Juanita (1: Tacos Altos)

Mi primera vez con lencería fina... seducción... violación... prostitución... pero... ¡¡SOY FELIZ!!

TACOS ALTOS.

Cuando tenía aproximadamente doce años y empecé a sentir impulsos que finalmente se definieron como sexuales, me puse zapatos de mujer de tacos altos y tuve una erección asombrosa que me hizo eyacular varias veces seguidas.

Buscando repetir esa experiencia descubrí que el contacto de ropas suaves de mujer contra mi piel me excitaba grandemente por lo que cada vez que pude me vestía con prendas de mi madre y de una prima de mi edad que vivía con nosotros.

Me escondía en cuartos que se usaban para guardar muebles viejos y baúles con ropas fuera de uso, que para mí eran tesoros a ser descubiertos y usados siempre con el temor de ser sorprendido, cosa que afortunadamente nunca ocurrió

Usaba medias y portaligas con los zapatos de tacos altos, sostenes de mi prima rellenos con calcetines y me masturbaba varias veces seguidas. Con el tiempo descubrí que mi ano al ser estimulado con los dedos ayudaba a aumentar y mantener el placer por lo que empecé a meterme en el ano diferentes objetos desde lápices hasta mangos de destornillador lubricados con vaselina para su mejor introducción.

Así pasaron los años y me transformé en un adolescente bastante atractivo para las muchachas de mi edad con las que tuve razonable éxito, pero sin dejar mis prácticas secretas de vestirme, cada vez que las condiciones estaban dadas, con prendas de mujer.

En la época en que ya mantenía relaciones sexuales muy exitosas con mujeres, aprovechaba cuando se quedaban dormidas, de ponerme sus prendas íntimas para masturbarme mirándolas.

A pesar de estos gustos privados, rechacé siempre las aproximaciones de otros hombres que se me acercaban con intenciones de iniciar una relación porque mi sexualidad estaba fija en las mujeres y no en los hombres, aunque siempre que podía pasaba por la zona en que travestis se prostituían para poder mirarlos sintiendo deseos de estar en la calle vestido de mujer provocando el deseo de los transeúntes.

Al casarme empecé a disfrutar de un guardarropa más abundante y de maquillajes cuando mi esposa se iba de viaje o de veraneo, porque siempre encontraba una razón para quedarme solo en la casa. En cuanto ella partía yo iniciaba mi transformación, colocándome medias, portaligas y zapatos de tacos altos, mientras elegía que ropa utilizar. Generalmente un vestido ajustado de amplio escote sobre enaguas de seda y ancho cinturón que destacara mi cintura, y mis piernas a la vista hasta la mitad de los muslos.

Cuando tenía varios días a mi disposición hasta me pintaba las uñas de los pies de color rojo intenso. Me maquillaba discretamente destacando mis ojos y párpados con suaves tonalidades agregando al conjunto una peluca rubia de pelo natural, aros en mis orejas y pulseras en mis muñecas, quedando así con el aspecto de una mujer hermosa, pícara y levemente calentona, pero que no resistía un examen detenido. Ante un gran espejo que me reflejaba entero ensayaba poses y formas de caminar con tacos altos para acostumbrarme a hacerlo sin perder el equilibrio.

Todo esto me producía gran excitación por lo que siempre terminaba masturbándome e introduciéndome en el ano algún elemento que fuera grueso y largo, imaginándome que yo era mujer siendo penetrada por un hombre.

Teniendo cerca de veinticinco años de edad quedé solo por una semana y decidí aprovecharla al máximo en mis fantasías. La primera noche salí a la terraza a disfrutar del aire fresco vestido de mujer, bebiendo unos cócteles y fumando tranquilamente mientras veía pasar por la calle a los transeúntes, quienes si miraban, sólo observaban una vaga silueta femenina en la oscuridad. Esto me produjo una gran excitación y enormes deseos de salir a caminar por la calle tal como estaba.

Finalmente, tarde esa noche, me decidí a salir vestido de mujer en mi coche para dar unas vueltas por la ciudad.

