sueltos a cada lado, así como otras arandelas por delante y por detrás.
Sin aviso previo, un dedo se introdujo bruscamente en su vagina. Las contracciones hicieron aparición y acapararon impulsos eléctricos surgidos de los nervios de todo el cuerpo. Sintió un gran deseo de ser acariciada en los pechos. Mantuvo los brazos detrás de la cabeza, para evitar un nuevo castigo. Ni siquiera sabía cuándo se acabaría el actual. El dedo fue a su boca a ser limpiado y luego recibió un pellizco en ambos pezones. La sorpresa fue tal que abandonó la postura. En cuanto corrigió el fallo, recibió varios más hasta que Pierre se aseguró que se mantendría inmóvil. Le indicó que consideraba que su pose dejaba mucho que desear. Los codos debían quedar bien alineados con los hombros, elevados hacia fuera y hacia arriba. La barbilla alta, denotando altivez y orgullo de ser contemplada. Los hombros abajo y atrás. Los pechos proyectados al máximo, hinchados al máximo. Jude cumplió con todas las premisas y tuvo que respirar levemente por encima de los pechos para que éstos se quedasen bien erguidos. Los dedos de Pierre juguetearon con los alargados pezones. Transcurrieron eones para los pobres brazos de Jude, como para sus pechos y pezones estimulados. La postura, forzada al límite, le hacía sudar y estaba deseando bajar sus miembros superiores. Recibió un fuerte pellizco en ambos pezones. Corrigió la postura, llevando de nuevo los brazos a su disposición correcta. Repitieron el proceso hasta que Pierre abandonó por fin la comprobación de la textura imposible de las puntas ofrecidas de Jude, quién musitó un gracias y bajó codos y brazos incapaz de mantenerlos más tiempo elevados.
Pierre aprovechó para colocarle el guante, cerrándolo hasta que Jude sintió los brazos completamente inmovilizados y los hombros girados hacia atrás de manera dolorosa. Dijo que ya no era necesario que se esforzase para llevar los pechos hacia afuera. Sólo debía recordar mantener el aire. Jude trató de cumplir su parte, sabedora de la imposibilidad física de ello. Los dedos volvieron a hacer sus comprobaciones de rigor, caricias y pellizcos alternándose antes de sentir su vagina penetrada y las contracciones. A pesar de la dificultad, mantuvo los pechos bien hinchados. Pierre repitió el proceso tantas veces que se llenó de sudor y empezó a palpitar, por la excitación frustrada. Cuando los dedos o la mente del torturador se cansaron sintió como una toalla servía para quitarle la antiestética película grasienta.
Se mantuvo como una estatua, ya sumida en sus pensamientos sin estímulos de Pierre, lo que resultó casi peor, consciente del dolor en sus hombros y en los dedos gordos de los pies presionados sin descanso. La cintura también sufría, sobre todo si trataba de respirar de manera natural. Se sentía exhibida, mirada, evaluada y medida. Con afán de perfeccionismo, a expensas de encontrarle una debilidad, un error o un gesto incorrecto.
Recibió un pellizco a modo de saludo y no pudo evitar moverse ligeramente, lo que provocó tres nuevos pellizcos en sus agotados pezones. Se maldijo a sí misma. Pierre la abandonó de nueva a sus pensamientos y a su dolor. Jude trató de mantenerse lo suficientemente alerta a cualquier estímulo que llegase y no fallar. También tardó bastante a juicio de Jude y consintió en un fuerte golpe en las nalgas antes de agarrasen y tirasen de los pezones desde detrás.
La siguiente espera fue enormemente larga. ¿Diez minutos? ¿Dos horas? Sintió los labios de Pierre besando los suyos. Automáticamente llevó su lengua a la boca de Pierre, ensalivando y mostrando pasión. A punto estuvo de deshinchar los pechos, falta de respiración y práctica. Irónicamente fue la nueva estimulación de sus pezones lo que evitó la falta. Empezaba a distinguir los pellizcos correctores de los ansiosos por parte de Pierre. Le gustaba coger el pezón, comprobar que estaba duro y excitado. Acariciaba la punta con el pulgar o el índice antes del pellizco en sí mismo. En cambio, los otros eran repentinos y muy dolorosos, sin estímulos previos, con fiereza, faltos de afecto.
El beso tuvo el efecto de recobrar el envío de señales a su vagina y hasta los doloridos pies, molestos de estar anclados al suelo. Cuando Pierre abandonó pezones y labios, le dio un fuerte pellizco y le recordó que debía quedarse apoyada con un solo pie, el otro eróticamente ofrecido. Jude sabía que era así, pero sin brazos, con su respiración fragmentada y su movimiento tan limitado, ni siquiera había pasado por su imaginación.
Otra vez tuvo que esperar a que su amo decidiese comprobar si todo seguía en su sitio. Interludios llenos de nalgas golpeadas, espaldas acaricidas, pellizcos ya habituales y por fin un nuevo beso. Mientras su lengua se enroscaba con la de su amante y sus pezones con los dedos, su pie izquierdo se elevaba hasta dejar el tacón vertical. Pierre llevó su mano a ese muslo cortado y al rato a la vagina pantanosa de Jude, que sintió un estremecimiento entre contracciones y estímulos mezclados y confusos. Se desmayó y Pierre la agarró con fuerza. Con infinita ternura la llevó a la cama y la arropó, sin quitarle el guante, los tacones o el improvisado cinturón.