Jude y sus anillos 01

Deberás presentarte esta noche en mi club BSDM, vestida únicamente con un vestido corto, provocador y sexy. Unos tacones muy altos y unos pendientes. Compralos con cargo al dinero que te adelanté. Allí sigue las instrucciones que te den al pié de la letra. Te recogeré en unos días. Te convertirás en mi concubina y gracias a ello podrás acompañarme en la empresa. Los términos del contrato te los explicaré más detenidamente cuando nos veamos. Aprovecha para masturbarte antes de ir al club, será la última vez que podrás hacerlo sin pedir permiso.

Jude y sus anillos. -

Prólogo.-

La chica era preciosa, no cabía duda. Alta, uno ochenta, calculó. Piernas interminables, cintura estrecha y pechos prominentes, no demasiado grandes. Cara atractiva, sonrisa cautivadora.

Llevaba una falda corta y una blusa algo vulgar, con un chaleco de ante medio abrochado. Le ofreció un café para relajarla un poco. Se le notaba el nerviosismo. Otra chica más, necesitada de un trabajo.

Hablaba con fluidez para ser extranjera y Rebeca se quedó sorprendida al saber que era doctorada en psicología. Le resultó extraño que con ese currículum y su atractivo no hubiese podido encontrar un trabajo adecuado a su formación.

Después de conversar con ella unos minutos más, se despidieron. La chica no había obtenido el trabajo.

Quince días más tarde se encontraron de nuevo en el mismo lugar...

-Creí que había quedado claro … -comenzó Rebeca. Jude asintió y se forzó a sí misma para ser sincera. -Necesito un trabajo urgentemente. He salido de mi país a toda prisa y como sabía que no me concederían el estatuto de refugiado entré ilegalmente. Con cinco años trabajados aquí, podría normalizar mi situación. Asimismo, debo entregar alguna cantidad cada mes para mis padres, por favor, ayúdeme.

-Lo siento, no necesito una psicóloga en la empresa. Busco una secretaria personal.

-Podría actuar perfectamente como secretaria -repuso Jude, ansiosamente.

-Soy muy exigente con mi secretaria. Buena presencia, aspecto impecable, obediencia ciega -indicó Rebeca

-Soy atractiva y puedo cumplir el resto de requisitos.

-Lo dudo mucho.

-Hágame una prueba, por favor.

-Busco una asistente siempre preparada para darme un masaje o flirtear con un cliente. Dudo mucho que esté lista para eso.

-Lo que sea -afirmó Jude.

-Está bien, Jude. ¿Te puedo llamar así? Te probaré una semana. Sin embargo, no puedo contratarte como secretaria ya que no tienes papeles. Hablaré con el abogado de la empresa. Te daré un adelanto para que compres maquillaje y un par de vestidos. Adquiere también un móvil y quiero que te hagas una serie de fotos desnuda y me las envíes a mi correo.

Jude se fue agradecida y Rebeca se olvidó del tema hasta que recibió el correo con la fotos. Era una verdadera preciosidad, no cabía duda alguna. Así que por fin se decidió a contratarla.

Capítulo 1. -

Rebeca envió una carta por mensajero a la pensión dónde se alojaba Jude.

Querida Jude:

Deberás presentarte esta noche en mi club BSDM, vestida únicamente con un vestido corto, provocador y sexy. Unos tacones muy altos y unos pendientes. Compralos con cargo al dinero que te adelanté. Allí sigue las instrucciones que te den al pié de la letra. Te recogeré en unos días. Te convertirás en mi concubina y gracias a ello podrás acompañarme en la empresa. Los términos del contrato te los explicaré más detenidamente cuando nos veamos. Aprovecha para masturbarte antes de ir al club, será la última vez que podrás hacerlo sin pedir permiso.

Devuelve esta carta, firmada al dorso, como gesto de aceptación. Usa la misma compañía de mensajería.

Si no deseas continuar adelante, puedes quedarte con el dinero adelantado. Si aceptas, tus padres recibirán la cantidad que acordemos, el resto de tu salario será acumulado en una cuenta hasta que puedas disponer de él, al extinguirse el contrato de concubinato.

La vida de Jude resultaba aceptable, teniendo en cuenta las alternativas. Rebeca era una ama exigente, pero cariñosa y afectuosa. Algo obsesionada con la vestimenta de Jude y fanática de los ritos. No había vuelto a tener un orgasmo desde que recibió la carta, mientras Rebeca obtenía varios cada noche y cada mañana, gracias a la artes y el esfuerzo de su agradecida y agraciada concubina.

Cada mañana, Jude se levantaba dos horas antes que Rebeca y hacía los ejercicios asignados, en su maillot rojo de lycra, muy ajustado e incómodo. Las piernas y el culo expuestos en su totalidad. Su pubis depilado quedaba enganchado a la tela y sus labios vaginales rozaban los pocos centímetros que atravesaban de delante a atrás, hincándose en la grieta hundida de sus nalgas. La tela no protegía tampoco su espalda y simplemente subía por delante acortándose por los laterales en una especie de triángulo isósceles que se cerraba en el cuello. El tejido se estrechaba tanto que los pechos amenazaban por salirse por fuera. La única sujeción venía a través de los pezones que hincaban los múltiples agujeros que tenía la tela. Estos agujeros eran pequeños triángulos a su vez, lamentablemente con un reborde a veces de seda, a veces de aluminio, o cobre. Todos los rebordes metálicos tenían a su vez pequeñas puntas redondeadas, mientras que los agujeros con seda tenían pequeñas puntas tachonadas de hierro ligeramente curvado, pero no lo suficiente.

Los ejercicios que Jude realizaba le ayudaban a mejorar espectacularmente su cuerpo. A Rebeca le gustaba contemplar y acariciar las largas piernas de Jude, así pues una exhaustiva secuencia de tareas le aguardaban cada mañana. Culo, pechos, cintura, caderas, pies y piernas trabajadas al máximo. Incluyendo algo de pesas y un poco de aerobic.

Pronto, Rebeca impuso nueva secuencia, mucho más cansada que la anterior y lo que era más importante, excepcionalmente difícil de realizar. Rebeca quería que la hiciese en dos horas como la anterior, y para ello Jude debía de realizar bastantes ejercicios novedosos, así como descansar menos entre tareas y había incluido unos anillos para los pezones que distraían y molestaban muchísimo.

En la secuencia anterior, Jude debía colocar los pezones en los triangulitos y mantenerlos hasta final de la tanda que correspondiese, sin preocuparse del roce o de las molestias que le pudieran surgir. Con cada nuevo ejercicio, debía sacar los pezones de los agujeros y volver a colocarlos en los siguientes en una secuencia de seda, cobre y aluminio. La seda con puntas de hierro excitaba e irritaba a partes iguales los pezones ya acostumbrados a ponerse duros en cuando la tela de lycra le tocaba la piel. El cobre creaba una minicorriente eléctrica que descargaba el potencial creado por la seda y el aluminio enfriaba el pezón previamente excitado y recalentado.

Así, mientras ejercitaba los gemelos, abría las piernas al máximo o ejercita glúteos o rotaciones de cadera, Jude ejercía presión y contacto a sus pezones, en la práctica durante las dos horas de ejercicio.

Jude estaba contenta de su praxis diaria, ya que observaba como su cuerpo se volvía más y más atractivo. Para Rebeca en cambio, no parecía ser suficiente. Así que cuando la noche anterior, después de su cuarto orgasmo , le informó del cambio de rutina, Jude no pudo evitar sentir cierto desasosiego. ¿Cómo podría realizar la nueva tanda?

Rebeca le transigió fallos durante quince días, siempre que observara suficientes progresos. Asegurando que estaba muy contenta de su comportamiento, le dijo que quería que los pezones de Jude fueran más largos, más sensibles y estuviesen más erguidos. Para ello había diseñado la nueva tanda de tareas como la nueva camiseta, que es como llamaba ella al maillot de lycra. Le explicó, casi alborozada, que ya no tendría que mover los pechos para colocar los pezones en los agujeros correctos. Como Jude no terminaba de entender a qué se refería Rebeca, ésta trajo la lycra nueva y se la puso a su frustrada amante. Al instante, Jude comprendió que la nueva tela era más pequeña, un diez por ciento menos de longitud, dijo Rebeca ufana. Y los agujeros son un veinte por ciento más pequeños. Además los rebordes son algo más afilados o menos redondeados. Jude trató de introducir los pezones tal y como había sido entrenada, casi en un gesto automático, sin lograrlo. Rebeca le explicó como tendría que hacerlo desde ahora, acercando dos triangulitos a los pezones hinchados y tirando con fuerza desde las puntas duras que asomaban. Los triangulitos de seda con las puntas de hierro crearon un pequeño surco en los pezones. Jude, dolorida, no se podía imaginar hacer esto cincuenta o cien veces cada mañana. Rebeca le explicó que las puntas estaban vueltas hacia delante para facilitar la entrada de los pezones, y que al terminar la tanda no tendría más remedio que tirar de la tela hacia fuera para retirar sus botones y para ello debía de mover al unísono sus pechos hacia atrás. Exactamente el gesto contrario que había estado practicando los dos últimos meses. Jude retiró los pechos y Rebeca que había agarrado la tela cerca de la cintura estiró hacia delante. A duras penas, los pezones salieron de los triángulos de seda, sin contar con los surcos que Jude sintió en los pezones. Quería mirar hacia abajo y un gesto de Rebeca le obligo a contenerse. En la coreografía estética de Rebeca, Jude debía siempre mantener la cabeza alta, el cuello estirado, los hombros hacia atrás y los ojos cerrados al realizar esta parte de los ejercicios. Así que desistió de mirase los pezones o tratar de tocarlos. Los sentía ardiendo. Fue sincera con su ama y le informó que no creía que pudiese hacerlo. Rebeca llevó sus dedos a los torturados pezones y jugó con ellos con delicadeza. Le pidió que lo intentase un poco más. Consideraba aceptables algunos fallos de iniciación y perdonaría errores no intencionados. Que deseaba comprobar como se sentía con los triangulitos de cobre y los de aluminio. Jude algo más calmada al recibir las caricias de los dedos juguetones y al escuchar la voz algo suplicante de Rebeca, buscó los triangulitos de cobre, colocó los pezones sobre ellos, empujó al máximo pechos y pezones hacia fuera, esperando sentir asomar sus puntas por el otro lado y en cuanto las sintió por fuera, pues ya había cerrado los ojos como tenía establecido, cogió las puntas de pezones erectos y los estiró de golpe tratando de introducirlas en su prisión de metal. En ocasiones anteriores había sentido algo de corriente de manera ligera pues casi no había habido contacto, ahora una fuerte riada de sensaciones eléctricas atravesó sus pezones yendo hacia el cuello, sin comprender la razón.

Cuando recuperó la respiración, su ama ya estaba jugueteando excitada con sus juguetes preferidos y le explicó que el metal del cuello tenía el potencial invertido y que la fricción generada, energía después de todo, iría de los pezones al cuello o viceversa si usaba la otra prenda que era simétrica a esta, con las hendiduras hacia dentro en vez de hacia fuera y la polaridad al revés. Así que usaría una prenda cada día. Jude, agotada, no recordó que debía mantener los pechos bien erguidos una vez los pezones ya sobresalían y Rebeca con cariño se lo recordó y se lo perdonó. La retirada de los pezones conllevó más corriente hasta el cuello, pues a Rebeca le resultó más sencillo tirar de la lycra agarrada de la cintura que a Jude retirar sus pezones.

Jude abrió los ojos y colocó los pezones en los amenazantes bordes plateados de aluminio, hinchó los pechos al máximo, tratando de llevar sus pezones al otro lado, y ya de nuevo con los ojos cerrados, tiró de ellos con fuerza. Sintió los surcos atravesar sus pezones y la frialdad del aluminio los hinchó más si cabe. Recordó expandir al máximo sus pechos lo que provocó que sus pezones se sintieran más aprisionados. Rebeca volvió a colocar sus dedos en los ofrecidos botones y le dijo que la composición de aluminio enfriaba al máximo aquella piel que tocaban y que los juguetitos reaccionaban al frío excitándose. Al instante empezó a tirar de la lycra por la cintura y Jude, reaccionando retiró los pechos llevándolos hacia atrás. Los pezones, hinchados al máximo, a duras penas traspasaron los triangulitos, sintiendo los fríos surcos penetrar en los bordes de los pezones de forma agónica debido a su hinchazón. Reaccionó mal llevando sus dedos a la punta de sus pechos y justo cuando empezaba a tocarlos, paró y dejó las manos inermes. Rebeca la besó, volvió a juguetear con los botones y le dijo que no tenía importancia. Que para resarcirla harían la secuencia entera una vez más y a toda velocidad. Jude, maldiciendo sus manos, asintió, buscó los triangulitos negros de seda, rogando con sus pezones y llevándolo a sobresalir, cerró los ojos, hinchó los pechos, llevó los hombros hacia atrás y tiró de los pezones de un solo golpe. Como estaban más hinchados, sintió los surcos ardientes del hierro hincarse más que anteriormente, así como la excitación debido a la seda. Contó hasta tres y retiró sus pechos mientras al unísono tiraba de la lycra desde la cintura, lo que hizo arder de nuevo la punta de sus pechos. Prefiriendo no pensar en sus pechos, contó hasta tres, abrió los ojos, llevó rápidamente sus doloridos pezones a los triangulitos dorados y volvió a cerrar los ojos sin ni siquiera esperar a que sobresaliesen los pezones por el otro lado. Hinchó los pechos y cogió con sus dedos los pezones y pegó un tirón, cuando lo que más deseaba del mundo era acariciar y masajear sus doloridas puntas. Sintió los surcos y la corriente llevando su excitación hasta su cuello y casi hasta sus oídos pues el aro se acercaba bastante a sus orejas. Esperó hasta tres y volvió a realizar el proceso del frío.

Rebeca, admirada, esperó que terminase y volvió a disfrutar de los pezones ofrecidos en el marco de los pechos hinchados. Jude comprendió que tendría que darle otro orgasmo y después de durmieron al instante.