Fue grandioso, ya que circulé por sectores que aún a esa hora estaban muy concurridos y que estando detenido ante un semáforo miraban y sólo veían una mujer al volante.

A la segunda noche salí un poco más temprano porque me sentía más audaz y empecé a mirar con descaro a los transeúntes, pero nadie se dio por enterado de que yo no era mujer, lo que me tenía en una erección permanente.

Tan audaz me sentía que al pasar por una pequeña plaza me estacioné y me bajé a caminar unos metros sentándome en un banco próximo a mi coche. El aire frío de la noche en mis piernas cubiertas por suave seda y en mis hombros y brazos desnudos me produjo una sensación de deleite que no conocía y el sonido de mis tacos en el pavimento pareció música a mis oídos. Tras fumar un par de cigarrillos disfrutando de estas sensaciones tan nuevas para mí, volví al coche y seguí dando vueltas por el sector.

Al estar detenido a la espera de la luz verde, y mirar el coche que estaba a mi lado vi que su conductor me miró insistentemente y esbozó una sonrisa pícara. Miré hacia adelante y reanudé la marcha. Antes de cincuenta metros el mismo coche se emparejó con el mío y su conductor, que era poco mayor que yo y de aspecto distinguido, me hizo algunas señas, a lo que yo, asustado, inicié la fuga doblando en la primera esquina siendo seguido de cerca por las luces de su coche.

Al emparejarse conmigo me hizo señas para que me detuviera lo que hice en un sector iluminado tenuemente y se bajó de su coche avanzando hacia el mío mostrando su cuerpo alto y delgado a la débil luz que llegaba entre las ramas de los árboles haciéndome señas para que bajara el vidrio lateral y me habló diciendo:

"Hola, te invito a tomar unos tragos para poder conocerte, porque me pareces atractiva"

Yo no sabía cómo responder dado que mi voz nunca pasaría por la de una mujer. Al no recibir respuesta insistió diciendo:

"Podemos ir en los dos autos a un drive-in a conversar y conocernos, como sabes si..."

Aún sin poder hablar me conformé con sonreír levemente, imaginando cómo salir del embrollo en me había metido

"No te preocupes porque a mí me gusta lo que vi hace un rato en la plaza, y sé que eres hombre, y por eso te seguí y te invito"

A duras penas pude responder con voz vacilante...

"Bueno, donde?"... sintiéndome dominado y sin saber que hacer o decir.

"Sígueme en tu coche que yo te guío"

Me sentí como hipnotizado obedeciendo y siguiendo su coche por calles y avenidas que conocía pero que me parecían que nunca las había visto, tal era mi nerviosismo y ansias de saber en que terminaría todo esto, y con mi corazón latiendo fuertemente.

Llegamos por fin a un drive-in con estacionamientos entre frondosos árboles que ocultaban la vista de los coches a la mirada de intrusos. Se bajó de su coche y entró al mío diciendo con toda tranquilidad:

"Hola, mi nombre es Juan Pablo. ¿Cuál es el tuyo?"

Débilmente murmuré: "Juan..."

"Juan no me gusta, te voy a llamar Juanita"

Y así nació Juanita, en una noche tibia de verano, vestida como una muñeca pícara.

Cuando el que atendía el estacionamiento nos ofreció de beber Juan Pablo hizo un pedido que fue traído rápidamente y quedamos solos en mi coche aislados del resto del mundo y envueltos en el aroma exquisito de su varonil perfume.

Iniciamos una conversación que demostró que teníamos mucho en común, tanto en educación como socialmente lo que permitió que mis nervios se fueran calmando, hasta que puso una de sus manos en mi pierna acariciándola e introduciéndola bajo mi falda hasta llegar al bulto de mi pene y testículos que ya me dolían por la excitación, mientras me besaba suavemente haciéndome sentir su cálido aliento perfumado con el aroma del gin.

