Juan y Teresa

Dos recién divorciados se conocen en una discoteca. Tras pasar la velada juntos, él la invita a su casa. Aprovechan el viaje en el coche para follar. Será el primer olvo de la noche, pero no el ultimo.

JUAN Y TERESA

A las tres de la mañana, sentado en un taburete de la barra, Luis echa una mirada a la discoteca. Ve las caras de cada sábado que le saludan con un gesto imperceptible cuando cruzan la mirada. La tercera copa de la noche amenaza ya con acabar de derretir el hielo que queda en el vaso y él está a punto de arrojar la toalla una noche más.

De pronto la vio aparecer. Una señora joven, guapa de tirar de espaldas, morena, de pelo corto y liso, alta, con un abrigo largo desabotonado, un vestido corto de fiesta color crudo, medias negras, un bolso de mano pequeño, casi una cartera, tacones altos, con aspecto de recién salida de la ducha a pesar de la hora, maquillada levemente y que avanza por entre las mesas de frente hacia la barra. Al pasar junto a él ve que le saluda con una leve sonrisa, que dice buenas noches, que hace una pausa, que sigue adelante y que con la misma seguridad que ha entrado, se retrepa en el taburete de al lado, se sienta y cruza las piernas.

No es que una mujer así no se la halla cruzado nunca, pero tampoco ocurre todos los días. Se gira en su taburete y clava su mirada en aquella mujer que a estas alturas, monopoliza la atención de todos los hombres que a esa hora, como él, pululan por la barra solos. Aquello rompe la rutina de las caras conocidas. ¡Y vaya cara! ¡Que nariz!, ¡Que frente!, ¡Que labios! Los ojos. Esto es distinto. Son otra cosa. Termina Luis el recorrido en la punta misma de los zapatos, tira otra vez para arriba, ya rápidamente, y lo ve todo ahora en su conjunto. Al llegar con la mirada a los ojos ve que ella lo esta mirando. Se siente descubierto y manteniéndole la mirada le dice:

A sus órdenes, ¿En qué puedo servirla?

Ella parece incomodarse. Cambia de postura, junta las piernas, pone el bolso en el regazo y lo abre, agacha un poco la cabeza y saca un cigarrillo de la cajetilla. Luis se levanta un poco, se inclina hacia delante y se lo enciende. Vuelve Luis a sentarse y se echa de nuevo hacia atrás mientras ella sopla el primer humo hacia el techo. En ese momento se cruza entre ellos un grupo que llega a pedir a la barra. Van todos con un puro en una mano y un vaso vacío en la otra. Ríen y gritan estruendosamente mientras piden a la camarera sus consumiciones. Y Juan piensa que no van a quitarse de allí nunca. Se les cruza una mulata que va camino de la pista con su vestidito blanco, su pelo tan negro y tan largo, y unos ojos verdes que ríen en la piel claroscura. Y provoca el desorden, el caos en el grupo. Y todos corren tras ella que ya está en la pista bailando con ese ondular hacia arriba y hacia abajo que solo alguien con su sangre puede hacer. Y mientras al fin se van, Luis desea que ella siga allí, que no se haya ido.

Y la dama arquea las cejas. Levísima sonrisa que le devuelve la calma. Mientras le sonríe ella piensa que, dígase lo que se diga, las cosas siguen igual durante años. Ella vuelve a entrar en escena y ellos responden igual que diez años atrás. "Luego nos odian, o dicen que nos odian, pero se enteran de cuando llegamos."

-No te conocía. ¿Es la primera vez que vienes por aquí?- Luis apaga el cigarro cuidadosamente, apoya el brazo en la barra y se prepara a escuchar con toda la atención que le permiten los tres whiskys que lleva entre pecho y espalda. Ella demora la respuesta y él, para romper el silencio, llama a la camarera.

"¡Ponme otro whisky y a la señorita lo que quiera!". Ella le sonríe con más intensidad, se gira hacia la camarera y pide. "¡Un vodka con naranja, por favor! Y a ti gracias por la invitación."