Capítulo 2. -

La mañana siguiente, Jude se puso la lycra azul, pues la noche anterior había llevado la roja y empezó sus ejercicios. Los surcos sembraban al revés, lo que suponía que dolían mucho más al introducir los pezones y obligaba a tirar todavía mas desde las minúscula puntas que surgían de los triangulitos. La corriente que iba desde el cuello a los pezones era insidiosa al máximo y le obligaba a ejercer al máximo su voluntad de no acariciarse sus antenas puntiagudas. Los ejercicios los hizo lo mejor que pudo teniendo en cuenta el cansancio que sentía.

Cuando despertó a Rebeca, ésta, por primera vez, no le acarició las piernas que tanto admiraba, y sólo se dedicó a mantener los dedos ejerciendo su poder sobre los pezones hinchados y excitados de su concubina. Tuvo cuatros orgasmos en cinco minutos cuando lo habitual era que tuviese sólo dos por la mañana y le dijo a Jude que le permitiría tener un orgasmo esa noche. Jude, con tantas ganas acumuladas después de dos meses, sólo pudo dar las gracias mientras Rebeca seguía con sus manos enganchadas a los pezones de Jude. Llegaron tarde a trabajar.

Dos semanas después, Jude ya cumplía el nuevo plan de trabajo en dos horas y cuarto, sin llegar al objetivo de dos horas exigidas de Rebeca. Una semana más tarde, Jude despertó a Rebeca y después del primer orgasmo, que no tardaba más de un par de minutos en aparecer, le dijo que había realizado los ejercicios en dos horas exactas. Rebeca felicitó a Jude con su gesto preferido, pellizcando los pezones largos e hinchados de Jude. La combinación de calor, corriente y frío estaba surtiendo efecto y Rebeca se sentía particularmente contenta de como los pezones de Jude se alargaban a base de las repeticiones constantes. El plan de trabajo estaba siendo perfecto, en todo caso, se estaban adelantando a su propio calendario, algo que no pensaba recalcar a Jude.

La esencia de los nuevos ejercicios era que los pezones de su esclava además de ser más grandes y largos, tardaban más en atravesar los triangulitos y con mayor esfuerzo pues eran más gruesos cada vez. Se sentía en la gloria. Sabía que Jude debía sentir algún tipo de electricidad recorrer sus pezones cada vez que la acariciaba y que probablemente se estaba convirtiendo en una adicta a sus dedos, a los roces y a los desgastes. Hasta ahora, sólo la había pellizcado como símbolo de aprobación o admiración, pero deseaba con todas sus fuerzas hacerlo más a menudo y mucho más fuerte. También quería tirar de la punta de los botones turgentes, pues imaginaba que el hábito ya establecido por Jude sería demoledor para sus puntas erectas casi en cualquier circunstancia.

Durante esas tres semanas sólo le había acariciado pechos y pezones, así que decidió cambiar de estrategia. Jude casi tuvo un orgasmo cuando le acarició los muslos y para evitarlo, Rebeca tiró de la punta de los largos pezones. Su amante reaccionó al instante llevando las manos hacia los pechos. Supo pararse a tiempo y pidió perdón. Su ama continuó las caricias a lo largo de las piernas, culo y los labios vaginales. Jude pidió clemencia y Rebeca volvió a tirar de los pezones, fuerte, exactamente como hacía Jude para ensartarlos a los triangulitos. Rebeca le preguntó que sentía. Lo adoro, dijo Jude. No puedo creer que me haya habituado a esto en sólo tres semanas. Rebeca volvió a mantener sus dedos acariciando sus anhelados pezones, ahora ya tirando fuertemente desde la punta cuando le apetecía y mientras continuaban hablando. Jude, cada vez mejor entrenada, mantenía las piernas cruzadas, con sus labios vaginales como ofrenda, sus pechos perfectamente hinchados y erguidos al máximo, su cuello bien estirado, su nuca ligeramente hacia atrás, ojos cerrados, la diminuta cintura estrechada al máximo y sus pezones bien turgentes y anhelantes. Las manos en forma de rezo, pero por detrás, bien elevadas y obligando a mantener la postura rígida y atenta.

Rebeca se abrió a Jude mientras esta se mantenía en su postura de ofrenda. Rebeca le habló y habló de sueños de una esclava bien entrenada y deseosa, de una mujer bella y atractiva solícita y dispuesta. Le pidió que se sincerase y le contase todo lo que había sentido hasta entonces. Lo que le había gustado y lo que no. Le pidió que fuese precisa y concreta. Jude le habló del entrenamiento, de como le había obligado a ser humilde, a creer en Rebeca, a quitar su ego. Odiaba la lycra y los triangulitos. A pesar de ello, sabía que era importante para su ama y se sentía obligada a realizar los ejercicios a la perfección, tanto como quedarse quieta como una estatua a pesar de la excitación que sentía. Los labios vaginales húmedos de Jude mojaban el suelo frío, mientras que las manos de Rebeca acariciaban y amasaban los pechos erguidos de su espléndida concubina. Rebeca le explicó que los ejercicios debían continuar y aumentarse pues eran un sacrificio necesario. Una esclava bien entrenada era una bendición como se podía apreciar ahora mismo. Le pidió que abriese los ojos y le dijo que desde ese momento, podía decidir cuando cerrarlos salvo en los ejercicios y también que le gustaban que los tuviese cerrados cuando se besaban. Aún así, sería su elección mantenerlos abiertos o cerrados como gesto de sumisión. Y Rebeca la besó y besó mientras disfrutaba tirando y sobando los pezones de su esclava que mantenía los ojos cerrados.

Capítulo 3.-

Durante el mes siguiente, la rutina se apoderó de Jude. Los ejercicios se volvieron más y más sencillos de realizar. Las espectaculares piernas se elevaban al máximo, las caderas giraban, la cintura se balanceaba sin parangón, los pechos se ofrecían sin decoro. Los codos se cerraban de manera casi imposible detrás de la espalda.

Jude hacía lo posible para agradar a Rebeca y una vez que ésta había observado cómo temblaba cuando le acariciaba el cuello, la nuca o los lóbulos de las orejas, estableció que hiciese los ejercicios con pendientes con la misma polaridad que el aro del cuello de la lycra y que así el torrente eléctrico excitase los lóbulos repletos de deseo.

Jude observó que a Rebeca le gustaba apretar al máximo sus pezones, antes de tirar de ellos con fuerza, así que empezó a hacerlo de igual forma, sólo desde la punta, de manera que cuando empezaba la primera secuencia de la mañana, sus pezones chillaban de dolor al ser apretados al máximo y estirados sin miramientos. Como los pezones, poco a poco, se hacían más grandes, los triangulitos se sentían más estrechos, había que tirar más fuerte y alargar todavía más los excelsos botones.

Ese mes fue el más sencillo de todos los de entrenamiento. Rebeca estaba más deseosa por la mañana, cuando tiraba de los pezones ofrecidos de una Jude duchada y envuelta en aceite, seductora y bien dolorida, tanto la musculatura como los pezones. Así que cambiaron el número de orgasmos a cuatro por la mañana y dos por la noche. Esto suponía quince minutos más por la mañana que Jude perdía de sueño. Aceptó sin dudar y contenta del deseo que provocaba en su ama.

Muchas veladas, antes de dormir, y con una Rebeca ya saciada y una Jude frustrada e insatisfecha como imponía su gobernanta, hablaban un rato del entrenamiento y las fantasías de Rebeca. Solía ser el único momento en que Jude recibía un fuerte pellizco que le obligaba a esforzarse para no tener un orgasmo. Como siempre, en la postura favorita de su ama, manos atrás en forma de rezo, atenta y ofreciendo pechos, pezones y labios vaginales gracias a sus piernas cruzadas, era muy difícil no moverse en esa situación y se preguntaba que impedía a Rebeca a pellizcar sus pezones más a menudo. Jude se sentía, irónicamente, liberada en esa postura, pues sólo dependía de los labios y manos de su ama. Su único trabajo era devolver los besos y tratar de expandir al máximo pechos y pezones, algo fácil con su entrenamiento actual.

Y al finalizar el mes, en una noche de fantasías, Rebeca le pidió que aceptase un nuevo entrenamiento y unos anillos. Jude, que no dudó no instante en aceptar, se arrepintió en cuanto Rebeca le puso los condenados anillos. Eran dorados y medianos, según pudo vislumbrar antes de cerrar los ojos. Rebeca prolongó con fuerza y decisión el pezón derecho, introdujo el anillo y lo giró al llegar más allá de la base del pezón. Los salientes internos se cerraron sobre el pecho y como estaban girados hacia fuera impidieron que se saliera. La presión del anillo era considerable y obligaba al pezón a resurgir con fuerza, muy dolorido del tirón inicial, a pesar de lo acostumbrada que estaba a los estirones en sus puntas . Rebeca colocó el segundo con otro fuerte tirón y esperó. Jude no se movió aunque quería llorar. Rebeca la besó, Jude respondió efusivamente y su querida ama empezó el habitual juego con los pechos y los pezones, que se erguían altivos y forzados, más si cabe por los inquietantes anillos.

Puede que estuvieran así quince minutos o más, Jude nunca lo supo. Sus pezones estaban tan sensibles que pensó que alguien los cortaba. Rebeca los acariciaba una y otra vez, mientras seguían besándose y una anhelante Jude esperaba que tirase de ellos, tal y como hacía siempre. Cuando Rebeca decido pellizcarla, Jude tuvo un orgasmo directamente de sus pezones y aunque no abandonó la postura, supo que Rebeca debía sentir una decepción pues no se lo había autorizado. En cambio, Rebeca le volvió a pellizcar ambos pezones a la vez y con toda la fuerza que pudo. Jude, sin esperarlo, estuvo a punto de tener otro orgasmo y sólo los reflejos de Rebeca que tiró fuertemente de los pezones hacia ella lo evitaron gracias al condicionamiento adquirido por Jane y sus duros ejercicios matutinos. Rebeca volvió a pellizcar fuertemente y a volver a tirar, en un larguísimo ciclo para Jane, quién sabedora de que dependía completamente de la voluntad de su amante, se dejó llevar por el éxtasis ahora sin los prohibidos orgasmos. Rebeca le dio tres fuertes tirones antes de girar los anillos y retirarlos. Jude exhausta se desmayó y por primera en casi tres meses no se levantó para hacer sus ejercicios.

Capítulo 3. -

Los aros señalaron la siguiente fase del entrenamiento. Rebeca intuía que esta vez duraría muchos meses y la exigencia muy superior. Lo primero era que Jude se pusiera los anillos ella sola, algo completamente antinatural, pues suponía alargar su pezón y su pecho al máximo, y girar con la otra mano para que el anillo agarrase. Ni siquiera su exhaustivo entrenamiento diario le permitía luchar contra sus reflejos de esa manera. Sincronizar la posición de anillo con la elongación forzada parecía una meta imposible y la decepción de Rebeca era evidente. Eso supuso que Jude continuase con su rutina habitual y cuando despertaba a Rebeca, ésta colocaba los anillos atravesando los doloridos pezones de su concubina antes de recibir sus cuatros orgasmos matutinos.

Fue Jude, una noche que acaba de recibir sus joyas doradas, a quién se le ocurrió la idea. ¿Y si en vez de tirar de golpe al principio lo hacía al final? Sabía que para Rebeca era importante el efecto del tirón y para ella también. Rebeca lo entendió a la primera, así que los quitó, con el consiguiente dolor e inmediatamente puso el anillo en el pezón, manteniéndolo cerca de la punta, entonces con los dedos de la otra mano, agarró el pezón, tiró al máximo y llevó el anillo hasta la base girándolo hasta que no pudo más. Quedó un pezón fuertemente hinchado y alargado. Excitada, en unos instantes colocó el otro. Le pegó un fuerte pellizco y un tirón, orgasmo frustrado podría llamarse a ese movimiento, y le retiró los anillos. Ahora, prueba tú. Jude sabía que debía hacerlo con los ojos cerrados. Dejó uno en el suelo, delante de ella y cogió el otro por el borde, lo colocó dentro del pezón y sin dudarlo lo agarró, tirando de él desde la punta. No le costó nada llegar a la base del pezón y girar, a pesar del fuerte dolor. Cogió a ciegas el otro anillo y realizó el mismo gesto, aunque con las manos cambiadas. Volvió a su postura de ofrenda, manos atrás rezando, mientras los anillos ofrecían y excitaban los pezones. Rebeca pellizcó de nuevo los pezones y dejó que Jude tuviera su merecido orgasmo.

La mañana siguiente fue dura para Jude. Colocarse los anillos estando a solas costó más, mucho más que la noche anterior. El dolor en el pecho y los pezones casi la paralizó. Ya con los dos anillos se colocó el lycra azul, hubiera preferido el rojo el primer día, pero no debía variar la secuencia asignada. En cuanto colocó la tela entre sus piernas y cerro en el cuello, sintió un escalofrío. ¿Tanta variación suponía los anillos? ¿O acaso su excitación la traicionaba? Sin detenerse a pensar en ello, abrió los ojos buscó los agujeros bordados en negro con puntas hacia dentro correspondientes al lycra azul. Una no se olvida de esas cosas cuando te las quitas y te las pones durante meses. Volvió a cerrar los ojos, se puso en postura: hombros hacia atrás, pechos extendidos, cuello elevado, cabeza alta, sintiendo, a su pesar, los anillos y las puntitas de hierro embebidas en la seda de los triangulitos. Como siempre, se deba la orden mental de sentirse la mujer más bella del mundo, siguiendo las estrictas exigencias de su ama. Y en verdad que estaba muy hermosa. Rebeca revisaba los videos de cuando en cuando y corregía los ejercicios cuando lo consideraba necesario. Jude no quería defraudarla con los primeros ejercicios con los anillos puestos. Todo esto pasó fugaz y rápidamente por su cabeza en menos de un segundo. Su entrenamiento daba sus frutos. Tiró de nuevo de sus pezones, esta vez de los dos a la vez, lo que le gustaba mucho más que cuando se puso los anillos. Y el tiempo pareció pararse. Sintió la seda crear una fuerte estática en la punta de sus pechos a medida que sus dedos alargaban sus pezones sin descanso, con el automatismo creado de infinitos gestos exactamente iguales. Bastaba la postura erecta, la sensación de la lycra forzada entre sus piernas, cuello elevado y pechos erguidos, junto a la percepción de los pezones horadando los triangulitos para crear en ella una catarsis, predispuesta al dolor, preparándose para los futuros tirones de su ama. Es lo que hubiera sentido un extraño en ese momento, Jude no pensaba en esos automatismos, su mente sólo estaba orientada a sus nuevas, extrañas y dolorosas sensaciones. Los nervios de sus pechos y pezones estaban claramente soliviantados. El simple roce de la seda generaba múltiples ríos eléctricos que enviaban información a la punta siempre tirante de sus pezones, al borde de sus pechos y también a su cuello, al lóbulo de sus orejas. De hecho, creyó sentir que llegaba a su clítoris, pero por detrás atravesando sus nalgas y el borde de su ano. Estaba sentada como siempre. Muslos en el suelo, pies detrás, en la postura que menos alargaba la lycra. Los pies tocaban parcialmente las nalgas y también sintió una reverberación de la estática de la seda.