Abrí las piernas para permitir que metiera su mano bajo la tela de mi calzón y me tomara el pene e inicié tímidamente la exploración de su entrepiernas ante lo cual se abrió rápidamente el pantalón, bajó el calzoncillo e hizo que mi mano tomara su pene, que me asustó por lo grande, grueso y duro, mucho más que el mango de destornillador al cual mi ano estaba acostumbrado y que al contacto de mi mano pareció crecer más y ponerse más duro. Me sentí totalmente dominado por la fuerza de su personalidad de macho.

Juan Pablo reclinó su asiento y estando casi acostado tomó firmemente mi cabeza y me llevó con fuerza hacia su erecto pene haciendo que lo besara lo que hice con cierto asco porque era la primera vez que tocaba un pene ajeno. Su olor a sexo, que era fuerte, extraño y mezclado con su perfume, lentamente fue pareciéndome agradable hasta que lo encontré irresistiblemente excitante y abriendo al máximo mi boca lo hice entrar para saborearlo y lamerlo disfrutando los nuevos sabores y olores, mientras él se retorcía y gemía suavemente empujando mi cabeza en un vaivén que lo hacía llegar hasta el fondo de mi paladar y luego salir hasta mis labios que lo apretaban, sin querer que saliera de mi boca y succionándolo con fuerza.

Por largos minutos lo chupé, lo acaricié con mi lengua, lo mordí, hasta que su cuerpo se empezó a poner rígido y arqueado en unos espasmos que casi me asustaron, y que fueron aumentando de ritmo hasta que su pene se puso aún más grande y duro dentro de mi boca antes de empezar a expulsar la abundante masa espesa y caliente de su semen, el que me vi obligado a tragar porque Juan Pablo me tenía la cabeza firmemente sujeta sin permitirme retirar mi boca.

Su semen era espeso y ligeramente ácido y permaneció saliendo por largo rato impulsado por las violentas contracciones que experimentaba su cuerpo, hasta que con un quejido animal su cuerpo se soltó, sus manos cayeron permitiéndome levantar la cabeza y respirar con alivio, sintiéndome totalmente impregnado por sus olores y perfume que hasta el día de hoy recuerdo con nostalgia.

Debido a que mi pene estaba comprimido, fui incapaz de retener una larga eyaculación mientras lo chupaba y sentí que mis calzoncitos de encaje estaban totalmente mojados y viscosos al tacto. Decidí ir al servicio, adecentarme un poco y aprovechar de orinar. Salí del auto con las piernas todavía temblorosas pero con el valor que me daba el alcohol en mi sangre, busqué y encontré la sala de servicios designada para mujeres.

Era pequeña con dos cubículos, entré en uno de ellos, me saqué los calzones y me limpié el semen que cubría todo mi sexo y me senté a orinar como mujer, tal como me sentía en ese momento.

En el lavatorio lavé cuidadosamente mis calzoncitos y los estrujé antes de volver a ponérmelos mojados, lo que me estimuló por lo fríos que estaban.

Mi maquillaje estaba deshecho por lo que procedí a repararlo para recuperar una cara agradable y tentadora. Me perfumé el cuello y tras las orejas y me arreglé el peinado cuidadosamente.

En ese momento se abrió la puerta y entró una muchacha alta, bastante más que yo, de largas piernas y escote generoso, de abundante cabellera que con voz ronca me dijo:

"Hola, linda noche no? ¿Estás con algún cliente?"

Era un travesti prostituto, joven, hermoso y alto, evidentemente ebrio que empezó a orinar dentro del lavatorio.

"No, sólo con un amigo que me espera en el auto"

"Hey, putita, te ves bien, ¿dónde trabajas?" Hablándome a través del espejo.

"Yo no trabajo, te dije que estoy con un amigo...

Enarbolando su pene enorme en la mano dijo:

"¿Que te parece que te presente a mi amiguito?"

Y sin decir más me hizo girar poniéndose detrás de mí, me levantó el vestido, me bajó los calzones, abrió mis piernas con las suyas e introdujo violentamente su pene entre mis nalgas mientras me sujetaba agachado sobre el lavatorio.