-No hay de qué. Me gusta beber acompañado.- Juan se mostraba decidido a continuar con la recién iniciada conversación y continuó con su interrogatorio.- ¿Señora o señorita?

-Teresa, mejor llámame Teresa. ¿Y tú?

-Luis. Divorciado. Cuarenta y cinco años. Abogado buscando algún cliente a quien defender en su próximo divorcio.

  • Lo tendré en cuenta para la próxima vez.

  • ¿Esperas a alguien?

-No. ¿Me enciendes otro pitillo?

  • ¿De los míos?

  • Sí, no importa

  • Un día es un día. ¿No?

  • Una noche, mejor di una noche.

-¿Y la noche es nuestra?

  • Casi toda.

Otra sonrisa y silencio. Luis la observa y calla mientras espera que ella continúe con la conversación.

  • Me parece recordarte de la facultad. A lo mejor coincidimos por los pasillos.

  • Lo dudo. Cuestión de años. Las promociones no son las mismas.

  • No será para tanto hombre. Nunca te fíes del aspecto de una mujer para aventurar su edad.

Teresa se ríe de nuevo suavemente mientras no deja de mirarlo. Se pone de pie, se quita el abrigo y lo posa en el taburete encima de su bolso. Luego coge a Luis del brazo y mientras lo arrastra hacia la pista le dice: "No te pongas tan trascendente. Tú ven. ¿Te gusta bailar?"

  • Sí, pero creí que se trataba de

  • No siempre se trata de lo mismo. Ven escucha el bolero. ¿Te gusta? ¿No? Vamos. Bailemos, abrázame y baila conmigo. ¿Cómo decías antes? La noche es nuestra. Y yo te decía que una noche es una noche. Escucha el bolero: Hoy como ayer

Te quiero como siempre o algo así, piensa Juan mientras le echa el mejor ritmo que puede al asunto. Termina el bolero y sigue la cumbia. Se separan levemente. La niña Teresa sonríe. Juan pierde su aplomo de golpe y, quieto en la pista, se hunde en sus ojos verdes. Mejor que el bolero piensa mientras ella gira a su alrededor. Y luego ya todo es dar vueltas, acariciarse el pelo, mirarse a los ojos, besarse y dejarse llevar de la mano escaleras arriba hacia la calle.

Luego van abrazados por la acera hasta el coche de Juan y él le abre la puerta galantemente invitándola a entrar. Ella se sube al coche y se sienta. Él cierra la puerta, da la vuelta al coche, entra y arranca. Mientras avanzan por las calles en dirección a su casa, Juan posa su mano en el muslo de Teresa y, tras demorarse unos segundos acariciando la pierna por encima de las medias, asciende con su mano buscando el sexo de Teresa, que se acomoda en el asiento y separa mas sus piernas dejando expedito el camino. La mano llegó hasta la braga, paseó su dorso por encima y coló sus dedos al interior, paseándolos por una mata de pelo espeso que cubría unos labios húmedos y sedosos que se abrieron en cuanto los dedos se insinuaron en sus bordes. Juan insistió en la caricia separando los rizos y empujando el dedo corazón que se abrió paso hasta alcanzar el precioso y abultado botón. Mientras él comenzaba a acariciarlo, ella se mantenía recostada en el asiento, con los ojos cerrados y ligeros estremecimientos comenzaban a recorrer su cuerpo. Pararon en un semáforo y la proximidad de otros coches les hizo ser más prudentes. Por unos instantes Juan retiró su mano del sexo de Teresa y se ocupó del volante con sus dos manos mientras ella recuperaba la compostura en el asiento.

-Tienes que parar, Juan, o harás que me corra antes de llegar a casa.

  • Quítate las bragas- le contestó Juan como única respuesta.

Sin replicar a sus deseos, ella deslizó sus manos por debajo de la falda, se quitó las bragas, guardándolas en su bolso, y volvió a recostarse en el sillón.

Se abrió el semáforo y volvieron a arrancar los coches. Juan volvió a buscar con su mano el sexo desnudo de Teresa. Acarició la rajita en toda su extensión y al instante Teresa abrió las piernas todo lo que le permitía su postura en el asiento.