Ya no podía parar el movimiento y nuevos roces enviaron sendas ondas de choque a múltiples puntos. Esos caminos generarían con la repetición constante y sin tregua de su entrenamiento, la excitación sin premio que conllevaba ser una esclava. Esas rutas eléctricas crearían nuevas adicciones y nuevos desafíos. Es lo que debía estar pensando en sueños Rebeca, profundamente dormida y sabedora de que su concubina creaba un futuro para hacerla disfrutar sin consideración alguna hacia sí misma.

El tiempo enlentecido marcó el destino de Jude, que pudo soportar la prueba gracias a ello. Algo imposible si hubiera estado en el marco de una percepción cotidiana. Así supo que los sus turgentes y orgullosos pezones atravesaban los triángulos casi sin rozar la seda y puede que por ello, el suave ondular de las hebras le recordó las puntas adheridas que generarían los surcos temporales a los lados de su pezones. El dolor se propagó siguiendo a la seda, sin que ella comprendiera realmente por qué venía después. Los nervios, sensibilizados con los anillos, captaron primero las sutiles texturas que rodeaban a los triángulos, mucho antes que las puntas esparcidas. Jude hizo caso omiso al dolor, tal y como su entrenamiento exigía, aunque sabía que se agotaría muy rápidamente. Esperó a que sus pezones se tranquilizasen, ya sobresaliendo de los triángulos y se preparó mentalmente para el tirón que supondría moverse. La lycra, ajustada y tirante al máximo, constreñía su pecho erguido y sólo en un movimiento bien coordinado mantendría los pezones bien expuestos fuera del triángulo. Se levantó con suavidad y ligereza, elevando las nalgas desnudas y al instante sintió los pechos forzados por la tela de la lycra. Los anillos también habían aumentado al máximo la sensibilidad de sus senos. En ese estado de lentitud mental, pudo extender su pierna derecha e inclinarse y estirar todo su cuerpo hacia ella entre un baile de dolores. Hoy le dolía la cadera, el muslo y ahora el pecho derecho, que le parecía como encadenado. Luego hizo lo propio con la pierna izquierda, llevándose a su pecho izquierdo el irracional dolor.

En todos los ejercicios que hizo, era consciente de sus ubres hasta el mínimo detalle. No había realizado ni una tercera parte de los mismos, cuando sonó la alarma que indicaba que debía despertar a Rebeca. Tenía reglamentado que debía retirar los pezones de los triangulitos y volver a introducirlos en el siguiente en la secuencia antes de despertarla. Jude retiró con prontitud sus puntas de los triángulos negros de seda, que reverberaron a los largo de su cuerpo. Las puntas hundieron sus espolones entre la piel expuesta y en cuanto deshinchó e hinchó sus pechos, Jude abrió los ojos, buscó los triángulos marrones y colocados sus pezones dentro de ellos, volvió a cerrar los ojos, cogió sus pezones asomados por la apertura y tiró fuertemente. En cuanto el borde de los pezones rozó el cobre, la corriente atravesó desde sus lóbulos y cuello hasta la punta de sus pechos, con los nervios intensificados por los anillos. Jude ya no sintió sorpresa, había experimentado la corriente siete veces hoy. Una tercera parte de lo habitual. En cuanto dejó de percibir la electricidad, buscó a Rebeca, puso sus manos detrás en actitud de rezo, con los codos abiertos al máximo y rozó con sus pezones los muslos de Rebeca, lo iría haciendo cada minuto hasta que ella abriese las piernas, en un permiso implícito de que podía darle un orgasmo.

Rebeca estaba tan acostumbrada a sus orgasmos matutinos que tardó en darse cuenta de Jude tenía los anillos puestos en los pechos, detrás de los pezones. Le pidió que le indicase que le contase como había sido la experiencia, mientras jugueteaba y tiraba de la punta de los pezones, en un gozoso hábito incorporado a su vida sexual. Jude sintió los tirones al máximo, debido a los malditos anillos y le fue explicando a Rebeca sus sensaciones sin dejar de mantener su postura de rezo y alerta.

Notaba que Rebeca estaba tan contenta, que ella misma se inundó de placer, embebida de los dedos traviesos de su ama, quién se dio cuenta de ello y decidió pegarle un fuerte pellizco a ambos pezones, como signo de aprobación. Jude, al sentir el dolor casi estuvo a punto de deshacer la postura. Sólo el automatismo le permitió salvar la situación. Los poderosos anillos enviaron las señales a todo su cuerpo, aunque naturalmente sus pezones y pechos sintieron casi todo el dolor. Y Jude tuvo un orgasmo múltiple y casi eterno. Su mente, todavía fuera del mundo cotidiano, pudo registrar todo el proceso como una cascada. Rebeca, unida, también vislumbró el mundo interno de Jude y esperó a que volviera. En cuanto lo hizo, le pegó otro buen pellizco a ambos pezones, pero esta vez al instante tiró de los pezones. El robot interno de Jude que había comenzado a preparar otro orgasmo, lo restringió. Las dos mujeres se sintieron enormemente complacidas. Una por tener un ser tan dúctil y la otra, por ser tan perfecta en sus reacciones. Jude se sentía orgullosa y completa. Pidió perdón por su orgasmo no autorizado y también por no haber completado sus ejercicios. Rebeca sólo le dijo que hoy llevaría un vestido de seda a la oficina.

Capítulo 4. -

Cuatro meses más tarde, Jude se levantó como de costumbre y realizó los ejercicios con la mente puesta en la oficina. Rebeca le había dicho que llevaría los anillos todo el día. Jude se sentía algo nerviosa por ello, pero no dejó de concentrarse en lo importante: los anillos, los pezones, los triangulitos y los ejercicios.

Rebeca le había insinuado que si el ejercicio de hoy resultaba perfecto, tendría un orgasmo por la noche. Normalmente no le permitía tener más de uno o dos al mes. Así que trató de concentrarse al máximo.

Sin suavidad alguna se colocó los anillos en la base de los pezones. Rebeca le había explicado que a través de un japonés había conseguido encontrar estos anillos en un mercadillo de antiguallas. Eran anillos de tortura de un antiguo Shogunato y su efecto era el de intensificar los nervios de pezones y pechos, provocados por las hendiduras cortantes que tenían y su emisión resonante de las frecuencias propagadas a través de los nervios. También le explicó que había dos pares de anillos más, un 3% más pequeño cada pareja y con un 10% más de hendiduras. Pensaba que el efecto real debía de mejorar algo así como un veinte por ciento por cada pareja de anillos más pequeña. Sólo pensarlo, Jude temblaba. Unos anillos un 3% mas pequeños hincharía todavía más sus abultados pezones y tirar de ellos hacia los triangulitos sería insoportable. Rebeca le dijo que sólo si se portaba mal le obligaría a ponérselos.

Jude se sentó como siempre con los pies detrás de las nalgas, puso los anillos delante de ella y con los ojos cerrados procedió a colocárselos. Desde hacía un mes, y como golpe de efecto, debía de tirar con fuerza tres veces de cada punta del pecho para prepararlos, luego colocaba cada anillo en su pezón y pegaba un fuerte tirón al pezón derecho mientras trasladaba el anillo hacia atrás pero no lo giraba todavía. El otro anillo debía mantener colgado del pezón izquierdo en un gesto erótico y también suspirando por ser insertado. Una vez los dos anillos estaban colocados en la base de los pezones, Jude debía de girarlos los dos a la vez mientras empujaba al máximo hacia atrás los anillos y empuja al máximo los pechos hacia delante, proyectándolos. Después debía quedarse unos segundos sintiendo como los nervios comenzaban a resonar y sensibilizar sus pechos y pezones.

Había tardado casi un mes en realizar correctamente este proceso, sobre todo por la dificultad de mantener el pecho izquierdo estabilizado mientras alargaba el pezón derecho. Cada vez que fallaba debía empezar de nuevo.

Se levantó con suavidad sintiendo al máximo sus pechos hinchados y se colocó la nueva camiseta. Rebeca había diseñado una nueva de color negro que tenía novedosas funcionalidades. La primera era que la lycra era más gruesa, aumentando la presión por tanto. La segunda era que encogía a medida que el sudor y la humedad penetraban el tejido. Por lo que al final del ejercicio tiraba más. El frontal era intercambiable así que los triangulitos cambiaban también cada día. La noche anterior Rebeca preparaba las sorpresas. Ya todos los triangulitos eran de color rojo, exclusivamente para ayudar a Jude a distinguirlos de la lycra negra, pero sin capacidad de saber de antemano que se encontraría en cada uno. Y algún triángulo era doble, en algún caso, el primer triángulo era más pequeño o viceversa. Había unas dos docenas de triángulos en cada frontal.

La siguiente diferencia era que la lycra que pasaba entre las piernas era rugosa y tenía unos aros metálicos. La tela que traspasaba la grieta de sus nalgas era más fina y llevaba plumas microscópicas que producían cosquillas. Algo molesto cuando la tela está tirante y estás moviéndote al hacer ejercicio. Una cadena pesada de color dorado apretaba al máximo la cintura estrecha de Jude. Cuatro puntos de lycra iban por detrás desde las caderas y terminaban atravesando por delante y sujetándose a los mismos puntos. Una quinta correa salía exactamente de la mitad de la cadena de la espalda, atravesaba la grieta de las nalgas, plumas incluidas, y volvía por delante seccionando fuertemente los labios y dejándolos entreabiertos. El clítoris quedaba a merced del movimiento fuertemente restringido de la cincha.

El nuevo diseño se ataba a la cadena dorada con cuatros eslabones a cada lado y el propio frontal llevaba otra cadena dorada mucho más pequeña que atravesaba el cuello antes de volver. Lo primero que llamaba la atención es que el frontal quedaba sujeto exclusivamente en dos dimensiones y eran los pezones dentro de los triángulos los que anclarían la tela a los pechos. Cualquier movimiento de éstos, rozaría en los triángulos. Lo segundo era que el frontal propiamente dicho sólo tenía un marco de cadenas arriba y abajo y de lycra a los lados. El frontal de triángulos se podía colocar de cualquier manera lo que permitía seleccionar el triángulo a ser colocado delante de los pezones.

Una vez puesta la "camiseta", Jude se sentó en su postura habitual y llevó un triángulo a sus pezones e inmediatamente cerró los ojos, hinchó los pechos al máximo, llevó hacia atrás los hombros y al instante cogió sus pezones prácticamente de la punta, los giró a un lado y a otro como botones de radio y tiró fuertemente de ellos sin abandonar la postura. Los pezones, ya muy enervados de los tirones anteriores y por los anillos, seccionaron los triángulos. Había dos, uno de seda grande que mando señales estáticas desde el borde los pezones a los pechos hinchados y de ahí a todas las cadenas del traje. Inmediatamente los surcos hicieron aparición debido a las puntas de hierro. Sin tiempo a procesar el dolor los rígidos pezones comenzaron a rozar el cobre y sus puntas que estaban al revés. Esto provocó nuevos surcos en sentido contrario al anterior. Y la electricidad rápidamente fue aflorando desde todos los puntos de su cuerpo hasta sus pezones. Rebeca prefería que fuese así y el nuevo diseño estaba calculado ajustando las probabilidades de manera que tres de cada cuatro veces sus pezones eran el centro de la tormenta eléctrica.

Después de hacer una tabla de abdominales, cuidando de mantener los pezones tirando de su frontal, se volvió a su postura de perfección y retiró la tela manteniéndola bien rígida con las manos y simplemente retirando sus pechos. Los rastrillos hicieron su aparición surcando los pezones, la corriente los atravesó hacia al cuerpo y al instante las puntas de hierro y la estática de la seda surcaron los laterales. Los pezones ardiendo, los pechos exacerbados, el cuerpo alerta, la mente quieta. Era la cadencia que le permitía funcionar. Contó hasta tres, abrió los ojos, eligió un nueva triángulo, lo ajustó a la lycra y sin dudarlo un instante cerró los ojos, llevando sus pezones directamente a los agujeros y tiró de ellos al máximo y sin contemplaciones. En esta ocasión, los dos triángulos eran de cobre y las puntas orientadas hacia los pechos, así que en cuanto la corriente empezó a aparecer, del cuerpo a los pechos, los pezones se hincharon más sufriendo la agonía de las puntas todavía más. El segundo triángulo era igual, sumando más corriente también hacia los pezones y las puntas también apuntado en la misma dirección. Jude sabía que cuando retirase los pezones de la tela, sufriría todavía más. Estaba orgullosa de conseguir realizar los ejercicios y anhelaba que Rebeca también lo estuviese.