Traté de defenderme pero tenía más fuerza que yo, y finalmente me rendí dejando que lo metiera en mi ano virgen, aunque sintiendo terribles dolores porque su enorme pene duro parecía un arpón que me desgarraba las entrañas a medida que empujaba violentamente, sin importarle nada, yo era sólo un pedazo de carne para ser perforado sin piedad.

Al darme cuenta que estaba siendo violado me hizo sentir una leve excitación que fue en aumento al sentir el roce de sus fuertes piernas entre las mías, tan diferentes a la blandura de las piernas femeninas, pero suavizado por las medias que ambos usábamos, lo que me hizo lentamente cambiar de una actitud de rechazo violento a otra de tenue aceptación, cosa que se dio cuenta mirándome por el espejo y se sonrió diciendo:

"¿Te gusta?.... Puta caliente, te voy a romper el hoyo del culo"

Y empezó a meter y sacar con violencia inusitada su enorme pene en mi ano que nunca había conocido uno de verdad, de modo que el dolor fue tan intenso que las piernas se me doblaron y lancé un grito pidiendo piedad, pero ese bruto aprovechó mi caída para abrir aún más mis piernas y empujar todavía más fuerte con lo que me levantó de vuelta a la posición anterior con mis manos sujetándome del lavatorio.

Cuando creía que ya no me quedaban fuerzas y las lágrimas corrían por mi cara. empezó a eyacular dentro de mí. diciéndome:

"¿Te gustó putita? Si quieres más búscame en la esquina de Providencia con Seminario, pregunta por Michelle, pero te voy a cobrar, porque ésta no más te la doy gratis, sólo porque el imbécil que me está esperando me dejó con las ganas de metérselo"

Así diciendo salió de dentro de mi cuerpo, se arregló la falda, se miró al espejo y salió dando un portazo.

Yo estaba tiritando a punto de caer, con las piernas chorreando semen y dolores intensos en mi ano que parecía que me lo habían partido en pedazos, con el vestido enrollado en mi cintura y los calzones de encaje rotos colgando de mis tobillos.

Casi gateando entré en uno de los cubículos para poder evacuar todo el semen que me quedaba en el recto y empecé a limpiar las piernas y mi ano con un pedazo de encaje húmedo cuyo roce me provocó una erección intensa, mientras revivía mentalmente lo ocurrido.

Después de volver a recomponer mis ropas, porque el infame no había tocado mi maquillaje, salí a la penumbra algo recuperado, para volver al coche donde me esperaba Juan Pablo, sintiéndome excitado al máximo y dispuesto a lo que fuera para desahogar mis instintos exacerbados.

El coche estaba en la obscuridad y había una cierta luminosidad a mis espaldas por lo que supe que mi figura se recortaba y traté de caminar tal como había ensayado ante el espejo: elegante y suavemente moviendo mis caderas, pero con el pene suelto bajo las faldas de mi vestido y con mi ano pulsando dolorosamente.

Juan Pablo que estaba parado al lado del coche fumando un cigarrillo y con nuevos vasos de licor sobre la carrocería, al parecer ya recuperado de su explosión anterior dijo:

"¿Porqué demoraste tanto? Estaba echándote de menos"

En la penumbra vi que tenía su pene en una mano y se estaba masturbando suavemente y me dí cuenta que era aún más grande que el de Michelle, y empecé a preocuparme por lo que imaginé que iba a suceder, pero sin voluntad ni fuerzas para impedirlo.