Él condujo la mano hasta el mojado botón que ya surgía arrogante entre los labios, y comenzó a acariciarlo con suavidad, haciéndolo rotar bajo la yema de sus dedos. Teresa se vio invadida por placenteras sensaciones que crecían en intensidad a cada roce. Suspiró, gimió, se restregó contra su mano, extendió las piernas y las abrió aún más, buscando un contacto más intenso que le permitiera correrse. Teresa enloquecía de excitación y su sexo estaba húmedo, resbaladizo y muy caliente. Juan movió el dedo por su raja y lo deslizó dentro de ella con suavidad, en un intento de que ella siguiese saboreando al máximo las sensaciones que se acumulaban en su sexo. Ella comenzó a moverse rítmicamente, buscando con sus caderas una más profunda penetración que la ayudase a correrse.

De nuevo se detienen en un semáforo en rojo. Un coche frena a su lado y la indiscreta mirada de sus ocupantes los hace detenerse minimamente. Ela está completamente excitada y a punto de correrse y no deja que Juan retire su mano. Desde el otro coche sin duda están viéndolos, pero a ella parece no importarle. Ante la osadía de Teresa, Juan decide seguir adelante a pesar de la mirada de los ocupantes del otro coche. Ella continua fallándose el dedo que la penetra cuando reanudan la marcha y el otro coche se aleja. Circulan así durante unos minutos hasta que Juan detiene el coche en una calle oscura. Se inclina sobre ella, mete su mano por el escote del vestido y le acaricia los pechos, pellizcándole, de vez en cuando, los duros pezones.

Teresa busca con sus manos la bragueta del pantalón y acaricia la dura polla a punto de estallar. Juan se inclina más sobre ella y tira de la cremallera del vestido hasta que sus tetas quedan al aire. Se apodera de ellas con la boca mientras acelera el ritmo de su dedo en el coño, bombeando con más fuerza hasta notar que ella comienza a correrse. Sacudida por el orgasmo, Teresa agita con violencia sus caderas buscando el dedo que la penetra. Él hace más profundos los movimientos de su dedo y la acompaña en los movimientos.

Cuando apenas ella ha terminado de correrse, Juan saca su polla de la bragueta, se la acerca a la cara y le dice: "¡Cómemela!", mientras le pone la mano en la nuca dirigiéndole la cabeza hacia su entrepierna. Teresa se arrodilla en el asiento e inclina la cabeza, abre la boca y comienza a mamar la polla. En esa postura el culo de Teresa queda lascivamente ofrecido sin ninguna prenda que lo cubra. Juan pone una mano encima del culo, humedece el dedo corazón en la raja chorreante por la reciente corrida, y lo hunde poco a poco en el culo de Teresa. El ano poco a poco se relaja y permite al dedo penetrar hasta el fondo.

Mientras ella sigue con su mamada, excitada por el vaivén de los labios, la picha se hincha con rapidez. Cuando él siente que está a punto de llegarle el orgasmo, retira la polla de la boca, echa hasta atrás el asiento del coche y la ayuda a sentarse sobre su regazo, de espaldas a él. La toma por las caderas e introduce la polla en el estrecho orificio entre sus nalgas. El ano, excitado por las caricias, va dilatándose y permite a la polla entrar hasta el fondo. Ella comienza un subibaja mientras Juan se ocupa con una mano de su sexo y con la otra de sus tetas. Mientras comienza a correrse, su culo y su coño se contraen espasmódicamente y eso acaba con la resistencia de la polla de Juan, que estalla en el culo inundándolo con una larga corrida.

Transcurridos unos segundos, ella se retira a su asiento y, tras recomponer su vestuario, reinician la marcha. Pronto llegan a casa de Juan. Tras guardar el coche, suben al piso y allí reinician su pasión amorosa.

Quizás la mañana los sorprenda desnudos, perdidos el uno en el otro entre edredones, mantas, sabanas y almohadones de pluma de ganso.