La perfecta ejecución de los ejercicios de Jude habían llevado a una completa transformación de su cuerpo. Las piernas perfectamente alineadas eran columnas eróticas, torneadas al máximo, alargadas al infinito si llevaba los tacones de quince centímetros o bien tensionadas si flotaban los talones por encima del suelo, simulando un invisible tacón altísimo. El culo, prieto y contenido, era una preciosa prolongación de sus piernas y a Rebeca le gustaba acariciarlo como al de un bebé, como si comprobara la calidad y textura de la piel. La cintura imposiblemente estrecha, mucho mejor que con un corsé, y el pubis desnudo, mostrando los labios vaginales, habitualmente húmedos.

Despertó a Rebeca, con sus rígidos pezones rozando los musloss de Rebeca y esperó los tirones, fuertes y decididos, antes de llevar su lengua al húmedo pozo de su ama. Entre orgasmo y orgasmo de Rebeca, Jude masajeaba con sus pechos la espalda, los muslos o los pechos de su querida ama. Llevaba sus puntiagudos y anhelantes pechos a los relajados pezones de Rebeca, tranquila y saciada después de sus orgasmos. Mientras no se levantasen de nuevo, se mantenía así, acariciándolos con sus sensores puntiagudos. Cuando eso ocurría, volvía al triángulo de pasión de su ama y esperaba los tirones para volver a darle placer. Sus manos en posición de rezo detrás de ello, sus codos bien pegados al cuerpo y mirando hacia abajo.

Capítulo 5. -

Hasta ese momento, sus actividades en la oficina eran de ámbito estrictamente profesional. Jude era la nueva adjunta a la directora de recursos humanos, un puesto que una psicóloga podía desempeñar con cierta facilidad. Lo único que había establecido su ama era que debía llevar falda corta, nada de ropa interior, siempre colores alegres, tacones altos y pendientes ostentosos. A partir de la transformación de Jude en una perfecta máquina sexual para Rebeca, exhibirla fue imperativo. El uniforme habitual era una falda corta y ancha con alabeo. Jude tenía orden de no preocuparse en absoluto de cómo se levantaba la tela de la falda, su único trabajo en al respecto era girar correctamente las caderas hacia arriba y hacia abajo o ligeramente hacia la derecha o a la izquierda. Esos movimientos pretendían estimular su zona pélvica y fijar la mirada de sus compañeros de trabajo en su trabajado cuerpo. Los tacones de catorce centímetros ayudaban bastante en la labor. La mayor variación solía ser en el top, corto o abierto, largo, cerrado, sin espalda, hombros desnudos, de seda, de cuero, de algodón translúcido. Ajustado o suelto. Siempre muy sexy, y los pezones indicando en su rigidez que estaban dispuestos en cualquier momento a ser acariciados, pellizcados o aplastados.

Esa mañana Rebeca estaba traviesa, y le ofreció a Jude un top corto y ajustado. A la hermosa concubina le costó entender como debía ponérselo. Eran dos telas sujetas a un cordel, la tela interior era de seda plegada como llena de arrugas minúsculas y casi transparente de un color blanco inmaculado, la segunda tela era un cuero rígido de color marrón y más corto y menos ancho que la tela de seda. Tanto una como la otra se sujetaban al cordel con simples arandelas. Las telas se desplazarían sobre el cordel, sólo había cuatro arandelas por tela, así que las puso alternando la sujeción de una tela y otra. El efecto era como el de una cortina como desplegada a medias. Sus pechos rozarían la tela de seda en algunos lugares.. Se puso el top por encima y el cordel cayó bastante por debajo de sus hombros, que quedaron desnudos. El movimiento de sus brazos estaría algo limitado y se trasladaría a la tela, desplazando sobre todo a la de cuero, más pesada y rígida. Era como tener un visillo y una cortina cubriendo sus mamas. Las telas no eran lo suficiente anchas para esconder del todo los laterales de sus ubres, y si se inclinaba hacia delante, quedaban expuestas sin pudor, así que debería mantenerse vertical para evitarlo.

En cuanto fue a ponerse los tacones, las telas se desplazaron y sus pezones descansaron tomando aire, quedando los pechos completamente expuestos sin disimulo alguno. Una vez estuvo calzada y volvió a su elegante postura habitual, la tela de seda rozó los pezones que rápidamente sintieron la cruel carga estática. Estaba tan acostumbrada al hecho que le costó comprender las implicaciones. Los conductos eléctricos de su cuerpo condicionados y habituados a los estímulos produjeron un escalofrío que recorrió todo su cuerpo desde la punta de los pies hasta la coronilla. Un instante después, sintió el golpeteo del pesado cuero en sus pechos y la corriente fue de la punta de sus pezones hasta los pendientes que engalanaban sus orejas. Se sintió tan excitada que se agarró a la silla que tenía a su derecha. Al inclinarse, las telas se separaron del cuerpo. Los pezones volvieron a sentir el contacto del aire, aprovechando para refrigerarse. En cuanto se sentó, las telas volvieron a generar los consabidos contactos.

Rebeca le acarició los hombros desnudos, los nervios rememorando los ríos eléctricos que seguían abriendo nuevos cauces. Jude sintió la nuca erizada por el sutil erotismo. Los dedos de Rebeca parecían también estar envueltos en seda.

Aunque Rebeca deseaba besarla, sabía que si lo hacía, llegarían tarde a la oficina, pues desearía tener otro orgasmo. Así que simplemente ayudó galantemente a levantarse a su escultural amante, quién interiormente agradeció el gesto y trató de olvidarse del nuevo movimiento de cortinas en su frontal.

El balanceo habitual de su andar, gracias a tacones, caderas y cintura, más el movimiento pendular de sus pechos, provocaba que las telas friccionasen una y otra vez recordando a una ufana Jude que sus pezones y sus pechos pertenecían a su amante.

El día a día de Jude se convirtió en una continuación de sus ejercicios matutinos, con la diferencia de que se realizaban a la vista de todo el mundo. Rebeca gustaba a veces de llevar las manos a los ansiosos y ansiados pezones, que reaccionaban gozosos al descanso de no tocar la tela de seda, y alborozados al recibir las caricias y toqueteos de su gobernanta. Jude mantenía la espalda recta y los pechos bien erguidos, así pues en cuanto Rebeca abandonaba las ubres ofrecidas, las telas volvían a cubrir los pechos erotizados. Como gesto de ternura, Rebeca tendía a acariciarle la nuca, el hueco entre los hombros, ligeramente por delante y recorría la cadena de los pendientes que colgaban hasta rozar los hombros. La corriente estática de la seda no tardaba en seguir desde los pezones hasta los dedos de Rebeca, que al sentir la fría corriente murmuraba a Jude !Qué contenta estás! Y volvía a los pezones en un intento de descargar sus dedos, necesitando para un ello un sólo gesto que comenzaba el proceso de nuevo.

Los compañeros y compañeras de Jude eran extremadamente respetuosos con ella, sin dejar de disfrutar por ello del espectáculo de las piernas ofrecidas o los pechos exhibidos. Simplemente, le dedicaban frases de admiración por su belleza o toqueteaban afectuosamente sus brazos si la ocasión lo requería. Jude se había acostumbrado a besar a todo el mundo en cada mejilla cada mañana, mostrando al mundo su completa aceptación de su relación con Rebeca, dando a entender que su vestimenta, sus maneras y su exhibicionismo eran idea suya. Los besos eran una nueva tortura por si misma, ya que al inclinarse hacia delante, los pezones se volvían a separar de las telas por un fugaz instante antes de volver a su prisión. Las chicas , de manera inocente, se acostumbraron a acariciar la espalda desnuda de su compañera de trabajo, intuyendo la carga que sobrellevaba. Si en vez de besar, era besada, su interlocutor presionaba sin saberlo las telas a los pechos de Jude, lo que de por sí creaba un nuevo ciclón de electricidad, hasta que los pezones volvían al roce habitual, sin la presión añadida.

Las ideas de Rebeca no tenían fin, y su placer orgásmico tampoco. Por suerte, la sociedad se había vuelto tolerante en cuestiones de sexo con dominación. Muchos políticos la practicaban, así como actores y actrices. Por ello, se sentía cómoda en la oficina, mostrando a Jude como su mascota amaestrada, incluso ante clientes y proveedores. Sin embargo, prefería no llevarla vestida así a otros lugares.

Un día que estaban en casa, jugando con los pezones saturados de Jude, le propuso salir a cenar y bailar. Jude aceptó encantada y empezaron a comentar que debía ponerse. Como siempre que estaban las dos retozando, Jude estaba con las manos detrás rezando en la postura favorita de ambas, totalmente relajada con los pechos bien expuestos y mientras Rebeca abstraída presionaba las puntas de los pezones de su concubina entrenada. A veces estaban varias horas así, charlando, debatiendo o incluso viendo una película. Lo único que alternaba era la forma de sentarse de Jude, pues a Rebeca le gustaba acariciar los perfectos muslos o disfrutar del triangulo virginal de su amante. Así que Jude se sentaba con los muslos pegados y los pies hacia atrás o con las piernas cruzadas, en ocasiones en postura de loto o con las piernas desplegadas hacia, aunque casi nunca con las piernas abiertas, señalando que sus labios vaginales se mantendrían fuera del erotismo de ambas, como si llevara un cinturón de castidad invisible.

En un telepático y casi tácito acuerdo, decidieron que llevaría los anillos en el trabajo. Ambas estaban excitadas por ello, pudiéndose apreciar en Rebeca una ilusión infantil desproporcionada. Jude estaba sorprendida de lo poco que Rebeca le colocaba los aros y salvo el uso matutino y algún fin de semana disperso. Hoy sería diferente. Además, Rebeca parecía algo inquieta. Jude, comprendiendo que algo importunaba a su ama, se atrevió a preguntar. Rebeca le ofreció un nuevo presente, abriendo un armario y sacando unos zapatos de ciencia ficción. Su tacón parecía más alto que el habitual de quince centímetros que llevaba en casa y tenían una peculiaridad: un anillo para el dedo gordo y otro para sujetar el talón. La suela, que se elevaba en una pendiente imposible, era negra y consistía en un sustrato fino de metal lleno de crestas irregulares y agujeros. El pie parecería casi descalzo desde ciertos ángulos. Y ciertamente estaría extendido, alargando las piernas y llevándolas hasta el cielo. Jude no comprendía el embarazo de Rebeca hasta que empezó a ponerse las altas sandalias. El anillo del dedo gordo era como los que llevaba ahora en los pechos, lleno de hendiduras emisoras de resonancias sincronizando la frecuencia de sus nervios. Era diferente, resultado menos rígido y permitiendo el paso del dedo, para luego cerrarse y encerrarlo como un lazo anudado en la base. Sin contar que este dedo llevaría parte del peso del cuerpo, soportaría ademas los microcortes y probablemente la resonancia eléctrica de los nervios estimulados. Así que parte del agarre se realizaría en las microhendiduras. Sin querer mostrar miedo a Rebeca, se ajustó el zapato derecho introduciendo el dedo, que inmediatamente sintió los pinchazos en los lados, mientras atravesaba el anillo, cerró la abrazadera metálica y bien ajustada del tobillo y se encaminó a por el otro zapato. Una vez puesto en su lugar, la rigidez del anillo resultó mayor de lo que pensaba, aún maravillada de que su dedo hubiera podido atravesarlo. Quería ponerse en pie con un sólo gesto. Rebeca, leyendo sus pensamientos, se lo impidió y le dijo que si los aceptaba, quería que los llevase siempre tanto en casa como en la oficina, pero debía elegir ahora. Que caminase por la casa unos pocos minutos. Jude se apoyó en una silla para levantarse y en cuanto que los dedos gordos de los pies soportaron el peso, supo lo difícil que sería caminar con estos zapatos. Unos centímetros causaban una enorme diferencia en sus piernas, que parecían extremadamente torneadas y en su culo, que sobresalía con amplitud, excitándola. Los talones elevados al máximo, mientras los pies los sentía casi descalzos, curiosamente, Los anillos empezaron su incansable trabajo emitiendo resonancias eléctricas, desde la punta de los dedos, la suela de los pies y subiendo por las piernas hasta juntarse cerca de su clítoris por delante y por la grieta de su perfecto culo por detrás. Llegó a pensar que una cadena ahí, entre sus piernas, emitiría calor. Incluso sintió ligeramente la corriente alcanzar los anillos de los pezones. Supo o intuyó que empeoraría con el tiempo. Rebeca la besó al instante y comenzó a jugar con los endiablados pezones, doblemente activos con los anillos. Los dedos de Rebeca, eléctricos para la sensibilizada piel de Jude, emitían torrentes que iban desde los pezones a los pies ramificándose en el recorrido. No sólo los anillos en los dedos gordos de los pies lastimaban y erotizaban a Jude, también las crestas en la suela de metal contribuían con su labor. Rebeca le habló del material de los anillos y que su misión era hacer consciente al portador de, estimulando y equilibrando las ondas que recibiese. También le explicó que los anillos de abajo estaban algo atenuados en relación a los que llevaba en los pechos para simplemente crear una red secundaria, además de ser muchos más flexibles. Los pechos seguirían siendo el principal objetivo del caudal en el río de su sistema nervioso estimulado.

Llevaba Jude menos de cinco minutos en los zapatos y ya estaba agotada. La curvatura era excesiva, los anillos extremadamente molestos, la corriente insidiosa y el motivo parecía trivial. Sabía que Rebeca estaba más pendiente de sus pechos que de sus pies o sus piernas, aunque le gustasen. Y ya resultaban atractivas sus piernas con los zapatos que solía llevar. Rebeca le agarró el culo realzado y le giró al máximo las caderas. Las piernas y los pies tuvieron que soportar el cambio de peso y la tensión. Los dedos se quejaron y los nervios emitieron un sollozo electrónico que reverberó por la suave piel de Jude, desde la punta de los pies hasta los pechos. Entonces supo que lo intentaría por Rebeca. El inmenso estímulo la ayudó a decidirse. Había bastado un giro de cadera de su amante.

No pudieron salir esa noche, entre los orgasmos de Rebeca y el cansancio acumulado de Jude. Se quedaron dormidas en el salón. Jude durmió calzada y con los anillos en los pechos.