Me tomó de un brazo y me inclinó metiendo parte de mi cuerpo en el coche apoyándome en el asiento delantero, mientras me levantaba las faldas hasta la cintura exclamando:

"¡Vaya! ¡Vaya! ¡estás preparada!" Viendo que estaba sin calzones, y sin mayores preámbulos procedió a ensartarme antes de que yo pudiera decir nada

Ahora sí que me dolió, aunque el camino estaba abierto y lubricado con el semen de Michelle, ya que el pene de Juan Pablo era tan grueso y largo que tuvo dificultades para entrar, de forma que empujó con tanta fuerza que me tumbó sobre el asiento y en esa posición en que no lo podía esquivar ni amortiguar me abrió las piernas y empezó a poseerme con mayor violencia de la que podía imaginar, metiendo y sacando su pene con más furia aún que Michelle, sin hacer caso de mis quejidos de dolor, que parece le aumentaban la excitación producto del licor ingerido, la estrechez de mi ano y la dominación absoluta que ejercía sobre mí y mi cuerpo.

Sentí que mi ano era un anillo de fuego que me quemaba de dolor, pero lentamente del dolor empezó a surgir un leve destello de placer que fue aumentando gradualmente a medida que me acostumbraba al ritmo de su empuje hasta que todo el dolor se transformó en deliciosos estremecimientos de todo mi cuerpo nublando mi mente y pensamientos y empecé a mover mis caderas para ir al encuentro de su ataque y a apretar mi ano fuertemente en torno de su pene para hacerlo sentir que yo estaba cooperando y que no era víctima pasiva de su ardor, que yo participaba activamente.

Al levantar la cabeza me pareció ver al camarero mirándonos escondido detrás de un árbol lo que me produjo una sensación tan agradable que me hizo pensar "Vaya, ¡además soy exhibicionista!" Y empecé a moverme para que viera que estaba gozando

Esta fiesta de meter y sacar, aguantar y empujar duró largo rato hasta que sentí que se ponía rígido y empezaban las convulsiones que ya sabía que anunciaban su eyaculación, la que se produjo en medio de empujones más violentos que los anteriores. Sentí el chorro potente de su semen entrando en mi intestino haciéndome eyacular, pero contra el asiento de mi propio coche y mirando hacia el árbol que escondía al camarero, al que suponía disfrutando con lo que ocurría

Juan Pablo se recuperó y se enderezó con su pene todavía rígido, me lo introdujo en la boca para que se lo limpiara, según dijo, y yo como una puta dominada y obediente se lo lamí y chupé hasta dejárselo limpio, después de lo cual me incliné al lado del coche para evacuar su semen de mi recto, porque por ningún premio volvería a los servicios para mujeres de este recinto.

Juan Pablo se subió a su auto y mientras partía me dijo:

"Adiós linda, lo pasé estupendo..." arrojando unos billetes al suelo.

Me quedé mirando las luces traseras de su coche sin saber que contestar, todavía tembloroso y con las piernas débiles. Recogí los billetes, los guardé en la cartera, me limpié el semen de las piernas y empecé nuevamente a tratar de ordenar mis ropas cuando vi al camarero acercándose y diciendo:

"Señorita, ¿podría pagar la cuenta porque estamos por cerrar y usted es la última cliente?"

El infame se había ido sin pagar, y yo tenía poco dinero, probablemente no me alcanzaría, lo que me expondría a problemas que no estaba en condición de asumir.

Abrí mi cartera y extraje todo el dinero que tenía y se lo pasé diciendo muy despacio:

"Es todo lo que tengo..."

Lo contó y me dijo que faltaba bastante pero que algún acuerdo podríamos lograr para que él pusiera la diferencia, tocándose suavemente el entrepiernas.

Lo miré cuidadosamente y vi que era un hombre grueso, bajo y musculoso de tipo campesino con fuerte mezcla de indígena, de unos treinta años de edad, que se veía bastante limpio en sus pantalones negros y camisa blanca con corbata negra.

Como estaba muy asustado pensé aceptar lo que me pidiera, aunque fuera mi reloj, que valía bastante más que lo que me faltaba para completar la cuenta, y contesté:

"¿Y cual sería ese acuerdo? ¿No saldría perdiendo en el cambio?"

Al escuchar mi voz se acercó y metiendo una mano debajo de mis faldas me palpó los genitales y exclamó:

"¡Eres un maricón! ¡Mejor aún! ¡Parece que vamos a hacer negocio!"