Capítulo 5. -

Los nuevos tacones fueron muy celebrados en la oficina. Las chicas los miraban con fruición, mientras que los chicos se quedaban maravillados de las curvatura y la elasticidad alcanzadas por las piernas de Jude. Hoy mostraba las piernas al máximo gracias una falda corta y ajustada, de color rojo oscuro y un top de ante, elegante y pesado, cortado de manera que se introducía a través de la cabeza y quedaban dos partes colgando: una a la espalda y otra en el frontal. Sin necesidad de grandes esfuerzos, por los laterales se veían los pechos, al menos, si Jude se inclinaba levemente. Unas cadenas cubrían el borde de la prenda a los lados. Las cadenas, ademas de pesadas, terminaban en unos bolas grandes que se movían al mínimo gesto de Jude. El ante era liso y aterciopelado por el exterior. Algo rugoso y basto por el interior. Por la espalda unas tiras de seda alargadas rozaban e incitaban con cada rozamiento y por delante los pechos se peleaban con unos pequeños aros metálicos que cubrían la zona por el interior en una especie de sujetador diabólico. Los impulsos eléctricos resonaban por todo su cuerpo.

Lo último que se ponía Jude al salir de casa, era el top dispuesto por Rebeca, siempre empezaba por los tacones con aros, como les gustaba llamarlos en la oficina, la falda, los pendientes y el top. Así se evitaba el roce mientras se ajustaba su vestimenta. En este caso, en cuanto el top estuvo colocado, sus pechos y sus pezones empezaron a emitir corriente, destinada a sus pendientes y a los anillos de sus pies. Ya llevaba tres meses con los zapatos nuevos y podía aguantar todo el día con ellos. Sus piernas estaban tan erotizadas que continuamente rogaba a Rebeca que las acariciase y secretamente disfrutaba de que los hombres del trabajo moviesen los ojos de abajo a arriba y viceversa, en un alarde fantasioso e incesante. El roce de la falda en sus muslos era un constante recuerdo de su pubis abandonado. Las corrientes que iban y venían de pezones a pies, mandaban señales a su clítoris y a sus labios vaginales con cada roce de la falda, con cada golpeteo de sus pies, con cada giro de cadera y naturalmente con cada meneo, imposible de parar, de sus pechos. Más el secreto compartido entre ambas, consistía en que cada roce de sus pezones con la tela era un entrenamiento para Jude, una forma de estar más excitada cuando Rebeca decidiese con un gesto espontáneo robarle la electricidad acumulada. Siempre lista y dispuesta, sexy y erotizada. Mostrando la excitación sin rubor alguno. Una amante deseosa, sus pensamientos orientados a su ser amado. Abierta, disponible y expectante.

Alternaba tops, faldas y zapatos. Rebeca había decidido diseñarle calzado extra para evitar que se habituase. Todos eran negros, con el anillo simbólico, pero con diferentes terminaciones y resonando a distintas frecuencias, aún así los nervios de sus pies y piernas continuaban sin transmitir a la misma intensidad que sus pechos y sus pezones. También variaba la textura de la suela. Todos excepto un par, le hacían sentir la planta del pie descalza, un contradicción teniendo en cuenta la posición forzada del pie. La disposición de las hendiduras y la profundidad variaban, de forma que siempre terminaba recordando dolores olvidados de días anteriores.

Llevar estos zapatos enfocaba a Jude a buscar motivaciones eróticas en otras personas. Para Rebeca eran un objeto de exhibición, más que otro artilugio erótico. Sus piernas siempre estaban desnudas, sus pies casi siempre, excepto las suelas en alguna ocasión. Los brazos también. Sin embargo, prácticamente nadie le miraba los brazos, mientras sus excelentes piernas no dejaban de ser contemplados. Algunos de los hombres de la empresa, que llevaban tiempo devorándola con la mirada casi cada día, no se cansaban y al menos esto le obligaba a realizar sus ejercicios con cierta devoción. Quería con todas sus fuerzas ser contemplada y deseada, sin contrapartidas. Sentirse sexy y deseada ayuda a superar el esfuerzo y el dolor.

Capítulo 6.-

Un día cualquiera, una hora cualquiera. Rebeca había salido y siendo la hora de comer, la oficina estaba bastante tranquila. Jude se encerraba en el despacho y hacia ejercicios destinados a mantenerla en forma y erotizarla sin satisfacerla. Desde hacía tiempo, sólo se levantaba una hora antes que Rebeca, pues era suficiente para realizar sus ejercicios y mantener la excitación permanente en sus pezones, entrenados con el doble triángulo de cobre y seda o viceversa, quedando el aluminio postergado a momentos ocasionales. En la medida de lo posible, todos los ejercicios los realizaba con el calzado puesto, así como los pendientes, que sólo se quitaba al final del ejercicio para ducharse. Se los volvía a poner, tanto zapatos como pendientes, antes de despertar a Rebeca y ofrecerle su caudal eléctrico de erotismo.

Como complemento, en cualquier momento del día, si se presentaba la ocasión, Jude debía ejercitar una o varias tablas, con las mismas condiciones que por la mañana en casa, completa dedicación, perfección en la ejecución y mente en el lento presente. La variación era la ropa, que llevaba puesta. Sólo debía cambiarse la falda, para no mancharla en ejercicios de suelo. Una vez con el cerrojo echado, sacaba del cajón la doble cadena, se la colocaba una de ellas estrechando sin respiro su delgada cintura. La otra estaba destinada a ser conectarse por detrás, atravesaba la ranura entre sus piernas y la enganchaba por delante. Instantáneamente su labios vaginales, su clítoris y su culo lloraban por el trato recibido, debido a lo ajustada que quedaba. Luego enganchaba dos trapos de seda roja a las cadenas, cubriendo a duras penas culo y muslos. Las sedas quedaban como una falda con aperturas laterales. No molestaban a la hora de moverse.

El primer ejercicio que realizaba era agacharse hasta quedarse en cuclillas, mantenerse treinta segundos quieta, levantarse, esperar treinta segundos y volver a empezar. Debía hacerlo treinta veces.

Jude había desarrollado un peculiar talento a la hora de realizar el ejercicio. Para empezar, la fuerte presión ejercida en los dedos de los pies, mayor en el dedo gordo, con su anillo emisor de resonancias, disminuía y sus talones quedaban más presionados. La capa, capas, visillos o telas que llevaba rozándole los pechos debía despegarse mientras se inclinaba y volvía inexorablemente a los mismos deseosos pezones en cuanto la espalda recuperaba su posición vertical. En ese momento, la electricidad discurría de los dedos de los pies a las nalgas y el pubis a mayor velocidad gracias a la cercanía que proponía la postura. La cadena entre las piernas acumulaba o distribuía sus torbellinos eléctricos y las nalgas que estaban muy cerca de los talones quedaban forzadas al máximo. La seda de delante emitía su estática mientras bajaba, rozando sutilmente los muslos, la seda de atrás quedaba en vertical, mostrando su culo al mundo. Al levantarse, ahora ya sin ayuda de ninguna clase, de forma lenta y pausada, la presión volvía al dedo gordo, la corriente emitía suaves resonancias eléctricas, las piernas se elevaban llevando los electrones cargados, la cadena rondaba sus labios vaginales y la hendidura de su culo, la seda de la falda de delante volvía a acariciar sus muslos y la falda de atrás se pegaba a sus nalgas extendidas, perdiendo y recuperando sus pechos contacto con la tela que la cubría, como homenaje a su ama en nuevo ciclo de excitación.

Un segundo ejercicio, realizado desde el suelo, consistía en doblarse hacia delante, con las piernas estiradas y contemplar sus pies extendidos y los anillos aprisionando los dedos gordos de cada pie. La cadena tiraba al máximo entre sus piernas, sus caderas se elevaban así como su culo y sus pechos se separaban de la tela protectora y tocaban sus muslos. De alguna manera los anillos parecían comunicarse entre sí y la débil corriente entre ellos parecía crecer a medida que la distancia entre ellos decrecía. Sus pezones disfrutaban del contacto con su propia piel o sentían la seda de la falda según las ocasiones. Sabía que sin lugar a dudas este debía ser el movimiento más erótico para un hombre.

Si no tenía tiempo para más, se quitaba los trozos de falda, la cadena de entre las piernas, la gran cadena o cinturón y antes de ponerse la falda del día se limpiaba con una toalla mojada y se colocaba un poco de crema. Ese era uno de los pocos momentos en los que tenía permiso para tocarse.

Transcurrían los meses, ya hacía casi dos años que estaba con Rebeca, y ciertos automatismos se iban incorporando a la relación. A Rebeca le gustaba relajarse con su concubina varias veces al día, si la ocasión era propicia, siempre en algún rincón, no necesariamente en el despacho. Por su parte, Jude trataba de anticiparse a los deseos de su ama y si era posible excitarla. Como acuerdo tácito, salvo en contadas ocasiones, Rebeca no recibía un orgasmo en la oficina, pues no le apetecía desnudarse allí o ser molestada justo en el instante inadecuado. Como Jude, estaba casi desnuda, disponible y dispuesta en todo momento, bastaba un gesto de unos segundos o unos pocos instantes robados al trabajo para reforzar lazos entre ambas.

Jude había aprendido a moverse en sus zapatos con gracia e intensidad, robando las miradas y acaparando el asombro de todos. No tuvo más remedio que renunciar a la rapidez. Todo le obligaba a ir despacio. El golpeteo con la punta de los pies o con los talones emitía suaves ondas que llegaban a su nuca o a los lóbulos de sus orejas, atravesados siempre por atractivos pendientes metálicos dorados o plateados que solían acariciar sus hombros desnudos. La corriente transcurría de abajo arriba atravesando las largas piernas, y dividiéndose a veces por delante, a veces por detrás, pasando por vientre, labios vaginales, clítoris o nalgas y su excelsa grieta, espalda, pezones y pechos. Llegaba hasta su cuello y no siempre se detenía allí. Según los zapatos que llevase o el momento del día, nunca sabía por qué, los anillos de los pies la polaridad cambiaba y la corriente transcurría en sentido inverso, desde los lóbulos hasta la punta de los dedos gordos de los pies.

La lentitud era también necesaria para evitar que el roce de su falda le excitase demasiado los muslos, siempre ansiosos de caricias y portal presentación de su vagina desatendida. Sin contar el roce en sus nalgas. Sólo un movimiento milimétrico le permitía mantener la excitación en sus nalgas a raya, inevitablemente presentadas y alzadas gracias a los tacones metálicos de diecisiete centímetros.

Y lo más importante era evitar el movimiento descontrolado de cualquiera de sus tops. Consideraba una de sus principales misiones evitar la excesiva excitación de sus pechos y sus pezones, expuestos desde la mañana a los anillos en la base de sus puntas erguidas y rozadas sin descanso por la tela o telas de su top o blusa. Jude trataba por todos los medios de esperar a su ama, para ser excitada y sin embargo, todo su cuerpo, su vestimentas y sus movimientos conducían al efecto contrario.

Existía, como particular excepción, un movimiento que debía realizar con cierta rapidez, el caminar recto, como forma de proteger su decencia. Cada paso que daba elevaba en demasía su siempre corta falda o movía en exceso la tela que sólo se posaba levemente en sus pechos exaltados. Se había acostumbrado a esa excitación de fondo y la consideraba un pequeño precio a pagar para hacer disfrutar a Rebeca. Con cualquier tipo de giro, de cintura, de los senos, de cadera o de rodillas trataba de vigilar el movimiento al máximo, así como a la hora de sentarse o levantarse. Era en estos momentos cuando más expuesta estaba, otorgando a los demás unos instantes con sus pechos desnudos alejados de la tela y sus pezones erguidos mostrándose con esplendor y orgullo. Lo que no se imaginaba nadie es que para Jude resultaba casi imprescindible desnudar los pechos y hacer respirar a los pezones, pues el rozamiento de la tela y las corrientes producidas los mantenían casi siempre calientes e hinchados. Así que cuando recobraban la libertad y la soltura sin límites, recibían el aire fresco como maná del cielo. Jude deseaba con todas sus fuerzas, cuando estaba a solas, inclinarse ligeramente hacia delante y dejar libres a sus pezones. No lo hacía, pues su ama quería que estuviese bien erguida, presentado los pechos como si en todo momento estuviera presente, completamente preparada para ser acariciada o pellizcada aún si Rebeca estaba de viaje a miles de kilómetros. Esos instantes de libertad de sus adoradas puntas de lanza, sólo debían recobrar la libertad por gestos necesarios e imprescindibles, limitando la exposición de sus pechos y pezones a los demás, como si dijeran: Mi ama desea tenerlos a su disposición sin tener que quitarme la ropa o preocuparse de una tela que se interponga o incómoda de ser retirada.. Es mi deber que sea así. También desea que podáis apreciar durante un fugaz momento mis atributos, sus objetos de deseo. Y es mi obligación estar dispuesta a ello.

La práctica hace milagros y ambas mujeres buscaban los momentos para recordarse su amor. Jude recordaba un día en concreto, acabada una reunión, en plena sala de juntas, con la puerta entreabierta, Rebeca agarró su estrecha cintura y la llevó a la esquina más alejada de la entrada pero en la pared del mismo lado, lo que impedía que alguien pudiese verlos desde fuera. Debería entrar al interior para sorprenderlas.

El gesto cogió por sorpresa a Jude, cuyos pechos bailaron hacia un lado, y la tela de su top suelto oscilando hacia el otro. Era un día que llevaba un top de seda que particularmente era tenaz en su deseo de no pegarse a sus pechos, debido a su ligereza, lo que obligó a Jude a estar bien quieta casi todo el tiempo.

Con ese top rozando, sus pechos y pezones sentía chispas. Y con el giro, un nuevo estimulo se añadió a sus pezones siempre a la expectativa por si Rebeca decidía acariciarlos. Se besaron y Rebeca se colocó de espaldas a la pared apoyándose. De forma habitual, una vez besándose, Jude ponía sus manos en el cuello de Rebeca, en otro gesto de ofrecimiento de su cuerpo. Inmediatamente inclinaba su pecho todo lo que podía alejando la tela, inhalando sus pezones el frío del ambiente y esperando con anhelo los dedos de su amada. Jude esperaba un tiempo prudencial, como medio minuto antes de volver a limitar sus pezones en la prisión de la tela. Sus pies, siempre que se besaban de pie, los tenía juntos con una doble intención, juntar los anillos potenciando sus efectos y mantener sus piernas cerradas indicando que su clítoris quedaba prisionero entre sus muslos como un tesoro cerrado e inalcanzable por decisión propia. Apoyaba sus pies en la parte delantera, en sus dedos, perdiendo el lujo del talón y creando una nueva tensión y aumentando la corriente de sus anillos. Al volver la tela a rozar sus pezones, giraba ligeramente las rodillas y las caderas, siendo inevitable que la falda se moviese. Luego giraba ligeramente la cintura y los pechos, incitando a sus pezones a pasearse entre la estática de la seda. Y seguía disfrutando de los dedos de Rebeca estuvieran donde estuvieran, en ese instante jugando con los lóbulos de las orejas de Jude, mientras las tormentas de electricidad recorrían su cuerpo. Cada cierto tiempo, Jude volvía a ofrecer sus pezones inclinándose y liberándolos. Y si su ofrecimiento era ignorado, los volvía a encerrar en su frágil prisión mientras las ondas de excitación crecían. Con sus propios movimientos y su inoportuna expectativa, se excitaba hasta el paroxismo, y la frustración crecía sin límite.

Jude recordaba el día en la sala porque debía de llevar veinte intentos cuando por fin los dedos de Rebeca rozaron sus pezones, mandando la corriente por todo su cuerpo. Estaba al borde del agotamiento, con los talones sin tocar el suelo y sus pezones ansiosos. En ese momento al parecer entró alguien y Rebeca simplemente bajó las manos y deshizo el beso, mientras Jude bajaba los talones, quitaba las manos del cuello de Rebeca y deshacía su ligera inclinación, llevando a sus temidas sedas a sacudir y aprisionar de nuevo los hinchados pezones, mientras la corriente mandaba señales de socorro, desplegando nuevas vías de entrada al clítoris y a los pies. Jude se olvidó de la norma de la lentitud y giró en redondo, ofreciendo sus pechos al consultor que venía buscando a Rebeca. Los pezones inhalaron el fresco y e instantes después apreciaron la textura de la seda mientras nuevas corrientes se generaron desde los pezones y los senos espectacularmente erguidos.

En otra ocasión, al girar la esquina que provenía del aparcamiento, en la escalera antes de entrar en la oficina, Rebeca la besó y en cuanto los brazos de Jude rodearon su cuello, los dedos de Rebeca pellizcaron los pezones. Jude iba a tener el orgasmo cuando recibió los tirones en la punta de sus pezones. Rebeca dejó el beso, Jude bajó los brazos y se irguió permitiendo a su top de ante por debajo y cuero grueso por encima, que cubriera con un golpeteo los pechos excitados.

Jude tuvo que aprender a base de errores a decidir cuando debía ofrecer los pechos sin demora. Si Rebeca la besaba en la boca, tenía que intentarlo mientras continuaban en esa posición. Sin embargo, en otras muchas ocasiones, no sabía que hacer. Con el tiempo y las equivocaciones que suponían muchos pellizcos y frustraciones, comprobó que si las manos de Rebeca estaban acariciando la cara, los hombros, las orejas o los lóbulos, la espalda o por debajo del ombligo, debía mantenerse bien erguida y en contacto completo con la tela. Si las manos se acercaban a sus pechos o tocaban por encima del ombligo debía inclinarse con rapidez. Como solía tener los ojos cerrados, desarrolló una cierta especie de instinto. A Rebeca le resultaban especialmente excitante sentir como la tela se alejaba de los pezones de Jude, mientras unos pechos bien erguidos hasta unos segundos antes se ofrecían en toda su inmensidad y esplendor. Y los pezones, irritados y esperando la atención casi rogando, eran por fin pellizcados.

Capítulo 7. -

Rebeca reajustó las condiciones de nuevo. Una noche, con Jude en la postura de manos rezando atrás, le indicó que probarían los anillos algo más pequeños y con más hendiduras. También quería mejorar los aros en los pies y que una vez se hubiera acomodado a los anillos más pequeños, introducirían nuevos aros en sus zapatos.

Los nuevos anillos además de hinchar más los malogrados pezones de Jude, crearon corrientes todavía más fuertes. Durante semanas, Jude recibía fuertes pellizcos cada vez que Rebeca se acercaba a ella, en cuanto se encontraban a solas en cualquier despacho. Siempre llevaba el mismo top, una mezcla de cuero raído con tachuelas de cobre por la parte interior. El cobre creaba corrientes muy intensificadas por los nuevos anillos y las tachuelas simplemente rozaban pezones y pechos, para aumentar la sensibilidad de Jude a los pellizcos.

Rebeca le dijo que desde ese momento, en cuanto estuvieran a solas debía ofrecerse para recibir pellizcos, liberando sus pezones y si recibía respuesta levantando el top y llevando la tela hasta los hombros con los codos bien echados hacia atrás. Una vez Rebeca hubiera terminado, debía soltar el top de golpe.

Una vez adaptada a los nuevos anillos para los pechos y los pezones, los zapatos cambiaron progresivamente, incorporando unos nuevos aros con el doble de hendiduras, aunque manteniendo el diámetro original. Jude sabía que las corrientes generadas haría diabluras con sus piernas y su ingle. Sin olvidar sus nalgas. Una mañana cogió con sorpresa una nuevas sandalias que además de los consabidos salientes llevaban aros de cobre en la suela y supo que sus pies recibirían andanadas de electricidad de manera similar a sus pechos.

Ya en el trayecto al coche, sintió como la electricidad subía sin control hasta su cuello, mientras sus pechos recibieron parte del estimulo, debido sobre todo a los nuevos anillos sin olvidar que el top de hoy tenía varias particularidades. Tenía dos paneles de seda, uno muy fina y que era como una malla que los pezones atravesaban sin dificultas. Un segundo panel de seda era rugoso y rígido. Jude comprobó cuando se puso el top que la malla interior se alejaba de la tela anterior, generando estática en los bordes del pezón a casi medio centímetro de la punta, que recibía el impacto rugoso. Los pechos obtenían una mezcla de ambas sensaciones. Otro panel recubría a la seda, era de caucho rojo y brillante. Pero por primera vez, los paneles no estaban unidos o cosidos en el borde. Cada uno de ellos se movería independiente.

Así pues cuando salió del coche, sus pies sobrexcitados, unidos a sus pechos alimentados de corrientes difusas y constantes, la tenían al borde la extenuación. Después de cerrar la puerta del coche, Rebeca llevó sus manos a los pezones de Jude, quién apenas tuvo tiempo de inclinarse para recibir los dedos de su ama. La electricidad acumulada en sus pezones fue recolectada por los dedos de Rebeca. Después de acariciar los pezones, ahí mismo, en medio del aparcamiento, los pellizcos que recibió mandaron la corriente generada directamente a los anillos de los pies, mientras el clítoris se extendió sin remedio, a pesar de estar completamente presionado por las piernas cerradas de Jude. En el ascensor, Jude volvió a inclinarse para recibir en sus pechos nuevos pellizcos que siguieron enviando mensajes eléctricos a todo su cuerpo.

La preparación para la fiesta fue exhaustiva. Rebeca le explicó que sería los próximos días serían importantes para ambas. Un anuncio al mundo del compromiso de Jane con ella. Mostrarse como una fantasía viviente. Convertirse en un cuerpo, pensar desde él. Dejaría de ser una cautelosa mujer a la hora de moverse, se despreocuparía por completo. Alimentaría el erotismo, el suyo y el de los demás. Para ello, se convertiría en una nueva mujer, con las nalgas, las caderas y los pechos sincronizados al ritmo de la música. Abrazaría y bailaría con todo el mundo, se dejaría admirar y permitiría que todos se sintiesen a gusto observando su cuerpo semidesnudo. Debía considerarse a si misma desde sus piernas, sus pechos, sus nalgas y su espléndida cintura, transmitir a su alrededor que se sentía bella y hermosa. El erotismo debía ser desde ese momento su credo.

Jude, desbordada, se levantó y abandonó su postura habitual con las manos detrás y se acercó al gran espejo. Durante unos minutos se contempló a sí misma. Puso música, elevó el volumen y empezó a bailar y observarse en su reflejo. Cuando se cansó, miró a Rebeca y asintió.

Rebeca le buscó un vestido espectacular y le conmino a bailar con todo el mundo. Celebraban la adquisición de un rival comercial gracias a la mejora de ventas de los últimos años. El crecimiento de la empresa rondaba el 30% anual según le explicó Rebeca. Eso suponía que en el futuro debería viajar más a menudo y deseaba que le acompañase. También le explicó que consideraba éste el momento más adecuado para exhibirla de manera acorde a la concubina erótica que era.

Más "acorde" era un top gris plateado de caucho brillante y rígido. Era especialmente corto, llegando exclusivamente a la base de los pechos y poco ancho, mostrando los orgullosos senos desde cualquier ángulo. Los pezones no se veían gracias a que el caucho se pegaba a los senos, pero los inevitables movimientos terminaban por proporcionar al espectador la contemplación de los mismos, erguidos y excitados como siempre. La falda estaba compuesta por dos trozos de tela. La parte delantera una tira larga que llegaba casi hasta sus tobillos y consistía en un simple triángulo cuya parte más ancha comenzaba en su pubis y se iba estrechando lentamente. La parte trasera era bastante más ancha y menos larga, y cumplía con nulo éxito a la hora de cubrir decentemente su culo realzado. De hecho, desde los lados las nalgas desbordaban el exiguo trozo de tela que se estrechaba y acortaba con rapidez.

En resumen un triángulo isósceles alargado y estrecho por delante y otro equilátero por detrás. La tela era igual que la de la de la parte superior y el caucho al moverse golpearía con fuerza y según como realizara el movimiento la parte trasera se elevaría de uno u otro lado sin esfuerzo aparente en una mágica contracción de la gravedad. La parte delantera quedaría casi pegada al pubis y rozarían alternativamente una u otra pierna. El conjunto estaba sujeto por una cadena plateada, a juego con sus pendientes y a sus zapatos que eran plateados en vez los habituales negros. La cadena parecía muy ligera y descansaba el lo alto de sus caderas. Siendo el trozo de caucho trasero tan exiguo, si la cadena se elevaba las nalgas quedaban más descubiertas. En consecuencia, Jude estaba obligada cada cierto tiempo a bajar la ligera cadena, que también incumplía la ley de la gravedad y tendía a subirse a la cintura. El conjunto era una combinación de la plata del vestido y las joyas y cuyo único cometido era realzar el suave dorado de la exuberante piel de Jude.

Por primera vez en bastante tiempo los anillos en los dedos gordos de los pies de Jude no eran los habituales con sus hendiduras y resonadores. Esta vez eran cordones de plata que le permitirían soportar mejor el baile o el trasiego continuo en la fiesta. Los aros de los tobillos eran los mismos de siempre pero bañados en plata tanto por el borde interior como por el exterior.

Con estos zapatos, Jude podía presionar un poco sin que los dedos se quejasen, aunque no notó demasiado diferencia respecto a las corrientes que sentía fluir por sus piernas. Las telas, por la parte interior estaban recubiertas por una aleación que incluía plata, material conductor y que repartían directamente a su piel los electrones. Allá donde estaba recubierta, sentía sutiles escalofríos que erizaban y erotizaban todo su cuerpo, mostrándolo todavía con mayor atractivo. El único lugar dónde la tela no tenía cubierta interior era el triángulo de su pubis, aunque la corriente atravesaba casi por igual tan acostumbrada que estaba a ese camino.

Las chicas llevaban vestidos atrevidos. Lucían sus bonitas piernas, algún escote y hombros desnudos. Los tops tenían cierta semejanza a algunos como los que ella había llevado, salvo el sutil cordón que atravesaba la espalda e impedía que el top se alejase de sus pechos. Le resultó gracioso que un simple cordón supusiera tanta diferencia.

Todos los hombres agradecidos de la oficina contemplaban sin cortapisas los pechos que siempre vislumbraban fugazmente cuando el top se alejaba de sus pechos. Y ahora casi no necesitaban aguardar a que los pezones pudiesen ser contemplados por igual. También disfrutaban de sus piernas casi en su totalidad, sin la cotidiana falda corta. Los laterales de Jude estaban completamente desnudos salvo los aros de los pies, la cadena cerca de las caderas y los pendientes que colgaban de los lóbulos de sus orejas.

Jude no sabía como reaccionar a su exhibición pública. El desvelo de sus pechos en la oficina siempre era fuente de recato para ella y lo consentía, sin fomentarlo o promoverlo, exclusivamente por que así lo quería Rebeca. Ahora debería ser ella misma la que eligiese descubrirse. Hacerlo de manera voluntaria, consciente y con ganas de erotizar y sentirse erótica. Si entendía correctamente a Rebeca, un nuevo vínculo se crearía entre ambas, basado en la energía sexual de Jude y su cuerpo seductor. Su erotismo mostraría a todos las ganas que tenía de ser cortejada por Rebeca, aunque nadie imaginase la verdadera relación entre ambas.

La propia vestimenta marcaba los trazos de su nueva imagen. Desde que se quitó la chaqueta a la entrada del hotel, comenzó a saludar a todos con besos y sonrisas. Se inclinaba lo suficiente para permitir la observación indiscriminada de su frontal, ya expuesto en su mayor parte. Y su caminar era más dinámico, agitando la tela que a duras penas recogía sus nalgas.

Bailó sin recato, dejó que su armonía femenina fluyera. Los pechos se agitaban levantando la exigua tela, mostrando al mundo sus pezones, mientras su cintura, sus caderas y sus nalgas marcaban el ritmo.