Sin agregar más empezó a acariciarme las nalgas con sus manazas ásperas de trabajador manual mientras me olía el cuello y deslizaba su cara de barba dura por mi pecho. Luego empezó a soltar los botones de mi vestido hasta que pudo quitármelo y así quedé en enaguas y tacos altos.

Se abrió el pantalón y sacó a relucir su pene que hizo que yo tomara con una mano y que aunque no era tan grande y grueso como el de Juan Pablo me la llenó, despertando en mí una sensación de sorpresa al descubrir que podría ser una buena forma de pagar una cuenta, obteniendo algún tipo de ganancias en el trato.

Empecé a masturbarlo suavemente y su pene creció despidiendo un fuerte olor que me llenó las narices. Era un olor a orines añejos, falta de aseo, transpiración ácida que no me agradó. Se abrió la camisa indicándome que lo abrazara cosa que hice sintiendo el olor a transpiración fuerte que expelía su cuerpo y principalmente sus axilas velludas que mezclado con los olores de su sexo, despertó en mí una excitación que rápidamente fue en aumento.

Cuando me ordenó que se lo chupara, me hice de rogar un poco hasta que le di en el gusto metiéndomelo en la boca e iniciando un rápido movimiento de vaivén con mi cabeza, pero me atajó y me pidió que lo hiciera lentamente para gozarlo más. Así empecé un trabajo lento de masturbación bucal que lo hacía retorcerse de gusto.

Mientras, mi excitación crecía estimulada por sus olores que ahora me parecían como un condimento exótico para el trozo de carne que estaba disfrutando.

Finalmente estaba terriblemente excitado deseando meterme en el ano su pene ya endurecido por mi boca, y dándole la espalda, yo mismo me lo introduje en el ano que estaba inflamado por lo que los dolores fueron terribles hasta que logré que entrara entero soportándolo sumiso ya que sabía que el dolor se transformaría en placer

Sus gruesas caderas empezaron a moverse con fuerza haciendo que su pene entrara y saliera lentamente y cada dos o tres metidas lo dejaba adentro empujando aún más fuerte remeciendo mis entrañas, con sus fuertes manos sujetándome de la cintura, lo que me provocó estremecimientos de placer increíbles. Lentamente fue aumentando el ritmo y me empezó a masturbar hasta que en medio de contracciones violentas acabó dentro de mi cuerpo, al tiempo que yo me estremecía en un orgasmo casi interminable, quedando tendido en el asiento con las piernas temblorosas y sin poderme parar.

Al recuperarme tenía semen corriendo nuevamente por mis piernas y saliendo desde mi ano. Me limpié con su delantal, y después chupé su pene hasta dejarlo limpio y sin una gota de semen como había aprendido con Juan Carlos.

Ofreció traer un cóctel que yo acepté con ganas y bebimos juntos mientras recomponía mi maquillaje y vestimenta en el baño de mujeres, donde recordando mi violación en ese mismo lugar sólo una hora antes, me excité fuertemente y subiéndome las faldas del vestido dejé a la vista mis nalgas y le ofrecí mi ano rogándole que me poseyera nuevamente, lo que hizo con gran entusiasmo por largo rato mientras yo me retorcía de placer y dolor hasta que finalmente entramos en un estado casi de locura reventando los dos al mismo tiempo en un largo orgasmo en medio de nuestros gemidos de placer.

Antes de partir me devolvió el dinero que le había entregado, el que acepté porque me lo había ganado en buena ley, prometiéndole volver para que me atendiera como sabe hacer, mientras lo chupaba oliendo por última vez el fuerte olor de sus testículos transpirados.

Al llegar a mi casa, con las piernas temblorosas y el ano dolorosamente palpitante, llené la tina con agua caliente y me acosté en ella haciendo un balance de esta noche: pérdida de mi virginidad, una seducción, una violación y dos actos de prostitución. Todo esto gracias a mi gusto por usar zapatos de tacos altos.