Entre baile y baile, se sentaba entre las compañeras de trabajo, en los amplios butacones. Para evitar que se rompiese su tela de atrás, la retiraba con cuidado antes de sentarse, mostrando su culo sin modestia antes de aposentarse en contacto directo con el cuero del asiento. Allí sentada, con las piernas extendidas y su triángulo plateado dibujando el perfil de su pubis, dejaba que recreasen la vista en su cuerpo. Mantenía el pecho bien erguido y sus hombros hacia atrás, un hábito adquirido ya hacía tiempo. De cuando en cuando, se inclinaba hacia delante a recoger su vaso y beber unos sorbos. La tela de su top se inclinaba y mostraba los pezones sin intento alguno de esconderlos. Se mantenía así un buen rato mientras conversaba.

Después de unos bailes se sentó en uno de los asientos elevados del bar, mientras platicaba con Peter, el excelente director de marketing. El panel posterior de Jude se mantenía tocando el taburete, separado de sus nalgas, expuestas en su totalidad salvo la parte inferior que tocaba el asiento. Las piernas bien cruzadas, mostrando los muslos de la forma más atractiva para su interlocutor. La tela de delante pegada y resaltando ambas piernas. Jude se mantenía erguida y el tejido separado de su pecho. No le hubiera costado nada erguirse un poco más y ocultar los pezones, sin embargo, con ese despliegue esperaba cumplir con los deseos de su ama, estar desnuda, dispuesta, accesible y erótica.

Capítulo 9. -

La mañana siguiente durmieron hasta tarde. Y por primera vez, Jude no realizó sus ejercicios diarios. Al despertarse Rebeca, la satisfizo como de costumbre y bajaron a almorzar. Jude llevaba tres pañuelos, los tres del mismo tamaño y cinco cadenas. La cadena superior la llevaba ajustada al cuello y por los lados bajaban dos pequeñas pinzas que sujetaban el pañuelo, que era un cuadrado de seda rojo a todas luces transparentes. El pañuelo sólo llegaba hasta unos centímetros por debajo de los pezones, cubriéndolos sin llegar a taparlos. Los laterales y la parte inferior de los pechos quedaban al descubierto. La parte superior quedaba oscurecida sin llegar a ocultarse. Otra cadena más pesada se sujetaba con pinzas a la parte inferior del pañuelo, en teoría para estirar la tela y evitar que se despegase en demasía.

Para la parte inferior, una cadena colgaba por debajo de las cadenas y conectada a ésta, las pinzas que sostenían un pañuelo idéntico al de arriba. Rojo, casi trasparente, incapaz de ni siquiera tapar las nalgas enteras y una cadena tirando para abajo. Exactamente igual por delante. Al ser los pañuelos tan poco anchos, las piernas quedaban totalmente desnudas por ambos lados. La cadena tenía que quedarse por debajo de las caderas para que los pañuelos pudiesen ocultar mínimamente las nalgas. Por ello, a cada paso los pañuelos se movían ligeramente.

Jude no llevaba calzado. Después irían a la piscina del hotel y no tenía sentido llevar sus tacones hasta allí. Como hacía en casa en ocasiones similares, mantenía los talones bien despegados del suelo, para maravilla de sus admiradores, ya sentados en las mesas del comedor.

El lunes siguiente, estaba bastante excitada. Rebeca, como sospechaba, le dijo que su nuevo yo público conllevaría nuevas normas. En el ambiente de la oficina mantendría parte del recato antiguo, se movería buscando armonía y seducción, sin llegar a descubrir los pechos de manera voluntaria. Se mantendría erguida como de costumbre, salvo que cuando por cualquier razón su top se alejara de sus pezones, y en ese caso, mantendría una inclinación suficiente para que sus senos quedasen completamente descubiertos y esperaría no menos de treinta segundos para volver a pegar la tela a sus pezones. En la medida de lo posible, debía de resultar algo espontáneo, por ejemplo, si se agachaba a recoger un café de la máquina, al erguirse se mantendría los treinta segundos mostrando sus pezones. No le resultaría difícil con sus nuevos tops, todos similares salvo por el color y le sacó uno del armario. Una simple tela de seda terminada en una corta cadenita dorada con pinzas a cada lado sujetaba una trozo rígido de precioso ante morado. Por dentro, seda, lana y cobre. Rebeca le explicó que variaría la disposición interior para motivarla y que agradecería airear los pezones antes de volver a ocultarlos. Y ya siempre llevaría los anillos al trabajo, tanto los de los pezones como los de los pies.

Se colocó el top llevando la seda detrás del cuello y notando como las pesadas cadenas a cada lado tiraban la tela hacia abajo. Las pinzas metálicas que sujetaban la tela quedaban exactamente al principio de cada pecho y sospechaba que ayudaría a atraer la electricidad a esa zona. Como la seda que rodeaba la nuca no era rígida, las cadenas se cerraban a lo ancho al moverse hacia la curvatura interior de los pechos mientras el top, algo estrecho no terminaba de ocultar las mamas por los laterales. Mirándose a través del espejo, los pechos aparecían claramente a cada lado, aunque no tanto como en la fiesta. Pero no hacía falta esforzarse demasiado. Era muy erótico y provocativo. Además, las ligeras cadenas no ayudaban al conjunto, que se movía con mucho más libertad, debido al peso del ante. Dio un paso con la lentitud acostumbrada y la cadera transmitió el movimiento a su cintura, quién a su vez movió uno de los pechos, elevando ligeramente la tela de ante de ese lado, débilmente colgada por la cadena. Hasta sintió en la nuca un ligero movimiento de la seda. Y el lateral había quedado algo más descubierto. Lo peor es que recibió varias corrientes, una mescolanza de señales generadas por la leve fricción de la lana, el cobre y la seda que cobraron impulso desde el pezón y el pecho. Cada paseo crearía una señales que cambiaría día a día según la disposición interna de los materiales y paso a paso con el movimiento sinuoso e impredecible de su cuerpo. Y, desde ahora, al igual que sus piernas eran contempladas sin esfuerzo, lo mismo ocurriría con sus pechos, a pesar de que ella mantendría sus senos erguidos al máximo e inmóviles en la medida de lo posible.

Mantener los pezones y los senos expuestos al menos treinta segundos no era sencillo. No quería contar el tiempo y deseaba integrar el movimiento de forma natural, así que simplemente decidió esperar a que sus pezones le indicasen que debía volver a su postura erguida. Resultó mas fácil de lo que pensaba. Sus puntas ansiaban siempre hincharse al máximo y la tela y sobre todo el roce suponían un límite a pesar de la estimulación y las corrientes en los nervios. Así que en cuanto sentía los pezones inflados al limite y enfriados volvía a llevarlos al redil, al inefable contacto de la lana o de lo que fuera. Pronto se acostumbró a hacerlo sin ni siquiera pensar el ello.

Todo el mundo apreció el cambio en la empresa. Un ligero cambio de disposición de un trozo de tela y una nueva regla de exposición mínima fueron suficiente para transformar el ánimo de una jefa y elevar todavía más la motivación de los trabajadores. Ni uno solo de los hombres entendía como los pezones de la concubina de la directora se hinchaban solos, aunque lo veían con sus propios ojos en ocasiones. Tampoco entendían como unos pechos podían mantenerse tan erguidos, siendo naturales.. Y por qué las piernas de Jude, siempre parecían erotizadas como si una mano invisible las estuviese acariciando.

Cuando coincidían, si Rebeca volvía de una reunión o Jude regresaba de un recado, se daban un beso afectuoso en la mejilla, mientras la erotizada concubina juntaba las piernas desde los anillos de las sandalias hasta la vagina, ponía las manos en la nuca de Rebeca, liberaba sus pezones con una ligera inclinación sin olvidar mantener los hombres echados hacia atrás. Su falda, ya siempre de ante y del mismo color del top, se subía sola y terminaba casi más cerca de las caderas que del borde inferior de las nalgas. Jude no la bajaba hasta que hubiese terminado la sesión. Rebeca cogía los pezones de Jude y los acariciaba sintiendo como la electricidad se descargaba en sus dedos. Y si estaban en la soledad del despacho o sin nadie a la vista, tiraba de los pezones a gusto.

El erotismo del nuevo ritual se convirtió en un nuevo ancla en la vida de Jude. El primero eran sus ejercicios de la mañana, con la estimulación sistemática de los pezones y la tonificación y estiramientos de sus músculos. El segundo ritual era los movimientos de su ama mientras era satisfactoriamente estimulada y saciada cada mañana. El tercero su postura de rezo con las manos detrás mientras Rebeca disfrutaba de los pezones siempre excitados. El cuarto, el inocente beso en la mejilla, que de hecho empezaba siendo una conexión de los anillos de sus pies y se convertía en un maremágnum de torbellinos eléctricos la ascensión de la corriente a través del interior de sus muslos bien cerrados y el doble canal eléctrico por delante y por detrás de sus piernas. En ese instante, que percibía con total nitidez, su clítoris recibía un estímulo y le recordaba que seguía existiendo en pleno desvarío. Y cuando sus labios tocaban la mejilla de Rebeca y los impulsos eléctricos empezaban a derivar hacia allí, debía decidir si inclinarse o no. Para ella, ese el mayor gesto que podía concebir. Mientras que sus sentidos seguían enlentecidos al máximo, su mente debía decidir con rapidez el momento de realizar la suave inclinación. Si no estaban solas o el lugar era de paso, sólo Rebeca podía decidirlo. Si no era así, Jude debía de tratar de adelantarse al beso en los labios de su amada o de las manos rebuscando debajo de la tela. En cuanto sentía los labios de Rebeca sobre los suyos, se inclinaba para ofrecer sus pezones y sus pechos a su ama. El contacto eléctrico abandonaba la ruta de los pies a los pezones y las corrientes buscaban otra ruta al cuello y las orejas, donde las manos de Rebeca solían jugar a sentir el paso de la corriente. Tanto los senos como los pezones respiraban aliviados al contacto del aire fresco y mientras Jude llevaba las manos a la nuca de Rebeca para inmovilizarlas, le costaba reprimir las enormes ganas que tenía de acercarlas a acariciar sus propios pechos y tranquilizar a sus tetillas. Si las manos de Rebeca no pasaban por ahí, abandonaba su posición inclinada y su top se acercaba sus pechos, mientras el contacto eléctrico se restablecía desde los anillos de sus pies a los anillos de sus pechos y los materiales de cobre, seda y lana que retornaban a ejercer su poder. Al cabo de un minuto o dos, Jude volvía a inclinarse para ofrecer sus atributos a su ama complacida sin saber nunca si se decidiría acariciarle las ubres expectantes. Sus pezones hacían de ojos, y si sentía el contacto de los dedos de Rebeca elevaba los talones para acentuar la corriente que iría a los dedos de su amante. Unos dedos que podían rozar durante un fugaz instante antes de desaparecer, girar los pezones al máximo, tirar de ellos o pellizcarlos durante largos minutos. Estos pequeños escarceos para Rebeca suponían una gran excitación para Jude, una especia de simetría opuesta a la excitación saciada de Rebeca durante la mañana. La unión de los labios y la lengua de Jude con la vagina de Rebeca se complementaban al vínculo de los de los pezones de Jude con los dedos de Rebeca y el contraste de las piernas abiertas y relajadas por la mañana de la ama, proseguían en las piernas estilizadas, tensionadas y cerradas de la concubina a lo largo del día. Mientras Rebeca recibía lo que deseaba y casi siempre a las horas establecidas o deseadas, el azar de los tiempos de la oficina o el capricho femenino de Rebeca, marcaban la excitación, la frustración y el deseo de la concubina.

Rebeca no sólo anhelaba mantener erotizada a su amante, sino generar en Jude un estado de frustración, sumisión y necesidad de agradar y gustar a los demás. Que el simple hecho de apreciar su cuerpo esbelto, la hiciese sentirse deseada e indirectamente ansiase los dedos de su ama en ella.

El momento más importante en su opinión fue cuando aceptó los zapatos, exclusivamente para agradar a Rebeca. Las sandalias suponían el adiós a la antigua Jude y el nacimiento de una nueva mujer fuertemente erotizada. Y los sutiles y graduales cambios se acumularon a la par que el orgullo de Rebeca..

Bastaba observar un video de los ejercicios de Jude por la mañana y compararlos con los que había realizado anteriormente. Los movimientos eran más amplios y conectados. Los enormes tacones levantaban obligatoriamente las nalgas, exacerbando su curvatura. Las caderas no tenían más remedio que elevarse en consonancia y girar algo más al realizar cualquier tipo de movimiento de las piernas. Cualquier giro de la cadera se trasladaba a la cintura y ahí al pecho de forma casi hipnótica para un observador. No sólo consistía en la altura desmedida del tacón, ya estaba llevando altas sandalias hacía tiempo, sino cómo debía enfocar la atención hacia los anillos de sus pies, pues el golpeteo debía ser cuidadosamente medido. El impacto de la parte delantera del zapato no debía superar cierta presión o las ondas emitidas por los anillos se asociarían al dolor del propio choque. Para evitarlo, una inclinación adecuada, un golpe seco cerca de la punta, más un rápido descenso del tacón que liberaban en parte la presión de los dedos. El movimiento se trasladaba a toda velocidad a través las largas piernas hasta las caderas que mostraban una cadencia de arriba a abajo y de lado a lado según la pierna que apoyase. El anillo de cada dedo gordo era diferente al de los pezones. Aquí, por cada concentrador, había dos distribuidores. Si en los pezones, las señales irían cavando un cauce cada vez más profundo, en las piernas las señales irían siendo más bien como las corrientes submarinas en un lago, suaves y frías, en contraste al ardor que sentía en sus diamantinas puntas.

Los aros de los tobillos eran de una aleación parecida a los anillos inferiores, pero a mucho menor concentración, encauzando el torrente eléctrico de los pies en unos pequeños lugares determinados. Había dos regiones predefinidas en la parte interior de los tobillos, para orientar la corriente desde ahí por la zona interna de las piernas y los muslos a las ingles. Otro punto predefinido justo atrás llevaría los impulsos al centro de las nalgas y siempre había otros tres puntos al azar, que en ocasiones podían coincidir con alguno de los predeterminados, intensificando más la corriente. Los dos aros de los tobillos eran completamente simétricos, Jude recibía los estímulos de igual manera en cada pierna. Los aros podían usarse en cualquier zapato, así quedaba garantizada la total variedad de estímulos.

Las suelas llevaban pequeñas estrías de distintos materiales, de forma pseudoaleatoria, aunque siguiendo unos criterios de densidad. Estas puntas, muy redondeadas como mesetas, y de una altura de unos pocos milímetros, obligaban a Jude a mantener los pies ligeramente separados de la suela, ayudando a crear en su musculatura una tensión extra que realzaba todavía más sus piernas. La combinación de contactos al azar y la presión suave de estas puntas, reforzaban las corrientes internas desde sus pies hasta la cabeza.

Las suelas actuaban como acumuladores de la energía hasta que cambiaban de polaridad y empezaban a soltarla. Debido a ello, Jude sentía de repente como las corrientes en vez subir desde sus piernas a sus pezones, seguían el sentido contrario. Los movimientos de Jude, inevitables con los tacones que llevaba, provocaban el cabeceo sin par de sus pechos o sus caderas, y las corrientes estimuladas e intensificadas por sus anillos terminaban llegando de nuevo a las suelas, donde un dispositivo electrónico invisible e incansable medía todo tipo de variables inimaginables: presión, voltaje, amperaje, incluso el golpeteo de los dedos al suelo y también el del tacón. El sistema, de forma autónoma evaluaba si Jude estaba suficientemente cansada, decidiendo cambiar el sentido de la corriente, iniciándose un cuenta de atrás aleatoria de uno a quince minutos, que era cuando realmente se ajustaba el calzado al cambio de ciclo. Los músculos y los nervios de Jude, ya conscientes de su cansancio, sentían como la corriente cambiaba su dirección y las corrientes en los nervios empezaban a fluir con suavidad al lado contrario.

Rebeca exigía a Jude la máxima perfección hasta en los mínimos detalles. Ya llevaba los anillos pequeños en los pechos y también los más importantes en los dedos gordos de los pies. Hacía meses que no tenía un orgasmo y las corrientes que atravesaban su cuerpo la mantenían alerta, en celo y frustrada. El top que llevaba hoy era un simple triángulo de ante pesado y forrado interiormente. De la seda al cuello colgaban como siempre las cadenas que sujetaban la exigua tela. Este nuevo diseño permitía a Rebeca acceder más fácilmente a los pezones de Jude, los pechos totalmente al descubierto por debajo y por los lados. Los pezones quedaban ocultos por el borde de los triángulos y se separaban de la tela en la práctica en cuanto se movía.

Cuando se encontraban a lo largo de la mañana, Jude debía de girar los pechos a un lado y otro, descubriendo los pezones y generando nuevas corrientes desde sus puntas. Los nuevos anillos habían intensificado y nutrido los nervios de Jude y las corrientes al instante enviaban impulsos a los lóbulos de las orejas y a los pies, a través de las preciosas piernas desnudas, las ingles y las nalgas.

Rebeca solía hacer caso omiso de Jude, quién la siguiente vez debía de mover los pechos todavía más. En algunas ocasiones, Jude llegó a girar los pechos diez veces de obtener el favor de Rebeca. En cuanto los dedos de su ama se acercaba a sus pezones, debía de llevar las manos a su nuca, lo que hacía que la tela y los puntas quedaban al aire, preparadas para ser acariciadas o pellizcadas.

Si alguien se acercaba, Jude retiraba los brazos de su nuca si recibía un fuerte pellizco de su ama y la tela quedaba rápidamente en su lugar ocultando parcialmente los pechos. No existía peligro de provocar un orgasmo, sólo podía alcanzarlo si estaba sentada con las piernas cruzadas y las manos rezando por detrás. Rebeca se sentía más satisfecha así, para no tener que preocuparse de tirar de los pezones. Sin embargo, todo pellizco en los pezones, generaba una reacción muy concreta en Jude,, un pulso en su clítoris, debido al condicionamiento y las corrientes que recorrían su cuerpo.

Para Rebeca, la nueva Jude debía estar ligeramente húmeda en todo momento, lo suficiente para que si un dedo se introdujese se sintiera cálidamente acogido. Y no debía dedicarse a pensar en su clítoris, como mucho en sus labios vaginales. Esto era fácilmente detectable por Rebeca, si decidía acariciarla en su triángulo inferior, Jude debía reaccionar a la caricias en sus labios genitales moviéndose de delante a atrás excitándose. Y quedarse completamente quieta si le acariciaban el clítoris. Su botón era exclusivamente para el solaz de su ama, no el centro de placer de la concubina. Si sentía la corriente atravesar su clítoris, debía concentrarse en los labios genitales y tratar de percibir la corriente en ellos y mentalmente enviarla a través de sus piernas hasta los dedos gordos de sus pies o la suela de su tacón.

Capítulo 10. -

Rebeca creyó oportuno concederse unas vacaciones y decidió llevarse a Jude. Así que diseñó un vestuario acorde para su concubina. No llevaría los anillos intensificadores ni en los pezones ni en los dedos gordos de los pies, únicamente el aro distribuidor en cada tobillo. Así que varios modelos parecidos al plateado que había calzado en la fiesta fueron incluidos en la maleta.

Después de hacer los ejercicios matutinos, Jude despertó a Rebeca y cinco orgasmos más tarde, Rebeca le mostró uno de los nuevos vestidos. Era de gasa fina como un camisón, negro y traslúcido, fino y liviano. En la zonas prominentes resaltaba una textura diferente, aunque el color era el mismo. Sin embargo, al no ser traslúcido se definía el contorno. Jude cogió el vestido y comprobó lo ligero y suave que era. Le quedaría muy ajustado. Hasta pensó si lo rompería. También quiso chequear la otra textura, quedándose impresionada por suavidad y la frialdad de la misma. Sintió como si la acariciasen millares de dedos fríos y suaves. Y recorrió su mano una corriente que rápidamente se propagó por su cuerpo hasta sus pies ya calzados.

Plumas, dijo Rebeca, leyéndole el pensamiento. Son miles de plumas interconectadas. Espero que te gusten. Y procedió a colocarle el vestido a través de la cabeza. Jude levantó los brazos y en cuanto el vestido quedó colocado, el rozamiento generó corrientes eléctricas en los lugares con plumas: el pecho, las nalgas, la vagina y los muslos debido a un reborde cosido en el borde inferior.

Además de ser corto y ajustado, quedándole como un guante, su esbelta forma quedaba expuesta y sus atributos femeninos publicitados de manera escandalosa. El pecho quedaba cubierto menos en los laterales. En el culo, las plumas empezaban un poco más abajo de lo debido dejando por encima la gasa y mostrando la hendidura. No llegaba hasta los lados y por lo tanto, sus nalgas destacaban, y por debajo asomaban ligeramente sus lunas. Siguiendo la gasa hasta tres o cuatro centímetros más dónde acababa el vestido, se veía otro reborde de la textura de plumas. La misma textura definía un triángulo que dejaba vislumbrar el pubis por arriba y se detenía quince centímetros antes del reborde inferior.

Cualquiera comprendía la ajustada colocación de la textura emplumada. Triángulo, círculo y oval para cubrir lo necesario y lo imprescindible. Nadie podría imaginarse que eran plumas salvo que tocase la tela.

Jude se giró para verse en el espejo y las plumas evidenciaron dónde estaban colocadas. Millares de conexiones súbitamente lanzaron sus señales químicas desde los pezones, los pechos, el culo, los muslos y el pubis. Por suerte para Jude, las plumas no hacían contacto con el clítoris o sus labios inferiores estando levantada. La corriente terminó viajando a sus pies como miles de veces antes ya había hecho. Jude pensó que hubiera sido de ella si hubiera llevado los anillos intensificadores.

Rebeca vino a calmarla un poco, acariciando la nuca y de repente metió los dedos a través del frontal y le pegó suaves tirones a las pezones. El material se abrió como si fuera agua, generando el contacto de las plumas empujadas al interior, formado nuevas sensaciones en los puntas duras de Jude y luego los dedos recogieron el testigo. Rebeca acarició con suavidad los amados pezones y retiró los dedos. Las plumas volvieron a su sitio creando una nueva superficie impoluta.

Jude se agarró a Rebeca, agotada por las sensaciones, pretendiendo sentarse. Rebeca se lo impidió, indicándole que todavía quedaba algo por poner. Surgieron dos conos o algo parecido. Como dos embudos pequeños. Rebeca le explicó que eran adornos y protecciones para sus pezones.

Jude observó que tendrían el tamaño aproximado del último tercio de sus pechos. Sin embargo, la longitud de la parte estrecha del embudo no cubriría sus alargados pezones de más de dos centímetros. Calculo que sólo un centímetro quedaría protegido tal y como indicaba Rebeca. Además, le parecía excesivamente estrecho el pequeño canal o tubo que veía. ¿Cómo iban sus pezones pasar por ahí?

Rebeca quiso rebatirla con hechos y le ordenó subir las manos a la nuca. Los pechos de Jude se elevaron y rozaron más la textura de plumas enviando señales a todas partes. Entonces, Rebeca le bajó el vestido, que se sostenía exclusivamente de su fino ajuste al cuerpo. Lo hizo de un solo tirón y la gasa quedó doblada por debajo de los pechos ofrecidos. Sin contar el movimiento sutil de las plumas. A modo de demostración, le subió la parte de abajo, que quedó enganchada casi a la cintura, también con el consiguiente trasiego de plumas.

Preparó el primer embudo y el pezón fue buscando el orificio de salida empezando a arder a medida que atravesaba el pequeño tubo. Rebeca presionó al máximo el embudo introducido al pecho para que el pezón surgiera esplendorosamente. Realizó la misma operación con su gemelo. Después acarició con suavidad las dos puntas hinchadas. Jude comprendió al sentir arder los pezones que retirar los embudos sería mucho peor, con la inevitable expansión de sus puntas excitadas.

Rebeca bajó de nuevo el vestido desde la cintura a los muslos generando fuertes tormentas eléctricas en nalgas, pubis y muslos, para posteriormente subir el vestido doblado por debajo de los pechos. No tardaron la punta de sus pezones en sentir como las plumas empezaban su fatal caricia. Jude estuvo a punto de bajar las manos de su nuca. Sus pechos, donde no estaban cubiertos por el metal también recibieron las mordaces caricias y remitieron las señales a la punta de sus pies.

Se maquilló mientras Rebeca terminaba de recoger algunas cosas. Al sentarse en el taxi, tuvo que levantarse el vestido, le quedaba demasiado ajustado. Así pues se sentó con las nalgas tocando parcialmente el asiento de cuero mientras las plumas de atrás rozaban la hendidura del trasero y la parte inferior de la espalda mandando escalofríos por toda la columna. Cerró las piernas en su perfecto alineamiento de años de entrenamiento mientras sentía como las plumas de delante se acercaban al interior de sus muslos y a su vagina al completo, pubis, labios exteriores e interiores, sin olvidar el clítoris. Rebeca percibió su excitación y acercó la boca a su oído y le susurró: "Recuerda, nada de pensar en tu clítoris, manda las señales a tus labios vaginales. Y mantén la humedad a control". Jude no sabía como hacer nada de todo esto. Lo único que deseaba era abrir las piernas y ser penetrada por el primer hombre que cruzase por allí, creando más excitación y más corrientes en su cuerpo.

Rebeca la besó y llevó sus dedos a la zona frontal de Jude, que sintió como las plumas cedían hacia dentro enviando nuevas y tormentosas sensaciones a las puntas desnudas y excitadas de sus pezones. Con la sorpresa, se hincharon súbitamente y experimentaron como el roce con el tubo que los encerraba ardían. La combinación de frío y calor era subyugadora. Recordó que lo único importante era el placer de su ama. Sólo se le ocurrió agitar levemente sus pechos. Rebeca, complacida, pellizcó sus puntas con suavidad. La electricidad envió sus mensajeros rápidamente al clítoris y a los dedos de los pies, con bucles reflejados en la cavidad superior de sus nalgas y en los muslos. Jude comprendió que las vacaciones serían arduas y agotadoras. Las puntas de sus pezones al recibir el pellizco e hincharse más tropezaron con el metal del tubito elevando todavía más el calor distinguiéndose en medio de los roces con plumas y los dedos.

Al llegar al aeropuerto, Rebeca salió del taxi y ayudó a Jude a levantarse mientras contemplaba como las perfectas, simétricas y ligeramente abiertas piernas se desplegaban. No podía hacer nada para evitar mostrar sus nalgas hasta que una vez de pie fuera del coche se bajó el vestido y las plumas volvieron a ejercer el dominio en sus posesiones. Al caminar, la seducción natural y la aprendida, se combinaron en los movimientos sensuales que transmitía constantemente. Las plumas iban mandando sus estímulos a los puntos principales que cualquier hombre desea acariciar en una mujer. Jude no pensaba que pudiera andar más de cinco minutos con este traje. Estar sentada también era una tortura. Casi prefería que Rebeca la llevase a un apartado y jugase con los pezones.

Lo que ocurrió es que fueron al baño y se metieron juntas en un cubículo, dónde Rebeca le dijo que debería tratar de no hacer ruido y que iba a quitarle las embudos. Sólo por esta vez recibiría el aviso. Sencillamente, siempre que le bajase el vestido debía inmediatamente cerrar los ojos y poner las manos en la nuca, ofreciendo pechos y pezones al máximo. Una vez en posición, Rebeca se mantuvo jugando con las puntas ofrecidas y de repente pegó un tirón de cada cono a la vez. Los pezones desaparecieron dentro del embudo. Jude sintió como las puntas de sus pezones se encogían, comprimían y rozaban sin compasión el pequeño tubo y notó como el ardor comenzaba a emerger, así como una fuerte señal se transmitía por todo su cuerpo.

Deseaba con todo su ser tocar sus pezones, rozarlos y acariciarlos. Consiguió mantener las manos en la nuca, mostrándose anhelante por los dedos de Rebeca, quien simplemente la rozó un par de veces y le subió el vestido, volviendo las plumas a repetir su ciclo de nervios estimulados y sensación de frialdad. Rebeca le dijo que desgraciadamente no podía pasar el control del aeropuerto con los conos en los pechos.